Montevideo bajo el azote epidémico - Heraclio C. Fajardo - E-Book

Montevideo bajo el azote epidémico E-Book

Heraclio C Fajardo

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Beschreibung

«Montevideo bajo el azote epidémico» (1867) es una crónica poética de Heraclio C. Fajardo sobre la epidemia de fiebre amarilla que sacudió Montevideo en 1857 y que acabó con la vida de miles de personas. El texto de Fajardo no trata de ser un riguroso testimonio médico ni una novelización de lo que sucedió, sino un homenaje a las víctimas a partir del recuerdo.

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Seitenzahl: 187

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Heraclio C. Fajardo

Montevideo bajo el azote epidémico

 

Saga

Montevideo bajo el azote epidémico

 

Copyright © 1867, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726681833

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Al Sr. D. Duan Ramon Come

Presidente de la Sociedad de Beneficencia, y Vice-Presidente de la Junta Economico-Administrativa de la Capital, en ejercicio de la Presidencia.

A Vd. Mi distinguido compatriola; à Vd. uno de los mas modestos y principals campeones dela grandiose cruzáda humanitarian que muy pâlidamente he losquejado en este opúsculo; á Vd.una de las mas ricas esperanzas de esa jeneracion joven, inteligente y vigorosaen que estrilan los futuros destinos de la patria, me hago un deber en dedicar estas páginas como un débil testimonio del alto aprecio en que le tenga.

Pobre es la ofrenda, lo conozco; pero si la admiracion y gratitude de un recluta de;a humanidad pueden darle algun va;pr, dígnese Vd. aceptarla con su halitual lenevolencia y patrocinarla consu nombre.

Esto sera un Nuevo título para la Amistad que le profesa

Heraclio C. Fajardo.

Montevideo, 12 de Junio de 1857.

ESPLICACION

Al publicar este opúsculo, me hago un deber en salvar los escrúpulos que me asaltan de que pudiera dársele una interpretacion errónea, suponiéndole pretensiones que no tiene y que han estado muy distante de la mente de su autor al escribirlo.

No me he propuesto hacer en él la historia de la epidemia que ha enlutado á Montevideo, como pudiera presumirse por su título.—Tampoco la novela.

Para lo primero, era indispensable el auxilio de profundos conocimientos científicos que estoy muy lejos de poseer. —Para lo segundo, había en la realidad de los hechos que me propuse abrazar al escribir estas páginas, demasiado interes, demasiada novedad para que fuera necesario ocurrir á las ficciones romanescas á fin de presentar un cuadro de escenas animadas y tipos sobresalientes.

He tratado simplemente de escribir á la ligera mis propias impresiones durante esa horrorosa trajedia de que he sido espectador, y que ha tenido por teatro la capital de mi patria.

Por otra parte, en esa imponente exhibicion han militado caractéres tan hidalgos, sentimientos tan nobles, rasgos tan filantrópicos y magnánimos,—tanta generosidad, tanta consagracion, tanto heroismo,—que creo poner estas páginas al abrigo de la crítica mordaz, diciendo que su principal objeto es salvar aquellos bellos recuerdos del olvido, consignándolos en ellas, si bien imperfectamente, á lo menos con admiracion y gratitud.

Nada mas fácil,—despues de la franca esposicion que dejo hecha mas arriba, y si se tiene en cuenta que la mayor parte de este opúsculo ha sido escrita sin el auxilio de mas datos que los que me suministraba mi memoria,—nada mas fácil, decía, que el que haya involuntariamente incurrido en algunas ligeras inexactitudes ú omisiones.

Pero—lo repito—jamas me propuse escribir la historia de la epidemia, sino unos breves apuntes sin pretension ni consecuencia, como las notas que toma el viajero en su cartera al traves de una jornada penosa.

¡Que á lo menos los nombres que contienen les sirvan de intermediarios para la pública indulgencia!. . . . .

