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Los lugares cercanos y entrañables que en “María Luisa” aparecen y muchas de cuyas peculiaridades trato de dibujar con mayor o menor acierto, se dejan retratar por mí sin protestar demasiado, y sus encantadoras gentes no renuncian a respetar mi antojo de crítica –espero y deseo que casi siempre en la bonanza– sin la necesidad o el descuido de hacerme saber los efectos de la contrariedad que pueda provocarles el ataque, tal vez inoportuno, a su intimidad, que la intromisión en sus preciosas vidas les pueda provocar con mi descarado y sonrojante proceder.
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Veröffentlichungsjahr: 2021
María Luisa
––––––––
Francisco Soler Guevara
Editorial Alvi Books, Ltd.
Realización Gráfica:
© José Antonio Altas García
Copyright Registry: 2112270119134
Created in United States of America
© Francisco Soler Guevara, Almería (Andalucía) España, 2021
ISBN: 9781005972547
Producción:
Natália Viñas Ferrándiz
José García Álvarez
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del Editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes del Código Penal Español).
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Also by Francisco Soler Guevara
En el Umbral del Misterio
Entre Priscila y yo
María Luisa
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Título
Derechos de Autor
Also By Francisco Soler Guevara
María Luisa
CAPÍTULO I: | AGOSTO DE 1940
CAPÍTULO II: | SEPTIEMBRE Y OCTUBRE DE 1940
CAPÍTULO III: | NOVIEMBRE Y DICIEMBRE DE 1940
CAPÍTULO IV: | ENERO Y FEBRERO DE 1941
CAPITULO V: | MARZO Y ABRIL DE 1941
CAPÍTULO VI: | MAYO, JUNIO, JULIO Y AGOSTO DE | 1941
CAPÍTULO VII: | CUATRO AÑOS DESPUÉS. | SEPTIEMBRE DE 1945.
CAPITULO VIII: | LA VISITA DE FRANCISQUITO. | REPARACION DEL VERANEO.
CAPITULO IX: | GARRUCHA. VERANO DE 1946
CAPITULO X: | MAYO DE 1951. FEDERICO APRUEBA | SU INGRESO DE BACHILLER.
CAPITULO XI: | VERANO DE 1951. | LA VISITA DE ERNESTO.
CAPITULO XII: | VERANO DE 1956.
CAPITULO XIII: | EL PADRE DE FEDERICO PROPONE QUE EL MUCHACHO INICIE EN MADRID SUS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS.
CAPITULO XIV: | APARECE LO INESPERADO.
CAPITULO XV | SE INICIA UNA NUEVA ETAPA
CAPITULO XVI | EN SALAMANCA.
CAPITULO XVII | EL TIO MANUEL VISITA SALAMANCA.
CAPITULO XVIII | MI BODA ES COSA DE SEIS.
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About the Author
About the Publisher
A mi queridísima hermana Ana
A Charo, mi mujer, y a mis hilos Andrés, Mar y Charo. A mis queridos amigos Miguel Ángel y María.
A José Manuel Jiménez, gran amante de la música.
“MARÍA LUISA”
PERSONAJES:
Francisco Soler Guevara: autor de este libro. En la novela, poeta amigo de Manuel Unzurrunzaga Casanova. Es un maestro jubilado, nacido en Cuevas del Almanzora pero con residencia en Almería. Veranea en Garrucha, en donde no nació por sólo tres días. Está casado y tiene tres hijos.
Federico Sáez de Guetaria: protagonista de la novela. Aún no nacido al comienzo de la misma.
María Luisa de Guetaria y Unzurrunzaga: hija de Ildefonso y Ma de la O. Coprotagonista. Joven madre de Federico.
Clara de Guetaria y Unzurrunzaga: hermana menor de Ma Luisa
Ildefonso de Guetaria Herráez: armador en Bilbao. Padre de María Luisa y de Clara.
María de la O Unzurrunzaga Casanova: esposa de Ildefonso y madre de Ma Luisa.
Manuel Unzurrunzaga Casanova: hermano de la anterior. Viudo desde hace cinco años, cuando su esposa Matilde falleció al dar a luz a su única hija, también Matilde.
Matilde Rojas Serrano: natural de Cuevas del Almanzora. Fallecida esposa de Manuel.
Matilde Unzurrunzaga Rojas (Mati): hija única de ambos. Pasa el verano en Lorca, en casa de su tía Carmen. Once años de edad en el verano de 1946
Lola, Begoña y Martina: compañeras (no muy cordiales) de Mati en el Colegio del Pilar.
Tere, Manoli y Berta: compañeras de Mati en el Colegio del Pilar. Doce, trece y trece años en el verano de 1946
Carmen Rojas Serrano: hermana menor de Matilde. Casada en Lorca con un industrial cárnico.
El ama: anciana criada en casa de Manuel. Dio el pecho, de bebé, a su señor. De ahí su nombre.
Francisco Sáez y Sáez: futuro padre de Federico.
Ernesto Sáez y Pérez: abogado que ejerce en Madrid y veranea en Garrucha. Padre de Francisco y futuro abuelo de Federico.
