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Este es un libro que documenta parte de la historia de una nación que comenzaba a crecer por sí misma. Enfrentar actos de sabotajes, prostitución, tráfico de drogas, corrupción, crímenes... fueron, entre otras, las tareas asignadas a un grupo de hombres que, sin tener conocimientos de la actividad, comenzaron a combatir hechos delictivos con el afán de cambiar la sociedad. Los testimonios que aparecen en el libro describen, con estilo fotográfico, una realidad que Cuba heredó de gobiernos anteriores y combatió con las fuerzas que contaba. Premio Testimonio del Concurso "Aniversario del Triunfo de la Revolución" 2019
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Seitenzahl: 589
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Premio Testimonio del Concurso “Aniversario del Triunfo de la Revolución” del MININT (2019)
Jurado: Marta Rojas Rodríguez
Pedro de la Hoz
Juan F. Arias Fernández
Edición: Martha Pon Rodríguez
Corrección: Olga M. López Gancedo
Diseño de cubierta y composición digital: Yunet Gutierrez Fernández
© Manuel Capdevila Leyva, 2022
© Sobre la presente edición:
Editorial Capitán San Luis, 2022
ISBN: 9789592116122
Editorial Capitán San Luis, Calle 38, no. 4717, entre 40 y 47, Playa,
La Habana, Cuba
Email: [email protected]
Web: www.capitansanluis.cu
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A la Policía Nacional Revolucionaria
Tengo la impresión de haber comenzado muy tarde a redactar mis memorias relacionadas con la actividad policial. Fue difícil buscar, encontrar, y luego procesar la información necesaria para después escribir la historia de los primeros policías que fueron nombrados después del triunfo de la Revolución. No todos los nombres de los actuantes, vinculados a los hechos delictivos que narro, son reales pero los casos a los que nos enfrentamos a partir del 5 de enero de 1959, fecha en que se creó la Policía Nacional Revolucionaria, sí lo son. Comenzamos el trabajo sin tener los conocimientos intelectuales, técnicos, ni prácticos que requieren las distintas actividades que abarcaba la comisión perteneciente, en aquel entonces, al Ministerio de Gobernación.
Quiero, con este libro, dar a conocer hechos que hasta hoy no se han publicado y tienen una relación muy directa con el trabajo actual del órgano, además de recordar los primeros jóvenes que, con mucho esfuerzo y dedicación en tiempos tan difíciles, dimos lo mejor que teníamos: nuestras fuerzas, la honradez y fe en la Revolución, lo que nos permitió cumplir con las tareas encomendadas. A lo largo de esta historia, muchos protagonistas ofrendaron sus vidas de forma anónima para combatir la delincuencia común y contrarrevolucionaria, otros perecieron en las arenas de Playa Girón o en otros pueblos del mundo.
Hace varios meses leí un artículo cuyo tema relacionaba a la policía, el texto llamó mi atención por las ideas desarrolladas, una de estas decía: “…El aumento de la población requiere de un cuerpo de policía preparado y capacitado en todos los procesos, es por eso que, la educación y formación de este personal debe ser una prioridad para todos…”; su actualidad es incuestionable, formar a un policía que patrulle las calles y sepa comportarse ante los reclamos de la población requiere, como mínimo, aproximadamente tres años de aprendizaje y aún con la preparación requerida, si carece de vocación, nunca será un buen agente del orden público.
Los que comenzamos esta tarea fuimos adquiriendo los conocimientos en el desarrollo de la actividad, aprendiéndolo en la marcha.
Se han escrito muchos libros policiacos en nuestro país, por la televisión se proyectan casos interesantes de hechos ocurridos, y otros son producto de la imaginación de los escritores y guionistas; mi intención no es contar hechos delictivos ocurridos durante los primeros 30 años del triunfo, sino que los lectores conozcan nuestras vivencias en el cumplimiento de la misión encomendada: defender la Revolución. En esta historia no solo hubo victorias, también leerán fracasos y traiciones.
Cuando comenzamos con estas tareas no sabíamos comportarnos como agentes de la autoridad, algunos intentaron resolver los problemas en la calle, en otras palabras, a título personal. Un agente de la autoridad necesita saber de sicología, criminología y criminalística, para que el resultado de su trabajo sea lo más eficiente posible, pero con independencia de los conocimientos adquiridos en los estudios, necesita de “vocación” y sentirse satisfecho del trabajo que desarrolla.
Agradezco a todos mis compañeros por la ayuda que me prestaron cuando los necesité, y ofrezco disculpas por las veces que respondí de forma inesperada, o no aprobé algunas propuestas que no entendí, pero, sobre todo, les doy gracias por haberlos conocido y por haber compartido aquellos años que sirvieron de enseñanza en mi vida personal. Incluyo a los compañeros de la Asociación de Combatientes, especialmente a Luis Borroto, a los de lucha contra el delito, al cor. Agustín Rodríguez Mural, al general de división Pascual Rodríguez Braza, al cor. Raúl García Rivero, a los de lucha contra la delincuencia y a los del Ejército Rebelde, particularmente al ten. cor. Rolando Falcón con el cual mantengo una relación de amistad; él me recordó momentos que ocurrieron en la Cuarta Estación y, en especial, a mi hermana Mirella Capdevila Leyva, quien desde hace años me sugirió escribir sobre mi vida en la policía porque mucha historia se ha perdido en el proceso revolucionario, y por haberme ayudado en la redacción de este libro.
El 5 de enero de 1959, procedentes de la ciudad de Guantánamo, arribaron a la capital del país los integrantes de la columna 6 del Ejército Rebelde Juan Rafael Ameijeiras, pertenecientes al Segundo Frente Oriental Frank País bajo el mando del comandante Efigenio Ameijeiras Delgado, y del capitán Samuel Rodiles Planas. El viaje fue una odisea, parte del recorrido lo hicimos en camiones hasta la provincia de Camagüey, de ahí hasta La Habana en aviones; acampamos en la unidad de Servicios de Radio Motorizada (SRM), actualmente Patrulla. La misión que nos había encomendado el alto mando era tomar las instalaciones de los cuerpos represivos que integraban la Comisión del Ministerio de Gobernación, en particular las estaciones de la Policía Nacional. La mayoría de estos hombres eran obreros y/o campesinos que no conocían las calles de la capital, muchos tenían un bajo nivel de escolaridad y otros eran analfabetos, a los últimos se les hizo más difícil adaptarse al trabajo cotidiano.
Cuando entramos en las instalaciones que fueron del cuerpo anterior, comprobamos que habían sido tomadas por los revolucionarios residentes en la ciudad, los que pertenecían a la lucha clandestina, eran los llamados milicianos; a partir de ese momento, ambas fuerzas se hicieron cargo de preservar el orden público y la tranquilidad ciudadana.
Desde la Sierra Maestra los dirigentes de las fuerzas insurgentes habían creado la Policía Rebelde, el Servicio de las Fuerzas de Inteligencia Rebelde (SIR) y el Departamento de Inteligencia del Ejército Rebelde (DIER); parte de los compañeros que las integraban tenían conocimiento de la actividad, como por ejemplo Arturo Lince González, responsable de la seguridad en el Segundo Frente Oriental. Cuando se produjo la victoria, la dirección del país creó las instituciones encargadas de la defensa. El 26 de marzo de 1959 nace el G-2 PNR y el Departamento de Información e Investigaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (DIIFAR); a finales del año adoptaron el nombre de Departamento de Información (G-2 MINFAR) y continuaron el rol decisivo en el enfrentamiento a las actividades contra el gobierno, utilizaron la institución conocida con el nombre popular de DSE o G-2. En octubre del propio año se creó el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, al que se le subordinaron todos los cuerpos militares del país incluyendo la Policía Nacional Revolucionaria, y el 6 de junio de 1961 se crea el Ministerio del Interior, la PNR pasa a ser uno de sus órganos.