Heraclio C. Fajardo.

Montevideo, 17 de Junio de 1857.

__________

ADIOSES DEL PLACER

Los primeros dias del mes de marzo de 1857 deslizábanse halagûeños para la leda ciudad, para la blanea sirena de la márgen izquierda del gran rio.

Los postreros calores del estío iban ya cediendo el paso á las templadas brisas del otoño.

Montevideo, irguiéndose donosa sobre su base de granito, aspiraba en esas brisas el perfume de sus flores, las últimas emanaciones de sus fecundos vergeles. Las espumosas olas del magestuoso Plata lamían sus blancos piés con mansedumbre y amor, que jugaban con ellas negligentes como con albos cojines la planta de una odalisca.

Descuidada y voluptuosa, entregábase en brazos del placer, que la arrullaba con cánticos amorosos, con embriagantes saturnales.

Teatros, bailes, paseos; torrentes de harmonia, espansiones de dicha en todas partes.

En su febril escitacion veíase aun impresa la huella de las alegres carnestolendas, que acababan de abrir una ancha vía de espansion al público solaz.

Por el dia:—

Animacion insólita en las calles;

Movimiento en el comercio;

Actividad en la industria;

Paseos, cabalgatas:—las aceras espaciosas de la hermosa calle del 18 de Julio, cuajadas de paseantes por la tarde;— los caminos de la Union, la Aguada, el Paso del Molino, cubiertos de carruages y jóvenes á caballo acompañando gentiles amazonas.

Por la noche:—

La calle del 25 de Mayo despidiendo torrentes de luz de su profuso alumbrado á gas, de los hermosos estabecimientos europeos que la componen,—ofreciendo en sus aceras una concurrencia compacta y elegante de ambos sexos, que se deleita con las preciosas sonatas que ejecuta la música militar;

Tertulias de disfraz y de particular en varias casas, que ofrecen otros tantos centros del mas ameno solaz, del mas social pasatiempo;

El magnífico teatro de Solis,—nuestro mas bello monumento arquitectónico,—abriéndonos sus puertas y brindándonos en su precioso recinto las emociones del drama ó los encantos de la ópera:—la seduccion física y moral de Matilde Duclos, de esa muger encantadora y de esa escelente actriz,—ó las notas simpáticas, sentimentales y dulces de Sofía Vera Lorini; los arranques apasionados, enérgicos, sublimes de Tamberlick, de esa celebridad universal, de esa organizacion privilegiada, de ese Dios de los tenores; la voz aterciopelada, embriagadora y voluptuosa, como su gracia y su ademan, de Annetta Cassaloni.

La poblacion afluye allí con preferencia, y es de ver como rivalizan la hermosura y el lujo de nuestras damas con la elegancia y belleza del suntuoso edificio, cuyo rico artesonado sirve de digno dosel à tanta cabeza régia.

Todo era animacion, todo alegría.

No parecía sino que aquel generoso pueblo hubiera tenido un vago presentimiento de su prócsima catástrofe y diese al placer un adios, embriagándose en sus febriles emociones.

Y los primeros dias del mes de marzo de 1857 deslizábanse así para la leda ciudad, para la blanca sirena de la márgen ízquierda del gran rio.

Y los postreros calores del estío iban ya cediendo el paso á las templadas brisas del otoño.

Y Montevideo, irguiéndose donosa sobre su base de granito, aspiraba en esas brisas el perfume de sus flores, las ùltimas emanaciones de sus fecundos vergeles.

Y descuidada, y voluptuosa, entregábase en brazos del placer, que la arrullaba con cánticos amorosos, con embriagantes saturnales.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

De súbito, un terrible escalofrío coge sus miembros, y se pinta en su semblante una mortal palidez.

Se inmoviliza su mirada y fijase, como el iman, en el norte con una espresion de horror, cual si viera destacarse de las negras murallas de las Bóvedas las ígneas letras de su Mane Thecel Phares!

