Mientras dormías… - Estela Delgado - E-Book

Mientras dormías… E-Book

Estela Delgado

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Beschreibung

Mientras dormías… es un caso real. La historia de una familia. De cómo, de un momento a otro, su vida cambió para empezar a vivir minuto a minuto… día a día.Una historia que te hace pasar por un abanico de emociones enorme. Te lleva de la sonrisa cómplice a la risa y, luego, al llanto casi desconsolado con solo pasar de página.Es un relato fuerte, escrito con el corazón en la mano, que llega a lo más profundo del alma.Es la historia de un verdadero milagro…

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Seitenzahl: 202

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Delgado, Estela

Mientras dormías... / Estela Delgado. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0171-4

1. Novela. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

A mi familia,

a quien amo profundamente.

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo I. El comienzo

Capítulo II. Proyecto familia

Capítulo III. Cambios inesperados

Capítulo IV. La Patagonia nos recibe

Capítulo V. Y el tiempo se escurrió

Capítulo VI. La vida nos gasta una broma

Capítulo VII. Primera batalla ganada

Capítulo VIII. Esperándote

Capítulo IX. Amanece, que no es poco

Capítulo X. Cuando lo miro, Dios me sonríe

Capítulo XI. ¿Y enero?

Capítulo XII. ¿Estamos bien?

Capítulo XIII. Es un sueño

Capítulo XIV. Un nuevo despertar

Capítulo XV. Volver a casa

Epílogo

Agradecimientos

Prólogo

Muchas personas me pidieron que escribiera un libro con lo vivido. Inicialmente, pensé en hacerlo solo para tener un recuerdo de ese momento. Luego, ante la insistencia de algunos de que nuestra historia podía ser de gran ayuda para otra gente, pensé en publicarlo.

Al terminar de escribirlo, aún no estaba convencida de si realmente podría ser de tanta ayuda y si, de verdad, valía la pena hacer una publicación más amplia de la que yo había pensado en un principio, cuya cantidad alcanzara para mi familia y amigos.

Fue entonces, en una charla de liderazgo para empresas que finalizó con el relato del cuento de las estrellas de mar1, cuando supe que debía publicarlo…

Había una vez un escritor que tenía una casa a orillas del mar; en una enorme playa virgen, en la que pasaba temporadas escribiendo y buscando inspiración para sus libros. Era un hombre inteligente y culto y con sensibilidad para las cosas importantes de la vida.

Una mañana bien temprano mientras paseaba a orillas del océano vio a lo lejos una figura que se movía de manera extraña como si estuviera bailando. Al acercarse vio que era un muchacho que se dedicaba a coger estrellas de mar de la orilla y lanzarlas otra vez al mar.

El hombre le preguntó al joven qué estaba haciendo. Y este le contestó:

—Recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al mar; la marea ha bajado demasiado y en cuanto salga el sol y empiece a calentar morirán todas.

Dijo entonces el escritor:

—Pero esto que haces no tiene sentido, primero de todo que ese es su destino, morirán y serán alimento para otros animales; pero es que además hay miles y miles de estrellas por toda la playa; nunca tendrás tiempo de salvarlas a todas.

El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las olas mientras exclamaba:

—Para esta… sí tiene sentido.

El escritor se marchó un tanto desconcertado y turbado. Ese día no encontró la inspiración para escribir y por la noche no durmió bien; soñaba con el joven y con las estrellas de mar siendo lanzadas por encima de las olas. A la mañana siguiente se levantó más pronto aun, salió a la playa, buscó al joven y le ayudó a salvar estrellas…

1 Las estrellas de mar. Pablo Tovar [en línea]. Madrid. [Citado: 4 de enero de 2018]. Disponible en: <https://www.pablotovar.com/las-estrellas-de-mar/>.

Capítulo I

El comienzo

Cuando conocí a Carlos, hacía unos meses que había terminado una relación larga. En realidad, fue una relación de 3 años, pero había sido el noviazgo más largo que había tenido. Éramos un grupo de amigas que estábamos en la misma situación: todas habíamos roto una relación de noviazgo largo. Y estábamos en ese momento en el que deseábamos que apareciera ese hombre que nos deslumbrara. Ya teníamos 25 años y no queríamos quedarnos solas.

