7,49 €
"Me dicen Goyo" es un recorrido por la vida de Gregorio Manuel Peralta. De San Juan, el marinero humilde y trabajador que se transformó en el boxeador extraordinario, galán, caballero, bohemio, rebelde, militante. Uno de los mejores boxeadores de la historia del boxeo argentino que desde el gimnasio de Defensores de Barracas de Azul hasta el Madison Square Garden de Nueva York paseó un boxeo clásico, elegante, agresivo y ganador. Pero tambíen se ve en este libro su ascenso y sus caídas. El terremoto en San Juan, la pobreza, el desarraigo. Sus sacrificios. El vecino de Azul. El campeón argentino y sudamericano. El aspirante al título del mundo. El rival de Foreman y Ali. La contracara de Ringo Bonavena. El amigo de Perón en Puerta de Hierro. El militante. La vuelta a Argentina, el final. Todas las facetas de la vida de Goyo Peralta con el agregado testimonial de su ex esposa Mimí Canevello, su amigos Octavio Andrada y Carlos Capella, su sobrina Liliana Peralta y los periodistas que más los conocieron: Ernesto Cherquis Vialo, Luis Garay, Mario Vitale y Héctor Tito Silva
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2022
JUAN JOSÉ ZURRO
Zurro, Juan José Me dicen Goyo : biografía de Gregorio Peralta / Juan José Zurro. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3463-7
1. Biografías. I. Título. CDD 920.71
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agradecimientos
Prólogo
CAPITULO 1
Inicios
CAPITULO 2
Profesionalismo
CAPITULO 3
Conquistando EE.UU.
CAPITULO 4
A las 8 llega Goyo
CAPITULO 5
Tiene que traernos el título…
CAPITULO 6
Volvió el ídolo
CAPITULO 7
Yo soy el campeón
CAPITULO 8
Debuto dentro de poco
CAPITULO 9
La noche de los Peralta
CAPITULO 10
La noche de las cuerdas flojas
CAPITULO 11
Perón y España
CAPITULO 12
Puerta de Hierro
CAPITULO 13
La familia rumbo a España
CAPITULO 14
Exhibición frente a Muhammad Alí
CAPITULO 15
Casi a los 40, sigo volteando muñecos
CAPITULO 16
Desencanto Peronista
CAPITULO 17
Vuelta a Argentina, Rosario y final
Algunos testimonios más
Personas entrevistadas
Algunos datos
Canciones
Obras citadas
Registro de un Campeón
Dedicado al amor de mi vida, María Ximena Uriarte.
A mis hijos Lola y Ali.
A la memoria de mi viejo, Juan José.
A mi mamá, María Teresa Massola por estar siempre y luchar por el bienestar nuestro. A mi hermano Avelino, por tu hombría de bien, tus valores y tu dignidad. A mi hermano Juan Enrique por tu bondad y paciencia para conmigo, porque sos una gran persona. A Osvaldo César Guglielmino porque sos un grande de verdad. A la memoria de mis abuelos Nelo Massola y Polola Esaín que me cuidan desde el cielo. A mi Tía Perla Esaín por su gran corazón. A mis tíos Kike y Nelo por transmitirme la pasión por el boxeo y acompañarme siempre. A mi primo Martín Massola, porque sos un guerrero y también sos mi hermano. A Marcela Massolo.
A mi cuñadas Natalia Villamil y Cintia Ramirez. A mis cuñados Ignacio y Santiago Uriarte. A mis concuñadas Analía Rearte y Dana Vena. A mis sobrinos Valentino, Lisandro, Emilia, Camilo y María Paz. A mi ahijada Guadalupe Estruch.
A la memoria de Flori Estruch que siempre estará en mi corazón.
A Mimí Canevello y Liliana Peralta.
A Alex Peralta Carpena, Javi Peralta, Alejandra y Carolina Peralta.
A mis amigos, los que fueron y los que son. A Beti Alegre, a la abuela Mary y a la tía Elina Alegre.
A Eduardo Alegre, Nora Albarracín, Ramiro, Alfonsina y Javier.
A Vero, Pacha,Luli y Berni Valdez. A Germán.
