Mujer comprada - Un príncipe enamorado -  Hijo de una noche - Julia James - E-Book

Mujer comprada - Un príncipe enamorado - Hijo de una noche E-Book

Julia James

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Beschreibung

Ómnibus Bianca 452 Mujer comprada Julia James Cuatro años atrás, Sophie había amado a Nikos Kazandros con todo su corazón. Lo que no había imaginado era que Nikos le robase la virginidad y después la abandonara… Ahora, necesitada de dinero, recurrió a un trabajo que jamás habría considerado de no ser por encontrarse en una situación desesperada. Pero todo salió mal desde la primera noche, cuando se encontró con Nikos accidentalmente. Nikos se escandalizó al ver cómo se ganaba la vida Sophie y decidió poner fin a aquello. Pero la única forma de conseguirlo era no perderla de vista y pagar por pasar tiempo con ella… Un príncipe enamorado Robyn Donald El príncipe Gerd Crysander-Gillan estaba encaprichado de la bella Rosie Matthews desde hacía tiempo. Pero tres años antes, su deseo se había convertido en rabia cuando descubrió que Rosie parecía preferir a su hermano. Ahora, Gerd se había convertido en Jefe de Estado del Gran Ducado de Carathia y necesitaba una princesa. La candidata más obvia era Rosie, que le ofrecía la ocasión perfecta para vengarse por una herida que nunca había llegado a sanar. Pero cuando se acostó con ella, se llevó una sorpresa: Rosie seguía siendo virgen… Hijo de una noche Cathy Williams Al ver las cautivadoras curvas de Bethany Maguire bajo un precioso vestido de seda, Cristiano de Angelis decidió vivir una noche de pasión con la joven irlandesa. Por su cama ya había pasado una larga lista de bellas herederas, ¿qué más daba una más o menos? Pero Bethany no era una chica de la alta sociedad, sino una joven estudiante extranjera que estaba cuidando un apartamento de lujo en el centro de Roma cuando se dejó llevar por la tentación de probarse uno de los elegantes vestidos de la propietaria. No había sitio para ella en la vida de Cristiano y cuando descubrió que estaba embarazada decidió salir huyendo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 452 - junio 2023

© 2010 Julia James Mujer comprada Título original: Penniless and Purchased

© 2009 Robyn Donald Kingston Un príncipe enamorado Título original: The Virgin and His Majesty

© 2009 Cathy Williams Hijo de una noche Título original: The Italian’s One-Night Love-Child Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1141-768-6

Índice

Créditos

Índice

Mujer comprada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Un príncipe enamorado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Hijo de una noche

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Promoción

Capítulo 1

Sophie, muy quieta y sin parpadear, se miró en el alto espejo de los servicios del hotel. Su imagen le devolvió la misma inexpresiva mirada.

Llevaba un vestido de noche escotado y ceñido. La rubia melena peinada hacia un lado y cayéndole por un hombro. Los ojos muy pintados y las pestañas cargadas de rímel. El cutis grasiento por el maquillaje. La boca pegajosa por el carmín de labios rojo. Pendientes enormes colgándole de los lóbulos de las orejas.

«¡Ésa no soy yo!»

Un grito procedente de lo más profundo de su ser. De un lugar enterrado. De una tumba.

La tumba de la mujer que había sido.

Que no volvería a ser.

–Disculpe…

Una voz cortante, impaciente, pidiéndole que se apartara. Y así lo hizo, al tiempo que notó la expresión de desdén en los ojos de la mujer que ocupó su puesto delante del espejo.

Sophie sabía el motivo del desdén de la mujer y el estómago le dio un vuelco. Tenía la garganta seca y se sirvió un vaso de agua de una jarra que había encima de una cómoda. Se miró en el espejo por última vez. Después, tras respirar hondo, agarró el bolso y salió de los servicios.

Caminó con la espalda muy derecha y los pies sobre unos tacones tan altos que le balanceaban el cuerpo a pesar de la rigidez de los músculos de sus piernas, pero continuó…

Al otro lado del vestíbulo del hotel, en el bar, su cliente la estaba esperando.

Nikos Kazandros miró a su alrededor. La enorme y lujosamente decorada sala de fiestas estaba suavemente iluminada, rebosante de gente ruidosa. Era la clase de lugar que Nikos evitaba a toda costa, lleno de hedonistas en busca de entretenimiento que, invariablemente, incluía alguna que otra raya blanca y el uso de dormitorios.

Pero su acompañante no mostró la misma desgana que él.

–Vamos, Nik. ¡Esta fiesta va a ser sensacional!

Georgias estaba algo ebrio. Como el padre de Georgias era amigo del suyo desde hacía mucho tiempo, le habían encomendado la tarea de cuidar del influenciable joven de veintidós años durante su breve paso por Londres. Para él, asistir a un espectáculo y luego una cena habría sido suficiente, pero Georgias quería fiesta. No obstante, le daría como máximo una hora ahí y se aseguraría de que no tomase nada más que alcohol como estimulante.

Por supuesto, las drogas no eran la única tentación en aquel lugar, lleno de chicas guapas y hombres adinerados.

En ese momento, una rubia se les acercó para invitarles a bailar. Nikos permitió a Georgias aceptar la invitación y rechazó con un movimiento de cabeza otra invitación a bailar de una morena. La morena giró sobre sus talones y se alejó. Él se quedó apoyado contra la pared con una expresión cínica en los labios mientras contaba los minutos a la espera de que llegara el momento de poder agarrar a Georgias y marcharse de allí a toda prisa.

Las chicas así no le atraían, chicas cuyo interés en los hombres no pasaba del tamaño de sus cuentas bancarias. En su opinión, la única virtud de esas mujeres era su sinceridad al respecto.

Una sombra cruzó su rostro momentáneamente. No, algunas ni siquiera podían presumir de esa virtud ya que ocultaban su verdadero interés…

No, no iba a pensar en ello. Había cometido un error, había sido un estúpido, pero se había dado cuenta a tiempo… justo a tiempo. Durante un momento, su mirada adquirió una expresión desolada que, inmediatamente, fue reemplazada por un endurecimiento de sus rasgos faciales, marcados por unos pómulos prominentes bajo unos ojos oscuros y de largas pestañas.

Otra chica se le acercó y él la rechazó. Volvió la mirada a la gente que bailaba con el fin de no perder de vista a Georgias; pero, al hacerlo, sus ojos se posaron en un punto al extremo opuesto de la sala.

El mundo y el tiempo parecieron detenerse.

Sólo un recuerdo.

Un cruel recuerdo vivo en su memoria.

Como un zombi, comenzó a caminar hacia delante. Su rostro una máscara, su pulso insensible.

Hacia el único ser humano que no había querido volver a encontrarse en la vida, pero que estaba allí, de pie, al otro lado de la sala, mirándole con expresión de perplejidad absoluta.

Durante un momento, fue como si un cuchillo le atravesara las entrañas. Su mirada se desvió hacia el hombre que la acompañaba.

¿Pero qué demonios…? Lo reconoció, pero no con placer. Cosmo Dimistris se encontraba a sus anchas en fiestas como ésa y entre la clase de mujeres que las frecuentaban. Volvió los ojos de nuevo hacia la acompañante de Cosmo, su proximidad a éste le explicaba exactamente lo que estaba haciendo ahí.

La riqueza de Cosmo le explicaba exactamente por qué ella estaba ahí. Así que aún jugando a lo mismo… aún merodeando alrededor de hombres ricos.

Seguía conmocionado, pero ahora lograba controlar su estado. Canalizarlo. Concentrarse. Dirigirlo.

Dirigirlo hacia la única persona respecto a la que se había equivocado. Su único error. Sophie Granton.

Sophie se quedó petrificada. ¡No, no podía ser! ¡No podía ser él, ahí, en ese momento!

Pero era él. Nikos Kazandros.