Un tiempo atrás, alguien me había dicho que hiciera un listado de las 10 condiciones que tenía que cumplir el hombre de mi vida. Y lo hice. Puse las 10 características que debía cumplir y cometí el error de agregar las 10 que no quería que tuviese… Si hubiera sabido que iba a dar resultado, habría evitado lo último. En fin, ¡no existe el hombre perfecto!

Con mis amigas, habíamos acordado que la primera que consiguiera estar en pareja, tenía que presentar a los amigos del novio a las otras. Así fue que cuando Lili consiguió novio, tuvo que presentarnos a los amigos de él.

Yo había conocido a Julio, el novio de Lili, un día que recién llegaba de jugar al tenis, con lo cual no estaba muy arreglada. Sin embargo, Julio lo llamó a Carlos y le dijo que había conocido a la mujer de su vida y que tenía que salir el fin de semana para conocerme. Siempre me pregunté qué había visto Julio en mí para que le pareciera la mujer ideal para Carlos.

En esa salida donde nos conocimos, nos pusimos a charlar con Carlos desde el primer momento y pasamos toda la noche hablando entre nosotros, sin participar mucho de la charla del resto del grupo. Fue curioso, porque físicamente no me había gustado, pero –a medida que hablábamos– me asustaba cada vez un poco más darme cuenta de que iba encajando, perfectamente, en mi listado de condiciones requeridas para “mi hombre”.

Carlos es un hombre de un 1,75 m de altura, robusto, cuello corto, espalda ancha. Ojos negros españoles. Cabello castaño oscuro. Cara muy masculina. Y una voz grave muy seductora. Pero, en ese momento, tenía el cabello largo al estilo Antonio Banderas que no le quedaba bien como al actor.

Esa noche volvimos con mis amigas a mi casa. Obviamente, empezamos a contarnos qué nos habían parecido los muchachos que nos habían presentado. A Mónica y a Zulma no les habían gustado para nada ninguno de ellos. Y yo aclaré que habíamos tenido una charla muy interesante con Carlos, pero que no me gustaba físicamente.

Por su parte, Carlos le comentó a su amigo Luis que había conocido a una mujer que si le daba bolilla, se casaba.

Al día siguiente del encuentro, Lili me dijo que Carlos quería mi número de teléfono, porque yo le había gustado mucho. Le volví a repetir que solo podíamos ser amigos, porque no me gustaba para nada. ¡Era una cuestión de piel!

Le pedí a Lili que no le diera mi teléfono, dado no quería que se enamorara locamente de mí. No era por vanidad, sino porque era lo que me sucedía habitualmente. Se enamoraban perdidamente de mí aquellos hombres que yo no quería. Lili me hizo caso. No le dio mi teléfono.

Unos días después, cuando volví del trabajo, vi que sobre la mesa de la cocina había un hermoso ramo de rosas. Me quedé mirándolo extrañada, pensando qué fecha era. No era el aniversario de mis padres. No era ningún cumpleaños. Pero era el día en que se recibía en la universidad mi exnovio. ¡No lo podía creer! Se recibía él y me mandaba un ramo de rosas a mí. Una locura. Gran sorpresa fue cuando saqué la tarjeta que traía el ramo. No era de mi ex. ¡Era de Carlos! Era su tarjeta personal que atrás, simplemente, decía “Gracias”.

Comencé a reírme, porque me había ganado. Se había salido con la suya. Enseguida llamé a mis amigas para contarles. Sin embargo, yo no quería saber nada con él, así que les dije que le iba a mandar una tarjeta en blanco diciendo “De nada”.

Ese ramo de rosas dio mucho que hablar. Hasta el encargado del edificio donde yo vivía quería saber quién me lo había enviado. Igualmente, mis padres, que me decían: “No podés ignorar a alguien que te envía un ramo de rosas”. Ellos también estaban preocupados por mi larga soltería…

Finalmente, a los dos días, decidí llamarlo. Tenían razón, no podía ser tan desconsiderada. Solo lo iba a llamar para agradecerle las rosas y nada más. Lo tenía totalmente decidido.

Lo llamé y, nuevamente, caí en su trampa. Estuvimos hablando como una hora y terminamos arreglando para salir juntos el sábado siguiente. Otra vez, no era lo que yo había considerado.

Ese sábado le dije a Lili que no quería salir sola con él, porque no quería saber absolutamente nada, y él seguramente pretendía ser mi novio.

