Manolo Ortega, una mirada cercana - Manuel Ortega Soto - E-Book

Manolo Ortega, una mirada cercana E-Book

Manuel Ortega Soto

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Beschreibung

Manolo Ortega, una mirada cercana, no muestra solamente al hombre elegante, de traje y corbata, el profesional del habla con un estilo depurado, una impecable dicción y un sello personalísimo, ni siquiera el combatiente de las causas justas. Es el Manolo Ortega más allá de todos los atributos valederos de su vida política, laboral, revolucionaria. Aquí se devela el alma de la persona. Tal pareciera que el hijo-escritor-doctor en Medicina, penetra en el corazón del padre para mostrar la grandeza que lo lleva a transitar con orgullo por la vida, ofreciendo amor, lo que cobra mayor valor porque brota de los recuerdos más íntimos de un niño

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Seitenzahl: 250

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Edición y corrección: María Eugenia de la Vega

Diseño interior, de cubierta y maquetación: María Elena Gil Mc Beath

Conversión a ebook: Idalmis Valdés Herrera

 

 

© Manuelortegasoto, 2024

© Ediciones en Vivo, 2024

 

 

ISBN: 9789597276982

 

 

 

 

Instituto de Información y Comunicación Social

Ediciones en Vivo

Calle 23, No. 258, entre L y M

Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba

CP 10400

 

 

E-mail:[email protected]

[email protected]

www.tvcubana.icrt.cu

 

Índice de contenido
Prólogo
Prefacio
España, 1936…
La chica del tranvía
La familia
Las lentejas
El líder
Como en un cuento de Pepito
Mil Diez
Don Juan y el cañonazo de las nueve
Estrellita
Costumbres
La peseta en el laguito
Boda, luna de miel, los hijos y las viviendas
Llega la televisión
La locución comercial y algo más
Frases comerciales y otras que no lo fueron
Volviendo a la locución comercial
¿No quieres mojarte?
Carnavales en Santiago de Cuba
El tío Pepe
Las imágenes del 13 de marzo de 1957
La multa
Primero de enero de 1959
La nueva televisión
La pelota
Narrador de béisbol y amante del deporte
Se despide de la locución comercial
La cajita de talco
El acto que terminó temprano
Año 1975: Primer Congreso del PCC
Un par de cervezas
Una carta
Pifias en vivo…
Manolo, ¿tú te tiñes el pelo?
¡Eres un calvo!
Los trajes de manolo
Un tipo inquieto
Arroz frito
La noticia del “Capablanca” y algo sobre ajedrez
Más ajedrez y la muerte de un reloj
La música
La música choca con el ajedrez. Manolo apoya y aconseja
No podía faltar
Viajes a Europa
Mucho trabajo y vuelo conjunto
¿Vestido de cosmonauta?
Un paciente indisciplinado
“Tres medallas”
La leyenda del Alfa Romeo
El arca y sus viajeros
Seguimos en el Arca de Noé
La tosferina
Manolo, Rubén, las guaguas y el ejemplo
Los nombres de los hijos
Sorprende a los jóvenes
Mantener la forma física
Los pequeños “Ortegas” invaden los estudios de TV
El león isleño
Manolo el despistado
El cumple de Horten. Cosas de Manolo
Las cosas del “viejo”
Nochebuena con “el bravo”
Un avileño orgulloso de serlo
Momentos difíciles
La presentación no planificada del jefe
Apuntes sobre las movilizaciones
Alfabetizador
De otras cartas de Manolo
En la caña
Girón: recuerdos y anécdotas
“Mercenarios por compotas”
Jubilación “jubilosa”
Accidente
Setenta años…
Comienzo del declive
Héroe del trabajo de la República de Cuba
Pero nos entendemos
La despedida
Las comparaciones
Volvemos a la radio
Currículum y compendio de datos biográficos
Manuel Ortega Romero. Datos biográficos
En familia
Los compañeros del medio
Dos hermanos
Algunas consideraciones finales
Opiniones y testimonios
Anexos
Algunos premios y condecoraciones
Bibliografía
Datos del autor

