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Este libro es muchos libros, porque son muchas las ciudades que llamamos Buenos Aires. Se trata de un libro muy caminado, que destila la esencia cultural, erótica y psicoanalítica de una gran ciudad, barrio por barrio. Es un libro muy leído, que cita poemas, ensayos y ficciones para crear la banda sonora de una interpretación urbana, pero también muy vivido, cargado de experiencia y de amistad y de pasión y de ironía: lleno de verdad, digamos. Tal vez pueda hablarse de un libro performático, puro teatro, que recurre a los mecanismos de la apropiación y del collage para sacar a la literatura autobiográfica y documental de sus marcos convencionales; al fin y al cabo, su autor, además de cronista y gestor cultural, es un dramaturgo que ha sacado de sus casillas a actores, escenarios y textos para acercarlos al arte contemporáneo. Este libro es también poético, neurótico, drogotano, confesional, carcelonesco, posfreudiano, canchero, etnográfico, autocrítico, venezolano, híbrido: en fin, muy argentino. Neuros Aires, de Marc Caellas, es todo eso junto, mezclado, revuelto y fusionado: carnaval y tango. JORDI CARRIÓN, FEBRERO DE 2020
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Seitenzahl: 185
Veröffentlichungsjahr: 2020
Marc Caellas
Neuros Aires
Caellas, Marc
Neuros aires / Marc Caellas. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-599-665-6
1. Crónicas. 2. Humor. I. Título.
CDD 867
Diseño de tapa: Juan Pablo Cambariere
©Libros del Zorzal, 2020.
Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723.
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“El español con quien cenamos ayer. Un señor mayor, extremadamente cortés. Pero esta cortesía es como una red que lanza sobre la gente para atraparla. Es tan cortés que uno no puede defenderse de él. Una cortesíaparecida a los tentáculos de una medusa: cruel y voraz.”
Witold Gombrowicz
“Los españoles, cuando no pretenden ser genios, cuando no se ven como grandes escritores, son personas excelentes.”
Jorge Luis Borges
“Yo convengo con él: la gente que uno casualmenteencuentra en la calle en España es mejor que la que encontramos aquí y tal vez que cualquier otra.”
Adolfo Bioy Casares
Índice
¿Qué es Neuros Aires? | 7
La neurosis va por barrios | 10
Neurosis en Once | 11
Neurosis en Belgrano | 13
Neurosis en Palermo | 15
Neurosis en la Reserva Ecológica | 17
Neurosis en el Bajo | 19
Neurosis en San Telmo | 24
Neurosis en Boedo | 26
Neurosis en la Costanera | 29
Neurosis en Barracas | 31
Neurosis en Villa Crespo | 32
Neurosis en Almagro | 35
Neurosis en La Paternal | 36
Neurosis en Colegiales | 37
Neurosis en Villa Freud | 42
Tierra Santa en Neuros Aires | 45
Terapias | 56
El psicoanálisis te ayudará | 56
La terapeuta bioenergética | 58
La terapia multifamiliar | 61
Una literatura obsesiva | 67
Mucho trabajo | 67
Premio Nobel de Literatura (11 de octubre de 2018) | 74
Narrativas de Realidad | 78
La Internacional | 83
Manual para convertirse | 87
en una buena viuda literaria | 87
Neuras teatrales | 93
Entrevistas breves con escritores repulsivos. | 93
Temporada i | 93
Entrevistas breves con escritores repulsivos. Temporada ii | 111
Entrevistas breves con escritores repulsivos. Temporada iii | 116
Conversaciones largas con escritoras neuróticas | 119
Enamorarse en Neuros Aires | 134
Neuróticamente celosos | 134
Infectarse de amor | 139
La concha del telo | 149
Uy, nos rompieron el orto | 151
Neuros Aires canon | 155
Autoterapia final | 159
Salvador Pániker | 159
¿Qué es Neuros Aires?
Neuros Aires es una ciudad de una longitud inadmisible.
Neuros Aires es de gestos belicosos.
Neuros Aires es transparente y aturdida.
Neuros Aires es el centro optimista del porvenir.
Neuros Aires es de fuego y hielo.
Neuros Aires es de muchedumbres candorosas.
Neuros Aires es de azúcar y de sangre.
