Matilde Landa - David Ginard Féron - E-Book

Matilde Landa E-Book

David Ginard Féron

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Beschreibung

Matilde Landa Vaz (1904-1942) fue una de las principales figuras del movimiento de mujeres antifascistas de los años treinta y cuarenta del siglo XX. Formada en el entorno de la Institución Libre de Enseñanza y relacionada con intelectuales como Antonio Machado y Miguel Hernández, durante la Segunda República se afilió al PCE. Su protagonismo en la ayuda a los refugiados republicanos durante la Guerra Civil y en la articulación de la solidaridad con las condenadas a muerte (1939-1940) en la Cárcel de Ventas la convirtieron en una heroína entre las presas políticas de la inmediata posguerra, pero fueron, sobre todo, las pavorosas circunstancias que la condujeron a quitarse la vida en la cárcel de mujeres de Mallorca –presionada por las autoridades eclesiásticas para que se bautizara– las que la elevaron a la categoría de leyenda colectiva del antifranquismo. Este libro es el resultado de una exhaustiva investigación sobre Matilde Landa y su entorno familiar, social y político. La abundante y excepcional documentación inédita a la que ha tenido acceso el autor permite profundizar en las consecuciones y los límites del antifascismo femenino español, así como en la caracterización de la represión franquista ejercida contra las mujeres republicanas.

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HISTÒRIA I MEMÒRIA DEL FRANQUISME / 65

DIRECCIÓ

Ismael Saz (Universitat de València)

Julián Sanz (Universitat de València)

CONSELL EDITORIAL

Paul Preston (London School of Economics)

Walter Bernecker (Universität Erlangen, Núremberg)

Alfonso Botti (Università di Modena e Reggio Emilia)

Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris VIII)

Sophie Baby (Université de Bourgogne)

Carme Molinero i Ruiz (Universitat Autònoma de Barcelona)

Conxita Mir Curcó (Universitat de Lleida)

Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante)

Javier Tébar Hurtado (Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya, UB)

Teresa M.ª Ortega López (Universidad de Granada)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© David Ginard Féron, 2023

© De esta edición: Universitat de València, 2023

© De las fotografías de cubierta e interior: Mariano López López, procedentes del archivo familiar de Matilde Landa y de Carmen López Landa

Publicacions de la Universitat de València

https://puv.uv.es

[email protected]

Coordinación editorial: Amparo Jesús-Maria

Ilustración de la cubierta:

Retrato de Matilde Landa (principios de los años veinte)

Maquetación: Inmaculada Mesa

Corrección: Letras y Píxeles S. L.

ISBN: 978-84-1118-103-7 (papel)

ISBN: 978-84-1118-104-4 (ePub)

ISBN: 978-84-1118-105-1 (PDF)

Edición digital

A la memoria de Carmen López Landa (1931-2006)

ÍNDICE

NOTA INTRODUCTORIA

ABREVIATURAS

I. LOS ORÍGENES (1904-1923)

El entorno: una familia de la Institución Libre de Enseñanza

Infancia y adolescencia: una educación burguesa ilustrada

II. FORMACIÓN UNIVERSITARIA Y PRIMEROS COMPROMISOS MILITANTES (1923-1936)

La experiencia de la Residencia de Señoritas

Estudios universitarios frustrados

La República del 14 de abril: de compañera de viaje a militante comunista

III. GUERRA CIVIL: HOSPITALES, REFUGIADOS Y PROPAGANDA ANTIFASCISTA (1936-1939)

Verano y otoño de 1936: 5.º Regimiento y Hospital de Maudes

Noviembre de 1936-abril de 1938: directiva del Socorro Rojo Interna

Abril de 1938-enero de 1939: propaganda y conferencias de Información Popular

Enero-marzo de 1939: la agonía del Madrid republicano

Una familia rota. Paco Ganivet y Carmen López Landa durante la Guerra Civil

IV. CLANDESTINIDAD, DETENCIÓN, Y PRISIÓN DE VENTAS (1939-1940)

Una noche de seis meses en la Dirección General de Seguridad

En la prisión de Ventas

La madre de las penadas

Juicio, condena y conmutación de la pena de muerte

El traslado desde Ventas a la prisión de mujeres de Palma

V. EN LA PRISIÓN DE MUJERES DE PALMA (1940-1942)

La cárcel habilitada de la calle Salas

El día a día en la prisión de Palma

Las cartas de Matilde Landa a su hija en 1940-41

Una prisión conventual

Las damas de Acción Católica y el adoctrinamiento de las presas

Acciones de resistencia colectiva

VI. ACOSO Y DESENLACE (1942)

El acecho

La intervención de Miquel Ferrà

Lecturas piadosas, ¿indicio de catolización?

Contra el muro

La caída: 26 de septiembre de 1942

Bautizada in articulo mortis

La liquidación de la prisión de mujeres de Palma

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

NOTA INTRODUCTORIA

El 26 de septiembre de 1942, tres años después de finalizada la Guerra Civil (1936-1939), falleció en la prisión de mujeres de Palma (Mallorca) la dirigente comunista Matilde Landa Vaz. En aquellos momentos, Landa era una de las presas políticas más célebres de la España sometida a la dictadura franquista. Culta y refinada, formada en el marco de la Institución Libre de Enseñanza, con estudios universitarios, admirada por científicos, escritores y artistas como Miguel Hernández o Antonio Machado, se trataba, sin duda, de una rara avis en la militancia comunista de su tiempo. Su rol clave en la ayuda a los refugiados republicanos durante la guerra y, sobre todo, en la estructuración de la solidaridad con las condenadas a muerte en la madrileña prisión de mujeres de Ventas en 1939-40 la dotó de una considerable popularidad entre el colectivo de presas antifranquistas de la inmediata posguerra. Pero, sobre todo, las pavorosas circunstancias que la condujeron a quitarse la vida en la cárcel de Mallorca la elevaron a la categoría de mito colectivo de los luchadores contra la dictadura. El círculo se completó cuando, tras su muerte, pasó a constituir uno de los principales modelos referenciales difundidos por el PCE mediante textos de carácter hagiográfico con el objeto de estimular la acción resistente contra el franquismo, tanto en el interior como en el exilio.

La memoria de Matilde Landa se difuminó parcialmente en las décadas de los cincuenta y los sesenta, en un contexto marcado por el relevo generacional y los virajes estratégicos en la acción política antifranquista. Aun así, cuando –a partir de la década de los setenta– se inició tímidamente el proceso de recuperación de la memoria sobre el movimiento de mujeres en la España de Franco, su figura no pasó en absoluto desapercibida. Para muchas activistas que habían padecido los rigores de la represión penitenciaria de posguerra, Matilde continuaba siendo una figura venerada al nivel de las «Trece Rosas» o de Dolores Ibárruri. Aunque en aquella época no se le dedicaran estudios biográficos ni recibiera particular atención por parte de medios de comunicación, instituciones y partidos políticos, el nombre de Matilde Landa apareció de manera destacada en la literatura autobiográfica y en la primerísima historiografía académica sobre la represión y la resistencia antifranquista, en particular en los trabajos de autoras pioneras como la antigua presa Tomasa Cuevas y la historiadora italiana Giuliana di Febo. Gracias a esta última tuve la enorme suerte, a finales de 1992, de entrar en contacto con Carmen López Landa, la única hija superviviente de Matilde. La infinita generosidad con la que Carmen me brindó su amistad, sus difusos recuerdos infantiles sobre su madre, y la abundantísima documentación que, tras el trasiego de una vida marcada por el drama familiar y el exilio, conservaba cuidadosamente en su domicilio madrileño me convencieron de la necesidad de emprender una investigación específica sobre la trayectoria de Matilde Landa. En concreto, la extraordinaria riqueza de las cartas dirigidas por Matilde a Carmen en el período 1937-41 ayudaban enormemente a comprender el terrible ambiente que marcó el trágico desenlace de la activista comunista. Durante los siguientes años pude complementar el material del archivo familiar con un conjunto muy disperso de fuentes, que incluían –por ejemplo– nueva correspondencia que abarcaba desde sus años de juventud hasta su muerte, el sumario del consejo de guerra que se le instruyó en 1939, su expediente penitenciario conservado en la prisión de Palma, informes albergados en el archivo del PCE, noticias procedentes de la prensa de guerra y exilio, y el testimonio oral de las escasísimas antiguas presas de Ventas y de Palma que todavía vivían y con las que pude contactar. De allí surgieron varios artículos y, en particular, un libro publicado en abril de 2005 en la ya desaparecida editorial Flor del Viento, de Barcelona, con el título Matilde Landa. De la Institucion Libre de Enseñanza a las prisiones franquistas. Tuve el enorme privilegio de que la propia Carmen López Landa, cuyo estado de salud era precario desde hacía años, pudiera presentarlo en la Biblioteca Nacional de Madrid en el mes de septiembre de aquel 2005, pocos meses antes de su fallecimiento.

