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Luego de una acuciosa investigación, Mario Luis López Isla cumplió relatos, reflexiones, comentarios, anécdotas e imágenes para contar, de manera cronológica, una hermosa historia de vida. Carlos Fernández Montes de Oca es su protagonista, llamado desde sus primeros días de nacido por Pachungo o Pacho, seudónimos con los que recorrió escenarios diferentes para ir dejando, como una estela de luz, profundas huellas internacionalistas, de amor, patriotismo y lealtad. A Cuba le entregó su inteligencia y valentía; a sus compañeros de estudio y de lucha, su ideal; y al comandante Guevara, una confianza y probidad infinitas manifiestas en los combates de la región central de la Isla, en su Columna No. 8 Ciro Redondo, en las tareas que al triunfo de la Revolución le asignara y más tarde, en la guerrilla boliviana donde, como él, también diseminó su sangre.
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Seitenzahl: 345
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Edición: Olivia Diago Izquierdo
Diseño de cubierta e interior: Liatmara Santiesteban García
Realización: Liatmara Santiesteban García
Corrección: Olivia Diago Izquierdo
Cuidado de la edición: Tte. cor. Ana Dayamín Montero Díaz
© Mario Luis López Isla, 2019
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2022
ISBN: 9789592244597
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
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Casa Editorial Verde Olivo
Avenida de Independencia y San Pedro
Apartado 6916. CP 10600
Plaza de la Revolución, La Habana
A la memoria de
Alberto Fernández Montes de Oca, Pachungo;
y de su hermano Orlando, también mártir de la Revolución;
A todos los caídos en la guerrilla boliviana,
muy en especial, al Che.
Mis agradecimientos
A Marta, la hermana de Alberto, imprescindible para la elaboración de estas páginas.
Al hijo y esposa de Pachungo, Dr. Alberto Ernesto, y Teresa Seco Mata, por su constante apoyo.
A Jorge Fontela López, amigo de Alberto, por la cantidad de información que llevó a mi pluma. Lamentablemente, sin tiempo para ver concluida la obra.
A Orlando García Rodríguez, el guía de su pelotón durante la batalla de Santa Clara, quien también nos abandonó físicamente; perosus valiosos y pormenorizados recuerdos abundan en el libro; así como a su hija Xiomara, por su incondicionalidad.
A todos los entrevistados que brindaron sus apreciables Testimonios; a los autores de los libros consultados y a quienes ofrecieron de alguna manera su ayuda para este texto.
Cuando murió el comandante Ernesto Che Guevara en la guerrilla boliviana, en 1967, tenía yo casi doce años, por lo que solo conocí lo esencial de aquellos acontecimientos. Con el tiempo me fui interesando en el tema y, al estudiar en la universidad la especialidad de Historia, junto a otros alumnos que como yo admirábamos de manera profunda al comandante argentino-cubano, logré acceder a atrayentes informaciones desconocidas por mí hasta entonces.
En cuanto a Alberto Fernández Montes de Oca, Pacho o Pachungo, no puedo precisar el instante en que conocí de su existencia, lo asocio de manera inconsciente a las distintas noticias que oí o leí sobre el combate en la Quebrada del Yuro; sin embargo, sí recuerdo que siendo aún estudiante universitario en La Habana, alrededor del décimo aniversario del asesinato del Che, circuló entre nosotros un libro titulado Ñacahuasú,la guerrilla del Che en Bolivia, publicado en el extranjero, con fotos inéditas de su cadáver y escrito por José Luis Alcázar, un periodista boliviano que se mantenía al tanto de los hechos.
De esa lectura, tengo presente aún, cómo llamó extraordinariamente mi atención, la resistencia y la caída, por un ataque con granadas aquel 8 de octubre, de tres miembros de la guerrilla: los tres cubanos. Grabé para siempre —no sé por qué razón— solo uno de sus sobrenombres: Pachungo.
Muchos años después, fui conociendo a familiares y amigos, a través de los cuales supe detalles de su existencia, mi interéscreció y nació este libro. Permítaseme aclarar que, al escribir acerca de su paso por la vida, su muerte e impronta, no lo hago con la intención de que se aprecie como un repaso provocador de nostalgia y de lágrimas, sino para que constituya un recuento testimonial que, además de estimular anuencia, adhesión y admiración, sea una muestra de cómo este cubano transitó, de forma altruista, por el camino a la gloria.
