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En una de las crónicas de este libro, el autor expresa: "Como en la guerra uno comprende sin dilaciones que la muerte puede estar a la vuelta de la esquina, una de las reglas de oro era dejar de escribir un testimonio para hacerlo mañana...", escrita a la memoria de los colegas, que cumpliendo su deber internacionalista no regresaron y como homenaje a los que reportaron, desde Cuito Cuanavale, la verdad de cuanto sucedió en los meses en que Sudáfrica y la Unita amenazaron la seguridad del proceso revolucionario angolano. Las vivencias del autor, por toda la isla, a través de las páginas de Granma¸ y otras que escribiera posterior a los hechos, aparecen aquí, testimonio en el que, si asomó alguna vez el temor y la añoranza, venció el arrojo y la heroicidad de los combatientes angolanos y cubanos.
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Seitenzahl: 159
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición:Olivia Diago Izquierdo
Corrección:Mirta Suárez Solé, Catalina Díaz Martínez
Diseño de cubierta y realización:Albert Zayas Alarcón
Diseño interior y realización:Idis Manals Casañas
Digitalización de imágenes:Ernesto Izaguirre Aguilera
Fotos:Archivosde Granmay Verde Olivo
Conversión a ebook:Grupo Creativo Ruth Casa Editorial
© Roger Ricardo Luis, 1989
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2024
isbn:9789592247505
(primera reimpresión de la segunda edición corregida y ampliada)
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
en ningún soporte sin la autorización por escrito
de la editorial.
Casa Editorial Verde Olivo
Avenida Independencia y San Pedro
Apartado 6916. CP 10693
Plaza de la Revolución, La Habana
www.verdeolivo.co.cu
A mis amores y heroínas de mi vida, Iraida y Patricia.
A mi príncipe Ignacio, porque había una vez
un abuelo que...
En el Il-62 que va rumbo a la República Popular de Angola (RPA), mis compañeros y yo, integrantes de un equipo de corresponsales de guerra de los diferentes medios de información nacional, vamos signados por la expectativa de ser cronistas de una epopeya trascendental.
Cuba, desde la estrecha circunferencia de la ventanilla del avión, va quedando atrás, perdida entre el azul intenso del océano y el extenso banco de nubes que rompe la nave en su vertiginoso ascenso. Los primeros minutos transcurren bajo la inevitable nostalgia, hasta que, poco a poco, la patria, la familia, el terruño; el internacionalismo y el deber cierran filas en el corazón.
Para estas catorce horas de vuelo entre La Habana y Luanda cada uno de mis compañeros se ha preparado. Notas dispersas tomadas en las diferentes reuniones donde fue esclarecida la misión que debíamos cumplir y la detallada información acerca de los acontecimientos en Angola, comienzan a tomar forma y orden en conversaciones y agendas.
…
A finales de 1987, la RPA se vio seriamente amenazada ante la nueva invasión sudafricana. Esta no era la primera vez; acciones similares se habían producido en 1975, oportunidad en que, a petición del hermano país, las tropas cubanas se convirtieron en un bastión frente a la amenaza racista.
Ya en 1976, los sudafricanos, ante el empuje de las fuerzas internacionalistas cubanas habían retrocedido hacia la frontera, por lo que comenzó la retirada de cerca de la mitad del poderoso contingente militar cubano, lo cual fue aprovechado por el régimen delapartheid para reiniciar sus agresiones.
Nuestras fuerzas pasaron, entonces, a ocupar una línea estratégica de unos 700 kilómetros desde el atlántico puerto de Namibe hasta Menongue hacia el este, ambos puntos en la zona sur del país, aproximadamente a 250 kilómetros de la frontera con Namibia desde donde los racistas lanzaban sus zarpazos sin llegar nunca a la citada demarcación defendida por nuestros compatriotas.
A lo largo de todos estos años esa situación se mantuvo. El interés principal de los racistas estaba dirigido a llevar a cabo la guerra sucia contra Angola, armando y abasteciendo a la Unita. Entretanto, las fuerzas cubanas se mantenían en sus posiciones, en condiciones de mantener aquella línea, pero no para impedir las intervenciones sudafricanas en el extenso territorio sureño.
Cada mañana,
en las unidades de la primera línea
es izada la bandera angolana.