Ya sé que quedarán las fotos. El tiempo va a pasar y cuando uno se olvide o todos nos vayamos olvidando, las fotos nos lo irán devolviendo. Lo veremos otra vez, pero ya no será el mismo. Estará inmóvil, detenido en un gesto, en un momento perdido en las cifras de una fecha, y uno prefiere recordarlo, no así, no como quedó en el papel, sino como era de verdad.

Eduardo Heras León.

“Urbano en la muerte” (Acero), en Cuentos Completos

A Hortensia, mi madre.

A la Editorial EnVivo, que ha hecho posible esta publicación. A la locutora y escritora Josefa Bracero, colaboradora y prologuista del libro, quien con el paso del tiempo se convirtió en la madrina del proyecto. A mi esposa Nereyda, por su apoyo e infinita paciencia. Simplemente, por estar. A mi familia, en especial a mi hermano menor, Rubén, importante colaborador por sus aportes al libro. Al locutor César Arredondo, por su apoyo desinteresado y las interesantes anécdotas que aportó a la obra. A la periodista Paquita de Armas Fonseca, quien apoyó con entusiasmo el proyecto

aunque lamentablemente no pudo ver su culminación. Al pueblo de Cuba, la “familia grande” de Manolo.

Prólogo

Hace unos meses se me acerca una persona que hace una investigación, con el fin de enriquecer el libro que escribe sobre su padre. Y con infinito placer le envío unas cuartillas con aspectos conocidos sobre el artista de la palabra, que además es uno de los profesionales que me evalúan como locutora en 1970. Ilustre personalidad de la cultura nacional a cuyo lado tengo el honor de debutar en la televisión cubana, en una fecha significativa de la patria, el centenario de la caída en combate del Mayor General Ignacio Agramonte.

Después, con el libro terminado, este autor me pide que lea su obra y le de mis criterios, y si lo tuviera a bien le gustaría que la prologara, lo que siempre me honra.

Confieso que tengo mucho respeto por el prólogo de una obra, pues no siempre se alcanza a expresar los valores de tal empeño literario. Porque es el texto preliminar de un libro que sirve de introducción, de invitación a su lectura.

Pero al leer estas cuartillas disfruto mucho con este desgrane de recuerdos escritos con letras que salen del corazón. Es sencillamente un libro distinto, atípico, pero encantador.

Es cierto que de Manolo Ortega se ha escrito, aunque no lo suficiente para su grandeza, pero se hace desde los aspectos de su meritoria historia política, profesional y revolucionaria. Aspectos que le validan el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.

Pero lo que hace este autor con la obra que ahora escribe, es presentar a Manolo ante un pueblo que lo recuerda y quiere, con la mirada de otro Ortega, también llamado Manolo, su primogénito, como un HÉROE DE LA VIDA.

Lo que cobra mayor valor porque sale de los recuerdos más íntimos de un niño, el hijo primero que ve crecer a su padre día a día con todas las cualidades que bien pueden estar dispersas en varias personas, y aquí las letras logran descubrirlas, y adjudicarlas a una sola.

Esta obra no muestra solo al hombre elegante, de traje y corbata, el profesional del habla con un estilo depurado, una impecable dicción y un sello personalísimo, ni siquiera el combatiente de las causas justas.

Es el Manolo Ortega más allá de todos los atributos valederos de su vida política, laboral, revolucionaria.

Aquí se devela el alma de la persona; tal pareciera que el hijo-escritor-doctor en Medicina, penetra en el corazón del padre para mostrar la grandeza que lo lleva a transitar con orgullo por la vida, ofreciendo amor.