—Es una cuestión de piel —le recordé—. ¡Ni loca le doy un beso!

Ese día me escudé en Lili y Julio. Esa tarde llovía mucho. Arreglamos que vinieran a casa a comer unas pizzas y ver unas películas. Perfecto.

Mientras estábamos cenando, cada tanto nos íbamos con Lili a la cocina a chusmear.

—¿Y? —me preguntaba—, ¿no te gusta nada? Tiene muy lindas manos —me decía.

Las manos eran algo que yo siempre me fijaba en un hombre. Volvimos a la mesa, le miré las manos a Carlos y le hice gestos de aprobación con la mirada a Lili. En la siguiente escapada, le comenté que tenía razón, que tenía lindas manos, pero que no era suficiente.

Luego, Carlos y yo pasamos varias horas hablando de distintos temas. Yo estaba tranquila. No pasaba nada. Estábamos los 4 en el balcón de invierno, hasta que a mí se me ocurrió decirle a Carlos:

—Mirá, allá están las rosas que me regalaste. —Mientras, empecé a caminar, alejándome del grupo y obligándolo, de esa manera, a seguirme.

¡No lo podía creer! Lo estaba alejando de donde estaban los otros. Me empecé a poner nerviosa, porque iba a pensar que lo estaba apurando. En mi desesperación, le dije que me esperara, que escuchaba un ruido. Salí corriendo, tratando de pensar cómo zafar de la situación. Volví, me senté en la mesita ratona del living y, dándole golpecitos con la mano a la mesa, le dije:

—Vení. —No lo podía creer. Otra vez lo estaba apurando.

Y no pude evitar el beso… ¡Mi inconsciente me traicionó! Definitivamente, me había traicionado.

Era el 21 de diciembre de 1991.

No nos volvimos a ver hasta después de la Nochebuena. Me pasó a buscar por casa después del brindis. Tenía decidido decirle que había sido un error y que no quería seguir con él. Pero me sorprendió cuando llegó. Se había cortado el cabello y ahora me gustaba. Y mucho.

Fuimos a una confitería a unas cuadras de casa, y volví locamente enamorada.

Nos casamos a los 16 meses de habernos conocido.

Capítulo II

Proyecto familia

Teníamos tanta conexión con Carlos, que muchas veces empezábamos a hablar a la par sobre el mismo tema. Nos divertíamos mucho y no nos aburríamos de estar juntos. Desde esa Nochebuena no hubo un día que estuviéramos separados. Compartíamos muchos gustos, hasta incluso de novios ya teníamos elegido el nombre de nuestro primer hijo: Rodrigo.

Cada cosa que nos proponíamos, la lográbamos. Éramos un gran equipo. Diría que éramos invencibles.

Aunque, como todo matrimonio, también hemos tenido nuestras diferencias y discusiones.

A los 3 años de casados, nos sorprendió la noticia del embarazo de nuestro primer hijo. No lo esperábamos, porque siempre nos faltaba alguna condición para encarar el tema. La casa, el auto o cambiar de trabajo eran las excusas para ir dilatando el ser padres. Afortunadamente, Rodrigo no nos esperó a que nos pusiéramos de acuerdo y apareció en nuestras vidas, llenándonos de alegría.

Fue un embarazo hermoso, sin ningún problema, salvo en el último mes que tenía mucha retención de líquido y la presión arterial alta. Tenía fecha probable de parto el 3 de abril. Como siempre fui muy responsable, y diría que hasta un poco adicta al trabajo, decidí trabajar hasta el último momento.

El viernes 8 de marzo fui a trabajar, luego de dos días de cuidado en las comidas y control de la presión arterial. Suponiendo que el médico me iba a dar reposo, fui a la oficina para dejar terminados algunos temas. A media mañana, fui a un centro médico para hacer el control de presión y ya no me dejaron volver a la oficina. Me indicaron que me fuera, directamente, a ver a mi obstetra.

A pesar de todas las medidas, la presión arterial no bajaba y el médico no quiso arriesgar al bebé, había que ir a cesárea.

Como siempre fue en nuestras vidas, nada podía ser con una organización previa. Cuando salí del consultorio, me eché a llorar. No estaba aún preparada para recibir a mi hijo. Me tomó de sorpresa la situación. Había llegado el momento del nacimiento. Era una mezcla de nervios, ansiedad y miedo. Fuimos a casa a prepararnos para ese momento tan especial.

