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"Poesía completa" de Alfonso Reyes escrita desde los 17 años hasta casi la fecha de su muerte: "Repaso poético" (1906-1958); "Cortesía" (1912-1958); "Ifigenia cruel" (1923); "Tres poemas" (1917-1951); "Jornada en sonetos" (1912-1956) y "Romances sordos".
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letras mexicanas
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 1959 Primera edición electrónica, 2017
D. R. © 1959, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-5024-5 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
El presente tomo reproduce y completa con nuevas páginas el libro Obra poética (México, Fondo de Cultura Económica, 1952, 8º, XIII + 426 pp. Letras Mexicanas núm. 1. Colofón: 30-IX-1952). Se han añadido, en efecto, poesías que no aparecen en aquel libro, ya sean inéditas, no recogidas antes en tomo, o bien posteriores al año de 1952.
El “Prólogo”, la “Noticia sobre esta edición” y los “Apéndices” —donde se han hecho las adiciones y los retoques indispensables— explican suficientemente la elaboración del volumen.
Para facilitar la consulta, las indicaciones sobre procedencia y fecha, que en la citada Obra poética aparecían en el “Índice”, se han puesto al pie de cada poesía.
De todo ello se da cuenta en las respectivas notas, y de cualquier otra circunstancia que convenga al mejor entendimiento y manejo del volumen, como de las correcciones de importancia en su caso, y aun de ciertos antecedentes bibliográficos de algunos poemas.
“Constancia” significa a la vez continuidad y documento probatorio.
Este libro es mi obra poética, salvo algunos versos castigados, que omito por ciertas razones. Aún no me atrevo a proponer mi verdadera antología. Tal vez ello, si ha de ser algún día, ni siquiera me corresponda. El criterio del autor y el del lector nunca pueden confundirse del todo. Y confieso que la sola palabra “antología” me amedrenta, y la hallo poco recomendable para aplicada a la obra propia. ¿Quién puede estar cierto de ofrecer flores y no espinas, antología y no acantología?
Por ahora me he limitado a releerme lápiz en mano, suerte de repaso con asomos de contrición, a objeto de poner en orden mis papeles. Me han movido varias razones:
1) El recoger las poesías que por algún modo me interesan, y no porque las declare aciertos, organizando el conjunto de manera más comprensible que hasta ahora.
2) El sustituir las ediciones anteriores, a veces de difícil acceso.
3) El rectificar los muchos errores que afean algunos de mis tomos ya publicados, y no sólo por las erratas, sino por deslices de mayor importancia, como versos fuera de lugar, estrofas suprimidas, palabras cambiadas, etc.
4) El restablecer, en lo posible, los lugares y fechas de cada poesía, que también andan equivocados en otros libros.
5) El ofrecer el texto definitivo de muchas poesías que han sido corregidas y no me resigno a dejar que sigan circulando en su versión anterior.
6) El intentar una primera selección, descartando, desde luego, algunas poesías de que, por lo demás, doy noticia en su caso, con referencia bibliográfica, para el lector que quiera juzgarlas sin atenerse a la “confesión de parte”. Estas poesías quedan a medio retocar en mis ejemplares personales, pero ni así me contentan, aunque a veces haya versos justos que pagaron por pecadores, pues no me creí con derecho a recomponerlo todo al extremo de la falsificación.
7) El incorporar al material ya publicado que aquí reúno las poesías inéditas que de años atrás vienen acumulándose y reclaman el aire libre.
Prescindo de los versos que andan mezclados en la prosa y de las traducciones en verso, limitándome a dar cuenta de todo ello en los apéndices finales.
Algunos de mis libros poéticos tienen cierta unidad, y los he dejado como estaban. En otros preferí proceder a una reorganización cronológica de las muchas poesías dispersas. De aquí la sección I, que llamo “Repaso poético”, donde sólo me consiento una excepción, por conservar la igualdad de tono, entre los años 1922 y 1923. Lo propio hago en “Cortesía” con los XIII “versos sociales”, y también con los grupos afines de la “Jornada en sonetos”.
La lealtad a la cronología puede ser discutible. La afinación estética exige muchas veces mezclar las edades en vista de una armonía superior. Era mucha la tentación de ordenar los versos del “Repaso poético” conforme a temas afines. Y yo soy el primero en saber que mi veleidad en asuntos y estilos —de que no me arrepiento y a que me refiero en la “Teoría prosaica”— ha contribuido a que se me vea un tanto borroso. Pero, en la aplicación, este criterio de las semejanzas temáticas o las formales me resultó poco seguro, orillado a confusiones, sólo posible para pequeños grupos de poesías, y no tan justificado como el apego a la serie histórica, una vez puestos a desarticular los conjuntos artificiales anteriormente establecidos. Y volví al criterio cronológico, único hilo conductor.
Para la cronología del “Repaso poético” tuve que atenerme a las fechas iniciales o de la primera versión, únicas que puedo establecer y únicas que importan. Pues, fuera de casos extraordinarios, un poema hoy retocado sigue siendo el mismo de ayer, aun cuando, en términos platónicos, represente una mayor aproximación al poema que está en el cielo.
Comienzo, pues, con la prehistoria de los diecisiete (1906), la edad pastoral o neolítica, y relego la paleolítica a la piedad de las reliquias caseras. Tales los tres sonetos —La duda— inspirados en un grupo escultórico de Cordier y publicados en El Espectador (Monterrey, 28 de noviembre de 1905), acaso mi primer salida en letras de molde.* A los pocos meses, ya se hacía sentir la influencia parnasiana. Ella rectificó el romanticismo amorfo de la adolescencia, el cual —impericia aparte— era el pecado de todos mis versos anteriores, que conservo inéditos en cuadernos manuscritos desde los once años. Ella trajo su consejo de respeto y amor a la física de la palabra.
La presente colección consta, pues, de las siguientes secciones:
I. Repaso poético: 1906-1958.
II. Cortesía: 1909-1947.
III. Ifigenia cruel: 1923.
IV. Tres poemas:
1. Minuta: 1917-1931.
2. Romances del Río de Enero: 1932.
3. Homero en Cuernavaca: 1948-1951.
V. Jornada en sonetos (inéditos o por primera vez recogidos): 1912-1951.
VI. Romances sordos, añadidos en la presente edición: 1938-1953.
VII. Apéndices.
Procedencia de las poesías agrupadas aquí bajo este título:
H.—Huellas. México, Biblioteca Nueva España, 1922.
P.—Pausa. París, 1926.
CS.—5 casi sonetos. París, Ediciones Poesía, 1931.
OV.—Otra voz. México, Fábula, 1936.
AP.—Algunos poemas. México, Nueva Voz, 1941.
RA.—Romances (y afines). México, Nueva Floresta en la Editorial Stylo, 1945.
VS.—La vega y el soto. México, Editora Central, 1946.
OP.—Obra poética. México, Fondo de Cultura Económica, 1952. A fin de evitar repeticiones inútiles, esta sigla sólo se usará para las poesías que fueron recogidas o publicadas por vez primera en dicho volumen.