Le resultó imposible apartar los ojos de él, de los esculpidos rasgos de su semblante, de los negros cabellos y de esos ojos tan oscuros como la noche. No podía dejar de mirar ese esbelto y musculoso cuerpo de un metro ochenta y pico, sus largas piernas y la gracia felina de sus movimientos.

Nikos Kazandros, emergiendo del pasado, la hizo olvidarse de todo lo demás, excepto de él. Y se olvidó del hombre con el que estaba, cuya compañía había sido como una maldición durante toda la tarde.

Habían tomado unas copas en el bar del hotel y, a continuación, habían ido a una cena en la que él no había hecho más que presumir de su riqueza mientras ella, con una permanente y falsa sonrisa, le había hecho preguntas halagadoras como si realmente le importara. Después habían acabado en esa fiesta en la que tenía la sensación de llevar horas. Le dolía la cabeza y tenía el cuerpo revuelto por lo que estaba haciendo y el motivo por el que lo hacía.

Y ahora…

Nikos Kazandros.

¿Cómo podía ser él? ¿Cómo? ¿En un sitio como ése?

Nada más llegar a aquel lujoso ático se había dado cuenta de que tanto la música como el alcohol y las drogas circulaban libremente, y los hombres estaban todos cortados por el mismo patrón que su acompañante; y las mujeres… las mujeres tenían el mismo aspecto que presentaba ella misma…

Ver a Nikos Kazandros ahí, en una fiesta así…

Entonces recordó una noche en Covent Garden, una noche de gala, los hombres vestidos de esmoquin y las mujeres con trajes de noche de diseño y joyas; en el escenario, el mejor tenor y la mejor soprano del mundo. Nikos, vestido de etiqueta, inmaculado, irresistible; ella sentada a su lado, temblando, temblando de anhelo por él… Nikos mirándola con una expresión que había hecho que el corazón le diera un vuelco…

Al acercarse, Nikos recibió el impacto del aspecto de ella. Ojos llenos de pintura, cabello peinado con laca, labios escarlata, vestido de mal gusto. Sintió asco. Sophie Granton había cambiado mucho en cuatro años.

¡Cómo podía haber llegado tan bajo!

Pero lo sabía. La chica que había creído que era nunca había existido. Había sido un producto de su imaginación. Una ilusión. Una ilusión que se había quebrado cuando Sophie Granton reveló lo que quería realmente.

«A mí no, sino el dinero de Kazandros. Para salvar las arcas de la familia».

Llegó hasta ella y la miró de arriba abajo. No vio ya sorpresa en su rostro, sino carencia de expresión. Entonces, volvió la cabeza hacia el hombre que iba con ella.

–Cosmo…

–Nik…

Se hizo una pausa. Por fin, el otro hombre, con voz aceitosa y burlona, dijo hablando en su lengua nativa:

–Vaya, es realmente una sorpresa encontrarte aquí, Nik. ¿Por fin has decidido divertirte un poco? ¿Has venido acompañado o te vas a servir de lo que se ofrece por aquí? Debo admitir que algunas de las chicas que hay aquí son más guapas que la que he traído conmigo. Tú, como has venido solo, puedes elegir.

Nikos notó cómo Cosmo paseaba la mirada glotonamente por la estancia, pero al mismo tiempo agarrando la muñeca de Sophie posesivamente, marcando su propiedad. Y volvió a sentir asco.

Mientras los calientes y gordos dedos de Cosmo se cerraban sobre su muñeca, Sophie tragó saliva. Llevaba todo el tiempo tratando de evitar el contacto físico; pero ahora, tras la aparición de Nikos Kazandros, casi lo agradecía. Y también agradecía no haber podido comprender lo que ambos hombres se habían dicho.

Al enterarse de que el hombre con el que iba a salir aquella tarde tenía un nombre griego, le había parecido que el destino quería burlarse de ella. Había sentido amargura y asco, y el asco había vuelto a apoderarse de ella al encontrarse con ese hombre en el bar del hotel hacía tres horas. A pesar de ser griego, Cosmo Dimistris no podía ser más diferente del único griego que había conocido: más bajo que ella con tacones, obeso, ojos lascivos y manos con dedos cortos y gordos y palmas húmedas.

Bien, ¿qué otra cosa podía haber esperado? Si un hombre tenía que pagar a una mujer para que le acompañara una tarde, no podía ser un adonis, ¿no?

En contra de su voluntad, sus ojos se clavaron en el hombre que tenía de frente, y el contraste con su acompañante no pudo ser más cruel. ¡No, no había cambiado! ¡No había cambiado en absoluto durante aquellos cuatro largos y agonizantes años! Seguía siendo el hombre más irresistible que había conocido en su vida. Incluso en ese momento, con esa expresión condescendiente con que la miraba.

Sí, sabía lo que él veía y, durante un terrible momento, sintió su desdén como una bofetada. Entonces, la expresión de desprecio desapareció cuando volvió de nuevo el rostro hacia Cosmo Dimistris.

–Estoy cuidando de Georgias Panotis, el hijo de Anatole Panotis –respondió él en tono tenso–. El chaval es todavía bastante inocente –con un gesto con la cabeza, Nikos indicó a Georgias, que estaba bailando con una chica con más melena que vestido.

Cosmo lanzó una brusca carcajada.

–¿Vas a estropearle la diversión?

–¿Como la tuya? –inquirió Nikos con voz afilada; una vez más, volviendo los ojos hacia la mujer que iba a proporcionarle «diversión» a Cosmo Dimistris esa noche.

Nikos sintió una súbita ira cuya procedencia desconocía y le dieron ganas de apartar la mano de Cosmo de la muñeca de ella y decirle que fuera a divertirse a otra parte. Pero se controló. Sophie Granton no se merecía ni un segundo más de su tiempo. Ni entonces ni ahora.

Volvió a mirarla por última vez. No vio expresión en los ojos de ella. Cuatro años atrás, casi había logrado burlarse de él por completo. Bien, ahora no iba a engañar a nadie. Ahora podía mirarla con impunidad y con la única expresión que ella se merecía. Hizo una mueca de desdén mientras paseaba los ojos por su cuerpo. La expresión de ella permaneció vacua, y eso le encolerizó. No se había mostrado así cuando se deshizo de ella…

Lágrimas, sollozos, ruegos, abrazos…

Nikos salió de su ensimismamiento al oír la voz de Cosmo otra vez.

–Hablando de diversión… necesito un poco de polvo blanco –Cosmo soltó la muñeca de Sophie y cambió al inglés–. Espérame justo aquí, muñeca.

Angustiada, Sophie le vio alejarse. ¿Adónde había ido? El pánico se apoderó de ella. No era posible, no podía quedarse allí frente a Nikos Kazandros. Fue a marcharse, pero demasiado tarde. Una sola palabra la detuvo:

–Sophie.

Una sola palabra le hizo revivir el pasado…

Capítulo 2

En la tarde de primavera soleada, Sophie caminaba a través de Holland Park después de bajarse del autobús en Kensington High Street. Le encantaba ese paseo, sobre todo en aquella época del año. Los compases de la sinfonía Primavera de Schumann trinaron en su cabeza bajo el reverdecer de los árboles y el dulce aroma del aire.

Aceleró el paso. Quería darle a su padre la buena noticia: la habían elegido entre las solistas que iban a tocar en el concierto de la universidad el mes siguiente. Pensó en el repertorio: las dos piezas de Chopin eran relativamente fáciles, pero la de Liszt era terrible. En fin, tendría que ensayar. Desgraciadamente, no iban a comprar el piano nuevo que su padre le había prometido por su cumpleaños, pero el que tenía era adecuado.

