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Tres combatientes internacionalistas cubanos, iniciadores de la operación Carlota, nombre con que se denominó por el alto mando de las FAR, a la ayuda que brindara nuestro país al Movimiento Popular de Liberación de Angola, son los protagonistas de este libro. Carlos Alberto, Roberto y Ezequiel, gravemente heridos, hicieron lo imposible para impedir ser capturados por los sudafricanos. Ante lo inevitable, guardaron prisión por casi tres años en Pretoria hasta que se produjo el canje por ocho militares sudafricanos en manos del MPLA. Cuanto soñaron, desde que manifestaron su disposición de contribuir a la liberación del pueblo de Angola, hasta los difíciles meses de encierro y el regreso a la patria, lo narra Carlos Alberto en este testimonio, Premio del Concurso 26 de Julio, 2006.
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Seitenzahl: 249
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Edición:Olivia Diago Izquierdo
Diseño:Lamas
Corrección:Raisa Ravelo Marrero
Realización:Armando Manuel Gutiérrez Menéndez
Fotos:Archivo Central de las FAR, de Verde Olivo y personales del autor
Conversión a ebook:Grupo Creativo RUTH Casa Editorial
© Carlos Alberto Marú Mesa, 2006
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2025
ISBN: 9789592247888
Todos los derechos reservados. Esta publicación
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de la editorial.
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A mis hijos.
A nuestros familiares
y, en especial, a la memoria de mis padres,
que en silencio sufrieron
la angustia de nuestra separación.
A la generación que nos propició participar en esta página de la historia.
A Agrenot, Reynaldo y Adalberto.
Al Comité Internacional de la Cruz Roja.
A los que siempre han creído y confiado en mí, mi más profundo agradecimiento.
Desde el 4 de noviembre de 1975, día en que llegó a Cuba la noticia de los combates de heroica y desigual resistencia que algunas decenas de instructores cubanos, al mando de unos centenares de bisoños combatientes angolanos del Centro de Instrucción de Benguela, libraban frente al avance de una columna blindada sudafricana, comprendimos que se había iniciado la guerra contra el oprobioso régimen del apartheid.
En esos primeros encuentros, los instructores sufrieron cuatro muertos y siete heridos. Algunos cubanos quedaron en territorio ocupado por el enemigo y fueron hechos prisioneros. Las bajas angolanas resultaron superiores. Por vez primera, la sangre de los combatientes de uno y otro país regaba la tierra de Angola.
Ese mismo día, en un avión Britannia, partió un centenar de combatientes cubanos, especialistas en blindados, morteros de 120 milímetros y artillería reactiva BM-21, preparado para satisfacer una petición anterior de la parte angolana, que había recibido esos medios y no contaba con personal calificado para operarlos.
El día 7, emprendió vuelo la primera compañía del batallón de Tropas Especiales —que llegó el 9 a Luanda— y en los días sucesivos, el resto de sus unidades por la misma vía aérea: Habana-Barbados-Bissau-Brazzaville-Luanda.
Entre el 11 y el 13, tres naves cubanas zarparon del puerto de Mariel con un regimiento de artillería a bordo. Encabezaba la expedición el buque-escuela Vietnam Heroico en su segundo viaje a Angola. A principios de octubre había llevado a la mayor parte del medio millar de instructores militares cubanos y gran cantidad de armamento y abastecimiento para las FAPLA.
Había comenzado la operación Carlota.
En los varios combates en las provincias de Benguela y Kuanza Sul, los valerosos cubanos y angolanos, bajo el mando del comandante Díaz-Argüelles infligieron sensibles bajas al enemigo y lo obligaron a emplear los primeros trece días del mes en alcanzar la margen sur del río Queve en su tramo oeste. El objetivo de los sudafricanos era llegar a Luanda antes del 11 de noviembre, fecha fijada para la proclamación de la independencia. Mas ese día las fuerzas invasoras estaban a doscientos cincuenta kilómetros al sur de la capital. Los arrogantes racistas fueron detenidos en la línea Porto Amboim-Gabela-Quibala, al norte del Queve.
