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Es esta una investigación profunda, polémica y desgarradora. Toca las fibras del sentimiento humano, con sus emociones y virtudes. Es la historia contada con el corazón henchido de pasión y la mente pletórica de Patria, obras como esta nos enriquecen como cubanos.
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Seitenzahl: 285
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Cuidado de la edición:Tte. Cor. Ana Dayamís Montero Díaz
Edición:Felipa Suárez Ramos
Diseño de cubierta:Jorge Victor Izquierdo Alarcón
Diseño interior y realización:Martha R. Iglesias Sierra
Corrección:Sandra Melian Viñals
Imágenes:Archivo del autor
Conversión a ebook:Grupo Creativo Ruth Casa Editorial
© Ricardo Hodelín Tablada, 2020
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2024
Premio Biografía, Concurso 26 de Julio de las FAR, 2016.
Jurado
Dr. C. Nancy Corzo, presidenta
Dr. C. Servando Valdés
Dr. C. Julio César Rosabal
ISBN: 9789592244993
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
en ningún soporte sin la autorización por escrito
de la editorial.
Casa Editorial Verde Olivo
Avenida Independencia y San Pedro
Apartado 6916. CP 10600
Plaza de la Revolución, La Habana
A mi padre, quien tanto admiraba a los médicos mambises.
En el año 2005, durante el IX Taller Dimensión Histórica de la personalidad de Antonio Maceo Grajales, compartí con la comunidad de historiadores los primeros resultados de esta investigación. Desde entonces los he presentado sistemáticamente en varios cónclaves científicos de las Ciencias Médicas y de las Ciencias Históricas, el último, el XXII Congreso Nacional de Historia, en abril de 2016. En todos esos escenarios he recibido el beneficio del intercambio académico. Asimismo, fue muy importante el debate en el espacio Memorias de la guerra que, desde el Centro Dulce María Loynaz, conduce el Dr. C. Yoel Cordoví Núñez.
Lucía Nery Ríos Marrero, sin saberlo, me dio el impulso para convertir en libro mis apuntes iniciales. Deisy Cué Fernández, una vez más, me abrió las puertas de su corazón y de su archivo, revisó atenta el manuscrito y realizó magníficas correcciones. Joel Mourlot Mercaderes, con sus profundos conocimientos maceístas y su sapiencia, con elementos medulares contribuyó a enriquecer el libro.Gregorio Delgado García, desde el compromiso familiar, criticó y convenció con meritorias sugerencias; además, tuvo la gentileza de escribir el prólogo. René González Barrios, presidente del Instituto de Historia de Cuba, puso en mis manos una selección inédita de valiosos documentos.
Isidro Zertucha Viñas y Lydia Zertucha Ramos, descendientes del doctor Zertucha, ofrecieron una decisiva ayuda. Imprescindibles fueron las lecturas de las múltiples versiones compartidas con mi hija Damarita. De inestimable valor fueron los comentarios, libros y documentos aportados por Damaris Torres Elers, Julieta Aguilera Hernández, Lídice Duany Destrades, Olga Portuondo Zúñiga, Claudio Puente Fonseca, Francisco Goyenechea Gutiérrez, Emilio Herrera Villa, Filiberto Mourlot Delgado, Israel Escalona Chádez, José Miguel Márquez Fariñas y Reinaldo Suárez Suárez. A todos siempre les estaré sinceramente agradecido.
Unido al doctor Máximo Zertucha y Ojeda por lazos familiares (su hijo Arturo Zertucha García estaba casado con mi tía paterna María Teresa Delgado Fernández) desde niño oí hablar mucho del doctor Zertucha a mi abuelo materno Miguel García Pérez, práctico de farmacia y veterano de la Guerra Independentista (1895-1898) y a mi padre, Gregorio Delgado Fernández, profesor, académico correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba (1938-1962) e historiador de la provincia de La Habana (1942-1952), lo cual me llevó siendo ya historiador del Ministerio de Salud Pública y director de Cuadernos de Historia de la Salud Pública en 1997, a dedicar el No. 82 de dicha colección monográfica a tan destacada personalidad de la Sanidad Militar del Ejército Libertador, con el títuloDr. Máximo Zertucha, médico del Lugarteniente General Antonio Maceo, de la autoría de mi padre y del historiador Rafael Soto Paz.