I. —Versos inéditos o no recogidos hasta ahora.
1ª edición: México, Editorial Cultura, 1948. Con dibujos de A. R. En la presente edición se suprimen todos los versos ajenos y algunos propios. Cortesía fue, en buena parte, un juego de sociedad: inútil reproducir aquí todas sus páginas.
El poema fue escrito entre agosto y septiembre de 1923 (Deva y Madrid).
1ª edición: Madrid, Biblioteca Calleja, 1924. 2ª edición (de 200 ejemplares): México, Ediciones La Cigarra, 1945. La 3ª edición, corregida, en Obra poética, 1952. 4ª edición: A. Magaña Esquivel, Teatro mexicano del sigloXX, 2º tomo, pp. 302-347, México, Fondo de Cultura Económica, 1956 (Letras Mexicanas, núm. 26). La presente es la 5ª edición.
La Breve noticia, publicada en francés (Revue de l’Amérique Latine, París, 1 de febrero de 1926), fue presentada en español, como prólogo a una lectura del poema, con intermedios de quenas bolivianas, en la casa del escritor Gonzalo Zaldumbide, entonces Ministro del Ecuador en Francia (París, 2 de diciembre de 1925).
El Teatro de Orientación patrocinado por la Secretaría de Educación Pública de México, Departamento de Bellas Artes, llevó la obra a las tablas del Teatro Hidalgo, los días 29 y 30 de agosto y 1 y 2 de septiembre de 1934. Director: Celestino Gorostiza; escenógrafo, Agustín Lazo. Reparto: Coro, Felipe del Hoyo y Ofelia Arroyo; Ifigenia, Josefina Escobedo; Pastor, José Neri; Orestes, Carlos López Moctezuma; Pílades, Jorge Sanromán; Toas, Román Solano; pastores, guardias.
El Teatro de Ensayo Hispanoamericano de Madrid presentó la Ifigenia cruel el 12 de abril de 1958 bajo la dirección de Aitor de Goiricelaya con el siguiente reparto: Narrador, Ricardo R. Tundidor; Ifigenia, Carmina Santos; Pastor, Carlos J. Boldó; Orestes, Carlos Ballesteros; Pílades, Simón Vélez; Toas, Antonio Gary; Coro, África Martínez, Concepción Álvarez-Mon, Paquita Fajardo, Delia Zamalloa, Carlos Villafranca, Luis González y Víctor Ruiz Ortiz; Montaje musical, Marcelo Tobajas; Peluquería y maquillaje, Goyo; efectos luminotécnicos, José Manuel Gallardo. La obra fue precedida por unas palabras de José María Souvirón.
1. MINUTA. 1ª edición, Maestricht, Oficinas Gráficas Halcyon, A. A. M. Stols, 1935. Algunas estrofas del poema datan de 1917; la mayoría, de Buenos Aires, 1929 a 1930; y otras pocas, de Río de Janeiro, 1931. El poema fue ordenado y sacado en limpio el 17 de mayo de 1931, día de san Pascual Bailón y aniversario del autor, para ofrecerlo a algunos amigos. Se adoptó el sistema de sustituir la puntuación por espacios, ensayo en honor de Mallarmé.
2. ROMANCES DEL RÍO DE ENERO. 1ª edición, Maestricht, Oficinas Gráficas Halcyon, A. A. M. Stols, 1933. Algunos de estos romances fueron reproducidos después en el volumen Romances (y afines), lo que se indica mediante la sigla RA.
3. HOMERO EN CUERNAVACA. a) Revista Ábside, México, XII, 4, 1948, pp. 413-426: Los doce siguientes sonetos: ¡A Cuernavaca!, 1 y 2; Homero; De Agamemnón (sin título); Menelao y la Sombra; Paris; Dice Hera; Tiresias (error, por “Tersites”); Llanto de Briseida; Entreacto para una Afrodita núbil; Casandra y De mi padre.
b) México, tirada aparte de Ábside, México, 1949: Se añaden tres sonetos más: Tregua espontánea, Genealogías troyanas y Una metáfora. Los quince sonetos aparecen precedidos de unas bondadosísimas palabras de la revista que, entre otras cosas dicen: “… dejándose llevar humildemente, de la mano, por las Musas del Renacimiento y del Siglo de Oro —sin mengua de su siempre alerta y ubicua modernidad—, Alfonso Reyes nos da… una poesía muy antigua y muy moderna; muy sabia y hasta erudita, pero henchida y vibrante de humanidad; regocijada y sonriente como las Gracias, pero —como ellas— limpia y decorosa; auténticamente helénica, y genuinamente mexicana…”
c) México, Tezontle, 1952: Treinta sonetos en total, por haberse añadido a los anteriores otros quince. Éste es el texto aquí reproducido, con algunas correcciones.
El 1º de agosto de 1958, en el Brevard Music Center (Orchestra of the Faculty and Staff, North Carolina) se ejecutó una sinfonía inspirada en estos sonetos, obra del compositor Serge Saxe.
Estos sonetos se recogieron por primera vez en el libro Obra poética, 1952, y hasta entonces eran inéditos en su mayoría.
Nueve romances sordos. Alcance a Huytlale, II, núm. 13, 1954, 8º, 26 pp. Aquí sólo quedan seis romances, por haberse suprimido las tres poesías siguientes: “Noche de consejo” y “Gaviotas”, que aparecen ya en otras páginas del presente tomo y en sus respectivas fechas (abril de 1913, y 1934); y “A la puertas del cielo” (el romance que empieza: “¿De dónde vienes, viajero?”, incorporado en el artículo “El llanto de América”, Los trabajos y los días, mencionado en el apéndice núm. 4, entre los versos aquí omitidos por figurar en libros de prosa.
Se explican en sus respectivos lugares.
OTRO INVOQUE a la Musa de ceño rudo
que esquiva de sus labios las ricas mieles,
y admire más a Fidias que a Praxiteles
y el pliegue de la túnica más que el desnudo.
En el arte lo ingenuo tentarme pudo.
¡Que las Minervas porten fieros broqueles!
Yo prefiero la fresca flor de las pieles
y la mamila erecta por solo escudo.
Los ojos de Calíope resultan fieros:
amo más los de Filis, por lo sinceros;
y si a veces prefiero los de Melchora,
es porque en la zampoña gimo y deploro
no revivir la gracia del siglo de oro
que confunde a la reina con la pastora.
México, febrero, 1906.—H.
ARROSTRANDO las iras de la Parca
me aventuré a las guerras orientales,
y rompí del Egeo los cristales
ora en ágil trirreme, ora en mi barca.
Luché por un magnífico monarca
que compró mis servicios; y eran tales
sus riquezas que casi los rivales
se rendían al oro de su arca.
Mas ¿cuál tesoro como el del prudente
que, al volver de sus ímprobas fatigas,
halló en su hogar el fuego consagrado?