Guillermina Sáez Montes: esposa del anterior. Es su prima segunda.
Idoia Azpiazu Mola (“la tata”): criada de la “familia de Guetaria”. En casa de toda la vida.
Ramona Azpiazu Mola: hermana de Idoia.
Trini Quesada Mula: ayudante de Ramona.
Carmen Sánchez Fernández: empleada doméstica, vecina de la casa de D. Manuel.
Blanca Caparrós Mula: vecina en Cuevas del Almanzora de Manuel Unzurrunzaga. Señora a cuyo servicio trabaja Carmen Sánchez.
PedroMenaSalvador: marido de Doña Blanca. Delegado de la juventud y encargado de protección de menores de Cuevas.
Dolores “la Billetes”: gracioso personaje se Cuevas.
Sara: empleada de servicio de origen gallego. De carácter temeroso y apocado.
Loles Martínez Salvatierra: ayudante de cocina. Venida con el resto de “casa” desde Bilbao.
Antonio Guirado Torres: humilde pescador, con esposa y cinco hijos varones.
Josefa: esposa de Antonio.
Mario: hijo mayor de ambos.
Concepción Castro Casanova (tita Concha): de Cuevas del Almanzora. Veraneante en El Pozo del Esparto, pedanía de Cuevas. Vecina en la calle del Rosal de Cuevas del Almanzora. Íntima amiga, con sus hermanas menores, de Ma Luisa.
Ana Castro Casanova: hermana de Concepción.
Carmen Castro Casanova: hermana de Concepción y Ana.
Alberto Castro Gómez: (D. Albertín). Bajo de estatura. Padre, viudo, de Concepción, Ana y Carmen.
Atanasio de Oria Alarcón: médico de cabecera procedente de Cuevas del Almanzora. Veraneante en Garrucha. Amigo íntimo de Manuel Unzurrunzaga. Los miembros de la familia de Guetaria son ocasionales pacientes suyos. De carácter cálido y afectuoso.
Carlos de Oria Navarro: sobrino de D. Atanasio. Gentil protector de Mati en el triste episodio de la cartera y su casual pareja de baile en la danza de las cerezas. En el verano de 1946 ha cumplido ya trece años.
MIEMBROS DE LA CUADRILLA (PANDILLA) DE Ma LUISA
en 1940:
1°-M Luisa: 17 años. Canta y toca la guitarra. 2°-Clara: 13 años. Canta.
3°-Francisco Sáez y Sáez (Paco o Paquito o Francisquito): 19 años. Compone, canta y toca la guitarra.
4°-JoséMartínezBravo (Pepe o Pepito): 20 años. Toca la bandurria.
5°-Rosa de Oria Pérez (hija de D. Atanasio, el médico): 16 años.
Toca la guitarra.
6°-Carlos Ruiz Palomares: 18 años. Canta y se defiende con el violín.
7°-Pedro Ruiz Palomares (hermano de Carlos): 16 años. Barítono. No toca ningún instrumento pero tiene una gran voz. En la rondalla suele ser el solista. Acompaña con enorme precisión la voz de Clara.
8°-Carmen Toledo García: 14 años. Canta muy bien.
9°-Ramiro Toledo Márquez (primo de Carmen): 15 años. Hace acto de presencia en todas las reuniones. Es el chistoso del grupo. No toca ningún instrumento. Tampoco canta.
10º -José Sánchez Soler (el otro Pepe o Pepito): 17 años. Siempre con la sonrisa en la boca. Ni canta ni toca instrumento alguno. Es un excelente muchacho. Todos le quieren.
11°-Gloria Serrano Caparrós (prima segunda del anterior): 18 años. Es la organizadora del grupo. Todo lo lleva in mente. No se le escapa detalle alguno. Toca maravillosamente bien la guitarra aunque no suele cantar. Tiene un oído privilegiado. Como puede notarse, es la mayor de las chicas e íntima de Ma Luisa.
12º -Dolores Serrano Caparrós (hermana de Gloria): 13 años. Con Clara, la más pequeña del grupo. Las dos chicas son muy amigas. Ni canta ni acompaña. Sólo hace que enredar.
13º -Pedro Serrano Caparrós (el mediano de los tres hermanos): 17 años. Canta y toca la pandereta.
14º -Carlos Bernabé Martínez — todos lo conocen por “Ojos de Gato” u “Ojitos” (es el más bajito): 14 años. Enamorado de Clara. Le ha cambiado la voz y canta con una hermosa voz de bajo. Hace unos solos de armónica muy bonitos. A pesar del segundo alias, sus ojos verdes son enormes.
Doña Adoración: víctima de uno de los aparecidos del cortejo fúnebre de un viernes por la noche entre las doce y la una de la madrugada.
Antonio de Mena Burgos: joven médico de Madrid. Veraneante en el Pozo del Esparto en el verano de 1941.
Cesáreo MartínezRobles: dueño de la casa que alquila Manuel Unzurrunzaga en el Pozo del Esparto para pasar el verano de 1941.
Juan de Mena Pérez: padre de Antonio de Mena. Almudena Burgos Serrano: madre de Antonio de Mena.
