Pasión y muerte del cura Deusto - Augusto D'Halmar - E-Book

Pasión y muerte del cura Deusto E-Book

Augusto D'Halmar

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Beschreibung

Como novela homosexual, Pasión y muerte del cura Deusto pertenece sin duda a la modalidad trágica: hay mucha angustia, mucha indagación interior, mucho nombrar-sin-nombrar —"¿Cómo permanecer aquí, donde todos dicen que somos… lo que no somos?"—, mucha vergüenza y un suicidio al final. Este suicidio permite medir, de hecho, la distancia entre esta novela y las ficciones homoeróticas que ya lleva escritas D'Halmar. Ga¬tita y La sombra del humo en el espejo eran textos básicamente elegíacos que celebraban una pederastia principalmente platónica; evitan el conflicto abiertamente homosexual y terminan sin muertes, pero con separaciones. En cambio, Pasión y muerte…, como otros relatos de Los alucinados donde el conflicto homosexual se hace patente (aunque permanezca innombrado), termina forzosamente en muerte, con el homosexual en papel de víctima sacrificial.

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Pasión y muerte del cura Deusto

Augusto D’Halmar

Edición crítica:

Daniel Balderston

Daniela Buksdorf

Ediciones Universidad Alberto Hurtado

Alameda 1869 · Santiago de Chile

[email protected] · 56-228897726

www.uahurtado.cl

© Díaz Arrieta, Hernán (Alone). (s/a). “Augusto D’Halmar” en Revista Atenea, separata del Nº389.

© Molloy, Sylvia (1999). “Dispersiones del género: hispanismo y disidencia sexual en Augusto D’Halmar” en Revista Iberoamericana Nº187 (267-280).

© Mejías-López, Alejandro. “Judío, gitano, nómada y queer : sexualidad, nacionalismo

y flamenquismo en Pasión y muerte del cura Deusto de Augusto D’Halmar”.

© Sutherland, Juan Pablo. “Dandismo queer y nómade” en Pasión y muerte del cura Deusto

de Augusto D’Halmar.

© Blanco, Fernando. “La pasión del Aceitunita: variaciones literarias del amor oscuro” en Pasión

y muerte del cura Deusto.

© Traverso, Ana. “El hogar literario”.

© Balderston, Daniel y Buksdorf, Daniela. “Introducción”, “Historia del texto y criterios editoriales”, “Cronología” y “Bibliografía”.

ISBN libro impreso: 978-956-357-427-2

ISBN libro digital: 978-956-357-428-9

Septiembre 2023

Coordinadora colección Literatura: María Teresa Johansson

Coordinador colección Biblioteca chilena: Juan José Adriasola

Directora editorial: Alejandra Stevenson Valdés

Editora ejecutiva: Beatriz García-Huidobro M.

Diagramación interior y portada: Alejandra Norambuena

Imagen de portada: Sevilla. Archivo General de Andalucía. Consejería de Turismo, Cultura y Deporte. Se agradece la generosa donación.

Retrato de Augusto D’Halmar. Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile.

Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

Diagramación digital: ebooks Patagonia [email protected]

La colección Biblioteca chilena publica una serie de obras significativas para la tradición literaria chilena en nuevas ediciones realizadas por un conjunto de académicos especialistas en literatura. En cada volumen se fija el texto con criterios estables y rigurosos, se proporciona un amplio aparato de notas y se ofrece un conjunto de materiales complementarios que garantizan una recepción informada por parte del público.

El objetivo de Biblioteca chilena es fomentar la relectura, valoración y difusión de los autores fundamentales del canon nacional, abriendo de este modo nuevas formas de apropiarse culturalmente de un conjunto de obras literarias en las que se despliega una versión relevante de la identidad y paisaje simbólico que denominamos Chile.

Cada volumen contiene:

Un estudio crítico, redactado especialmente para la edición por un connotado académico, que proporciona la valoración e interpretación globales del texto.

La historia del texto y sus criterios editoriales.

La obra.

Un dossier con los artículos más relevantes que se hayan publicado acerca de ella.

Un cuadro cronológico.

Una completa bibliografía de y sobre el autor.

El propósito final de Biblioteca chilena es conectar a las instituciones académicas con la comunidad, para animar de este modo un diálogo de largo plazo y consecuencias fecundas al poner nuevamente en el tapete la tradición literaria de nuestro país.

Índice

INTRODUCCIÓN

Sobre el autorDaniel Balderston y Daniela Buksdorf

Historia del texto y criterios editorialesDaniel Balderston y Daniela Buksdorf

PASIÓN Y MUERTE DEL CURA DEUSTO

DOSSIER

Augusto D’Halmar. AloneHernán Díaz Arrieta

Dispersiones del género: hispanismo y disidencia sexual en Augusto D’HalmarSylvia Molloy

Judío, gitano, nómada y queer: en Pasión y muerte del cura Deusto de Augusto D’HalmarAlejandro Mejías-López

Dandismo queer y nómade en Pasión y muertedel cura Deusto de Augusto D’HalmarJuan Pablo Sutherland

La pasión del Aceitunita: en Pasión y muerte del cura DeustoFernando A. Blanco

El hogar literarioAna Traverso

CRONOLOGÍADaniel Balderston y Daniela Buksdorf

BIBLIOGRAFÍADaniel Balderston y Daniela Buksdorf

COLABORADORES

INTRODUCCIÓN

SOBRE EL AUTOR

Daniel Balderston y Daniela Buksdorf

Augusto D’Halmar. Autor no identificado, 1900.

Legado de Augusto D’Halmar.

Colección Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile.

SOBRE EL AUTOR

Daniel Balderston y Daniela Buksdorf

Dedicamos este libro

a la bendita memoria de nuestra

querida Sylvia Molloy

Augusto D’Halmar (1882-1950), seudónimo de Augusto Goemine Thomson, es uno de los escritores más importantes de las letras chilenas de la primera mitad del siglo XX. Su debut literario fue en 1902 con la novela naturalista La Lucero que posteriormente llamó Juana Lucero, en la que relata la vida santiaguina de una niña huérfana que delata las crueldades y abusos vividos en la ciudad capital. Con una interrumpida producción narrativa, D’Halmar publica en 1914 La lámpara en el molino, en 1917 Gatita, en 1918 el relato de viajes Nirvana, en 1924 Pasión y muerte del cura Deusto y La sombra del humo en el espejo y en 1934 Capitanes sin barco, entre otros textos.

Si bien D’Halmar se dice porteño por haber vivido desde sus primeros días en Valparaíso, ya desde la información de su nacimiento nos encontramos con versiones contradictorias; es posible encontrar datos sobre su nacimiento en Santiago, específicamente en la calle Catedral, otras fuentes indican que nació en Valparaíso. Al respecto Enrique Espinoza, en el prólogo a la Antología publicada por Zig-Zag indica: “Había nacido, al parecer, pues todo es incierto en su desarrollo, el día 23 de abril de 1882 en el puerto de Valparaíso. Por lo menos, en tal día se registra el evento, con un par de años de atraso quizás, en una iglesia de la capital” (9). Paradójicamente, algo similar ocurre con los datos de su muerte; mientras los estudiosos Orlandi y Ramírez sitúan la muerte de D’Halmar en Viña del Mar, otros críticos la sitúan en Santiago. Como todas una leyenda, la figura de D’Halmar está envuelta en mitos: su lugar de nacimiento, y también el de su muerte, además de una vida marcada por secretos y ficciones. Su nombre completo era Augusto Jorge Goemine Thomson. Su padre fue el aventurero francés Augusto Goemine, quien abandonó a su madre, Manuela Thomson, previa promesa de matrimonio a su regreso de Europa (cosa que nunca ocurrió). Quedó huérfano de madre a temprana edad, por lo que vivió junto a su abuela materna, doña Juana Cross, y sus hermanastras Elena y Estela. Su abuela se casó en Valparaíso con Juan Jacobo Thomson, descendiente del marino sueco Joaquín Thomson, supuesto barón de D’Halmar1. De este bisabuelo tomó el autor, junto al joven escritor Fernando Santibáñez, más conocido como Santiván, el seudónimo con el que firmaban sus colaboraciones: Augusto y Fernando Halmar. En 1904, D’Halmar, Santiván y el pintor Julio Ortiz de Zárate fundan la Colonia Tolstoyana, proyecto que buscaba preservar los postulados del escritor ruso. Si bien lograron comunicarse una única vez (a través de una carta) con el célebre Tolstoi, la comunidad fracasa y D’Halmar (o Thomson) se apropia del seudónimo para seguir su carrera literaria.