A Rubén Vena, Perla Cejas, Franchu y Maya Vena.
Adolfo y Mónica Iturrieta, Gonzalo y Florencia, Graciela y Polo Rodríguez, Germán Díaz y flia, Julieta, Martín, Gabriel Díaz y flia.
A José Esaín, a Taca y Pipi.
A Stella Apestegui, por ser la mejor profesora que tuve en mi vida.
Gracias por la ayuda y colaboración de Jordan Gallicchio, Raul Cachamai Rivello, Néstor Ronchetti, Andrés Vázquez, Ernesto Cherquis Bialo, Osvaldo Principí, Ezequiel Fernandez Moore, Walter Vargas, Gonzalo Palacio, Carola Fernandez Moore, Mariana Mutti, Biblioteca Ronco de Azul, Hemeroteca Oyhanarte, Diario El Tiempo de Azul, Daniel Puga, Jose Berger, Julio Juarez, Claudia Peralta, Octavio Andrada, Luis Garay, Mario Vitale, Héctor Tito Silva.
Mariano Carrera, Miguel Angel Castellini, Gonzalo Berraondo, Alberto Coca Cola Andrada, Carlos Capella, Raúl Matera (hijo), Analía Dominguez Neira, Pedro Luis Noseda, Roberto Rodriguez, Julio Portales, Estudio Juridico Bogliolo, Juan José y José María Bogliolo, Silvia Fernando, Gustavo Moreno, Hernan Mono Alvarez, Silvio Pantaleon, Turco Chiodi, Esteban Cabe Vallina, Pedro Jubete y Julian Carabajal.
Archivo de Biblioteca Nacional, Jorge Balmaceda y Carla Acosta del Diario El Tiempo de San Juan. Diario La Capital de Rosario, Sebastian Aranda del Diario La Capital de Mar del Plata.
Guillermo García, Mercedes Williams, Graciela Am, Mariano Michelli, Eduardo Negro, Guillermo Cichelli, Matías Gonzalez y Ezequiel Martinez.
Por Ezequiel Fernandez Moore.
“Las historias están todas ahí. Basta con abrir los ojos, preguntar y ponerse a escribir”. Escuché el consejo hace ya muchos años. A fines de los ’80, lo llevé a la práctica y escribí “Díganme Ringo”, una biografía de Oscar Bonavena. Gracias a Ringo, entre otras cosas, tomé dimensión sobre la importancia, por ejemplo, de Muhammad Alí en la historia del deporte mundial y de la vida social de Estados Unidos. Y gracias a Ringo –todas mis aproximaciones previas al boxeo hasta ese momento habían sido muy críticas- “descubrí” también a otros personajes que tenían historias igual de ricas que contar. Uno de ellos, claro, fue Goyo Peralta.
Juan José Zurro abrió los ojos, preguntó y nos regala este libro hermoso del sanjuanino dulce que, aún estando enfermo de paludismo, peleó igual en Perú, porque debía ocho meses de pensión y no tenía dinero ni para pagar los pañales de su hijo. Y que, con los años, llegó hasta el Madison Square Garden, peleó, entre tantos otros, contra Willie Pastrano, George Foreman y Ron Lyle, dio una exhibición con Alí en Barcelona y fue casi siempre crack (así lo define Walter Vargas) en sus 112 peleas como profesional, incluído su célebre duelo de 1965 contra Ringo que reventó la boletería del Luna Park.
Suelo escuchar muchos proyectos periodísticos que, luego, jamás se concretan. “Estoy preparando un libro sobre Goyo Peralta”, me confió Zurro hace ya un año, después de una charla en la Universidad de Palermo en la que los estudiantes preguntaron mucho sobre el libro de Ringo. Goyo fue más que un proyecto. Tiene algo de extraordinario ser testigo de una obra desde su inicio. Ver que lo prometido se concreta. Y, más extraordinario aún, ser invitado a formar parte cuando la obra, encima, se llama “Me dicen Goyo”, un juego con el “Díganme Ringo”. Suelo sentirme algo intruso cuando incursiono en el boxeo, porque dista de ser mi especialidad y porque hay colegas generosos y notables bien cerca, que cuentan como pocos el mundo y el submundo del boxeo. Por eso, gracias infinitas Juan José por invitarme a compartir tu libro.