Los oficiales, clases y soldados se dividieron en dos grandes grupos: el primero se denominó Seguridad del Estado y se encargaba de la estabilidad de la nación; el segundo surgió para preservar el orden interior y la tranquilidad ciudadana. Los dos incluidos en el segundo grupo se dividieron en dos, uno para el trabajo público a desarrollar en las estaciones y otras instalaciones públicas, y el otro para el trabajo secreto ubicado en el Departamento Técnico de Investigaciones (DTI), trabajo secreto al que se le incluyeron las tareas que, hasta ese momento, ejecutaba la policía judicial, principalmente dar cumplimiento a los mandamientos judiciales de los jueces de instrucción. A los jueces les solicitaban realizar investigaciones para completar las causas incoadas utilizadas en la celebración del juicio oral.
El centro dedicado a las investigaciones secretas de la policía fue conocido más tarde como DTI, allí se investigaban los delitos graves y comunes ocurridos en las provincias cabeceras del país. Los órganos investigativos de la Seguridad del Estado y del orden interior lograron desarrollarse y también sustituyeron a los jueces de instrucción que no respondían a los intereses de la mayoría, por eso se creó la nueva institución llamada Fase Preparatoria del Juicio Oral, denominándose Instrucción Policial, cuyos integrantes, con el asesoramiento de la Fiscal, se hicieron cargo de esta importante tarea para consolidar la Revolución.
Este proceso tuvo sus antecedentes en 1963 con la creación de los Tribunales Populares, este fue un experimento realizado en la provincia de Matanzas como consecuencia lógica de las nuevas autoridades del país, se crearon las instituciones que permitieran sustituir el viejo aparato de justicia, adaptándolo en correspondencia a las necesidades que imponía la construcción de la nueva sociedad cubana. En esta labor participaron activamente, a solicitud del máximo líder de la Revolución, los estudiantes y profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana.
Dos años más tarde, el 17 de abril de 1961, de la misma instalación a la que había arribado en enero de 1959 la Unidad de Patrullas y un grupo de combatientes pertenecientes al Batallón de la Policía, partieron para Playa Girón donde ofrendaron sus vidas valiosos compañeros.
En la capital del pais existían 19 estaciones de la PNR, además de la policía municipal, la marítima, la judicial, de hacienda, obras públicas, la secreta y el Buró de Represión de las Actividades Comunistas (BRAC); el Buró de Investigaciones, las cárceles, los vivaques, los centros de reeducación de menores, muy conocido el de Torrens donde asignaban a los menores que habían cometido delitos y no tenían padres o tutores que se ocuparan de su educación. La mayoría no tenía experiencia del trabajo público que realizaba la policía y mucho menos el secreto, el que abarcaba diversas actividades muy complejas que requerían conocimientos especializados, además, hubo que tener en cuenta que en algunos hechos los implicados eran delincuentes comunes o contrarrevolucionarios, pero en otros, los autores fueron personas honradas que habían infringido la Ley Penal por negligencia o imprudencia. No fue una tarea fácil para la nueva generación encargarse de la seguridad del Estado, del tránsito y el orden público. Para dirigir estas instalaciones se designaron oficiales de confianza provenientes del Ejército Rebelde y de la lucha clandestina.
La Cuarta Estación de Policía, ubicada en aquellos años en la calle Dragones e/. Lealtad y Escobar, municipio Centro Habana, abarcaba el mayor centro comercial de la capital, sus primeros jefes fueron los capitanes Martí Pérez, posteriormente Félix Lugones conocido por Pilón, y más tarde Mario, Treinta (el apodo surge por la ametralladora calibre 30 que usó durante la guerra). Las fuerzas se dividieron en tres pelotones, el primero estuvo dirigido por el primer teniente Ángel Pla quien provenía del trabajo clandestino; el segundo, por el teniente Arnaldo Pérez Rodríguez, expedicionario del Granma y el tercero por el de igual grado Emilio González Lemus, combatiente del Ejército Rebelde. Entre las clases y soldados recuerdo a los hermanos Isidro y Efraín Cabrera Romero, Alcibíades Ríves, el cabo Raúl González, Alcides la Rosa, Juan Oviol, Alcibíades Pérez, Rolando Izquierdo, Luis Sánchez Camejo, Raibel Torres, Rodolfo Fernández conocido por Rudy, el chistoso del pelotón; Roberto Vidiaux, Roberto González, Nodal Rosales, Repinche, Gómez, Ramón Pacheco, Ristel Ricardo, Poladura, Rolando Falcón conocido por el Flaco (a este le gustaba conducir vehículos), Juan Rivera Prevot, el Compositor, algunas de sus canciones fueron interpretadas por Celia Cruz y Miguelito Cuny, la más conocida fue La Guarapachanga y por mí.
Me incorporo al Ejército Rebelde como muchos jóvenes, en 1958, deseoso por acabar con la tiranía. Mi primera tarea fue custodiar el Hospital del Segundo Frente Oriental Frank País, entonces dirigido por el médico José Ramón Machado Ventura. Este fue el primer hospital creado en ese frente y estaba ubicado en el poblado de La Escondida, perteneciente hoy al municipio El Salvador en la provincia Guantánamo, y más tarde de la intendencia. Tiempo después pasó a ser escuela de reclutas en la región conocida por Bayate. Terminada la escuela participé en acciones combativas hasta el triunfo de la Revolución.
La mayoría de los nuevos policías no conocían esta actividad, para mí no era completamente ajena debido a la afición que tenía por los episodios policiacos; desde muy joven nunca perdí un capítulo de la serie Héroes de la justicia, programa radial que se trasmitía por la emisora Radio Progreso donde narraban los casos criminales más horrendos ocurridos en Scoland Yard, la Zúreté y el FBI, e investigados por estos. Los episodios y las lecturas de libros relacionados con el delito, entre estos Cien años de la investigación criminal y otros del género, determinaron mi sueño: “ser un famoso investigador de la policía”.
Los primeros meses tuvimos un régimen de seis horas de trabajo y otras seis al descanso, o doce por doce, variaba según la situación operativa del territorio, además de los constantes acuartelamientos y la preparación combativa debido al incremento de las actividades delictivas comunes y contrarrevolucionarias que comenzaron a manifestarse desde los primeros días del triunfo.
Un sábado, a finales de febrero, día lluvioso y con mucho frío, el primer pelotón entró de guardia de 12:00 p.m. a 6:00 a.m. del siguiente día. En la formación, el jefe de pelotón acostumbraba a comunicarnos las instrucciones para cubrir las postas, y esa mañana fue una de esas. El jefe era un hombre grande y fuerte, tenía una desviación en la columna que lo obligaba a permanecer encorvado, provenía del trabajo clandestino; se decía que tenía más leyes que un abogado por su facilidad de palabras. Aquella mañana nos dijo:
Ustedes son los encargados de realizar una ardua tarea, hacer que se cumplan las leyes, prevenir los delitos y las conductas antisociales, preservar el orden público y la tranquilidad ciudadana porque son parte del pueblo uniformado.
Mientras él hablaba, yo no paraba de hablar a pesar de que estábamos en la formación, pensé que no se había percatado. De pronto fijó sus ojos en mí por varios segundos, y como yo continué sin prestarle atención, interrumpió su discurso y me recriminó:
Si usted lo desea, le concedo la palabra, estar hablando en la formación sin autorización es una indisciplina, quiero que eso le quede claro, compañero.