Un ejemplo de esta escurridiza vida marcada por la ficción es la imagen adjunta, donde se puede ver un cuaderno2 del autor que en la portada indica ser un manuscrito de La novela de los recuerdos: fragmentos de un diario íntimo, escrito en Valparaíso el año 1904. En un fragmento de este manuscrito dice que el 1 de enero zarpa de Valparaíso a Europa. Sin embargo, el “diario” es ficticio, ya que ese viaje a Europa, en el barco Oravia, no se produce hasta 1907. Ese cuaderno es el mismo que firma en su portada como Augusto Thomson y en el reverso de la misma escribe su nombre como Augusto Halmar:

Se evidencia, además, que en ese momento D’Halmar no había tomado una decisión definitiva en cuanto a su seudónimo (aunque ya podemos ver cómo fusiona la ficción con sus vivencias). De hecho, tan solo dos años antes, en 1902, la primera publicación de La Lucero es firmada por el autor como Augusto Thomson, y tan solo dos años después, el mismo año que comienza la Colonia Tolstoyana, es posible identificar esta suerte de juego o indefinición sobre la rúbrica del autor. El seudónimo finalmente es modificado, y de Halmar se transforma en D’Halmar. Al respecto, señala Sylvia Molloy:

Thomson se queda con el seudónimo y cabe especular que, con exquisita ironía de sobreviviente, añade la partícula (signo ya de aristocracia, ya de conyugalidad) a la vez que reclama el nombre para sí: D’Halmar. El seudónimo que había marcado la plenitud de la colaboración masculina, la “perfecta amistad”, era ahora un signo para siempre medio vacante, un permanente recuerdo de la pérdida (244).

Tras el fracaso de la Colonia, en 1907, al fallecer su abuela (que había cumplido el rol materno dada la temprana muerte de la madre) y casarse Elena, su hermanastra, con su amigo Santiván, D’Halmar decide emprender un viaje a Calcuta, donde el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile le había ofrecido un puesto en el consulado. Luego de una breve estadía en París y una rápida gira por el norte de Egipto, se dirige a la India a posesionarse de su cargo, pero al poco tiempo tiene que dejar el país tras padecer una grave y desconocida enfermedad, de modo que el gobierno de Chile lo traslada con igual cargo al pueblo de Eten, Perú, donde vivió entre 1909 y 1915.

Al repasar la vida de Augusto D’Halmar es imposible ignorar su faceta viajera. Desde Europa hasta Oriente, la figura de D’Halmar obedece a la del globetrotter3: el modernista latinoamericano que se abre paso en Europa y Oriente, que se profesionaliza como corresponsal de guerra y periodista. En 1917 D’Halmar se dirige a Francia para ser corresponsal de guerra en el frente, cargo ofrecido por La Nación de Buenos Aires. Herido en acción, enfermó de septicemia, y por tres meses estuvo entre la vida y la muerte. Por su actitud heroica, el gobierno francés lo condecoró. De esta época data su intimidad con André Gide, François de Miomandre, Claude Farrère y el chileno Joaquín Edwards Bello, con quien se volvería a encontrar en Madrid4. En 1918, al firmarse el armisticio, pasa a España, donde vivió hasta 1934, fecha en que regresó definitivamente a Chile. La faceta viajera de D’Halmar no ha pasado desapercibida por sus cercanos ni tampoco por la crítica, tal como lo indica Luis Enrique Délano: “En realidad, D’Halmar no tenía razón alguna para quedarse en Chile… [él era] antes que todo un artista, un hombre lleno de inquietudes, de ensueños, de fiebre de viajes y dueño además de un hondo espíritu de evocación”. Todo parece indicar que D’Halmar, como un adelantado a sus tiempos, debe viajar fuera de Chile para resolver sus inquietudes y crecer intelectualmente, codearse con sus pares europeos y así conocer nuevas culturas y realidades que enriquecerán tanto sus textos como experiencias de vida. Estos viajes son fundamentales en la escritura de D’Halmar, de tal manera que Ricardo Loebell propone una clasificación en las etapas de la obra del autor articulada a partir de sus viajes: una etapa inicial correspondiente al período entre 1897 y 1907, que abarca sus colaboraciones en diarios y revistas, la publicación de La Lucero en 1902, la fundación de la Colonia Tolstoyana y el abandono de este proyecto en 1907. La segunda etapa, la más prolífica por cierto, corresponde a sus viajes, basada en la observación y el estudio de la cultura de los lugares en los que permaneció: India (1907-1908), Perú (1908-1916), España (1918-1934), Francia, Gran Bretaña, Italia, Egipto, Turquía y otros países que cruzó por mar en el Oriente; como su aporte en el grupo “Los Diez” (fundado por Pedro Prado, entre 1916 y 1918) y en el mensuario de arte y literatura Letras (1928-1930). La última etapa, tras su regreso a Chile y el acopio de diarios de viaje, memorias y otros escritos, entre 1934 y 1950 (129).

D’Halmar, todo un flâneur

Más que un turista, D’Halmar se presenta como un flâneur en Pasión y muerte del cura Deusto (1924); despliega su conocimiento sobre Sevilla (ciudad en la que ocurre la narración) como un habitante más de la ciudad, incluso como un habitante nativo o como un guía turístico. No es casual, en todo caso, que la novela haya sido escrita entre Sevilla y Madrid, como el mismo autor precisa al final de la novela: “Sevilla, 1º de enero. Madrid, 18 de septiembre de 1920” (289)5. D’Halmar expone todo tipo de conocimientos en Pasión y muerte del cura Deusto, incorpora diversos espacios icónicos de la ciudad como la Catedral, la plaza de toros La Maestranza, la Alameda de Hércules, la Plaza de la Encarnación (ahora sitio de Las Setas de Sevilla del arquitecto Jürgen Mayer), la Puerta de la Macarena: todos estos lugares se mencionan en la novela, y se pueden trazar las caminatas de los personajes por las frecuentes menciones de calles, iglesias y monumentos. La iglesia de San Juan de la Palma, centro de la mayor parte de la acción, se encuentra en la calle del mismo nombre casi en la esquina de la calle Feria; está ubicada en medio de ese centro histórico, a pocas cuadras de la Alameda de Hércules, de la Plaza de la Encarnación y de la Escuela de San Francisco de Paula. Asimismo, D’Halmar incluye también una extensa variedad de dialectos como el andaluz, euskera e hispano-árabe considerando la fuerte influencia del mundo árabe en el sur de España. El autor, como todo un flâneur presenta una Sevilla tanto desde el código visual a través de la descripción de imágenes postales, así como del código oral articulado por un discurso polifónico representativo de la multiculturalidad de dicha región española. Detallamos a continuación un plano de la ciudad de Sevilla, la identificación de lugares y la reconstrucción de las rutas recorridas por los personajes. Agradecemos a Alejandro Mejías-López por el desarrollo de este material dedicado especialmente para esta edición.

Relación de lugares numerada:

La novela comienza en la Plaza del Cardenal Lluch (en la novela solo se dice Plaza del Cardenal) que hoy se llama Plaza de la Virgen de los Reyes. Es la plaza donde está la Giralda, Catedral y Palacio Arzobispal.

Comienza en la Plaza hacia a la Giralda/Catedral y continúa con la mirada a Sevilla desde arriba. El capítulo finaliza con el paseo desde la Catedral a San Juan de la Palma, en donde Pedro Miguel hace pasar a Deusto por las casas de lo que serán más tarde personajes de la novela. Todas las calles son reales excepto la calle “Giraldo Alcázar”, que es ficcional pero que se identifica con la Calle de los Mercaderes (hoy Calle Álvarez Quintero), que une la Catedral con el Salvador.