Esposa: no hay marfil como tu frente,
ni oro más rubio que el de mis espigas,
ni dosel como el techo suspirado.
México, marzo, 1906.—H.
PASTAD, oh mis ovejas, y cuando el sol decline,
bajo el haya de Títiro, aunque la yerba espine,
tendremos calma deleitosa;
que, cuando se despierte la blonda madrugada,
dejarán vuestras ubres el ánfora colmada
de tibia leche y espumosa.
Oh madre, buena madre que das frutos y mieles,
madre que beneficias terruños y vergeles:
sacra Deméter, dame trigo;
y llevaré a tus templos, al acabar el año,
vellones impolutos que crío en mi rebaño
y que serán para tu abrigo.
Mi labio en la zampoña suspira dulcemente,
y va la vida rústica fluyendo como fuente
sobre su lecho de verdura;
y, a las invitaciones de la naturaleza,
aspiro en una onda de paz y de belleza
el solo aroma que perdura.
¿Cómo puedo explicarlo, si el viento no se explica
ni se explican las voces del agua que salpica,
ni los arrullos del follaje?
No hay voces ni hay acentos, murmullos ni rumores
para imitar los cantos que gustan los pastores
en esa música salvaje.
El raudo Pan derrame su difusa presencia
que inunda en sus temblores el valle y la eminencia.
¡Amo la vida por la vida!
Que respeten las Parcas los brotes de mi tronco,
hasta que por las venas de mi ramaje bronco
la savia corra empobrecida.
Fecunda madre Tierra: cuando ese trance llegue,
que sea tempestuosa la racha que me siegue,
no haya ocasión a tristes quejas.
Y que, sobre mi tumba dejando sus fatigas,
entre platas y oros de arroyos y de espigas
trisquen y abreven mis ovejas.
México, mayo, 1906.—H.
COMO RELIEVES trágicos tallados por la muerte,
en bloques de montañas graníticas y oscuras
se admiran las marmóreas y atléticas figuras
de aquellos espartanos electos de la suerte.
Allí los amplios bustos de contextura fuerte
y los torcidos nervios y las musculaturas,
allí la dolorosa masa de crispaturas
que el tiempo ha congelado en actitud inerte.
Lucharon “a la sombra de flechas extranjeras”,
y alzando todavía las frentes altaneras,
ya caídos, retaban sin miedo a la Victoria.
Tú que de las virtudes preservas la memoria,
contémplalos desnudos, a grupas de quimeras,
trepando por el arco severo de la Historia.
México, junio, 1906.—H.
VIAJERO: detén tu marcha veloz;
la viña es aquí, si anhelas beber,
si anhelas oír mi jónica voz
que canta placer.
La calma rural te brinda el vergel,
te brinda la vid su ardiente licor,
te brinda el panal un sorbo de miel:
yo te brindo amor.
Mis labios mojó el vino cordial,
con que al beso doy sabor y salud,
y late en mi sien la savia vernal
de la juventud.
Sobre el azahar nevado de abril
la madre común el seno oprimió:
como libación lozana y gentil
su leche virtió.
Y brinda el vergel
la calma rural
y un sorbo de miel
ofrece el panal.
En mis huertos hay un rústico dios
que al canto de Pan imita el vaivén,
y tiene la faz del sátiro, y dos
pitones también.
Viajero: a tu amor el jugo daré
de mi uva carnal, mi rojo pezón;
y el dios cantará triunfal Evoé
como una ovación.
México, julio, 1906.—H.
Rústica, distraída,
siempre al acaso,
canturrea la vida
como remanso.
¡Oh mi dolor!
Ni adoro a una zagala,
ni soy pastor.
TAIMADO intento volver
a las edades de oro:
taimado no puede ser,
y dolientemente lloro
entre ansiar y merecer.
Yo no sé cómo no fui
algún pastor de la Arcadia.
Astro adoro desde aquí
que, a los reflejos que irradia,
brotan las quejas de mí.
Amo el acento de las
dulces trovas que Dionysos
cantaba, siglos atrás,
mientras los chivos sumisos
iban danzando al compás.
Me place la ingenuidad
de las canciones añejas
que dicen: “Por caridad,
oh dioses, a mis ovejas
trigos y pastos les dad”.
Y sólo trato conmigo
los secretos que me digo.
Y sueño que tornaré
a la que causa mi empeño
venturosa edad que fue,
y ved aquí lo que sueño
y que siempre soñaré:
Constante sueño en volver
al rebaño y las campiñas,
y en ir a Baco a ofrecer
que, cuando fruten mis viñas,
vendrá conmigo a beber.
Sueño que el fausto real
olvido por las cabañas,
y que divierto mi mal
soplando las siete cañas
del caramillo rural.
Y sólo trato conmigo
los secretos que me digo.
Y a lo que pide mi amor
ningún capricho se iguala,
que es mi deseo mayor
cortejar a una zagala
disfrazado de pastor.
Rústica, distraída,
siempre al acaso,
canturrea la vida
como remanso.
¡Oh mi dolor!
Ni adoro a una zagala,
ni soy pastor.
México, julio, 1906.—H.
AGRIO MONJE que escrutas la carcoma
de viejos y enigmáticos escritos
y, rezando latines eruditos,
esperas ver el oro en tu redoma:
sólo traza el compás de punta roma
el círculo vicioso de tus mitos,
y al cabo de tus cálculos malditos
la cifra cede y la pasión asoma.
Bajo el sayal, oh célibe arcediano,
bulle tu carne con furor insano:
Claudio Frollo, la ciencia no te cura…
Pronto hallarás el imantado polo,
Piedra Filosofal que te tortura:
tu ley, que es la caída, Claudio Frollo.
México, julio, 1906.—H.
LLEGA CALLADAMENTE, oh peregrino,
a donde moran las campestres diosas:
ellas mantienen sin cesar mis losas
de miel regadas y de leche y vino.
La suerte admira que venció al destino
y que deja tus lágrimas ociosas:
brotan de mi ataúd perennes rosas
al austro asolador o al cierzo fino.
Sangre son que al abrigo de la tierra
se transmudó para alfombrar mi albergue,
que en mi humano despojo nada expira:
Mi alma en el canto de las aves yerra,
y en mi tumba un laurel dos ramas yergue
que remedan los cuernos de una lira.
México, enero, 1907.—H.
Musa de antigua prez: el pecho anhela
el consejo escuchar que ayer decías.
Hoy con alborozadas armonías
tu voz renace y tu palabra vuela:
Ecos de Arcadia y de su pastorela,
del Asia griega y de sus elegías,
del ágil yambo, de las melodías
que lloran junto al mar y el mar consuela;
las islas y los barcos, y el tesoro
de aquel país de las cigarras de oro
adonde son de mármol las montañas,
las fuentes ninfas, dioses los torrentes,
y narran los torrentes y las fuentes
duelos y amores, fábulas y hazañas.
