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Tras treinta y un años de transitar el dolor, Silvia logra comprender a la muerte, encuentra otro sentido a la vida y puede sanar la gran herida que dejó la pérdida de su bebé. El duelo por el fallecimiento de un ser querido no es fácil, y mucho menos cuando se trata de un hijo/a. Y esto se expresa en estas breves memorias "el proceso fue largo, pero entendí que mi hija no murió, no quedó reducida a nada, hoy vive más que nunca, en mi mente y en mi corazón". En esta breve escritura de tinte poético y mezcla de recuerdos, anécdotas, señales, relatos, diálogos, ella logra comprender el sentido de la vida y volver a renacer. Hoy, después de un largo camino, de transitar las etapas del duelo, pudo volcar en la escritura todos sus sentimientos y compartirlos al mundo para servir de ejemplo y ser una guía espiritual para las personas que están transitando un camino de oscuridad.
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Seitenzahl: 78
Veröffentlichungsjahr: 2023
Silvia Viviana Mansilla
Mansilla, Silvia VivianaPerdí una hija, gané un ángel / Silvia Viviana Mansilla. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3885-7
1. Narrativa. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
PERDÍ UNA HIJA. GANÉ UN ÁNGEL
Agradecimientos
Mi NERINA
A Nerina, mi ángel, que hizo posible escribir este libro para sanar y ver la vida desde otra óptica; me enseñó desde la espiritualidad.
Neri hoy vive, mientras mi recuerdo siga intacto, ella sigue brillando; sus piecitos chiquititos dejaron una huella y una enseñanza enorme, que perdura en el tiempo y queda plasmada en este escrito para ayudar a todas las madres y padres que pasaron por lo mismo, para las abuelas y abuelos que son doblemente padres, en fin, para las familias. Nos enseña a tener fe, eso que no se ve, pero se siente, nos guía a disfrutar de la vida, a ser felices teniendo un ángel. Nos enseña a ser agradecidos, a tener fortaleza y valentía. Solo espero que mi experiencia ayude a transitar ese doloroso duelo y los incite a seguir para dejar de verlo como una pérdida y a sentir el renacer de su ángel. Perdimos un hijo, ganamos un ángel.
Su mamá.
Al conocer a Silvia, y su historia del dolor de perder una hija; que para muchas colegas es el duelo que nunca se resuelve, solo se convive con él.
Me emociona que pudiese convertir ese dolor en tanto amor, tanto para ella como para esa almita que en vida fue “Neri”. Lograr transmutar todas esas emociones que pueden paralizarnos a una acción amorosa. Como el de escribir su historia donde quedan expuestas las fases que una persona pasa emocionalmente en un duelo.
En primera instancia esta sensación de Negación donde no entendemos que es lo que está pasando, se vive la experiencia como un sueño.
Luego pasamos por un enojo, él por qué me pasó esto, no es justo que “yo” pase por esto. Después transitamos una etapa de pensar e imaginar que hubiere pasado si… una u otra opción. A cuestionarnos acciones distintas a las que hice para que ese final haya sido así.
Caemos en depresión, en una profunda tristeza, sensación de vacío, ya comenzando a entender que no hay vuelta de esa situación y que no se puede revertir. Y desde ahí poco a poco comenzamos a Aceptar la pérdida, que ese ser querido no va a estar más físicamente con nosotros.
En esta narrativa de Silvia quedan claras estas etapas, y como es importante respetar cada emoción que aparece, hacernos cargo de cada lágrima, de cada recuerdo, de cada ilusión de cada fantasía que surge en un período de duelo.
Que los demás les cuesta entender o vernos en este proceso y por desesperación de no saber cómo acompañarnos; nos hacen comentarios que nos duelen, nos hacen sentir que estamos mal por sentir o pensar en ese dolor.
Es una experiencia tan valiosa, que ayuda a las personas que transitan por un duelo (y más de esta magnitud), a permitirse el duelo con mucho respeto a la emoción y /o las ideas que surgen en esta etapa. A sentir que no somos raros al pasar por esto, y así poco a poco aprender a convivir con la pérdida. Y es lo más hermoso que nos ofrece la autora SE PUEDE VIVIR A PESAR DE….
¡Y coincido, perdemos un ser querido y ganamos un ángel!
Silvia A. Gallina
“Soy siempre tu bebé y tú mi mamá”.
Nerina
Sabes hermano, estoy muy triste, se me ha hecho duelo de trinos y sangre la voz, se me ha hecho pedazos mi sueño mejor. Se ha muerto mi Nerina, mi niña, mi niña. Mi niña, hermano. No pudo llenarse la boca de voz, apenas vació el vientre de mi dulce amor, enorme y azul, la vida se le dio y después de unos cuatro meses de intentar sostenerla en este mundo, en esta vida, no pudo tomarla, no pudo tomarla, por tan pequeña y de un gran corazón.