La crisis que llevó a la escena político-militar la recóndita población de Cuito Cuanavale se originó en una ofensiva organizada por las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola (Fapla) contra la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita), en el sudeste de Angola, muy distante del extremo oriental de las agrupaciones cubanas. En dicha operación no participaron nunca nuestros internacionalistas.
Cuito Cuanavale está a unos 200 kilómetros de Menongue, el último punto de la línea estratégica antes mencionada. Desde allí, las Fapla lanzaron una ofensiva contra las fuerzas de Savimbi, en 1985. Cuando ya habían avanzado cerca de 150 kilómetros, se produjo la intervención racista y obligaron a retroceder a las unidades angolanas.
El mando militar cubano alertó en varias oportunidades sobre lo riesgoso de tales acciones en un lugar sumamente apartado, donde debían crearse condiciones apropiadas para impedir semejantes maniobras del enemigo. En 1986 fueron escuchados tales planteamientos; mas desgraciadamente, en 1987 no lo hicieron. Sucedió, entonces, lo advertido.
Cuando los combatientes de las Fapla desarrollaban exitosamente su ofensiva vinieron las tropas sudafricanas. Pero esta vez no se limitaron a frenar el paso del ejército angolano al norte de Mavinga, sino que avanzaron en persecución de las Fapla con su mejor técnica de aviación, artillería, blindados y tropas élites, en dirección a Cuito Cuanavale.
Al crearse tan difícil situación, decisiva para los destinos de Angola, se pidió la ayuda a Cuba para impedir el desastre.
Cuba asumió la responsabilidad. De acuerdo con la apreciación hecha sobre nuestras fuerzas y medios disponibles en Angola, se llegó a la conclusión de que no resultaban suficientes: era imposible defender la línea estratégica Namibe-Menongue con sus 700 kilómetros y, además, avanzar 200 kilómetros entre el bosque, en un terreno escogido por el enemigo.
Por eso, desde el primer momento, la dirección de la Revolución tomó la única alternativa digna posible: cumplir el compromiso. Para ello resultaba indispensable reforzar el contingente de tropas cubanas y aplicar una estrategia militar partiendo del principio de no librar batallas decisivas en el terreno escogido por el adversario, sino en el escogido por nuestras fuerzas y golpear al enemigo en lugares verdaderamente estratégicos.
El 15 de noviembre de 1987, en el Estado Mayor de las FAR se tomó la decisión política y militar de enfrentar aquella grave situación en el sur angolano.
Lo primero que se hizo fue el envío inmediato de los pilotos de combate más experimentados para actuar desde el aire, desde la base área de Menongue, contra las tropas racistas que asediaban a Cuito Cuanavale. Al mismo tiempo, comenzó un intenso trabajo de selección y traslado de las unidades de combate y las armas necesarias que permitieran el logro de una correlación de fuerzas a nuestro favor e hicieran fracasar los planes del régimen del apartheid.
Otro paso decisivo fue la llegada a Cuito Cuanavale, por vía aérea, de unos doscientos asesores en artillería, blindados y demás armas y equipos para las unidades de las Fapla que se defendían en aquel lugar. En enero de 1988, se envió una caravana con unidades de tanques, artillería e infantería blindada para asegurar la plaza.
En Cuito Cuanavale el objetivo principal consistió en impedir que el enemigo aniquilara la agrupación de tropas angolanas y tomara aquel punto. Con el refuerzo cubano allí, se habían creado las condiciones para no solo frenar el avance sudafricano, sino hacerlos caer en una trampa que definiría el curso de los acontecimientos a favor de la paz para Angola y la independencia de Namibia.
La concepción militar de frenarlos en Cuito y golpearlos por el suroeste se cumplía.
…
Ya al amanecer, Luanda apareció ante la vista. Desde lo alto, la capital de Angola parece una sirena sentada en la costa, mientras la baña el mar. Sin embargo, no hubo tiempo para recorrerla; en el mismo aeropuerto adonde habíamos llegado de Cuba, unas horas después, en un Il-76 marchábamos rumbo a Menongue, para de ahí partir a Cuito Cuanavale.
La más brillante página del internacionalismo se estaba escribiendo allí.
Gardel pudo haber dicho que veinte años no es nada, pero él, evidentemente, no estuvo en Cuito Cuanavale. Fue esa mi primera impresión cuando me enfrenté a la idea de escribir unas palabras introductorias para la nueva edición de Prepárense a vivir. Solo pido que me permitan compartir con ustedes lo que el tiempo ha convertido en emoción recurrente de lo vivido por estos días en que nos hemos encontrado muchos de quienes asistimos a aquella epopeya.