Hijo feliz de la más dulce zona,
próvida Grecia lo acogió a sus pechos,
ofreciéndole todos los provechos
de sus cuatro estaciones. La zumbona
abeja sus panales le abandona,
y el emparrado, derramando a trechos
la verdura, le allega los deshechos
tintos racimos que nutrió Pomona.
Como el claro latino, menosprecia
la muchedumbre que le estorba el paso:
va tras una visión, y entre gemidos
clama altivando el rostro: “¡Grecia! ¡Grecia!”,
y a tal evocación, tiemblan acaso
los venerables montes adormidos.
En la grata estación, en los lagares,
dentro el vino que hierve y que chorrea,
la gente viñadora se recrea
con danzas y canciones familiares,
y moja los sedientos paladares
el zumo que en los cántaros se orea.
Tú, consagrado a la mejor tarea,
concierta con su ritmo tus cantares,
y obedeciendo el pulso de su pauta,
cuéntanos de Jasón el Argonauta,
Héracles moribundo y Deyanira,
Orestes vengador y Europa incauta,
o con las siete bocas de la flauta
o con las siete cuerdas de la lira.
Inspira tu cantar en las ligeras
coplas de Anacreonte; en la sabrosa
tonada de las viñas que rebosa
mieles de otoños y de primaveras;
en el tardo cultivo de las eras;
en la rabia de Aquiles desastrosa,
y en los bravos que fueron abundosa
ración para las aves carniceras.
Y como logres que tu voz se adiestre,
prueba a tañer la música silvestre:
ensaya, ensaya en el carrizo tosco,
a ver si resucitas con tu encanto
—¡ay manes de Teócrito y de Mosco!—
la imperativa sencillez del canto.
¡Y va a cantar! Oídlo, mis zagales,
sombras amigas de los años muertos,
zagales que posabais por los huertos
o que corríais tras los recentales;
Dafnis, Tirsis, Menalcas, inmortales
por la virtud de la canción, y expertos
en lides de pastores, y disertos
en palabras y en ánimos cabales.
Oíd la sinfonía cómo brota,
ya cual raudo torrente que borbota
o ya cual sesgo vagabundo río.
Oíd suspensos, detened el paso,
y ofreced al cantor el mosto frío,
ungiendo en cera perfumada el vaso.
El éter brilla. Rúbea su lumbre
aviva el sol, y sosegadamente
gana Helicón, lo incendia de repente,
y llamean después cumbre tras cumbre.
Tiembla un bosque de lauros. La quejumbre
de la avena canora se presiente
más que se oye, y rinden torpemente
los árboles su añosa pesadumbre
como asombrando idilios de pastores.
¡Oh dulce Tierra, oh Gay, y cuántas gomas
suda el tronco! Los hímenes dan flores,
cunde la savia, se derrumban pomas,
se buscan los cabritos triscadores,
¡oh Gay, y todo es luz y amor y aromas!
A juzgar por el ruido de la fronda,
alguien llega. Un temblor en el ramaje
revela fuga, o tímido espionaje
de caprípedos. Surgen de la honda
selva las ninfas y, bailando en ronda,
cercan a Diana que olvidó el ropaje
y se recata mal con la salvaje
y enmarañada cabellera blonda.
De pronto escapan: un galope truena,
ceden las juncias, la hojarasca suena.
Y en lugar del raptor que las espanta,
ciervo nervioso y ágil aparece,
huella el suelo y extático levanta
la grave cornazón que lo ennoblece.
México, agosto, 1907.—H.
Los sonetos omitidos de esta serie se mencionan en el apéndice núm. IL
TÚ QUE, huyendo el rumor y los ardides
cortesanos, vivías ignorado,
sabio cultor, no dejes tu sembrado,
tu grey no olvides, tu heredad no olvides.
Las silvestres faenas no descuides
y no abandones tu sencillo estado,
ya que guarda Virgilio de tu arado
y guarda Anacreonte de tus vides.
Poda los brotes del laurel de Apolo
y educa los racimos de Leneo
pacientemente, diligente y solo;
y goza de tus años, tú que abrevas
el labio con gustoso paladeo
en vino añejo de tus hidrias nuevas.
Monterrey, diciembre, 1907.—H.
MANES del héroe cantado, sombra solemne y austera:
Hoy que de todos los vientos llegan los hombres en coro,
echan la sal en el fuego y, al derramar la patera,
rezan el texto sagrado de gratitud, y el tesoro
de sus ofrendas esparcen entre licores y mieles;
y con tu lanza de piedra y con tu escudo de pieles
vienes a oír los cien himnos de las cien bocas, y el quieto
aire se anima de pronto con tu carcaj, que repleto
de tus saetas sonoras a tus espaldas resuena;
hoy que por montes y valles se oye el triunfal caracol
con que a los pueblos anuncias tu advenimiento, y serena
yergues la estoica figura bajo la lumbre del sol;
hoy que a tu influencia divina gana el espanto a los seres
y que combaten las águilas entre las nubes, y el rudo
Genio del Bosque despierta toda su fauna —pues eres
el Domador de los Pumas, y con tu lanza y tu escudo
vienes a oír nuestros himnos; pues con tu clava titánica
grave dominas, y el ceño torvo contraes, y ahuyenta
sorda tu cólera el brío de los guerreros, y grávida
se hincha la tierra en volcanes a tu mandato, y violenta-
mente su entraña vomita, para servir tus hazañas,
armas forjadas a fuego dentro las propias entrañas—,
alto Señor de la Selva, por tu vigor primitivo,
¡salve!; por las armaduras y las coronas deshechas
que con estrago derrumbas a tu poder; por el vivo
hálito heroico que infundes a tus designios audaces,
¡salve, Maestro del Arco, por la virtud de tus flechas
con que clavaste en el cielo rojas estrellas fugaces!
Ánimo sobrio y rígido de los primeros romanos
que, con interno furor, indignaciones cultiva,
hasta que el fuego madura y hace brotar de las manos
todos los rayos, y enciende todas las cumbres, y aviva
todas las fuerzas del cielo y siembra pavor en los llanos.
Camina con bíblico paso, y su sombra en desiertos y eriales
siembra germen y abona y provoca primaveras de verdes rosales.
Va en romería seguido de augures, poetas, guerreros,
que soplan las trompas fatídicas para derribar la muralla.
Tiembla el cielo un instante: páranse a ver los romeros:
toda la luz, de pronto, se concentra en aurora, que estalla
desde el zenit a la tierra en lluvia de sangre potente.
Alzan los hombres los brazos: buscan al Ojo Clemente.
Cantan los propios esclavos sacudiendo la grave cadena.
Gana el espanto a los seres, se oye el triunfal caracol
y —oh Vencedor de Dragones, héroe cantado— serena
yergues la estoica figura bajo la lumbre del sol.
Tal como, al alba, la luna se licúa en el lácteo vano,
tal palidece de súbito el cándido Maximiliano.