1. Plaza del Cardenal Lluch (hoy Plaza Virgen de los Reyes)

2. Giralda

3. Catedral

4. Puerta de Jerez (conserva el nombre, pero no la puerta)

5. Plaza de Toros

6. Hospital de la Caridad

7. Torre del Oro

8. Jardines del Alcázar

9. Jardines de San Telmo

10. Fábrica de Tabacos (hoy Universidad de Sevilla)

11. Palacio Arzobispal (no es nombrado hasta que están arriba de la Giralda, aunque la novela comienza cuando Deusto y el Provisor salen del Palacio y encuentran a los niños. El prelado entra después en el “patio metropolitano” [referencia indirecta al patio del Palacio])

12. Iglesia del Salvador

13. Iglesia de San Isidoro

14. Iglesia de Santa María la Blanca

15. La Cruz del Campo

16. Iglesia de San Esteban

17. Puerta de Carmona (conserva el nombre, pero no la puerta)

18. Iglesia de San Roque

19. Iglesia/Convento de San Leandro

20. Iglesia de San Ildefonso

21. Iglesia de Santiago

22. Iglesia de San Pedro

23. Iglesia/Convento de Santa Inés

24. Iglesia de Santa Catalina

25. Iglesia de San Andrés

26. Hospital del Pozo Santo

27. Iglesia de San Martín (mencionada dos veces, quizás por error)

28. Iglesia de San Juan de la Palma

29. Iglesia de San Román

30. Iglesia de San Marcos

31. Iglesia/Convento de Santa Paula

32. Hospicio de San Luis (hoy desaparecido)

33. Iglesia de Santa Marina

34. Iglesia de San Julián

35. Iglesia de Santa Lucía (hoy Biblioteca)

36. Iglesia/Convento de la Trinidad

37. Puerta de Córdoba (queda el nombre, pero no la puerta)

38. Puerta de la Macarena (todavía en pie)

39. Iglesia de Omnium Sanctorum

40. Iglesia de San Gil (en la época de la novela, residencia de la Hermandad de la Virgen de la Esperanza Macarena mencionada en la novela)

41. Iglesia de San Clemente

42. Iglesia/Convento de Santa Clara

43. Torre de Don Fadrique

44. Iglesia de San Lorenzo

45. Iglesia de San Vicente

46. Puerta Real (conserva el nombre, aunque en desuso, pero no la puerta)

47. Puente de Isabel II (más conocido como Puente de Triana, 1852. Anteriormente durante siglos solo hubo un puente de barcas)

48. Iglesia/Monasterio de la Cartuja

49. Iglesia de Santa Ana (en la novela no se menciona por nombre, pero es la única iglesia que se ajusta a la descripción gótico-mudéjar y asociada a la Virgen de la Esperanza y a los gitanos. Es también comúnmente llamada la “Catedral de Triana”)

Aquí termina la mirada de pájaro sobre la ciudad y comienza el itinerario de Pedro Miguel y Deusto desde la Giralda (por dentro de la Catedral) hacia San Juan de la Palma.

50. Puerta de los Palos (por donde entran en la Catedral)

51. Puerta del Lagarto

52. Patio de los naranjos

53. Biblioteca Colombina

54. Puerta del Perdón

55. Calle Mercaderes (en la novela, Calle Giraldo Alcázar)

56. Plaza del Salvador

57. Calle Córdoba

58. Calle Puente y Pellón

59. Plaza y mercado de la Encarnación

60. Calle Regina

61. Calle Jerónimo Hernández

Plaza del Pozo Santo

62. Calle Amparo

63. Pasaje de Viriato

64. Corral de San Juan de la Palma (conocida en la novela como Casa del Moro o Palacio de Torre-Nueva. Está en calle Viriato, no en calle Feria)

Nota: en la novela se menciona varias veces la academia o escuela de baile en el Corral (el sonido de las castañuelas). Posiblemente se refiere a la Academia de Bailes Pericet (de la familia Pericet) que existía en el corral o casa de los artistas.

Continuación de la novela:

Pag. 104:

65. Iglesia de San Gregorio (mencionada a propósito de hermandades e imágenes religiosas junto a otras iglesias ya citadas anteriormente. Volverá a ser mencionada al final)

Pag. 113:

66. Calle Sierpes (marcada con número 66 dos veces)

Pag. 124:

67. Paseo de las Delicias (continúa fuera del mapa)

68. Parque de María Luisa

69. Prado de San Sebastián

70. Calle Abades

Pag. 149:

71. Círculo de Labradores (nota: no estaba donde está hoy, sino al otro extremo de la calle Sierpes, donde antes estuvo la cárcel de Cervantes, de ahí la mención de esta en la novela)

Pag. 167

72. Calle Sagasta

73. Calle Rioja

74. Calle Tetuán (marcada dos veces)

Circo: Cava de Triana (luego repetida como de los Gitanos)- Marcado en el plano: mitad sur de Triana.

Pag. 202

75. Calle Amor de Dios

76. Calle Trajano

77. Alameda de Hércules

78. Barqueta

Pag. 203

79. Plaza de la Paja (hoy Plaza Ponce de León)

80. Plaza del Carbón (en la novela se la llama “calle”, pero esta plaza es la única que tiene sentido en dicho contexto)

Nota:de todos los salones de baile y cabarets mencionados se ha podido verificar la existencia de Zapico (ya referenciado en la nota a pie de página) y “el de los Ingleses”. Es muy probable, no obstante, que sean todos reales, pero hoy olvidados.

Flamenco: actuación Pedro Miguel y la Neva (Pags. 221-222).

81. Teatro Novedades (existía y era famoso en 1920, pero fue derribado en 1923, un año antes de que se publicara la novela, a causa del “ensanche” de las ciudades en esa época)

82. Plaza de la Campana

Pag. 276

83. Plaza Nueva

84. Calle Zaragoza

85. Estación de Córdoba.

Pag. 288

86. Calle Alfonso XII

87. Plaza del Duque

88. San Miguel: Iglesia que no existe desde 1868 (entre Plaza del Duque y Trajano). La única explicación a su mención aquí en una novela tan precisa en sus referencias a Sevilla es que la “parroquia” de San Miguel (en el sentido de vecindario o “parish”, aunque no de edificio) pasó a tener sede en la Iglesia de San Gregorio (65) de donde, efectivamente, todavía sale la procesión de “el santo Entierro” mencionada en este pasaje y frente a la Iglesia de San Antonio Abad (no mencionada) de donde sale la cofradía del “Silencio” (sí mencionada)

D’Halmar, el erudito

Los conocimientos de D’Halmar trascienden más allá de un nivel geográfico: es imperioso sumar la trastienda religiosa. El mismo autor experimentó dicha vocación pasando un año en el Seminario de los Santos Ángeles Custodios (1893-1894). Este antecedente cobra una importancia fundamental en la novela, dado que el autor ostenta su conocimiento religioso tanto en el uso del latín en las misas presididas por Deusto como en la descripción de la jerarquía eclesiástica, los pormenores cotidianos del quehacer religioso y los detalles de la vida clerical: la vestimenta, las oraciones, las palabras de la liturgia y las lecturas. El cura Deusto, vasco de origen, es lector de la Biblia (en latín) y de la Imitación de Cristo (el famoso libro de devoción atribuido a Tomás de Kempis); es también un gran conocedor de la música sacra, desde los cantos gregorianos a la música del período barroco. Pero D’Halmar no deja nada al azar: así como presenta importantes lugares de la Sevilla de comienzos del siglo XX y sus voces, también incorpora los elementos culturales de la ciudad, la Sevilla a la que arriba Deusto es famosa por su música popular (y su baile), desde el cante jondo y las otras variedades del flamenco a los villancicos y las zarzuelas (muchas notas nuestras glosan la presencia de cantaoras y bailaoras en la novela). También hay referencias precisas al mundo de la tauromaquia. Pedro Miguel, el joven monaguillo y cantante, es de origen gitano y judío, y su biografía da lugar a numerosas exploraciones de las culturas reprimidas en España, tema que se hará famoso poco después cuando Américo Castro y sus discípulos estudien los efectos de las expulsiones de judíos y musulmanes en la cultura española.

