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Esta novela habla de la metamorfosis de Maria Alicia. En un mundo donde el caos se apodera de todo a su paso, un ser se ve arrastrado hacia una transformación impredecible y desconcertante. La Metamorfosis del caos nos sumerge en un relato profundo y perturbador que explora la lucha interna entre el orden y el desorden, la identidad y la disolución. A medida que la realidad se descompone y se funde con la confusión, el protagonista se enfrenta a un cambio radical que lo desafiará a comprender la naturaleza misma de su existencia. ¿Es posible encontrar la paz en un universo que parece regirse por la aleatoriedad? ¿O la metamorfosis es, en realidad, una condena inevitable hacia la destrucción personal? Con una prosa envolvente y simbólica, esta obra invita a reflexionar sobre el significado del caos en nuestras vidas, el proceso de adaptación al cambio y las tensiones entre lo conocido y lo desconocido. "Una historia tan desconcertante como reveladora. Una reflexión profunda sobre el caos y la transformación humana."
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Seitenzahl: 83
Veröffentlichungsjahr: 2025
CANDELARIA MONTOYA BELLÓN
Montoya Bellón, CandelariaMetamorfosis de un caos / Candelaria Montoya Bellón. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6032-2
1. Narrativa. I. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
Capítulo 1: Huevo
Capítulo 2: Larva
Capítulo 3: Pupa
Capítulo 4: Adulto
Epílogo
Todo es causalidad no casualidad.
Durante muchos siglos, el mundo fue explicado a través de las leyes de Isaac Newton y la física clásica. Según estas leyes, si se conoce el estado actual de un objeto, se puede predecir con relativa facilidad su comportamiento futuro. Sin embargo, la teoría del caos cuestiona esta visión determinista: no todo es predecible ni funciona como un reloj.
¿Qué son la teoría del caos y su efecto mariposa, y cómo nos ayudan a entender mejor el universo?
Desde sus inicios, las matemáticas y la física han inspirado a la ciencia ficción, planteando preguntas existenciales.
El efecto mariposa es una manifestación de la teoría del caos. Mientras que las leyes de Newton ofrecían una explicación ordenada y predecible del universo, esta teoría introduce el concepto de sensibilidad a las condiciones iniciales.
Un ejemplo clásico ilustra esta idea: el aleteo de una mariposa en Brasil podría, en teoría, generar una perturbación suficiente como para desencadenar un tornado en Texas. Esto se debe a que, aunque conocemos las leyes de la naturaleza, nuestras mediciones no son perfectas. Es imposible determinar con absoluta precisión la posición y velocidad de cada átomo en el universo. Esta inexactitud en los cálculos es una de las razones por las cuales las predicciones a largo plazo se vuelven imposibles.
Sin embargo, es importante aclarar que caos no es sinónimo de desorden. Aunque el caos dificulta las predicciones, el universo no es completamente aleatorio; los efectos siguen a las causas. Por caótico que parezca un sistema, este tiende a seguir trayectorias que lo conducen hacia puntos determinados. Estas trayectorias forman patrones que evocan la forma de las alas de una mariposa.
Comprender estos patrones caóticos tiene aplicaciones prácticas. En la bolsa de valores, por ejemplo, una ligera fluctuación puede desencadenar una crisis en el mercado. Esto demuestra que, más que hablar de predicciones, debemos hablar de probabilidades. En el cuerpo humano, la teoría del caos permite analizar el comportamiento de un corazón con arritmia y también nos ayuda a entender fenómenos complejos de la conducta humana.
El efecto mariposa también es útil para analizar fenómenos sociales. Un solo comentario negativo en redes sociales, por ejemplo, puede desencadenar una ola de trolling. Aunque nuestro universo sigue obedeciendo las cadenas de causa y efecto, la teoría del caos nos recuerda que, pese a que el sol salga cada mañana y los aviones sigan volando, siempre existe un margen de incertidumbre. Esta teoría pone de manifiesto los límites de nuestro conocimiento.
Las historias relatadas aquí forman parte de mi experiencia personal. No solo de la mía, sino también de la de mis padres, abuelos, bisabuelos y todo mi linaje. Quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Ser consciente del saber nos permite expresar las vivencias, sanarlas y lograr que nuestras próximas generaciones no vuelvan a atravesar los mismos malos momentos.
Alteré los nombres y modifiqué algunas partes de la novela, dejando a disposición del lector la interpretación de lo que es verdadero y lo que pertenece a la ficción.
“Ojalá disfrutes cuando sientas más de lo que tu mente logre entender. Es tu alma manifestándose”.
En una pequeña ciudad, una niña llamada María Alicia llegó al mundo con un grito ahogado, luchando contra el cordón umbilical que la ataba a la oscuridad. Su madre, emocionada y temerosa, la sostuvo por primera vez en sus brazos en un quirófano, sin saber que su vida ya estaba marcada por el caos. A partir de ese momento, el destino de María Alicia sería un ciclo de renacimientos y transformaciones.
Los recuerdos de su infancia eran escasos, como destellos lejanos en la bruma del tiempo. Su único recuerdo nítido era el de su segundo cumpleaños, donde risas y abrazos la rodeaban, pero luego, el vacío se apoderó de los años siguientes. Su vida familiar era complicada: su padre, un hombre de sueños rotos, y su madre, una mujer fuerte, pero exhausta, luchaban por mantener la paz en la casa. María Alicia creció en un ambiente donde la alegría era efímera, como una mariposa que apenas lograba alzar vuelo.