En él se incluyen importantes documentos históricos como el Diario de campaña del Dr. Máximo Zertucha con introducción y notas de mi padre, los certificados de defunción de Antonio Maceo Grajales y Francisco Gómez Toro expedidos por el doctor Zertucha y copia del título de Profesor de Medicina y Cirugía, expedido en el Estado Libre de Veracruz, México y su expediente de estudios en la Universidad de La Habana.
Con estos antecedentes, el doctor Ricardo Hodelín Tablada, destacado neurocirujano del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Saturnino Lora de Santiago de Cuba, autor de cuatro libros publicados y más de docientos artículos aparecidos en revistas de más de quince países, por lo que ha recibido numerosos e importantes reconocimientos, me ha pedido que le escriba el prólogo a su último libroMáximo Zertucha, médico de Antonio Maceo.
La obra es un acabado estudio sobre tan polémica figura de nuestra historia, apoyada en sesenta y ocho importantes bibliografías, documentos inéditos, fotos y otros materiales de valor extraordinario. El libro termina con siete anexos que contienen documentos históricos que considero fundamentales.
Seguro estoy que los que lean esta obra quedarán tan satisfechos de su lectura como lo está el autor de este prólogo.
Dr. Gregorio Delgado García
Historiador médico del Ministerio de Salud Pública
Jefe del Departamento de Historia de la Salud Pública de la Escuela Nacional de Salud Pública
Los pueblos quedan marcados por el cisma que provoca la muerte de sus líderes. El impacto es mayor si esta tiene lugar en medio de una guerra o situación de conflicto. Así ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad. La de Cuba no es excepción.
Las tempranas muertes de los generales Donato Mármol, Luis Marcano y Federico Fernández Cavada, impactaron los destinos de la Guerra de los Diez Años en los momentos iniciales de la contienda. Fueron golpes demoledores, dado el papel de estos en la conducción de las acciones combativas y en la formación del naciente Ejército Libertador. Lo mismo ocurriría con las de Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes, y en la última gesta independentista, con la caída en combate de los también generales Flor Crombet, José Martí, Antonio Maceo y Serafín Sánchez.
En todos los casos, ante la hecatombe, el espíritu de las tropas decae, reina el desconcierto, la incertidumbre, el de-sánimo, la desesperanza y, en algunos casos, el caos. Luego del momento delshock, viene la reflexión. De las desgracias surgen los símbolos, los mitos y los caídos se convierten en banderas y fuentes de inspiración.
La muerte en combate del general Antonio Maceo causó verdadera conmoción en las filas del Ejército Libertador. Máximo Gómez, en carta a María Cabrales, viuda del Titán de Bronce, expresó su pesar y valoración del daño:
Ha muerto el general Antonio en el apogeo de una gloria que hombre alguno alcanzó mayor sobre la tierra, y con su caída en el seno de la inmortalidad, lega a su patria un nombre que por sí solo bastaría, ante el resto de la Humanidad, para salvarla del horroroso estigma de los pueblos oprimidos.1
El mayor general José María Rodríguez, su compañero santiaguero desde la Guerra Grande, dijo en carta de pésame a la atribulada esposa del héroe:
¡Ah! El destino insensato ha derribado el coloso sobre la tierra que a su paso estremecía con el fragor de sus triunfos. ¡Ya no hay Antonio Maceo! Cuba ha perdido su más valeroso paladín: la Libertad su más poderoso guerrero, la victoria su Dios!2
Desde París, el patriota Ramón Emeterio Betances, Padre de la Patria puertorriqueña, escribió a María:
El luto, señora, es para Ud.; pero aquí también para todos los patriotas, y con Ud. nos inclinamos todos, los ojos en lágrimas, ante la severidad del destino. Aquí lloramos, pero enaltecemos al que fue grande en la batalla, grande en el consejo, grande en el patriotismo, y que con la punta de la espada, escribió en la tierra cubana, de una punta a otra de la Isla, su nombre imperecedero, desde Peralejo hasta Cacarajícara.3
Impacto mayor tuvo el suceso entre los jefes y oficiales que acompañaban al lugarteniente general el día de su muerte. Para ellos, Maceo simbolizaba la Patria, la Revolución, la pureza de la causa. Era el Aquiles de nuestra homérica epopeya y al ver su cuerpo inerte, derribado del caballo, sintieron derrumbarse el edificio moral que sostenía la causa.