Veinte años después, el silencio es la primera sensación que experimento cuando pienso en los días de Cuito Cuanavale. Ahora, no percibo el tronar de la artillería con su silbido escalofriante haciéndose añicos, como cristales, en pocos segundos y en oleadas sucesivas en medio de aquella sabana inabarcable; ni el chirrido metálico constante de las esteras de los tanques en marcha; tampoco el ruido ensordecedor, insistente, de las BM-21 desde nuestras posiciones convirtiendo muchas veces la noche en día, con sus andanadas de cohetes y fulgores instantáneos, enceguecedores.
Veinte años después, el rumor de la corriente del Cuito Cuanavale se me revela por sobre el tableteo de las ametralladoras y el canto letal de los fusiles y las explosiones de granadas y minas en medio del combate. El ímpetu indetenible del río se convirtió por entonces en fe de vida; así lo comprendimos en aquellas madrugadas sepulcrales, frías, húmedas, insomnes, vividas en las entrañas mismas de la tierra cuando escuchábamos su andar, como el mismo paso del tiempo. Fue todo un símbolo: la guerra nunca lo detuvo ni lo sacó de su curso, ni aun cuando su puente voló tantas veces en mil pedazos, y porque de sus aguas nunca llegó a beber el enemigo.
Veinte años después, cierro los ojos y el cielo de Cuito Cuanavale lo descubro ajeno a las grandes columnas de humo negro y gris de las explosiones. No hay tampoco sobresaltos al mirarlo, como en aquellos días, pues ya no hay aviones intrusos rasgándole la vastedad de su azul con el calor de las turbinas; ni la serenidad que prodiga se verá rota por los duelos entre Mig y Mirage. Ya no son los días en que desde su altura venían bombas y cohetes del agresor; hoy solo se espera que de allá arriba venga la lluvia bienhechora para aliviar la sed de la tierra.
Veinte años después, sigo viendo imbatible el tanque elevado del agua proclamando a los cuatro vientos el nombre de Cuito Cuanavale con la certeza de que el pueblo haya renacido de entre sus ruinas, y sobre lo que fueron campos minados, nuevos quimbos con sus sembradíos se alzan como testigos de estos tiempos.
Veinte años después, solo adivino a tomar un puñado de tierra arenosa y calcinada de Cuito Cuanavale y, al palparla entre mis dedos, aún puedo sentir la humedad de la sangre tibia y generosa de mis hermanos muertos y logro ver, al fin y pese a la distancia, cómo ha crecido el bosque nuevo.
A la altura de veinte años, Cuito Cuanavale es para todos nosotros la cosecha de la esperanza, la realización de un sueño, de un ideal del que nos sentimos orgullosos. Ninguno de los que allí fuimos lo hizo por alcanzar la gloria; sin embargo, todos hicimos futuro. El paso del tiempo nos prodigó esa certeza.
Que estas páginas, escritas con la premura del tiempo y la intensidad de los combates, den testimonio de la obra inmensa de un pueblo apretada en la grandeza y en la sencillez de una palabra: internacionalismo.
Atrás va quedando Luanda con su arquitectura de rascacielos y quimbos y el calor plomizo de todos los días. En vertiginosa trepada, el gigantesco carguero Il-76 toma los seis mil pies de altitud hasta estabilizar su techo de vuelo para la ruta.
Minuto a minuto, descontamos los más de mil kilómetros que separan la capital de Menongue, ciudad cabecera de la sureña provincia de Cuando Cubango, cuya extensión es mayor que Cuba.
En el interior de la nave, una docena de viajeros cubanos y angolanos; el resto del espacio lo ocupan unas cuantas toneladas de alimentos para quienes defienden la integridad territorial y la soberanía de esa zona atacada por los racistas sudafricanos.
Una hora y quince minutos después, advertimos la maniobra de descenso. El avión va describiendo círculos en el espacio y a manera de espiral pierde altura sobre la pista, mientras desprende hacia todas partes decenas de luces de bengala, hasta aterrizar definitivamente.
La operación responde a una estricta medida de seguridad. Solo de esta forma puede tocar tierra, sobrevolando el área de responsabilidad de nuestra defensa antiaérea, al tiempo que los fuegos de artificio neutralizan cualquier acción enemiga con sus cohetes portátiles tierra-aire los cuales, al ser activados, buscan el objetivo por diferencia de temperatura.