Por otro lado, la erudición de D’Halmar lo alejó, tal vez intencionalmente, de cierta chilenidad escritural. El autor reniega de cualquier voz o recurso nacional; es su novela “menos chilena”, por decirlo de alguna manera. Pareciera querer retratar Sevilla con los ojos de un forastero que pretende ser nativo, alejando todo (o casi todo) aspecto propio y personal que pudiera proyectarse en esta narración. Y pareciera que lo logra. Pasión y muerte del cura Deusto es publicada inicialmente por la Editorial Internacional en Berlín en 1924. Todo un recorrido cosmopolita el de este cura vasco. Recién en 1938 la novela es publicada por la editorial Nascimento en Chile, cuando el autor ya se encuentra de regreso en su país. D’Halmar escribe una carta al director de la editorial, Carlos George-Nascimento, fechada el 17 de noviembre de 1937. En la misiva D’Halmar reproduce parte de la favorable recepción crítica de la novela en Europa e indica:

El libro, Ud. sabe, consta m/m de 300 págs. (…) De él dijo, entre otros, Soiza-Reilly: “En la hora presente, D’H. ha triunfado en la forma más amplia. Su labor ‘La P. y M. del C. D.’, en el tríptico de las grandes novelas americanas localizas [sic.] en España, es indudablemente muy superior, bajo todos aspectos, al ‘Embrujo de Sevilla’ y sobre todo a ‘La Gloria de Don Ramiro’ de verdadero renombre. Pero este novelista hispano-americano, no es ni millonario, no ministro plenipotenciario en la capital de Francia. Quizá por eso no ha encontrado aún a un Rémy de Gourmont que lo traduzca”. Así, la crítica ya se ha pronunciado y también ha fallado el público, que agotó las ediciones españolas. Ahora nos queda Chile, donde casi no llegó la obra, pero donde todos la conocen de oídas, con o sin razón, como la mejor entre las mías.

Legado de Augusto D’Halmar, Colección Archivo del Escritor

Biblioteca Nacional de Chile

Evidentemente, D’Halmar consigue su objetivo y al año siguiente, en 1938, Pasión y muerte del cura Deusto es publicada por la editorial Nascimento. Pero más allá de la efectividad del documento, llama la atención, por sobre la crítica a la novela reproducida en la carta, la clasificación de D’Halmar como escritor hispanoamericano en vez de chileno. Tal vez D’Halmar opta por una suerte de cosmopolitismo por sobre el rótulo acotado y provinciano que le ofrece su país natal. De hecho, el crítico y prologuista José Francés (1883-1964) lo retrata como una “extraña y sutil figura de artista”, “un escritor chileno por su origen, pero universal por su obra mecida bajo los más diversos cielos y sobre los más lejanos mares”. Claro está: las fronteras nacionales limitan la escritura universal y cosmopolita de D’Halmar, quien lo sabe perfectamente.

El desarraigo

El destierro, los viajes y la lejanía son parte importante en la escritura de D’Halmar y es interesante notar cómo en esta novela presenta a su protagonista como un forastero. Por ejemplo, la narración comienza con la llegada de Deusto, el cura vasco, a la Catedral de Sevilla. El Provisor del Arzobispado envía al cura a la iglesia de San Juan de la Palma y para este propósito encarga a Pedro Miguel “que conoce como nadie la ciudad” (73) que acompañe al forastero a su destino. Durante los tres años que Deusto vive en Sevilla sigue siendo un extranjero: es referido como “el vasco” o “el cura forastero” constantemente. Asimismo, Deusto experimenta la añoranza del hogar —situado en Bilbao, al norte de España— junto a Mónica, su ama de llaves, quien casi al final de la novela describirá Sevilla como un “purgatorio” (242). Es inevitable entonces preguntarse ¿por qué D’Halmar sitúa a su cura en Sevilla? Para responder a esta pregunta tal vez sea preciso recordar que la ciudad de Sevilla, al sur de España, ha recibido una importante influencia de la cultura árabe, la que se puede vincular a la experiencia oriental de D’Halmar en sus viajes por India y Egipto, que Sylvia Molloy describe como un “orientalismo desplazado y fluctuante [que] encuentra su expresión más lograda en Pasión y muerte del cura Deusto, la novela que escribe D’Halmar desde y sobre ese otro país árabe que es España, intento del autor de reclamar lo hispano para Hispanoamérica, y a la vez, de subvertirlo” (272). La propuesta de Pablo Aros es asimismo sumamente interesante, ya que considera también el origen vasco de Deusto, proponiendo una relación norte-sur cuyas diferencias culturales se materializan a través del conflicto entre el cura y el joven monaguillo: el problema del orientalismo se ve en los intentos de Deusto por amoldar a Pedro Miguel a su ideal. Se produce una crisis cuando el apuesto joven se hace consciente de su incontenible sensualidad y comienza a experimentar, a ganar fama, y ya no puede ser separado del mundo ni ser retenido dentro de la parroquia. Entonces la ciudad se abre dentro de la novela, no es solo la parroquia, sino también el teatro, el circo, la bohemia y las habladurías. La fuerza de Sevilla consume a Deusto al intentar arrebatarle lo que más ama, la inocencia o el dominio hacia el joven (41-42). Por su parte, Juana Martínez vincula la vivencia de D’Halmar como extranjero con la sensación de lejanía que experimenta Deusto en Sevilla: “El protagonista, que llega desde el país vasco desconocedor del ambiente sevillano, le permite al narrador tomar en consideración la lejanía entre dos polos distantes de España, y hace inevitable que repita un motivo propio de sus libros de viajes, el de un yo ajeno a un medio, en conflicto con la realidad inmediata desconocida para él” (50). De hecho, es recurrente en la novela que el narrador se refiera a Deusto como el foráneo, el vasco y el forastero, dejando de manifiesto la cualidad de “allegado” del cura.

Ahora bien, es importante recordar un dato que señala Molloy: tras el fracaso de la Colonia Tolstoyana D’Halmar no vuelve a ambientar ninguno de sus relatos en su país de origen. Se podría pensar que el autor aleja sus narraciones del espacio nacional también como una estrategia, la que podría ser de utilidad para evitar la censura o librarse de asociaciones que lo vinculen con sus personajes. En este sentido, podemos recordar las palabras de su amigo, el también escritor Pedro Prado (1886-1952), quien en el funeral de D’Halmar lo recuerda como un desarraigado, un nómada: “D’Halmar era el Hermano Errante. ¿Por qué estaba siempre vagando? ¿Por qué andaba en eterna búsqueda? ¿Por qué era una forma de errar acertando? ¡Quién sabe!” (citado en Espinoza, 22).

Si bien D’Halmar intenta generar una distancia en esta novela, no solo a nivel geográfico, sino también personal, a medida que pasa el tiempo y se descubren nuevos antecedentes sobre la vida privada del autor. Estas distancias se acercan casi al punto de desaparecer para proponer una cercanía entre el autor y su protagonista. Como indican Orlandi y Ramírez, una de las características de la prosa de D’Halmar es la fusión de datos biográficos y ficción: “En D’Halmar la vida y la obra literaria están indisolublemente unidas: conocer una es entender la otra, su literatura era la esencia de su ser” (48). Así como el viaje a Sevilla y el paso por el Seminario, es posible identificar otros aspectos biográficos en esta novela. Tal vez, de una manera menos evidente o protagónica, Deusto carga con una relación fallida que, años después de la muerte de D’Halmar (que ocurre en 1950), es posible proyectar en el autor y su amigo también escritor, Fernando Santiván. En la novela se recuerdan los inicios de Deusto en el seminario, donde compartía con Pedro María Alday, con quien

planeaba para lo porvenir; en aquella camaradería habían encontrado refugio las inquietudes de su adolescencia, las dudas que a veces le asaltaban sobre su vocación, sobre todo esa ansia insaciable de nuestro corazón por compartirse; concluirían su carrera, y, como Pedro María Alday era huérfano, la madre y la hermana de Iñigo Deusto constituirían el hogar para los dos jóvenes; llenarían su ministerio sin separarse, harían mucho bien, su común afición por la música contribuiría a vincularlos y llevarían a cabo cosas muy bellas… (107).