Neuros Aires es el consuelo de finales peregrinos.
Neuros Aires es fría y distante.
Neuros Aires es el gran laboratorio de soles futuros.
Neuros Aires está llena de espejos.
Neuros Aires es una ciudad de casas de retiro.
Neuros Aires es estatuaria y maldita.
Neuros Aires es una ciudad situada sobre una barranca.
Neuros Aires es una ciudad para cambiar.
Neuros Aires es una ciudad sobreiluminada.
Neuros Aires es coimera.
Neuros Aires es una ciudad sin lenguas muertas.
Neuros Aires es una ciudad con farmacias.
Neuros Aires es una ciudad desconocida.
Neuros Aires es esa racha de milonga silbada que no reconocemos y que nos toca.
Neuros Aires es una ciudad que no dice nada.
Neuros Aires es una ciudad cubierta de maleza, no conquistada.
Neuros Aires es una ciudad construida por una niña.
Neuros Aires es una ciudad sumamente cultural.
Neuros Aires es una ciudad de dulce de leche.
Neuros Aires es una ciudad que duda.
Neuros Aires es una larga calle de casas bajas, que pierde y transfigura el poniente.
Neuros Aires es una ciudad con muelles frente al río.
Neuros Aires es una ciudad para oponerse.
Neuros Aires es una ciudad socialmente vibrante.
Neuros Aires es Macedonio en una esquina de Once demostrando que la muerte es una falacia y la razón, una sonsa.
Neuros Aires es una ciudad húmeda.
Neuros Aires es una ciudad que era un monasterio.
Neuros Aires es una ciudad repleta.
Neuros Aires es una ciudad para hacerse fotografiar.
Neuros Aires es una ciudad con contrastes que cautivan.
Neuros Aires es una ciudad que constituía un mundo aparte.
Neuros Aires es una ciudad bajo el azul del cielo.
Neuros Aires es una ciudad agresiva para que crezca un “peque”.
Neuros Aires es una ciudad con una cantidad de lógicas complejas.
Neuros Aires es una ciudad con exceso de psicólogos.
Neuros Aires es una ciudad con un grupo de psicoanalistas craneando cómo hacer para que siga avanzando el discurso.
Neuros Aires es la única cuidad del mundo que a los peregrinos los consuela en la nostalgia.
La neurosis va por barrios
Paul B. Preciado escribió que la ciudad que uno ama no coincide ni con la herencia, ni con la sangre, ni con la tierra, ni con el éxito, ni con el beneficio. Por ejemplo, la ciudad en la que nací, Barcelona, me provoca todo tipo de sentimientos, pero ninguno de ellos se canaliza hacia el deseo. Bogotá, donde pasé casi tres años, y a donde regreso a menudo, es para mí una ciudad inspiradora, pero nunca la amé. Fuimos conocidos un tiempo, amigos a veces, enemigos otras, pero nunca amantes pasionales. En cambio, de Caracas me fui enamorando casi sin darme cuenta, y luego tuve que dejarla cuando ese amor se volvió tóxico.
Escribe Preciado:
El estadio del mapa es el primer nivel del amor urbano: ocurre cuando sientes que la cartografía de la ciudad amada se superpone a cualquier otra. Enamorarse de una ciudad es sentir al pasear por ella que los límites materiales entre tu cuerpo y sus calles se desdibujan, que el mapa se vuelve anatomía. El segundo nivel es el estadio de la escritura. La ciudad prolifera en todas las formas posibles del signo, se vuelve primero prosa, luego poesía y, por último, evangelio.
Neuros Aires fue la primera ciudad a la que fui a vivir por una intuición. No fui por una beca ni por un trabajo ni tampoco, como creí durante un tiempo, por un amor. Fui porque sentí que esta ciudad iba a sacar de mí algo distinto que otras. A diferencia de las otras ciudades donde me instalé, en Neuros Aires siempre estoy de paso, siempre tengo un billete de avión en el bolsillo, siempre soy consciente del día en que me iré, pero eso no es óbice para que viva el tiempo que la transito con mucha intensidad. Con cada viaje la amo más.