Sus labios se contraen en medio de una sonrisa, y sueltan un grito sordo, lúgubre, fatídico, cual si una horrible serpiente se enroscara en su garganta.

En seguida tambalea, estínguese el brillo de su mirada y tumba en tierra exánime y descompuesta, pero hermosa y simpática no obstante!. . . .

¿Qué tienes, Montevideo? ¿Qué tienes, vírgen querida?...

Jamas tu frente se empañara con esas manchas histéricas que la envuelven como un sudario.

Jamas tu cielo, que diera envidia al de Nápoles, se nublara como ahora.

Jamas pesara en tu atmósfera mas que el perfume de las flores, y los besos amorosos de las auras balsámicas del Plata. . . . .

¿Qué tienes, Montevideo? ¿Qué tienes, vírgen querida?. . .

¡Ay!. . . ¡La epidemia está en tu seno y te desgarra las entrañas!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

__________

EL AZOTE

Un cambio súbito y completo, una transicion rápida y brusca de la alegría al dolor operóse en la ciudad.

Una terrible confusion, un doloroso clamoreo estalló en todos sus ángulos.

Los primeros síntomas de una mortal epidemia, de un azote terrible y misterioso habíanse ya pronunciado haciendo víctimas á cada hora, á cada minuto, á cada instante.

Montevideo ofreció repentinamente un aspecto de desolacion indescriptible. Rumores diversos y á cual mas aterrador llevaban el espanto al seno de las familias con la velocidad del pensamiento, con el efecto del rayo.

Ya era la fiebre amarilla importada del Brasil por una familia que había burlado la vigilancia hijiénica, desembarcando en la ciudad antes de cumplir la cuarentena proscripta;

Ya el tífus;

Ya el cólera-morbus;

Ya el vómito negro de la Habana;

Ya una dolencia endémica ó local desarrollada en la parte norte de la ciudad, ó barrio de la Dársena, á consecuencia de los focos de infeccion allí estagnados;

Ya efecto del alumbrado á gas, ó antes, de la situacion de la Usina en un punto demasiado céntrico de la ciudad, y de la existencia de residuos venenosos en el estanque del gasómetro.

Y ni faltó quien lo atribuyese,—en las clases ignorantes y supersticiosas, por su puesto,—á la corrupcion voluntaria de la atmósfera mediante inficionamientos químicos tan imaginarios como absurdos.

La confusion, la incertidumbre penetró hasta en la esfera de la ciencia. Es verdad que la enfermedad presentaba diversas faces y se manifestaba con sintomas diversos.

La Junta de Hijiene se limitó al principio á publicar un sistema preventivo y curativo para la fiebre reinante, sin determinar no obstante su carácter. Interpelada por la ansiedad general, por el público conflicto, decidióse al fin á caracterizarla de fiebre gástrica grave.

Pero esta definicion tenía tal colorido de incertidumbre é inconsistencia, que, habiéndose la poblacion apercibido de ello, estuvo muy léjos de satisfacer sus exijencias y de calmar su ansiedad.

Entre tanto, el desarrollo de la enfermedad progresaba y esta tomaba porporciones aterradoras.

El número de las víctimas aumentaba cada dia, y ¡desgraciados de aquellos á quienes el sórdido flajelo tocaba con su mano, porque ya no les quedaba esperanza de salvacion, y se presentaba desde luego á sus ojos extraviados la sombría perspectiva de la tumba!....

De diez, uno no escapaba!

Los socorros de la ciencia eran insuficientes, y las mas veces estériles.

La causa no estaba bastante averiguada y los efectos eran de una inconsistencia y una variedad demasiado infinitas para que aquella pudiera ser combatida de frente y eficazmente.

La ciencia perdía la cabeza.

El pueblo, la confianza en sus auxilios.