Vengan de lejos las gentes cantando los innumerables
himnos; los nobles provectos rememoren los bélicos años;
emprendan la danza pírrica los adolescentes amables;
írganse rotas banderas; oigan hasta los extraños
el trueno de júbilo y gloria de nuestro festejo sonoro;
luzcan de día los astros sus cinco fulgores de oro;
presida la sombra de Píndaro en el triunfo de los gladiadores:
—¡Ío Peán! ¡Los oráculos aconsejan el canto, cantores!—.
Y ancianos y adultos y niños celebren el aniversario,
los unos callados, los otros disertos, los otros locuaces.
La pulsación de la tierra se agita; en el ímpetu agrario
se revela empujando los tallos, y las fieras están voraces
y los pájaros gritan y asordan. Nosotros, vestidos los ánimos
de orgullo y respeto, traemos hasta el montón funerario
la vieja oración que aprendimos, los votos, el hereditario
ritual. Y los prístinos manes de los abuelos magnánimos
oigan la misma plegaria, presente de labios paternos
—legado común y tesoro, vigor de la raza—; nosotros
nos damos al gozo franco que, como los ritmos eternos,
año por año renace, prende en amor a los potros,
conmueve las ansias dormidas, revela las fuentes oscuras,
sopla lujuria en la selva, quema las castas cinturas
—oh Primavera—, y abruma el aire de polen, de frutos
los árboles, bulle los gérmenes, atiza el fecundo calor;
y año por año nos rinde, para servir los tributos
en las Calendas de Julio, una cosecha de amor.
El aire encantado aguarda la voz de las vírgenes; yedra
corona las sienes. Lleguemos al catafalco de piedra,
hoy que, anunciado a los pueblos por el triunfal caracol,
yérguese el héroe, gigante, bajo la lumbre del sol.
México, 18 de julio, 1908.—H.
Esto que voy a contar
lo vine soñando
por unos besos traidores
que se me fugaron
de junto a los labios.
¡Mal haya mi astro!
Que se me fugan los besos
de junto a los labios!
AL PILAR de un viejo Término
—espanto de robadores—
enredó una vid el tallo,
y fue trepando hasta donde,
privada de más apoyo,
coronó la frente noble.
Hojas soltaba la vid
y racimos de colores;
de modo que en tanta pompa
el dios Término adornóse,
que a poco desaparece
y entre el follaje se esconde.
¡Mas no! Que el rostro surgía,
asomado entre verdores,
para vigilar el huerto
de pájaros y ladrones.
En tanto, la vid soltaba
sus racimos de colores;
y, por virtud de la suerte,
sobre los labios inmóviles
del dios, suspendió un racimo:
¡racimo de tentaciones!
¿Fue verdad o fue mentira?
¿Lo inventaron los pastores?
¿O tal vez los caminantes?
¿O quien los versos compone?
No, que lo vio quien lo canta:
créalo, pues, quien lo oye.
A tanto el ansia llegó,
que el viejo Término, entonces,
hasta movía los labios,
hasta lanzaba clamores;
y esto el cuitado decía
con amarguísimas voces:
¡La vid desdeñosa!
¡Me tienta y se mofa!
En muy mala hora
me vino a tentar.
¡Y mucho que anhelo,
y nada que puedo,
y aínas que muero
de tanto anhelar!
Y el racimo desdeñoso
—¡racimo de tentaciones!—
iba nutriendo su jugo,
concentrando sus dulzores.
Hasta que, a influjo del año
—buena la sazón—, cayóse
la primer perla de mosto
sobre los labios temblones.
Y a su vez todas las uvas
(creedlo, quien lo conoce
lo cuenta), dulces, hinchadas,
deshechas, cayeron sobre
la boca del dios de higuera
que guarda la linde al bosque.
Unos besos prometidos,
pero con engaño,
ha un año que me tenían
confuso y huraño.
¡Me río del daño,
y ya ni me plaño,
pues que maduran los besos
a influjos del año!
México, octubre, 1908.—H.
A ENRIQUE AP. HENRÍQUEZ
(La Catedral de Santo Domingo, la más antigua de América, quedó sin torrepor vicisitudes del tiempo. A los cuatro siglos quisieron agregarle una torre.)
¡CATEDRAL de cien blasones!
Y cómo te quieren mal
los que intentan con baldones
cubrir tus mutilaciones,
Catedral.
¡Cuán livianos los livianos
que, al mirarte desigual,
piensan en teñir los canos
cabellos de los ancianos,
Catedral!
A trocar daños por daños,
opón verdades a engaños,
Catedral:
cicatrices de los años
honran al mundo mortal.
No te veneran lo justo
los tuyos, oh Catedral,
si dejan que el templo adusto
se vaya tornando al gusto
de los que te quieren mal.
De lueñes tierras venía
gente sobria y porfiada,
a par belicosa y pía;
tanto, que plantar quería
la cruz en donde la espada.
Eran bravos paladines,
según dejaron señal,
y de tan piadosos fines
que al canto de los clarines
alzaron su catedral.
Y como su fe no arredra,
antes la acrece el destierro,
con presteza el templo medra,
y acarreaban la piedra
los batallones de hierro.
Sobre tus muros senectos
vaciando el hondo caudal,
labraron odios y afectos
tus soldados arquitectos,
Catedral.
Y pues hoy manos herejes
hurgan la herencia inmortal
que con tus muros proteges,
¡no las dejes, no las dejes,
Catedral!
Pon un grito en tus campanas
(¡Ah de los usurpadores!)
y a las tierras quisqueyanas
llama las sombras cristianas
de aquellos conquistadores.
Ellos escalen tus muros
para prevenir la gesta,
revistan los petos duros,
y con los brazos seguros
armen la tensa ballesta.
Que si se yergue en la tierra
retando, la torre, al rayo,
cielo y tierra harán la guerra:
prevenga un temblor la tierra
y el cielo descargue un rayo.
¿Será que callen los bardos?
¿Será que callen, será
que no haya piedras ni dardos,
si hay artífices bastardos
que tal emprendan? ¿Habrá
tamaña mengua? De juro
no será, de juro aquel
que al templo se atreva, impuro,
será clavado en el muro,
y con el propio cincel.
Bardos, los hombres de antaño
os legaron tal misión:
Cerrad el templo al extraño.
Os toca guiar el rebaño
ya que tenéis la canción.
México, 1908.—H.
ESTA NECESIDAD de sacrificio,
que me hace vivir como muriendo,
me subleva de modo que no entiendo
cómo me tiene amor a su servicio.
Quédate, amor, y váyase el suplicio
inútil que me tienes padeciendo:
¡si el alma claro me lo está diciendo,
que amar amor es amar sacrificio!
¡Cuánto exiges, amor, ay, cuánto exiges!
¡Y cómo en tus oscuros arrebatos
disfrutas, alma, cuanto más te afliges!
¡Y qué bien miro lo que voy perdiendo!
¡Y qué bien miro que son insensatos
los que quieren vivir como muriendo!
Monterrey, enero, 1909.—H.
PUES QUE la noche sugiere cánticos,
apresta, Lidia, la arcaica péctide:
yo siento a los dioses antiguos
que me inspiran no escuchados cármenes.