No recuerdo ningún texto que reflexione sobre los motivos profundos que nos llevan a amar una ciudad más que otra. Por no hablar de los casos de amor a primera vista que, la mayoría de las veces, no pasan la prueba del algodón. Diría que el amor por una ciudad se construye a partir de pequeños detalles, de impresiones fugaces, una calle, una estatua, una puesta de sol. En el interior de la gran ciudad de todos, está la ciudad pequeña en la que realmente vivimos.
Neurosis en Once
“El lector que haya sobrellevado temporadas en ciudades lejanas habrá descubierto, como yo, que la soledad, con su interminable monólogo interior y el rosario de nimias decisiones —ahora hago esto, ahora hago aquello—, peligrosamente se parece a la locura.”
Adolfo Bioy Casares
En el local de la esquina de Alsina y Saavedra en el que tomo el café esta mañana, hay un hombre sentado en una mesa, de unos cuarenta y tantos años, hablando solo, con una cerveza de litro delante, gesticulando solo, bebiendo con esfuerzo a sorbitos, explayándose solo, muy solo. Son las nueve y media de la mañana. Intento concentrarme en las últimas páginas de la novela de Bioy, pero me cuesta. Levanto la cabeza del libro. No puedo dejar de mirar a este hombre. ¿A quién le hablará? ¿Cómo se llega a este punto en la vida? Su aspecto no es malo, su aspecto exterior digo, su camisa, sus pantalones, su ropa. No grita ni habla duro, apenas gesticula y murmura, se queda en silencio, murmura otra vez, levanta un brazo, señala algo, murmura de nuevo. No puedo dejar de mirarlo. Me parece que pide comprensión a un interlocutor imaginario, amigo invisible, compañero de fatigas. Termino mi café y salgo a la calle. No puedo sacármelo de la cabeza.
A diferencia de Caracas o Bogotá, ciudades en donde la gente mayor pareciera estar casi siempre recluida en sus casas, saliendo a la calle apenas lo justo, en Neuros Aires uno se topa constantemente con personas viejas caminando, comprando en los supermercados, tomando café con los amigos en las cafeterías. En algunos barrios como Boedo, Once o Almagro, por decir tres por los que paseo a menudo, me las cruzo todo el tiempo. Veo en sus miradas cierto desencanto, un amargo malestar por lo que pudo haber sido y no fue, como si pensaran que sus vidas podrían haber sido otras, más luminosas, menos sufridas, como si no entendieran a un país cada vez más caro, cada día más inseguro, cada instante más caótico. En esas miradas, hay un dejo de melancolía que ni el tango alcanza a contar, un géiser de insatisfacción que ni el asado dominguero consigue aplacar. Un país de viejos en un continente de jóvenes.
Neurosis en Belgrano
“Cuando se ha sido el preferido de su madre, uno conserva toda la vida una sensación de conquista, esa certeza de éxito que no es raro que termine conduciendo efectivamente al éxito.”
Sigmund Freud
Caminando por Belgrano, pienso que tradicionalmente el concepto clave detrás de la idea de amistad era esa persona que sabía comunicarse con las virtudes que atesoramos dentro de nosotros, esa persona que dialogaba con lo mejor de nosotros. Pero este concepto no les dice nada a los habitantes de Neuros Aires. Los porteños no pretenden ver lo mejor de ellos mismos reflejado en el otro. Es justo al revés; es la sinceridad con la que admiten sus discapacidades emocionales —el miedo, la rabia, la humillación— la que los lleva a crear vínculos amistosos. Los porteños quieren sentir que los conocemos con todos sus defectos. Piensan, quizás con razón, que la gran ilusión de nuestra cultura es que somos lo que confesamos que somos.
Duermo un par de días en la cama de la pequeña Olivia, la hija de mis amigos Maito y Martín, la niña que fue concebida en Caracas y que fui viendo crecer en Belgrano. Voy apartando almohadas, como en el cuento de la princesa y el guisante. Me quedo dormido entre mariposas de papel made in China y un resto de juguetes de niña consentida. Pienso que este territorio inagotable, con sus indescriptibles libertades reflejadas en las vidrieras, nos hizo vernos a nosotros mismos tal como somos. Esto es lo que vio Freud y entendieron los porteños antes que nadie: que nuestra soledad es angustiante y que, a pesar de saberlo, no queremos renunciar a ella. Es nuestro conflicto por excelencia.