Damián Finisterre García: apodado el “Chulisterre”. Vecino de D. Manuel Unzurrunzaga.
José Finisterre Castro: “Pepe”. Hijo de Damián.
Juan Finisterre Castro: hermano menor de Pepe.
Gustavo Pérez Baumela: hijo de D. Gustavo Pérez Sintas, dueño de la mejor librería de Cuevas. Compañero de Federico en el Colegio del Pilar. Don Gustavo lleva a los niños al mejor bar de la ciudad para que degusten una cerveza pequeña con un gran plato de berberechos.
Inocencio Castaños Ruiz: compañero de Federico en el colegio. Su padre, Lucas Castaños Fuentes es el dueño de la mejor tienda de tejidos de la ciudad.
Andrés Chico de Cosme: es el hijo del notario de Cuevas, Don Andrés Chico Reyes. Compañero de Federico, dice ser su mejor amigo.
Emilio Cresta Colmenero: hijo de Gabriel Cresta y Parménides, teniente coronel de la Guardia Civil. Compañero de Federico
Antonio Becerra López: hijo de Antonio Becerra y Becerra, alcalde de Cuevas. Compañero de Federico
Joaquín Mesas y Mesas: hijo de Joaquín Mesas Castro, uno de los médicos —con D. Atanasio- más prestigiosos de Cuevas. Compañero de Federico en el Colegio del Pilar.
Felipe Grima Rojas: mal compañero de Federico. Sergio Toledo Poste: mal compañero de Federico. Tomás Sintas Maldonado: mal compañero de Federico. Carmelita: vecina de dieciséis años de Federico.
Engracia: madre de Carmelita.
Cosme: padre de Carmelita.
Alejandro Benavides Cruz: nacido y residente en Madrid. Inteligente chico de catorce años de edad, veraneante en Garrucha durante el verano de 1946.
Raúl Cruz Martínez: primo hermano de Alejandro. Trece años. De Madrid. Veraneante, como el anterior, en Garrucha en la misma temporada.
“Café Bar Martínez”: uno de los establecimientos de bebidas de más postín de Cuevas del Almanzora.
Martínez: dueño del café bar.
Fuensanta: esposa de Martínez.
Pedro Aguirre: ciudadano vasco. Ocasional visitante en Cuevas del Almanzora con su familia, cuñados y hermano de su cuñado.
Enrique: como de unos dieciséis años. Hijo de Pedro.
Las tres niñas en “La Glorieta”: hermana y primas de Enrique.
Justo Arregui: cuñado de Pedro.
Emilio Arregui: hermano de Justo.
Ángel: compañero de María Luisa en la Universidad de Salamanca. Es alrededor de cinco años mayor que ella. Vive en una gran casa con un precioso jardín y estudia Filología como afición ya que es muy rico y no necesita trabajar. Pertenece a la reserva como oficial del ejército. María Luisa y él se han hecho grandes amigos.
Elvira: compañera de María Luisa y Ángel en la Universidad de Salamanca.
Matilde: sirve con su marido Teodoro y su hija, Paula en la finca de Doña Clara a las afueras de Salamanca.
Don Ramiro: anciano sacerdote castrense, amigo y consejero de Ángel tras el repentino fallecimiento de sus padres.
Meses antes de que yo naciera, bajo los tranquilos ocasos, al aroma de la sal de agosto de aquel serenísimo estío, en el apacible pueblecito cuyo término municipal era —y al parecer, aunque un poco mayor, continúa siendo- el más pequeño de España, un veraneante trovador, encandilado de amor por aquella que no mucho después sería mi madre, ponía en el aire ameno, con la ayuda de varias guitarras, un laúd y una bandurria de amigos cómplices -algo más que musicales-, embobados también por la belleza de aquella joven, entonces apenas una niña de diecisiete años, los aires de la canción “de ronda” que había compuesto, arrobado, y cuya letra y partitura os voy, gustoso, a reproducir:
María Luisa de Guetaria y Unzuminzaga había aparecido a últimos de julio en Gamicha para pasar con su familia lo que quedaba de verano, aunque el padre, armador en Bilbao, hubiera de andar, a pesar del calor, yendo con frecuencia a la capital de Vizcaya para no abandonar por demasiado tiempo el negocio, aunque tuviera que hacer muchos quilómetros con su flamante Ford, pateando tenaz e impertérrito las terribles y primitivas carreteras de aquellos años, con tal de que esposa e hijas descansaran sin complicaciones lejos de la capital vizcaína. El tío abuelo Manolo, hermano de la señora y con muchas tierras en la fértil vega de Cuevas del Almanzora, en el pago de Aljarilla, junto al río que bordea la ciudad, había hablado encarecidamente a mi abuela María de la O de la belleza y bonanza de toda la costa oriental almeriense y de lo bien que irían a sus cansados pulmones olvidarse por un tiempo de la cargada atmósfera de que en aquel tiempo adolecía una buena parte de la industriosa cornisa cantábrica.
A riesgo de hacerme pesado y sin que aún les hable de mí, por el momento no nato, citaré de nuevo a mi madre, María Luisa de Guetaria y Unzumnzaga, a mi abuela, María de la O Unzumnzaga Casanova, y a Manuel, el consejero terrateniente, hermano de ésta —y, por lo tanto, con los mismos apellidos-.
