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A través de un texto atractivo José Antonio relata sus vivencias, a veces tristes, a veces divertidas. "Pretendo dar una imagen de mi niñez, adolescencia, adultez y de mi actual vejez", expresa el autor de estas Memorias de un viejo que todavía… con lo que asegura una lectura agradable en la que podremos conocer el alma de este escritor y su orgullo de ser cubano.
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Seitenzahl: 165
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición:
Ilaín de la Fuente Guinart
Corrección:
Norma Gálvez Periut
Diseño de cubierta e interior:
Damaris Rodríguez Cárdenas
Fotos:
Archivo familiar
Epub:
Valentín Frómeta de la Rosa y Ana Irma Gómez Ferral
© Sobre la presente edición:
© Hilario José Espinosa Martínez, 2020
© Editorial enVivo, 2023
ISBN:
9789597268710
Instituto Cubano de Radio y Televisión
Ediciones enVivo
Edificio N, piso 6, Calle N, no. 266, entre 21 y 23
Vedado. Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba
CP 10400
Teléfono: +53 7 838 4070
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Es la primera vez que escribo un libro. Si usted decide leerlo es bajo su responsabilidad, luego no me haga reclamaciones. No tengo un centavo para indemnizar lesiones irreversibles que pudieran producirse en su cerebro. Arriésguese o no siga leyendo.
A mi familia.
Muy en especial
a mi hermano Nené (Espinosita)
A todos los que defendieron la patria
en la trinchera y en la escena.
A todos los que seguimos
soñando un mundo mejor.
No encontré a nadie que quisiera arriesgarse a escribirlo, por lo que no me quedó más remedio que hacerlo yo mismo, así que ahí les va:
Memorias de un viejo que todavía…es un relato departe de mi vida. Pretendo dar una imagen de mi niñez, adolescencia, adultez y de mi actual vejez.
Hago referencia a acontecimientos ocurridos antes del primero de enero del año 1959, así como a otros posteriores a esa fecha; anécdotas de personajes de Remate de Ariosa, pueblito de campo del municipio de Remedios, antigua provincia de Las Villas, donde nací. En esta parte conjugo realidad y ficción, como lo relata siempre un buen cubano.
Reseño otras, referentes a artistas de nuestro país, unos reconocidos y otros olvidados, con quienes compartí, en algunas ocasiones el papel protagónico.
Con estilo franco, ameno, divertido y hasta satírico, propio de todos los nacidos en esta hermosa isla tropical; repleto de dicharachos y costumbrismos; presento estas historias con total honradez y sin odio alguno, es mi intención dar una imagen de las injusticias y errores que he padecido.
No hay otra pretensión en mí, que no sea dejar un testimonio de lo que me tocó vivir.
Por razones obvias he cambiado u omitido algunos nombres reales.
Los documentos y fotos mostrados obran en mi poder como el mejor de mis tesoros.
Es un testimonio de agradecimiento a los que me ayudaron, también de reflexión para aquellos individuos que en su andar por la vida cometen errores sin medir las consecuencias y daños que les pueden causar a un hombre joven, daños que arriesgan su integridad personal y que hasta pudieran desatar un desastre emocional en su familia, cuyas consecuencias serían incalculables.
Afortunadamente, sigo amando a mi pueblo y cada día me siento más orgulloso de ser cubano, de vivir en Cuba y correr la misma suerte de los que están en esta tierra.
Todo lo contenido en este libro tiene la posibilidad de ser conocido por mucha gente que pudiera ver en este quizás, hasta su propia biografía, pero retomando lo que tantas veces otros autores dicen: “Cualquier parecido con su realidad, es pura coincidencia.”
La ilustrísima Dulce María Loynaz dijo: “En cada granito de arena, está el derrumbamiento de la montaña.”
¡Quiera Dios que no se cometan más injusticias y la montaña esté exenta de peligros!
El autor
Corría el año l938, para ser más exacto, el 14 de enero. La fecha no creo que signifique algo en la historia de Cuba y mucho menos en la del mundo, pero tengo el derecho de pensar que es la fecha más importante para mí, porque nací ese día, según consta en el tomo 40 folio 7 del referido año, en el Registro Civil de Buenavista, un pueblito de campo cercano a Remate de Ariosa, lugar donde nací.