Como explica muy bien Vivian Gornick en sus libros caminados, la forma de conexión más vital, además del sexo, es la conversación. Para los porteños, es muy importante hablar, ser escuchado. Una buena conversación no surge por una cuestión de reciprocidad de intereses o de ideales comunes. Una buena conversación es una cuestión de temperamento. Es eso que hace que alguien responda instintivamente con un “te entiendo” con empatía en lugar de un “¿qué querés decir?” con ganas de discutir. Cuando se comparte un mismo temperamento, la conversación fluye; cuando no se comparte, siempre se va con temor. Creo que hablé con mis amigos porteños más por escrito que cara a cara. Sin embargo, recuerdo que tuve buenas conversaciones después de hacer el amor, cortas pero al blanco, sin necesidad de cigarrillo. Esas son las que se quedaron grabadas. Cuestión de temperamento.
Neurosis en Palermo
“Ninguno de nosotros tenía un hogar, esa maldición hereditaria que ha convertido a los hombres en
refugiados del miedo a sí mismos.”
Enrique Symns
Pienso en mi primera calle en Neuros Aires. O en ti, si quieres. Pues es lo mismo. La calle donde una palabra tuya cobró tanta vida como ninguna que hubiera escuchado antes. Es lo que me dijiste alguna vez: que todo viaje de aventuras, para que realmente se pueda contar, debe devanarse en torno de una mujer, al menos de un nombre de mujer. Pues ese sería el sostén que precisa el hilo rojo de lo vivido para pasar de una mano a la otra.
Pienso en mi primer día en Neuros Aires. Un sol peronista me recibió en Ezeiza. Sonriente y amorosa, me esperabas en Palermo Hollywood, calle El Salvador, entre Humboldt y Juan B. Justo. ¿Lo recuerdas? Espero que no hayas olvidado que hicimos el amor apresurados, en la ducha, sin tiempo a terminar de enjabonarnos. Ambos llegamos rápido al orgasmo. Teníamos tres meses sin vernos. Nos tocamos, nos miramos, nos reconocimos después de todo ese tiempo. “Me ponés la piel de pollo”, dijiste. Me hablaste de tu hermana, contenta al fin de que estuviéramos juntos, y de los piropos que reciben cuando caminan juntas por Neuros Aires: “Mamita, estás tan buena que te pongo una manzana en la boca y te chupo la concha hasta que te salga sidra”. Me hablaste de la curadora de arte Inti María Tidball-Binz, que lideraba la sección local de un movimiento internacional contra el acoso callejero en forma de piropo. ¿Lo recuerdas? Espero que no hayas olvidado que volvimos a hacer el amor seguido. Llegaste al orgasmo rápido y me pediste disculpas por eso. Yo me demoré un poco más. Recuerdo muy bien cómo se te ponían los ojos cuando te corrías, prácticamente blancos, sin pupila, ojos de enajenada. Deshice la maleta, te perdí de vista. Entonces, como en un poema de Fabián Casas, me levanté, abrí la puerta y te estabas bañando. Los vidrios empañados, el ruido del agua detrás de las cortinas, las cosas esenciales instaladas fuera de la razón. Me llamaste, acercaste la cara y nos besamos a través del plástico transparente: fue un instante. Luego bajamos a desayunar. Era muy temprano, apenas las ocho, y pocos lugares estaban abiertos. Café y medialuna, por favor. Andabas en modo ejecutivo. Tenías varias citas concertadas. A algunas te acompañé, a otras no. La primera, en el Malba, con el diseñador de los catálogos del museo. Nos llevó a Farinelli, uno de esos restaurantes chic de comida sana y escasa. Llegó también otra colega diseñadora. Ambos te felicitaron por tu proyecto, el Anuario. Después de veinte minutos hablando, yo seguía en silencio. De repente, la chica reparó en mí y te preguntó: “¿Él quién es? ¿Tu marido?”. “No, su secretario”, respondí al toque. Me vi obligado entonces a presentarme, y vos, a decir que ya no tenías marido; todo muy ambiguo, sofisticado, profesional, dirían algunos. Está bien el misterio. Los misterios de Rosario. Después de comer, caminamos hacia Recoleta y nos sentamos en un banco. Frente a nosotros, en otro banco, tres señoras brasileñas conversaban. Parecían testigos de Jehová. Nosotros nos besamos como dos adolescentes y celebramos nuestro reencuentro. Tuve entonces la sensación de llevar tiempo en Neuros Aires, años quizás, cuando en realidad no hacía ni diez horas que había aterrizado en Ezeiza con mis dos maletas con sobrepeso. Las parejas y las revistas literarias duran casi siempre dos números, dije, citando al poeta. Sin embargo, no nos resignamos y, poco a poco, le fuimos ganado terreno al río: días interminables en los que el caos tomaba tu forma para envolverme mejor.