Autor
El escritor, acompañado de su esposa, Ester Lidia Vázquez Seara, descendió del auto. Raudo sintió la brisa de una tarde de mayo. Corría 1997.
Mientras se acercaba a una enorme mansión de campo, sintió el obligado placer de detenerse ante la imponente y típica casona canaria de amplios portales corridos, con barandas, y atestados de plantas ornamentales de los más disímiles tipos y colores. Las anchas paredes exteriores, construidas con piedras, todas de origen volcánico, se encontraban perfectamente aprisionadas por macizas viguetas de alguna madera perdurable, imposible de identificar por su desconocimiento sobre el tema. Por su parte, el alto techo, inclinado a cuatro aguas y de tejas rojas, completaba un golpe de vista digno de una postal para promocionar el turismo rural, tan extendido en la isla canaria de La Palma.
Ambos visitantes subieron las escaleras de tablas, cuyo material cubría, igualmente, todo el piso bajo el cual se adivinaba un amplio sótano.
La amiga cubana, que laboraba en el hogar, los recibió a la altura del portal. Tras el afectuoso saludo, avanzaron hacia un enorme salón lleno de antigüedades, que incluían el mobiliario ideal para un museo. Los esperaba el anciano, antiguo emigrante a la Mayor de las Antillas, que deseaba, cual necesidad impostergable dada su avanzada edad, extraer de su interior recuerdos que, como torbellinos, revoloteaban en su pensamiento desde hacía mucho más de medio siglo.
Envuelto en una manta lo acogía su mullida butaca de siempre. Así y medio dormido quizás, Leoncio Felipe Fernández García, el propietario de la espaciosa mansión de El Llanito en el municipio de Breña Alta, les dio la bienvenida a los recién llegados.
Inició una conversación que, de manera admirable, el nonagenario anciano mantuvo por más de una hora. Solo el celoso horario de la merienda advirtió su traslado a otra habitación. Para entonces, de sus labios habían brotado innumerables anécdotas propias y familiares, relacionadas con su lejana Cuba, su segunda patria que tantos años lo amparó luego de atravesar el Atlántico. «Allá aún vive uno de mis hermanos y aquella tierra me guarda los restos de otro, porque el tercero regresó a La Palma», nos dijo Leoncio en un momento del divino intercambio. Los llamó por sus nombres en el mismo orden en que habló de ellos: Ezequiel, Miguel y Benito.
En Canarias había quedado su única hermana, Enriqueta, hasta que él decidió regresar; después Benito siguió sus pasos. Los cinco habían nacido allí, en la algo más de centenaria casona, erguida aún para ser testigo de este encuentro.
Llegó la hora de la despedida, y el matrimonio cubano se retiró del viejo caserón satisfecho de haber compartido con tan afable anciano lleno de historias y recuerdos de su país, pero sin imaginar siquiera que había conocido al tío de uno de los héroes de la guerrilla del Che en Bolivia —sobre quien escribiría este libro mucho tiempo después— y permanecido unas horas en la mismísima cuna de su padre, en la auténtica raíz paterna e isleña de un titán caído en la Quebrada del Yuro.1La vida depara sorpresas y esta visita fue una de ellas.
1 Varios escritores y en algunos países sudamericanos se le menciona también como Quebrada del Churo.
Memoria
El pichón de isleño, recién llegado, miraba asombrado los extensos campos de aquella zona cubana, a la cual llamaban Vueltabajo; su pensamiento se concentraba en la extensión de tierra cultivable, la humedad y el aire puro, pero sobre todo, lo cautivaba el verdor, la energía, la vida que exteriorizaban todas las plantas, especialmente las de tabaco.
Nadie recuerda el nombre del dueño de aquella finca o del sitio, como le decían, pero la anécdota del abuelo todavía recorre la familia; aquel señor le hizo una seña y el joven acudió presuroso; su primera tarea como mozo en Cuba al parecer era sencilla: ordeñar una vaca. Simultáneamente a la orden pusieron en sus manos un pequeño banco de madera y un cubo.