Hablaré ahora del resto de la familia que visitó Gamicha aquel verano: del marido de María de la O, padre de María Luisa y por lo tanto, mi abuelo, el armador, se llama Ildefonso de Guetaria Herráez, y de Clara, por entonces de quince años, y tan guapa como María Luisa, como la más pequeña de la casa, enormemente madura para su edad, y entrañable confidente de su hermana mayor.
No os voy a decir nada de mi padre por el momento, aunque ya comprenderéis que si pretendo dejar especialmente clara la existencia de todos y cada uno de los miembros de la familia, con enorme dificultad pueda olvidar por siempre la vital presencia e identificación para vosotros del autor de mis días, precisamente porque, con mi madre y yo mismo, haya de ser uno de los personajes fundamentales para esta historia que ahora comienza. La descripción de su personalidad así como la muestra y relación con pormenores de las variopintas e innumerables muestras de su rica manera de ser —así como la de los temperamentos de cada uno de los del resto los miembros de la casa- quedarán para más tarde.
Sí que me urge decir ahora que mi querida madre tuvo conciencia de mi presencia, en su vientre, desde el mismo instante de ser engendrado, en Gamicha, en los primeros días del mes de septiembre de 1940, y pese a ser la primera vez en su vida en haber tenido relación carnal con un hombre. Ella así me confió tal circunstancia, y yo apuesto mi vida por sus palabras, toda vez que en todos los años de su larga y preciosa existencia, jamás me dijo nada que no respondiera en absoluto a la más completa verdad. No obstante, la confidencia de mi querida madre para conmigo, aunque no se hubiera producido, en nada habría cambiado mi maravilloso concepto sobre sus incontables y manifiestas virtudes, a pesar de la nefasta influencia de la mentalidad reinante entonces sobre la sociedad, los tiempos de atraso y la escasísima libertad femenina de que se adolecía en plena posguerra, aunque para mi bien yo gocé profusamente y desde siempre del apoyo impagable de la educación altamente tolerante que desde pequeño se me inculcara.
-¡Loles, te he dicho mil veces que el pescado hay que sazonarlo bien...! ¡La señora es muy exigente al respecto!
-...Pero D. Ildefonso tiene la tensión alta y no tolera la sal.
-¡El señor está en Bilbao, so despistada...! ¿Dónde tienes la cabeza? Y el resto de la familia “están” todos como rosas.
¡Como D. Manuel ponga pegas a la comida por N culpa verás el pescozón que te vas a ganar...!
-Pero, ¿cómo voy a saber yo que el amo está de viaje?
Si no salgo de la cocina en todo el santo día. Hasta el sábado por la tarde no me entero de nada, tata...
-¡Eso no es verdad, alma de cántaro! Todas las tardes, cuando acabamos en la cocina, vamos a la playa con el resto de las criadas vecinas hasta la hora de preparar la cena y en cenando, tomamos el fresco en la puerta de atrás hasta las tantas, mano sobre mano, de cháchara con las otras...
¡Cualquiera diría que llevas vida de esclava...! Y en las preciosas noches de serenata, tan frecuentes, los señores nos dejan estar con ellos en la puerta principal hasta que los y las jóvenes se retiran... ¿de verdad te puedes quejar?
-No, tata, yo no he dicho eso...Los señores son muy buenos, D. Manuel es un santo y las niñas son encantadoras. No sólo no tengo ninguna queja sino que les estoy muy agradecida a todos por lo bien que me tratan...
-Loles, el señor lleva fuera desde el viernes. Puesto que no le has visto por casa, ni durante la serenata del sábado por la noche, ni por las tardes a la vuelta del baño con las demás chicas, ya te lo podrías haber figurado, y si no, haber preguntado, que la boca la tienes para algo... ¡Ay, Señor, qué cruz! ¡Venga, fuera palique y sala la merluza de una vez que para luego es tarde! ¡Con tanta cháchara nos va a pillar el toro y cuando la señora, D. Manuel y las niñas vengan de la playa tiene que estar todo dispuesto: el aceite para el alquitrán en sus cuencos, las duchas a punto, listos los albornoces de repuesto y las toallas en su sitio...! Supongo que has puesto en hielo la cervecita del hermano de la señora; ya sabes que le gustan las aceitunas rellenas de morrón y la tápena en vinagre... Ya tengo yo a punto y bien cociditos los “clancos” (crancos) que tanto gustan a la señora con su vinito blanco. El vino está helado, debajo del hielo, en el fondo del barreño de zinc, que he puesto a rebosar. ¡Qué sería de esta casa si una no estuviese siempre en todo! ¿Has puesto las Coca-Colas de las niñas con la cerveza del señor en el otro barreño? ¿Y el agua? ¿Está fresca?
-Sí, tata, el agua, la cerveza y las Coca-Colas están como gustan a D. Manuel y las niñas, las aceitunas y alcaparras preparadas y todo lo demás, esperando a que vengan...
-Recuerda que con el aceite para el alquitrán hay que poner abundancia de trapos limpios y jabón “lagarto”. Recuerda que con el jabón normal la piel no queda bien...