Estación del ferrocarril.
La casa en la que viví hasta el 9 de enero de 1950.
Remate de Ariosa está situado en la Línea Norte del Ferrocarril, en la antigua provincia de Las Villas, con una calle central, dos paralelas y tres transversales. Nace en la misma estación del ferrocarril hasta el callejón final, limitado a los lados por un arroyo y un cañaveral, todos los residentes se conocen por sus nombres, apellidos y apodos.
Mi padre era lo que se dice un típico cubano, jaranero, conversador, servicial, campechano y fiestero; de oficio, barbero y cantante de un septeto que dirigía un acordeonista nombrado Víctor Parrado, vecino de General Carrillo, cerca de Remate. Mi madre, una humilde mujer de campo que apenas aprendió a leer y escribir, dependiente de mi padre pero abnegada y trabajadora como pocas. La recuerdo planchando trajes de dril cien por unos centavos, que no llegaban a un peso, o uniformes de la guardia rural por una peseta y todo eso con planchas que se calentaban sobre el carbón. Me parece que la estoy oyendo relatar cómo, el día antes de parir a uno de mis hermanos mayores, mató y descuartizó un puerco que estaba criando. Contaba que mi papá ese día no estaba en casa, había ido con Víctor Parrado a tocar en un baile fuera de Remate, y cuando esto ocurría, se llevaba de paso las herramientas de pelar y a veces volvía a los dos o tres días. A su regreso, venía cargado de plátanos, pollos y otros comestibles. Al sentir mi mamá los síntomas de parto, decidió matar, ella misma, el puerco para así tener comida después del advenimiento del nuevo vejigo[1].
En esa época en Remate no había médico, las mujeres parían con la asistencia de Constancia, una vieja comadrona, negra, que había recibido a casi todo el pueblo, incluida mi mamá.
En mi mente tengo la imagen de la casa donde yo nací y llegaron al mundo también mis hermanos. Mis padres tuvieron cinco hijos, varones todos, yo, el más pequeño, justamente por eso me apodaron Pucho, por ser el último, eso lo supe muchos años después cuando escuché un tango cuya letra dice: Con el pucho de la vida apreta´o entre los labios, es decir, la colilla de cigarro, el último de la cola.
Trasbordador. 1 soy yo, 2 mi hermano Nené.
La casa era una edificación de piso y paredes de madera con techo de zinc; le llamaban la cuartería. Eran varias viviendas, una al lado de la otra, separadas por la pared. Me parece verme en la cocina, que tenía piso de cemento. Yo no tendría más de dos años. Es increíble cómo se pueden recordar determinados momentos, aunque uno sea tan pequeñito, me veo con una camisita de mezclilla azul de mangas cortas que mi mamá me cambiaba con frecuencia, ya que la ponía mugrosa de mocos y de cuanto alimento me llevaba a la boca; sin pantalones, con un jarrito hecho de una latica de leche condensada, o con una jícara[2]. Me gustaba mucho tomar sambumbia[3], en la que mojaba un pedazo de pan.
Era un poquito mayor, tendría unos cinco años, cuando nos mudamos para la casa en la que antes vivía mi abuela materna: Chicha. Esa casa existe todavía, claro, con algunas modificaciones. Antes era de madera con techo de guano y piso de tierra, situada en la calle Real que también era de tierra y por donde pasaban las carretas cargadas de cañas para pesarlas en la romana[4], antes de colocarlas en el trasbordador[5], estos aparatos mecánicos, estaban en un terreno grande, situado frente a la estación del ferrocarril, a la entrada del pueblo, terreno que también nos servía para jugar a la pelota.
Parque de Remate de Ariosa.