Zurro recorre, describe, cuenta y reflexiona sobre Goyo. Desde cómo sobrevivió de niño al terremoto de su San Juan natal, trepado a un árbol, hasta aquella pelea con paludismo y, luego, todo el recorrido posterior, con muchas más luces que sombras, pero, fuera del ring, siempre obligado a rearmar economías que jamás se consolidaban, y pese a que Peralta mantuvo calidad y vigencia hasta casi los 40 años. Pese también a enfermedades que obligaron a parates largos. A algunos típicos despojos “Made in USA”, a la derrota contra Ringo que le derrumbó la moral, a su distanciamiento final de Tito Lectoure. El Luna Park ya lo había vuelto a ovacionar en su vuelta, dos años después, pero Goyo también terminó peleado con Bonavena, con un cruce violento en un programa de TV, pese a que Ringo le había dado una revancha para que se ganara unos mangos.
Goyo sobrevivió, y hasta dio clase de boxeo, en la derrota contra un Foreman quince años más joven. Y sobrevivió inclusive al inesperado desprecio final de Juan Domingo Perón, al que consideraba casi un padre, al que saludaba con su bata de “Argentino y Peronista” y al que había tratado en íntimas reuniones familiares. Se rehízo tantas veces que, ya cerca de los cuarenta años, siguió humillando rivales en España y Alemania. Zurro nos comparte su admiración por Peralta (“adiós guerrero”, lo despide a la hora de la muerte). Pero es fiel a la historia, con sus altas y sus bajas. Dándole razón a aquello que alguna vez escribió la fabulosa escritora estadounidense Joyce Carol Oates sobre si el boxeo es una metáfora de la vida. O, acaso, si, como podría sugerirnos Goyo Peralta, es la vida misma la que es una metáfora del boxeo.
Ezequiel Fernández Moores
El pequeño Goyo de 8 años miraba desde enfrente de la Iglesia como los novios saludaban. De repente, la tierra se abrió. Era la señal de que comenzaba, en San Juan, el peor terremoto de la historia argentina. Su instinto de supervivencia lo llevó a trepar un árbol. Agazapado entre las ramas pudo salvar su vida.
Intentó como pudo volver a su humilde casa. El paisaje era desolador. Los Peralta perdieron casi todo. El terremoto del 15 enero de 1944 dejó como saldo 10.000 muertos y un enorme porcentaje de viviendas destruidas. La vida del pequeño Goyo cambió para siempre…
Gregorio Manuel Peralta nació el 8 de mayo de 1935 en Villa Concepción, un pueblito situado al sudeste de la capital de San Juan, aunque se crío en Trinidad. En el callejón sin salida de nombre Alaniz estaba el hogar humilde de los Peralta. Su padre Pastor Peralta, riojano, se desempeñaba como policía y su madre, Manuela Miranda, era ama de casa. Los Peralta llegaron a ser 16 hermanos, Goyo era el octavo.
Una frase de su padre marcó el destino deportivo de los hermanos: “A mi el fútbol no me gusta y creo que el boxeo es el único deporte de hombres. En el fútbol hay mala intención”.
La frase hizo mella en los niños, tal es así que comenzaron a practicar boxeo entre ellos. Las peleas en el fondo de la casa eran asiduas e incluso Teodora y Dolores, la hermanas mayores de Goyo, boxeaban con ellos. En esa época el juego habitual entre los niños era la rayuela, pero para los Peralta fue el boxeo. Se enguantaban las manos y se trenzaban. A los 8 años, por primera vez, Goyo Peralta se calzó los guantes para boxear con su hermana Teodora. Papá Pastor asistía, entusiasmado, cada vez que Goyo demostraba su agilidad con elegantes y ágiles desplazamientos de piernas y movimientos de brazos y puños. Las instrucciones boxísticas de su papá y de sus hermanos mayores repercutieron en el pequeño Goyo que se mostraba cada vez más apasionado por aprender los conceptos básicos del boxeo.