Desde entonces la figura de Matilde Landa ha alcanzado una considerable proyección que se ha manifestado de manera singular en ámbitos como los de la cultura popular, la dramaturgia, las artes plásticas, los homenajes cívicos e institucionales, o la acción reivindicativa del movimiento por la recuperación de la memoria democrática. La proximidad del 80 aniversario de su fallecimiento me ha motivado a reactivar mi trabajo de profundización alrededor de algunos de los aspectos abordados en la vieja monografía de 2005, descatalogada e inencontrable desde hace varios años.

El volumen que tiene el lector en las manos no es, en modo alguno, una reedición de aquel texto. Se trata, por el contrario, de un libro completamente nuevo, producto de una reescritura articulada a partir de planteamientos metodológicos diferentes y apoyada en fuentes renovadas. Se han revisado, ampliado y reestructurado los contenidos; se ha corregido un buen número de errores; se ha actualizado el aparato bibliográfico; se han releído y reinterpretado documentos a los que en su momento no concedí la atención que merecían; y, sobre todo, se ha incorporado abundante material archivístico y hemerográfico inédito. Esto me ha permitido profundizar en el conocimiento de los años infantiles y juveniles de Matilde Landa, en sus estudios universitarios, en las actividades desarrolladas por la protagonista durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra, en el proceso que condujo a su suicidio, y en las repercusiones familiares y políticas inmediatas. En este sentido, ha resultado particularmente valiosa la consulta de documentos procedentes de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, del Arxiu Nacional de Catalunya –donde fue depositado, tras la muerte de Carmen López Landa, el grueso del fondo familiar–, del Archivo General del Ministerio del Interior, del Centro Documental de la Memoria Histórica, del Archivo General de la Administración, de los de las universidades Complutense y de Salamanca, y de los archivos jurídicos militares, así como de nuevas colecciones epistolares conservadas por las familias Villa Landa, Villa Benayas, Rodríguez Viqueira y López Landa. Más complejo ha sido progresar sustancialmente en la reconstrucción de la trayectoria de la activista extremeña durante los años de la Segunda República, sobre la que sigue sin aparecer documentación primaria suficientemente significativa; se ha intentado, de todos modos, profundizar en el estudio de las entidades en las que militó y sugerir hipótesis en torno a una de las cuestiones, a mi entender, más relevantes de la biografía de Landa: su proceso de aproximación desde la pequeña burguesía republicana hasta el «universo comunista».

Por motivos de espacio, se ha dejado al margen de este volumen el examen del proceso de construcción del «icono Matilde Landa» como instrumento relevante de movilización de la resistencia política a la dictadura franquista, así como el de la recuperación y resignificación experimentada por este símbolo de la izquierda española desde la década de los noventa del siglo pasado hasta nuestros días. Reservo para trabajos próximos el tratamiento específico de estas cuestiones, al igual que el estudio a fondo de la trayectoria de otras figuras continuadoras de su legado –en particular su hija Carmen– y la edición completa y crítica del epistolario de Matilde Landa, a todas luces mucho más extenso y rico que la modesta selección que incluí en el apéndice documental del libro de 2005.

Es de estricta justicia expresar mi profundo agradecimiento a las numerosas personas que han facilitado y estimulado mi trabajo; en particular a los familiares directos de Matilde Landa –sobre todo a su sobrina Maria Rosa Villa Landa, su nieto Mariano López López y sus sobrinos-nietos Rubén Villa Benayas, Armando Alfonso López, Jacinta Palerm Viqueira y Rafael Rodríguez Viqueira– y a los responsables de los archivos, hemerotecas y bibliotecas que he consultado. También a Julián Sanz e Ismael Saz –directores científicos de la colección Història i memòria del franquisme, de Publicacions de la Universitat de València–, por la calurosa acogida que han otorgado a esta propuesta. Y por supuesto –y sobre todo– a Xisca y a Mercè, sin las cuales absolutamente nada sería posible. Al igual que mi libro anterior sobre Matilde Landa, este está dedicado, como no podía ser de otra manera, a su hija Carmen; me ilusiona pensar que, si estuviera todavía entre nosotros, juzgaría con indulgencia estas páginas.

Palma, 13 de julio de 2022

ABREVIATURAS

AAA

Archivo Armando Alfonso

AACM

Archivo de Acción Católica de Mallorca

AC

Acción Católica

ACLL

Archivo Carmen López Landa

ACPP

Archivo del Centro Penitenciario de Palma

ADGIP

Archivo de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias

AFMF

Archivo Familiar de Miquel Ferrà

AFVB

Archivo Familiar Villa Benayas

AFPI

-

FFR

Archivo Fundación Pablo Iglesias-Fondo Fernanda Romeu

AGA

Archivo General de la Administración

AGMI

Archivo General del Ministerio del Interior

AGUC

Archivo General de la Universidad Complutense

AHN

Archivo Histórico Nacional

AHPB

Archivo Histórico Provincial de Badajoz

AHUIB

Arxiu Històric de la Universitat de les Illes Balears

ANC

-

FCLL

Arxiu Nacional de Catalunya – Fons Carmen López Landa

ARS

Archivo de la Residencia de Señoritas, Fundación José Ortega y Gasset–Gregorio Marañón

ATMTP

Archivo del Tribunal Militar Territorial Primero

AUS

-

FMU

Archivo de la Universidad de Salamanca-Fondo Miguel de Unamuno

CDRE

-

ALSC

Centro de Documentación de la Residencia de Estudiantes – Archivo León Sánchez Cuesta

DGS

Dirección General de Seguridad

FUE

Federación Universitaria Escolar

GREDOS

Gestión del Repertorio Documental de la Universidad de Salamanca

ILE

Institución Libre de Enseñanza

OCEAR

Oficina Central de Evacuación y Asistencia a Refugiados

PCE

Partido Comunista de España

RAH

-

ILE

Real Academia de la Historia-Institución Libre de Enseñanza

SRI

Socorro Rojo Internacional

I. LOS ORÍGENES (1904-1936)

EL ENTORNO: UNA FAMILIA DE LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA

Matilde Landa Vaz nació el 24 de junio de 1904 en Badajoz. Se trataba de la cuarta –y última– hija del matrimonio formado por Rubén Landa Coronado y María Jacinta Vaz Toscano. El alumbramiento se produjo a las nueve y media de la mañana en el domicilio familiar de la céntrica plaza de San Andrés (hoy Cervantes), 2, bajos. Fue inscrita en el registro civil con los nombres de Matilde, María, Carolina y Juana. Comparecieron como testigos Manuel Barriga Soto y Narciso Vázquez Lemus. Ambos eran buenos amigos de su padre y personajes destacados de la Extremadura del cambio de siglo. Barriga, nacido en Burguillos (Badajoz) en 1837, era graduado en Teología, licenciado en Derecho por la Universidad Central de Madrid, abogado, poeta y asiduo colaborador de la prensa local pacense. Vázquez, por su parte, había nacido en 1847 en Los Santos de Maimona (Badajoz) y era un diputado provincial, masón y máximo dirigente del republicanismo federal en la región. Ya en 1931 llegaría a presidir la mesa de edad de las Cortes Constituyentes de la Segunda República.1