Y siguió ustedes tienen que tratar a las personas con respeto y cortesía sin tener en cuenta su color, posición política o social. Antes del triunfo de nuestras fuerzas, los policías eran rechazados por los abusos que cometían a diario, es obligación nuestra erradicar tal sentimiento de antipatía por nuestro cuerpo.
Eran las 5:00 a.m., caminaba por la calle Dragones rumbo al Barrio Chino, único lugar de mi posta en el que a esa hora se realizaban actividades, en el restaurante El Lazo de Oro se vendía comida china las 24 horas del día, lo que atraía a trasnochadores, entre estos borrachos y prostitutas que visitaban el lugar para comer algo caliente antes de irse a dormir. Mientras caminaba, iba pensando en los eventos del día, en ese momento vi, al doblar por la esquina de Manrique y Dragones, a un hombre manipulando un teléfono público, cuando el sujeto me vio, colgó de inmediato y comenzó a caminar rápidamente rumbo a la calle Zanja. Su actitud se me hizo sospechosa y pensé que podría ser un prófugo de la justicia. Comencé a perseguirlo y él aumentó la velocidad como si estuviera huyendo de mí, fue entonces que extraje la pistola, la rastrillé y apuntándole le grité:
Párate y levanta los brazos.
Al escuchar que había montado el arma, se detuvo antes de voltear la cabeza. Yo estaba apuntándole precisamente a esa parte del cuerpo, en el lugar fue girando lentamente hasta quedar frente a mí. No podía hacer otra cosa que mirar el negro cañón de la pistola, listo para arrojar su carga mortífera. En esa posición el hombre no dudó de mis intenciones y levantó obediente los brazos; más cerca de él vi que era de raza blanca, de complexión fuerte, mediana estatura, tendría quizás 35 años de edad; el bigote, la barba y los cabellos eran de color castaño oscuro, su melena era tan larga como la usaban los miembros del Ejército Rebelde.
Vírese de espalda, póngase contra la pared y abra sus piernas le ordené y él obedeció.
Comencé a efectuarle un minucioso registro, al pasarle la mano por la cintura descubrí que portaba un arma de fuego, se la ocupé guardándola en uno de los bolsillos de mi pantalón de campaña; también le ocupé varios audífonos telefónicos dentro de un cartucho de papel que se usaba en las bodegas para despachar las mercancías, otro en el bolsillo de la camisa y una billetera con mucho dinero.
Vaya, vaya, te estás dedicando a sabotear los teléfonos públicos y tienes una buena pistola para defenderte, vamos, acompáñame y no se te ocurra ninguna trastada porque te puede costar muy caro, hoy este frío y la lluvia me tienen de muy mal humor.
Estaba feliz porque tenía detenido a un posible saboteador. Días atrás detuve a un negrito flaco de piernas largas que me la había dejado en las manos cuando lo conducía a la estación por haberle ocupado un saco lleno de aves. El sujeto se me escapó perdiéndose en la oscuridad de la noche. Cuando llegué a la estación con el saco, resultaron ser palomas mensajeras, por suerte el oficial de la carpeta se dio cuenta y soltó una con un mensaje. A las 7:00 a.m. del otro día apareció el dueño y declaró el robo con fuerza porque le había roto el candado del palomar que tenía en la azotea de su domicilio y le habían robado todas las palomas. El oficial de guardia, cumpliendo los procedimientos establecidos, le entregó las aves a su propietario, ya habían muerto tres por asfixia.
Como en cada cambio de turno los jefes de los pelotones informaban sobre el comportamiento de la actividad delictiva en las últimas 24 horas, por la mañana del otro día, en la formación, el jefe me hizo una severa crítica delante de todos los compañeros porque había dejado escapar a un delincuente detenido in fraganti por un delito de robo con fuerza. Todavía recuerdo las palabras oportunas del chistoso de Rudy cuando, al romper la fila, comentó:
Chino, eres muy rápido en el colchón de judo pero muy lento en el campo y pista, tienes que practicar la arrancada que es lo fundamental en las carreras de corta distancia.
Yo estaba muy disgustado por la descarga que había recibido del jefe y por las risas que provocó Rudy en el grupo, aunque no puedo negar que las palabras del amigo me hicieron reflexionar. No siempre es conveniente sacar el arma e intimidar al perseguido, hay ocasiones que exigen que corramos detrás del delincuente. Comprendí que estaba influenciado por las películas del oeste de los Estados Unidos que, en aquellos tiempos, me gustaban tanto.
Ante mí tenía al detenido, ahora mirándome con cara de lástima para salvarse.
Compañero, la pistola es de mi propiedad, me la gané jugándome la vida por la Revolución, la que estoy defendiendo, y los audífonos son para una actividad que me asignaron, si me deja explicarle, podríamos ponernos de acuerdo, no me lleve para la estación, eso perjudicaría mi trabajo que es muy delicado; mire, en mi billetera hay una buena suma de dinero, se puede quedar con todo.
¡Sí!, me imagino que tu actividad debe ser muy delicada y peligrosa, pero mira que tú eres cara dura, decir que estás defendiendo la Revolución cuando lo que haces es sabotear los teléfonos públicos. En cuanto a ponernos de acuerdo, eso era en otros tiempos que se podía sobornar a un policía; en Cuba, eso se acabó, métetelo en tu cabezota peluda, cacho e´ cabrón, andando, que me estoy mojando y el agua está muy fría.
Llegamos a la estación ante el oficial de guardia a quien le conté lo sucedido:
Este ciudadano, Gonzalo González, se me hizo sospechoso, lo detuve y le ocupé una pistola Star 38 estadounidense, varios audífonos que le quitó a los teléfonos públicos y una billetera con una buena suma de dinero. Me quiso sobornar ofreciéndome la plata para que no lo detuviera.
El oficial de guardia me miró detenidamente a los ojos, luego me llamó la atención:
Vuelva a su posta y revise los teléfonos públicos de los alrededores en el lugar donde detuvo al sujeto y verifique si les faltan los audífonos me indicó.
Obedecí. Pasado veinte minutos regreso a la unidad luego de cumplir la indicación del oficial de guardia, y declaré que había encontrado dos teléfonos sin audífonos. Escribí con lujo de detalles todo lo sucedido para que el oficial de carpeta levantara las actuaciones, después me incorporé de nuevo a mi recorrido.
Cuando me disponía a salir de la unidad, el oficial de guardia me detuvo con la siguiente noticia:
¡Ah! por cierto, se me estaba olvidando informarle que el teniente, jefe de pelotón, pasó por su posta y como no lo encontró, ordenó que lo localizaran, como tampoco respondió las llamadas, me indicó hacer un asiento en el libro de incidencia y ponerle una multa de $10.00 pesos por estar fuera de la posta. Le pasé la comunicación al sargento mayor, jefe de personal, para que se lo descuente de su salario.
No tuve respuesta y como si fuera poco me preguntó interesado: ¿Dónde tú estabas desde las 3:30 a.m. hasta las 5:10 a.m. que te apareces con un detenido?
Trabajando, yo vi al capitán y al jefe de pelotón cuando pasaron por mi posta, también vi la señal del teléfono pero no la atendí porque estaba actuando en la detención del ciudadano al que le ocupé la pistola respondí aunque no convencido de mis palabras.
¿A qué hora vio al jefe de pelotón?
Aproximadamente a las 3:30 a.m.
Eso fue en su primer recorrido, en el segundo se llegó al restaurant para comerse un arroz frito, y no lo encontró, regresó y estuvo esperándolo un buen rato, el resto ya lo sabe.