Frunció el ceño ligeramente. No era propio de su padre ahorrar en nada que tuviera que ver con sus estudios de música. Desde que empezó a estudiar piano de pequeña, su padre había pagado sin rechistar todo lo que había tenido que ver con el desarrollo de su habilidad musical. Por supuesto, ella sabía que no era un genio y lo aceptaba, se conformaba con tener talento y dedicación, como amateur, no como profesional. Además, era consciente de la privilegiada posición en la que se encontraba al no tener que trabajar para ganarse la vida. Y cuando terminara sus estudios, continuaría con la música sin tener que preocuparse de ganar dinero con ella. Tocaría por placer, el suyo y, esperaba, el de otros.

A su padre le encantaba oírla tocar. Sonrió. Quizá fuera su más dedicado admirador, pero no tenía oído para la música.

–¡No, papá, ése no es Bach, es Handel! –se oyó decir a sí misma riendo afectuosamente en el recuerdo.

–Lo que tú digas, Sophie, cariño, lo que tú digas –le había replicado su padre indulgentemente.

Sí, su padre la trataba con indulgencia y ella lo sabía. Pero aunque sabía que era la niña de sus ojos, no se aprovechaba de ello. Además, sabía por qué su padre la mimaba tanto.

Ella era todo lo que su padre tenía. Casi no recordaba a su madre, sólo se acordaba de oírla cantar mientras ella se dormía.

«Por eso te gusta la música«, le decía su padre una y otra vez. «Tu maravillosa madre te inculcó el gusto por la música». Después, su padre suspiraba y a ella le invadía una profunda tristeza.

Quería que su padre estuviera orgulloso de ella, quería verle sonreír. Y entonces volvió a arrugársele el ceño. Durante los últimos meses, a su padre le costaba bastante sonreír. No era que estuviese enfadado, más bien parecía… preocupado. Como si tuviera mucho en lo que pensar.

Le había preguntado al respecto en una ocasión, pero su padre sólo le había contestado:

–Ah, no es nada, sólo el mercado… el mercado.

La situación mejorará pronto. Siempre pasa. Es cuestión de ciclos.

Había estado preocupada por él durante un tiempo, pero la proximidad de los exámenes había distraído su atención. Al acabar los exámenes habían sido las vacaciones, y había ido a Viena en una excursión organizada por la universidad. Aunque su padre había parpadeado al enterarse del precio del viaje, le había dado un cheque inmediatamente.

El viaje a Viena había sido tan maravilloso como había imaginado, igual que la excursión a Salzburgo, por la que había tenido que pagar aparte y había sido muy cara. Pero había merecido la pena. Como regalo, le había comprado a su padre una enorme caja de bombones Mozartkugeln; él le había dado las gracias, pero seguía dando la impresión de estar preocupado. La había escuchado mientras contaba las anécdotas del viaje, pero con expresión ausente. Después, se había ido a su estudio.

–Tengo que hacer unas llamadas telefónicas, cielo –le había dicho, y ella no había vuelto a verle en toda la tarde.

Era extraño que su padre evitara su compañía y, al día siguiente durante el desayuno, armándose de valor, le había preguntado si no le iban bien las cosas.

–Vamos, cariño, no quiero que te preocupen cosas por las que no te tienes que preocupar –le había contestado su padre con firmeza–. Los negocios tienen sus momentos buenos y malos, nada más. A todo el mundo le está afectando la recesión económica. Eso es todo.

Y eso había sido todo lo que le había sacado a su padre; aunque no era de extrañar, su padre jamás hablaba de negocios con ella. Ni siquiera sabía a qué se dedicaba su empresa, Granton plc. Sabía que tenía algo que ver con la propiedad, las finanzas y cosas por el estilo; y a pesar de que, a veces, creía que debería mostrar más interés, le importaba poco, y también sabía que su padre no quería que se interesara por esas cosas. Su padre la mimaba mucho y, además, estaba algo chapado a la antigua: prefería que hiciera algo artístico, como la música, a dedicarse a los negocios.

Por fin salió del parque. Las calles eran tranquilas en esa zona y respiró profundamente, deleitándose en el espectáculo de los almendros en flor mientras se acercaba a su casa.

Abrió la puerta con su llave, dejó sus bolsas encima del mueble del recibidor y se miró al espejo: pelo largo, rubio y algo revuelto, rostro ovalado, ojos azul grisáceo, poco maquillaje, pendientes de gitana que hacían juego con la falda suelta.

Como tenía las manos pegajosas de ir en los autobuses, se metió en el cuarto de baño del piso bajo para lavárselas; después, subió las escaleras. Tenía el ático de la casa para ella sola, un regalo de su padre por su decimotercer cumpleaños y el sueño de cualquier adolescente.

Pero se detuvo en el descansillo del primer piso al oír la voz de su padre, que parecía proceder del cuarto de estar.

Sonriendo, se apartó de las escaleras y se dirigió hacia allí. Al llegar, abrió las puertas de par en par y entró como un vendaval.

–¡Papá! ¡No esperaba que estuvieras en casa ya! Yo…

Pero calló bruscamente. Su padre no estaba solo…

Era fantástico. Era más alto que su padre y que ella. Y delgado. Llevaba un traje de exquisito corte; sin duda alguna, diseño italiano, igual que la camisa y la corbata. Pero no era la ropa de ese hombre lo que la hizo contener la respiración mientras su pulso se aceleraba. No, era el cuerpo debajo del traje. Y la cara. Una cara de marcada mandíbula, pómulos prominentes y, sobre todo, unos ojos oscuros de largas pestañas que la estaban mirando y la hacían sentir…

–Sophie, cielo, deja que te presente a nuestro invitado.

La voz de su padre la hizo parpadear, pero su mirada seguía fija en ese hombre de pie en el centro de la estancia. Un hombre de quitar la respiración. Un hombre como para morirse. No parecía capaz de dejar de mirarle.

Ese hombre la había dejado sin habla.

–Éste es Nikos Kazandros. Ésta es mi hija, Sophie.

Nikos Kazandros. Le dio vueltas en la cabeza al nombre. Debía de ser griego. Nikos Kazandros. Lo repitió una y otra vez mentalmente mientras apenas era consciente de las palabras de presentación de su padre. Después, se oyó a sí misma saludar educadamente y, como en sueños, le dio la mano a aquel hombre.

La palma y los dedos de la mano de él estaban fríos y eran fuertes, y la hicieron sentir una vibración en todo el cuerpo. Retiró la mano por fin, pero continuó mirándolo fijamente.

Entonces, su padre volvió a hablar:

–Mi hija es estudiante, señor Kazandros, pero tengo la suerte de que haya preferido seguir viviendo aquí y no en una residencia de estudiantes –su padre lanzó una queda carcajada.

Los negros ojos de Nikos Kazandros se posaron en ella otra vez, dejándola de nuevo sin respiración.

–¿Qué es lo que estudia? –preguntó Nikos, dirigiéndose directamente a ella. Esa voz profunda y con ligero acento extranjero volvió a confundirla. Y esos ojos, esos ojos fijos en ella, tan oscuros, tan oscuros…

–Música –respondió Sophie con voz entrecortada.

–¿Música? ¿Qué instrumento?

–Piano –respondió ella, que parecía incapaz de pronunciar más de una palabra a modo de respuesta.

–Seguro que Sophie tocará algo después de la cena –dijo Edward Granton.

Los ojos de Sophie volaron hacia su padre.

–¿Se va a quedar a cenar el señor Kazandros?

–Su padre ha tenido la amabilidad de invitarme –murmuró Nikos Kazandros con voz suave–. Espero que no le moleste.

–¡No, no, claro que no! No, no, en absoluto –contestó ella con voz aún quebrada. Después, sonrió–. ¡Será estupendo!

–Sophie –dijo su padre–, ya le he dicho a la señora T que tenemos un invitado a cenar; pero si no te importa, pásate por la cocina y pregúntale si necesita ayuda, ¿de acuerdo? Y ahora, si no te importa, hija, el señor Kazandros y yo tenemos que hablar de negocios, así que…

Sophie se dio por enterada al instante.