Que su nacimiento fuera apadrinado por dos personas que rondaban los 60 años y gozaban de un cierto relieve local, regional e incluso nacional ilustra muy bien el ambiente en el que se formó Matilde. Los Landa eran una familia progresista, acomodada y culta, muy representativa de la «edad de plata» de la cultura española. En consecuencia, Matilde creció rodeada de intelectuales librepensadores, republicanos y laicos. Al igual que sus hermanos mayores no fue bautizada, circunstancia que en pleno régimen de la Restauración resultaba, cuando menos, llamativa. Al margen del rol del laicismo como catalizador de las corrientes de oposición al sistema que se aceleró a partir de la crisis de 1898, debe tenerse en cuenta que su padre –Rubén Landa Coronado– era ateo militante. Su oposición tajante al clericalismo no implicaba, en modo alguno, un dogmatismo de signo contrario. En palabras de su nieto Florencio Villa Landa (1912-1992), «no ocultaba sus opiniones antimilitaristas y anticlericales, a pesar de su sincero respeto por las opiniones de cada cual».2

Rubén Landa Coronado nació en Badajoz el 6 de junio de 1849. Era hijo de Juan Landa de Juano (Vinuesa, Soria, 1816-1886) –un comerciante y político liberal progresista, destacado impulsor, ya en los años cuarenta del siglo XIX, de una «Sociedad para divulgar la educación del pueblo» en Badajoz– y de Matilde Coronado y Romero de Tejada (Almendralejo, 1823-1905). Esta era, a su vez, hija de Nicolás Coronado y Gallardo –destacado funcionario liberal represaliado por Fernando VII–, y hermana de la poetisa romántica Carolina Coronado (1820-1911). De hecho, el padre de Matilde Landa fue el sobrino predilecto de la escritora, quien le inculcó la pasión por la literatura. Rubén Landa Coronado estudió el bachillerato en Badajoz y Derecho en la Universidad Central de Madrid, donde se habían establecido temporalmente sus padres debido a problemas económicos. Durante sus estudios en esta ciudad, inició una estrecha amistad con destacadas personalidades krausistas y republicanas como Francisco Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío, Gumersindo de Azcárate y el expresidente de la Primera República Nicolás Salmerón. Fruto de esos contactos, participó en la fundación, en 1876, de la Institución Libre de Enseñanza. Tras licenciarse en Derecho, regresó a Badajoz, donde estableció un bufete de abogados que se singularizó por la defensa de los intereses de los jornaleros extremeños. Iniciado en la masonería en 1882, alcanzó el grado 30 de la logia Pax Augusta de Badajoz, con el nombre simbólico de Kant. Presidente desde 1880 del comité provincial del Partido Republicano Progresista dirigido por Manuel Ruiz Zorrilla y Nicolás Salmerón, encabezó la insurrección republicana de Badajoz del 5 de agosto de 1883. Tras el fracaso del levantamiento en el resto de España, huyó a Portugal y después a París. En febrero de 1886, con motivo del indulto concedido por el Gobierno de Mateo Práxedes Sagasta, regresó a Badajoz, desde donde mantendría su compromiso republicano. Tuvo una destacada participación en la crisis interna que, tras el fracaso en 1886 del pronunciamiento republicano del general Manuel Villacampa, condujo a la ruptura definitiva entre Ruiz Zorrilla y Salmerón. Tomó partido por este último en la decisiva asamblea republicana progresista de enero de 1887. Cuatro años más tarde participó en la fundación del nuevo Partido Republicano Centralista. Aunque no publicó ningún libro, colaboró frecuentemente en periódicos pacenses como La Crónica –del cual llegaría a ser director– o el Diario de Badajoz. En 1886 alcanzó una cierta notoriedad con motivo de su intervención, de nuevo junto a su íntimo amigo Nicolás Salmerón, en una querella interpuesta por la cantante de ópera Elena Sanz para que se le reconocieran los derechos de los dos hijos naturales que había tenido con el difunto Alfonso XII. Entre 1890 y 1892 fue decano del Colegio de Abogados de Badajoz. En 1905 fue candidato republicano en las elecciones a Cortes. El 19 de enero de 1911 presidió el cortejo fúnebre en el entierro de Carolina Coronado, y colocó sobre su tumba una corona con los nombres de sus hijos, incluida naturalmente Matilde, quien entonces tenía 6 años. Murió en Badajoz el 16 de marzo de 1923; según los recuerdos de Florencio Villa Landa, «su entierro civil fue la manifestación popular más numerosa que se recordaba en Badajoz y para él cerraron gran parte de los comercios y pararon obras y talleres». La extensa crónica aparecida en el periódico local El Correo de la Mañana destacó igualmente que «la comitiva fúnebre era una imponente y grandiosa manifestación de duelo en la que figuraban personas de todas las clases políticas, autoridades civiles y militares, abogados, catedráticos, periodistas, funcionarios, comerciantes e industriales, obreros y, en general, individuos de todas las profesiones y clases sociales».3

Lamentablemente, los datos sobre la madre de Matilde Landa son mucho más escasos. María Jacinta Vaz Toscano nació en Portel, en la provincia de Évora (Portugal), el 4 de agosto de 1865. Era hija de Damián Salvador Vaz (1823-1905), un médico originario de Aldona, en la colonia portuguesa de Goa, en la India, y de María Benedicta Limpo Toscano, portuguesa metropolitana de Portel. Debe señalarse que la rama paterna de la madre de Matilde no estaba constituida por colonos portugueses, sino por nativos indios convertidos al cristianismo en el siglo XVI. María Jacinta Vaz vivió parte de su infancia y juventud en Lisboa, donde conoció a Rubén Landa durante su exilio. Se casaron por el rito civil en Portel el 26 de octubre de 1886. La madre de Matilde no tenía estudios universitarios ni trabajó fuera de casa; en cualquier caso, según Florencio Villa, «era una persona muy inteligente, bastante más culta que la mayoría de las mujeres de su clase, pero muy modesta y tranquila». Cultivó siempre sus orígenes portugueses, manteniendo estrechos contactos con su familia; visitaba frecuentemente a sus padres en Portel y una hermana suya, Benedicta, residió en Badajoz desde 1913. Transmitió la lengua portuguesa a sus hijos; de hecho, según los recuerdos familiares su dominio del castellano fue siempre bastante precario. María Rosa Villa Landa –sobrina de Matilde– recuerda que los hijos del matrimonio usaban con cierta frecuencia vocablos portugueses cuando hablaban en castellano y que todavía hoy en día, a sus 92 años, conserva algunos relacionados con los quehaceres domésticos (la voltiña). María Jacinta Vaz murió en Madrid, a raíz de una caída, el 7 de agosto de 1930.4

Matilde tenía tres hermanos bastante mayores que ella (entre 10 y 17 años de diferencia): Aida, Rubén y Jacinta. Todos ellos se formaron, desde muy pequeños, en los principios de la Institución Libre de Enseñanza. La ILE había sido fundada en 1876 por iniciativa de Francisco Giner de los Ríos a raíz de la «segunda cuestión universitaria» que implicó la expulsión de la Universidad Central de Madrid de un grupo de profesores krausistas defensores de la libertad de cátedra. Aunque vivieran en una pequeña ciudad ubicada en una de las regiones más pobres de España, la formación de los hermanos Landa Vaz se inscribió de lleno en los parámetros de la ILE; bien a partir de su adscripción a centros como el Instituto-Escuela, la Residencia de Estudiantes, la Residencia de Señoritas o la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, bien a través de lo que se ha denominado «la institución difusa», una suerte de comunidad espiritual seguidora del ejemplo de Giner de los Ríos de la que se verían beneficiados niños y jóvenes que estaban en contacto indirecto con los postulados de la Institución.