Con el tiempo, todo empeoró. Su padre abría cada vez más esa puerta al abismo abrumador y eterno que es el vacío. Algo vio, algo presenció que no lo dejaba de atormentar; los pensamientos en su soledad eterna le decían que cualquiera de los caminos posibles lo llevaban al vacío. La madre notó que todo se deterioraba, pero no dijo nada.
La niñez de María Alicia estuvo marcada por la incertidumbre, y eso la llevó a construir una perspectiva de la vida llena de vacío, dudas, inestabilidad y oscuridad. Alrededor de los cinco años, con el sentir a flor de piel, desde su propia percepción de la vida, contrajo una neumonía tan grave que fue internada. Su cuerpo y mente, incluso siendo tan pequeña, demostraban que lo que no se habla, por algún lugar tiene que salir. Esa asfixia volvía a aparecer en su vida, la misma que tuvo al nacer. Aunque estuvo al borde de la muerte, no se fue, sino que se quedó y siguió.
Después de ese suceso, quedó un bache en sus memorias, en sus recuerdos. Más tarde, a los siete años, se dio cuenta de que su vida estaba marcada por la soledad. Su madre, una maestra dedicada y soñadora, pasaba días enteros fuera de la casa para brindarles alimentos a ella, a sus hermanos y a su esposo. Inmersa en su deseo de crecer y evadir la realidad, mantenía la mente ocupada en su labor, mientras su padre, atrapado en el abrazo del alcohol, se convertía en un fantasma que deambulaba por la casa.
María Alicia buscaba consuelo en los libros. En sus páginas, encontraba mundos donde las familias eran perfectas, donde las aventuras no eran interrumpidas por el eco del vacío. Cada tarde, después de la escuela, se escapaba a la plaza del barrio, un lugar donde las sombras de los árboles parecían comprender su tristeza.
Un día, mientras exploraba un rincón olvidado, encontró un viejo diario escondido entre las raíces de un roble. Al abrirlo, descubrió que pertenecía a una niña que había vivido en el pueblo décadas atrás. Las historias hablaban de sueños, de amistades perdidas y de un lugar mágico al que se podía llegar a través de una puerta secreta. Intrigada, María Alicia decidió que tenía que encontrar esa puerta.
Con cada entrada en el diario, su determinación crecía. En sus páginas, la otra niña había dejado pistas que María Alicia siguió con fervor. Una tarde, mientras el sol se ponía, encontró un claro iluminado por una luz dorada, y allí, justo como lo describía el diario, había una puerta antigua cubierta de hiedra. Sin pensarlo, la abrió.
Al cruzar, María Alicia se encontró en un mundo vibrante y lleno de color, donde los problemas de su vida cotidiana parecían desvanecerse. Hizo amigos mágicos: un niño al que le gustaba jugar, una anciana sabia y un joven artista que la inspiraba. Con ellos, aprendió a reír, a soñar y a encontrar su voz. Sin embargo, la magia tenía un precio. Cada vez que pasaba tiempo en ese mundo, su vida real se oscurecía un poco más. Su madre se sumía más en el silencio y su padre se perdía más en el abismo del alcohol. A medida que María Alicia se adentraba en sus aventuras, la conexión con su hogar se debilitaba.
Un día, el joven artista le mostró un cuadro en el que había pintado a su familia.
—¿Por qué no los pintas tú? —le sugirió.
María Alicia se dio cuenta de que había estado huyendo. Regresar a casa significaba enfrentarse a su realidad, pero también a la posibilidad de cambiarla.
Con el corazón apesadumbrado, decidió que debía encontrar una manera de llevar un poco de la magia de su nuevo mundo a su vida diaria. Al volver a casa, tomó un lápiz y una libreta vieja y comenzó a escribir sobre su propia familia, su propia historia, buscando soltar un poco de esa carga, un refugio donde podría crear y soñar.
Con el tiempo, la idea de escribir poesía, de volcar el dolor en algo tan hermoso como la dulce poesía, se convirtió en su obsequio más preciado, aunque, aun logrando poesías maravillosas, no lograba atraer la atención de sus padres. Podía, al menos, escapar de su vida, y lo mejor de todo era que esos amigos que había encontrado a través de la puerta secreta la acompañaban todo el día. Un día, su madre, al verla hablar sola, le preguntó:
—¿Con quién hablas, hija?
—Con mis amigos —dijo ella.
—¿Qué amigos? No hay nadie acá…
—Silencio.
Su mamá, con un poco de miedo, se resignó a preguntarle con quién hablaba, simplemente la dejó ser. María Alicia entendió que solo ella podía ver a sus amigos. La presencia de sus amigos y del arte comenzó a sanar las heridas invisibles de su hogar.
María Alicia era una niña con una habilidad que la hacía diferente: podía hablar con espíritus. Desde pequeña escuchaba sus susurros y, aunque al principio le daban miedo, con el tiempo aprendió a comprenderlos. Los espíritus no siempre eran inquietantes; a menudo, eran amigos que la guiaban y le contaban historias del pasado. María Alicia se aventuraba a explorar lugares donde la historia resonaba en el aire. Su abuela, una mujer sabia y conocedora de antiguas tradiciones, le había enseñado a respetar a los espíritus y a escuchar sus consejos.
Al pasar los años, su realidad se volvió tan abrumadora, que ni sus amigos que estaban en otro plano podían ayudarla; estaba totalmente sola en la tierra y ya ni sus palabras aliviaban tal vacío.