Porque Manolo Ortega es el eje principal de una familia ejemplar. Donde se alza la figura del esposo que hace del hogar un remanso de amor y de paz. Se trata del padre que educa a partir del respeto y el ejemplo personal. El padre que sus hijos ven además como el compañero, el amigo al que siempre acuden en busca de un consejo. El que cuando es necesario, los estimula y ayuda a lograr sus sueños.

Trata y logra facetas, ocultas para la gran mayoría, del hombre amante del deporte y sensible ante las bellas artes, con lugar privilegiado para la música de concierto y el jazz, con una colección de piezas envidiable y, en su momento como autor musical, o simplemente como el amante de su jardín y las orquídeas que cultiva.

Me enternece mucho lo del día que su niña cumple catorce años, y la sorpresa del padre que valora el amor que tiene por la nueva trova es llevarle a Silvio Rodríguez para que le cante sus canciones preferidas.

Esta obra tiene un muestrario, bien escogido, de fotografías de familiares, compañeros y amigos, que promueve la lectura, y más cuando se ubican en el texto donde se hace alusión a las anécdotas o pasajes que los vincula a ellos.

Anécdotas o pasajes relacionados con el andar por la vida de Manolo, con ese humorismo criollo innato que aquí se manifiesta y que la familia y los amigos allegados disfrutan. Todo unido a la forma en que están escritos hace que esta sea una lectura amena, que estoy segura el pueblo agradece.

Todo lo que he leído me conmueve, en especial la presencia en la obra de Estrellita, como siempre le digo, la dulce amiguita de los niños en un programa infantil, considerado un clásico del Canal 6 durante algunos años. Ella, la muchacha quinceañera que conoce a Manolo en la Emisora Mil Diez, se llama Hortensia Soto. Allí florece, ante los micrófonos de la radio, rodeados de la música y las palabras, el amor que dura hasta que la muerte los separa en 2003.

Para él, su Estrellita siempre es la novia, la esposa, la compañera, la madre de sus hijos… Trabajadores de la televisión comentan que a Manolo no se le puede convocar en el horario del programa infantil de Estrellita.

Entre las fotografías, existe una que guarda un precioso recuerdo, como todas, pero este es muy personal. Se trata del brindis de su boda. Las copas de entonces, sirven a la celebración cada año del aniversario, y actualmente sus hijos las guardan con cariño.

Entre mis canciones preferidas esa de Alberto Cortés, Te llegará un rosa cada día. Con la diferencia que se hace cuando el cantautor está lejos del hogar.

Pero Manolo entrega una flor cada día a su Estrellita.

Del autor de esta obra, el doctor Manolo Ortega Soto, solo decir que sirva este hermoso homenaje para expresar que en el transcurso de las conversaciones puedo conocer que el autor no solo es el médico dedicado a la Medicina en Cuba, lo hace también, en tres países donde ofrece su altruismo.

Además detrás del médico consagrado a la salud de su pueblo, está el ajedrecista de competencias y el amante de la música que practica en su tiempo joven, alentado por su padre.

No digo más “novato-viejo con pretensiones de escribidor”, como te calificas, doctor Manolo Ortega Soto. Esta obra es un gran homenaje a tus padres y un regalo que los amigos y el pueblo todo, estoy segura, agradece.

 

Josefa Bracero Torres

 

Prefacio

Con cierta frecuencia voy al Cementerio. Casi siempre en fechas señaladas en relación con mis familiares que allí descansan. En una de esas ocasiones, mientras caminaba hacia la salida, iba como habitualmente hago, observando nichos y panteones, unos monumentales y otros más discretos, unos con nombres reconocidos en la historia y otros no y pensé que cada una de esas tumbas guardaba los restos de personas que vivieron sus propias historias y que cada una de esas historias podía ser interesante, aunque en la gran mayoría de los casos quedarían olvidadas con el tiempo luego de la desaparición de quienes los conocieron. Miles de ellas.