Tal era la identificación que por el héroe sentían, que en el momento supremo, sus más cercanos colaboradores quedaron cegados y marcados por la inacción y el embeleso. Pocos supieron qué hacer. El cadáver quedó abandonado. Su jefe de Estado Mayor, el general de división José Miró Argenter reconoció en susCrónicas de la Guerra: «[…] salimos aterrados del lugar [...]»4y agregó: «[…] Nosotros no podíamos determinar el sitio del desastre, porque la impresión moral y el estrago físico nos inutilizaron por completo; si no perdimos la razón, poco faltó para ello.»5Años después, en su obsesión maceísta, nombró a un hijo Antonio Maceo.
Suelen los hombres —contemporáneos a los hechos o analistas posteriores— buscar responsables de cada desgracia, como si todo fracaso o error necesitara un chivo expiatorio. Los pormenores que rodean el combate de San Pedro de Punta Brava, la muerte del general Antonio y de su ayudante Francisco Gómez Toro, hijo del General en Jefe Máximo Gómez, provocó el enjuiciamiento apasionado a los jefes que acompañaban al héroe, sobre todo a los generales Pedro Díaz Molina y José Miró Argenter. Ambos quedaron eclipsados por el siniestro y no tuvieron la actuación que de ellos pudiera haberse esperado. Sin embargo, la posteridad ha tejido tendenciosas interpretaciones, muchas de ellas de origen español, haciendo recaer sobre la figura del médico del general Antonio, el teniente coronel Máximo Zertucha, la responsabilidad casi única del descalabro. Inmensa injusticia.
El Dr. Zertucha fue, como los dos generales mencionados, otro de los eclipsados. Patriota de nobles ideas y profundo humanismo, se ganó la confianza del general Antonio, quien lo requería preferentemente a su lado para hablar de cultura, política, o de cualquier tema. Era un hombre culto y del espíritu de hombres como él nutría el suyo el glorioso paladín. Ello provocó celos entre sus compañeros que se disputaban la amistad y atención del general.
La mayoría de los cubanos no concebían que Maceo fuera sorprendido por fuerza española alguna. Por la mente de muchos corrió la idea de una delación o traición. La presentación del doctor Zertucha, días después del hecho, lo convirtió automáticamente en el culpable público necesario para justificar la hecatombe.
Por suerte para Cuba, en todas las épocas han existido médicos amantes de la verdad y de la historia, que han llevado en paralelo las dos bellas profesiones: salvar e historiar. Médicos fueron los generales Félix Figueredo y Eusebio Hernández, los coroneles Fermín Valdés Domínguez, Gustavo Abreu, Guillermo Fernández Mascaró y Horacio Ferrer; todos legaron a la posteridad sus memorias como combatientes. Médico también fue el doctor Benigno Souza, biógrafo por excelencia del Generalísimo y cronista de la epopeya del 95 desde las páginas delDiario de la Marina,donde publicaba su columna Episodios de la Revolución Cubana.
Es ahora un médico joven, el doctor santiaguero Ricardo Hodelín Tablada, quien viene al rescate de Máximo Zertucha, aquel cubano puro de corazón, que tras el traumático impacto de la muerte de su jefe, se derrumbó y regresó a casa. A partir de entonces su vida fue tormentosa, al punto de que, después de reintegrarse a su labor de galeno en el poblado habanero de Melena del Sur y dedicarse durante meses a restablecer y atender su familia, en abril de 1898, el vilipendiado Zertucha regresó a la manigua y se reincorporó a las filas del Ejército Libertador. Sin embargo, el estigma lo acompañaría de por vida.
Es esta una investigación profunda, polémica y desgarradora. Toca las fibras del sentimiento humano, con sus emociones, virtudes y miserias. Hodelín lo hace con respeto, como solo lo puede hacer quien se sumerja en la historia con el corazón henchido de pasión y la mente pletórica de Patria. Obras como esta nos enriquecen como cubanos.
MsC.René González Barrios
1Gonzalo Cabrales:Epistolario de héroes, Imprenta El Siglo XX, La Habna, 1922, p. 217.
2Ibídem, p. 218.
3Ibídem, p. 221.
4José Miró Argenter:Crónicas de la guerra, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p. 710.
5Ibídem, p. 712.