El grupo de artilleros cubanos que había partido el día 4, resultó decisivo en el segundo combate de Quifangondo, el 10 de noviembre.
En este choque a veintidós kilómetros de Luanda y en la batalla de la distante Cabinda que había comenzado dos días antes y todavía se desarrollaba, las tropas regulares zairotas, sus asesores sudafricanos, los mercenarios blancos y los fantoches del FNLA, recibieron una derrota aplastante, que desestabilizó a Mobutu e hizo cambiar el rumbo de la guerra en el Frente Norte y en el enclave de Cabinda.
El día 11, el presidente Agostinho Neto proclamó el advenimiento de la República Popular de Angola.
El 24 de noviembre, las tropas de Pretoria recibieron un golpe inesperado en las cercanías de Ebo. Casi un centenar de bajas entre muertos y heridos y ocho blindados destruidos fue el trágico balance para los racistas.
En los combates sostenidos al sur de la citadalínea, en el mes de diciembre, varios combatientes cubanos del regimiento de artillería y otras unidades perdieron el contacto con nuestras tropas y fueron reportados, lo que es usual, como desaparecidos. Por esos días, el 13 de diciembre, en la cercanía de Catofe —diecisiete kilómetros al sur de Quibala— fueron capturados cuatro soldados sudafricanos.
Sugerimos al gobierno angolano, dar inmediata publicidad a este hecho, ya que ello podría influir positivamente en el respeto de la vida de nuestros compañeros cautivos del enemigo.
El día 15 se publicó la noticia en los medios angolanos y el 17 los prisioneros fueron presentados en una conferencia de prensa internacional. Se trataba de un cabo y tres soldados, de entre veintiún y dieciocho años que formaban un grupo de apoyo táctico de uno de los destacamentos blindados sudafricanos que había penetrado en Angola a fines de noviembre. Los jóvenes blancos declararon que “habían recibido —por parte de sus captores— el mejor trato”.
Al día siguiente, el ministro de Defensa Pieter Botha confirmó en Pretoria la captura de los integrantes de las Fuerzas de Defensa Sudafricanas (SADF) y su presentación pública en Luanda.
Es decir, cuando capturaron a los héroes de este testimonio Carlos Alberto, Roberto y Ezequiel, las autoridades sudafricanas ya conocían que sus prisioneros estaban vivos, bien tratados y presentados ante la opinión mundial. Ello equivaldría a un seguro de vida. Mas para rescatarlos, mediante canje, necesitaban asegurar la supervivencia de nuestros compañeros.
Los cinco días —del 12 al 17— del esfuerzo supremo en que Carlos Alberto y Roberto lograron retardar el momento de su captura, contribuyeron a que las autoridades enemigas tuvieron suficientes razones para abstenerse de entregarlos a la UNITA o de hacerlos objeto de torturas físicas: había prisioneros de ambas partes beligerantes.
II
Desde el MINFAR, el Comandante en Jefe Fidel, asistido del ministro Raúl y su Estado Mayor dirigía diariamente el envío de tropas a Angola, su despliegue en el teatro de operaciones y orientaba las acciones combativas.
Al mismo tiempo, prestaba atención a la actividad diplomática para promover la solidaridad de los pueblos de África, de los países socialistas y de todo el mundo, a favor de la independencia de Angola y contra los agresores sudafricanos.
Una delegación oficial integrada por Osmany, Kindelán y Mazola recorría gran parte de los países de África abogando por el apoyo a la República Popular de Angola. Inclusive mandatarios tan desagradables como el presidente de Uganda, Amin Dade, recibieron y oyeron los argumentos de la delegación de nuestro país.
La cumbre extraordinaria de la Organización de la Unidad Africana (OUA), para analizar el ingreso de la RPA como nación independiente, fue convocada para el 10 de enero, precedida por la Conferencia de cancilleres, que se iniciaría dos días antes.