Desde la muerte de mi padre comencé a incubar la idea de escribir un libro acerca de su vida. No un libro donde se recreara todo lo que de él se conoce por la prensa, la TV, los reconocimientos recibidos. Por supuesto, haciendo uso de todo esto, pero intentando presentar a Manolo no solo como el hombre de la radio y la televisión, desde la etapa de locución comercial hasta la de presentador de actos oficiales, sino desde una visión más cercana al hombre de familia, el padre, el esposo, el amigo, el ser humano, el cubano…

Algunas personas le sugirieron que escribiera sus memorias. Nunca tuvo la intención de hacerlo. No sé si por su innata modestia o porque le parecía que eso lo hacían los que intuían cercano el final de sus vidas, probablemente sintiendo que ese momento aún estaba lejos. Muchas veces, cuando alguien le preguntaba su edad, simplemente respondía: “el 28 de noviembre de 2021 cumplo cien años”. 

 

Tampoco era hombre de andar contando anécdotas. Cuando se trataba de lograr que expresara sus vivencias o algunas historias de su vida siempre buscaba el modo de desviar la conversación hacia otros temas. No le gustaba hablar de sí mismo. Por ello, a pesar de que aquí aparecerán numerosas anécdotas y se describirán muchos momentos interesantes de su andar por la vida, siempre quedarán cosas que nunca serán contadas. Quizás en un futuro se conozcan otras historias, más o menos reales, que permitirán ampliar, o no, estos relatos. Las que cuento, porque las viví, son ciertas. Las que me contaron, espero que también lo sean. No tengo vocación de hagiógrafo. Solo voy a relatar algunos episodios de la vida de un extraordinario hombre común.

España, 1936…

El país se ha convertido en el epicentro político del planeta. El fascismo trata de aniquilar la República y el pueblo español se ve envuelto en una guerra que arrasa la nación con su inevitable secuela de muerte y destrucción. El mundo se polariza y frente a las corrientes allegadas al fascismo, la solidaridad mundial se hace presente de muchas formas. El apoyo a los republicanos lleva incluso a la constitución de Brigadas Internacionales, también en Cuba, para combatir en la península a los fascistas.

Un niño de 14 años quiere incorporarse a las filas de los combatientes republicanos. Un bombardeo a Valencia, ciudad en que reside, donde ve morir destrozadas muchas personas, incluyendo la madre de un amigo, termina por hacerle tomar una decisión definitiva. Sus tres hermanos mayores ya lo habían hecho, pero a él, militante de la organización “Jóvenes Alertas”, de corte socialista, por ser menor de edad no le permiten alistarse. Entonces, para lograrlo, falsifica la firma de su padre en una carta de autorización y de ese modo burla la prohibición al reclutamiento por su corta edad, se une al Ejército Republicano, con el que participa en importantes batallas y de paso deja atrás tempranamente su infancia y se convierte en un hombre adulto-soldado-revolucionario en la lucha que cambiaría para siempre el rumbo de su vida y moldearía un carácter que lo llevaría a forjarse una personalidad recia, propia para enfrentar con decisión las múltiples situaciones que se presentarían en su historia posterior.

Manolo fue el cubano más joven entre los que pelearon en las filas republicanas durante la guerra. Formó parte de la Oncena División del Quinto Regimiento bajo las órdenes del general Lister, participando en combates como las batallas del Ebro, El Elisa, Aragón, Teruel y otros, cumpliendo tareas primero en la infantería y posteriormente en radiocomunicaciones.

La guerra lo endurece. Caen compañeros a su lado. Un morterazo que estalla cerca mata a un amigo y a él lo deja inconsciente, pero poco después logra recuperarse. En una ocasión, junto a varios camaradas, se ve aislado de su tropa en territorio enemigo durante casi dos semanas, sin alimentos y en riesgo de ser descubiertos. Los salva un contrataque republicano que les permite volver a reunirse con los suyos.