–Sí, claro. Bueno, hasta luego entonces.

Sophie salió precipitadamente de la estancia y, al llegar al descansillo, se dio cuenta de que el corazón le palpitaba con fuerza. Olvidándose de que su padre le había pedido que fuera a ver al ama de llaves, corrió escaleras arriba, a su ático. Allí, se tiró encima de la cama mientras sentía como si el corazón quisiera salírsele del pecho.

Nikos Kazandros. Tenía ese nombre estampado en el cerebro y lo pronunció en voz alta, para oír las sílabas con su exótica entonación. Pero… ¿qué estaba haciendo ese hombre allí? Hasta ese momento, todos los hombres de negocios que habían pasado por su casa eran mayores y aburridos. Pero ese hombre… ¡Vaya hombre! Parecía un actor de cine, no un hombre de negocios.

Sophie lanzó una exuberante carcajada. Le daba igual quién fuera, sólo sabía que estaba allí, en su casa, y que iba a volver a verle pronto.

Se puso en pie de un salto, horrorizada. ¿Qué hora era? Solían cenar a las ocho, por lo tanto… ¿de cuánto tiempo disponía? Agarró el reloj de la mesilla de noche y lanzó un quedo grito. ¿Estaría lista a tiempo?

No lista para la cena. Lista para Nikos Kazandros.

Nikos Kazandros. Nikos Kazandros…

Nikos estaba oyendo a Edward Granton, pero no prestaba atención a sus palabras. De todos modos, sabía lo que quería decirle, sabía lo que podía esperar y también lo que había que hacer.

Lo que no había esperado era lo ocurrido diez minutos antes en el cuarto de estar.

¡Thee mou, esa chica era un dulce! Incluso ahora, después de haber recuperado la compostura, aún sentía la vibración del momento en el que ella había abierto las puertas y había entrado. Había sido como una aparición.

Una chica exquisita.

Pero era joven. Demasiado joven. No parecía pasar de los dieciocho y Edward Granton había dicho que estaba estudiando. Una pena. Una pena que fuera tan joven. Una pena que fuera la hija de su anfitrión. Una pena estar allí por cuestión de negocios y no por placer.

Nikos volvió su atención a Edward Granton, a los números que le estaba presentando, a sus argumentos y a la proposición que le estaba haciendo. Hablaba con convicción, tenía poderes de persuasión y… no había logrado ocultar el hecho de que estaba al borde de la ruina. Granton plc se iba abajo.

¿Iba Kazandros Corp a salvar a Granton plc? Quizá. La empresa tenía su valor, pero perdía dinero a espuertas. Granton había tomado decisiones precipitadas y le había ocurrido lo que le ocurría a muchos en su situación, que con ello sólo había conseguido empeorar las cosas. Y ahora ya no disponía de tiempo. En menos de un mes tenía que hacer un pago importante y no disponía del dinero para hacerlo; y a partir de ahí, todo se complicaba más.

Lo único que podía salvar a Granton plc, y al mismo Granton, era algo como Kazandros Corp.

¿Iba Kazandros Corp a rescatar a Granton plc? Pronto lo sabría, pensó él. Pero sería él quien pondría las condiciones, no Edward Granton.

Era su trabajo. Su padre se lo había confiado a él con la esperanza de que tomara las decisiones acertadas con el fin de que el negocio resultara rentable a largo plazo. Si los números que estaba leyendo eran correctos, sería una buena inversión; con ella, entrarían en el mercado inmobiliario en Londres. Sin embargo, aunque los números no mintieran, había ciertos riesgos.

Era el momento de examinar esos papeles a fondo. Con los ojos fijos en esos folios que Edward Granton le había presentado, Nikos se olvidó de todo lo demás.

Incluida esa dulce chica demasiado joven para él.

Sophie se miró en el espejo con actitud crítica. No se había mostrado tan crítica consigo misma desde… ¡Desde Dios sabía cuándo! Quizá desde que había empezado a salir con Joel, pero de eso hacía un año y ya no estaban juntos. Tenía gracia, pensó mientras se cercioraba de que el maquillaje de los dos ojos era simétrico, que le hubiera gustado Joel. Por supuesto, tenía su encanto: rubio, guapo, simpático…

Pero era muy joven, un chico.

Nikos Kazandros no era un chico. De nuevo, su mente evocó la imagen de él y, al instante, el pulso se le aceleró. Era una sensación maravillosa. Sentía excitación y temblaba al mismo tiempo. Nunca había sentido nada parecido con Joel, de eso estaba segura. Había sido más bien satisfacción por el hecho de que Joel la hubiera elegido a ella en vez de a Hayley. Sus ojos oscurecieron brevemente al recordar que Joel había empezado a salir con Hayley tan pronto como ella y él habían roto.

Apretó los labios. Evidentemente, Hayley había dejado muy claro que estaba dispuesta a darle a Joel lo que él quería de las chicas con las que salía. Y lo que había querido de ella también, pero que no había conseguido. Por eso habían roto.

Apretó los labios con más fuerza. De ninguna manera había estado dispuesta a perder el tiempo con Joel, que sólo había salido con ella con la intención de convencerla de que se acostara con él. Nada especial para él, sólo una conquista más.

«¡No, no va a ser así! Va a ser algo realmente especial y con alguien muy especial».

Súbitamente, volvió a aparecer en su mente la imagen del invitado de su padre. Parpadeó y no pudo evitar el temblor que le recorrió el cuerpo.

Alguien especial.

Nikos Kazandros.

Se apartó del espejo. ¡No, eso era absurdo! Acababa de conocerle, apenas había pasado con él unos minutos. ¿Cómo se le ocurría pensar…?

Sintió calor en las mejillas. Era tonta. Volvió a acercarse al espejo y se miró de arriba abajo, concentrándose en su aspecto.

Sabía que se había esforzado tanto como había podido.

¡Por Nikos Kazandros cualquier mujer lo haría!

De nuevo, sintió que los latidos de su corazón se aceleraban y que le costaba más respirar. Sintió un maravilloso escalofrío recorrerle el cuerpo. Una gran excitación se apoderó de ella.

Se miró por última vez en el espejo. Si no conseguía que Nikos Kazandros se fijara en ella esa noche, no lo conseguiría jamás.

Se miró el pequeño reloj de pulsera de oro y, tras sacudir la cabeza, se dirigió a la puerta y salió de sus habitaciones.

Oyó la voz de su padre en el cuarto de estar. Las puertas estaban abiertas y, sin embargo, se detuvo en el umbral. No lo hizo intencionadamente, sino porque, de repente, se había quedado sin respiración.

Estaba nerviosa.

«¿Y si no es tan guapo como me ha parecido al principio? Quizá, cuando vuelva a verle, me va a decepcionar. Puede que su nariz me parezca demasiado grande o los ojos demasiado juntos. Debe tener defectos. Es posible que ya no me guste».

Pero no era eso por lo que estaba nerviosa y lo sabía. Había otro motivo: la sensación de que algo importante iba a ocurrirle.

Intencionadamente, al entrar en la estancia, no hizo lo que el instinto la empujaba a hacer y, por tanto, no permitió que sus ojos se posaran en la alta figura de Nikos Kazandros. Apareció en la periferia de su visión, pero controló su mirada.

Su padre la recibió cariñosamente, parecía casi aliviado de su llegada. Eso le preocupó momentáneamente. Se acercó a él, le besó en la mejilla y luego se volvió hacia su invitado.

–Señor Kazandros –Sophie sonrió.

Durante unos instantes, él no respondió a su sonrisa. Durante unos instantes, su rostro careció de expresión. Ella se preguntó a qué se debería. Pero al momento él le devolvió el saludo.

–Señorita Granton –inclinó ligeramente la cabeza, un gesto muy continental. Le recordó Viena, donde todo el mundo era muy formal. Lanzó una queda risa.