Dicho proyecto utópico de compañerismo y religiosidad podría proyectarse en la Colonia Tolstoyana que soñaron D’Halmar, Santiván y Ortiz de Zárate en 1904. Sin embargo, tanto el proyecto del joven Deusto como el de D’Halmar acarrearán el fracaso. En la novela, tras la muerte de la madre del joven Deusto, Pedro María confesará su amor por la hermana de Iñigo, sentimiento que le imposibilita seguir el proyecto religioso, mientras que tras el fracaso de la Colonia Tolstoyana (primero en Temuco y luego en San Bernardo), el joven Santiván decide casarse con la hermana de D’Halmar, Elena González Thomson. Factor común el abandono del compañero, que pone fin a estas comunidades idealistas y masculinas y, tal vez, algo ingenuas.

Memorias y confesiones tolstoyanas

En 1955 Fernando Santiván (1886-1973) publica sus Memorias de un tolstoyano, las que, como indica Rodrigo Cánovas, se dividen en tres partes: la primera dedicada a la genealogía familiar, su infancia y adolescencia, una segunda parte dedicada a la época de la Colonia Tolstoyana y la parte final dedicada a su historia familiar con los Thomson, su relación con Augusto y posterior matrimonio con Elena González Thomson. De hecho, Cánovas es enfático al indicar que la autobiografía de Santiván “es también una biografía de un capítulo de la vida de Augusto Thomson” (198). La relación entre D’Halmar y Santiván ha sido ficcionalizada en la obra de ambos escritores: D’Halmar lo hace no solo aquí sino en La lámpara en el molino, La sombra del humo en el espejo y Cristián y yo, y Santiván en Ansia, su primera novela, publicada en 1910 (en vida no solo de D’Halmar sino de Elena y de su hermana Estela). Después de la muerte de D’Halmar en 1950, Santiván hará más explícita la conflictiva relación entre ambos en su libro más famoso, Memorias de un tolstoyano6 (1955) y en Confesiones de Santiván (1958), donde explica sus complejas relaciones matrimoniales con Elena y extramatrimoniales con su cuñada Estela. El crítico Hernán Díaz Arrieta (1891-1984), más conocido como Alone, al referirse a Augusto D’Halmar en Los cuatro grandes de la literatura chilena durante el siglo XX: Augusto D’Halmar, Pedro Prado, Gabriela Mistral, Pablo Neruda (1962), rememora también la Colonia Tolstoyana y las memorias de Santiván, develando lo que él mismo llama, un secreto a voces: “Sin embargo, hay algo que Santiván no dice, que hasta ahora nadie ha dicho claramente, aunque todos lo saben: el uranismo de D’Halmar, que no lo explica todo, pero sin lo cual nada se entiende” (19). Es el mismo Alone, entonces, el que se hace cargo de mencionar claramente la homosexualidad de D’Halmar: “Creemos llegada la hora de no hacerse más desentendido de ese, por lo demás, secreto a voces”. Es evidente que tras las publicaciones de Santiván y de Alone, lectores, críticos y académicos proyecten los datos biográficos de D’Halmar en sus protagonistas y se vinculen las relaciones homoeróticas al triángulo amoroso entre D’Halmar, Santiván y la(s) hermana(s)del primero.

En la edición de Pasión y muerte del cura Deusto publicada por Mago Editores en 2014, Juan Pablo Sutherland indica que el texto fue “injustamente leído por una crítica conservadora que no fue capaz de develar las claves necesarias para pensar nuevos lugares de la legitimidad amorosa y escritural” (12). Precisamente nuestra edición crítica espera hacerse cargo de esta deuda literaria, al proponer diversas lecturas de la novela y destacar el carácter innovador de D’Halmar. No podemos olvidar que es una de las primeras novelas de temática homosexual en lengua castellana; le anteceden en portugués, en 1895 (el año de los juicios de Oscar Wilde), Bom Crioulo de Adolfo Caminha, y en francés Escal Vigor, del belga Georges Eekhout, publicada en 1899. Asimismo, es importante también indicar otros textos literarios que abordan la temática de la diversidad sexual previos a los ya mencionados. En este sentido es necesario mencionar “A um moçoilo” de Luis Junqueira Freire, publicado en 1850; Úrsula de Maria Firmina dos Reis, publicado en 1859; O Homem gasto de Lourenço Ferreira da Silva Leal, de 1885; y Hojas al viento de Julián del Casal, publicada en 1890, entre muchas otras7. Un libro que ha sido útil para trazar el trasfondo de la emergencia de la cultura gay en España en el período es Los invisibles: A History of Male Homosexuality in Spain, 1850-1940 de Richard Cleminson y Francisco Vázquez García (2007), que incluye algunas referencias a esta novela, aunque los autores confunden detalles de la trama y dos veces dicen que el autor es uruguayo y no chileno (204 y 275)8.

En Pasión y muerte del cura Deusto Augusto D’Halmar materializa su aporte a las letras chilenas (y latinoamericanas), como lo señala Sylvia Molloy9: “La homosexualidad expresada directamente en Pasión y muerte del cura Deusto y oblicuamente en otros de sus textos constituye la contribución más importante de D’Halmar a la literatura” (273). Siguiendo esta línea, Alfredo Villanueva- Collado afirma que Pasión y muerte del cura Deusto puede ser estudiada como “la primera novela hispanoamericana de tema abiertamente homosexual” (3). Ahora bien, es importante indicar que en el momento de su primera publicación, en el año 1924, y precisamente por su temática, no fue bien recibida por la crítica. Explica Juana Martínez: “El crítico por excelencia de la época, Cansinos Asséns, a quien el propio D’Halmar le había enviado su novela, no muestra mucho afecto por ella, afirmando: ‘Me repele por lo que de su argumento me han anticipado y no he tenido ánimos para leerla’” (4). El paso del tiempo ha sido un factor beneficioso para la novela; hoy, casi cien años después de su primera publicación la academia estudia y valora el carácter rupturista del texto para su época, mientras que la recepción crítica inicial la desecha precisamente por abarcar la homosexualidad.

Por su parte Alone —el mismo que devela el “uranismo”10 de D’Halmar—, en 1964, es decir, cuarenta años después de su primera publicación, presenta la novela desde un enfoque más amplio que el crítico español citado anteriormente. Al analizar la novela en Los cuatro grandes de la literatura chilena… Alone indica:

Trátase, como en ‘La Sombra del Humo en el Espejo’, de un muchachito que ejerce sobre un hombre maduro una seducción entre hijo, discípulo y prosélito, con fuerte mezcla de elementos sentimentales, cargados de ternura, pero contenidos. El ‘Deusto’ es una novela pudorosa. Pese a la atmósfera de pasión que la baña, no hay en toda ella una caricia prohibida. Solo más tarde rompió D’Halmar ciertas vallas que la decencia y hasta el gusto imponen, más no por el lado erótico, sino religioso (34-35).

La relación entre La sombra del humo en el espejo11 y Pasión y muerte del cura Deusto se proyecta entre sí de muchas maneras curiosas: el Aceitunita sevillano de la novela es de padre gitano y madre judía, Zahir el egipcio es de padre musulmán y madre judía; sirven de guías, y después de sirvientes, al hombre mayor que los saca de su mundo. Pero si el cura Deusto nunca se atreve a hablar de su amor, D’Halmar, como narrador de su propia experiencia con Zahir en Egipto, Ceilán, la India, Italia y Francia, no vacila en tildar la relación con el egipcio de amorosa, “Me amó como supo y pudo, sacrificando por mí sus juveniles amores, y yo no sé que nadie me haya amado más y mejor” (188) dice, cuando se prepara para mandarlo de regreso a Egipto. Pero la relación entre Deusto y Pedro Miguel no se puede tildar de “amorosa” ni de evidente. Si bien genera ciertas “sospechas” en la comunidad eclesiástica, las que irán aumentando acorde avance el relato, no afectarán el vínculo entre Deusto y el Aceitunita. Es más, al seguir la propuesta de Alone en cuanto al contexto religioso, se podría pensar en Deusto como un “clérigo progresista”, que, en lugar de obedecer los estatutos formales de la institución religiosa, opta por ignorar ciertos procedimientos de índole burocrático, tal como se observa al inicio de la novela, en el momento en que Deusto se encuentra por primera vez con don Palomero, el sacristán de San Juan de la Palma: “—¡Qué quiere usted! —expuso con seriedad el vasco—; yo no puedo admitir que la iglesia sea una especie de cooperativa en que los accionistas tienen derecho a descuento y a repartirse dividendos espirituales. Pienso, además, que somos nosotros, los pastores, los que debemos guiar y no seguir al rebaño” (87). Deusto llega como un cura reformador, con ideas nuevas y no necesariamente como alguien que espera dar en el gusto en las apariencias. Esta actitud podría proyectarse en la posición de D’Halmar sobre la Iglesia; recuerda Alone: “Durante uno de los banquetes que la admiración de sus compatriotas le ofreció al volver a Chile, dijo D’Halmar que, cuando llegaba a un país, para saber dónde estaban la causa del pueblo, la razón y su justicia, bastábale ver dónde estaban los clérigos y mirar al otro lado” (38). Claramente se podría proyectar la postura de D’Halmar sobre la Iglesia en el actuar de Deusto, quien es incluso capaz de desafiar a sus superiores y dejar de lado a quienes solo se preocupan de las jerarquías y el qué dirán, como a don Palomero, por ejemplo.