A pesar de la heroica resistencia de los republicanos ante fuerzas superiores, los fascistas resultaron vencedores, apoyados desde el exterior por gobiernos que no veían con buenos ojos el surgimiento de una República Española con clara tendencia socialista luego del triunfo de la Revolución de Octubre y del nacimiento de una Unión Soviética cada vez más fuerte. Después de la derrota militar un gran número de combatientes republicanos logró llegar a Francia atravesando los Pirineos y entre ellos se encontraba Manolo, quien antes de llegar a su destino desarmó y arrojó a un precipicio su pistola “Astra”, única arma que conservaba, “para que no fuera a dar a manos enemigas”. Una vez en territorio francés, fueron confinados a campos de concentración. Mi padre fue internado en el de Saint Ciprien, donde permaneció durante varios meses junto a sus compañeros, (“pasamos hambre… llegué a pesar 120 libras”) hasta que, después de escribir una carta (“en papel de cartucho”) al consulado cubano, logró ser repatriado a Cuba, su país natal. Debo aclarar nuevamente que él no había viajado con las Brigadas Internacionales, sino se había incorporado a las fuerzas republicanas desde la propia España, donde residía, aunque ya en el campo de concentración pudo reunirse con los cubanos que formaban parte de ellas, lo que ayudó a su repatriación. El 27 de mayo de 1939 arribó al puerto de La Habana a bordo del vapor “Orduño”.

Ya en La Habana comenzó para él lo que llamó “La Guerra del Pan Duro”… Tuvo que agenciárselas de muchas formas para poder ganarse la vida, pernoctando en el local de los “Jóvenes del Pueblo” (la organización juvenil del Partido Socialista Popular) o en casa de algún compañero, de alguna familia amiga, e incluso en una casa de huéspedes, mientras realizaba diversos trabajos: mozo de limpieza en la Cooperativa Fotográfica de Prado (por 3 pesos semanales), ayudante de un mecánico que le pagaba un peso por cada motor que limpiaba, mensajero en bicicleta para “Galbán e Hijos”, donde fue cobrador a comisión llegando a obtener un salario fijo de 75 pesos mensuales y pase para los ómnibus.1 Tenía en esa época 19 años. Mientras, se incorporó al trabajo político con los “Jóvenes del Pueblo” (después Juventud Socialista), organización que entonces tenía como dirigente a Severo Aguirre y más tarde a Flavio Bravo, participando en charlas sobre la Guerra en España y otras tareas. El apoyo de sus compañeros fue muy importante para él, que era el más joven del grupo. Manolo ha referido en algunas entrevistas que le resultaba simpático que estando en España le llamaran “el cubanito” y, ya en Cuba, “el galleguito”. Y esto le valió que siempre lo designaran para ir a la bodega o tienda de un español, cerca de su alojamiento, a buscar, con unos pocos centavos, algo de comer. El hombre le tenía simpatía a Manolo porque este, aunque joven también era serio y respetuoso y conservaba las “zetas”, por lo que les daba galletas, queso y alguna que otra cosa por encima de los “quilos” que le pagaban los muchachos.

 

 

Manolo con unos amigos, poco después de llegar a Cuba tras la guerra en España.

 

 

Con amigos en sus primeros tiempos en Cuba al regreso de España.

Aquí debo señalar que en esos momentos se había desencadenado la Segunda Guerra Mundial, de la cual la contienda en España había sido un triste preludio. Manolo, que tenía frescas en su mente las heridas de la batalla y conocía los peligros que se derivarían de concretarse el triunfo del fascismo, estaba atento al desarrollo de los acontecimientos. En un documento del Ministerio de Defensa Nacional relativo al Servicio Militar Voluntario para luchar fuera de Cuba contra los Ejércitos Totalitarios, aparece inscripto el Sr. Manuel Ortega Romero con el número 717, radicado en La Habana, el 18 de noviembre de 1942, siendo el Oficial Reclutador el Dr. Aníbal Ortega Fernández, Teniente Auditor de la Marina de Guerra. Afortunadamente la conflagración finalizó con la derrota del nazi-fascismo y él no llegó a tener participación en ella.