Bien pronto la terrible y misteriosa epidemia, como la ígnea columna de la biblia, fué ganando terreno y sembrando en todos los ángulos de la ciudad la muerte y el espanto, persistiendo sin embargo con mayor ensañamiento en la parte del norte, donde se había pronunciado y hecho mayor número de víctimas.

Las camillas que conducían á estas al Hospital de Caridad cruzaban en todo sentido las calles de la ciudad, y los apestados que iban en ellas exhalaban ayes de dolor que estremecían hasta la última fibra de los transeuntes con un terror glacial, indefinible!...

Los carros fúnebres transitaban en todas direcciones, á todas horas del dia y de la noche, cargados de cadáveres y en busca de estos, atronando el aire, perturbando el sueño agitado de la poblacion y horrorizando el espíritu con su ruido monótono y peculiar que el oído percibía, ó antes, presentía á cuatro y cinco cuadras de distancia.

La presencia de la epidemia se hacía sentir en todas partes y en todo.

A la animacion habitual de la ciudad, al tránsito de sus calles, al ruido de la industria, al tráfico del comercio, habia sucedido un silencio sepulcral, una soledad aterradora.

Todas las puertas y ventanas, herméticamente cerradas. —La mitad de las casas de comercio apenas continuaba con las suyas abiertas á medias.

Uno que otro transeunte apretando el paso y con el terror pintado en el semblante.

Las casas públicas desiertas.

La poblacion como soterrada.

__________

PÁNICO--FUGA

La mayor parte habia huido.

El pánico, esa dolencia moral que se apodera de las masas en presencia de las calamidades de un oríjen desconocido y de una naturaleza morbífica y mortal; el pánico, que à su turno es una de las mas grandes calamidades de los pueblos, apoderóse del nuestro á los primeros síntomas de la epidemia y aconsejóle una flaqueza: la fuga!. . . . . . . .

Es verdad que la impotencia de la ciencia para combatir con éxito los estragos de la peste escusaba al principio esta flaqueza; pero era de esperar que la esperiencia de algunos dias demostraria al fin el verdadero carácter de la epidemia, y que entonces aquella sería bastante poderosa para disputar á esta sus víctimas y vencerla en lucha heróica.

Es verdad que pesaba sobre la ciudad una atmósfera de plomo, con corrientes de aire inficionado y de miasmas deletéreos, que sofocaba la respiracion y daba vértigos.

Es verdad que el espectáculo fúnebre que pálidamente bosquejamos en el capítulo anterior, quebrantaba los ánimos mas fuertes y sofocaba todas las voces que no fuesen la de la propia conservacion. . . . . .

Pero Montevideo, la bella y desgraciada Montevideo, herida de muerte, tenia todos los títulos de madre: tenia el derecho de exijir la presencia de todos sus hijos ante su lecho de agonía, su asistencia cariñosa, sus esfuerzos incesantes por arrancarla de las garras del flajelo—el cumplimiento de sus deberes filiales.

¡Y sus hijos huían, huían al par del estranjero, abandonándola al dolor, al sufrimiento, á la agonía!. . . . . . .

Pero no huían todos, felizmente.

Bien pronto nos ocuparemos de los que quedaban: concluyamos con los que se iban.

Ya hemos dicho que estos eran naturales y adoptivos.

Y no era estraño que los particulares adoptasen esa medida irreflecsiva y pusilámine para eludir el alcance del flajelo, cuando muchas de las elevadas categorías oficiales—cuya presencia ante el peligro era exigida por compromisos mas sagrados—desertaban de su puesto, dándoles el mal ejemplo, desmoralizando la poblacion y dejando á los esfuerzos de esta la salvacion de la crísis; esfuerzos que se estrellaban en la impotencia por carecer de un impulso superior que sistemara su empleo, vigorizara su accion y los hiciera fecundos.