El secreto a voces, lo que nadie se atreve a decir

Ahora bien, pensar Pasión y muerte del cura Deusto como una novela “pudorosa”, tal como lo indica Alone, podría presentar una contradicción: el título de la novela es extremadamente sugerente, al hacer convivir las palabras «pasión» y «cura» es inevitable hacer una rápida asociación a la crisis moral y social que atraviesa la Iglesia Católica en estos días. Abusos, violaciones y pedofilia perpetrados por sacerdotes son algunos de los varios escándalos que la Iglesia ha debido enfrentar12. Sin embargo, este no es el caso. Nuestro Deusto no es un pederasta o un abusador (el amor que sienten él y Pedro Miguel es mutuo, pero no se lleva a cabo). Es un reformador, un progresista algo idealista. Más que pudorosa o discreta, la novela se articula en función del secreto, de lo no dicho, como indica Andrea Kottow: “Se trata de un texto de tonos menores, de un murmullo o un susurrar que continuamente parece rayar en lo confesional sin que nunca se revele el secreto” (80). Podemos conjeturar en torno a los sentimientos de Deusto y Pedro Miguel, pero ni siquiera los personajes pueden definir ese sentir, eso que se nombra con el eufemismo de “lo nuestro”. D’Halmar, más que entregar definiciones, manifiesta en Pedro Miguel esta misma incapacidad para explicar su vínculo con el cura:

Y en el corazón de Pedro Miguel se aliaban impulsos aparentemente inconciliables, como si el protegido pudiese ser a su turno protector. En realidad, no le amaba ni como a un amo ni como a un padre, sino más bien como las mujeres, desde muy pequeñas, quieren a sus hermanos mayores, con orgullo a la vez que con ternura, siendo un sentimiento la ternura que no podría calificarse sino de maternal. Si Pedro Miguel le hubiese podido y querido explicar, de seguro habría provocarlo a risa; ¡pero son tan arbitrarias las castas que la inteligencia establece!, y ¿ha llegado a definirse nunca la verdadera edad de las almas…? (118)

La relación entre Deusto y el Aceitunita ni siquiera es nombrada por estos hasta el final de la novela, cuando Deusto responde a la reprimenda de Pedro Miguel:

—Pero no lo olvides, ¿eh? —amenazó el gitano— ¡Aquí a la vista del sagrario! Has ido contra tu sentimiento y contra el mío. ¡Dios te perdone por ambos!

Estaba desconocido. Le hablaba de igual a igual a su antiguo protector, al maestro de su infancia; tuteaba a su señor, como si los dos fuesen iguales ante el ojo único que, desde lo invisible, debía de contemplarles. El cura, que iba a salir, se detuvo a su vez.

—Tú sabes —dijo con voz ardiente y repelida— que yo no lo sabía. Pero ahora comprendo más que nunca que lo nuestro no tiene solución en esta tierra. No, no soy yo. No, no eres tú, por piedad, no nos entreacusemos mutuamente. Nadie hasta ahora había encarado este problema. Tú no puedes ser ya lo que has sido para mí; yo no quiero, porque tampoco puedo ser otra cosa que lo que hasta ahora. Ni podremos seguir juntos, ni podremos separarnos. Hemos perdido a Dios, y este es nuestro castigo (263).

Las palabras de Deusto son tajantes y reflejan la inviabilidad de la relación, tal como señala Juan Pablo Sutherland: “[Deusto] por más que haya intentado dar alguna lejana y mínima esperanza a ese amor, la historia se clausura en la imposibilidad. Levantado como una sombra del martirio de Cristo, Deusto caerá por esa pasión que no se puede nombrar ni permitir. La posibilidad como una ensoñación utópica” (11). Cuando Pedro Miguel responde que Dios debe haber querido ese imposible deseo, Deusto replica: “Sí, pero Él, que es el acicate, Él es a la vez el freno. El freno y el acicate” (263). Deusto reconoce la relación, la nombra como “lo nuestro” y también como un problema, dada su inviabilidad, que Pedro Miguel no comparte. Los planes del Aceitunita son iniciar una nueva vida en Madrid junto al cura, para quien lo imposible parece también innombrable. Esta relación, carente de notación a lo largo de la novela, un “secreto a voces” como diría Alone, es el eje que articula el relato. En palabras de Kottow:

Pasión y muerte del cura Deusto puede ser leída como una novela del no secreto, o del secreto que no aparece en escena y que, en estricto rigor, entonces no existiría propiamente tal. No obstante, dado que se trata de un texto literario y estamos, así, ya en pleno lenguaje, el silencio dentro del texto es, a su vez, un efecto textual. La novela produce, por su hechura, el secreto silenciado, el secreto que ansía ser dicho. En ese espacio liminal, entre lo no dicho y lo que a su vez articula todo lo que está dicho, se juega la novela (86).

Tras este encuentro, en el que finalmente transparentan, y mencionan, la situación que están viviendo, el narrador sentencia: “Parecían no tener ya nada que decirse. Se les figuraba que ya no tendrían nada que decirse en lo que les quedara de vida […] Nunca, nunca jamás, volverían a cobrar fuerzas para ponerse en contacto íntimo como aquella noche. Era una historia concluida o truncada, concluida de todos modos” (264). El beso con el que se separan —un beso en el que ambos están despiertos, contrario a aquel que Pedro Miguel le dio al inconsciente Deusto al desmayar, en la parte temprana de la novela— no es un beso mutuo; Pedro Miguel besa la mejilla de Deusto y entonces ambos se retiran a sus habitaciones (contiguas) en la parroquia. Y es en ese momento que una escena tiene lugar en la imaginación de Deusto. Una escena que es tan extraordinaria como lo que acaba de ocurrir. Deusto piensa en abrir la puerta, en abrir la puerta de Pedro Miguel, o por lo menos en espiar a través de la cerradura de su puerta: “Un momento Deusto, como alucinado, tuvo la idea de mirar por la cerradura. Y solo volvió en sí al temor del ojo verde que podía encontrarse con el ojo negro” (265). Él sabe que el otro está sintiendo las mismas tentaciones y se está reteniendo por respeto a las restricciones propias del cura.

La escena físicamente más intensa tiene lugar en el capítulo quinto de la tercera y última parte. Pedro Miguel se ha recobrado de su intento de suicidio y llega a la iglesia en jueves santo; Deusto quien, como Jesús, ha cumplido treinta y tres años, se encuentra rezando, solo:

Lentamente, Pedro Miguel había venido hasta él, como si le supiese allí, y en silencio se dejó caer a sus plantas y permaneció también casi inmóvil. ¡El templo, la casa parroquial, la parroquia, la ciudad, quién sabe, el mundo entero, todo comenzaba a dormirse en torno de ellos, en la red aisladora de la lluvia! Estaban solos, y no podían hablar sin desencadenar lo inevitable. Entonces, sobre las duras rodillas del sacerdote vasco, vino a descansar dulcemente la cabeza rizada del gitano.