Por esa época su vida se desenvolvía en los alrededores de La Habana Vieja, el Puerto de la Habana, el Paseo del Prado, la Playa de Marianao, el Cerro… Era un tipo inquieto, simpático, agradable, que se autocalificaba como “bohemio”, mientras trabajaba en lo que apareciera.

 

La primera fotografía que envió a la familia de España. Tenía 19 años y comenzaba en la radio.

Fue aprobado para trabajar como locutor en 1940. Su carrera como locutor de radio comenzó ese mismo año en la CMCA, en un programa llamado “La Hora de la Juventud” que tenía la Juventud Socialista. Después hacía los programas del Partido Socialista Popular “Doctrina de Acción” y “Orientación Popular” en la emisora CMBC, alternando con trabajos en pequeñas emisoras comerciales, mientras cumplía con otras actividades políticas con el Partido Socialista Popular (PSP). Sin embargo, no fue hasta septiembre de 1946 que recibió su Certificado de Aptitud, expedido por la Dirección de Radio del Ministerio de Comunicaciones que lo autorizaba a actuar como Anunciador o Locutor de Estaciones Radiodifusoras. El 18 de agosto de 1947 fue aceptado por el Colegio Nacional de Locutores, cumpliendo un Acuerdo de su Junta de Gobierno en reunión realizada el 28 de diciembre de 1946.

 

 

Carné de identificación como locutor de radio.

 

 

Certificado de Aptitud para actuar como anunciador o locutor de radio.

1 En una entrevista publicada a principios del año 50 del siglo pasado, el periodista señala que Manolo, en su primer día como mensajero, regresó a “Galbán e Hijos” con la bicicleta desbaratada. Eso nunca sucedió. Al parecer el articulista utilizó eso como “gancho” para llamar la atención de los lectores.

La chica del tranvía 

El joven Manolo montó en el tranvía y se sentó junto a una ventanilla, mientras recorría con la vista los anuncios, los rostros de los viajeros… hasta que la vio. Estaba sentada algo más adelante, casi frente a él. Joven, bonita. Sus miradas se cruzaron un par de veces.

Él puso en práctica sus artes de conquistador. Mirando fijamente a la joven, extrajo sus cigarrillos del bolsillo de la camisa. Comenzó el acostumbrado ritual de golpear ligeramente los extremos de un cigarrillo sobre la cajetilla para compactar la picadura, lo que hacía siempre de modo hábil y con elegancia. Solo que esta vez midió mal y el cigarrillo salió volando como una bala por la ventanilla hacia la calle.

No volvió a mirar a la muchacha. Se bajó inmediatamente y continuó su viaje a pie, apenado por el papelazo, mientras el tranvía proseguía su marcha llevándose a la causante del pequeño accidente. No volvió a encontrarse con ella jamás, pero no olvidó la anécdota, que nos contó entre risas.

La familia

Manolito a los dos años.