A Carlos lo dejaron ingresar a la sala de partos. Fue un momento de extrema felicidad. La anestesia era la suficiente para no sentir dolor y poder disfrutar del momento.

Cuando estaba en la habitación de la clínica pensé: “¿En qué te metiste, Estela? Ahora vas a estar preocupada el resto de tu vida por esta personita”.

Rodrigo había nacido casi un mes antes de lo previsto y estaba perfecto. Era un bebé tan tranquilo que ni se despertaba para mamar. Había que despertarlo para que lo hiciera. E incluso a veces, costaba despertarlo.

Y así fue siempre. Un bebé alegre, tranquilo, casi no lloraba. Daban ganas de tener 3 hijos más. No daba nada de trabajo. Éramos una familia feliz. Teníamos un hijo hermoso, muy buenos trabajos y seguíamos conectados para lograr lo que nos propusiéramos, ya fuera cambiar el auto, arreglar el departamento o viajar. Lo que nos proponíamos, lo lográbamos.

Tan entretenidos estábamos que, al año y medio, nuevamente la vida nos sorprendió con otro hijo. Obviamente, no lo esperábamos. Esta vez la fecha probable de parto era el 15 de abril. Era un bebé muy inquieto dentro de la panza. No sabía cómo sentarme en la oficina, porque en cuanto apoyaba la panza en el escritorio empezaba a patearme. Yo pensaba que era una niña por lo inquieta; pero era Ignacio.

Él también nació por cesárea. Fue el 3 de abril, la fecha probable de parto que había tenido para Rodrigo.

A diferencia de Rodri, Ignacio era llorón, gritón, y no era fácil conformarlo. Todas las noches me acostaba a su lado y le cantaba bajito Manuelita y Estamos invitados a tomar el té, en una versión más lenta y suave que la de María Elena Walsh, para que bajara las revoluciones y se durmiera.

Como suele suceder habitualmente entre hermanos, Ignacio idolatraba a Rodrigo. Lo seguía con la mirada a todas partes. Quería ser grande como su hermano; a los 8 meses empezó a caminar. Y Rodrigo, como hermano mayor, le enseñaba y le corregía a Ignacio. Una tarde, cuando Rodrigo tendría 4 años e Ignacio 2 años, íbamos paseando, y pasó un helicóptero e Igna gritó:

—¡Un avión, un avión!

Rodri lo retó:

—¿Cuándo vas a aprender a hablar bien? No es un avión. ¡Es un queterón!

Ignacio era un niño travieso. Cuando no lloraba, era un bebé muy simpático, su carita de pícaro lo delataba.

Rodrigo siempre fue un niño inocente, muy bueno y obediente. Ignacio, en cambio, siempre fue desafiante. Eso de obedecer no le resultaba muy convincente.

Cuando les pedía que ordenaran los juguetes con los que habían estado jugando, siempre era Rodrigo quien los ordenaba. Ignacio ni se inmutaba cuando lo amenazaba que le iba a tirar su juguete preferido si no lo guardaba. Ante la indiferencia de Ignacio a mi amenaza, Rodrigo me suplicaba que no lo tirara y lo guardaba él.

Capítulo III

Cambios inesperados

A los nueve meses de haber nacido Ignacio, Carlos se fue a trabajar a Tierra del Fuego. Con un régimen de 21 x 7. Es decir, pasaba 21 días en Tierra del Fuego (o incluso más días) y volvía a casa 7 días, siempre que no surgiera alguna urgencia que tuviera que volver antes a la isla.

Por ende, estaba yo sola para cuidar de los niños. Y quizá, la ausencia de Carlos fue el motivo de la rebeldía de Ignacio. Sin embargo, no era un padre ausente, a pesar de estar a 3000 km de casa. Hablaba por teléfono con nosotros varias veces al día. Y, cuando venía a casa, compartía todo el tiempo en familia.

Nos fuimos acostumbrando a la nueva situación, aunque la peor parte la padecía Carlos que estaba lejos de la familia.