Por otra parte, la falta absoluta de diversiones públicas que distrajeran el espíritu y ahuyentaran de él un solo instante la obsesion de la epidemia, acrecentaba el pánico que irresistiblemente invadió la poblacion, haciéndole insoportable la permanencia en la infeliz Montevideo, que, mas que de ciudad, ofrecia el aspecto de un vasto cementerio.

¿Ibais á hacer una visita? . . . . .

—¡Entrábais en un sepulcro!—

¿Ibais á ver á un amigo? . . . . .

—¡Encontrábais un cadáver!—

La emigracion se efectuó, pues, en gran escala y con la rapidez de las resoluciones estremas.

Las familias mas pudientes abandonaban las comodidades de sus casas con la precipitacion y confusion del miedo, para transportarse á las pobres chozas de las cercanías de la ciudad, á las estancias y á los pueblos de campaña, donde preferian esperimentar toda clase de necesidades y malestar, la carencia de los primeros renglones para la subsistencia y hasta de los recursos de la ciencia, en el caso muy probable de que la peste invadiera la campaña.

Los hombres abandonaban sus negocios, sus intereses mas grandes para seguir á sus familias.

Algunos de ellos venian por el dia á la ciudad á ocuparse de sus asuntos, y regresaban por la noche al campo, sin comprender que estos cambios frecuentes de atmósfera podian serles mas funestos que la permanencia en la ciudad.

En el último tercio del mes de marzo, durante todo el de abril y parte del de mayo, esta triste emigracion no cesó un solo dia de dejarnos un aumento de desconsuelo y abatimiento á los que quedamos en la aflijida ciudad, y veiamos en aquella despoblacion su mas terrible flajelo: el que tenia que traerle consecuencias mas funestas, para su adelanto y bienestar, que el que entonces la azotaba y que hubiérase podido estirpar en pocos dias de su seno con el esfuerzo colectivo de todos sus habitantes.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Cuántas consideraciones podriamos hacer aquí á este respecto, si escritores de mucha mas altura é intelijencia—entre los que resalta nuestro ilustrado amigo y compatriota, Dr. D. Juan Cárlos Gomez—no las hubiesen ya hecho valer en una série de artículos, con el brío de su talento y la elocitencia de su palabra, para lustre de su nombre y bien de esta tíerra querida.

Volvamos, pues, á encarar la situacion de Montevideo bajo el azote epidémico, que felizmente ha cesado, con la esperanza muy fundada de que la série de trabajos para el mejoramiento de sus condiciones hijiénicas y locales—que con tanto celo, actividad y patriotismo lleva adelante la Comision de Salubridad, compuesta de los señores Dr. D. Joaquin Requena, D. Juan Ramon Gomez, Dr. D. Fermin Ferreira, el ingeniero D. Antonio Montero, y D. Juan Jackson— garantirà á nuestra bella capital contra la reaparicion de la epidemia; y de que si esta llegase desgraciadamente á efectuarse en lo sucesivo, ninguno de sus habitantes la volverá á abandonar ni se dejará dominar por los escesos del pánico.

__________

EL HOSPITAL DE CARIDAD

¡Caridad!. . . . fiel compañera de los buenos, celeste emanacion del corazon humano, balsámica virtud del evangelio!. . . á ti se debe, oh dulce caridad cristiana, á tí, que echaras hondas raices en el pecho de este pueblo magnánimo y religioso, á tí se debe la ereccion de ese benéfico establecimiento que abre hoy sus puertas al infortunio doliente, á la indigencia sin asilo, al huêrfano sin hogar; á tí se debe que estos hallen en su seno un lecho para sus miembros, un pan para su hambrienta boca, la salud para su cuerpo enfermizo, consuelos para su espíritu, alivio á sus sufrimientos!

¡Qué consolador espectáculo el que hoy ofreces en medio de la pública consternacion, oh bienhechora caridad!

¡Cuántas làgrimas enjugas, cuántos dolores lenificas, cuántos párpados se cierran dulcemente para dormir el sueño eterno merced á tu maternal presencia junto al lecho de agonía!