La estancia en Menongue es de apenas unas horas; el tiempo necesario para esperar la salida de los helicópteros hacia Cuito Cuanavale. Entretanto, la vista se nos pierde en la gigantesca pradera de este altiplano en el que predomina una temperatura agradable.
Aquí, en el aeropuerto, todo es actividad. Es constante la llegada y salida de los aviones que mantienen el puente aéreo Luanda-Menongue, la arteria de vida, como se le conoce entre los combatientes y las escuadrillas de Mig-21 y Mig-23 que cumplen misiones combativas diversas sobre el enemigo.
Avisan la partida. Sobre un helicóptero Mi-17 un grupo de combatientes se aglomera en espera de ser llamados para subir a bordo.
Todos somos cubanos: unos regresan de las vacaciones del querido caimán antillano, otros vamos en funciones de trabajo, como nuestro reducido grupo de periodistas corresponsales de guerra.
Lasmochilas,los paquetes de periódicos y sacos con la correspondencia colman el centro de la nave.los uniformados pasajeros vamos ocupando primero los bancos, en cada lateral, luego abrimos las ventanillas y colocamos los cuatro AKM en los brazos mecánicos para, en caso necesario, repeler cualquier ataque del enemigo. Semejante práctica es un hecho rutinario en las condiciones de la guerra.
El encendido de los motores, con su agudo chirrido, anuncia la partida. Las aspas, poco a poco, se levantan y en la medida que lo hacen forman un torbellino hasta que echa a andar por la pista y en cuestión de segundos… ¡la trepada! Esa misma maniobra la realiza otra libélula metálica que dará cobertura de protección combativa a nuestra nave. ¡Ya vamos rumbo a Cuito Cuanavale!
Volamos bajo, a escasos metros de la copa de los árboles. De esta manera, no somos blanco fácil de los cohetes portátiles tierra-aire de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola y, por otro lado, en caso de fuego de fusilería podemos actuar con eficacia con los poderosos medios de defensa de la nave.
Sobrevolamos todo el tiempo la estratégica carretera Menongue-Cuito Cuanavale de 200 kilómetros de extensión, fuertemente custodiada por tropas mixtas de cubanos y de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola. Tales unidades garantizan el ir y venir de los convoyes con el aseguramiento logístico para los combatientes de la primera línea.
Al paso de los helicópteros nos saludan y desde arriba respondemos. Son los hermanos de la guerra. Allá abajo blindados, desplegados y debidamente fortificados. No hay tramo de la vía sin rigurosa vigilancia. Seguimos viaje. Decenas de quimbos quedan atrás; estas aldeas están formadas por pequeñas cabañas circulares de paredes de barro y techo de capín –fibra seca, fina y alargada–. Alrededor de estas, crecen pequeños campos de masango y millo: plantas cerealeras que sirven de base para el funche, alimento principal de los angolanos.
Más de una hora de viaje. El Mi-17 se posa suavemente en la carretera. El esperado momento se ha hecho realidad:
¡Cuito Cuanavale!
La emoción nos sacude a todos. Al bajar nos fundimos en abrazos y estrechones de manos. Junto a nosotros los héroes sencillos y gloriosos de los combates. El aire huele a pólvora, a sudor, a humedad de monte y sangre, como aliento de epopeya.
Partimos hacia las posiciones de nuestras tropas bajo la “bienvenida” sudafricana: su habitual cañoneo. De allí al borde delantero hasta llegar al mártir y desierto poblado de Cuito Cuanavale. Desde el transportador blindado observamos los impactos de la artillería de largo alcance y de la aviación racista. Las casas están vacías, pero sus heridas expresan el mudo mensaje de la barbarie. Aquí solo queda intocado, paradójicamente, el tanque elevado del agua con el nombre del pueblo.
Más allá, en la chana –zona pantanosa– que cubre ambas márgenes de la confluencia de los ríos Cuito y Cuanavale, el puente destruido sigue siendo un desafío. Por una pasarela de madera y soga continúa el paso de nuestros combatientes hacia el otro lado de la caudalosa corriente fluvial que los sudafricanos no han podido tomar y sobre la cual llueve plomo a diario, en especial, cuando sus medios de observación e información detectan algún movimiento.
Este es el escenario del nuevo Girón. Vayamos al encuentro con quienes han hecho y siguen haciendo heroísmo al andar.