Nació el 28 de noviembre de 1921, aproximadamente a las 6 de la mañana, en el domicilio de la familia, en el entonces Hotel Isla de Cuba, ubicado cerca de la estación ferroviaria, del que era propietario el padrino de su hermanoÑico, un señor llamado Antonio Bolaños. Este local, que después se convertiría en Instituto de Enseñanza y más adelante en viviendas, radicaba en la calle Simón Reyes, Ciego de Ávila, antigua provincia de Camagüey en Cuba. Sus padres, Pedro Ortega Esparza, natural de Islas Canarias y Josefa Romero Rivelles, valenciana, administraban el hotel desde años atrás. Habían venido de España con 3 hijos, Pedro, José (Pepe) y Antonio (Ñico). En Cuba nacieron otros dos: Manolo y Josefina (Finita). Es posible que hubiera otro hermano, tempranamente fallecido, que tendría un nicho en el cementerio de Ciego de Ávila, pero desconozco los datos. El negocio no marchaba bien y regresaron todos a España cuando Manolo contaba con unos 5 o 6 años de edad, radicándose en Valencia. Allí mi padre vivió y estudió hasta el estallido de la guerra. Manolo comenzó a estudiar en un Colegio de curas del que escapó inconforme con la disciplina y los castigos que se aplicaban y no pudieron convencerlo de regresar. Después estudió Comercio en una escuela donde realizaba labores de limpieza a cambio de su educación. Luego de haber regresado a Cuba en 1939 no volvió más a España hasta 1984 en ocasión del viaje de antiguos combatientes cubanos de la Guerra Civil Española invitados por el gobierno de ese país, pero no pudo reunirse con sus familiares hasta un segundo viaje en 1996, es decir, 57años luegode su regreso a Cuba después de la guerra, tiempo en el que solo supo de ellos a través de cartas, hasta su reencuentro en esa fecha. Ese mismo año, unos meses más tarde, volvió a viajar a España junto a un grupo de combatientes internacionalistas, pero en esa ocasión no se reunió con la familia.

Para ese entonces habían fallecido sus padres y su hermana Finita.

 

 

Josefa, la madre.

 

Pedro, el padre. Después de partir hacia la guerra, Manolo no volvió a verlo. Falleció en 1939, el mismo año en que Manolo arribó a Cuba. 

 

Con su hermano Pedro, el mayor, en 1996.

 

El segundo hermano, Pepe, con el autor en 1955.

 

 

Antonio (Ñico), el tercer hermano, con su esposa, en 1996.

 

En el extremo izquierdo Josefina (Finita), la hermana menor. A su lado, la mamá Josefa.

Las lentejas 

Ese día la familia se reunió en torno a la mesa como tantas otras veces a la hora del almuerzo. La situación económica era difícil y la madre sirvió lo que había: lentejas.

Manolito, el más pequeño de los hijos varones, protestó. No le gustaban las lentejas y dio la perreta. No las comió. Ni tocó el plato. Finalizado el almuerzo, la madre retiró el servicio.

Por la tarde ¡Sorpresa! Hubo carne en la cena. Todos, contentos, recibieron su ración, excepto Manolito, el malcriado, frente al cual la madre plantó de nuevo un plato de lentejas.

Esta vez la protesta fue intrascendente. Aprendió la lección rápidamente. Y para siempre.

Aunque… años después reaparecieron las lentejas… Tomo lo que sigue de unos apuntes de mi madre

 

Comía con mucho placer, pero a veces era exagerado cuando estaba trabajando fuera del país y algún compañero cubano lo invitaba a su casa a comer en familia. Lo sé porque al regresar me contaba y yo no podía creer que había comido tanto. Yo le decía que le había hecho tantos estragos a esa familia que nunca más lo volverían a invitar… ¡Qué va, si son muy buena gente y la mamá estaba tan feliz porque todo me había gustado que quería que volviera antes de venir para acá!

Yo lo miraba y recordaba cuando mi madre lo invitó a comer en casa por primera vez: “Me encantaría… si no ponen lentejas. Yo como cualquier cosa menos lentejas”. Entonces contó que en el campo de concentración volcaban un saco de lentejas en un tanque de agua y sin lavarlas ni sazonarlas las cocían y eso era lo que les daban. Por supuesto que mami no le hizo lentejas esa vez pero, tiempo después, cuando había más confianza, le dijo: “Yo le voy a quitar esa idea y usted va a ver que las lentejas le van a gustar”. Y así fue.

 

El líder 

Desde su infancia “Manolito” se caracterizó por su carisma y poder de convencimiento. Aunque era modesto y hasta algo tímido, no dejaba de ser audaz si había tomado alguna decisión respecto a determinado asunto. Y eso lo convirtió a veces en líder de grupo.