En Remate no había luz eléctrica, acueducto, alcantarillado… ni siquiera una humilde iglesia adonde, en momentos de angustia y desesperación, poder ir al encuentro con Dios. Aunque les aseguro, por lo que viví, no creo que Dios tuviera interés alguno de encontrarse con los guajiros del lugar. Los pobres, vivían bastante jodidos. La única entrada económica que tenían era en las cortas temporadas de zafra, es decir, durante el corte de cañas, la escogida de tabaco y la selección de tomates. Luego venía un largo tiempo sin trabajo al que le llamaban “tiempo muerto”. Del Todo Poderoso lo único que conocí durante los años que viví en Remate, fueron los llamados misioneros o predicadores protestantes, cristianos, que algunas veces visitaban el pueblito a propósito de las Escuelitas Dominicales que instalaban en la sala de mi casa, ya que mi mamá sí le metía a esa cuestión del Señor.
A mí me gustaba aquello de la Escuelita Dominical porque cantaban himnos, decían frases bonitas y recuerdo que en ocasiones ponían un arbolito natural y le colgaban jugueticos baratos, regalitos y manzanas, que luego repartían. Como yo era chiquito y mi mamá prestaba la casa, me daban siempre algún caramelo o dulce además del regalito, que casi siempre era una matraca de madera o un saquito de bolas (canicas). Esto demuestra que eso de la igualdad, siempre ha sido un cuento.
Los grandes acontecimientos en mi pueblo, eran los bailes en La Tomatera, lugar donde se seleccionaba el tomate que traían de las fincas aledañas y que yo veía como un salón muy grande. Los tomates los envolvían en papel como el de las servilletas, los depositaban en unas cajas especiales de madera, las que eran llevadas a la estación del ferrocarril para embarcarlas en el tren que salía de Morón para Santa Clara en horas de la noche. El trabajo de seleccionar el tomate, envolverlo y meterlo en las cajas, era realizado por mujeres; cerrar las cajas y acomodarlas para su posterior traslado, lo hacían los hombres.
En los referidos bailes, mi mamá era una de las encargadas de hacer empanadas rellenas de picadillo que se vendían a 10 centavos, así como frituras y otras golosinas. Había otra señora que se llamaba Rafaela, mujer de Bautista, el panadero, que también trabajaba en eso junto con mi vieja. Antes de seguir, quiero hacer un alto para contar una anécdota muy simpática en la cual los protagonistas fueron Rafaela y Chanito Isidrón, el elegante poeta de Las Villas. Para uno de los bailes contrataron a varios poetas entre los que estaba este ocurrente improvisador de décimas: resulta que al levantarse de un banco donde estaba sentado, se le rompió el pantalón, el pobre Chanito tenía que salir a escena y cantar, pero hacerlo con el pantalón roto era un tanto incómodo para el poeta, entonces Rafaela se brindó para zurcirle la rotura, sin que el vate se quitara su elegante prenda de franela. Así las cosas, se acostó boca abajo sobre el banco causante del desgarramiento textil y Rafaela se dispuso a resolver el problema, entonces Chanito haciendo gala de su talento y humor criollo le dijo:
Vieja, ya que me lo va hacer
hágamelo despacito,
porque tengo otro huequito
que no se puede coser.
A Chanito lo recuerdo con mucho cariño y con verdadera nostalgia, ya que fue amigo de mi papá, y sobre todo, porque fue un artista cubano que le cantó al pueblo en su propio idioma y denunció, valiéndose de un gracejo cubanísimo, todas las miserias del campesino. Prometo más adelante contar sobre el elegante poeta de Las Villas… pero volvamos a La Tomatera. Los bailes había que hacerlos cuando terminaba la temporada del tomate, que era bien corta como dije antes. Se agrupaban las cunas donde se seleccionaba el tomate y se ponían a un lado para dejar espacio para los bailadores. Las cunas eran como góndolas confeccionadas con madera y sacos de yute. Como el local carecía de baño, se improvisaba un cubículo con las cunas y unos cartones, se ponían tres o cuatro latas grandes para que las mujeres tuvieran donde orinar, los hombres no tenían problemas, salían del local y lo hacían en el área exterior. Yo tendría unos siete años y con el pretexto de que tenía sueño, me acostaba en una de las cunas, pero siempre escogía una de las aledañas al cubículo que servía de baño a las mujeres, así le pude ver el trasero a un montón de guajiras. Lástima que de chiquito no se vale.