¡¡Estos barcos ya podrían ser limpiados de manera que toda la porquería de sus bodegas no manchara los pies y los bañadores de los pobres veraneantes!! ¡¡Qué vergüenza, qué desfachatez y qué falta de consideración con el prójimo!! ¡¡Así revienten...!!
-Venga, tata, no te preocupes... Poco a poco nos estamos acostumbrando al problema y todos ponemos cuidado para no mancharnos demasiado. Día a día, se nota en los trapitos con aceite que desechamos que las manchas van a menos. Al final, no van a hacer falta los cuencos, porque con la ducha de los señores y las palanganas para nosotras habrá suficiente.
-¡Dios te oiga...! Bueno, creo que ya está todo, el aperitivo, el gazpacho, la merluza, las patatas panaderas, la carne y el flan. Recuérdame abrir el vino tinto para que se oxigene y el cubo con hielo para el blanco de Doña la 0. Ya sabes que la señora no prueba la carne. Sin que me consideres muy mala, ella misma lo dice riendo, compensa lo de la carne con doble ración de flan de huevo con crema pastelera... No tiene mal gusto la señora... Pero, ya están aquí... ¡y vienen pletóricos y riendo a mandíbula batiente! ¡Bendito sea Dios!
-¡Manolo, estás hecho un campeón! ¡En vez de venir del playazo parece que te has bañado en la piscina que no tenemos!
¡Hoy el alquitrán no se ha dejado encandilar por N jovial atractivo y se ha olvidado de tu cuerpo serrano! ¡Eres un dandi, querido! Las pesadillas alquitranosas del resto de los sufridos bañistas en Gamicha no te atañen y en jamás de los jamases se dirá de ti que eres “el hombre de la mancha”
María Luisa y Clara, en la mesa, se atragantan de la risa, acorde con la guasa que su madre acaba de emplear con el querido tío Manolo.
-Hermanica, para una vez que muestro alguna rara virtud que desdiga mi sempiterna falta de atención en esta placentera vida, de la que gozo en compañía de vosotras tres —mi querido cuñado siempre me deja solo-, tampoco es necesario, dado mi buen talante, tomárselo a chufla. Pero como gracias a Idoia y Loles, que cocinan, y a mi cuñado, que paga, (que no a vosotras, que me atiborráis de cuchufletas y me aburrís a ahogadillas), me alimento y bebo de locura, os perdono y, tal que el poeta y mi hermana María de la O, aprovecho mi abundante y nunca bien ponderada cultura lírica para recordar aquello de “ándeme yo caliente...” y recordaros que “El hombre de la Mancha” lo anduvo —caliente- muy rara vez.
Las dos niñas, rojas como un tomate, escupen gazpacho sobre sus blancas servilletas y, dobladas de risa, se dirigen cada una a uno de los dos baños de la primera planta.
-¡Manolo, siempre tienes que decir la última palabra...!
¡¡Estarás contento de la que has formado ante las niñas...!!
-Las niñas... no lo son tanto... Lo demuestra lo prontas de entendimiento que se las ve. Y que, en el fondo, han heredado la capacidad intelectual de algún que otro miembro de la familia.
-¡¡No serás tú!!
-Yo no he señalado a nadie. Tampoco es necesario, y tal vez ni siquiera conveniente hacerlo en este momento. Amo mi buena digestión, acabado mi flan me espera mi plácida siesta y las llagas, ajenas o propias, no necesitan uno de mis dedos precisamente. Cuando acabe la comida, sé dónde está el coñac, el café de Idoia ningún día ha faltado y si el cumplir años no proporciona sabiduría, la culpa no es de la vejez sino su consecuencia... ¡Hola, mis preciosas, jóvenes! ¡Qué bien que estéis de vuelta...!
-¡Siempre estamos de vuelta, tío...! —Dice Clara.
-¡Verdaderamente, con los tiempos que corren, así conviene, cariño! -Contesta Manuel, sonriente.
María Luisa parece que va a decir algo pero, finalmente guarda silencio. María de la O añade más crema pastelera a su flan. Idoia aparece sin decir nada y coloca el humeante café ante D. Manuel. Después se dirige a la vitrina y toma el coñac. Seguidamente, Loles hace acto de presencia en el comedor con la caliente copa globo para el licor, sobre una pequeña bandeja plateada y, poniendo ambas cosas así mismo ante el único caballero de la mesa, espera a que la tata obre en consecuencia. Ésta sirve de la botella en la copa hasta que con un leve gesto Manuel la detiene. El hermano de la señora da un sorbo y asiente con una sonrisa. Las dos criadas desaparecen camino de la cocina.
Clara continúa:
-Las paredes oyen, Tío Manuel. Y naturalmente, aunque tu ingenio verbal sea sobresaliente, nosotras no estamos sordas aún y lo de las “cuchufletas” y las “ahogadillas” creemos que sobraba. ..
