Páginas escogidas - Antonio Machado - E-Book

Páginas escogidas E-Book

Antonio Machado

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Beschreibung

ANTOLOGÍA POÉTICA  Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 26 de julio de 1875 - Colliure, 22 de febrero de 1939) fue un poeta español, el más joven representante de la Generación del 98.

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Veröffentlichungsjahr: 2016

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The sky is the limit

ISBN: 9788893450058
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tabla de contenidos

Antonio Machado

SOLEDADES, GALERÍAS Y OTROS POEMAS

DEL CAMINO

​GALERÍAS

CANCIONES Adorno HUMORADAS

​CAMPOS DE CASTILLA

LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ

​EL SUEÑO

AQUELLA TARDE...

​OTROS DÍAS

CASTIGO

​EL VIAJERO

​EL INDIANO

​LA CASA

​LA TIERRA

​LOS ASESINOS

​PROVERBIOS Y CANTARES

Agradecimientos

Antonio Machado

Páginas escogidas

(1917)

Antonio Machado

Mi costumbre de no volver nunca sobre lo hecho y de no leer nada de cuanto escribo, una vez dado a la imprenta, ha sido causa en esta ocasión de no poco embarazo para mí. El presentar un tomo de Páginas escogidas me obligó, no sólo a releer, sino a elegir, lo que supone juzgar. ¡Triste labor! Porque un poeta, aunque desbarre, mientras produce sus rimas, está siempre de acuerdo consigo mismo; pero, pasados los años, el hombre que juzga su propia obra dista mucho del que la produjo. Y puede ser injusto para consigo mismo: si, por amor de padre, con exceso indulgente, también a veces ingrato por olvido, pues la página escrita nunca recuerda todo lo que se ha intentado, sino lo poco que se ha conseguido.

Si un libro nuestro fuera una sombra de nosotros mismos, sería bastante; porque frecuentemente es mucho menos: la ceniza de un fuego que se ha apagado y que tal vez no ha de encenderse más. Y en el caso mejor, cuando nuestro libro nos evoca nuestra alma de ayer con la viveza de algunos sueños que actualizan lo pasado, echamos de ver que, entonces, llevábamos a la espalda un copioso haz de flechas que no recordamos haber disparado y que han debido caérsenos por el camino. La tristeza de volver sobre nuestra obra no proviene de la conciencia de lo poco logrado, sino de lo mucho que renunciamos a acometer. Nuestra incapacidad para fallar con justicia en causa propia estriba también en la merma de simpatía por nuestra obra, y en la enorme distancia que media entre el momento creador y el crítico. En el primero coincidíamos con la corriente de la vida, cargada de realidades virtuales que acaso no llegan nunca a actualizarse, pero que sentimos como infinitamente posibles; en el segundo estamos fuera de esta misma corriente, y aun fuera de nosotros, obligados a juzgar, a encerrar y distribuir las vivas aguas en los rígidos cangilones de las ideas ómnibus, a evaluar en moneda corriente lo más ajeno a toda mercadería. Es muy frecuente—casi la regla—que el poeta eche a perder su obra al corregirla. La explicación es fácil: se crea por intuiciones; se corrige por juicios, por relaciones entre conceptos. Los conceptos son de todos y se nos imponen desde fuera en el lenguaje aprendido; las intuiciones son siempre nuestras. Juzgarnos o corregirnos, supone aplicar la medida ajena al paño propio. Y al par que entramos en razón y nos ponemos de acuerdo con los demás, nos apartamos de nosotros mismos; cuantas líneas enmendamos para fuera, son otras tantas deformaciones de lo íntimo, de lo original, de lo que brotó espontáneo en nosotros.
El poeta debe escuchar con respeto la crítica ajena, porque el libro lanzado a la publicidad ya no le pertenece. Él lo entregó al juicio de los hombres, sin que nadie le obligase a ello. Asístele, sin embargo, el derecho de no ser demasiado dócil a admoniciones y consejos, y le conviene, sobre todo, desconfiar aun de sus propias definiciones. No se define en arte, sino en matemática—allí donde lo definido y la definición son una misma cosa.—Ante la crítica dogmática y doctrinera, aun la propia inepcia puede sonreír desdeñosa.
Cabe, no obstante, pedir al hombre de un libro un juicio valorativo de su obra, un precio de su propia labor; cabe preguntarle: “¿En cuánto estima usted esto que nos ofrece en demanda de nuestra simpatía y de nuestro aplauso?” Responderé brevemente. Como valor absoluto, bien poco tendrá mi obra, si alguno tiene; pero creo—y en esto estriba su valor relativo—haber contribuído con ella, y al par de otros poetas de mi promoción, a la poda de ramas superfluas en el árbol de la lírica española, y haber trabajado con sincero amor para futuras y más robustas primaveras.
Antonio Machado.
Baeza, 20 de abril de 1917.

SOLEDADES, GALERÍAS Y OTROS POEMAS

SOLEDADES

1903
SOLEDADES, GALERÍAS
Y OTROS POEMAS
1907
PRÓLOGO
Las composiciones de este primer libro, publicado en Enero de 1903, fueron escritas entre 1899 y 1902. Por aquellos años, Rubén Darío, combatido hasta el escarnio por la crítica al uso, era el ídolo de una selecta minoría. Yo también admiraba al autor de Prosas profanas, el maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su alma en Cantos de vida y esperanza. Pero yo pretendí—y reparad en que no me jacto de éxitos, sino de propósitos—seguir camino bien distinto. Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo. Y aun pensaba que el hombre puede sorprender algunas palabras de un íntimo monólogo, distinguiendo la voz viva de los ecos inertes; que puede también, mirando hacia dentro, vislumbrar las ideas cordiales, los universales del sentimiento. No fué mi libro la realización sistemática de este propósito; mas tal era mi estética de entonces.
Esta obra fué refundida en 1907, con adición de nuevas composiciones que no añadían nada substancial a las primeras, en Soledades, galerías y otros poemas. Ambos volúmenes constituyen en realidad un solo libro.
I
EL VIAJERO
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente,
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde tras los húmedos cristales
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó—la pobre loba—muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada,
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales
amarillas rodar, las olorosas
ramas del eucaliptus, los rosales,
que enseñan otra vez sus blancas rosas...
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.
II
La plaza y los naranjos encendidos,
con sus frutas redondas y risueñas.
Tumulto de pequeños colegiales
que al salir en desorden de la escuela,
llenan el aire de la plaza en sombra
con la algazara de sus voces nuevas.
¡Alegría infantil, en los rincones
de las ciudades muertas!...
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
vemos vagar por estas calles viejas!
III
EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO
Tierra le dieron una tarde horrible
del mes de Julio, bajo el sol de fuego.
A un paso de la abierta sepultura,
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.
De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente, descender hicieron
el ataúd, al fondo de la fosa,
los dos sepultureros...
Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.
Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos...
El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.
Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa;
larga paz a tus huesos...
Definitivamente,
duerme un sueño tranquilo y verdadero.
IV
RECUERDO INFANTIL
Una tarde parda y fría