Preferí no contestarle porque no tenía justificación, sí pensé en el ajuste que tendría que hacer con $10 00 pesos menos de salario. Estas eran las consecuencias por haberme escapado para visitar a mi novia.
El oficial de guardia me miró convencido de que no tendría otra respuesta y prefirió informarme sobre los teléfonos que existen en las esquinas cada dos cuadras para uso exclusivo del cuerpo, aún se ven algunas cajas incrustadas en las paredes. Cada policía de recorrido tiene una llave maestra para abrirlas; al levantar el auricular, se refleja en la pizarra de la estación para establecer la comunicación. En los altos estaba situado un bombillo que, cuando se encendía, era porque el carpeta u oficial de guardia estaba localizando al vigilante que cubría esa posta y podía comunicarle cualquier incidencia.
El día que me pusieron la multa estaba de mala suerte, llegué con tres minutos de retraso a la formación porque me detuve en la cafetería La Favorita, situada a un costado de la estación, porque necesitaba tomarme un café. Cuando llegué, el jefe de pelotón estaba informando las incidencias de las últimas 24 horas, y en su acostumbrada charla, al ver que me acercaba a pasos rápidos y solicitaba permiso para incorporarme a la formación, me miró con cara de pocos amigos.
Yo estaba preparado para soportar su descarga.
Llegó con tres minutos de retraso, tiene una amonestación, incorpórese y no quiero que esto se repita y continuó muy serio hoy tenemos dos casos de lesiones leves, un hurto que ocurrió en la posta número cinco; lo más significativo fue la detención de un ciudadano con una pistola, diez audífonos que le quitó a los teléfonos públicos y $3200.00 pesos en efectivo, todo hace indicar que se trata de un sabotaje que como ustedes conocen, se han incrementado. La detención la efectuó Manuel, al que por cierto le puse una multa de $10.00 pesos por haber abandonado la posta sin autorización y esta amonestación pública por llegar tarde a la formación. Ustedes saben que a cualquiera se le puede presentar una situación y necesite ausentarse de la posta, pero su deber es comunicarlo de inmediato a la jefatura, estas indisciplinas no las podemos permitir, máxime teniendo en cuenta que la situación operativa no es la mejor en nuestra demarcación, ni en el resto de la capital. Se han incrementado de forma alarmante los delitos de asalto y robo con violencia en viviendas habitadas, los sabotajes e incluso los atentados contra miembros de nuestras fuerzas.
Permiso para intervenir Rudy tomó la palabra según usted explicó al Chino, luego de pegar un buen batazo, lo cogieron fuera de base cuando trataba de robarse la segunda, cosa bastante difícil, si el lanzador es zurdo ¿cómo en este caso tiene de frente al corredor de primera?
La intervención provocó la risa de los compañeros que estaban en la formación.
Déjese de chistes fuera de lugar, hágalos cuando no esté trabajando. Y en un grito ordenó: ¡Pelotón, firme! Rompan fila.
Rompimos fila y la gente seguía riéndose del chiste de Rudy. Yo me quedé en el lugar y Rudy se me acercó.
Chino, pagaste la novatada, por regla general cuando la noche está lluviosa o hay un frente frío, el jefe de pelotón hace dos recorridos, te fuiste adelantado, por eso te cogieron fuera de la base, ja… ja... ja…
Compay, no me fastidies, estoy muy molesto, el jefe me ha quitado la décima parte del salario del mes, ¡coño! tremendo hueco me ha hecho, mira que antojarse de ir a comerse un arroz frito a las 4:00 a.m. en una noche lluviosa y con tanto aire frío, seguramente porque no tiene una novia a quien darle calor por la madrugada, por eso se pasa la mayor parte del tiempo en la estación aunque no esté de servicio, como si esto fuera una cafetería o un bar abierto las 24 horas y el dueño tiene que vigilar a los empleados para que no le roben.
Ya libre del trabajo me dirigí al dormitorio, estaba muy agotado por la mala noche, la multa, la amonestación y por la visita que le había hecho a mi novia que, tan cariñosa como siempre, quería que me quedara el resto de la madrugada en su cama. ¡Tremendo embarque!, si la hubiera complacido no hubiera podido coger al Pelú, al que le ocupé la pistola. En la primera oportunidad fui a ver al capitán para que me ayudara con el jefe de pelotón y me quitara la dichosa multa, o por lo menos rebajara la cuantía.
Minutos más tarde, cuando estaba quedándome dormido, Rudy se me acercó, y gritándome al oído me dijo que me presentara ante el capitán. No obedecí. Cinco minutos después el oficial de guardia subió al dormitorio y sacudiéndome por los hombros me preguntó si no me habían informado que el capitán estaba localizándome.
Le respondí afirmativamente medio dormido y añadí:
Pensé que era una broma suya, Rudy nunca se cansa de fastidiar a los demás.
Preséntese de inmediato ante el capitán ordenó.
Estaba vestido de uniforme, algo muy común en los militares cuando pernoctan en la instalación del cuerpo, principalmente cuando hace frío. Entré a la oficina del capitán, este me miró de arriba a abajo con cara de disgusto.
¿Esa es la forma de presentarse ante un superior? La camisa está tan arrugada que parece que la masticó una vaca, las botas iguales a las de un campesino que viene del surco en tiempo de lluvia y su barba se asemeja a la del Caballero de París.
Capitán, yo estaba durmiendo porque estoy de mala noche y el oficial de guardia me ordenó que me presentara de inmediato ante usted, eso fue lo que hice, cumplir la orden.
Eso lo sé, suba al dormitorio, cámbiese de ropa, aféitese, lustre esas botas y después regrese, pero eso es para ahora mismo.
El capitán se dio cuenta de que estaba de muy mal humor por la cara de pocos amigos que puse y la forma tan enérgica con que efectué el saludo a la hora de retirarme para cumplir su orden. El jefe estaba en lo cierto porque, mientras subía las escaleras para llegar al dormitorio, pensaba en que la citación era para echarme otra descarga por el abandono de la posta… que no podían esperar a que descansara unas horas. Finalmente resumí la situación, los jefes están para dar las órdenes y los soldados para cumplirlas. Pocos minutos después me presenté de nuevo ante el capitán quien volvió a hacerme otra inspección ocular, al terminar, sonrió.
Ahora sí parece un policía, perdone por interrumpir su descanso pero lo mandé a llamar porque de la División Central de la Policía ordenaron que llevaran de inmediato, para Quinta y Catorce, al ciudadano que usted detuvo anoche y que el actuante del caso se presentara en la jefatura. Por eso ordené que se cambiara de ropa para estar presentable, vaya, tómese un café para que se despeje y a las 10:00 a.m. salimos para la jefatura.
Cuando cambió la estructura, la División Central de la Policía también cambió su nombre por Dirección General de la Policía y radicó en la esquina de Cuba y Chacón, en la actualidad está la primera unidad de la PNR.
Para pasar el tiempo fui a la cafetería La Favorita, donde trabajaba una muchacha a la que yo le caía bien, no había cumplido aún los 16 años, tampoco era mi tipo, yo las prefería trigueñas, envueltas en carne, cintura fina, muslos gruesos y trasero grande, como los tenía mi novia. Estando en la cafetería vi al hombre que yo había detenido cuando lo montaron en un carro para trasladar presos, iba esposado, detrás iban dos militares grandotes vestidos con trajes de campaña, iban custodiándolo. Supuse que el Pelú era un tipo muy peligroso.