Pero el terremoto del 15 de enero de 1944 hundió más a los Peralta en la miseria. Los hermanos tuvieron que salir a trabajar: Goyo fue lustrador de zapatos, canillita, mandadero de almacén, vendedor de frutas y barnizador de sillas. Desde el Gobierno Nacional, mediante la gestión de Juan Domingo Perón que se desempeñaba como subsecretario en el Ministerio de Guerra, enviaron mantas y carpas para la población. Seguidamente, el futuro presidente por intermedio de la Secretaria de Trabajo y Previsión, trató de movilizar a mucha gente con el fin de que colaboraran con los sanjuaninos. Distintos artistas de cine, teatro y radio fueron convocados para realizar una colecta por las calles. Eva Duarte se unió a este grupo y participó activamente. El final de la colecta en el Luna Park hizo propicio el encuentro entre Perón y Evita y así, en el medio del desastre y con sentimiento de solidaridad, nació una pareja vital en el desarrollo de la política argentina venidera.
Para Goyo Peralta, un niño castigado por la misera, la llegada de Evita a San Juan con juguetes, frazadas y colchones significó una felicidad absoluta. Pero, además, fue un gesto que marcó la formación de un espíritu solidario y una militancia política, leal, arriesgada y entregada al peronismo hasta el último día de su vida.
La actividad boxística del pequeño Goyo continúo en San Juan desde los 10 hasta los 14 años. Durante ese tiempo se destacó en algunos combates de torneos locales y regionales. Al mismo tiempo, sus hermanos también continuaban con la práctica. Varios de sus ellos fueron boxeadores llegando a combatir juntos en distintos festivales. Si bien la vida de Goyo estaba impulsada al boxeo, la educación por parte de su padre tenía cierta inclinación militar. Su hermano Víctor ya era instructor de la policía y Goyo ingresó en la escuela de suboficiales de la Marina de Guerra cuando cumplió 16.
Corría el año 1952 y su destino fue la Isla Martín García donde la Marina tenía su Escuela de Suboficiales. Allí, el boxeo era uno de los deportes que se destacaban. Todos los conscriptos tenias guantes y se practicaban combates dentro del reglamento. Luego de pasar un exhaustivo entrenamiento y ponerse a punto físicamente, Goyo tuvo la oportunidad de combatir en una pelea de verdad dentro de la Marina. Su rival, el morocho José Caballero, daba miedo por su contextura física y fama de fajador, y salió convencido a terminar pronto con Goyo. Estaba dispuesto a borrarlo del ring. Los golpes de Caballero eran fuertes y seguidos pero al final, Goyo terminó tumbándolo con un nocaut tan espectacular como intenso. Caballero tardó varios minutos en despertarse, nadie podía reanimarlo. Fue con una mezcla de vino y aspirinas que finalmente volvió en sí.
A los 18 años, en 1953, Goyo Peralta fue trasladado por la Marina a la base militar Azopardo en la ciudad de Azul, Provincia de Buenos Aires. En uno de sus días libres, mientras caminaba por las calles de la ciudad, Peralta encontró, en las esquinas San Martín y Castellar, el club “Defensores de Barracas”. En la puerta, un cartel lo sorprendió gratamente: “se buscan boxeadores”.
En ese club se cruzaron los caminos de Peralta y el histórico periodista de Azul, Luis Garay. “A Goyo lo conocí en Barracas, el hacía una exhibición con Maringola que era el técnico que lo inició. En ese tiempo, él estaba en la base Naval y venía a Barracas a aprender boxeo. Tiempo después, tuve la suerte de transmitir gran parte de su carrera. Goyo era muy flexible, de muy buen andar en el ring, pero no tenía golpe y eso limitó mucho su boxeo. Era un buen muchacho, muy querido por la mayoría”.
A partir de ese entonces empezó entre Peralta y Azul una historia que lo llevó a ser un hijo más de la ciudad. Goyo siempre fue consciente de que sin entrenamiento no hay progreso y por esa razón, con permiso de sus superiores, asistía al club cada vez que salía del Arsenal. Sus buenos modales, su caballerosidad y la buena predisposición al diálogo cayeron bien dentro de los integrantes del club que vieron en Peralta no solo un exquisito boxeador sino también una persona de bien.