Al rato regresó sudado, sucio y con hedor a orine; casi sin respirar le dijo al dueño:
—Señor, he intentado sentar la vaca en el banco para ordeñarla, pero la muy condenada se resiste. ¡Mire cómo me ha puesto!
En el caso particular de la expedición de 1957-1958,1varios de ellos son cubanos de primera generación como Pedro Miret, hijo de catalán; Jesús Suárez Gayol, de padres asturianos; Tony Espino, también de padres asturianos; Vicente Alba, de padre catalán, y Alberto Fernández, hijo de canarios.
1 Hace referencia a una expedición revolucionaria que se preparó y se frustró en México entre 1957 y 1958, sobre la cual, más adelante, se ofrecerá abundante información. Al usar la palabra ellos, se refiere a los expedicionarios.
[García Díaz, 2008: 115]
Mi abuelo don Gerónimo, en su juventud fue atraído por anécdotas y experiencias personales, las cuales pasaban de boca en boca, de un isleño a otro. Por esas historias supo que Cuba tenía tierras muy fértiles, rayando lo bendito; que a «fulano» se le había caído del bolsillo un grano de maíz y a su regreso encontró una espigada planta que crecía libremente... que existían agua abundante, ríos cristalinos y verdes campiñas... que el cielo y el mar eran muy azules, tanto, como solo se veían en los sueños...
Sin pensarlo mucho, en 1895 subió a un barco. Pisó tierra cubana por Vueltabajo, que es como decir Pinar del Río. Llegó a la zona de San Juan y Martínez donde se cultivaban buenas vegas de tabaco; trabajó duro y ganó unos centenes de oro, hasta irse con las fuerzas insurrectas cubanas que combatían contra el colonialismo español. De esta manera, también pudo contar sobre las luchas por la independencia de Cuba.
Terminada la guerra y con el dinero ahorrado, regresó a Canarias. Allí se casó. Mi familia era isleña por los cuatro costados. Todos por vía paterna vivían en Breña Alta, ahí mismo nacieron —frutos del matrimonio de mis abuelos Gerónimo y María García Santos— papá y otros cuatro hijos: Leoncio, Miguel, Benito y Enriqueta. A quien sería nuestro padre le pusieron por nombre Ezequiel. Así lo recoge su inscripción de nacimiento:
En el pueblo de Breña Alta, provincia de Canarias, a las tres de la tarde del día diez de abril de mil ochocientos noventa y ocho, ante Don Tomás Padrón Felipe, Juez municipal, y Don Pedro Mederos Díaz, Secretario, compareció Don Gerónimo Fernández Martín, natural de la Villa y término municipal de Los Llanos en esta provincia, de veintinueve años de edad, casado, de oficio del campo y vecino de este pueblo, domiciliado en el cuartel del Llanito, según consta personalmente [...] con el objeto de que se inscriba en el Registro Civil un niño, y al efecto como padre del mismo declaró:
Que dicho niño nació en la casa habitación del declarante en el día de ayer a la una de la tarde.
Que es hijo legítimo del declarante y de su mujer Doña María Gerónima García Santos, natural de este pueblo, de veinte ocho años de edad, dedicada a los quehaceres propios de su sexo y domiciliada en el del referido marido.
Que es nieto por vía paterna de Don Domingo Fernández González, natural de la expresada Villa de los Llanos, mayor de edad, casado, de oficio del campo y domiciliado en el de su naturaleza y de Doña Manuela Martín Álvarez, de igual naturaleza y domicilio, mayor de edad, dedicada a los quehaceres propios de su sexo y por línea materna de Don Pedro García González, natural de este pueblo, mayor de edad, casado, propietario y de este domicilio y de Doña BernardaSantos Fernández, de igual naturaleza, mayor de edad, dedicadaa los quehaceres propios de su sexo y domiciliada en el de su marido.
Y que al expresado niño se le pondría por nombre Ezequiel.
Todo lo cual presenciaron como testigos Don José Miguel de la Concepción Martín y Don Antonio González Guerra, naturales de este pueblo, mayores de edad, casados, de oficio del campo y de domicilio.