A las 10:00 a.m., acompañado por el capitán, salimos en dirección a la jefatura, en el trayecto el capitán me estimuló:
Leí el informe que usted redactó, por cierto, tienes que mejorar la escritura, hace falta ser un traductor o farmacéutico para descifrar los garabatos que hacen la mayoría de los médicos cuando escriben una receta, y que yo sepa, usted no es galeno.
Usted tiene razón, a veces ni yo mismo entiendo lo que escribo.
Por eso quiero que me cuentes en detalles ¿cómo efectuaste la detención?
En realidad fue una casualidad respondí a pesar de que estaba de muy mal humor por la multa que me había puesto el teniente. En la despedida el capitán me ordenó que al regreso no dejara de pasar por su oficina, estaba interesado en saber qué me habían dicho.
Ya en la jefatura, el capitán que me esperaba en su oficina, donde supe que el tipo que había detenido era altamente peligroso y estaban buscándolo por tener varias causas incluyendo un atentado a un miembro de nuestro cuerpo, estaba interesado en conocer detalles sobre la detención. Le expliqué con lujo de detalles, y fui felicitado por mi actuación. Luego me tomaron declaración detallada de los hechos. El capitán también se interesó por mi superación, yo tenía quinto grado cuando entré en la Policía pero mis lecturas preferidas eran las investigaciones criminales, el tema me fascinaba; él me aconsejó que estudiara para alcanzar mi gran sueño. Cuando salí de la unidad recordé con placer sus palabras “parece que tienes olfato de investigador”.
Salí de la jefatura con un documento que me había entregado el capitán, la curiosidad me venció, y leí su contenido, decía:
Mario, por los servicios prestados por el policía, la jefatura ha decidido darle5días de pase, ordene que le pongan también un estímulo en su tarjeta de serviciospor haber participado en el esclarecimiento de un hecho extraordinario, como te comenté esta mañana, detuvo a un ciudadano muy peligroso que estábamos buscando, infórmele esta decisión a todas las fuerzas bajo su mando; debemos estar muy atentos con estas manifestaciones que tanto daño nos pueden provocar, te saluda
Eliseo
Eliseo Reyes Rodríguez, capitán San Luis, fue uno de los primeros oficiales del G-2 PNR hasta que fue nombrado jefe de la Seguridad del Estado en la provincia de Pinar del Río, donde dejó huellas de respeto y admiración. En julio de 1966 fue seleccionado para formar parte de un grupo de combatientes internacionalistas. Bolivia conoció de su valor y entrega, como parte del grupo de la guerrilla dirigida por el Che como comisario político, hasta que el 25 de abril, en un combate desigual, encontró la muerte, que el Che resumió en su diario con la siguiente frase: “Hemos perdido al mejor hombre de la guerrilla”.
Cuando llegué a la estación, inmediatamente le entregué al capitán el documento y este, luego de leerlo, preguntó si lo había leído.
No, por supuesto que no respondí sin titubear.
El capitán clavó sus ojos en mí como buscando la respuesta que conocía de antemano detrás de mis palabras. Entonces dijo:
La jefatura te concedió cinco días de estímulo. ¿Cuándo vas a disfrutarlos?
En realidad no lo sé porque quiero ir a Oriente para visitar a mis padres, tendré que dejarlo para cuando cobre y se acabe este dichoso acuartelamiento, además, no tengo plata ni para comprar el pasaje, y para colmo de males el jefe de pelotón me puso una multa de $ 10 00 pesos alegando que yo estaba fuera de la posta. Quiero pedirle que interceda para que me la quiten… es injusta.
Escuche, lo cortés no quita lo valiente, abandonó la posta y lo cogieron, pero valen más cinco días de estímulo y una anotación en la tarjeta de servicio por un hecho catalogado de extraordinario que los $١٠.٠٠pesosde multa que le impuso el jefe de pelotón, y estoy seguro de que fue con toda su razón.
Yo estaba trabajando en la persecución del ciudadano, al que le ocupé la pistola. Mentí nuevamente.
El oficial me miró convencido de mi mentira:
No me joda, no venga con ese cuento de caminos, tengo muchas canas en la cabeza para que quiera tomarme el pelo, cuando usted iba, yo venía de regreso. Ahora puede retirarse y luego me dice cuándo va a disfrutar los días de estímulo.
Por su actitud, supe que el capitán era un hombre con tremenda sicología porque fue capaz de reconocer la mentira relacionada con la lectura del documento, y sé que también descubrió que no estuve en la posta por cuestiones de mujeres.
Al día siguiente, como era costumbre en la formación, el jefe de pelotón informó sobre la destrucción total de la tienda El Encanto y la muerte de la miliciana Fe del Valle a causa del incendio, como acto de terror, ocurrido la noche anterior. También se refirió a que no se pudo detener al autor o autores del hecho y que el compañero Roberto González Lemus, del pelotón saliente, que cubría la posta de la calle Galiano, estaba ingresado porque había exhalado humo de algún producto tóxico. Nos percatamos de la complejidad de la situación operativa, y de que no podíamos bajar la guardia ni un momento, pues lo ocurrido era otro sabotaje.
Recuerdo que, por esos días, una manifestación de contrarrevolucionarios salió con cazuelas por la calle Reina, le salimos al paso y pusieron pies en polvorosa, en pocos minutos la acabamos. Otro hecho fue el de los dos aviones; uno disparó a mansalva y el otro tiró propaganda contra la Revolución. Ese día nosotros estábamos acuartelados, un compañero del grupo sintió miedo y trató de cerrar la puerta de la estación, no se lo permitieron y se metió debajo de un buró para protegerse. Conozco compañeros que fueron muy bravos en los combates cuando estábamos en la Sierra, pero le tenían pánico a la aviación.
La demarcación de la Cuarta Estación que abarcaba uno de los principales centros comerciales de La Habana, era visitado por jóvenes vestidas con elegancia, principalmente los sábados en el horario de la tarde. Unas iban a comprar, otras para visitar las tiendas de ropa, las peleterías y joyerías con el objetivo de recrearse la vista y hacer planes de compras para el futuro. Entre esas jóvenes estaban las prostitutas callejeras que pululaban por toda la ciudad y no estaban asignadas a ninguna “zona de tolerancia” como Pajarito, Colón y La Victoria, eran las más famosas por la gran concentración de prostíbulos o “casas de cita”, como también se conocían. En la demarcación de la Cuarta Estación se encontraba la zona de tolerancia del barrio Colón y varias casas de cita en la calle San José e/. Rayo y San Nicolás, posta número 6 del servicio de recorrido.
Cierto día una de las prostitutas notó mi presencia y, molesta, se lo comunicó a su compañera porque acostumbraba a, cuando las veía en la zona llamarles la atención o detenerlas. Un sábado, trabajando en la calle Galiano, que era uno de los mejores recorridos, pillo a la rubita abordando a los hombres, a esta le había advertido llevármela detenida si la sorprendía otra vez. No hice más que acercármele cuando un grupo de jóvenes salieron a paso ligero de la esquina de San Rafael y Galiano. Fui tras ellas, al llegar a San José doblaron a la derecha rumbo al prostíbulo y entraron en la casa de cita prácticamente corriendo, una de ellas con uno de los zapatos en la mano, pues se le había roto el tacón. Entré y busqué a la matrona.
Señora, en tres ocasiones he entrado aquí para alertarla de que las mujeres no pueden estar buscando clientes en la calle, ni llamando a cada hombre que les pase por su lado, pero la situación sigue igual, por eso, usted y todas las muchachas tienen que acompañarme a la estación.