En realidad, los Landa Vaz «nacieron en la ILE». Ya se ha señalado que Rubén Landa Coronado fue uno de los primeros accionistas de la Institución. Un puntal básico de la influencia institucionista ejercida sobre sus cuatro hijos fue la importante biblioteca familiar; Rubén Landa Vaz rememoraría en 1966 desde su exilio mexicano el decisivo influjo que, desde los 14 años, ejerció sobre él la lectura del volumen encuadernado del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza al que, lógicamente, estaba suscrito su padre:

Estaba suscrito al Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Tenía encuadernada toda la colección, es decir desde 1877. Un día (no pasaba yo de 14 años) señalándome los volúmenes del Boletín (así se llamaba en la Institución), sus lomos de piel azul marino con letras doradas, dijo: «Aquí encontrarás cosas interesantes».5

La vinculación de la familia de Matilde con la ILE se reforzará con el tiempo, y constituye un ejemplo paradigmático del sólido círculo endogámico que sustentará a la Institución hasta la Guerra Civil e incluso más allá. En la segunda década del siglo XX, los Landa Vaz se emparentaron por partida doble ni más ni menos que con Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935) –discípulo predilecto de Francisco Giner de los Ríos, al que sucedió a su muerte al frente de la ILE–, porque Rubén y Jacinta se casaron con dos hermanos de la familia Viqueira-López Cortón, primos de Carmen López-Cortón Viqueira, la mujer de Cossío. Este vínculo familiar convertirá desde los años veinte a los Landa en habituales de «la Quinta de Cortón»; es decir, el célebre pazo ubicado en la aldea de San Vitorio, perteneciente a la parroquia de San Fiz de Vixói, en el municipio gallego de Bergondo. Se trataba de un caserón construido por José Pascual López Cortón –suegro de Cossío y de Xoán Vicente6 Viqueira, marido de Jacinta–, un indiano que había acumulado fortuna en Puerto Rico. Usado habitualmente para el veraneo de las familias López Cortón y Viqueira, acogería durante el primer tercio del siglo XX a destacadas figuras de la cultura gallega e hispánica y desde luego a los máximos responsables de la ILE, lo que contribuyó a reforzar las relaciones de esta élite intelectual con la familia Landa Vaz.7

Aida, nacida en Badajoz el 13 de noviembre de 1887, fue la menos conocida de los hermanos Landa Vaz desde el punto de vista político e intelectual. Se instruyó en cultura general en su casa, al tiempo que recibió lecciones de pintura con el célebre retratista Felipe Checa, del que conservaría una importante colección de cuadros. No cursó el bachillerato y se casó, en 1910, con el médico Florencio Villa Pérez, perteneciente a una familia andaluza muy conservadora, y que había estudiado inicialmente en el seminario. Tuvieron once hijos, ninguno de ellos bautizado, y de los que tres morirían de niños. Aida se dedicó al cuidado de su familia en Badajoz y, aunque antes de 1936 no tuvo intervención directa en acontecimientos políticos, era de ideas marcadamente progresistas. Su hijo Florencio recordaba particularmente la esmerada educación que recibió de ella («nos leía cuentos de los grandes autores […]. Cuando aún no sabía leer me explicó quién era Ramón y Cajal») y la calificaba de «librepensadora». Su marido, director del Hospital Militar de Badajoz, fue asesinado en esta ciudad en agosto de 1936 por las tropas nacionales. Como veremos, Aida fue la única hermana de Matilde que permaneció en España tras la victoria franquista, por lo que desempeñó un papel muy relevante en los últimos años de vida de nuestra protagonista.8

Rubén, nacido en Badajoz el 26 de agosto de 1890, estudió el bachillerato en dicha ciudad, y fue discípulo del catedrático, teólogo y pensador krausista Tomás Romero de Castilla. En 1906 emprendió sus estudios universitarios en Madrid, donde cursó Derecho y Filosofía y Letras, disciplina esta última en la que se doctoró. En aquellos años se alojó sucesivamente en casa de Antonia Pérez Corzo –viuda del destacado institucionista extremeño Joaquín Sama y Vinagre (1840-1895)– y en la Residencia de Estudiantes, inaugurada en 1910. Desde 1909 impartió clases en la Institución Libre de Enseñanza y ejerció un tiempo como secretario de Francisco Giner de los Ríos. En 1917, durante sus estudios de doctorado, conoció a Antonio Machado, con quien trabó una intensa amistad. Más tarde fue profesor de instituto en Salamanca –donde se relacionó con Miguel de Unamuno–, Segovia y El Escorial. Como pedagogo, se interesó especialmente por la reforma de la segunda enseñanza y el aprendizaje de lenguas extranjeras; de hecho, entre 1921 y 1923 estudió los sistemas educativos francés e inglés, gracias a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios. Expuso el resultado de sus investigaciones al respecto en una serie de artículos publicados (1922-30) en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Durante la Segunda República militó en Acción Republicana y ejerció varios cargos públicos de carácter técnico. Casado con María Luisa Viqueira López-Cortón, no tuvo descendencia. Como veremos, en 1938 se trasladó a la URSS, de donde pasaría al cabo de un año a México.9

Jacinta, finalmente, nació en Badajoz el 3 de noviembre de 1894. En 1906 se estableció con Rubén en Madrid para seguir estudios secundarios en la Institución Libre de Enseñanza, donde tuvo como profesor a Manuel Bartolomé Cossío, de quien recordaba particularmente su gusto –muy característico de los planteamientos pedagógicos de la institución– por las salidas didácticas y por el uso del sistema de apuntes como alternativa al libro de texto. Obtuvo el título de maestra y se especializó inicialmente en la enseñanza a niños mudos, sordos y ciegos; nos consta, por ejemplo, que conocía el sistema de lectura y escritura braille. En el curso 1915-16 se alojó en la Residencia de Señoritas. Aunque en una carta a María de Maeztu de 1916 le anunció que dejaría los estudios y, por tanto, la residencia por problemas económicos, al tiempo que manifestaba su deseo de incorporarse al trabajo en una escuela de niños ciegos,10 es posible que en la interrupción de su estancia en el célebre college influyeran otras circunstancias; su nieta Jacinta Palerm señala, en este sentido, que «tengo la impresión de que no congenió con la gente de la residencia, muy señoritingas». En cualquier caso, el 6 de mayo de 1917 Jacinta Landa se casó en primeras nupcias con el filósofo Xoán Vicente Viqueira López-Cortón, discípulo de Francisco Giner de los Ríos, profesor de la ILE, y destacado activista cultural galleguista –fue miembro de la Irmandade de Fala de La Coruña y colaborador de la revista A Nosa Terra–. Residieron en La Coruña y tuvieron tres hijos (Luisa, nacida en 1918; Jacinto, nacido en 1921, y Carmen, nacida en 1923). El 20 de agosto de 1924 Jacinta enviudó, por lo que quedó en una situación económica muy precaria y optó por establecerse en Madrid (calle Españoleto, 5 y 7), donde realizó estudios de Ginecología y trabajó como matrona. Al parecer, en estos años se incorporó al Lyceum Club Femenino, una entidad cultural fundada en 1926 por María de Maeztu que –sin formar parte del feminismo reivindicativo– propugnaba la defensa de los intereses morales y materiales de la mujer. Avanzada la década pudo regresar a su profesión de educadora, y ejerció como profesora de la Escuela Plurilingüe que fundó hacia 1928 junto con el catedrático y jurista José Castillejo. Tras un conflicto con Castillejo pasó a dirigir la escuela. Entre 1933 y 1934 fue directora de la LX Colonia Escolar de Vacaciones de la Corporación de Antiguos Alumnos de la Institución Libre de Enseñanza. Como veremos, ya durante la Guerra Civil tendrá un rol destacado en las colonias escolares republicanas, y se exilió a México tras la victoria franquista.11

INFANCIA Y ADOLESCENCIA: UNA EDUCACIÓN BURGUESA ILUSTRADA

Al igual que sus hermanos, Matilde Landa vivió en Badajoz su infancia y la mayor parte de la adolescencia. La reconstrucción de esta etapa de su vida se fundamenta en los conocimientos indirectos de su hija y sobrinos, en alguna noticia aislada aparecida en la prensa de la época y –sobre todo– en la extensa correspondencia privada conservada, en particular, una colección de cartas que Matilde envió a su hermana Jacinta entre 1917 y 1927 firmadas generalmente con su nombre o con los apelativos familiares Mafalda o Mafadafálfada. A pesar del contenido aparentemente trivial de muchos de estos escritos, una mirada atenta revela su extraordinario valor para entender al personaje y su entorno. Las cartas reflejan los gustos, las aficiones y las preocupaciones de Matilde Landa, al tiempo que contribuyen también a conocer mejor la vida cotidiana de una joven de la pequeña burguesía española de la década de los veinte. Junto a las informaciones sobre sucesos personales y familiares (salud, nacimientos, bodas, defunciones, viajes…) y sobre la trayectoria académica de Matilde, abundan los chismorreos y los comentarios sobre confección o adquisición de prendas de vestir, pero también las noticias culturales y políticas, revelando una personalidad inquieta, observadora y socarrona, con un uso frecuente de referentes literarios que compartía con sus hermanos. Llama la atención la práctica de una redacción pulcra y precisa, con muy pocas faltas de ortografía, y una hábil combinación de registros que le permite comunicar eficazmente sus reflexiones sin renunciar en ocasiones a la autoparodia o al empleo de dialectalismos extremeños o, incluso, de ciertas palabras del gallego/portugués.