¡Cuántos espíritus se desprenden de sus prisiones corpóreas, bendiciendo la muerte entre tus brazos, y se remontan al cielo con la uncion de tu palabra y con las alas de tu fé!

¡Oh caridad del evangelio! tú eres al menos una verdad entre nosotros; una verdad consoladora y fecunda, que fortifica el corazon é indemniza las decepciones del hombre, las ilusiones agostadas, las creencias abatidas!. . . .

Tú eres la revelacion mas acabada de esa otra vida de eternas recompensas; porque sin tí no alcanzariamos á comprenderla,—como no comprenderiamos la de penas tremendas é irremisibles sin la existencia del egoismo, el crímen y la maldad.

El Hospital de Caridad de la capital de la Repùblica fué fundado en el último tercio del siglo pasado, por el virtuoso y memorable Oriental D. Francisco Antonio Maciel, llamado generalmente el padre de los pobres. Su retrato existe en una de las salas principales del establecimiento y el recuerdo de sus virtudes en la memoria de todos sus compatriotas que le conservan y conservarán como una herencia de gratitud y un modelo de piedad.

Las dimensiones de un opùsculo no nos permiten ocuparnos de detalles acerca de este vasto y cómodo edificio, cuya administracion general està hoy al cargo de la Sociedad de Beneficencia, y la interna al de la Superiora de las Hermanas de Caridad, últimamente incorporadas á él.

Solo diremos que contiene todas las reparticiones inherentes á un establecimiento de su género, sirviendo al mismo tiempo de casa de espósitos y residencia de dementes de ámbos sexos.

La amplitud del edificio permíte aún que tenga su iglesia propia, y un colegio de niñas pobres esternas.

Cuanto pudiéramos decir en elojio de su actual administracion no escedería los límites de lo justo.

La Sociedad de Beneficencia, presidida dignamente por nuestro virtuoso y modesto compatriota el Sr. D. Juan Ramon Gomez—de quien nos hemos de ocupar mas de una vez en el correr de estas páginas—ha hecho en honor del establecimiento á su cargo cuanto puede inspirar el fervor humanitario, el celo caritativo. La abundancia de recursos, la regularidad en el servicio, la perfecta asistencia de los enfermos y la pulcritud del edificio son las pruebas mas elocuentes de aquel celo y fervor.

Es preciso visitarlo para hacerse una idea de lo que decimos, y para sentir desvanecerse inmediatamente esa instintiva repugnancia que nos inspira el nombre de Hospital.

Algunos infelices atacados por la epidemia y dominados por esta repugnancia, se han resistido á dejarse conducir á aquel establecimiento, prefiriendo morir mal asistidos en el oscuro rincon de su pobreza. Y entre tanto, allí les aguardaba una asistencia esmerada, una consagracion de familia y todos los recursos de la ciencia.

Durante la epidemia, el Hospital de Caridad ofrecia un cuadro aterrador al par que enternecedor.

Las salas destinadas á los apestados estaban cubiertas de camas, en las que aquellos se debatían contra la saña del flagelo, con las convulsiones de la agonía, desgarrándose el pecho con las uñas como para dar salida al fuego que los devoraba interiormente, y oprimiéndose la frente con las manos como para impedir que se partiese con los latidos del cerebro.

Al lado de aquellas camas, sobre cada una de las cuales fluctuaba un infortunado entre las ansias de la muerte y la esperanza de la vida, veíanse frecuentemente algunos hombres distribuyendo á los enfermos, al par de la medicina del cuerpo, la medicina del corazon y del espíritu,—palabras consoladoras llenas de uncion y de fé, que vigorizaban el ánimo abatido del paciente y triunfaban muchas veces del gérmen deletéreo, engendrando en oposicion la energía de voluntad, ó dulcificaban su agonía con la esperanza del cielo.