Usted no puede detenerlas, ellas no están presas, pueden salir a la calle cuando les parezca, yo no las puedo amarrar. Creo que sería más provechoso que usted se dedicara a coger preso a los ladrones, principalmente a los carteristas que campean por su respeto en las tiendas de ropas, las peleterías y paradas de guaguas, y no a las muchachas que no le hacen mal a nadie. Me dio la espalda y dirigiéndose a sus subordinadas, les orientó que se vistieran para acompañarme todas hasta la estación.
Una de las jóvenes que había entrado corriendo, prácticamente una adolescente porque no rebasaba la edad de dieciocho años, intervino:
Qué pesado, sangrón y antipático es este policía ¡mi madre!
Incliné la cabeza, como era mi costumbre ante cualquier incidencia o hecho, contemplé a la joven de pies a cabeza y comprobé que era una mujer alta, trigueña, muy hermosa. Me acerqué a ella:
¿Y tú cómo te llamas?
Carmen, ¿por qué?
¿Qué edad tú tienes, Carmen?
Veintidós.
Luego supe que tenía solo dieciocho años y llevaba dos en ese trabajo desde que Conrado, su chulo, la trajo de Camagüey.
Hummm... Pienso que me estás mintiendo.
A lo mejor.
Cuando todas se presentaron ante mí correctamente, porque la mayoría estaban “vestidas” con una batita transparente, en blúmer y ajustador para contrarrestar el calor y, principalmente, exhibir la “mercancía”. Las conduje a la estación y de inmediato le informé al oficial de guardia mis objetivos.
Detuve a estas mujeres porque las voy a acusar de estar ejerciendo la prostitución en la calle, varias veces he alertado a la matrona pero no hace caso, las prostitutas siguen saliendo a la calle a buscar clientes, llamando a los hombres que pasan por su lado.
Carpeta, levante el atestado e impóngale $100.00 pesos de fianza a cada una para que aprendan a respetar y comprendan que no estamos en el tiempo de antes indicó el oficial de guardia enérgicamente.
El Fiancita depositó el efectivo de cada una de las prostitutas acusadas. En aquella época, este personaje siempre estaba cerca de las estaciones policiales dispuesto a pagar la fianza de los acusados para que pudieran gozar de libertad hasta el día del juicio; como es de suponer, por ese préstamo cobraba un por ciento, práctica que también realizaban los funerarios para, cuando se produjera una muerte natural o violenta, ser el primero en ofrecer sus servicios. Antes de la Revolución, algunos oficiales de la carpeta o telefonistas se comunicaban con los funerarios o financistas cuando había un muerto o un detenido sin dinero para pagar la fianza que le habían puesto, eso no lo hacían de forma gratuita.
Pasados 2 o 3 días me tocó trabajar en la misma posta, ocurrió que mientras hacía la ronda, volví a ver a la prostituta aquella que había detenido con un cliente y no pude controlarme.
Tú eres como el choncholí que, aunque le quemen el pico, sigue comiendo arroz, vamos, acompáñame a la estación.
Insultada me arrojó a la cara sus palabras.
Usted no puede estar constantemente violando mis derechos, llevándome presa cada vez que se le antoje, yo estoy con mi novio y que sepa, eso no es delito.
Sí, tú tienes razón, tener marido o amante, no es un delito, pero sí el ejercicio de la prostitución en la calle.
Al momento el cliente de turno desapareció entre la multitud de los transeúntes. En la estación se levantó el atestado y la mantuvieron detenida hasta el día siguiente, para presentarla al Tribunal.
Se dice que el oficio más antiguo que existe es el de la prostitución, pero detrás de cada puta, siempre ha existido un chulo que la explota; en Cuba fue muy famoso Alberto Yarini, quien fue acribillado a balazos en 1910. Su centro de operaciones era la zona de tolerancia de la Habana Vieja.
Se conocen algunos orígenes del término que datan de los años 1890 en los Estados Unidos, guarda relación con el empleo de pintura y luces rojas para las edificaciones a fin de que los clientes pudieran identificar la naturaleza de los negocios. En muchas ciudades se le conoce como zona de tolerancia porque se permite la prostitución de personas adultas de manera legal, las sometían a un compromiso con el departamento de salud que las obligaba a realizarse exámenes médicos sistemáticos para garantizar que no fueran portadoras de enfermedades venéreas de transmisión sexual.
El chulo de Carmen se atrevió a decir que yo estaba enamorado de ella porque cada vez que la veía acosando a los hombres, la detenía, incluso me amenazó con arreglar cuentas conmigo, en la primera oportunidad y hasta se atrevieron a decir que yo era homosexual.
La Revolución ofreció muchas oportunidades a esas mujeres, a Carmen Rodríguez, por ejemplo, que después de aquello volví a sorprenderla y la volví a detener, le levantaron otro atestado por continuar ejerciendo la prostitución, la presentaron ante el Tribunal, y el Juez le impuso una fianza de cien cuotas en billetes de cinco pesos, que tuvo que pagar para gozar de libertad provisional hasta el día del juicio. Posteriormente estuvo obligada a asistir a la Comisión de Prevención Social junto a otras, donde le propusieron trabajar o estudiar pero ella no fue, su intención era continuar con esa vida. En la guardia siguiente volví a verla, fue un sábado, iba a entrar a una posada con un hombre cuando la detuve. La llevaron para la prisión de mujeres de Guanajay donde mandaron a las que, como ella, no aceptaron ninguna de las dos opciones. En esos días la orden fue cerrar todas esas casas.
Una noche, en el turno de 12:00 p.m. a 6:00 a.m. estaba cubriendo la posta de San Rafael y San Miguel, en dirección a la esquina de Manrique, cuando vi un cartel lumínico que anunciaba: Morch Academy, la superación al alcance de sus manos. Al día siguiente por la mañana, vestido de civil, me presenté en el lugar donde había visto el anuncio, el dueño de la Academia era un hombre blanco, tenía alrededor de cincuenta años de edad, era de complexión fuerte, mediana estatura y era completamente calvo. Después de saludarnos, le comuniqué mi interés por conocer las materias que se impartían y él me explicó:
Las clases que impartimos son: idioma inglés, mecanografía, taquigrafía y economía, el horario es de dos turnos, uno de 2:00 a 6:00 p.m. y el segundo de 7:00 hasta las 10:30 p.m., el pago es de $10.00 pesos mensuales por adelantado.
Mi preocupación era que si matriculaba, no podía asistir ni a un solo turno porque el horario de trabajo era rotativo, la Academia me facilitaba ir al turno de la tarde o al de la noche, en dependencia de la labor que realizara. Me dispuse matricular en el momento, cuando le entregué mi carné, el hombre se sorprendió cuando vio que yo era policía. Hablaba con acento extranjero, pero su voz y gestos lo descubrían como un homosexual. Aunque a mí eso no me importaba, yo necesitaba que fuera buen maestro.
En la fecha y hora acordada me presenté en la Academia, fui vestido de uniforme porque no tuve tiempo para bañarme ni cambiarme de ropa, ese día tocaba la preparación combativa. Al entrar, no me pasó por alto que la mayoría de los alumnos me miraron asombrados. Días después de haber comenzado las clases, me percaté de que la inmensa mayoría de los jóvenes eran de la clase media y solo les interesaba aprender el inglés antes de abandonar definitivamente el país. Esta asignatura la impartían los profesores Walter Morch y Enildo Contreras, el último era un hombre alto, muy delgado y también homosexual, luego me enteré de que era la pareja del dueño de la Academia.