–Por favor, llámeme Sophie y tutéeme. ¡Señorita Granton parece un nombre propio de una novela de Jane Austen! Nombre de vieja solterona.

–Lo cual no creo que sea muy probable –respondió él burlonamente.

Pero ella no estaba prestando demasiada atención a sus palabras. Al permitirse mirarle, una inmensa excitación se había apoderado de ella. ¡No lo había imaginado! Ese hombre era tan guapo como le había parecido a primera vista. ¿Cómo se le había podido ocurrir que él pudiera tener algún defecto? ¡Ninguno, absolutamente ninguno! ¡Era fantástico!

Y no era un niño. Ése era un hombre, un hombre de mundo, un hombre de negocios, un hombre sofisticado, seguro de sí mismo, inteligente y con experiencia.

Con experiencia.

No pudo evitar desviar la mirada a sus labios.

Unos labios esculpidos, maravillosos.

Con experiencia.

«Seguro que sabe besar extraordinariamente bien».

Su padre estaba diciendo algo e hizo un esfuerzo por prestarle atención.

–¿Un zumo de naranja como siempre, cielo?

–Mmmm. Creo que esta noche voy a tomar un Bellini, papá –inmediatamente se arrepintió de haber dicho «papá».

«Pareces una niña pequeña hablando así».

Evitó mirar a Nikos Kazandros por si él adivinaba en sus ojos sus pensamientos. No quería que pensara que era una niña pequeña.

Su padre se detuvo delante del mueble bar.

–Sophie, cielo, no hay ninguna botella de champán abierta. No me gustaría desperdiciar una botella sólo por una copa. Toma otra cosa.

Sophie se quedó momentáneamente paralizada. Pero se recuperó pronto y miró a Nikos Kazandros, cuya expresión era ilegible.

–¿Qué está tomando usted, señor Kazandros? –preguntó con voz entrecortada observando la copa que él tenía en las manos.

–Nikos y tutéame, por favor –dijo él con voz suave, hablándole sólo a ella–. Y estoy tomando un martini seco, muy seco. Al principio, suele no gustar.

–Sophie, no te gustaría en absoluto, créeme –le dijo su padre.

–Pero el martini dulce está muy bueno –sugirió Nikos.

Sophie sonrió.

–¡Perfecto! Eso es, papá. ¡Un martini dulce, por favor!

¡Maldición, había dicho «papá» otra vez!

Al mirarle, le sorprendió con los ojos fijos en su rostro. Y no sólo en su rostro… Brevemente, la había mirado de arriba abajo, suficiente para decirle lo que quería saber, pensó triunfalmente. No se había esforzado en vano.

El vestido de noche corto que llevaba era uno de sus preferidos. Era de color melocotón, un color que le sentaba maravillosamente. El tejido era tan ligero que se le pegaba al cuerpo. No era excesivamente atrevido, sino insinuante. Le llegaba por encima de las rodillas y alargaba increíblemente sus piernas. El cuerpo del vestido realzaba su busto y hacía que la cintura pareciera más estrecha de lo que realmente era.

Era un vestido increíblemente caro, pero le sacaba provecho ya que se lo ponía con frecuencia. Sin embargo, nunca se había alegrado tanto de tener ese vestido como en aquel momento.

Ahora, mientras los experimentados ojos de Nikos Kazandros se paseaban por su cuerpo, su instinto femenino le dijo con toda seguridad que a él le gustaba lo que veía.

Y mucho.

Abrió los labios y sonrió, mezcla de alegría y alivio.

«Quiero gustarle».

Pero vivían en mundos diferentes. No sólo porque ella era una estudiante y él un hombre lo suficientemente mayor para hacer negocios con su padre, sino porque no hacía falta más que mirarle para darse cuenta de que Nikos Kazandros se desenvolvía en los lugares de moda esparcidos por el Mediterráneo y el Caribe, los Alpes y las islas delOcéano Índico. Clubs de moda en ciudades de moda de los que quedaban excluidos los que no eran suficientemente ricos ni suficientemente sofisticados. Era un mundo de mucho dinero. Era el mundo al que Nikos Kazandros pertenecía.

Durante un momento, sintió una profunda consternación, consciente de la distancia que los separaba.

Entonces, los ojos de él volvieron a clavarse en los suyos.

Y Sophie dejó de respirar. Completamente. Como si el oxígeno no fuera imprescindible para su supervivencia.

Porque no lo era. Lo único necesario para su supervivencia en ese momento era la mirada que Nikos Kazandros le estaba lanzando.

Ahora sabía lo que significaba que el mundo dejara de dar vueltas. Durante un increíble y eterno momento le devolvió la mirada.

Entonces, como si procediera de muy lejos, oyó la voz de su padre:

–¿Sophie?

Ella parpadeó. El mundo se puso a girar otra vez. Su padre estaba allí, ofreciéndole el martini dulce. Agarró el vaso y se lo llevó a los labios… y volvió a mirarle.

Y sonrió.

Nikos bebió un sorbo de su martini seco. Lo necesitaba. Estaba perdiendo el control y era imprescindible que lo recuperase cuanto antes.

Si antes Sophie Granton le había parecido dulce, ahora no encontraba palabras para describirla.

Excepto… que era una mujer que quitaba el sentido.

Pero de forma distinta a las mujeres a las que estaba acostumbrado… y le resultaba irresistible.

Sophie estaba ahí de pie, con su perfecta figura, su perfecto rostro y su perfecto cabello. Y ahora, con algo más de maquillaje, parecía más mayor, de lo que se alegraba infinitamente.

¿Porque quizá esa chica no fuera tan inalcanzable como le había parecido al principio?

La realidad le golpeó. No había ido ahí para conquistar a la irresistible hija de Edward Granton, sino para averiguar si merecía la pena hacer un esfuerzo por salvar de la ruina a Granton plc. Nada más.

Sin embargo…

En fin, ya que iba a cenar allí, ¿por qué no disfrutar? ¿Por qué no saborear la belleza de esa chica?

La reunión con Edward Granton no había sido fácil. Los números no eran demasiado buenos. La cuestión era, ¿salvaba o no a la empresa?

Granton estaba tenso; eso, en sí mismo, era una mala señal y a tener en cuenta. Su padre le había enseñado bien y le había hecho aprender que cualquier equivocación en el mundo de los negocios podía salirle muy cara. Por importante que fuera Kazandros Corp en ese momento, siempre podía venirse abajo… Así que, ocurriera lo que ocurriese, tomaría la decisión adecuada respecto a Granton plc, su padre confiaba en él.

Y, por supuesto, su padre confiaba en que nada, absolutamente nada, le desviara de la tarea que le había sido encomendada y por la que había ido a Londres.

Incluida la chica de la que no podía apartar los ojos. Por eso, durante un momento, pensó incluso en poner una disculpa y marcharse de allí sin cenar. Sería más seguro.

¿Más seguro?

¿Por qué había elegido esa palabra? Frunció el ceño. Era como si presintiera un peligro al acecho. Rechazó la idea con impaciencia. Estaba exagerando. Lo único que tenía que hacer era cenar con Edward Granton y su hija, nada más.

¿Era consciente la chica de la difícil situación en la que su padre se encontraba? ¿Conocía el delicado estado financiero de la empresa que pagaba sus ropas de diseño y su casa en uno de los barrios más caros de Londres? Eso, sin mencionar los estudios y el piano de cola que podía ver en la sala contigua a ésa.

No, no debía saberlo. A parte de que Edward Granton le parecía la clase de padre chapado a la antigua, indulgente y protector, ella daba la impresión de no tener una sola preocupación en el mundo. Lo único que parecía ocupar la mente de esa chica en ese momento, pensó con satisfacción, era él.

Le resultaba evidente. Por supuesto, ella no se le estaba insinuando ni nada parecido. Entonces, ¿qué era?