Entre sus múltiples virtudes, Antonio Maceo Grajales tenía la atención y el trato esmerado hacia sus médicos,6 según refieren los testimonios de aquellos que lo acompañaron en la manigua. El 15 de junio de 1896 se nombró como médico personal de Maceo al doctor Máximo Zertucha Ojeda, en sustitución del doctor Hugo Roberts Fernández, quien estaba herido. Ocho días después el galeno lo asistió al resultar herido el lugarteniente general en la acción de Tapia.
Desde que conoció al héroe de Baraguá, el doctor Zertucha, contó con su estimación y alta consideración. Después de la muerte del Titán, el 7 de diciembre de 1896, impulsado por la profunda depresión que dejó en su ánimo tan luctuoso suceso, y por injustas ofensas recibidas en el campamento mambí, abandonó las filas del Ejército Libertador para acogerse, el 10 de diciembre, al indulto del gobierno español. Esta grave decisión suscitó comentarios y sospechas que, aunque mucho daño causaron al prestigio del médico, no lograron impedir su regreso y reincorporación oficial a las tropas mambisas antes de terminar la contienda, y la absolución por una comisión de investigación que a pedido suyo lo juzgó por su conducta pasada. Todas estas incidencias avivaron las controversias en torno a él.
La valoración histórica del doctor Máximo Zertucha constituye un viejo problema, al cual pretendo acercarme con nuevos argumentos a partir de las investigaciones que he realizado sobre el tema en fuentes documentales primarias y secundarias de la época, así como de los criterios de aquellos que conocieron y compartieron con él las vicisitudes de la guerra. Si consultamos los textos que ilustran el tema, nos encontraremos con fuentes hechológicas y apologéticas carentes, en su casi totalidad, de una óptica científica para analizar tanto el proceso histórico como el papel desempeñado por Zertucha.
Foto más divulgada del doctor Máximo Zertucha Ojeda.
En el entretejido de los acontecimientos, la historiografía considera necesario buscar la verdad en la reconstrucción histórica y la fidelidad en su interpretación, hurgando en aquellos documentos que, sin dejar espacio a la duda, permiten aclarar cómo ocurrieron los hechos. En consecuencia, me he motivado a realizar la presente investigación con el ánimo de acercarme a la verdad histórica, contextualizar los acontecimientos según la época, y arribar a conclusiones convincentes.
Esta biografía se basó en la aplicación de métodos científicos de investigación histórica —fundamentalmente la crítica histórica, apoyados en un sustento documental—, cotejando los diversos textos con otras informaciones, y múltiples fuentes bibliográficas. Este análisis me permitió demostrar cómo, en ocasiones, se omitieron hechos y elementos de juicio contradictorios en virtud de mantener la imagen monolítica del doctor Zertucha al presentarlo como traidor.
Asimismo, se han realizado valoraciones inadecuadas sin sustento científico y adicionado informaciones que favorecieron la creación de un halo místico alrededor de su figura. Esta alteración ha provocado que otros testigos adulteren los acontecimientos en sus obras, produciéndose una cadena de inexactitudes que han contribuido a desviar la verdadera esencia, ya sea por copiar de buena fe, por creación de dudas en sus notas o recuerdos, o por considerar adecuado alterar los contenidos ante el fin perseguido.
En consonancia con lo anterior, y con la premisa básica que en la historiografía el investigador no se recrea en la memoria, sino que la construye al colocar al alcance de todos, lo que no estaba en ella, he decidido dar a conocer mis consideraciones. Sirva este texto como un sentido tributo al doctor Zertucha, médico mambí, el último que cuidó de la salud del Titán de Bronce.
6 Sobre los médicos que atendieron al Lugarteniente General Antonio Maceo Grajales en diferentes etapas de su vida, he abundado en otros textos. Ver Ricardo Hodelín Tablada: Los médicos de Antonio Maceo Grajales en diferentes etapas de su vida, revista Medisan 2016; 20 (12): 7032-7044. [consultado: 08 de febrero de 2017]. Disponible en: http://www.medisan.sld.cu/index.php/san/article/view/1229/pdf]; y Médicos en la vida de Antonio Maceo, en Israel Escalona Chádez y Damaris A. Torres Elers (coordinadores): Dos titanes en la historia y la cultura cubanas, Ediciones Santiago, 2016, pp. 91-102.