Yo estaba trabajando en una empresa minera multinacional. Yo amaba mi trabajo, pero en el año 2000, la empresa decidió trasladarse a Puerto San Julián, Santa Cruz. Aunque el directorio me ofreció trasladar a mi familia e incluso darle trabajo a Carlos allá, nosotros evaluamos la situación y decidimos quedarnos en Buenos Aires, a pesar de que ello implicaba quedarme sin trabajo, sin el trabajo que tanto amaba.

Una nueva etapa comenzaba. Los niños eran muy pequeños, 4 y 2 años y yo siempre había trabajado en relación de dependencia. Carlos trabajaba lejos, en ese momento, en Rincón de los Sauces, Neuquén. Todo eso motivó a que no buscara otro trabajo. De esa manera, tendría disponibilidad para viajar con los niños y compartir más tiempo los cuatro juntos.

Tengo hermosos recuerdos de esa época. Realizamos muchas excursiones de aventura en esa zona de Neuquén.

En varias oportunidades, viajábamos con los chicos a Rincón de los Sauces a quedarnos unos días disfrutando en familia. Esperábamos que llegara Carlos de trabajar y salíamos a recorrer los cañadones de la zona en busca de huesos de dinosaurios. Se encontraban astillas de huesos, pero era todo una aventura.

Jugábamos a ver quién encontraba el primer hueso, quién el más grande y quién el más curioso. Y así pasábamos varias horas.

Otras veces salíamos en camioneta 4x4 a recorrer caminos casi intransitables en busca de nuevas aventuras. Recuerdo una tarde, que decidimos subir un cañadón con la camioneta, siguiendo el camino de tierra de una sola mano. En un momento, no solo nos encontramos con el camino lleno de pozos, sino que se angostaba mucho más, porque parte se había derrumbado, lo que nos obligó a pasar con una rueda sobre el cerro, inclinándose la camioneta lo suficiente como para asustarme mucho. Carlos tampoco me tranquilizaba, teníamos el sol de frente a pleno y me decía que no lo molestara, que no podía ver el camino. Me mantuve todo el trayecto rezando, pero al final lo terminaba disfrutando. También, hemos cruzado ríos con la camioneta que, por momentos, quedaba flotando. Era todo emoción y lo disfrutábamos muchísimo.

En otra oportunidad, Carlos tenía que ir a un yacimiento y, debido a que está prohibido el ingreso a gente que no esté autorizada, nos dejó en un cerro hasta que él volviera una hora más tarde. Quedamos en medio de la nada, buscando huesos de dinosaurios para entretenernos. Tanto fue así que, en un momento, no sabíamos dónde nos había dejado para volver al mismo lugar. Rodrigo decía que era para la derecha, yo para la izquierda e Ignacio se puso a llorar nervioso gritando:

—No quiero salir en Sobreviviendo —refiriéndose al programa de National Geographic.

También, hicimos escapadas normales a distintos lugares de la Cordillera de los Andes.

Seguíamos viviendo en Buenos Aires, mientras Carlos continuaba trabajando en Neuquén.

Cada uno se había acostumbrado a su lugar. Cuando Carlos venía a casa, nos invadía, porque nosotros ya teníamos nuestras rutinas, nuestros horarios, nuestros tiempos, y él llegaba y nos cambiaba todo. Y, cuando nosotros íbamos a Neuquén, le revolucionábamos todo en su espacio.

Si bien funcionábamos como familia, no era algo normal vernos cada 20 días. Por ello, insistí que probáramos trasladarnos todos a Neuquén.

Y eso hicimos. En el 2003 nos mudamos. Rodrigo cumplía 7 años e Ignacio, 5.

Otra nueva etapa estábamos comenzando.

Capítulo IV

La Patagonia nos recibe

Neuquén nos recibía como familia, todos juntos nuevamente. Inicialmente, vivíamos en una casa que le alquilaba la empresa donde trabajaba Carlos, porque la idea era probar si funcionaba vivir en Neuquén.

Busqué un colegio que estuviera cerca de la casa para no tener problemas para llevarlos y retirarlos caminando, ya que el transporte público no es muy fluido en la ciudad, como uno estaba acostumbrado en Buenos Aires.

Qué lindo que era volver caminando al sol por esas calles de tierra –ya hoy asfaltadas– charlando con los dos o cantando el himno para aprenderlo bien.

Yo me sentía feliz. Neuquén es una ciudad donde siempre brilla el sol, es muy raro que esté nublado y más raro aún que llueva. Y eso me encantaba. Los días grises en la ciudad me deprimían.