Asistía a las clases en dependencia de mis horas libres. Pronto me adapté a los estudios, aunque tenía dificultades para asimilar la enseñanza del idioma a diferencia del resto de los alumnos. Hoy comprendo que por la falta de instrucción, no me interesé en dicha materia, tampoco tuve tiempo suficiente para repasar las clases impartidas como lo hacía la mayoría de los estudiantes. Ellos se reunían en colectivo para estudiar, yo no lo podía hacer, pero mi objetivo era continuar superándome para convertirme en un investigador. Recuerdo siempre el consejo del capitán que me atendió en la División Central de la Policía cuando me preguntó si estaba estudiando, y cuando le respondí que sí, su consejo fue: “sigue por ese camino, al parecer tienes madera de investigador”.
En la estación no todos los compañeros estudiaban, en sus horas libres salían a buscar novias, en esa situación estaba el jodedor de Rudy, que tenía tremenda suerte con las mujeres, casi todos los días venían a buscarlo distintas jóvenes, en ocasiones se escondía porque más de una lo esperaba en el parquecito frente a la estación. Yo prefería dedicarle un rato a mi novia y otro a los estudios, para no terminar como el sargento oficial de carpeta, que llevaba un burujón de años en la misma función.
En mis proyectos estaba quedarme de retén, porque a nadie le gustaba permanecer dentro de la estación para estudiar, entonces pasaba en limpio las clases y practicaba la mecanografía en el local de la carpeta cuando no estuvieran levantando actuaciones. El jefe de pelotón estuvo de acuerdo, como esperaba, gracias a su bondad tuve tiempo para estudiar y hacer otras actividades, entre estas bajar a la cafetería donde trabajaba la muchacha que tanto me gustaba y la acompañaba durante horas.
Cuando se producía un acuartelamiento, por regla general nos quedábamos en el dormitorio o en el salón de entrenamiento. Una tarde nos encontrábamos acostados, estábamos descansando y de pronto sonó un disparo, vimos a Juan Oviol con el arma en la mano y a Rolando Falcón tirado en el suelo; inmediatamete dos de nuestros compañeros lo bajaron del dormitorio para llevarlo al Hospital de Emergencia, allí fue operado con urgencia. La bala le había perforado los intestinos y estuvo grave, pero por suerte, se salvó. Juan Oviol, el autor del incidente, declaró que estaba jugando con la pistola y le apuntó a Falcón, este se la fue a quitar y no se acordó de que tenía una bala en la recámara, por lo que al apretar el gatillo, se produjo el disparo. La declaración fue ratificada por el herido, quien alegó que estaban practicando cómo desarmar a un delincuente. Al otro día, en la formación, el jefe de pelotón informó del hecho y sobre las consecuencias.
Un día Falcón me invitó al cine Reina para ver una película del oeste, no le importaba el título, ni si era un buen filme, su interés era dormir en el aire acondicionado. Al finalizar la película comentamos sobre las escenas que más nos gustaron, a Falcón le había impresionado la tremenda puntería del sheriff.
No jodas, compay ¿cuándo tú has visto una película del oeste donde el sheriff no tenga buena puntería? Para mí lo mejor fue la actuación de Humphrey Bogart, ¡excelente!, se hizo muy famoso con Casablanca.
A la salida del cine escuchamos un tiroteo. Falcón se dirigió hacia esa dirección; bajamos por San Nicolás y al llegar a Salud vimos varias personas al lado de la iglesia situada en Salud y Manrique, fue entonces que vimos a un tipo que desde lo alto de la iglesia, estaba disparando.
Chino, este piensa que está en el viejo oeste de los Estados Unidos, vamos a cogerlo, tú dispara hacia la ventana para que tenga que cubrirse y yo pueda cruzar la calle y meterme dentro de la iglesia.
De acuerdo respondí con la pistola en las manos y de inmediato comencé a disparar hacia donde estaba el atrincherado, este se cubrió mientras Falcón pudo cruzar la calle y penetrar en la iglesia, luego subió la escalera y le disparó al hombre alcanzándolo en una pierna. Así logró que se rindiera enseguida.
Si te rindes tira el arma y saca todo el cuerpo donde yo pueda verte le ordenó Falcón.
El hombre obedeció, en silencio, la orden.
Ya pueden entrar, es uno solo dijo Falcón.
Minutos después entraron los compañeros del G-2 que estaban operando el caso y efectuaron un registro en el sótano de la instalación, allí ocuparon varios documentos comprometedores. En el local que existía en los altos del cine Reina, se ocuparon varias armas y municiones, gran cantidad de dinero como dólares. Por comentarios, conocimos que los pertrechos de guerra estaban destinados a los alzados del Escambray.
Al día siguiente, en la formación, el jefe de pelotón informó sobre lo complejo que se presentaba la situación operativa cada día, acerca de las armas ocupadas por los miembros del G-2 en los altos del cine y en la iglesia de San Nicolás así como de los cuatro contrarrevolucionarios detenidos; y destacó la participación de nosotros dos en dicha operación. Habló, además, del incremento de las bandas de alzados contra la Revolución en varias provincias del país.
En un principio, todos los que proveníamos del ejército, teníamos el pelo y la barba larga hasta que la jefatura dictó la orden de que todos los miembros de la policía teníamos que estar rasurados y con el cabello corto; algunos soldados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que no se habían pelado, desconocían esta orden y comenzaron a llamarnos milicianos. Esto trajo como consecuencia que ocurriesen algunos incidentes, el más significativo fue la detención de dos soldados que habían participado en una riña tumultuaria dentro de un bar donde actuó la policía, esto ocurrió en el poblado de Managua. El hecho motivó a que algunos de sus compañeros, que se encontraban destacados en una unidad militar en ese poblado, se movilizaran para ir a tomar la estación y rescatar a sus compañeros. La noticia llegó al capitán jefe de la estación, quien con sus fuerzas tomó los puntos estratégicos en la instalación y llamó a la División Central de la Policía, a su vez esta se lo informó a la jefatura de las FAR y de allí mandaron a un alto oficial para analizar el caso, cuando tuvo conocimiento de las razones, orientó que pusieran a los infractores a disposición de la Fiscalía Militar.
Una noche que no había mucho trabajo, el sargento de carpeta de mi pelotón, hombre gordinflón y rechoncho, único integrante que quedaba de la policía de la tiranía, debido a que había cooperado con el Movimiento 26 de Julio, le permitieron mantenerse en su puesto de trabajo para enseñar a los nuevos integrantes del cuerpo de la PNR, me dijo que con el tiempo, si Dios me lo permitía, yo llegaría a ser un buen policía.
¿Por qué dice eso?le pregunté por curiosidad.
Eres muy operativo en el trabajo, te gusta estudiar y leer mucho.
Sí, desde que era un niño mi madre nos leía cuentos y novelas por las noches, todavía recuerdo El conde de Montecristo, Las mil y una noches y Los miserables, por eso tengo hábitos de lectura. Se equivoca cuando dice que voy a ser un buen policía, quiero superarme para cambiar de actividad.
Eso lo dices de la boca para afuera, se nota que te gusta mucho esta actividad, por eso, si Dios te acompaña, permanecerás más años en este cuerpo de los que tengo yo prestando servicios.
¿Cuántos años de servicio tiene usted? le pregunté interesado.
34 años y 6 meses me respondió.
¡Coño! una vida completa en la misma actividad… yo estudio porque tengo que superarme y poder abandonar este trabajo que es muy complicado, no pienso salir de aquí cuando solo sirva para sacar los perros a mear, comprar el periódico y hacer los mandados que mande mi mujer, como le pasará a usted cuando le llegue el retiro; permaneceré en el cuerpo si logro ser un investigador de Criminalística, mi gran sueño.