Azul se había convertido en su hogar, las amistades empezaron a florecer y fue así como entró en su vida Alfredo Canevello, un mozo simpático y macanudo, que se convirtió en su íntimo amigo por esos años. Goyo visitaba con frecuencia la casa de los Canevello (Don Andrés Canevello y Doña Filomena Pereira) en la calle Bolívar 970 y fue ahí donde conocío a Nilda Noemí ,“Mimí”, la hermana menor de Alfredo. Fue un flechazo a primera vista. Goyo y Mimí se pusieron de novios y la familia Canevello empezó a tratar a Peralta como a un integrante más.
Los meses pasaban y Goyo estaba cada vez más preparado para debutar como boxeador aficionado. Era dirigido técnicamente por Ricardo Maríngola y José Rebolino como colaborador. También influyeron mucho en sus comienzos Ricardo Giorgi y Octavio Alustiza.
Un tema de suma importancia durante la carrera de Goyo Peralta fue el peso con el que peleaba. Durante su actividad boxística existían ocho categorías (hoy, en cambio, hay muchas más). El límite para entrar a la división medio pesado eran 79,400 kilos y los pesos pesados (promedio) arrancaban a partir de los 90. Goyo pesó durante la mayor parte de su carrera unos 85 kilos. Estaba en el medio. Durante los primeros años optó por bajar de peso y combatir entre los medios pesados. Para esa categoría su físico era de un tamaño mucho más grande que el promedio y por eso, el esfuerzo que tuvo que hacer para bajar esos kilos fue insalubre. Por el contrario, cuando eligió boxear en la categoría pesados no hizo más que darle mucha ventaja a cada uno de sus rivales: los rivales arrancaban casi siempre con cinco kilos más que él. Si bien dentro de este rango Goyo era más rápido y podía trasladarse dentro del ring con más fácilidad, los golpes recibidos entre los pesos pesados suelen ser letales. Lamentablemente, Goyo Peralta vivió en una época en la que no existía la categoría peso crucero, que hubiera resultado ideal para él por ser la que envuelve a los boxeadores de más de 81 kilos y menos de 91.
***
El 5 de diciembre de 1953 en Olavarría realizó su primer combate como amateur. Dentro de la categoría medio pesado empató con un muchacho de su edad: Ernesto Leide. Mientras tanto en la base militar Azopardo, Goyo cumplía con su cargo de suboficial. Su carrera castrense se desarrolló en simultáneo con su actividad como boxeador amateur durante cinco años (de 1953 a 1958).
Luego del empate ante Leide, Peralta tuvo una presentación en Azul el 16 de enero de 1954 y ganó por puntos ante Di Palma. Ese mismo enero vence nuevamente por puntos a Ernesto Leide. Sus tres primeras peleas fueron de semifondista.
A partir de la cuarta pelea Goyo Peralta actuó como fondista y la repercusión de sus actuaciones sumada a su forma de ser hizo que una gran cantidad de publicó concurriera a sus combates.
Durante 1954 realizó 17 peleas entre Azul, Olavarría, Necochea y Capital Federal. Ganó 16 y perdió solo una – por puntos frente a J. Arraigada - en la final del campeonato de novicios “Guantes de Oro” realizada en la Ciudad de Buenos Aires.
En abril de 1955 se enfrentó al Campeón de la Marina, el bahiense Julio Francisco. Fue récord de recaudación. Ismael “Pocho” Alvarez, testigo privilegiado de esa época recuerda que en esa pelea pudo haber habido mas de 900 personas en Barracas. “Había 200 sillas de madera, 250 sillas de chapa y las populares, que por calle San Martín se armaron con unos tablones prestados por una carpintería. Los escalones los íbamos haciendo con cajones de cerveza. Ese día rompieron los vidrios, porque quedo mucha gente afuera. La pelea, por supuesto, la terminó ganando Peralta”. El sanjuaninorealizó ese año 7 combates más, ganando 6 y empatando uno frente a H. Córdoba en Tapalqué el 28 de mayo.