En ronda llegan ya por la córnea
puerta los sueños; su aliento cálido
exhala, al fulgor de los cielos
estrellados, la dormida tierra.
Otros reposen, yo no que, trémulo,
siento transido de gozo el ánimo
en esta quietud donde duermen
los rumores gárrulos del día.
Lidia, semejas inmenso pájaro,
y de las manos las palmas cándidas
en alto ofreciendo a la luna,
y el espíritu y la frente en alto,
tú, deslizando la blanca túnica,
Lidia, semejas inmenso pájaro,
y acude a tus hombros de diosa
de palomas el sagrado ejército.
¡Lidia, despiertas toda la fábula!
Tiembla en mis labios un grito helénico,
y siento pesar en mi frente
palpitante la corona antigua.
Otros procuren los templos bárbaros
donde veneren signos estériles:
yo no, que la sal crepitante
doy aún a la encendida brasa.
Mi sed apagan Cécubo y Másico
bienal; yo guardo sellada un ánfora,
amigos, que espera los triunfos
con que amor os signará los pechos.
Como el altivo nieto de Rómulo,
canto las fuentes, canto las Tíades
que anuncian con ruido de címbalos
la llegada del tebano Evios.
Digo los juegos y el dios magnánimo
de los ardientes coros, los héroes,
y Marte vestido de bronce
y de Aquiles el sonante carro.
Ni desconozco la voz de Títiro,
ni los idilios, ni las arcádicas
pacíficas lides que emprenden
los pastores por ganar el “quéramo”.
Si hoy me seducen los cantos plácidos,
dejad que lleguen los años gélidos,
y al grado de las estaciones,
como el campo, mudaré mis frutos.
No sólo quiero voces de júbilo,
mas den los vates su aliento máximo,
y con valerosa palabra
den eternidad a los instantes.
Hoy suena el gozo sus dobles crótalos,
y yo en la corva lira ensayándome,
celebro mi vino y tus besos,
Lidia, y mis guirnaldas y mis años.
Huye la noche con su magnífica
diadema, oh Lidia, y yo, nombrándote,
anhelo acrecer en mis versos
de tu vida las fugaces horas.
México, mayo, 1909.—H.
EN LA más diminuta isla,
donde nadie la descubrió,
habitada por bellas formas
diminutas que nadie vio…
—¡Oh, los pájaros saben tanto!
La gaviota que la encontró,
la que vuela por tantos mares,
la gaviota me lo contó—,
… un castillo de miniatura,
el castillo del Rey de Amor,
con sus torres y sus puentes
se levanta sobre un terrón.
A la siesta, frente al castillo
—el castillo del Rey de Amor—,
diminutos lagartos verdes
suelen ir a beber su sol;
y en los frescos anocheceres,
a la hora del pastor,
por el aire revolotean
las dos hijas del Rey de Amor.
Hete aquí que a la mayorcita,
que se llamaba Flor de Amor,
un lagarto salió al encuentro
y le dijo cuando salió:
—¿Me darás tu precioso anillo?
Con fatigas lo quiero yo—.
Y en galante doncel de amores
al decirlo se convirtió.
Y la niña ¿qué le responde?
Bien oiréis lo que respondió:
—¡Que te alejes y te me apartes,
que lagartos no quiero yo!—
Más no dijo ni más dijera,
que el doncel desapareció,
y quedó sin hablar la niña
que se llamaba Flor de Amor.
Y hete aquí que a la menorcita,
también llamada Flor de Amor,
un garrido galán de amores
en amores la requirió.
Y la niña ¿qué le responde?
Bien oiréis lo que respondió:
—¡Hora sús, lindo caballero!
Que contigo me fuera yo;
que me robes sobre la grupa
de tu corcel
galopador,
y me lleves a donde sabes
que apetece mi corazón—.
Más no dijo ni más dijera,
que el doncel la espuela hincó,
y por el aire huyó la niña
también llamada Flor de Amor.
¿Quién dirá cómo sigue el cuento,
que no atino a seguirlo yo?
¿Para qué recordar los años
—fueron años de dolor—,
cuando lloraba, hilando el copo,
la mayorcita Flor de Amor?
Una tarde, frente al castillo,
una libélula llegó.
Sobre su dorso cabalgaba
la menorcita Flor de Amor.
Era la hora en que las olas
se acariciaban con rumor,
las luciérnagas encendían
sus farolillos de color,
y por el suelo verdeaban
los lagartos del Rey de Amor.
Y un lagarto y una libélula,
y la mayor y la menor,
tanto charlaban y reían
que la gaviota no entendió…
La gaviota de tantos mares,
la gaviota me lo contó.
Cuando ya todos son felices
¿a qué seguir con la canción?
Otro venga a acabar el cuento,
que no acierto a acabarlo yo.
México, junio, 1909.—H.
ESTA NOCHE todos los pájaros
quieren cantar.
¡Ah, dejemos dormir la monótona
ley del hogar!
No me brindes tanto reposo,
que soy de pasión.
Ni he de echar el aceite al fuego
ni la sal, señor.
Cultivaré más bien tus cantos,
y de mi amor
ya tendrás un hijo armonioso
como Euforïón.
Nuevo amor te ofrezco que aliente
sólo de cantar,
de reír, de agitar antorchas
y de danzar.
Danzas pide la noche, amigo,
y es fuerza osar;
deja andar mis pies en la danza,
déjalos andar.
Esta noche todos los pájaros
quieren cantar.
¡Ah, dejemos dormir la monótona
ley del hogar!
A las cotidianas faenas
me libertaré,
tú estarás ansioso admirándome
y yo danzaré.
Yo, a gustar la noche libérrima,
que soy de pasión;
y tú, a la mejor de tus siembras:
las semillas de tu canción.
Nuevo amor te ofrezco que aliente
sólo de cantar,
de reír, de agitar antorchas
y de danzar.
Ya te daré un hijo armonioso,
como Euforïón.
Esposo:
oye, deja andar mis pies en la danza,
que soy de amor.
México, septiembre, 1909.—H.
NI FORMA de la vida, ni pensamiento pasa,
ni luz, ni voz, ni tengo calor ni compañía,
cuando, súbitamente, rompiendo el alma mía,
penetran, como pájaros, los ruidos de la casa.
¡Claro rumor del agua bajo los platanares,
y canto de las aves en el amanecer!
Y ¡oh visión de las nobles figuras familiares,
que ya no he de miraros donde estabais ayer!
Dispersos los hermanos, ¿qué harás, antigua casa
adonde cada objeto me saludaba ya?
¡Si hasta la misma tierra, después que el agua pasa
ansiosa se pregunta si ya no pasará!
Camina con tu cruz; llévate, peregrino,
lo poco que guardábamos de paz y de virtud.
Yo voy también abriendo con los pies el camino,
soltando a cada trecho mi gota de salud.
Los remos temblorosos esperan la partida:
Ítaca y mis recuerdos, ay amigos, adiós.