Leída íntegramente esta acta e invitadas las personas que deben suscribirla a que la leyesen por sí mismas, si así lo creyesen conveniente, se estampó en ellas el sello que usa el Juzgado municipal y la firman el Señor Juez y los testigos [...] y haciéndolo por el dicente que dijo no saber Don Manuel Martín, de este vecindario, de todo lo cual yo, el Secretario certifico,
[Aparecen varias firmas]2
2 Una copia de la inscripción de nacimiento se encuentra en el archivo personal del autor.
Papá llegó a Cuba el 6 de julio de 1915, con diecisiete años. Vino, como otros, huyéndole al servicio militar. En ese momento España sostenía una guerra en Marruecos, y de Canarias mandaban a losjóvenes como carne de cañón; de paso, traía la ilusión de hacer dinero.Cuentan que en aquella época en este país se ganaba mucho, aunque realmente necesidad no tenía tanta: su padre, Gerónimo Fernández y Martín, en La Palma, era propietario de tierras, disfrutaba de buena posición económica y se había ocupado de que sus hijos estudiaran. Aquí vivió una larga vida: amó, sufrió y tuvo satisfacciones como todo ser humano; falleció en La Habana el 18 de noviembre de 1980.
La casa natal de mi padre
Aún se conserva bastante bien la casona de Canarias. Aunque poseen bienes materiales y otras viviendas, esta es la habitada actualmente por la familia de mi tío Leoncio Felipe. Ya el falleció en febrero de 2005.
La planta inferior siempre les trae recuerdos a todos, ese espacio se usa como graneros, además de contar con un cuarto para los aperos de labranza. Se comunica con el piso principal de la vivienda a través de una escalera exterior por donde de chicos retozaban los hermanos.
Papá nos contaba cómo cargaban la tierra de un lugar a otro en grandes cestas para aumentar su fertilidad. Los niños ayudaban en esas labores, pero también se divertían muchísimo pisoteandola uva para extraer su jugo; luego venía el proceso de fermentación, con vistas a obtener el codiciado vino, un trabajo ya para los adultos.
Los abuelos se esforzaron mucho para que sus hijos estudiaran y se superaran para el futuro. Mi padre aprendió las cuatro reglas de aquellos tiempos en una escuelita. Según él mismo decía: «leer, escribir, aprender con el conocido método de «la letra con sangre entra» y los reglazos del maestro en las palmas de sus manos».
Allí conoció sobre los aborígenes y sus costumbres, especialmente acerca de la larga vara que utilizaban para cruzar de un risco a otro, con la cual ahorraban tiempo, pero también les servía como instrumento de defensa. Él sabía de cabras, pájaros, conejos, barrancos, pinos, gofio, papas, pescados, uvas, romerías y otras cosas originarias de su isla. La música le resultaba algo especial. A menudo se le escuchaba entonar:Folías, tristes folías,/ alma del pueblo canario/ voces de guanches que sueñan, /todavía en nuestros campos. Él amaba la historia de su isla natal con forma de corazón.
La familia Montes de Oca Benítez,con dos pequeños niños, viene desde Canarias a Cuba, otros nacerían aquí, entre ellos Juana Montes de Oca Benítez.
[Fadragas, 2008: 166]
Nuestra familia materna también es isleña: mis abuelos, Antonio Montes de Oca Melo y Marta María Benítez de la Fe, de quien heredé su nombre, eran de Moya, al norte de Gran Canaria. Esa isla no se parece en nada a La Palma, su vegetación no es verde; y el clima, seco y soleado porque llueve poco. Numerosos barrancos dan al mar. Pese a todo posee muchos encantos. Tiene forma casi circular y es una de las dos islas más importantes —junto a Tenerife—, de toda Canarias. Su capital es la ciudad de Las Palmas.
Ya casados, mis abuelos emigraron a Cuba con sus dos hijos, José y Carmen. Llegaron en 1903, cuando iniciaba la República y gobernaba el primer presidente cubano Tomás Estrada Palma, había tomado posesión el 20 de mayo del año anterior. Como la pareja entró al país por el puerto de Santiago de Cuba, se asentaron en una finca llamada La Gloria, cerca de San Luis. Con el devenir de los años, el hogar quedó poblado con quince hijos, trece de ellos, cubanos. Una de estos era mi madre, Juana Montes de Oca Benítez, la cual vino al mundo el 12 de febrero de 1908 y murió en La Habana a los ochentaiséis años.