Él no hizo un movimiento. Aquella cabeza se aposentaba sobre sus faldas como si estuviese tronchada, como debió pesar la del Bautista en el plato de oro de Salomé. Y Deusto sufría la tentación de hundir sus manos entre los ensortijados cabellos, de pasarlas por ese entrecejo, cerrado, de tocar con las yemas de los dedos los párpados sensibles y ojerosos y las pestañas estremecidas, de correrles hasta la boca y los dientes húmedos, por sobre aquella tez aterciopelada como un fruto en sazón. Y el cuello estaba allí, tan fácil de aprisionar, de estrechar y de estrangular. ‘Solamente a los puros les es permitido matar’; ¿quién había expresado esta idea? Él sentía contra su muslo, a través de la sotana, el calor, la pulsación de las arterias de la sien y de la garganta. Y le pareció que un pajarillo o un animalito infinitamente tibio como un gato se le había abandonado, todo él palpitante como un corazón. Entonces él también se repitió, mentalmente, que pasara de él, si posible sin beberla, esa copa también presentada por un ángel (260-61).

La intensidad de este pasaje y la de otros muchos en la novela deriva del feroz conflicto entre la sensación física y la represión mental. Lo que D’Halmar logra —en una novela que forma parte de una rica tradición anticlerical, al mismo tiempo que está imbuida en imaginería cristiana— es el sentido exacerbado de los deseos de la carne. Lo logra focalizando la novela casi completamente en Deusto, quien entiende perfectamente lo que está rechazando y siente los espasmos de la tentación una y otra vez. Pero D’Halmar aleja a Deusto de la falta, del pecado; el cura nunca duda de su actuar, es capaz de replegar cualquier instinto incluso hasta impedir la notación, tal como indica Kottow: “D’Halmar no deja nunca de proteger a su cura Deusto, sin condenarlo, sino más bien mostrando el soterrado padecimiento de una psiquis atribulada” (81).

Otras imposibilidades de la novela

La inviabilidad de la relación entre Deusto y Pedro Miguel radica únicamente en la negación del cura a la propuesta del joven sevillano. Sin embargo, dicha negativa representa exclusivamente el desenlace del vínculo entre el religioso y el gitano. Ahora bien, es importante también prestar atención a la dinámica cotidiana entre Deusto y Pedro Miguel desde un comienzo. Tras la llegada del cura vasco a Sevilla, Pedro Miguel le presenta la ciudad a Deusto en el paseo inicial para llegar a San Juan de la Palma. Es evidente el contraste entre el forastero y el pequeño guía local que conoce la ciudad de extremo a extremo; se podría decir que es Pedro Miguel el encargado de recibir a Deusto y mostrarle la ciudad, “bienvenido a mi Sevilla” dice el todavía niño al cura, al llegar al curato. La condición de recién llegado del cura parece motivar al gitanillo a volver donde Deusto y ofrecerle su ayuda en los asuntos propios de la parroquia:

“¡Oh! ¡Quedaría usted tan contento de mí y yo tan agradecido de usted! En casa no me pueden guardar sin hacer nada, y desde los siete años yo no he aprendido sino para infante de coro; pero, en cambio, desde ayudar a todas las ceremonias hasta cantar en todos los oficios, ¡que no puedo yo desempeñar! Además (y esta es la razón a la postre), deseo tanto que usted consienta… Desde que vine a dejarle no he podido pensar en otra cosa (89).

¿Está Pedro Miguel pidiendo a Deusto que lo reciba en su casa o le está ofreciendo su ayuda? Más que un favor, parece un trato que al religioso no termina de convencer, y propone un nuevo acuerdo al niño: “—¿Y si te vinieses aquí, a esta casa, a mi servicio particular? —propuso al fin, decidiéndose—Siempre podrías ayudar en la iglesia, sobre todo ahora que emprendo reformas. Pero tendrías que ser muy dócil con mi ama de gobierno, que es verdaderamente una gobernanta, y yo no podría hacer nada por ti si incurrieses en su desgracia” (90). La propuesta del cura es de cierta manera ambigua; por una parte, Pedro Miguel estará a su servicio, manifestando de cierto modo una jerarquía, pero, por otra parte, Deusto presenta a Mónica, el ama de casa, como la figura de autoridad dentro del hogar. De esta manera, tanto el religioso como el sevillano deben obedecer a la mujer13, estando así ambos, aparentemente, en igualdad de condiciones.

Esta situación nos remite al sentido de hospitalidad, y particularmente al trabajo del pensador argelino-francés Jacques Derrida sobre este concepto, que surge frente a la llegada de un extranjero, un desconocido. El núcleo de la reflexión derridiana se basa en el recibimiento de un “otro”. De cierta manera, en la novela la hospitalidad no es unívoca sino recíproca; inicialmente ejercida por Pedro Miguel hacia el cura forastero, y posteriormente es el religioso quien recibe al niño en su casa. Sin embargo, es importante agregar que para Derrida la hospitalidad se ejerce desde la figura de un anfitrión, alguien que sea propietario o esté a cargo de un hogar (una casa o una nación), y que se presente a sí mismo como el dueño, quien ejerce el control. En ese sentido, Pedro Miguel más que ser “hospitalario” con Deusto, lo recibe, dado que el cura representa al recién llegado. Lo interesante de esta situación es que Deusto, el extranjero o recién llegado, es capaz de ejercer la hospitalidad dado que tiene el poder de hospedar, condición que evidentemente el sevillano carece. En este momento es interesante retomar la propuesta de Deusto a Pedro Miguel: el cura recibe al niño en un espacio controlado por un tercero (Mónica), por lo que el religioso renuncia a la figura de dueño o controlador. Esta situación particular es perfectamente proyectada en la reflexión de Derrida, que afirma que la hospitalidad ética y absoluta radica precisamente en la renuncia del anfitrión tanto a la imposición de restricciones sobre el huésped como a su reclamo de cualquier tipo de propiedad (75-76). En esta reflexión hay un elemento clave: la incondicionalidad14, es decir, un recibimiento sin reserva. Tiene sentido entonces articular la situación de Deusto y Pedro Miguel como huéspedes en el curato; el sacerdote vasco del norte y el gitano-judío en las tierras de Sevilla ubicadas al sur del país. Esta posición de los personajes como pares se manifiesta en la novela a través de la escritura: el narrador del texto cada vez que se refiere a Pedro Miguel como «el Aceitunita» lo hace en cursiva, mientras que Deusto, sea llamado «el forastero», «el cura vasco» o por su nombre, nunca es escrito en cursiva, sino hasta el momento en que Pedro Miguel, con permiso del cura lo nombra como «Amigote». Generan así, una suerte de comunidad: Amigo (el niño) y Amigote, grupo que será completado por Amiguito, el pequeño gato que Pedro Miguel y Deusto adoptan. De hecho, el único momento en que esta suerte de igualdad/paridad nominal se pierde, se debe al descontrol de Deusto al momento de reprender al joven, quien se “pierde por la ciudad” por tres días después de haber cuidado al cura cuando este se desmaya durante una fiebre producida por el calor del verano (o quizás por el calor de su tácito deseo). Es tal el enojo de Deusto, que, por primera y única vez, se refiere al niño de esta manera: “Tú no tienes presente quién eres y con quién hablas, Aceitunita” (124). El límite lo fija Deusto, al darse cuenta de que su preocupación por el paradero de Pedro Miguel trasciende al llamado al orden de un mentor: “Entonces comprendió que su porvenir y su recobrado amor a la vida los había puesto en la cabeza de un niño” (123). Este momento es esencial: la incondicionalidad es reemplazada por la autoridad que expresa el religioso precisamente al perder el control sobre Pedro Miguel. Si bien el conflicto es apaciguado de forma casi inmediata, y materializado por Amiguito, el pequeño gato que Deusto concede adoptar por petición del joven, el quiebre de la incondicionalidad es irrevocable, y posteriormente recrudecerá frente a la aparición de personajes como Sem Rubí, Giraldo Alcázar, Palmero, y laNeva, quienes representan la tentación y lo desconocido para Pedro Miguel, quien ya es un joven adolescente ávido de aventuras y nuevas experiencias. La relación entre anfitrión y huésped se complejiza; Deusto debe “competir” con la bohemia sevillana, intenta alejar al joven de los placeres mundanos: la fiesta, la música, la poesía, la atracción por las mujeres y las corridas de toros, personificadas en el pintor, el poeta y la cantadora, quienes presentan a Pedro Miguel una ciudad llena de oportunidades y también de vicios. El niño que Deusto conoce al llegar a Sevilla se ha transformado en un joven que cambió el coro eclesiástico por los escenarios. El cura intenta impedir la “perdición” del gitano; su afán de protección (y también de control) lo llevan al teatro Novedades, donde la Neva presentará al joven cantante en sociedad para luego iniciar una gira artística que lo aleje definitivamente de San Juan de la Palma. Al terminar el espectáculo, Deusto intenta arrebatar a Pedro Miguel del grupo en que se encuentra, pero el hermano mayor de este enfrenta al religioso: “—Conque a dominarle, ¿eh? A secuestrarle para el fanatismo y el envilecimiento. No, señor cura. ¡Muchas gracias! Ahora que el verdadero amor lo ha encarrilado en el camino de los hombres, soy yo y ya no usted quien manda sobre él. Y quieras que no, labrará nuestro porvenir y el suyo” (230). Las duras acusaciones del hermano de Pedro Miguel grafican claramente la dinámica de la relación entre el cura y el joven; el religioso intenta imponer al cantante un patrón de vida que se aleja —o incluso opone— al mundo bohemio que Pedro Miguel está descubriendo. La jerarquía y dominación ejercidas por Deusto revelan a su vez la faceta clave de la hospitalidad según Derrida: su imposibilidad.