En 1956, después de varias victorias seguidas, su guapeza y habilidad comenzaron a elevarlo a los primeros planos del boxeo amateur argentino. Tal es así que realizó una eliminatoria para los Juegos Olímpicos de Melbourne, perdiendo por puntos en Capital Federal frente a Rodolfo Díaz. Peralta continuó con su carrera y viajó a Montevideo para participar del Torneo Latinoamericano. Goyo fue el furor de la competencia y se consagró campeón invicto venciendo a Farías por puntos el 30 de octubre.
Al año siguiente, el 12 de abril, se coronó campeón argentino frente a G. Dutschmann en Capital Federal. Luego, repitió la hazaña de volver a lograr el campeonato latinoamericano, esta vez en Chile, el 29 de mayo frente a R. Arévalo. Ganó el combate por nocaut en el segundo round. La carrera amateur de Peralta culminó venciendo por puntos a Escobar el 31 de agosto de 1957 en Azul.
Casi al mismo tiempo, el 19 de septiembre de 1957, Goyo y Mimí Canevello se casaron en la Parroquia San Antonio de Padua. “Goyo era muy simpático, todo el mundo lo quería, era sencillo, amable, querendón, lo tratabas y te quedabas con él. Cuando nos conocimos yo estaba estudiando y nos enamoramos perdidamente. Recuerdo que mis padres me dijeron ‘o te casas o estudias’. Y nos casamos. Goyo fue el amor de mi vida. Era completísimo”, recuerda Mimí.
Ese fin de año Goyo tomó dos importantes decisiones: abandonó la Marina y empezó su carrera como profesional.
***
Un gran amigo suyo, pero también de su hermano Avenamar, fue Octavio Andrada. Se conocieron en la Marina en el año 55 cuando Don Octavio fue trasladado de Puerto Belgrano a Azul. Allí hicieron guantes y entrenaron juntos, e incluso pelearon de forma amateur en General Alvear. “Yo conocía muy bien su estilo y cada vez que él tiraba yo le hacía cintura así lo cansaba. En esa época yo estaba muy entrenado, corría cuatro vueltas al parque todos los días. Después me dediqué a formar boxeadores, como a Avenamar que lo saque campeón argentino”, recuerda Andrada. “Goyo era una buena persona. A pesar de dar muchas ventajas en el peso, tuvo una muy buena carrera”, agregó el entrenador.
Los meses posteriores al casamiento fueron de idas y venidas entre Azul y Capital Federal, donde Goyo Peralta entrenaba y realizaba tratativas para poder comenzar su carrera como boxeador rentado. Su estadía en Buenos Aires las pasaba en un hotel en Constitución o en una precaria pensión de Humberto 1º y Tacuarí.
Finalmente su debut profesional se produjo el 5 de abril de 1958 en el Luna Park frente a Rene Pereyra, otra joven promesa como él. La pelea fue preliminar del choque entre el español Manolo García y el rosarino Alfredo Bunetta. Un espectacular triunfo por nocaut en el cuarto round no hizo más que reforzar las esperanzas y expectativas dentro de su círculo íntimo. Dos semanas después de su primer combate, el 19 de abril, Peralta se calzó nuevamente los guantes y enfrentó a Tomas Lening, nuevamente en el Luna Park. Otra victoria y otro nocaut, esta vez en el tercer round. Las tres primeras peleas del sanjuanino se completaron con el triunfo por nocaut frente al debutante Julio Buffi en Quilmes, el 9 de mayo.
El comienzo de su carrera también estuvo marcado por el primer enfrentamiento con el Luna Park. Sin peleas en Buenos Aires y siguiendo el consejo de su amigo Mosota, Goyo y Mimí tomaron la decisión de irse a vivir a Montevideo para continuar su carrera allí. En Uruguay, durante la última parte de 1958, Goyo Peralta le ganó a Marcelo Farias, a Justo Benitez y a José Ángel Manzur; y terminó el año empatando con el mismo Manzur. Sin embargo, el comienzo del 59 lo recibió con resultados adversos: viajó a San Pablo, Brasil, para enfrentar al campeón sudamericano Luis Ignacio y perdió por primera vez. Luego, en Montevideo empató con Aurelio Díaz y perdió con Justo Benítez. Volvió a empatar con Aurelio Díaz en Brasil.