Máximo Zertucha y Ojeda fue el segundo de los hijos de don Isidro Domingo de Zertucha y Landabur, natural de Bilbao, quien llegó a La Habana en 1820, con dieciocho años de edad, procedente de esa ciudad española. Al parecer, Isidro fue el tronco, de raíz vizcaína, de cuantos en Cuba llevan el apellido Zertucha.7 De su primer matrimonio en esta capital con doña Leandra Matilde Valdés, solo tuvo un hijo llamado Agustín, quien murió en La Habana, soltero, sin dejar descendencia.
Zertucha y Landabur enviudó y a los cincuenta años se casó, en segundas nupcias, el 5 de mayo de 1852, con doña Isabel Antonia de Ojeda y Alfonso, natural de la capital cubana.8De este enlace matrimonial, efectuado en la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate, nacieron cuatro hijos: Isidro Teodoro, el 19 de noviembre de 1853; Máximo Mauricio, el 18 de noviembre de 1855; María de las Mercedes Carlota, el 4 de noviembre de 1866, y Casimiro Nicasio, el 14 de diciembre de 1871. Los tres primeros fueron bautizados en la Catedral de La Habana, y el último, en la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate.
En la partida de bautismo de Máximo, localizada en la Catedral de La Habana, aparece como Máximo Mauricio de Santa Isabel Zertucha y Ojeda,9evidentemente en homenaje al nombre de su madre, aunque en documentos inéditos que he revisado se firmaba indistintamente como Máximo de Zertucha y Ojeda o Máximo Zertucha y Ojeda.
Isabel Ojeda y Alonso (La Habana, 17 de junio de 1834-Bejucal, 4 de marzo de 1904), madre del doctor Zertucha.
Isidro Zertucha y Landabur (Bilbao, 1802–La Habana, 19 de octubre de 1875), padre del doctor Zertucha.
De su infancia y adolescencia poco se conoce. Realizó sus primeros estudios en La Habana. Erróneamente algunos autores10han afirmado que cursó el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza, pero en realidad los cuatro primeros años del Bachillerato en Artes los venció en el colegio San Francisco de Paula, y el quinto, en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de la Isla de Cuba. Así lo evidencian documentos oficiales incluidos en su expediente académico, en total treinta y ocho folios, el cual pude revisar en el Archivo Histórico de la Universidad de La Habana; en la cubierta se lee: «Universidad. Facultad de Medicina. Año de 1879. Expediente de incorporación del Dr. D. Máximo Zertucha y Ojeda Médico-Cirujano por la Facultad de Méjico. 15136. Antiguo».
Veamos su evolución académica. En el curso 1867-68 examinó y aprobó varias asignaturas correspondientes al primer año de Castellano y Latín, Principios de Aritmética, y Doctrina Cristiana e Historia; en el de 1868-69, segundo año de Castellano y Latín, Geografía Descriptiva y Principios de Geometría; en el de 1869-70, Traducción Latina y Rudimentos del Griego, Historia General y Particular de España, y Aritmética y Álgebra; en el correspondiente a 1870-71, Traducción de Griego, Retórica y Poética, y Geometría y Trigonometría.
Llama la atención su dominio de las asignaturas relacionadas con las matemáticas, las cuales aprobaba con calificación de sobresaliente. El último año del bachillerato que, como apunté, lo realizó en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de la Isla de Cuba en 1871-72, aprobó las seis asignaturas finales: Sicología, Lógica y Filosofía Moral, es la primera que aparece como una sola asignatura; luego se encuentran: Física, Química, Historia Natural, Fundamentos de Religión, y Francés.
De esa época se conoce una anécdota que evidencia el carácter del joven Máximo y que se ha conservado en la tradición oral de la familia Zertucha. Acababa de cumplir dieciséis años y su hermano Isidro estuvo en el grupo de los estudiantes de Medicina, entre los que se seleccionaron los ocho que luego fueron asesinados. Máximo, enterado de la situación, se colocó al lado de su hermano y decidió correr la misma suerte, tuvo que aparecer la madre y hacer uso de su autoridad materna para poder separarlos.11
A los diecisiete años era más bien delgado, de regular estatura, blanco, de pelo rubio y ojos azules.12En el curso correspondiente a 1874-1875, con dieciocho años, matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana, donde estudiaba su hermano Isidro, con quien en algún momento se le ha confundido. Erróneamente se ha señalado que Máximo pudo escaparse a México para concluir la carrera de Medicina, debido a los sucesos que conllevaron al asesinato de los ocho estudiantes, en la tarde del 27 de noviembre de 1871.13En realidad, su matrícula se realizó el 10 de octubre de 1874, o sea, casi tres años después del lamentable acontecimiento, por lo cual no considero que su salida hacia México estuviera relacionada con ese hecho.