Como aquel día en Valencia, cuando decidió invitar a unos amiguitos a visitar a la tía Pepeta, que era excelente cocinera y repostera. A los muchachos se les hacía la boca agua pensando en los sabrosos manjares y confituras que Manolín les describía y juntos salieron hacia casa de la tía. Caminaron durante más de dos horas a campo traviesa. Llegaron muertos de cansancio a su destino, solamente para enterarse de que Pepeta no se encontraba porque había ido a pasar unos días a casa de su hijo en la ciudad. Así, se vieron obligados a regresar sin probar bocado.

Con mucho esfuerzo mis abuelos paternos lograron conseguir matricular al Manolito en una escuela de curas. De esa forma podría recibir una buena educación… y buena comida. Pero la disciplina se imponía a base de severos castigos. Allí era válido aquello de “la letra con sangre entra”. Cuando algún niño cometía una falta lo hacían arrodillarse sobre granos de maíz o frijoles, o los hacían poner los brazos en cruz mientras sostenían en las manos pesados libros. A veces los ponían de pie en un rincón del aula, de espaldas a la clase durante horas. Y los “reglazos” en las manos estaban a la orden…

Manolito decidió, aunque le costara dejar de comer bien, poner fin al abuso y las humillaciones y se fugó del colegio (y de paso se llevó con él a varios compañeros). No hallaron sus padres manera de convencerlo para que regresara. Esta firmeza en mantener sus decisiones lo llevaría pocos años después a alistarse en las tropas republicanas durante la guerra contra el fascismo a pesar de la prohibición de hacerlo por su corta edad.

Una tarde el grupo de “fiñes” se reunió para ir a ver unos filmes de terror en el cine del barrio. Y cuando salieron ya era de noche. Un poco nerviosos iban por el camino comentando las películas, pero el “líder”, para demostrar que nada lo asustaba, adoptaba un aire despreocupado, con sus manos en los bolsillos y silbando alguna tonada. La “tropa” iba reduciéndose a medida que los niños iban llegando a sus casas y el que más lejos vivía era Manolito, por lo que al quedarse solo, el valiente y sereno líder se olvidó de silbar, sacó las manos de los bolsillos y echó a correr desenfrenadamente hasta arribar, sano y salvo, aunque un poco sofocado, al hogar de la familia.

Como en un cuento de Pepito 

Entre usted en un edificio de apartamentos y lleve consigo una cuerda. Ate un extremo de esta a la manija o tirador de una puerta. Luego ate el otro extremo a la manija o tirador de la puerta de enfrente, de modo que la cuerda no quede totalmente tensa.

Cuando se haya asegurado de que ambos extremos estén firmemente atados a las manijas, golpee desesperadamente ambas puertas y retírese a una distancia prudencial. Cuando uno de los inquilinos intente abrir su puerta, la cuerda le impedirá hacerlo totalmente y, cuando el otro abra la suya, la primera se cerrará dando un portazo. Aquel tratará de abrir nuevamente y cerrará de golpe la puerta del segundo, y así seguirá el concierto, acompañado de imprecaciones y recordatorios a la madre que parió al gracioso que hizo eso. Mientras, usted, chiquillo travieso, se retirará riendo y gozando de lo lindo mientras aquellos tratan de resolver el problema.

¿Quién me enseñó eso?

Se lo dejo de tarea…

Mil Diez 

 

Manolo en la Emisora Mil Diez leyendo mensajes y telegramas por la muerte de Jesús Menéndez (1948).

 

Después de aquellas primeras charlas sobre la Guerra Civil española, en las que se presentaba como orador de tribuna, comenzó a participar en algunos espacios en la radio: La Hora de la Juventud en la Emisora CMCA ubicada en Galiano y Neptuno (1940) y otros del Partido Socialista Popular en CMBC, como fueron Orientación Popular y Doctrina de Acción,