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"Diciembre de 2022. Todo el país celebraba el título mundial de fútbol: bocinas, petardos, gritos, festejos, algarabía. Yo miraba la coronación sentado frente al televisor, con un vaso de agua a mi lado y una tableta de clonazepam". Memorias escritas en forma de diario íntimo, que recorren la mirada y los recuerdos de un niño, y traen a la vida a todos esos personajes que acompañaron su crecimiento: parejas, amigos, vecinos, hijos y todas aquellas personas que, de algún modo, dejaron su huella en su existencia e influyeron en la formación de su personalidad. Esta historia de vida es un reflejo en el cual el lector se sentirá identificado y quedará atrapado en los recuerdos que transmite el personaje de esta maravillosa historia de superación personal. Una historia donde se ve la obligación de reinventarse para recuperar el deseo de volver a vivir.
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Seitenzahl: 92
Veröffentlichungsjahr: 2025
RICARDO R. MARTI
Marti, Ricardo R.Memorias de un hombre roto / Ricardo R. Marti. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6194-7
1. Novelas. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
2022
Verano del 90
El sacacorchos
Te convertiré en cuento
Mi hermana
Me salvó un perro con sarna
La cuchara caliente
El maldito gallinero
Al borde de mi cama
Competencia de baile
Tierra de cementerio
Mi mamá
Mi padre
Mi primer empleo
El secreto de la isla
Los broches de la ropa
Escuela policial infantil
El vino sagrado
Los vecinos
Un asesino en la cuadra
Aventuras en el campo
Cuando tenía fe
Una noche en el cementerio
¿A dónde vas? ¡Quedate atrás!
Mi amigo me engaña
La bestia sin su bella
La insoportable sensaciónde sentirse solo
El edificio céntrico
Servía para algo
El corresponsal
El misterio de los juguetes
El loro Richard
Reinventarme
A mis hijos
A la memoria de mi madre, porque no importa la edad que tenga un hombre, mientras su madre siga viva, seguirá sintiéndose un niño.
Ricardo Marti
Un hombre que, debido a una crisis familiar, es internado en una clínica psiquiátrica para reponerse de una profunda depresión que le impedía continuar avanzando por la vida. Es en ese lugar donde comienza a repasar los distintos episodios y vivencias en las que fue protagonista, y que de alguna manera fueron los pasos previos a ese triste presente.
Memorias escritas como si formaran parte de un diario íntimo, pasando por la mirada y los recuerdos de un niño, y por todos esos personajes que acompañaron su crecimiento, parejas, amigos, vecinos, hijos, y todos aquellos que aportaron algo a su existencia, y que también influyeron en la formación de su personalidad.
Esta historia de vida es un reflejo donde el lector se sentirá identificado, y quedará atrapado en los recuerdos que transmite el personaje de esta maravillosa historia de superación personal, en donde se ve en la obligación de reinventarse para recuperar el deseo de volver a vivir.
Desde la destrucción de un modo de vida estable, a juntar los pedazos, que deja ese dolor de ya no tener aquello que le daba razones para sonreírle a la vida.
Diciembre del 2022. Todo el país celebraba el título mundial de fútbol: bocinas, petardos, gritos, festejos, algarabía. Yo miraba la coronación sentado frente al televisor, con un vaso de agua a mi lado y una tableta de clonazepam.
Meses atrás, quien por aquel entonces era mi esposa, decidió dar por terminada nuestra relación y la convivencia. Sin dar demasiadas explicaciones. Un lugar donde había vivido 9 años, donde no solo invertí en créditos que me terminaron embargando, sino que además vivía junto a mis tres hijos, con quienes compartimos momentos de diversión, amor y felicidad.
Esa decisión, ya tomada por ella y en la que yo no tenía opción, me derrumbaba. Debía comenzar desde cero. Volver a la casa de mi padre viudo, un hombre jubilado con una necesidad de atención asfixiante, donde debía estar a su disposición para comer, ver televisión, dar explicaciones al momento de salir, etc. Era volver a mi adolescencia, pero con 40 años.
Extrañaba a mi madre, que había fallecido dos años atrás. Pensaba que ella, con sus sabios consejos, podría solucionarme la vida. Un hombre, no importa la edad que tenga, mientras su mamá está viva, seguirá sintiéndose un niño. Por otra parte, la depresión iba en aumento.
La pandemia en noviembre del 2020 se la llevó de la manera más fría. Sin un saludo, sin un beso, a cajón cerrado. Recuerdo cuando me enteré de su fallecimiento, me encontraba trabajando. Salí corriendo a su casa para abrazar a mi padre, tratando de contenerlo en ese momento difícil, donde él no solo perdió a quien era su esposa, sino que también perdió a su compañera de tantos años de vida juntos.
Mis hermanos estaban cabizbajos, pero no reaccionaron. Yo lloraba y abrazaba fuerte a mi papá, ellos solo miraban. Siempre me pregunté lo mismo, ¿tanto nos costó demostrar amor?
Mientras tanto, yo me encontraba en ese punto donde te da lo mismo estar vivo o estar muerto, escuchando el mismo tema musical incontables veces: El corazón sobre todo de Estelares, como si la letra de ese tema haya sido escrita para mí, para ser escuchada en ese preciso momento de mi vida, que ya no parecía vida.
Especialmente cuando las palabras de aliento no llegan. Lo que necesitaba era un abrazo contenedor, un abrazo que me hiciera sentir que no estaba solo, que todo iba a estar bien. Un abrazo que nunca recibí.
Los días siguientes fueron como estar viviendo dentro de una pesadilla eterna. Salir de trabajar y ya no tener ese entusiasmo de correr a casa, donde mis hijos estarían esperándome para recibirme con un fuerte abrazo, donde miraríamos cortos animados en YouTube, y comeríamos golosinas en esa ceremonia tan nuestra donde ellos y yo éramos felices.