Los recuerdos familiares sobre Matilde tienden a dibujar una infancia muy marcada por su condición de hija pequeña con una salud frágil y, en consecuencia, objeto de múltiples atenciones por parte de su entorno familiar. Jacinta Palerm recuerda que su abuela Jacinta le explicaba la anécdota de que Matilde, «siendo las más pequeña y mimada, de pequeñita tiraba su plato al suelo cuando ya no quería comer. El bisabuelo le compró un plato de peltre que, para enorme desconcierto de la nena, no se rompió al caer».12 Debido a la considerable diferencia de edad que la separaba de sus hermanos mayores y que Rubén y Jacinta se desplazaron a Madrid cuando Matilde tenía 2 años, en su infancia jugaba a menudo con su sobrino Florencio Villa Landa –hijo mayor de Aida–, ocho años menor que ella. Esta distancia geográfica estimuló el uso del correo postal como forma de comunicación entre los miembros del núcleo familiar, circunstancia que explicaría la maestría con la que Matilde se desempeñaría en el género epistolar a lo largo de toda su vida. Su principal confidente fue, en cualquier caso, su hermana Jacinta, Cintita, con quien compartía todo tipo de secretos tanto a través de las cartas como en sus múltiples encuentros en épocas de vacaciones. En cambio, la primogénita, Aida, ejerció con Matilde un rol más bien maternal, complementando a una madre de salud sumamente delicada y que, para los estándares de la época, ya estaba entrada en edad. En la misma línea, el varón Rubén –que no tuvo descendencia– asumía ciertas funciones cuasipaternales, al tiempo que procuraba transmitir a Matilde parte de sus amplísimos conocimientos humanísticos.

Según un escrito redactado en 1977 por su hermana Jacinta, Matilde «fue una niña criada entre personas mayores porque en Badajoz tenía pocas amigas. Salía todas las tardes de paseo con mi padre, al campo o por las carreteras así que allí realmente no hizo amistades hasta que fue al Instituto».13 Aun así, el círculo social en el que se movían los Landa era amplísimo. La correspondencia conservada demuestra que Matilde estuvo desde pequeña en contacto con numerosas personas de diferentes edades y grupos sociales de Extremadura, Madrid, Galicia y Portugal, aunque su ámbito de relación esencial fuera naturalmente su extensísima familia y, en general, el pequeño círculo de linajes de la burguesía progresista pacense (los Landa, los Sama, los Rubio, los Vázquez…). Conocemos el nombre de algunas amigas de la infancia y adolescencia, como Caridad Marín Pascual y Matilde López Serrano –con las que coincidirá posteriormente en la Residencia de Señoritas–, así como las hermanas Rubio –también vinculadas a una familia de la Institución– y Adela Pardiñas –que en 1917 se trasladó a Jaén–.14

Durante sus primeros años, Matilde residió en el ya citado domicilio del número 2 de la plaza de San Andrés, pero pronto la familia pasó al número 4 de la calle Donoso Cortés. Se trataba, en ambos casos, de edificios con varios pisos destinados a ser distribuidos en el futuro entre los hijos del matrimonio. Los Landa Vaz pasaban también largas temporadas en la finca de El Fresnal, a unos 19 kilómetros de Badajoz. Se trataba de un cortijo de recreo ubicado en el municipio pacense de Talavera la Real, entre Novelda del Guadiana y Pueblonuevo del Guadiana. María Rosa Villa Landa recuerda la abundancia de fresnos, la presencia imponente del río y la proximidad de un apeadero ferroviario de la línea Madrid-Badajoz. Aunque la sobrina de Matilde matiza que se trataba de una finca de dimensiones más bien reducidas –«nada que ver con la de Cabezarrubias, que pertenecía a la rama colateral de los Carazo Landa»–, es otro dato que nos indica la posición social de la familia. Por otra parte, también en su infancia Matilde se desplazaba en épocas vacacionales con sus padres y hermanos a Portel, donde residía la familia materna. Al parecer el trayecto a la localidad portuguesa, distante 149 kilómetros de Badajoz, se efectuaba en carro. También pasaron algún verano en la localidad turística de Figueira da Foz.15

Matilde Landa tuvo sin duda una buena educación, característica de una señorita de clase media acomodada de las primeras décadas del siglo XX. Como era habitual en estos ambientes, su instrucción escolar básica fue a cargo de maestros particulares. Uno de ellos fue su hermano Rubén. Así, por ejemplo, en una carta de 1917 Matilde explicaba: «Ahora doy clase con Rubén de Francés, Geografía, Geometría, Aritmética, Traducción francés, etc. Como ves, estoy muy ocupada».16 Estudió también piano, y recibió clases de Máximo Sanpor, un profesor invidente que usaba el método Le Carpentier y de quien decía en una carta de 1917 que «es muy simpático y tiene gusto». Sabía dibujar, como atestigua algún autorretrato que se ha conservado. Su capacidad para los idiomas, tal vez favorecida por el bilingüismo familiar, se manifestó sobre todo en su temprano dominio de la lengua francesa. Nos consta, en este sentido, que ya a los 13 años leía en versión original las narraciones de Alphonse Daudet, y que a los 16 tradujo y publicó una selección de estas en el periódico La Región Extremeña.17 También aprendió a coser con cierta destreza; las cartas nos indican que, al menos desde 1918, dedicaba buena parte del día a la confección de prendas para uso personal o familiar y que esta actividad le generaba notable satisfacción:

Te mando los patrones de los dos faldones que mandó Pilar. Son monísimos. El de las coronitas me gustó mucho y te estoy haciendo uno igual. Son de orlandina o narisú; quedan mejor de orlandina. Como no lo tendré para cuando se marche madre te lo mandare enseguida que lo acabe pues ¡tiene tantas vainicas! Fíjate en el de las coronitas que no es igual el trecho entre alforza y alforza, pues donde están las coronitas tiene que ser mayor que el de abajo.18

Tenía gran afición por la música clásica, en particular por Bach y Beethoven. También era una voraz lectora y asistía con frecuencia a representaciones teatrales. De sus gustos literarios de juventud conocemos su admiración por la poesía de Pierre de Ronsard, por los relatos de Rudyard Kipling y por el escritor hindú Rabindranath Tagore, en particular por la obra dramática El cartero del rey. Otras de sus aficiones eran el baile, la floricultura y las excursiones campestres; su placer desde pequeña por el contacto con la naturaleza, que sin duda determinó su posterior interés por la biología, conecta muy bien con uno de los rasgos definitorios de la Institución Libre de Enseñanza. Dedicaba también parte de su día a día a las labores del hogar, aunque su familia –como era habitual entre la burguesía de la época– contaba con empleados domésticos, tanto en el domicilio habitual como cuando se desplazaban por vacaciones: «Con los preparativos del viaje tengo mucho que hacer. Y más, no teniendo muchacha, pues sólo está Mariquilla y yo tengo que arreglármelo todo, incluso lavar y planchar alguna cosilla mía, cosa no muy agradable en este tiempo».19