Quiero señalar algo que por ser tan ridículo y bochornoso, no debo dejar de mencionar. Para que se tenga una idea de la miseria mental que había entonces en Cuba, un país donde el que no tiene de congo, tiene de carabalí, sin embargo la discriminación racial era tal, que en Remate, un pequeño pueblito de campo, en el cual lo principal era el hambre y el origen humilde de cada ciudadano, a los bailes de blancos no se les permitía entrar a los negros. A veces se dividía el salón con una soga: los negros de un lado, y los blancos del otro. Recuerdo que una vez en los volantes de propaganda que se repartían por los campos y poblados o caseríos vecinos, se anunciaba el baile con el título de: Una soga nos separa, mi papá, que era muy ocurrente y sacaba un chiste de cualquier cosa, dijo:
Coño, si van al baile Ramón Pequeño y Felicia Lugones, tendrán que bailar con la sogaentre los dos, claro, se trataba de un matrimonio entre un negro y una blanca.
Como conté, en el pueblo no había iglesia y algunas veces, en las mañanas o en las tardes del día del baile, venía un cura de Remedios para bautizar a los niños. El bautizo costaba un peso o dos, en dependencia del criterio del cura que viniera; el caso es que un tío mío llamado Juancito Martínez, que luego resultó ser un delincuente y hasta cumplió condena por asalto y robo, una vez concluido el bautizo, le dijo al cura: Padre ¿qué pasa si ahora yo no le doy los dos pesos? El cura se encogió de hombros y contestó: Nada hijo, rompo la tarjeta donde lo anotéy el niño queda tan hereje como hasta ahora. Metió la mano en el bolsillo de la sotana, sacó una petaquita metálica, la abrió y se tomó un trago de coñac. Estoy seguro de que mi tío tuvo en cuenta a este cura para dedicarse a su posterior profesión.
El local donde estaba la tomatera también se usaba para la escogida de tabaco, el cual cargaban seco y en ramas, a lomos de mulos, conformaban bultos o matules. Las mujeres procedían a despalillar las hojas y las separaban en bultos pequeños llamados gavillas, las agrupaban de acuerdo a las distintas categorías teniendo en cuenta su tamaño y textura; hay hojas que solo sirven para tripas y otras para las distintas capas que conforman el tabaco listo para ser fumado. Los hombres hacían un paquete grande con yaguas que ponían en una prensa y lo amarraban con ariques torcidos, estos paquetes se llaman tercios. Ese trabajo era muy duro para que lo hicieran las mujeres. Los tercios se llevaban a la estación del ferrocarril y se embarcaban, ahora deduzco que para Ranchuelo, donde estaba la fábrica de cigarros Trinidad y Hnos. de Amado Trinidad, quien también era dueño de una emisora de radio en La Habana, la RHC Cadena Azul.
Al lado de La Tomatera estaba la valla de pelear gallos. Los domingos venían guajiros de varios lugares, hasta de Remedios y Placetas llegaba gente con gallos metidos en unas fundas de tela para que no los afectara el aire. Cuando un gallo peleaba y quedaba maltrecho, ya no servía para volver a combatir, se le deja como mona, nombre que se le da al infeliz que se utiliza para entrenar a los que sí sirven para el combate. Los muchachos siempre estábamos tratando de conseguir un gallo monapara jugar y echar nuestras peleas. Recuerdo una ocasión en que yo estaba en la puerta de la valla y al entrar un guajiro con su gallo, le dije: Oiga si lopierde me lo regala, el guajiro me fulminó con la mirada al tiempo que me decía: Mira vejigo vete al infierno. Al cabo de un rato grande, salió el hombre con el gallo cogido por las patas y cuando me vio, se me acercó, levantó el gallo y me dijo: Coge y me dio un gallazo por la cabeza, se montó en una yegüita flaca que daba pena, le dio dos sogazos y salió diciendo un montón de malas palabras, y maldiciendo a cuanto santo le vino a la boca.Yo empecé a reírme, recogí el gallo muerto del suelo y se lo llevé a mi mamá, la vieja hizo tremenda sopa.