Somos dos en la barca: el agua está dormida.
¡Ya diremos los cantos del mar entre los dos!
México, septiembre, 1909.—H.
A RICARDO ARENALES
—CAMINAS por el prado, que está de primavera
y, ciego, ¿no contemplas sino el radioso vano?
¿Adónde, adónde, ciego, conduces la carrera,
alzando a Dios las palmas que llevas en la mano?
Ciego del mundo, y sabio para mirar al cielo,
sueltas la mente por donde los astros van,
como en la noche oscura, por el Monte Carmelo,
erraba, libre, el alma del místico San Juan.
La tierra estaba verde, el cielo estaba rosa
y, lejos, en el cielo, fulguraba una cruz.
Pasaste tú, romero, y no mirabas cosa,
sino, en el cielo, la maravillosa luz.
¿Andabas por el prado, que está de primavera,
y, ciego, no mirabas sino el radioso vano?
¿Adónde, adónde, ciego, llevabas la carrera
alzando a Dios las palmas que ofrecía tu mano?
A mí, que, donde piso, siento la voz del suelo,
¿qué me dices con tu silencio y tu oración?
¿Qué buscas, con los ojos fatigados de cielo,
más alto que la vida y sobre la pasión?
Romero: en el crepúsculo vuelan los serafines.
En la dorada luz te borras para mí.
Tu alma y el crepúsculo se mezclan por afines,
y en la tarde tu lámpara arde como un rubí.
La sacrosanta lámpara donde quemar perfumes;
la de alumbrar, nocturna, la trabajosa senda;
la que ha de velar por ti, cuando te abrumes
en medio de la noche azul, bajo la tienda—.
El romero, que estaba en medio de la tarde,
me miró silenciosamente, con claridad:
yo no vi en sus ojos mentira ni alarde,
sino la inmóvil luz de la fatalidad.
La lumbre de la tarde se apaga. Raudo giro
de imperceptibles pájaros vibra con suave son.
Y un grito, y un sollozo, y un canto, y un suspiro
se ahogan en la tarde como en mi corazón.
México, noviembre, 1909.—H.
DUERME EN la chispa frágil la palpitante fragua,
y en el fugaz intento nuestra fatalidad:
seamos, por el noble silencio, como el agua
quieta, que se enamora de su inmovilidad.
Al remero del alma, que dé paz a los remos;
al destino, que frene de pronto su corcel.
Apaga el ansia, baja la voz, filosofemos,
y no nos oiga el sueño lo que decimos dél.
México, 1910.—H.
AL ARRULLO de sus brazos,
dormido un Amor reía.
Ella, de verlo tan niño,
muy inocente lo hacía.
Yo, contemplando a los dos,
desazonado decía:
“Aguerrido es el chicuelo,
duro de llevar, amiga.
Las cautelas que aquí pienso
razón es que te las diga.
(Cuida no nos oiga Amor,
que en sueños oír podría:
si escuchara lo que hablamos,
¡sabe Amor lo que sería!
Canta en voz baja, señora,
que abrir los ojos podría,
y si abre el Amor los ojos
se nos oscurece el día.)
“Bien nos estamos, señora,
ni yo tuyo, ni tú mía.
Mira que son los instantes
cicatrices de la vida,
y se gana, hablando gustos,
sólo granjear fatigas.
(Cuida no nos oiga Amor,
que en sueños oír podría.)
No hagamos dolor de siempre
el regocijo de un día.
¡Si abriera el Amor los ojos,
sabe Amor lo que sería!
“Yo, al arrimo de tu puerta,
por las noches lloraría,
y la gente que pasara
de fijo que se reía.
Lo que hoy me das en confianza
recelo se tornaría.
Hoy puedo besar tu mano,
entonces la esquivarías.
Hoy me miras a los ojos,
entonces los bajarías.
El tierno niño que arrullas
verdugo se trocaría;
y luego de tanto daño,
como es tan travieso, iría
a echar los dados con otros
niños de su compañía…
(Cuida no nos oiga Amor,
que en sueños oír podría.)”
Y, con el fardo en los brazos,
ella, a par que lo mecía,
entre dormida y despierta
escuchaba y sonreía,
escuchaba y sonreía.
México, julio, 1910.—H.
ALTA ENCINA y oráculo, milagro de la tierra,
que hablaba estremecida del viento de la mar:
hoy, en el corazón antiguo de la sierra,
la mano se ha secado que la pudo plantar:
la que estallaba en rojos rayos de profecías
y echaba por las tribus bendiciones de pan;
la que, en la sal del llanto que llora Jeremías,
amasaba las ásperas harinas de su pan.
(Porque, desde la noche primera de los días,
los hijos de los hombres no se redimirán.)
Inmensidad de cielo y mar,
alta virtud de consolar,
de alimentar, de perdonar
—oh Satanás— y de matar.
Alegría funesta, consuelos enemigos,
piedad sañuda y flora turbia de bien y mal:
limosna de la muerte, que alarga a los mendigos
en ademán de dádiva la hoja del puñal.
La cruz de aquel profeta, larga como un gemido,
subía hasta las nubes en pos de tempestad:
por ella descendía el dragón encendido
a devorar el fruto de la posteridad.
(Porque la humanidad es perenne gemido,
y es mejor no nacer para la humanidad.)
Desolación, desolación.
Es nuevo Herodes la razón;
sea, en el ara del perdón,
la humana mies, degollación.
Con la sabiduría clásica del Sileno,
avanza por los campos de hielo el redentor;
el carro de su voz rodaba como un trueno,
su frente era promesa, sus ojos estupor.
Venerable como un tronco vestido de heno,
el redentor tenía la cara de Moisés.
Bajo el cabello, lívido reverberar de plata,
copiosa barba llueve como una catarata.
Lleva alas de relámpago prendidas a los pies.
Cuando deja salir la voz a predicar,
es como si gritara súbitamente el mar.
Desolación, desolación.
Maldita está la Creación,
y es una larga convulsión
el palpitar del corazón.
Y el coro de los pueblos hierve como la espuma
—oh asalto de las olas—, persigue al redentor;
el vaho de los hombres forma en el éter bruma,
y la tierra se moja de llanto y de sudor.
(Flota en la estepa un vivido reverberar de plata
que llueve de la tarde como una catarata.)
Y la terrible boca pronuncia la sentencia,
y ardiente espada surge de la terrible boca;
consúmese a lo lejos el Árbol de la Ciencia,
y el Arca de Noé se parte en una roca:
“Hermanos, replegaos al útero materno.
Abrid tumbas, la vida es vergüenza y error.
La carne de los hombres es pasto del Infierno.
La Creación es mancha del manto del Señor.”
Inmensidad de cielo y mar,
alta virtud de consolar,
de alimentar, de perdonar
—oh Satanás— y de matar.
México, noviembre, 1910.—H.
Tienes tu casa rústica vestida
con los signos de paz, fuerza y decoro,
donde arde, como lámpara escondida,
tu viudez de varón, esquiva al lloro.