Las imágenes y los testimonios de sus contemporáneos acreditan su carácter extrovertido y su extraordinaria belleza, con atributos exóticos derivados de su parcial ascendencia indostánica. Según Luis Azcárate, «Matilde era muy guapa, una belleza clásica pero con un ramalazo hindú. Simpática, con frecuente risa, mucho humor y al mismo tiempo firme y valiente».20 En palabras de María Rosa Villa Landa, «tía Matilde además de ser muy mona, tenía una vocecita muy dulce y no la recuerdo nunca enfadada. Mi madre me contó que siempre tenía que estar dando calabazas al uno y al otro». Fanny Edelman se pregunta: «¿Quién podrá olvidarse de Amparo, de Conchita, de Matilde Landa? ¿Cómo olvidar la dulzura de su rostro, la delicadeza de sus gestos, su señorío?».21 Quienes la conocieron elogian también su elegancia sobria, característica igualmente patente en algunas fotos y en su correspondencia juvenil. Nuevamente, el particular interés de la Matilde adolescente por su apariencia ofrece pistas sobre su entorno social y contribuye a ubicar esos años en el contexto de la evolución de la condición femenina en la Europa de entreguerras: «Me han comprado un vestido y un abrigo en “La Granadina”. El abrigo me lo están haciendo allí y el vestido me lo hará la modista de las de Benigna»;22 «Me he comprado un traje de crespón crema y me están haciendo otro de glacé color café. ¡Qué elegante voy a estar!»;23 «Que me haga Nicolasa un traje de chaqueta […]. Quería también una blusa bonita para ese traje, que me comprarás o hará Nicolasa, como te parezca mejor. Y si crees que queda bien un chaleco de esos que se llevan ahora tanto, para debajo de las chaquetas, que me lo haga también».24 Algunos datos vinculan a la Matilde Landa de esa época con rasgos definitorios del movimiento de «mujeres modernas», con el que debía de sentirse identificada por edad, clase social y actitud independiente y desenfadada. Así, en una carta de 1921, Matilde explica que estaba aprendiendo el foxtrot, el estilo de baile fetiche de las flappers de la época: «Los domingos por la tarde viene Doloritas y nos damos una de bailar tremenda. Ya, casi casi, me ha enseñado a bailar el fox-trot!!!».25

Adoraba a los niños pequeños, como queda de manifiesto en su correspondencia, en la que abundan las referencias profundamente tiernas hacia sus múltiples sobrinos. Matilde refleja en sus escritos su enorme pesar por la muerte temprana de algún hijo de su hermana Aida, como Rubén Currín, fallecido el 17 de septiembre de 1922. Todavía un año después, comentaba: «Ahora es cuando echo de menos a Currín!!! Si vieses el vacío que deja en la casa! La pobre de Aida no parece la misma. Está completamente hundida».26 También habla con frecuencia de Fenfén, es decir, Florencio Villa Landa. Pero su cariño de joven tía se concentra de manera muy especial en Luisa Viqueira Landa, la hija mayor de Jacinta, y sus hermanos Jacinto y Carmen: «A Luisiña que me escriba ¿Y Santiño? ¿Se acuerda de mí? A los dos unos cuantos estrujones fuertes»; «Me gustaría estar siempre contigo y con los niños»; «Figúrate cuánto daría por ver ahora a tus pequerruchos, sobre todo a Carmencita que está en la edad de los estrujones».27

Ya desde muy joven Matilde Landa fue aficionada a viajar. Al margen de conocer bien la zona rural extremeña y de pasar algunos veranos en Portugal, realizó frecuentes incursiones a Madrid y alrededores; en su correspondencia aparecen numerosas referencias al «tren mixto» que comunicaba Badajoz con la capital de España. Ya en 1914 apareció en un periódico local la siguiente noticia: «Acompañada de su hija Matildita anoche, en el tren mixto, regresó a esta capital Dª Jacinta Vaz, esposa de nuestro querido amigo D. Rubén Landa y Coronado».28 En una carta de julio de 1920, Matilde relata un trayecto en ferrocarril viajando sola desde La Coruña a «la Villa y Corte», cosa poco frecuente entonces para una muchacha de 16 años: «Todo el viaje vino en el departamento de al lado la guardia civil, pues según decían era conveniente “por si me ocurría algo”. Constantemente me preguntaban, revisores y guardias, “si no tenía miedo”». Además, desde el inicio de la relación entre Jacinta y Xoán Vicente Viqueira pasó largas temporadas en Galicia. Tenemos noticia de algún otro viaje cultural familiar; así, en el verano de 1918, Matilde visitó con sus padres Asturias y León. En esta ciudad contempló la catedral, la basílica de San Isidoro y el convento de San Marcos.29

Su pasión por la cultura se vio propiciada igualmente por el intenso contacto que tuvo desde pequeña con escritores, intelectuales y artistas. Así, por ejemplo, en 1914 Juan Ramón Jiménez le regaló un ejemplar dedicado de la primera edición de Platero y yo. Desde el año anterior, Jiménez se alojaba en la Residencia de Estudiantes, en estrecho contacto con Rubén Landa, el también escritor Emilio Prados y el filósofo Manuel García Morente.30 Según un escrito dictado en 1977 por Rubén Landa desde México, Matilde habría aprendido a escribir gracias a su ayuda a base de copiar, en letras mayúsculas, los títulos de esta obra.31 Se trata sin duda de una confusión, pues para entonces ella ya tenía 10 años. En todo caso, a principios de 1915 Matilde agradeció al poeta de Moguer –al que, al parecer, no llegó a conocer personalmente– el envío del libro.32 También fue particularmente decisiva la influencia de las más señeras figuras de la Institución Libre de Enseñanza, con las que Matilde trataba frecuentemente en Badajoz, Madrid o Galicia. Naturalmente, la más intensa fue, debido a los lazos familiares, la de Manuel Bartolomé Cossío. Desde su infancia, Matilde se carteó con el ilustre pedagogo e historiador del arte, y una de sus mejores amigas hasta la adolescencia fue su hija Julia, la cual a menudo pasaba largas temporadas en la casa de los Landa en Badajoz. Se conservan varias fotografías y cartas que documentan el apoyo mutuo que se brindaban las dos muchachas. Debe señalarse que Julia Bartolomé-Cossío López-Cortón padecía una grave discapacidad física que le impediría finalizar sus estudios y que se acrecentaría a partir de la muerte de su padre (1935).33 En otro orden cosas, a través de su padre Matilde recibió también el influjo de Carolina Coronado, hasta el punto de que ella conservaría ya de adulta distintas pertenencias y documentación de la poetisa de Almendralejo.34

Nos consta que desde la preadolescencia Matilde Landa se implicó en actividades que –aunque ligadas en principio a las habituales prácticas de beneficencia propias de las mujeres de familias burguesas– denotaban un creciente compromiso cívico. Así, por ejemplo, una noticia publicada en la prensa de Badajoz en enero de 1916 nos permite saber que «la señorita Matilde Landa», entonces de 11 años, contribuyó en una colecta para ofrecer regalos a los niños del Hospicio de Badajoz con motivo de la festividad de los Reyes Magos.35 En octubre de 1917 recaudó 52 pesetas y tejió unos abrigos para los huérfanos de la Primera Guerra Mundial.36 En marzo de 1922, en plena guerra civil entre la Rusia soviética y los ejércitos blancos, Matilde fue una de las contadísimas alumnas del Instituto de Badajoz que participó en una subscripción especial realizada «a favor de los hambrientos rusos».37

La formación laicista y progresista de Matilde Landa queda ya patente en su correspondencia infantil y juvenil. En una carta a su hermana Jacinta escrita pocas semanas antes de cumplir los 15 años manifiesta unas firmes inclinaciones izquierdistas al celebrar el relativo éxito electoral del candidato socialista por Badajoz Narciso Vázquez Torres –hijo de Narciso Vázquez Lemus– en las elecciones a Cortes del 1 de junio de 1919. Destaca, en especial, su contundente crítica a los métodos caciquiles característicos del sistema de la Restauración:

Aquí la elección ha sido muy buena. Se presentaron Narciso y Sardiña. Narciso ha tenido una buena elección, como hace muchos años no tenían las izquierdas. Tan entusiasmados estaban que cantaron La Internacional hasta V[icente] Martínez y Manuel Rubio. Pero está en 4º lugar y de aquí no salen más que 3. ¡En Madrid sí que han tenido un buen éxito! ¡Y eso que han hecho unas atrocidades tremendas! Aquí llegaron a pagar el voto hasta 40 pts.38