Yo le había hecho una blanca canción del amor entre una nube y un pez volador, la soñé corriendo abrigada en sudor, con sus mejillas llenas, de sol y dulzor. La soñé sanita viviendo feliz, corriendo, saltando y le escribí un cuento: “El sueño de una piedrita” la imaginé jugando con sus amigos, yendo a la escuela, siendo una adolescente coqueta y convirtiéndose en una dulce mujer disfrutando de la vida, de la naturaleza, de las mascotas, de la música, del baile, de las pinturas, de las poesías, de los cuentos, de los viajes, de la historia, de la geografía, del cielo y de la tierra. “Quería verte caminar y me tocó verte volar”.
“Era en abril el ritmo tibio de mi chiquita que danzaba dentro del vientre un prado en flor era su lecho y el ombligo y el ombligo, el sol”.
“No busques hermano un camino mejor que yo, ya tengo el alma muda de decirle a Dios qué hacemos ahora, mi dulzura y yo, con dos pechos llenos, con dos pechos llenos de leche y dolor”.
Era abril cuando Neri nació, llegó antes, le urgía venir a la vida, a pesar de ser tan pequeña, estaba apurada por conocernos, amarnos, que la amemos, vino apresurada a impedir que me ligara las trompas para dejar de tener hijos, y aún faltaba llegar otro ser maravilloso. Neri, vino a enseñarnos, a dejarnos el aprendizaje de la vida.
Estamos pensando, sería mejor, el marcharnos todos, que quedarnos destrozados, pero no podemos irnos porque ya somos cinco, la pareja y los tres hijos; y todos tenemos un propósito de amor por cumplir en este mundo y el derecho divino a ser felices.
Es extraño quizás comenzar así narrativizando una canción, pero es la canción que nos marcó…
¿Y saben?, la cantábamos con el padre de Neri cuando éramos novios, como presintiendo o preparándonos para algo que más adelante sucedería. Y llorábamos juntos, pero no dejábamos de cantarla, escucharla, a esa hermosa y triste letra de Juan Carlos Baglietto; que en pocas estrofas cuenta la vida, se refleja la vida de mi Nerina con nosotros.
Nerina llegó un 16 de abril de 1991, era un día nublado con un sol que apenas asomaba (hasta en eso parece coincidir todo), esa mañana me sentí con molestias, estaba en reposo para poder sostenerla en esta vida, y sentí un fuerte sacudón, un fuerte dolor en el vientre, tomé las pastillas que el médico me había recomendado, pero igual seguía incómoda, con dolores, hasta que comenzaron a ser más fuertes y mis vecinos, mis viejitos amigos me auxiliaron; doña Emilia se quedó con mis otros niñitos y don Julio me llevó al hospital en Ingeniero Luiggi, ahí entré de urgencia, a la sala de partos, llamaron rapidísimo al papá de la niña que había nacido. Yo estaba inquieta, no sabía lo que sucedía entraban y salían tanto el médico que me atendía como las enfermeras.
Mi bebé no lloraba, sentí un llanto raro y no me la mostraban. Me dijeron que era una niña, que estaba bien, pero yo aún no la veía.
—¡Quiero verla!, recuerdo que les dije.
Se miraron entre ellos de manera rara. No sabía por qué.
Mi corazón galopaba de incertidumbre, y finalmente me la pusieron en los brazos… la miré… ¡me impactó! nunca en mi vida había visto un bebé con labio leporino y paladar abierto. Todo fue sorpresa, debido a que no me había hecho ninguna ecografía, en esos tiempos era bastante difícil y en los pueblos no había ningún ecógrafo. Pero la miré un segundo más… y ya la amaba, desde que estaba en mi vientre, la acaricié, abracé y colmé de besos. Fue un nacimiento raro, en controversia alegría de verla, de tener a mi bebé y angustia por lo que el destino nos podía deparar, pero siempre pensando que todo pasaría y pronto se recuperaría, con algunas intervenciones quirúrgicas, con extremado cuidado y amor.
En eso me la sacaron, yo pedía por ella y me dijeron que debían ponerle oxígeno. Prepararon la ambulancia y partimos hacia General Pico, la ciudad más cercana, pues en el pueblo no había incubadoras, ni un equipo preparado para bebés prematuros y con características especiales como era mi bebé. El viaje de cien kilómetros fue bravo, acababa de dar a luz, el traqueteo, el temor y la perplejidad me invadían y dolían. Finalmente llegamos. Todo fue rápido y sin tiempo a emitir palabra; de pronto me encontré sola en una habitación con mi marido de acompañante y sin la bebé. Ella estaba en terapia de neonatología, no pude verla por unos cuantos días, pues estaba convaleciente, me sacaban leche y se la llevaban. Al segundo día entró un ratito el padre y nada más.