Mi abuela, a pesar de que no cursó estudios, sabía leer y escribir. Era una mujer seria, muy recta e inteligente. Pensando en el futuro hizo una foto casi completa de la familia, por suerte ha llegado hasta nosotros.
El abuelo era reconocido en la zona; sin faltar el respeto gustaba de hacer jaranas. Laboró duro desde su llegada a Cuba; comenzó lavando las telas con que colaban el guarapo de caña, las cuales eran enormes, más grandes que las sábanas; después fue cochero y finalmente colono. Llegó a poseer muchas tierras con ganado vacuno y caballar. Su familia no hubo de enfrentar necesidades, todos sus miembros fueron muy dados al trabajo.
Entre mis recuerdos de la casona siempre aparece el comedor, con su mesa larga rodeada de taburetes y aquellos en que la A (de Antonio) y la M (de Marta) identificaban el puesto del matrimonio. No olvido unas enormes tortas de gofio, leche, sal, huevo y azúcar, que se hacían para el desayuno. Quien comiera una sola de ellas y tomara un vaso de café con leche, trabajaba el día entero sin pensar en alimento alguno; también se comía el rico pan isleño, especialidad de mi abuela, lo elaboraba en un horno junto a una vieja mata de güira, que todavía existe. Esas cosas nunca se me han olvidado y supongo que Pachungo, de igual manera, las recordaba con cariño.
Memoria
—¡Qué niño más lindo! —dijo una de dos hermanas vecinas mientras delicadamente rozaba las mejillas del recién nacido.
—¡Está de comer! —exclamó la otra joven que osadamente lo tomó de los brazos de su madre y acurrucó contra su pecho—. ¡Mi Pachunguito lindo! —siguió diciendo mientras lo arrullaba intentando aplacar su repentino llanto.
—¡Es nuestro Pachunguito! Préstemelo doña Juana, para que le demos un paseíto —solicitó gozosa la primera en celebrar al pequeño.
Las dos jóvenes vecinas de la familia Fernández-Montes de Oca corrieron, entre risas, con el quinto hijo del matrimonio en brazos. Iban repitiendo el sobrenombre que tan espontáneamente se les ocurrió sin imaginar que así le dirían siempre. No se les ocurrió decirle Puchinguito, que era la manera más común de oír el apelativo. Lo cierto es que desde ese instante, solo para asuntos oficiales y referencias respetuosas lo llamaron Alberto. Luego, con el paso del tiempo y los cambios corporales de la adultez, sustituyeron el diminutivo por Pachungo, así lo llamaban hasta sus amigos de la Escuela Normal.
El ambiente familiar de Alberto fue muy positivo, había a su alrededor mucha unión y cariño, aunque el padre era muy exigente.
[Martín Fadragas]
Mi familia materna desde que llegó de Canarias se estableció en la provincia de Oriente, en una finca llamada La Gloria, ubicada entre Dos Caminos de San Luis y Santiago de Cuba; allí tenía sus propiedades un pariente, también de Moya en Gran Canaria, de apellido Almeida —medio hermano de mi abuelita materna María Benítez—, poseía muchas tierras que dedicaba al cultivo de la caña, y ayudaba a parientes y compatriotas que arribaban al lugar.
Mi padre, que había llegado procedente del centro de Cuba, de pueblos con gran presencia de canarios como Placetas, Cabaiguán y Guayos, era propietario de un comercio de víveres, precisamente en Dos Caminos. Una visita a la casa de la muchacha, advirtió que sería su futura esposa. El amor llamó a las puertas de ambos, y en ese lugar contrajeron nupcias el 7 de febrero de 1926, en plena dictadura de Gerardo Machado.
La boda fue suntuosa, dicen que papá iba muy elegante, con traje de pajarita1y mamá toda de encaje y velos. Obano, el cura que ofició la ceremonia, se trasladó desde San Luis hasta la finca.
1 Expresión metafórica que describe el saco por la cola que se extiende desde la espalda hasta descansar sobre los glúteos.