Esa chica tenía una reacción completamente natural respecto a él.

Lo veía en sus ojos, en el modo como le miraba, en la forma como separaba los labios, en su voz ligeramente entrecortada…

Y no podía evitar responder del mismo modo.

–El nombre de Holland Park viene de Holland House, la casa que estaba en el parque –estaba diciendo la chica–. Por desgracia, la casa fue bombardeada durante la segunda guerra mundial y sólo queda alguna parte aislada, como el invernadero. Pero el parque es precioso y, siempre que hace buen tiempo, lo cruzo al volver de la escuela de música a casa. Como hoy.

Ella sonrió, una sonrisa que le quitó la respiración. Una sonrisa cautivadora.

Cautivadora…

¿Por qué se le había ocurrido esa palabra? No lo sabía, pero lo que sí sabía ya era cómo describir a esa chica.

«¿Qué me está pasando?», se preguntó Nikos a sí mismo en silencio. Una pregunta que no pudo responder, que no podía responder.

Y ella continuó en esa tónica durante el resto de la velada: dedicándole radiantes sonrisas, mirándole con los ojos muy abiertos, sin ocultar lo que estaba haciendo. Y no le disgustó, ni le hizo adoptar una actitud cínica ni nada parecido. Simplemente… fue algo recíproco.

«Nunca he conocido a una chica como ésta».

Y era verdad. Continuó pensándolo durante la cena, en la que, fundamentalmente, hablaron Sophie y él. Después, cuando volvieron al salón para tomar café, recordó lo que Edward Granton había dicho unas horas antes y le pidió a Sophie que tocara el piano.

La música le resultó indiferente, pero no la pianista. Disfrutó mirándola sentada al piano, su hermoso perfil adornado por un glorioso y sedoso cabello rubio, las manos recorriendo delicadamente el teclado del piano.

Y ahí sentado, con una taza de café en la mano, contemplándola, supo con absoluta certeza que volvería a verla.

Mostró sus cartas cuando la tarde llegó a su fin. A punto de marcharse, mirándola fijamente, sonrió a Sophie.

–¿Me permites que te invite a un concierto mientras estoy aquí en Londres? –murmuró al tiempo que, educadamente, lanzaba una mirada a Edward Granton–. Con el permiso de tu padre, por supuesto.

Durante un momento, le pareció que el padre de Sophie titubeaba. Después, al mirar a su hija, asintió.

Nikos advirtió que los ojos de Sophie brillaban como las estrellas.

–¡Sería estupendo! –exclamó ella.

Sophie tembló de placer. ¡Nikos quería volver a verla! ¡Le había pedido que saliera con él! ¡Ese hombre maravilloso, increíble, que le quitaba la respiración, estaba interesado en ella! Tenía que estarlo. De lo contrario, no la habría invitado a un concierto, le habría dado las buenas noches y se acabó.

«¡Pero quiere verme otra vez!»

Mientras su padre acompañaba a Nikos a la puerta, ella se abrazó a sí misma, emocionada e incrédula. Unos momentos más tarde, su padre volvió al salón.

–Papá, ¿no es maravilloso?

Pero la expresión de su padre era extraña.

–Es un joven muy apuesto –contestó su padre.

Sophie interpretó correctamente la expresión de su padre y resplicó:

–Eso no es un halago, sino una advertencia, ¿verdad?

Su padre asintió con desgana y respiró profundamente.

–Nikos Kazandros es un joven claramente privilegiado. Con su aspecto y la vida que lleva, puede esperar que cualquier mujer caiga rendida a sus pies… ¡Y también que haga lo que él quiera que haga! –su padre la miró directamente a los ojos–. Ten cuidado, Sophie. No me gustaría que te hicieran daño. Y menos ahora, cuando…

Su padre se interrumpió. Después, dio un giro a la conversación al añadir:

–Ha sido un día muy largo. Mañana tengo reuniones desde muy temprano, así que no te veré antes de que vayas a la escuela de música –se le acercó para darle un beso en la mejilla–. Cariño, perdona que sea tan protector contigo, pero sólo quiero lo mejor para ti. Si estás decidida a aceptar la invitación del señor Kazandros, pásalo bien. Pero no esperes demasiado. Y otra cosa, Sophie, tampoco olvides que estoy tratando de negocios con él.

La repentina tensión en la voz de su padre la hizo dar un paso atrás y quedárselo mirando.

–¿Negocios… importantes? –preguntó ella vacilante.

Su padre pareció aún más tenso; después, le vio relajarse.

–¡Sólo te pido que no le cuentes secretos de nuestro negocio! –exclamó su padre con intencionada ligereza. –¡No sé nada del negocio! –contestó ella con sonrisa burlona.

–Mejor –respondió su padre antes de darle un beso en la frente.

Pero al hacerlo, le sintió agarrarle los hombros con fuerza, como si una intensa emoción se hubiera apoderado de él. El cariño filial la sobrecogió.

–¡Papá, no te preocupes, tendré cuidado! ¡Tendré cuidado de todo! ¡No le contaré ningún secreto del negocio y no dejaré que me conquiste! ¡Pero es que es tan maravilloso!

Sophie salió de allí con paso ligero y la mente nuevamente absorta en el maravilloso, guapísimo e irresistible Nikos Kazandros.

Al día siguiente, al volver de la escuela, Sophie descubrió que no había ningún mensaje esperándola.

El corazón se le encogió. Subió las escaleras hasta su habitación, se dejó caer en la cama y se sintió como si el mundo se le viniera encima.

El dolor era casi físico, aunque sabía que había sido ridículamente optimista. Ahora sabía que Nikos Kazandros no la llamaría. Nunca, nunca, nunca…

El teléfono interior de la casa sonó y ella, con desgana, descolgó el auricular.

–¿Señorita Sophie? –dijo la señora T–. Le agradecería que bajara a la cocina. ¡Han traído algo para usted y no estoy dispuesta a subir las escaleras con ello!

«Los libros de música», pensó Sophie sin ilusión. Sabía que pesaban una tonelada y no le extrañaba que la señora T se negara a subirlos al ático. Con andar cansino, bajó las escaleras. Pero al ver lo que había encima de la consola del vestíbulo, la ilusión volvió a apoderarse de ella.

Flores. Un ramo tan grande que no era de extrañar que el ama de llaves se hubiera negado a subirlo. Un ramo de flores fragantes y exóticas. Y una nota escrita a mano:

Espero que una gala en Covent Garden sea de tu agrado. Enviaré un coche para que te recoja mañana a las siete.

Estaba firmado sólo con las iniciales de él. Sophie se abrazó y subió las escaleras bailando, con el ramo en los brazos y el corazón extasiado.

Le llevó una eternidad arreglarse. Justo acababa de terminar cuando la limusina llegó a su casa para recogerla, y aunque sintió cierta desilusión al ver que era la única pasajera, no pudo evitar una creciente ilusión mientras se acercaban a Covent Garden. Cuando llegó, estaba temblando; y cuando se bajó del vehículo, Nikos avanzaba hacia ella.

Se quedó inmóvil.

Nikos, con esmoquin, la hizo derretirse.

Nikos le tomó la mano y murmuró algo en griego. Clavó los ojos en su rostro y ella volvió a sentir una incontenible excitación.

–Pareces… –comenzó a decir él con voz ronca, pero no pudo continuar.

¡No había palabras para describirla! Por supuesto, podía describir el vestido, una especie de túnica de seda color marfil y una estola haciendo juego, y unas perlas rodeándole la garganta que parecían lágrimas de ángeles. Llevaba el cabello recogido en un moño suelto en la nuca y el maquillaje apenas se notaba, sólo cumplía la función de ensalzar su exquisita belleza. Una belleza para la que no tenía palabras, sólo deseo.