Mis pasos pesaban, el nerviosismo se apoderaba de mi estado de ánimo, la cerveza era mi forma de conciliar el sueño. Ya no escuchaba a mi padre quejarse de los políticos o del resto de mis hermanos que no lo visitaban, del fútbol, etc. Yo ya no lo escuchaba, mi mente estaba ida, bien lejos de aquel lugar.
Finalmente, aquella pesadilla tocó fondo y ya no pude manejarla. Mis hermanas decidieron que era mejor que me internara algunos días en una clínica psiquiátrica, para que profesionales se encargaran de mi salud mental.
Ese momento de pausa, de dejar el celular, de perder por un tiempo el contacto con el mundo, la sensación de desaparecer, de apagar las alarmas, de dormir la ansiedad.
Aquel derrumbe mental al que había sido sometido, solo se podía frenar de esa manera, ya no habría desesperación, ni deseos de explicaciones que nunca llegaron, ni de insomnios por las noches de tanto usar la cabeza, en busca de soluciones mágicas, ni de alcohol que me inducían a tomar las peores decisiones y, sin darme cuenta, me hundían más en esa oscura depresión.
Los antidepresivos y ansiolíticos, me guiaron por un mundo ficticio donde no había dolor, donde los compañeros internados pasaron a convertirse en amigos rápidamente, esa sensación de bienestar, por momentos de euforia, llevaron mi mente a un estado de relajación y calma que había perdido.
Mirándome en mi estado actual, pensaba: ¿Cuándo fue que dejé de cuidar mi cuerpo? ¿Cuándo fue que dejé de tener sueños? ¿Cuándo fue que le puse pausa a mis proyectos?
Es difícil romper esas costumbres familiares en las que el hijo varón, al terminar la escuela primaria, debe buscar trabajo y olvidarse de sus estudios, mientras que la hija, al quedar embarazada en su adolescencia, se convierte automáticamente en ama de casa, económicamente dependiente de su marido.
Había perdido tiempo, me había abandonado hace mucho; solo que recién lo estaba notando. Cuando transitaba mis veintiún años, sin estudio ni trabajo, en medio de una crisis del país que tampoco ayudaba, estaba tirado en la cama, mirando el techo y haciéndome la misma pregunta de siempre: ¿Qué me deparará el futuro?
Veinte años después, me encontraba con un trabajo estable y con hijos, pero desmoronado, con un peso sobre mis espaldas que hacía imposible moverme y avanzar: el peso de la tristeza, de haber perdido las cuatro patas que sostenían mi estabilidad emocional. Ahora debía juntar aquellos pedazos que quedaban de mí y volver a pegarlos, aunque ya no volviera a quedar como estaba antes de romperme.
Pero había que volver, el mundo real me estaba esperando, y no podía darle la espalda, sobre todo cuando se tienen hijos. Y cuando ese niño interior aún busca aventuras y se rehúsa a morir siendo joven.
Había que regresar, retomando las riendas de mi vida, buscando otro yo renovado, seguía teniendo el mismo nombre y apellido, el mismo trabajo. Solo faltaba conseguir un techo y una cama donde dormir, pero lo más importante era aceptar ese nuevo camino de vida, que se me había presentado y al que yo no podía eludir.
Mientras estuve alojado en aquel lugar, llegaron recuerdos de mi propia vida, de mi infancia, recuerdos de mi madre, de mi padre, de mis hermanos, del colegio, amigos, y todo aquello que, de alguna manera, fueron los pasos previos a ese triste presente.
El verano, con los pies descalzos y el torso desnudo, solo con un shorcito. Mi abuela en el patio a la mañana temprano, de visita para participar de la llegada de Nochebuena y Navidad. Después de las doce, los vecinos más próximos vendrían a saludarnos y brindarían junto a los adultos de la casa con copas de sidra en la mano. Mis hermanos y yo en la vereda tirando petardos. La pileta de lona armada y llena. Las vacaciones comenzaban y Burbujas de amor de Juan Luis Guerra sonaba a toda hora en la radio; estaba de moda a principios de los 90. Nostalgias que traen los recuerdos de la infancia.
Algunas Nochebuenas y fines de año nos solíamos juntar con los hijos de mi mamá, de su matrimonio anterior, nuestros medios hermanos. Cuando eso pasaba solía haber mucha variedad de comidas y bebidas, pero recuerdo una Nochebuena de lluvia y en la que solo la pasaríamos mis padres y mis hermanos que vivíamos en casa por aquel entonces.
Era un mal momento económico y mi papá seguía trabajando hasta última hora, mi mamá ya nos había avisado que no esperáramos nada, y que la cena iba a ser una comida normal, como cualquier día, supuestamente sería fideos con manteca. Mis hermanos y yo estábamos acostumbrados a la comida humilde que teníamos en nuestros platos, pero para las fiestas nunca tuvimos una cena de fideos.
Eso nos ponía triste, porque regalos navideños ya estaban descartados, pero queríamos tener una Nochebuena de asado, de sándwiches de miga, de arrollado de carne o cualquier otra comida digna para la ocasión. Y si bien éramos pobres, en esa festividad, solíamos tener ese permitido que solo dos veces en el año teníamos, Nochebuena y fin de año, ya que ni los cumpleaños festejábamos.
A las veintiuna horas llegó mi papá del trabajo, se había quedado a hacer horas extras, y se apareció con un pollo asado con papas. En ese momento volvimos a tener esa felicidad de ver que nuestra tradición seguía en pie. Nuestros platos de fideos con manteca serían reemplazados por una presa de pollo y papas, la Nochebuena estaba salvada.