Al poco tiempo de estar instalados, incorporamos a la familia a Iara, una cocker spaniel. Iarita fue una perra hermosa e inteligente que nos acompañó muchos años, hasta que un tumor se le desarrolló muy rápidamente y, finalmente, tuvimos que sacrificarla para que no sufriera más.

Los niños se adaptaron rápidamente a sus nuevas vidas. Rodrigo comenzaba 2° grado de primaria e Ignacio, preescolar. El colegio era bilingüe y con doble escolaridad, salvo jardín de infantes que era turno mañana o turno tarde. Ahí se originó el primer problema. Ignacio no podía ser menos que su hermano. Tenía que ir doble turno. Lloró los primeros días, porque no se podía quedar más tiempo en el colegio. Tuvimos que hablar con los directivos de la institución para que lo dejaran ir a ambos turnos, porque eso lo tenía mal.

Tampoco era posible que Rodrigo supiera leer y escribir e Ignacio, no. Así fue que comenzó a preguntar cómo leer y, al comienzo de preescolar, ya sabía leer y escribir. Él no podía ser menos que su hermano. Lo tenía que alcanzar en todo.

Creo que lo que Ignacio sentía por Rodrigo era una mezcla de admiración y celos. Durante años, no saludó a Rodri en el día de su cumpleaños, porque le daba rabia que cumpliera antes que él; Rodrigo cumple en Marzo e Ignacio en Abril. Era un chico un poco difícil. Incluso, a veces, resultaba imposible jugar con él, porque quería ganar siempre. No toleraba perder. En varias oportunidades, tuve que charlar con él por ese tema y explicarle que no siempre se puede ganar, a veces, nos toca perder. Y él un día fue muy claro:

—Es que no me gusta perder —me dijo.

Recuerdo una tarde que los escuchaba pelear entre ellos y se estaban diciendo insultos:

—Idiota.

—Tarado.

—Imbécil.

—Estúpido.

Cada vez se insultaban más enérgicamente, hasta que Ignacio, con toda la bronca acumulada, tomó aire, pensando el peor insulto que le podía decir para rematarlo y le gritó enojadísimo:

—IM PO LU TO.

Estuvo genial. El quería ganarle hasta en esa disputa, lo que no sabía era que eso que sonaba tan feo era todo lo contrario a un insulto.

El primer año en Neuquén, no trabajé. Me sentía muy mal por ello. Siempre había trabajado y extrañaba hacerlo. Una mamá de un compañerito de Ignacio estaba estudiando Comercio Exterior a distancia y me ofrecí a darle clases para entretenerme, porque no hacer nada me angustiaba mucho.

Para evitar la monotonía, me dediqué a cocinar. Hacía masitas, incluso para que Carlos llevara al trabajo para compartir con sus compañeros. Jamás había hecho algo así. ¡Lo que lograba el hastío!

A pesar del aburrimiento de no trabajar, estaba contenta con la decisión de habernos trasladado a Neuquén. Vivíamos los cuatro juntos y más tranquilos que en plena Capital.

Terminó el primer año en Neuquén y ya estábamos convencidos de que era nuestro lugar. Era el momento de trasladar algunas cosas que nos habían quedado en Bs. As. y mudarnos a nuestra casa y dejar la que nos alquilaba la empresa. Como siempre, nos mentalizamos y enseguida encontramos la casa que sería nuestro nuevo hogar.

Al poco tiempo de mudarnos, una nueva etapa estábamos por comenzar: la de empresarios. Era algo que Carlos deseaba hacer desde hacía un tiempo. Tal vez, el socio inicial no fue el mejor, pero fue el que tuvimos.

Las tareas administrativas y contables quedaban a mi cargo, y la parte técnica en mi socio y en Carlos, que legalmente no era socio, pero participaba como si lo fuera.

El aburrimiento se había acabado. Estaba muy ocupada organizando todo. Sin embargo, cada vez se fue complicando más. Por momentos, la relación entre mi socio y Carlos no era la mejor. Yo terminaba haciendo terapia con cada uno de ellos para tratar de bajar las tensiones entre ambos y evitar mayores problemas. Pasamos situaciones muy complejas y estresantes, pero continuamos apostando a que llegarían mejores tiempos.