Y no el deseo que había sentido hasta ahora, sino un deseo distinto, diferente. Se trataba de una sensación nueva, algo que le hacía querer… querer…

No sabía qué. Y tampoco se molestó en tratar de averiguarlo. ¿Para qué? No lo necesitaba. Lo único que necesitaba era sonreírle y llevarla a la ópera, y murmurarle algo apropiado como que se alegraba de que hubiera accedido a acompañarle aquella noche.

Los ojos de ella se agrandaron.

–¿Contenta? –sugirió ella–. ¡Todavía no puedo creer que hayas conseguido entradas! ¡Están a precio de oro para funciones como ésta!

Nikos sonrió.

–Ah, ahora sé por qué has aceptado mi invitación. Y yo, como un idiota, creyendo que era por mi compañía y no porque fueran entradas a precio de oro.

Ella le clavó los ojos.

–¿Cómo puedes pensar eso? –dijo ella casi sin respiración.

Nikos se quedó inmóvil. Le pasaba constantemente cuando estaba con ella, cuando Sophie le miraba de esa manera.

«¿Qué me está pasando?»

Pero dejó de intentar analizarlo. Se entregó al momento, a la experiencia de sentir que algo nuevo le estaba pasando, algo completamente nuevo.

Ella estaba caminando con garbo y él notó que las miradas de algunos hombres la seguían. Y también vio que Sophie miraba a su alrededor agrandando los ojos mientras se abrían paso entre el gentío. En el atestado bar, unos camareros circulaban con bandejas con copas de champán. Él agarró dos copas, y le ofreció una a Sophie.

Sophie bebió un sorbo y se inclinó ligeramente hacia él, que estaba alzando su copa a modo de brindis.

–Por una tarde inolvidable –brindó Nikos.

Sophie no necesitaba repetir esas palabras para saber que eran acertadas. ¡Maravillosa y mágicamente acertadas!

Y así fue el resto del tiempo. Ella sentada al lado de Nikos mientras unos de los mejores cantantes de ópera cantaban en el escenario. En ningún momento de la representación dejó de ser consciente de la presencia de Nikos a su lado: la esbelta fuerza de su cuerpo, el ocasional roce de la manga de la chaqueta de su traje… Y cuando la representación llegó a su fin, embargada por la emoción, se volvió a Nikos mientras daba los últimos aplausos.

–¡Gracias! ¡Gracias! ¡Recordaré este momento toda la vida!

Sus ojos parecían estrellas, empañados por la emoción.

Sophie vio la expresión de él congelarse. Después, despacio, Nikos le tomó una mano y se la llevó a los labios.

–Y yo –respondió Nikos con voz suave.

Sophie no podía moverse del asiento: el corazón en el cielo, el rostro iluminado, los labios entreabiertos, mirándole, sintiendo cosas que jamás en la vida había sentido. Cosas que no había creído posible sentir.

El suave roce de los labios de Nikos en su mano la había dejado sin respiración. Entonces, él le bajó la mano, pero no se la soltó, sino que tiró suavemente de ella para ayudarla a levantarse, como estaba haciendo todo el mundo.

Nikos entrelazó los dedos con los suyos, unos dedos fuertes y cálidos, y se sintió algo desfallecida por lo nuevo y maravilloso del momento.

¡Nikos! ¡Nikos! ¡Nikos!

Se sentía en una nube mientras caminaba al lado de él, aún de la mano, camino de la salida de la ópera. Les llevó siglos salir. Por fin, Nikos la ayudó a subirse a la limusina y él se sentó a su lado. Al momento, el vehículo se puso en marcha.

–Le he pedido a tu padre que me permitiera invitarte a cenar después de la función –dijo Nikos con ojos brillantes–. Me ha dado hasta medianoche, ni un minuto más.

Sophie lanzó una queda carcajada.

–Es muy conservador.

Pero a Nikos no le provocó risa.

–Tiene motivos para preocuparse por ti –respondió Nikos en tono serio; después, su voz cambió–. Bueno, espero que te guste el restaurante que he elegido.

Podía haberla llevado a una casa de comidas con menú del día y le habría encantado, pero el establecimiento era infinitamente más lujoso. No había mucha gente y su mesa era muy privada. No sabía realmente lo que había comido ni tampoco recordaba lo que habían hablado. Su atención estaba centrada en Nikos. Se limitó a mirarle, a escucharle, consciente de que era el hombre más maravilloso que había conocido.

Cuando dos horas más tarde Nikos la dejó delante de la puerta de su casa, ella sabía algo más. Algo increíble.

Estaba enamorada.

Lo sabía con absoluta certeza. ¡Estaba enamorada de Nikos Kazandros!

Capítulo 3

Sophie.

Tras un momento de agonía, Sophie volvió el rostro hacia Nikos y le miró con ojos carentes de expresión.

–¿Qué quieres? –respondió ella gélidamente. Una chispa en las profundidades de esos ojos negros en los que, años atrás, ella se había sumergido.

–¿Que qué quiero? –repitió él con dureza–. ¿Por qué iba yo a querer nada… nada de lo que tú ofreces ahora? ¡Cosmo puede quedarse contigo y tus encantos… tan a la vista! –sus ojos la fustigaron con el látigo del desdén.

Pero ella no podía sentirlo, no podía sentir el acero de esas palabras, su burla. ¿Qué le importaba a ella? ¿Qué tenía que ver con ella?

Nada. Nada, nunca jamás.

–Déjame en paz, Nikos –contestó Sophie antes de darse media vuelta y alejarse.

Al verla retirarse, Nikos se vio presa de una extraña emoción. Entonces, bruscamente, se dio cuenta de que Georgias parecía haber desaparecido.

Lanzando una maldición en voz baja, miró a su alrededor y, al no verlo por ninguna parte, se dirigió hacia un ancho pasillo que claramente conducía a los dormitorios del piso.

Le llevó un rato dar con Georgias, lo encontró con la corbata suelta, la camisa desabrochada y encima de una cama con la chica con la que había estado bailando, ésta aún con menos ropa que él.

Nikos la apartó de Georgias y después tiró del muchacho hasta levantarle: casi sin sentido, con los ojos vidriosos y el cabello revuelto. Esperaba que Nikos sólo tuviera alcohol en la sangre.

Le costó algo de tiempo y esfuerzo sacar a Georgias del piso y meterlo en el ascensor. Tuvo que hacer bastante fuerza para cruzar el vestíbulo del edificio con el muchacho y, una vez que el aire fresco de la noche le golpeó el rostro, Georgias perdió el conocimiento.

Nikos miró al otro lado de la calle con expresión de enfado. Había empezado a llover y hacía frío; pero, al menos, un taxista le había visto bajo la cornisa del lujoso edificio de apartamentos y se estaba dirigiendo hacia él.

Con esfuerzo, Nikos metió a Georgias en el taxi, y el chico quedó tumbado de mala manera en el asiento posterior. Apretando los dientes, se subió al taxi y le dio el nombre del hotel en el que se hospedaban al taxista, que se puso en marcha inmediatamente.

Durante el trayecto, una imagen dominaba su mente.

Sophie Granton.

Verla le había afectado. Estaba enfadado y… algo más.

«¿Por qué demonios he tenido que verla?»

Verla otra vez, ver en lo que se había convertido… con un vestido que apenas la cubría y en compañía de un indeseable como Cosmo.

Apretó los labios. Si eso era lo que ella quería ahora, eso era lo que tendría.

Y sin embargo…

Abruptamente, se inclinó hacia delante y dio unos golpes en el cristal de la cabina del taxista.

–Dé la vuelta –le dijo Nikos.

Sophie estaba caminando. Llovía, estaba calada hasta los huesos y estaba congelada, pero no le importaba. Lo único que le preocupaba era lo estúpida que había sido.

No, no sólo estúpida. Estaba enfurecida. Enfadada consigo misma. Asqueada. Era como si un ácido la estuviera corroyendo por dentro.