Eso usted lo dice porque es joven, deja que llegue a mi edad, estoy seguro de que cambiará de parecer y no querrá retirarse, cosa que le pasa a la mayoría de los militares.
Un día, con la noche libre, decidí entrar al cabaret Los amantes, situado en Virtudes y San Nicolás, me senté a una de las mesas y le ordené al dependiente traerme un trago de ron Bacardí, minutos después se me acercó una mesera y me preguntó si podía sentarse a mi lado.
Sí, claro… la mesa no es mía le respondí sonriente.
¿Me puedes invitar a un trago?
Sí, con la condición de que sea ron.
La joven le hizo una señal al camarero y cuando este llegó, le pidió un trago de los que acostumbraba a tomar.
Conocía que estas meseras, en su gran mayoría eran prostitutas encubiertas que se sentaban con los clientes para conquistarlos, sacarles la plata y le pagaran los tragos, pero este era otro negocio porque lo que pedían eran tragos que solo contenían agua con azúcar, y las ganancias se las repartían entre ellas y los dependientes. Luego de haberse tomado tres tragos, pedí la cuenta, en un descuido de la joven probé el contenido del vaso y compruebo que era agua con colorante. Cuando trajeron la cuenta, le dije al dependiente:
Mira, compadre, descuenta los tragos de agua con colorante que se tomó esta joven, yo tendré cara de bobo pero no lo soy, si usted no está de acuerdo, vamos para la estación de la policía y resolvemos este problema.
El dependiente comprendió que era un tipo de “la fiana,” como nos llamaban en el argot callejero, y que esto no era bueno para el negocio, por lo que me respondió:
No hay problemas, “compañero”, descontamos lo consumido por la muchacha y el gasto va por la casa.
Se llevó la nota y poco tiempo después, trajo otra con lo que realmente yo había consumido, le pagué e incluí una buena propina. Ya casi a la salida, le advertí:
Mírame bien la cara, cuando yo vuelva, aunque se siente una muchacha a mi mesa, le sirves lo que yo pida o no le sirvas.
Deduje que el dependiente se lo había comunicado a sus compañeros y también a las meseras, y al parecer tenían buena memoria porque en las visitas que hice después al bar, por ser un lugar tranquilo, ninguna otra mujer se sentó a mi mesa.
El jefe de pelotón no me deja vivir con sus constantes descargas por cosas insignificantes... que si la cama no está bien tendida… que hay polvo acumulado… que si las botas están sucias… expresó Manuel algo disgustado.
No es que el teniente la tenga cogida contigo, recuerda que la semana pasada le impuso $5.00 pesos de multa a Repinche por llegar cinco minutos tarde a la formación, y según me dijeron, él mismo se puso una multa. No te fajes con él que la vas a perder.
Sí, tienes razón… oye, como tú siempre estás en la bobería y te gusta trasnochar, te voy a dar un consejo, cuando te toque la posta número dos ten cuidado en no quedarte dormido, hace unos días yo estaba sentado en la silla con tremendo sueño, cabeceé porque casi no podía resistir, me levanté y caminé un poco para no dormirme, me senté de nuevo. En ese momento vi que el teniente entraba por el portón que da a la calle Escobar, avanzaba despacito en dirección al lugar donde yo estaba, venía prácticamente arrastrando los pies como si estuviera cazando; al momento perdí el sueño, me quedé inmóvil y pensé en asustarlo, cuando estaba como a quince metros, me levanté bruscamente de la silla, rastrillé el garand y apunté en dirección por donde él venía. Me dijo:
Soy yo, baje el arma, veo que está en la viva.
¿Y tú qué hiciste?
Le dije:
Sepa usted, compañero teniente, que por las noches me pongo un poco nervioso, pensé que era un extraño que quería colarse por el portón, menos mal que le conocí la voz porque faltó poco para que le disparara.
No contestó. Desde ese día, mientras cubro la posta que está en el patio y él va a chequearla, viene por la puerta del frente donde hay un bombillo encendido, creo que esto también influyó en su estado de ánimo.
Una de las orientaciones que habíamos recibido por el jefe de pelotón, era ser precavidos durante la madrugada, porque hubo policías que habían sido atacados con armas de fuego por personas que conducían vehículos. Cierta noche me asignaron la posta de la calle San Rafael, cerca de la mañana se me acercó un automóvil muy despacito, no pude identificar al conductor ni la placa del vehículo porque el lugar no era de los más alumbrados. El conductor giró en la esquina y regresó nuevamente a la misma velocidad, me puse en estado de alerta porque podía ser uno de los que le disparaban a los militares vestidos de uniforme, esos a los que se refirió el jefe. Cuando el auto se detuvo cerca de mí, rápidamente me llevé la mano a la funda de la pistola y miré en dirección de la ventanilla, entonces vi que el chofer era una mujer. Me pidió candela para encender un cigarro, al acercarme con cautela, vi a una joven de cara agraciada que estaba pintada como si viniera de una fiesta, le pregunté de dónde venía a esa hora, me respondió que trabajaba en Tropicana. Desde ese momento comenzamos una “amistad”. En más de una ocasión me prestó el automóvil, y un día lo llevé a la estación, casualmente el capitán me vio cuando aparqué el vehículo a un costado de la estación.
¿De quién es esa máquina?preguntó enseguida.
Le respondí que era de mi novia.
Devuélvaselo de inmediato y no quiero verlo más manejando un automóvil que no sea de la estación, yo necesito policías, no chulos.
Con el tiempo comprendí que el capitán tenía razón.
Mientras pasaba las notas de clase, el capitán me comunicó que al oficial de carpeta de mi pelotón, le había llegado el retiro, por lo que yo podía ocupar esa plaza.
Capitán, no tengo experiencia en la actividad, ahora es que estoy aprendiendo a mecanografiar le respondí al ver la envergadura de la tarea asignada.
Sacando huevos se aprende a capar, así tendrás más tiempo para practicar la mecanografía, cualquier duda que tenga, consúltela con el oficial de guardia que para eso está. A partir de mañana, comienza. ¿De acuerdo?
Preferí no hablar, en ese momento sobraban las palabras.
Los sábados por las noches, por regla general, son los días más complicados en una estación de policía debido a la cantidad de personas que son conducidas por riñas y lesiones, ingestión de alcohol o conducir en estado de embriaguez, entre otros motivos. Aquel sábado no fue la excepción, a las 2:00 a.m. varios patrulleros condujeron a quince personas por haber participado en una riña tumultuaria, seis de los cuales tuvieron que ser conducidos a la Casa de Socorro, hoy policlínico, para ser atendidos y extenderle el certificado médico por las lesiones.
Comencé a levantar las actuaciones a las 6:00 a.m., cuando llegó el carpeta entrante, Raibel Torres, aún me quedaban tres casos por resolver, y todos por riñas. El compañero, al darse cuenta de la situación, prefirió encargarse de los casos que faltaban y me sugirió entregarle una reseña de cada uno para que yo estuviera en la formación. Una hora más tarde, al pasar por el salón, comprobé que no quedaba ni una sola persona y extrañado le pregunté a Raibel qué había hecho con los casos. Este, muy resuelto, respondió:
Sencillo, a todos los borrachos que al calor del ron se habían ido a las manos, los pasé por los registros de la Dirección de Identificación y verifiqué si eran trabajadores sin antecedentes penales, después los solté, previa consulta con el oficial de guardia, no sin antes echarle una buena descarga y advertirles que de repetirse, los pondría a disposición del juez. El caso que tú estabas levantando lo resumí y le puse una fianza de $100.00 pesos a cada uno de los implicados.