-No se me escapa que a veces resulta inoportuno decir la verdad, pero en mi descargo argumentaré que siendo las féminas mayoría absoluta en casa y estando yo en tan desigual minoría, mostrar ciertos ardides por mi parte no desdice para nada mi honor de caballero sino que bien al contrario contribuye a acrecentar mi empatía con vosotras y pone de manifiesto mi absoluta falta de peligro, como desarmado e indefenso paladín que soy. Pero, ya mi acabado café enseña sus posos, el maravilloso digestivo muestra en lTl1 los cálidos efectos, aún mi extinta copa conserva su necesaria templanza y la siesta espera. ¡Muy buenas tardes, queridas mías! ¡Se os quiere!
Así mismo el Tío Manuel hace mutis por el foro y desaparece camino de su dormitorio. Al fondo, se percibe un cierto rumor de voces femeninas, pero la distancia y el volumen quedo de quienes las emiten contribuyen a no soliviantar la paz del caballero.
-¡Magnífica siesta, D. Manuel! -se desea a sí mismo.
-Buenos días, señor, Antonio, el pescador está en la puerta.
-¿Qué trae esta vez, Idoia?
-Langostas, D. Manuel.
-¿Con cuántas viene esta mañana?
-Lleva dos en el salabar.
-¿Y Cómo son?
-Muy hermosas, señor. ¡Y fresquísimas! Se mueven que da gusto verlas... Además, huelen divinamente...
-O sea, que las queremos.
-Sí señor. A Doña La O le van a encantar. Ya sabe cómo le gustan... Aún duerme, así que no se espera nada. Aunque con el aroma que dejan no tardará en darse cuenta aunque las escondamos... ¡Se va a poner de contenta!
-¿Cuánto pide?
-Un poco caras me parecen... ¡Aunque son grandísimas!
¿Quiere verlas, D. Manuel...?
-Ya las ha visto quien más entiende.
-Si usted lo dice, señor...
-¿Cuánto, Idoia?
-Diez pesetas por cada una. A la plancha, como a ustedes les gustan van a quedar divinas. También darán para un arrocito con las cabezas y las tenazas...
-Toma. Dale veinticinco por las dos. El pobre tiene un chorro de hijos... Y cuando le pagues, dile que pase a verme.
-Sí Señor.
-¿Da su permiso, D. Manuel?
-¿¡Cómo no, Antonio...!? ¡Pasa, hombre...! ¿Cómo está tu esposa? Me dijeron que andaba pachucha... ¡Déjala tranquila, Antonio, que con cinco “machos”, además de ti, en tu casa, ya tienes bastante! Cómprate una radio para andar “entretenío” por las noches en vez de incordiar a la pobre Josefa. Si no tienes dinero, yo te la regalo.
-Y ¿qué haría yo con “un arradio” si en las casas de Gamicha no hay luz y no tendría dónde enchufarlo?
-También las hay de pilas...
-No tendría dinero para las de repuesto. No sería cosa de estarle dando la lata cada dos por tres. Déjelo estar como está...
-Tú mismo... Si cambias de opinión, ya sabes dónde me tienes. . .
-Gracias, señorito... Es usted un santo, pero en mi casa hacen más falta otras cosas...
-Si quieres, lo hablas con la Josefa y me dices...
-No. D. Manuel, si ya me voy a estar quieto... Lo que pasa es que la Josefa sigue estando muy buena y yo..., cuando me bebo un par de “quinces” “me se” nubla la vista y... Pero ya “sa acabao”. Se lo juro por estas —muestra la cruz con el pulgar y el índice de la mano derecha-. ¡Que no me levante mañana de la cama si le estoy mintiendo! Los mellizos pequeñajos cumplirán un año el mes que viene y si “a la de dos cañones” le da por repetir, voy a tener que sentar plaza en el tercio para que me ayude el gobierno y no toparme con “la jaca” en “to” lo que me queda de vida útil...
-Tú ya eres muy viejo para legionario, Antonio. Sigue trayéndome las langostas que yo no te haré ascos si el género sigue siendo tan bueno... La Idoia dice que no las hay mejores. Y si, mirando a la Josefa, te da la calentura, te consuelas con santidad y decoro perdonando los “quinces” por un tiempo...
-¡Ya voy a ser bueno, D. Manuel, de verdad!
-Por cierto, Antonio, ¿tu hijo, el mayor, está muy cargado de trabajo estos días?
-¡Qué va, señor! Ahí andará en la casa. Siempre con el “cardo” de gallina en la boca. No apaga uno cuando ya tiene liado y a punto el otro. Siempre va tosiendo por los rincones. Prefiero que esté conmigo en la barquilla con el volantín a punto. Si cae algún pulpo, por lo menos aseguramos la cena con él y cuatro papas y “asin”, cuando está “entretenío”, echándome una mano “mar afuera” no tiene cojones a fumar tanto y parece que la tos lo respeta. “En toavía” no cumple dieciocho y ya parece un viejo. Yo habré “llegao” a los treinta y seis el mes que viene y tengo mejores pulmones que él de aquí a Lima. Hasta con un fandango me atrevo de vez en cuando y la guitarra no “me sa olvidao” tampoco, no se crea usted.
-Anda, Antonio, si el Mario está libre...-se llama Mario, ¿verdad?
-Sí señor: Mario se llama el mozo.