Fue apenas un mes el que dormí en ese departamento. He vivido en lugares incluso más pequeños, pero había algo en ese espacio, más allá del tamaño, que me incomodaba. Quizás el hecho de que estuviera pensado para jóvenes ejecutivos ansiosos por enriquecerse. Palermo Beverly Hills. Te diste cuenta muy rápido de lo que me pasaba. Hiciste bien en organizar ese viaje a Mar de las Pampas. No extrañaba tanto el mar. Era más bien que necesitaba profundidad de campo, poder ver más allá de esta sala diminuta con vistas laterales a la infernal Juan B. Justo.
Neurosis en la Reserva Ecológica
“Lo que tanto odiamos dice mucho más de nosotros que lo que apreciamos, despotricar es equivalente a varias sesiones de psicoanálisis.”
Brenda Lozano
Camino por la avenida de los ingleses, la última calle de este lado de la ciudad antes de la Reserva Ecológica. Una serie de quioscos ofrecen sándwiches de milanesa, bondiola o lomito. Los taxistas se sientan en las mesas dispuestas en la ancha vereda, para descansar y recargar pilas. Sus nombres definen a sus dueños:
Parrilla El Chiribón
Parrilla El Chapulín
Parrilla Corriendo la Vaca
Parrilla Don José
Parrilla El Torito
Parrilla Mi sueño
Parrilla El Titanic de Homero
Parrilla El Puestito del Tío
Entro a la Reserva Ecológica y me dirijo hacia el muelle de la Asociación Argentina de Pescadores. Es un lugar habitualmente cerrado al público, pero que se abre estos días con motivo de Art Basel Buenos Aires. Es una caminata larga, a ratos incómoda, pues sopla el viento, el suelo es inestable, por las tablas, por las olas. Es un lugar rebelde, de esos que trastocan las expectativas y devuelven su magia a la geografía. Voy dejando atrás las casetas o refugios de los pescadores, hasta que llego a la que parece la última. Una señorita con acreditación me intercepta, me indica, me muestra. El arte contemporáneo siempre viene explicado, incluso cuando no hace falta, como ahora, en este lugar tan mágico, por específico. Me entero entonces de que este refugio es, durante una semana, una instalación del artista Sebastián Basualdo. Entro. Veo un afilador de cuchillos, siento el vapor en mi piel, avanzo varios pasos en la oscuridad y, del otro lado, la puerta, una puerta giratoria, una puerta azul, una puerta al río, una puerta a la poesía, a la creatividad, a la belleza. Una joya.
Neurosis en el Bajo
“Los locos de verdad no se conforman solamente con contar historias. Deben representarlas.”
Fanny Howe
En el Bajo existen restaurantes, como el Bar Budapest, donde se puede comer una milanesa napolitana con puré de papas o zapallo por 115 pesos, que, a mediados de septiembre de 2018, son apenas 2 euros y medio. El concepto de milanesa napolitana es muy Neuros Aires. ¿A quién se le ocurrió esa combinación imposible? ¿Milán y Nápoles en un mismo plato? ¿Maldini y Maradona en el mismo equipo? Dudo que algún italiano lo aceptara. Leo en Clarín que el plato se inventó en la cocina de un restaurante llamado Nápoli, situado frente al Luna Park. ¿Clarín miente? Las malas lenguas dicen que en realidad ese cocinero, tucumano, decidió tapar con jamón, queso y salsa de tomate una milanesa que le había salido demasiado cocida. La gratinó y la sacó, humeante, advirtiéndole al desprevenido cliente que le ofrecía un manjar distinto. Ante el éxito del plato, lo bautizó como milanesa a la Nápoli y lo añadió a mano en la carta del menú. Ese “Nápoli” evolucionó a la “napolitana” actual. Claro que otros “expertos” aseguran que lo del Nápoli es una leyenda, que nunca existió ningún restaurante con ese nombre y que el plato surge de adaptar la pizza napolitana a la milanesa.