«¿Es que no voy a aprender nunca? ¿Voy a seguir siendo tan estúpidamente ingenua toda la vida?»

Estaba llena de desprecio por sí misma.

«¡Creía que había aprendido la lección! ¡Todas las lecciones! ¡Creía que, por fin, había espabilado!»

Pero no, no era así. Las agujas de la gélida lluvia le golpearon la cabeza y ella las recibió agradecida, como un bien merecido castigo.

Y continuó caminando a ciegas, llena de desprecio por sí misma e ira.

En la calzada, un coche giró. Un taxi que le salpicó agua de un charco por todas las piernas.

–Entra.

La voz era tensa, iracunda. La puerta del taxi acababa de abrirse delante de ella y quien la sujetaba era Nikos Kazandros.

–¡He dicho que entres!

Sophie se quedó paralizada. En ese momento, Nikos extendió el brazo y la agarró. Ella se resistió momentáneamente, pero Nikos tenía demasiada fuerza y la arrastró hasta el interior del taxi, la obligó a sentarse en el asiento opuesto al de él y cerró la portezuela del vehículo.

–Bien, póngase en marcha –dijo Nikos al taxista.

El taxista lanzó una breve mirada a su última pasajera, pero ella estaba quieta, por lo que pisó el acelerador y puso el coche en marcha una vez más.

El cerebro de Sophie empezó a funcionar de nuevo. Y también sus músculos. Comenzó a temblar, violentamente. El cabello le goteaba.

–¿Estás loca? –le dijo Nikos–. ¿Cómo se te ocurre ir andando por ahí así?

Sophie se lo quedó mirando fijamente. El rímel le corrió por las mejillas, semejándose a lágrimas negras.

–No tenía abrigo –respondió ella.

Le castañeteaban los dientes y tuvo que apretar la mandíbula para controlar el temblor.

–¿Y no se te ha ocurrido tomar un taxi? –preguntó Nikos.

En la cambiante luz del taxi, el empapado vestido se le había pegado al cuerpo, ajustándose a los contornos de su cuerpo. El vestido de noche era como una segunda piel. Parecía medio desnuda…

Involuntariamente y enfadado consigo mismo por ello, sintió la respuesta de su propio cuerpo al de ella bajo esa tela transparente. No pudo evitar fijarse en sus pechos, en sus pezones… Rápidamente, subió los ojos al rostro de Sophie.

Sophie no le había contestado, estaba temblando visiblemente y agarraba con fuerza un pequeño bolso que tenía encima de las piernas. Volvió la cabeza e, intencionadamente, miró a Georgias. Pero Georgias estaba profundamente dormido en el asiento.

–¡Aquí hay una boca de metro! ¡Deja que me vaya!

Nikos volvió su atención a Sophie de nuevo. Ella estaba golpeando el cristal de la cabina del taxista y éste empezó a aminorar la velocidad al acercarse a la boca de metro.

–¿Te has vuelto loca? –dijo Nikos montando en cólera–. ¡Cómo se te puede ocurrir ir al metro así vestida! ¡Estás medio desnuda! –la miró con dureza–. Dime, ¿qué demonios estás haciendo? ¿Qué hacías con Cosmo?

Sophie, sin responder, empezó a forcejear con la palanca de la portezuela del taxi cuando éste llegó a la boca de metro.

Nikos le agarró la muñeca.

–Te he hecho una pregunta.

–Déjame en paz –le espetó ella–. Me bajo aquí.

–¡Ni hablar! –Nikos dio unos golpes en el cristal de la cabina del taxista–. ¡Continúe su camino, no pare!

El taxista se encogió de hombros y aceleró de nuevo, pero Nikos, dándose cuenta de que no hacía más que mirar por el espejo retrovisor, descorrió el cristal de separación.

–Sólo quiero llevarla a su casa, eso es todo. Puede dejarme primero en mi hotel y luego llevarla a su casa, yo le pagaré por adelantado. ¿Le parece bien?

El taxista le miró unos instantes y luego asintió.

–Lo que usted diga, jefe. Es decir, si la señorita no tiene nada que objetar.

Nikos volvió la cabeza hacia Sophie, que estaba muy quieta, con los brazos cruzados como si quisiera esconder su cuerpo de él. Seguía temblando y miraba al suelo. Su rostro estaba inexpresivo y el rímel le caía por las mejillas. Tenía un aspecto terrible.

¿Por qué no estaba con Cosmo?

Nikos se recostó en el respaldo del asiento y la miró.

–Dime, ¿Cosmo ha decidido echarte?

Sophie continuó sin responder, apenas le lanzó una fría mirada. Su falta de reacción le enfadó. Todo le enfadaba. Todo. Quería saber qué había pasado.

–¿O has sido tú quien, al final, no ha querido acostarse con él?

Eso la hizo reaccionar. Sophie le lanzó una mirada asesina.

–¡Eso no entraba en el menú! Y para tu información, tampoco fui yo quien eligió su compañía.

–En ese caso, ¿cómo acabaste con él? –insistió Nikos.

Los ojos de ella echaron chispas.

–¡Me contrató para pasar la tarde! Trabajo como señorita de compañía.

Nikos se quedó inmóvil, no podía creer lo que acababa de oír.

–¿Te prostituyes?

–¡No, claro que no me prostituyo! –refunfuñó ella–. He conseguido trabajo en una agencia como señorita de compañía, eso es todo. ¡Soy plenamente consciente de que muchas chicas hacen algo más que acompañar a los clientes a cenar y a tomar unas copas, pero yo no! –Sophie respiró profundamente–. Así que, al margen de lo que puedas pensar y al margen de lo que ese cretino creyera, el trabajo para el que la agencia me ha contratado es acompañar y eso es lo único que hago. Y él lo sabía, y la agencia lo sabía, y ahora tú también lo sabes… ¡Y me da igual todo lo demás!

Sophie agarró de nuevo la manija de la portezuela y forcejeó con ella, apenas consciente de que el taxista había vuelto a detener el coche. Antes de conseguir quitar el seguro, sintió una mano sobre la suya, apartándosela de la portezuela.

El taxista descorrió el cristal de separación ligeramente y preguntó:

–¿Se encuentra bien, señorita?

–¡Está perfectamente! –respondió Nikos con dureza al tiempo que cerraba el cristal–. Siga conduciendo.

Por fin, Sophie se dio por vencida y el taxista reanudó el camino. Sentía un amargo cansancio y el frío le había calado hasta los huesos. Volvió a temblar.

«¿Por qué me he puesto así? ¿Qué me importa lo que Nikos piense de mí? No significa nada para mí. Nada, nada, nada».

Estaba deprimida, cansada y desesperada. Tembló espasmódicamente. No lograba pensar. No aguantaba más…

–Sophie.

La voz de Nikos la sacó de su ensimismamiento.

«Nikos. Estoy con Nikos Kazandros en un taxi y no sé por qué, ni cómo, ni qué demonios está pasando. Lo único que sé es que no aguanto más, no puedo más…»

–¡Sophie! –repitió Nikos alzando la voz, exigiendo su atención.

Sophie se le quedó mirando y se dio cuenta de que Nikos se había quitado la chaqueta y se la estaba ofreciendo. Retrocedió en el asiento, como si la chaqueta estuviera envenenada.

–No la quiero –le espetó ella–. Estoy bien.

–Estás completamente mojada y estás helada.

–Estoy bien –repitió ella tercamente.

Los ojos de Nikos se oscurecieron, pero se volvió a poner la chaqueta.

–¿De verdad creías que Cosmo Dimistris sólo quería una mujer atractiva para acompañarle a cenar? –preguntó él mordazmente.

Sophie apretó la mandíbula sin responder.

–¡Contéstame!

Los ojos de ella echaron chispas.

–¿Por qué quieres saberlo? ¿Qué puede importarte?

–Dímelo.