-Bien, pues si anda desocupado, mándamelo, que el Hispano-Suiza lleva en el patio un mes sin lavar y como tengo que ir a Cuevas a unos asuntillos, no quiero circular hecho un marrano. Que se venga para acá, le eche un agua a la carrocería y a los cristales del coche y yo le daré unas pesetillas. Por los bártulos de limpieza que no se apure, aquí tenemos de todo. Cuando termine la faena te mandaré con él una botella de vino, pero no te la bebas toda de golpe que luego pasa lo que pasa... También lo invitaré a él cuando acabe a una cervecica fresquita en la cocina con Idoia y Loles. La chiquilla está de buen ver y agradecerá un rato de compañía masculina.
-Es usted un santo, señor. ¡Ah, y gracias por el duro de propina! La Josefa va a llorar de felicidad...
-Bueno, pero no os pongáis muy tiernos que “la de dos cañones” no sabemos quién la carga y...
-Póngame a los pies de Doña Ma de la O, que en casa la respetamos todos...
-Más vale que no, hijo, que últimamente, con la crema pastelera “no cabe en sí” y no de gozo, precisamente.
-¡Qué cosas tiene usted, D. Manuel! Quédese con Dios que yo le mando al muchacho.
-¡Ve con Él, Antonio! ¡Encantado de verte!
La querida tía Concha cuando desde las playas del Pozo del Esparto, unos quilómetros por la costa en dirección norte, desde Gamicha a Águilas —ya en la vecina provincia de Murcia-, contemplaba un mar como el que se ofrecía a los ojos de María Luisa y Paco, sentados ahora, muy juntitos y a solas, en la arena del playazo de Villa Jarapa, comentaba a mi madre, llena de euforia:
-“María —así la llamaba-, ¡¡estaba el mar blanco!!”.
Efectivamente, la pareja no contemplaba rompeolas alguno y el agua era un espejo inmenso ante ellos.
Estaban como digo, gozando de una intimidad infrecuente. El tío Manolo se había marchado a Cuevas con su flamante Hispano-Suiza, recién pulido y sabiamente abrillantado por Mario, papá seguía en Bilbao y, mamá, de nuevo fastidiada por sus fuertes y frecuentes mareos —en Gamicha, baja inmisericorde la tensión arterial en cuanto pones los pies en ella-, se había quedado en casa al cuidado de la fiel Idoia que, con sus inefables y antiquísimos remedios caseros, era la única que paliaba los achaques de todos cuando la cosa no era tan grave que se hubiese de avisar a D. Atanasio, el eficiente medico, también veraneante, que tan buenas migas había hecho con los de Guetaria, y cuya amistad antigua con el tío, acrecentaba el exquisito trato con que trataba las siempre pequeñas dolencias de la familia.
Clara, armada con su pequeño cuchillito, había ido “a lapas y bígaros” con el resto de la panda y Paquito, algo más que caballeroso —se moría por los huesos de mi futura mamá- ejercía de innecesario paladín —aparte de ellos dos, la playa estaba a esas tempranas horas totalmente desierta- de la más que segura honorabilidad de la atractiva jovencita.
-Luisita, ¿nos damos un baño? El mar está “que cruje”.
-Más bien será el silencio el que “cruje”, Francisco, porque desde hace un rato ni las mil gaviotas que nos acompañan sobre la arena han puesto de manifiesto lo más mínimo de sonoro que nos podamos imaginar. Tal vez se han contagiado de la ensoñación que me produce el espectáculo. Se han convertido, como yo, en un prodigio de tranquilidad y calma. Yo diría que, conmigo, son todo reposo, por dentro y por fuera. ¡Qué paz, Dios mío! Anda y báñate tú, Paquito, que, tal vez, dentro de un rato, cuando hagas el segundo intento, te acompañe y te muela a ahogadillas, que estás tú con el flequillo “disparao” esta santa mañana y tengo curiosidad, cuando salgas del agua, por ver si te llega a la nariz.
-Tú también estás que crujes pero, puesto que ya no me quieres, me voy al agua a llorar mi pena como un proscrito. Así que ¡Ahí te quedas, mala persona! ¡“Con tu pan...” y tus tranquilas gaviotas “te lo comas”!, que los peces me aman más que tú y con un poco de suerte, tal vez una sirena venga a consolarme y deje de verte en todo lo que queda de verano...
-Anda, ganso, y date ya un baño, que con tus idioteces vas a romper el encanto de esta preciosa mañana.
-¡Hasta nunca! Lo mismo me ahogo y te libras de mí. —Se va, haciendo como que llora. María Luisa suelta una risita y se tumba sobre su albornoz extendido.
-¡¡¡María Luisa!!!
-¡Dios mío, qué susto, Clara, me vas a matar! ¡Estaba dormida!
-¡Mira que cosa más enorme! —trae una gran bolsa del pan, de cuadritos rojos, casi llena hasta arriba de lapas y bígaros, que chonea sobre la arena- ¡Por lo menos pesa cinco quilos!
¡Casi no puedo con ella! ¡Todos los “compis” me han dado las suyas! ¡Mira si serán buenos...! Idoia se va a poner de contenta. ..!