Casi todos nacimos en San Luis
Nosotros éramos seis hermanos: Orlando, el mayor, nació el 23 de enero de 1927; Ezequiel, el 1.o de mayo de 1928; yo, el 4 de julio de 1929; Douglas, a quien le decíamos Beby, el 25 de marzo de 1931; Alberto, ya saben que le decíamos Pachungo, el 28 de diciembre de 1935; y Elsa, la más pequeña, abrió sus ojos el 2 de noviembre de 1939. Casi todos nacimos en San Luis; las excepciones fueron Orlando —nacido en Dos Caminos— y Elsa es natural de Santiago.
Marta María de los Milagros, como aparece en su inscripción de nacimiento, ya tiene ochentaidós años; es la única de los seis hermanos que aún vive y posee una memoria asombrosa; ella es una especie de cronista de la familia.
También vinieron para Cuba dos hermanos de papá, Benito y Miguel.Trabajaron en un montón de empleos en casi todo el país; la verdad es que anduvieron media isla «buscándose la vida». Benito se estableció en La Habana hasta su regreso a canarias, y los últimos días de Miguel transcurrieron, hasta hace poco, en el poblado de San Gerónimo, cerca de Florida en Camagüey.
Nací en Breña Alta, La Palma. Acá llegué en 1929 por Santiago de Cuba, y mis primeros vínculos de trabajo fueron en San Luis, en la antigua provincia de Oriente, en este lugar radicaba mi hermano Ezequiel, el cual tenía una tienda en esa época. Trabajéen ella como nueve meses, fui dependiente y luego comencé a independizarme,me trasladé a Cabaiguán y conocí a otros paisanos. En la zona me empleé en una casa, en el campo, donde había catorce isleños más. Ordeñaba vaquerías, chapeaba potreros, molía harina y fui partidario de tierra.
Un buen día regresé a San Luis, llegué a tener una tienda;pero después fui para Santiago, arrendé el teatro Victoria en el paseo Martí, tampoco me fue bien. Volví a Las Villas, esta vez a Guayos, y trabajé como mayoral —unos tres años— en fincas dedicadas al ganado.
En 1947 compré un camión: en tiempo de zafra azucarera me defendía con la caña y en tiempo muertohacíalo que apareciera. Mantuve el camión hasta 1977.Antes de que Fidel ganara la guerra compré dos caballerías y media de tierra. Con el tiempo me quedé atendiendo la finquita, hasta que el Gobierno Revolucionario me ofreció comprármela o darnos pensión vitalicia a mi esposa y a mí. Nos acogimos a la última opción. [GARCÍA, 1995:190]
Como se sabe, el pueblo cubano es un mosaico de nacionalidades, incluso aún existen en zonas orientales, como Yateras, descendientes de aborígenes; desde África también fueron traídos a la fuerza cientos de hombres y mujeres para esclavizarlos, los cuales han dejado extensa descendencia en nuestro país. Ellos, al igual que los chinos, algunos peninsulares de zonas muy pobres y los isleños, fueron generalmente personas humildes y sumamente trabajadoras y explotadas hasta la saciedad. Es una realidad reconocida por cubanos ilustres, como nuestro Héroe Nacional y el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, además de historiadores nacionales y extranjeros. Por eso, el origen canario de la familia Fernández Montes de Oca, en este caso de Pachungo y su hermano Orlando —mártir de la Revolución—, merece destacarse. Es la misma procedencia de grandes hombres y mujeres de nuestra historia; un rápido repaso por ella, nos hace pensar en José Martí Pérez, los hermanos Fidel y Raúl Castro Ruz, Faustino Pérez Hernández, Víctor Bordón, Alberto Delgado, Gerardo Hernández Nordelo entre muchos otros.
Cuando Cuba era colonia de España, y Canarias considerada parte de la metrópoli, nunca se les ocurrió a los cubanos incluir a los canarios entre sus dominadores.
El canario fue por excelencia el más humilde de los inmigrantes. Él no marchó a Cuba en plan de opresor o de explotador. Vino a trabajar y a luchar a nuestro lado, ayudó a forjar el país con su laboriosidad proverbial, sufrió con nosotros, combatió, creó una familia, y se dignificó también al fin, junto a todo el pueblo, en la patria libre y revolucionaria de hoy.