En otros textos de la época, se deslizan pequeños sarcasmos sobre las prácticas religiosas de algunos de sus conciudadanos. Así, por ejemplo, en diciembre de 1917 Matilde, con 13 años, se refiere con evidente sorna a las rogativas que tenían lugar en Badajoz para propiciar el fin de la sequía: «Aquí no acaba de llover. ¡Una ruina! Hace tiempo trajeron a la virgen de Bótoa, pero ¡nada!. La señora no hizo el milagro».39 Cuatro años más tarde, Matilde Landa explica su asistencia, por compromiso, a una procesión de Semana Santa que presidía Juan Álvarez Sánchez, marido de Ángela Carazo Landa –sobrina de su padre–. Matilde se refiere con notable frecuencia a esta rama católico-conservadora de la familia, a la que trata siempre con respeto y cariño, aunque dejando claro que no comparte sus planteamientos: «Mañana voy a Bótoa con Ángela, pues Juan tiene que presidir la procesión –¡figúrate lo que me voy a reir!–. En este momento está lloviendo, así que no sé que día hará mañana. De todos modos iremos, porque ya comprenderás que Juan no puede faltar!».40

También aparece en la correspondencia de Matilde Landa alguna sabrosa burla relativa a la vida social y cultural pacense. Así, en una carta del 16 de noviembre de 1920 destila una contundente crítica –ciertamente con un punto de arrogancia propio de la edad– al contenido de una de las múltiples conferencias del Ateneo de Badajoz a las que asistía en compañía de su inseparable Caridad Marín: «El sábado fuimos Caridad y yo a una conferencia del Ateneo y nos divertimos la mar, tomándole el pelo al conferenciante, que era un hijo de Vaca, el arquitecto. Yo apunté todos los disparates que dijo y Caridad ha tenido el atrevimiento de publicarlos en La Región!!!! El jueves habrá otra conferencia». En la misma carta ironiza respecto a una función benéfica organizada en Badajoz por el catedrático y literato ultraconservador José María Ruano y Corbo (1870-1936), en la que se representó una obra de Adelardo López de Ayala y un cuadro líricodramático de carácter patriótico titulado La bandera de la patria compuesto por el propio Ruano:

Ruano, el amigo de Vicente, organizó una función en beneficio de los pobres –y suyo, supongo yo–, que se celebró anoche, con un lleno fenomenal. Primero hubo un drama de López de Ayala, en la que M.ª Cruz Ruano hacía de protagonista. Y después un cuadro lírico-dramático, hecho por Ruano, que se llamaba «La bandera de la Patria» y que consistía en una muchacha que llevaba la bandera y cantaba y otra que recitaba unos versos y después un coro de muchachas de la crema vestida cada una con el traje popular de una región de España. Pilar Álvarez me invitó para que formara parte del cuadro, pero yo no quise como ya te puedes suponer.41

Son muy frecuentes, por otra parte, las referencias de Matilde en sus cartas de esta época a problemas de salud suyos o de su entorno más directo. Ya en 1917 escribía: «Me están poniendo unas inyecciones […] para fortalecerme».42 En septiembre de aquel año se mostraba alarmada por el impacto de la epidemia de viruela en Badajoz: «Aquí hay epidemia de viruela. Todo el mundo se está vacunando. Aquí hasta la costurera y las criadas; no le ha prendido más que a Aida».43 En 1918-19, varios miembros de la familia, como su padre y su hermana Aida, se vieron afectados por la terrible epidemia de gripe –la mal llamada «gripe española»– que asolaba Europa y que provocaría, según algunas estimaciones, unos 40 millones de muertos (300.000 de estos en España): «Aida también ha caído con la gripe, pero felizmente de las mejores. Anoche ya no tenía fiebre. Hoy todavía no la he visto, porque he tenido que estar al cuidado de papá».44 El 15 de febrero de 1922, una nota de sociedad en la prensa local anunciaba que «se encuentra restablecida de su enfermedad, la bella señorita Matilde Landa».45 En octubre de aquel año padeció paludismo: «Me dio el paludismo con más fuerza […] hoy me he puesto yo la primera inyección de “termotona” y como estreno se me ha vertido toda; no empiezo mal! Y también empiezo con el hierro y el arsénico. Todos me encuentran más gorda. ¡Con tal que no lo pierda pronto!».46 En una carta a Jacinta en enero de 1923 le confiaba nuevamente: «Ahora vuelvo a tener paludismo, después de dos meses que no me daba. ¡Qué desesperación!».

A pesar de sus dotes intelectuales y de los antecedentes familiares, no estaba predeterminado en absoluto que Matilde Landa tuviese necesariamente que cursar estudios superiores. La inexistencia de universidad en Extremadura, su condición de hija pequeña de un matrimonio de edad avanzada, los problemas de salud y las reticencias que –incluso en ambientes burgueses progresistas– persistían respecto a la educación y la autonomía femeninas explican los serios reparos de su padre a que siguiese los pasos de sus hermanos mayores Rubén y Jacinta. Desde la primavera de 1919, Matilde albergaba el proyecto de cursar el bachillerato en La Coruña, donde residía Jacinta con su marido Xoán Vicente Viqueira. En una carta de junio de 1919 explicaba a su hermana:

Ahora otra cosa: que nos digáis en qué condiciones puedo yo ir a esa para estudiar el bachillerato. Esas son las palabras de papá. Pero no hagáis alguna tontería, y vayáis a estropearme el proyecto. […] Figúrate que ayer me dijo: «Vas a ir a casa de las de Rubio a aprender a cortar, y déjate de bachillerato ni de monerías».47

Los intensos deseos de la Matilde adolescente de trasladarse a La Coruña se vinculaban fundamentalmente a su rechazo del ambiente poco estimulante que, en su opinión, presentaba el Badajoz de la época: «Para mí sería una alegría enorme, pues me horroriza pensar que tengo que pasarme la vida en este pueblucho indecente, y sobre todo sin hacer nada». Debe matizarse que en otros escritos manifiesta opiniones mucho más positivas sobre su ciudad natal, así como su orgullo por ser extremeña.

Finalmente, en el curso 1919-20 residió en la ciudad gallega, aunque optó por estudiar en la Escuela Profesional de Comercio. Este centro gozaba entonces de cierto prestigio en la enseñanza de las matemáticas, disciplina por la cual Matilde sentía especial predilección. Tuvo que superar una prueba de ingreso que posteriormente le serviría para convalidar la de acceso al bachillerato. Cursó, entre otras asignaturas, una «Historia de España y sus relaciones con la universal» en la que obtuvo la calificación de notable. En esos meses también perfeccionó sus conocimientos de francés y adquirió unos primeros rudimentos de inglés. Como colofón de aquel año académico, entre el 12 de junio y el 11 de julio de 1920 Matilde realizó un viaje cultural a París con su hermana, su cuñado y su sobrina Luisa. Muy interesada por el arte, la visita a los espectaculares museos de la capital francesa y la circunstancia de contar con un guía tan excepcional como Viqueira contribuyeron a despertar su sensibilidad. Nos consta que el matrimonio pudo disfrutar «de una interpretación fabulosa del Der Ring des Nibelungen en el Palacio de la Opera; ambos eran entusiastas de la música de Wagner, separándolos de gustos más convencionales».48 Probablemente, Matilde Landa, también admiradora del compositor alemán, se lo perdiera para cuidar esa noche de la pequeña Luisa. En una carta escrita por Jacinta Landa a Carmen López Landa en 1982 se aportan ciertos detalles de aquel viaje y de su impacto sobre la formación de Matilde:

En 1921 [en realidad 1920] le pagaron a Vicente la traducción que había hecho del alemán de historia de la filosofía. Con ese dinero (¡1000!) pesetas decidimos ir a París porque Vicente quería que yo lo conociese. Matilde estaba entonces pasando una temporada con nosotros en La Coruña y le escribimos a mis padres para que dejasen a Matilde ir con nosotros. No puedes figurarte la alegría de Matilde, no tanto por ir a París si no por no separarse de Luisa (que tenía tres años), que la adoraba. En París vio muchas cosas y aprendió mucho. Para visitar los museos o algunos monumentos entraba con Vicente que le enseñaba y explicaba mientras yo me quedaba con Luisa en el jardín más próximo y cuando ella salía se quedaba con Luisa para que yo viese el museo.49