Por problemas de enfermedad no pudo realizar los primeros exámenes en la fecha prevista, como consta en documento presentado por su padre, Isidro Domingo de Zertucha, el 15 de diciembre de 1874. Máximo sufría fiebres intestinales resistentes al tratamiento prescripto en consulta por el doctor Manuel J. Cañizares, el 5 de diciembre del mismo año.14En el mismo folio aparece una nota sobre el alumno D Máximo Zertucha y Ojeda donde se señala que:
[…] las doce faltas de asistencia que asegura en la primera lista bimestral son el producto de la reducción de las veinticuatro que tiene cometidas cuando se firmó aquel documento, en los días que llebamos del presente bimestre no se ha presentado en clase por manera que aunque su estado comprobado por la certificación que acompaña le haga faltar a clase contra su voluntad el número de estas faltas es tal que no podrá ganar el año por tener hoy más de las quince faltas de asistencia que marca el reglamento.15
La nota, firmada por Cayetano Aguilera, quien posiblemente fuera el Secretario de la Universidad de La Habana, concluye: «Su asistencia es buena, respecto de aplicación y aprovechamiento nada puedo decir a U.E porque no ha tenido ocasión de demostrarlo».16A pesar de esta última información el rector aceptó la petición de Isidro y Máximo pudo realizar los exámenes.
Otro argumento en contra de la posible fuga de Máximo Zertucha hacia México, es que, en el último cuatrimestre de 1875 aún se encontraba en la Universidad de La Habana, según evidencia un documento fechado el 28 de septiembre de ese año, en el cual solicitaba que se le admitiera matricular, sin validez académica, las asignaturas del cuarto año de Medicina: Anatomía Quirúrgica, Obstetricia, Patología Interna y Medicina Operatoria.17 El rector aprobó que se matriculara, basado en el artículo 149 de la Ley de Estudios de 1863.18
El 19 de octubre de 1875, poco antes de cumplir Máximo los veinte años, falleció don Isidro,19como consecuencia de complicaciones a causa de una puñalada que recibiera por la espalda durante un incidente en la calle Trocadero20—muycerca de la casa donde vivía con su familia—21al ser confundido con otra persona. Su muerte representó un duro golpe para la familia: el hermano mayor, también nombrado Isidro, no había concluido la carrera de Medicina; de los otros hermanos, María Carlota tenía ocho años y Casimiro, el último, todavía no había cumplido los cuatro.
Con mucho dolor en su alma, Máximo decidió viajar a México a concluir sus estudios de Medicina. Allí hizo un esfuerzo inmenso para vencer las diferentes asignaturas; el último examen, aprobado por unanimidad de votos, lo realizó el 3 de marzo de 1877,22y el título se le otorgó dos días después en la heroica ciudad de Veracruz, firmado por Luis Mier y Teran, gobernador y comandante militar interino del Estado Libre y Soberano de Veracruz-Llabe.
Fotografía del doctor Zertucha a los 21 años, tomada de su título de Médico, expedido en México.
Plumilla del doctor Zertucha publicada en el New York Herald y reproducida en la cubierta de la separata Máximo Zertucha y Ojeda. El último médico de Maceo, de Luis Felipe Le Roy y Gálvez.
Facsímil del título de Médico emitido en Veracruz, México, el 5 de marzo de 1877.