Es más, hizo un aporte al carácter del cubano.[Martín y Hernández, 1986: VIII-IX]
Alberto Fernández Montes de Oca era oriental, del poblado de San Luis, cercano a la ciudad de Santiago de Cuba.
[Martín Fadragas]
Mi hermano Pachungo, el quinto de nosotros, nació el 28 de diciembre de 1935 con mucha satisfacción por toda la familia. La casa No. 49 en las esquinas de Barceló y General la O, en San Luis, entonces provincia de Oriente, lo acogió desde el mismo momento en que su llanto inundó todo el espacio.
El día que se le puso nombre nos encontrábamos en la finca de papá y un amigo de nosotros, de Santiago, que estaba allí, lo cargó y empezó a pasearlo a caballo por el patio. De pronto preguntó:
—¿Cómo se llama este niño?
—Sin nombre —le dijo mi hermana.
—¿Sin nombre? ¿Cómo que no tiene nombre? —sorprendido primero, pero eufórico después, exclamó—: ¡Se llamará Alberto! ¡Alberto como yo!
Esa es la historia del nombre de mi hijo. Increíblemente, por esa época se escuchaba una novela que se llamaba así, Sin Nombre.2
2 Información tomada de Llanes y Díaz, 2003, p. 11.
En virtud de la declaración del padre, esta es su inscripción de nacimiento:
Nombre (s) y apellidos:Alberto Fernández Montes de Oca
Lugar de nacimiento:San Luis
Municipio: ____________ Provincia:Oriente
Fecha de nacimiento:28 - 12 - 1935Sexo:Masculino
Nombre (s) y apellidos del padre:Ezequiel Fernández García
Natural de:Islas Canarias, España
Nombre(s) y apellidos de la madre: Juana Montes de Oca Benítez
Natural de:San Luis, Oriente
Abuelos paternos:Gerónimo y María
Abuelos maternos:Antonio y Marta
Inscripción practicada en virtud de:Declaración del padre
EL REGISTRADOR DEL ESTADO CIVIL DE:
San LuisSantiago de Cuba
MunicipioProvincia
Era un niño lindo, gordito, en el barrio las muchachas lo cargaban mucho.Era bueno, tranquilo, todos lo querían.
[Llanes y Díaz, 2003: 11]
Como Alberto era el más pequeño fue centro de atención de nosotros. Apenas yo había cumplido los cuatro años y medio cuando una mañana me quedé mirando con curiosidad una criatura de pelo arrubiado que agitaba constantemente sus piernas y brazos, me acerqué y lo tomé en mis manos alzándolo hasta mi pecho como si fuera un juguete. Mi madre aparecióen medio de mi contentura, no sé si porque me puse nerviosoo porque de pronto no atinaba qué hacer con él, lo lancé como un muñeco, con tan buena suerte que cayó sobre un colchón. Se echó a llorar; mi madre se acercó, lo tomó en sus brazos y dirigiéndose a mí me dijo con voz dulce, pero firme: «¡Eso no debes hacerlo!», me acarició el pelo y se fue con él para la sala a darle su alimento. Así recordamos mamá y yo mi primer encuentro con Alberto. [Llanes y Díaz, 2003: 10]
Su primera herida no fue en combate, sino siendo muy pequeño y producida por mí. Ese día, como de costumbre, la vieja estaba ocupada en los quehaceres de la casa, y yo para ayudarla, intentaba entreteneral niño: animadamente lo mecía en un sillón; perode pronto empezó asentirse molesto y seguido se le oyó un llanto desesperado.Yo no sabía por qué; mamá tampoco hasta que pudimos percatarnos de que la hebilla de uno de los tirantes del pantalón mecánico que llevaba puesto, la tenía «clavada» en la parte izquierda del labio superior.Rápido se le hinchó y de qué manera. Ya adulto,nunca le salió el bigote en ese lado. [Información tomada deLlanes y Díaz, 2003: 10]
Tenemos muchas anécdotas en conjunto. Desde pequeños fuimos muy unidos. Por el año 1936, papá se enfermó muy grave, tenía bronconeumonía, y mi abuelita nos llevó para su finca, a media hora de camino, para que mamá se pudiera dedicar solo a él.