-¡...Sí, buenísimos...! ¡Cuando la pobre tenga que preparar el arroz para catorce, refrescar la bebida y soportar el jaleo que armáis no va a tenerse de la alegría que va a sentir! ¡Anda, llévale eso que se ha hecho tardísimo y mamá debe estar con los nervios de punta! Y ponte el albornoz que vienes como una sopa y vas a pillar una pulmonía. Y vosotros, dejad de sonreír que parece que vais a salir en el “Blanco y negro”. ¡¿A quién se le ha ocurrido dejar todo el marisco para casa?! ¡¿Es que el vino y la cerveza se han agotado en la vuestra?! ¡Y esta hermana mía que es más pánfila que un adoquín...! —Todos miran de soslayo- “¡Señor, qué tropa!”
De pronto, Pepe Martínez Bravo, uno de los chicos mayores de la pandilla, dice:
-¡Clarita, mi niña, déjame llevar eso a mí, que debe pesar un montón...! —Toma la bolsa y sale en cabeza. Todos los demás le siguen entre risitas. Paco Sáez, que al parecer se había unido con el grupo de recolectores de marisco después de su chapuzón, se sitúa junto a María Luisa, que camina la última y la toma de la mano. Ésta se suelta, malhumorada, y lo mira como con deseos de matarlo. Cuando el pone cara de compungido no puede por menos de sonreírse, pícara. Como la casa de los de Guetaria está muy cerca, en muy poco rato, Pepe, llevando la bolsa, y Clara, como unas castañuelas, entra dando voces en la cocina:
-¡¡Idoia, preciosa, mira lo que te traigo...!! ¡¡Tata...!! — pero Idoia no aparece por ningún lado. Clarita sale al patio y ve a Loles tendiendo unas sábanas.
-¡¡¡Loles!!!
-¡¡¡ Ay, Dios, que susto...!!! ¡¡¡Ay, Señor, que se me va a salir el corazón...!!! ¡¡¡Ay, madre, qué me da un soponcio!!!
-¡Por Dios, Loles, qué exagerada eres...!
-¡¡Ay, señorita, qué me muero “matá”!! —ya va aflojando el volumen de la voz- ¡¡Ay qué esto no me lo esperaba yo!! ¡Ay que me creía que estaba solica...! —se echa a llorar.
-¡¡Pero, mujer, no llores, por favor...!! —Clara la abraza y le da golpecitos en el hombro-. ¡¡Ya, ya, ya!! —le dice tiernamente-. Pepe tráeme un vaso de agua de la cocina. Échala del botijo que está más fresquita. Está sobre el mármol de la mesa... ¡¡Pero apúrate, hombre, que es para hoy...!! ¡Deja las lapas junto al botijo y vuelve con el vaso ya!
Pepe entra en la cocina y encuentra al resto de la comitiva playera que acaba de llegar.
-Salid al patio, que a la sombra se está mejor que aquí dentro. Clara está atendiendo a Loles que se ha asustado —Van saliendo, las chicas con sus albornoces y los muchachos, cada uno a su modo. Casi todos con camisa sobre el bañador. Francisco Sáez y Juan Visiedo, con albornoz.
De pronto, Idoia hace acto de presencia:
-¿Qué pasa aquí? ¿Quién se ha muerto? ¿Y tú qué haces con ese vaso en la mano?
-No Idoia —dice Pepe- Clarita te ha traído una bolsa de lapas y bígaros para un arroz y, al salir al patio, Loles se ha asustado. El vaso de agua es para ella... Se lo voy a llevar...
Idoia sale disparada en dirección al patio. Clara ha sentado a Loles en una silla de anea. Pepe, que ha adelantado a la tata en su marcha hacia el patio, trata de entregar el vaso con agua a la solícita hermana menor de María Luisa:
-¡Vaya, ni que hubieras ido a la fuente a por el agua!
¡¡Trae, manazas, que ya se sabe, los hombres... para bien poco!!
-¡¡...De nada, preciosa!! —suelta Pepe.
Detrás de Idoia, que en los pocos segundos que lleva en el patio no ha abierto la boca, María Luisa pregunta:
-¿Qué ha pasado?
-Cuando Pepe y yo hemos salido al patio buscando a Idoia, para darle las lapas -en casa no se veía a nadie- Loles que, pensando estar sola tendía la ropa, se ha asustado y se ha puesto malísima cuando yo he alzado la voz para llamarla... Como verás llevo un día... Primero te asusto a ti cuando dormías y después casi mato a Loles...
-Bueno, ya ha pasado todo —interviene Idoia- y, en resumen, nada ha habido de grave... Y ahora, cada uno a su casa que ya es la hora de comer y vuestros padres estarán preocupados... Ah, y respecto de las lapas, mañana por la tarde-noche, arroz para merendar. Decid en casa que os den un almuerzo ligero... Por cierto, ya he visto la bolsa. Después de que os comáis el “arroz y lapas”, habrá que devolverla limpia.
¿De quién es?
Una chica pecosa pero con una cara muy atractiva y unos ojos azules de escándalo, levanta la mano:
-Soy Rosa, Idoia. La bolsa es mía.
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