Zertucha regresó a Cuba e inmediatamente comenzó los trámites correspondientes para revalidar su título. En carta al rector, fechada el 9 de diciembre de 1878, emitida por la Junta Superior de Instrucción Pública, se autoriza la incorporación de su título, lo que le daba el derecho a realizar los diferentes exámenes. A este documento se añade otra epístola firmada por el propio Zertucha en La Habana, el 12 de ese mismo mes, en la cual señaló:
Ilmo Sr. Rector. Dn. Máximo Zertucha y Ojeda Dr en Medicina y Cirugía de la facultad de México, V. Iltmo con su acostumbrado respeto espone que ha sido autorizado por el Escmo Sr. Gobernador General para incorporar su título a esta Real Universidad y deseando hacerlo cuanto antes ocurre. A V. Ilmo suplicando se digne decretar lo conveniente a fin de que pueda sufrir los exámenes de las asignaturas que constituyen la carrera y que se exigen para la incorporación.23
Seis días después, el 18 diciembre de 1878, examinó y aprobó las asignaturas Anatomía Descriptiva, correspondiente al primer año, y Anatomía Descriptiva y Anatomía General, al segundo año. El 10 de enero de 1879, se presentó a Fisiología Humana e Higiene Privada, y las aprobó sin dificultad; un día después examinó satisfactoriamente seis asignaturas: Patología Externa, Terapéutica, Patología General, Partos, Medicina Operatoria y Patología Interna. El corto tiempo que media entre uno y otro examen evidencia la adecuada formación que recibió en la universidad mexicana.
En México la Cirugía General se impartía como una sola asignatura, mientras que en Cuba, como consecuencia de la reforma universitaria de 1842, la antigua cátedra de Cirugía General dio paso a dos asignaturas: Patología Externa y Medicina Operatoria, las cuales se impartían en el quinto año del período del bachillerato en Medicina,24 por lo cual su esfuerzo fue mayor al tener que realizar dos exámenes de una asignatura que había recibido como una sola.
Los profesores que lo examinaron eran destacadas figuras de la medicina cubana en la época: los doctores Juan Manuel Sánchez de Bustamante y García del Barrio; Manuel A. Aguilera y Márquez; Anastasio Saaverio y Barbales; Felipe F. Rodríguez y Rodríguez; Antonio de Gordon Acosta; Fernando González del Valle y Cañizo; Antonio Caro y Cerecio; Domingo Fernández Cuba; Pablo Valencia y García; José F. Horstmann y Cantos; Félix Giralt Figarola; Serafín Gallardo Alcalde; Manuel Valdés-Bango y León, y José F. Pulido Pagés.
Tres de estos ilustres galenos estuvieron relacionados con los sucesos del 27 de noviembre de 1871. El doctor Juan Manuel Sánchez de Bustamante y García del Barrio, explicaba su asignatura de Anatomía 2do curso a los alumnos del segundo año, cuando se presentó el gobernador político, Dionisio López Roberts, acompañado por el inspector de policía Manuel Araújo, y lo presionaron para llevarse a los pupilos presos acusándolos de profanadores, pero no lo lograron gracias a la valiente actitud del galeno, quien manifestó que tenían que llevarlo a él preso antes que a sus discípulos.25
Asimismo, el catedrático de disección en el primer año, doctor Domingo Fernández Cubas, asumió una digna actitud. El profesor, oriundo de las Islas Canarias, mantuvo una admirable postura y declaró la inocencia de sus alumnos,lo que le valió quedar detenido en la cárcel, al mismo tiempo que los estudiantes. De él, afirmó Fermín Valdés Domínguez: «Sobre sus hombros estuvo siempre honrada la toga del maestro».26Desde 1908 sus restos reposan en el mismo mausoleo que guarda los de sus alumnos fusilados.27
Un profesor que tuvo una actitud contraria a la de sus colegas, fue el doctor Pablo Valencia y García, quien dando muestras de su cobardía no tuvo el valor de enfrentarse y aceptó entregar a sus alumnos. Además, en vil gesto de servilismo se convirtió en acusador y dijo «que él sabía estaba allí el culpable».28Este catedrático, que no supo mantenerse a la altura del humanismo característico de los galenos, fue el padre del doctor Pablo Aureliano Valencia y Forns, quien pasados más de veinte años, en la tarde del 23 de mayo de 1895, realizó en Remanganaguas la autopsia del cadáver de José Martí.29
Tras examinar las asignaturas correspondientes, el 14 de enero de 1879 Zertucha se presentó al examen final de esta etapa, ante un tribunal presidido por el doctor Antonio Caro, e integrado, además, por los doctores Antonio Gordon, vocal,y Anastasio Saaverio, secretario. Así obtuvo el grado de Bachiller en Medicina e inmediatamente comenzó los exámenes para la licenciatura: dos días después, en horas de la mañana, se presentó a Clínica Médica, primer curso, y en la tarde, a Clínica Médica, segundo curso; el 17, a Clínica Quirúrgica, primer y segundo cursos, y Clínica Quirúrgica, del segundo; y el 22, a Medicina Legal e Higiene Pública. Aprobadas estas seis asignaturas, solo le faltaba un examen final, que constaba de una sección teórica y otra práctica. El teórico estaba programado para el 1ode febrero y no pudo realizarse, según consta en un documento firmado por el decano que se encuentra en su expediente, debido al fallecimiento del rector (doctor Ustariz), y fue pospuesto para el día siguiente, a las dos de la tarde, pero no se realizó. En las investigaciones realizadas no he podido encontrar la causa.