Es como si la hospitalidad fuera lo imposible: como si la ley de la hospitalidad definiera su imposibilidad, como si solo fuera posible transgredirla, como si la ley de la hospitalidad absoluta, incondicionada, hiperbólica, como si el imperativo categórico de la hospitalidad, mandara trasgredir todas las leyes (en plural) de la hospitalidad, a saber, las condiciones, las normas, los derechos y los deberes que se imponen a los huéspedes y a las huéspedes, a los hombres y mujeres que dan la bienvenida tanto como a aquellos que reciben. Y viceversa, es como si las leyes (en plural) de la hospitalidad, marcando limitaciones, poderes, derechos y deberes, consistieran en desafiar o trasgredir la ley de la hospitalidad, aquella que manda ofrecer al que «llega nuevo» una bienvenida incondicionada (78).

Al restringir o evitar determinadas acciones Deusto está traicionando su incondicionalidad a Pedro Miguel, atentando contra su voluntad.

El sevillano, tras optar por la vida bohemia y presentarse en los teatros junto a la Neva, siente que el espectáculo no tiene sentido, que algo le falta e intenta quitarse la vida. En ese momento el círculo de amigos bohemios desaparece para que Deusto regrese a la vida del joven en gloria y majestad, ya no como su mentor, sino como su salvador. Pedro Miguel regresa a San Juan de la Palma, sin embargo, la reconciliación entre ambos es inalcanzable, la incondicionalidad ha sido reemplazada por el temor a los comentarios malintencionados de la comunidad, que ya sospecha de la relación entre el cura y el joven. La hospitalidad ha sido trasgredida y no hay vuelta atrás, y Pedro Miguel lo sabe. Como el joven sabe que no tiene nada que perder, transparenta sus sentimientos hacia Deusto. En las escenas finales, es el religioso quien, nuevamente, pone un límite —más bien un fin— a su relación con Pedro Miguel, quien en la estación de trenes se lo enrostra: “Me voy sobre todo porque ‘lo nuestro’, como me lo hizo sentir usted anoche, no podía ya prolongarse […] Usted sabe, como yo, que hemos tocado el límite” (279). Pero, como vimos anteriormente, Deusto no está disponible para seguir al Aceitunita a Madrid a empezar una nueva vida. El cura solo es capaz de expresar el amor cuando lo sabe imposible. Ya no queda más que la escena final en la que Deusto se apresura hacia la estación del tren, habla con Pedro Miguel quien se dirige a Madrid, se rehúsa a abordar y entonces camina hacia el norte, siguiendo las vías del tren hacia su destino: como Anna Karenina, morirá por la fuerza del tren (fiel símbolo de la modernidad), y en este caso el tren llevará consigo a su amado, lejos de Sevilla (esta escena, por cierto, sirvió para la ilustración de la portada de la edición de Editorial Nascimento en 1938).

Un periplo editorial

La primera edición de la novela se publicó en Berlín, en la Editorial Internacional, en 1924. Tiene una curiosa portada, que no revela para nada la temática homoerótica de la novela, sugiriendo, en cambio, que podría ser una novela de vampiresas o de femmes fatale. El porqué de la publicación en Berlín se desconoce (aunque la Editorial Internacional tenía varias sedes en Europa). Otra curiosidad de la portada: igual que la segunda edición, retrata al cura Deusto como viejo, cuando en realidad tiene apenas 33 años cuando muere un Viernes Santo. La imaginería del cura como un hombre viejo también hace presa del Aceitunita; aquella noche de complicidad en que Deusto y Pedro Miguel se escapan al circo, el cura deja de lado su indumentaria religiosa sorprendiendo al joven con su aspecto: “El gitanillo no podía hacerse a la idea que ese su acompañante joven y airoso era el adusto sacerdote que él había tenido siempre por viejo” (186). Es interesante notar también la actitud del sacerdote, imperturbable frente a la demasiado cercana presencia de la sonriente mujer que simboliza la tentación que pareciera no seducir al religioso que mantiene la biblia en sus rodillas. Si bien esta ilustración hace referencia explícita a la pasión, proyecta también a través del tratamiento cromático del fondo, un ambiente lúgubre y oculto que permea el rostro del sacerdote, cuya pálida piel y facciones inexpresivas lo alejan de la tentación simbolizada por la mujer rozagante y sonriente. Si bien la imagen no retrata necesariamente a Deusto —ya sea por el color del pelo y de los ojos— se encarga de transmitir una suerte de misterio, de secreto oculto que es finalmente la pasión que lleva a la muerte a Deusto.

La segunda edición, publicada en la editorial Nascimento en 1938, ya es chilena (y su autor ha vuelto a Chile, como se puede comprobar en la cronología de esta edición); casi todas las futuras ediciones se publican también en Chile.

La estética de la portada cambia del art nouveau al art deco, otra vez insistiendo en que el lector tenga una imagen del cura como un hombre viejo, y mostrando hermosamente el tren que lo matará, en un bello diseño en diagonal. Si bien en esta ilustración los trazos son más simples, logra proyectar un momento clave: Deusto en la vía férrea esperando el tren, que es el mismo en el que viaja Pedro Miguel a Madrid y que en el que él podría ir también si hubiera aceptado la proposición del joven amante. Tren que simboliza la modernidad y una nueva vida para Pedro Miguel. Aparece también la cruz, que representa a la Iglesia y al que Deusto le da la espalda; no hay redención ni perdón para el cura, quien, movido por la culpa (¿o la vergüenza tal vez?) desobedece sus principios religiosos (en todo sentido) y decide que no hay solución, no hay vuelta atrás. Esta segunda edición de la novela es la última publicada en vida del autor y ha servido de base para las ediciones posteriores; para esta edición hemos cotejado esas dos primeras con la de Zig-Zag (1985) y con la más reciente, con prólogo de Juan Pablo Sutherland, en Editorial Mago (2014). Ninguna de las ediciones anteriores a esta que presentamos lleva notas explicativas ni aparato crítico, salvo en la edición crítica que publicó Daniel Balderston en el Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en 2019, trabajo que se amplía en esta nueva edición.

Un cambio bastante abrupto es el que presenta la portada de la edición publicada en 2017 por la editorial madrileña Amistades Particulares, la que nace como un proyecto editorial para la memoria LGBTQ+: “Amistades Particulares es una diminuta editorial que centra su actividad en el rescate de obras de temática LGBT publicadas en el siglo XIX y la primera mitad del XX que hoy resulten inencontrables o que nunca fueran traducidas al castellano”15. En el catálogo16 de publicaciones de esta editorial, la novela es presentada como “una joya de la cultura homosexual en español” y propone: “El tema central, pues, es el amor, como fuente de vida, pasión y muerte y, también, la falta de aceptación de los propios sentimientos, de la propia naturaleza”.