Pero para bar emblemático del Bajo, el Dadá. El Dadá es un bar donde la gente conversa. Neuros Aires es una ciudad donde se conversa. Como decía Warhol, me gustan más los conversadores que las “bellezas”. La palabra misma demuestra por qué prefiero a los conversadores que a las bellezas. Los conversadores hacen algo; las bellezas son algo. Es mucho más divertido estar con gente que hace cosas. Claro que por momentos, en lugares como el Dadá, uno conversa con bellezas. En Dadá, a veces, me saludan como si yo también fuera habitué. Creo en las luces estratégicas y en los espejos estratégicos, dice Warhol. El Dadá es muy warholiano. Es un poco una Factory, pero en bar y en Neuros Aires. Cuando no están bebiendo vino tinto, Renato y Esteban, dos habituales del Dadá, se envían poemas por WhatsApp. Así son los porteños, los únicos latinoamericanos que se divierten sentados.
A pocos metros del Dadá está el Filo, un restaurante con buena barra y donde se come razonablemente bien. En el sótano, al lado de los baños, una vitrina homenajea a uno de mis artistas argentinos preferidos, el gran Federico Manuel Peralta Ramos, quien en 1968 tomó una cartulina y un marcador y creó la religión gánica, que consiste básicamente en hacer lo que uno tiene ganas. El texto, escrito en forma de veintitrés mandamientos, circula de manera secreta desde hace décadas.
HABITANTES DEL PLANETA, YO FEDERICO MANUEL PERALTA RAMOS, ME DIRIJO A VDS. PARA COMUNICARLES LOS MANDAMIENTOS DE UNA NUEVA RELIGIÓN QUE HE INVENTADO
1. Ser gánico (significa hacer siempre lo que uno tiene ganas).
2. Hay que irse a los bofes.
3. A Dios hay que dejarlo tranquilo.
4. Perder tiempo.
5. No perder tiempo.
6. Regalar dinero.
7. No distraerse.
8. Ampliar la esencia hasta llegar al halo.
9. Vivir poéticamente.
10. Hacer programas aburridísimos.
11. Tratar de divertirse todo el tiempo.
12. Creer en el gran despelote universal, tomar como punto de referencia eso.
13. No endiosar nada.
14. Superar lo controlable.
15. Superar el plano físico.
16. Jugar con todo.
17. Darse cuenta.
18. Creer en un mundo invisible más allá del plano físico, más allá de los lejos y de los cerca.
19. Hay que andar liviano en este mundo… o no.
20. Provocar movimiento.
21. Despreciar todo.
22. No mandar.
23. Flotar.
24. Clavar esto con una chinche en la pared.
Mi amigo Esteban Feune de Colombi tenía clavado este manifiesto con una chinche en la pared de su departamento alquilado del Bajo. Esteban es un anfitrión ideal: ofrece café colombiano, pone música brasileña y recomienda libros argentinos, como La tierra elegida, de Juan Forn. Sus subrayados y anotaciones se mezclan con mis ideas y mis apuntes:
-Renato dice que la única y verdadera habilidad del hombre es reconocer a quienes lo aman.
-Decir de alguien que su modo de hablar se parecía a sus manos: tenía esa clase de fuerza para lo cual lo pequeño era lo más difícil.
-Kafka nunca decía: le regalo esto. Sólo murmuraba: no es necesario que me lo devuelva.
-Alquilemos una avioneta y matémonos, le dijo Vera Nabokov a su hijo tras la muerte de Vladimir.
-Un soplo que parecía venir del pasado y sostenía sus palabras.
-Josep Roth escribiendo en bares de hoteles día y noche: “A mí no me puedes estorbar. Siempre tengo tiempo. Sólo la gente inepta no tiene tiempo para escuchar o para escribir”.
-Gente escribiendo novelas sobre el mismo tema en cuartos vecinos.