Disponemos también de una carta de Matilde a Jacinta, a su regreso de París, en la que, con su jovial estilo, valora aquella experiencia en términos muy positivos:

Me acuerdo una barbaridad de vosotros. Constantemente os estoy mentando –entiendes, Vicente–. No sé cómo agradeceros todo lo que habéis hecho por mí. Pero yo creía que, al venir Matildita de París, me recibirían con música, tocarían las campanas, etc. Y no ha pasado nada de eso ¡qué decepción!50

En el curso 1920-21 Matilde inició sus estudios de bachillerato en el Instituto General y Técnico de Badajoz. Optó –como era corriente entre las chicas– por el turno libre, y preparó principalmente las asignaturas a través de lecciones particulares que, a partir de abril, le impartió el profesor Manuel Saavedra, por quien sentía una gran admiración. Aun así, también asistió a algunas clases de Historia Natural en el mismo instituto a cargo del prestigioso científico Enrique Rioja Lo-Bianco (1895-1963), con quien coincidiría poco después en Madrid, ya como estudiante universitaria. Se consideraba discípula suya y su traslado a la capital, en noviembre de 1920, le provocó un disgusto. También continuó mejorando su capacitación en inglés y francés. De hecho, Matilde dudó durante unos meses respecto a su futuro académico; influida por los planteamientos pedagógicos de la ILE, desconfiaba del sistema de exámenes y, al parecer, manejaba la opción de autoformarse al margen de cualquier titulación. En una carta del 31 de octubre de 1920 a Manuel Bartolomé Cossío, Matilde le explicaba:

Desde hace unos días, voy a la clase de Historia Natural del Sr. Rioja, en el Instituto. Es muy bonita e interesante. Lo que es una pena es que, como supongo, no explique todo el curso, pues está preparando oposiciones para marcharse enseguida que pueda de aquí ¡no hay un alma caritativa que se quiera quedar en Badajoz! El día 2 empezaré una clase de francés, con un señor francés. Y, con una muchacha amiga, haré algo de inglés, para no olvidar lo poco que aprendí en La Coruña. No sé todavía si daré alguna clase más. ¡Aquí eso es un conflicto! Me quieren convencer de que haga el Magisterio, el Bachillerato; pero yo me resisto, pues además de parecerme un disparate los exámenes, creo que voy a perder mucho tiempo para tener un título que no me va a servir para nada.51

Finalmente, en abril de 1921 acabó formalizando su matrícula para los estudios libres de bachillerato. En una carta a su hermano Rubén y a su cuñada María Luisa Viqueira explicaba su día a día en los meses finales del curso, al tiempo que dejaba entrever nuevamente su preferencia por las ciencias naturales –en particular por la botánica y la geología– como futura carrera universitaria. Resulta pertinente trascribir este párrafo, en el que queda nuevamente de relieve su cuestionamiento de los métodos tradicionales de enseñanza, así como su deseo de romper con la pauta de conducta habitual de las señoritas pacenses de clase acomodada:

Yo hace dos días que estudio y doy clase con Manolo Saavedra. Trabajo mucho, todo lo que puedo. Me levanto a las 8 u 8 ½, estudio hasta las 11 y a esa hora me voy al Instituto. Vuelvo a las 12 y sigo estudiando en la azotea o aquí hasta la hora de comer. Después de comer estudio hasta que viene Manolo, que suele ser antes de las 5. Hacia las 6 ¼ se marcha y después meriendo, subo un rato a la azotea a tomar el aire y, si no vienen visitas (pocas veces) estudio otro ratito. Después de cenar, bajo, para arreglar el baño de Celia, las camas, etc y subo a las 12 o 12 ½. A veces, cuando tengo mucho que hacer leo un poco en la cama. Como veréis, duermo poco; sin duda es por la preocupación de que tengo que estudiar. Pienso examinarme de Castellano (con Ruano; horror!!!), de Caligrafía, de Aritmética y Geometría y de Francés 1º y 2º. Ya supondréis cuanto tengo que trabajar para prepararme en menos de dos meses. Estoy muy contenta con que me prepare Manolo Saavedra. Rioja está muy empeñado en que me examine con él de Historia Natural, pero como tendría que hacerlo sin efectos académicos, lo dejo para más adelante. A mí también me parece mal eso de hacer el Bachillerato, sobre todo por los exámenes, que son una cosa tonta. Pero en mi situación, es algo así como una solución. A los señores viejos les parece –al menos eso creo yo– que no se estudia como no se examine una al final. Y si no hiciese el Bachillerato, no daría clase con Manolo Saavedra ni aprendería muchas de las asignaturas que tiene el Bachillerato, algunas de las cuales aunque no me gustan, no está de más saberlas. Y sobre todo, lo hago por hacer algo, por distraerme, por no pasar una vida tan aburrida como la pasan las niñas de aquí. Y la única solución era el Bachillerato. Si yo pensase ir a Madrid no lo haría, pues allí me dedicaría solo a lo que me gusta, pero como pienso estar aquí y lo único que puedo hacer es el Bachillerato, por eso lo hago. Después de terminar el Bachillerato ¿quién sabe? Quizás pudiese ir a Madrid a estudiar Ciencias Naturales, idiomas y música (mejor es no perder la esperanza ¿verdad?). Las Ciencias Naturales me gustan mucho, sobre todo Botánica y después Geología. Ya veremos si es esto a lo que me voy a dedicar. ¿No os parece que dejemos esto ya? Buena lata os estoy dando.52

La preparación de aquel curso se efectuó, por tanto, en dos intensos meses. Sus resultados académicos fueron, aun así, satisfactorios en términos generales. Obtuvo notable en Castellano, Nociones de Aritmética y Geometría, Francés (I) y Caligrafía, y aprobado en Gimnástica (I) y Gimnástica (II):

Quedé contenta de los exámenes, menos del de Francés 1º que, a pesar de llevarlo muy bien, no lo hice todo lo bien que yo esperaba. Me dieron notable, pero yo creo que me debían haber suspendido. Y, en vista de este éxito, no me presenté a Francés 2º, aunque estoy segura de que me hubieran aprobado, pero estaba tan indignada conmigo misma, que no quise. Para septiembre ya veremos las que puedo preparar.53

En el curso 1921-22 prosiguió sus estudios. Aunque afectada nuevamente por problemas de salud, obtuvo sobresaliente en Geometría, Física, Agricultura y Fisiología e Higiene; notable en Aritmética, Álgebra y Trigonometría e Historia Natural; y un aprobado en Química.54 En el curso 1922-23, como se ha comentado, padeció paludismo, pero sobre todo tuvo que ocuparse de su padre, al ser la única hija que habitaba en el mismo domicilio. El 8 de febrero de 1923 escribía a Jacinta: «Esta noche ha dormido papá mejor y tranquilo. Despertó la primera vez a las 3 y no quiso de ninguna manera que me quedara más, así que no tuve más remedio que acostarme. Hace días que lo encuentran mejor. De ninguna manera creas que te ocultamos algo». Sin embargo, como ya se ha señalado, Rubén Landa Coronado falleció el 16 de marzo de 1923. El golpe moral que padeció Matilde fue lógicamente muy considerable, para el que halló consuelo en la lectura: «¡Figúrate como estará esta casa! Gracias que Carlos distrae mucho a su madre [Aida] y los libros me distraen a mí». A partir de entonces, todas sus cartas iban acompañadas de un ribete negro de luto.

En todo caso, entre las convocatorias ordinaria y extraordinaria de aquel curso 1922/23, pudo completar sus estudios de bachillerato. En junio obtuvo sobresaliente en Historia Universal, Latín (I) y Francés (II); notable en Psicología y Lógica e Historia de la Literatura; y aprobado en Rudimentos de Derecho.55 Al principio del verano padeció gripe, y tuvo que guardar unos días de reposo en cama.56 Aun así, en septiembre pudo examinarse de las últimas asignaturas pendientes: Geografía General y de Europa, Historia