Tuvo que esperar hasta el día 12 de ese mes, cuando lo hizo ante un tribunal presidido por el doctor M.S. de Bustamante, e integrado, además, por los doctores Pablo Valencia, vocal; y Antonio de Gordon, secretario, quienes lo declararon «aprobado en el acto».30El examen práctico, evaluado por ese mismo tribunal, tuvo lugar en el hospital de San Felipe y Santiago, el 17 de febrero, donde efectuó lo que se llamaba el segundo acto del grado de Licenciado. Como intervención quirúrgica le correspondió un caso realmente complejo para la época: se trataba del enfermo número 12 de la sala de San Cosme, al cual tuvo que realizarle la ligadura de la arteria carótida primitiva.
Llama la atención que, respetando los principios elementales de la ética médica, en el acta del examen se le llama «el enfermo número 12», sin citar su nombre y se protege así su identidad, lo cual es correcto si tenemos en cuenta que fue operado por un médico recién graduado en otro país, como parte de los ejercicios correspondientes a la reválida del título. Una vez realizados los trámites correspondientes, el 19 de marzo de 1879 Zertucha recibió el título de Licenciado en Medicina, pero para ejercer la profesión tuvo que esperar cinco meses, hasta que el 21 de agosto, cuando el Gobernador General de la Isla de Cuba expidió el título.
Con los argumentos anteriores se evidencia que no es cierta la afirmación de algunos autores de que Zertucha revalidó su título en La Habana en enero de 1879.31En esa fecha, como ya apunté, obtuvo el grado de Bachiller en Medicina, pero no el de Licenciado. Otro error lo encontré en elAnuario Médico Social de Cuba.32Esta obra, cuyo director fundador fue el doctor Tomás R. Yanes, cirujano oculista de La Habana, fue publicada en 1937, bajo el auspicio y el concurso de laRevista Cubana de Oto-Neuro-Oftalmiatría. Desde la página 587 hasta la 589 aparece la «Relación de Médicos graduados el siglo pasado y que todavía ejercen la profesión», y entre los ciento cuarenta y tres citados se señala a Máximo Zertucha Ojeda como graduado en 1878, fecha que, como he demostrado, no coincide con su graduación en México ni con la reválida del título en La Habana.
Facsímil del título de Médico emitido en La Habana, Cuba, el 21 de agosto de 1879.
Realizó su labor asistencial en Melena del Sur, donde permaneció hasta su muerte. En la investigación encontramos valiosos documentos inéditos, entre ellos, en el fondo Junta Superior de Sanidad, la radicación de la plaza de médico municipal, fechada en 1879, y la designación del doctor Máximo de Zertucha para ocuparla.33Asimismo, hallamos una comunicación del año 1880 en la cual se nombraba médico municipal de Melena del Sur al Licenciado Máximo Zertucha.34Estos hallazgos en fuentes primarias hacen insostenible lo planteado relacionado con el trabajo del galeno en Melena del Sur, en el año 1878,35lo cual es improbable porque en esta fecha no había sido creada la plaza ni nombrado el joven médico.
El 7 de marzo de 1880, Zertucha contrajo matrimonio con doña María del Carmen García Pichardo, en ceremonia efectuada en la iglesia de Nuestra Señora de Monserrate, en la capital cubana. Ese mismo día, su hermano Isidro se casó con una hermana de María del Carmen, llamada Rafaela; de manera que ambas bodas se celebraron simultáneamente. Isidro se estableció en Bejucal, donde desarrolló una amplia vida pública y política, e incluso un teatro llevó su nombre;36Máximo prefirió Melena del Sur.