Tienes la tierra de sembrar vencida,
inundados los campos en tesoro;
y tienes amarguras de la vida
para saciar tu corazón de oro.
A lo largo del día te contemplo,
bajo tus cielos, como en ancho templo,
corriendo entre los riscos y cañadas,
vigilando tus mieses y tu presa,
desde el potro gritando a las manadas,
alzado en los estribos con fiereza.
¡Oh, que llene tus trojes y graneros
todo el vigor que siembras por la tierra!
Y que eduques tus hijos caballeros:
ella, de la ciudad; él, de la sierra.
Que prospere la yerba en los potreros
donde, a la tarde, tu yeguada yerra;
y que eduques tus hijos caballeros:
ella en la paz, y él para la guerra.
Porque en tu alma no se cicatriza
la irrestañable plenitud del sano,
que chorrea virtud por donde pisa;
y eres, en tu precioso temple humano,
como en la ley de la moral castiza,
duro al soberbio, a los humildes llano.
México, diciembre, 1910.—H.
A LA HORA en que está muriendo el día
en regalada paz y luminosa,
siento subir el ánima olorosa
del verano del campo que se enfría.
¡Tarde, playa del mar constante y pía!
Nave del corazón: al fin reposa.
Salte, alma, como una mariposa,
a temblar en la luz que se desvía.
Yaces, amiga, sobre la ventana,
por donde nuestra lenta vida mana
hacia el ocaso, hacia la inmensidad.
Y en el desvalimiento de la tarde,
la dulce lumbre de tus ojos arde
para consuelo de mi soledad.
México, 28 de diciembre, 1910.—H.
ELLAS VAN coronándose de flores y de espigas;
nosotros, dialogando de amor y de fortuna;
y sobre los cabellos claros de las amigas
—oh Alemania romántica de ayer— brilla la luna.
¡Qué noche cristalina y qué deleite raro!
En hilos de la luna la plática se enhebra,
y es nuestra paz más blanca que un pensamiento claro
arrullado a la margen del lago de Ginebra.
Y suben grandes olas de sueño y de ventura
en la música sola de aquella soledad,
y el agua de la luz lunar se vierte, pura,
se derrama en el cielo, tiembla en la inmensidad.
—¿Habláis de amor, amigas discretas, de fortuna,
de clara paz dormida como la luz lunar,
oh románticas, bajo la plata de la luna,
oh coronadas, sobre el oro del espigar?
Hablan de los lejanos poetas de Inglaterra,
y las oímos como se oye un manantial.
Parece aquélla un hada: va sin pisar la tierra,
canta un verso de Milton, sagrado y musical.
Otras danzan en coro, los brazos en los brazos,
al ritmo de los versos, de la hojarasca al son.
Otra sueña en Ofelia: guirnaldas teje y lazos
de rosas, y hecha pájaro se deshace en canción.
Ah, pero la que lleva una estrella en la frente
—sueños de amor, ensueños de gozo, oh noche, oh luz—;
ah, la que lleva una estrella refulgente
y tembloroso el pecho y los brazos en cruz,
—Oh, no —proclama—, amigas; oh, no más por mi vida:
Ni Ofelia, ni Cordelia, ni Lancelot, ni Childe
Harold… Oh noche, oh luna, yo sigo suspendida,
sí, suspendida al blanco cuello de mi Oscar Wilde.
México, diciembre, 1910.—H.
¡OH MIS sabios, mis filósofos:
cerrada hallasteis mi puerta!
Ocasión es de marcharos:
la casa tengo hoy de fiesta.
¿Qué se os dan mis interiores
ni qué mis cosas domésticas?
Idos, que en mi corazón
muchas visitas se hospedan,
y hoy recibo en mi taller
mis libros de cabecera.
Robásteisme ayer en charlas
toda mi sustancia entera:
burla hicisteis de mi vida,
chismorreos de mis penas,
hablillas de mis amores,
escarnio de mis cadenas,
de mi ademán comentarios,
discursos de mis maneras,
críticas sobre mi andar,
sobre mi vestir sentencias,
de mis días efemérides,
de mis noches analectas,
notas de mis desayunos,
de mis comidas polémicas,
escolios de mis bebidas,
corolarios de mis cenas.
Tal, amigos, me dejasteis
peor que no digan dueñas,
castigado por fiarme
de las orejas ajenas.
¡Mal hayan los que reclaman
caricias para sus penas,
amigo en sus alegrías,
compañía en sus dolencias!
Ya mis amigos censores
me alzaron pendencia y guerra,
porque quieren que las Musas
caminen con andaderas.
En malos tiempos vivimos
pues que reír no es prudencia,
sufrir es indiscreción,
maldecir es indecencia.
¿Dónde están los humanistas,
buenos hijos de la tierra,
que me sepan tolerar
todas mis inconsecuencias?
¡Y yo que cambié por versos
tantas desdeñables prendas,
y el humor manso troqué
por unas pocas de letras;
el pasaporte social,
por las tablillas de cera;
los recuerdos de familia
arrojé por la tronera,
y me quedé en mi taller
con mis libros a la vera!
¡Santos ellos! Que el humor
ni me lo juzgan siquiera;
que todas mis maldiciones
Horacio me las celebra,
y me perdona Aristófanes
todas mis inconsecuencias.
Traigo a Marcial junto a mí,
por si me importuna Séneca,
y Villon me quiere bien
y también Lope de Vega.
Tirso-de-Molina-mente
mi Musa al balcón me espera;
me auxilia Trotaconventos
con una escala de seda;
el Arcipreste de Hita
me invita de su merienda,
y hasta el Obispo de Hipona,
fuerte brazo de la Iglesia,
me ayuda con las fatigas
de los sentidos en guerra.
Pero discordantes golpes
oigo sonar a mi puerta,
y se asustan los espíritus
que andan en mi biblioteca,
y la paz se me encabrita
y el gusto se me amedrenta…
¡Oh mis sabios, mis filósofos:
se me resiste la puerta!
No hallo cómo introduciros,
que hoy tengo en la casa fiesta.
Idos, que en mi corazón
muchas visitas se hospedan,
y hoy recibo en mi taller
mis libros de cabecera,
y leo a mis humanistas,
buenos hijos de la tierra,
que me saben tolerar
todas mis inconsecuencias.
México, 25 de febrero, 1911.—H. RA.
MONTERREY de las montañas,
tú que estás a par del río;
fábrica de la frontera,
y tan mi lugar nativo
que no sé cómo no añado
tu nombre en el nombre mío:
pues sufres a descompás
lluvia y sol, calor y frío,
y mojados los inviernos
y resecos los estíos, —
no sé cómo no te amañas
y elevas a Dios un grito,
por los pitos de tus fraguas
y de tu industria en los silbos,
por que te enmiende la plana
y te enderece el sentido,
diga a la naturaleza
que desande lo torcido,
y te dé lluvia en verano
y sequedad con el frío.
Monterrey de las montañas,
tú que estás a par del río
que a veces te hace una sopa