Nuestras tías, jóvenes y aún solteras, nos cuidaban; pero Pachunguito extrañaba mucho,sobre todo la primera noche,lloróy gritótanto que ninguna de ellas podía calmarlo. Yo tendría solo unos siete años, perolo cargué y empecé a darle balance; milagrosamente terminó la «perreta». En aquel instante me sentí madre, lo apreté contra mi pecho con todas las fuerzas, pero con mucho cariño, y así sucedió cada noche. ¡Hay que imaginarse cómo éramos, que en esos días lo enseñé a caminar, con la ayuda de mi hermano Douglas!
Aprincipios de 1937, tenía más o menos un año, nos fuimos para Santiago de Cuba. Vivimos en Cuevitas, en la calle Santa Rosa, nos quedaba por un lateral la Carretera Central.
Mis cuatro hermanos tenían edades cercanas —el mayor, Orlando, le llevaba ocho años a Pachungo, que era el más chiquito. Yo ayudaba a mi mamá en el cuidado de los más chicos, porqueElsa nació después de Pachungo. A veces me hacía cargo de los dos. Uno de esos días más complicados para mí, perdí de vista a mi hermano; lo busqué a mi alrededor y no lo veía, tampoco estaba dentro de la casa. Corrí como loca a la puerta y lo descubrí subiendo una lomita, iba desnudo, casi llegando a la carretera, peligrosísima por el exceso de tráfico. Sin decir ni una palabra, eché a correr a lo que daban mis pies. Lo agarré en el mismísimo borde.
Frente por frente a la casa nuestra había una escuela pública. Eso propició que desde muy pequeño mi mamá lo matriculara en el kinder garten. En esa época no se tenía en cuenta la edad.
Era un chiquillo muy educado, disciplinado; le atraía la compañía de los demás niños y la música, porque aquella maestra tocaba el piano; pero no había manera de que Pachunguito aprendiera a marcar los pasos en el baile. Nos reíamos de lo lindo cuando intentaba moverse con un caballito de palo, al compás de la canción que dicearre caballito, arre sin cesar; nunca cogió el ritmo como los demás, solo lograba trotar. Era «gallego» para eso.
Anteriormente había estado enfermo con gastroenteritis, estuvo tan grave que todos lo creyeronmuertecito, no se contaba con él. Una vecina hasta le encendió una vela, porque antes era así y,como morirse un niño resultabatan corriente... Yo también estuve grave y me contaron que igual me prendieron una velita, porque me iba... A Albertoese día lo bautizaron de corre corre para que no muriera sin la ceremonia, pero después revivió y le hicieron otro bautizo como Dios manda. De aquella enfermedad por la que estuvo muy malito, no quedó ni rastro. Creció robusto,a simple observación, inteligente pero también demasiado inquieto.
Un mediodía, al bajarme de la guagua de regreso de la escuela, una vecina muy alarmada me grita: «¡Oye, corre que a tu hermano lo llevaron para el hospital!». Yo no sabía a cuál de los cuatro se refería. Corrí desesperadamente. Se trataba de Pachungo: se había subido, gateando, a un poste de la luz y con las astillas de la madera, producto de los pinchos que usan los electricistas en su trabajo, se había destrozado los testículos. Afortunadamente solo fue la piel, no obstante necesitó siete puntos de sutura, un reposo prolongado para su inquieta edad y, además, soportar el choteo de los hermanos. Finalmente rebasó aquello. Parece que eso de los testículos lo perseguía, porque en Bolivia recibió un tiro, también en esa parte viril del cuerpo. Él llegó a pensar que había perdido la hombría para siempre.
Mi hermano siempre fue muy intranquilo. De una cosa salía para otra: le gustaba mucho jugar a la pelota, al baloncesto, también le encantaba correr a caballo, bañarse en el río. Sin duda, tanta actividad lo fue fortaleciendo.
Le gustaba montar a caballo, correr, nadar en los ríos, jugar a la pelota, montar bicicleta, todo esto le fue dando un cuerpo sano y fuerte. Era común verlo encaramado en los palos, árboles y en las barras de las puertas, era muy ágil [...] Como niño al fin era travieso y en una oportunidad se me escapó para la playa Los Coquitos y mi hija Marta lo protegió para evitarle el castigo. [Llanes y Díaz, 2003: 11]