Con vista a dicha reunión continental, resultaría muy favorable para la causa del MPLA, propinar un golpe demoledor a la más antigua de las organizaciones fantoches, el FNLA, expulsándola de su capital política y cuartel general, la ciudad de Carmona. Tal objetivo se consideró posible desde el punto de vista militar.
Para la preparación de dicha acción, el jefe de la Misión Militar Cubana, comandante Colomé, se trasladó a la ciudad de Lucapa —doscientos setenta y cinco kilómetros al este de Luanda— para encontrarse con el comandanteSchueg, jefe de las fuerzas cubano-angolanas del FrenteNorte. Era el último día de aquel 1975. Vecino, Zayas y yo acompañamos a Furry. Se le asignaron a las fuerzas de Schueg medios blindados y artillería reactiva. Se discutieron los pormenores de la acción y se fijó como fecha tope, para la captura de la ciudad y del cercano aeropuerto de Negage, antes del día 10 de enero.
En rápida marcha y audaz ataque, las fuerzas del Frente Norte ocuparon el día 3 Negage y el día 4 Carmona.
En Santiago de Cuba, donde se encontraba para recibir en visita privada a Manley, primer ministro de Jamaica, Fidel tuvo la satisfacción de comunicar al destacado estadista caribeño la resonante victoria. Dos días después, Jamaica reconoció a la RPA.
Por su parte Kissinger, canciller del imperio, declaró que el FNLA había colapsado.
El 5 de enero, otros tres soldados sudafricanos fueron apresados en la región de Caluzinga. Al igual que los anteriores, se presentaron a la prensa junto a dos mercenarios portugueses.
En Luanda, consideramos que tendría gran impacto llevar algunos prisioneros sudafricanos a la capital etíope y mostrar ante los jefes de Estado de toda África la prueba material de la invasión racista, soldados de Pretoria capturados entre los paralelos 11 y 12 de Angola a más de 1 700 kilómetros del río Orange que marca la frontera norte de África del Sur.
El gobierno angolano aceptó la idea. Para viabilizarla, le facilitamos al primer ministro Lopo, que presidiría ladelegación angolana a la Conferencia de la OUA, nuestro avión Il-18 y como jefe de la escolta de los prisioneros designamos a Rey Irzula, el aguerrido combatiente del Movimiento 26 de Julio en Santiago, cuya habilidad y arrojo para acciones de comando eran bien conocidos.
La presentación de los prisioneros sudafricanos ante una conferencia de prensa en Addis Abeba, el 13 de enero, en la cual participaron cientos de periodistas que desde todo el mundo habían acudido al trascendental cónclave, tuvo la repercusión esperada.
Por primera vez en la historia del continente, combatientes de África negra y de un lejano país afrolatinoamericano, enfrentaban con éxito la agresión de las tropas del apartheid.
Desaparecía el mito de la supremacía blanca en África.
El imperialismo norteamericano y sus socios occidentales presionaron con toda su influencia para negar la legitimidad del gobierno del nuevo Estado.
Tras largos días de discusión, la votación en lareuniónde la OUA quedó empatada a veintidós votos, a favor y en contra del reconocimiento de la RPA. Etiopía y Uganda se abstuvieron. Holden y Savimbi, cabecillas contrarrevolucionarios que asistían desde el banquillo de observadores, fueron expulsados del recinto.
Fue necesario que transcurriera un mes, en el que las fuerzas conjuntas de las FAPLA y las FAR llegaran al extremo noroeste de la frontera de Angola, San Antonio Zaire, y por el sur liberaran las provincias de Cuanza Sul, Lobito-Benguela, Huambo y Bié; que veintisiete gobiernos de África reconocieran a la República Popular de Angola para que la OUA certificara, el 11 de febrero, la legitimidad del gobierno presidido por Agostinho Neto y lo registrara como el país número 47 de la organización continental.
Dos Santos, ministro de Relaciones Exteriores de la RPA, participó el 23 de febrero, como representante de un Estado miembro en el Consejo Ministerial de la OUA. Para ese día, ochenta y seis países del mundo habían reconocido a la nueva nación independiente.
Los prisioneros sudafricanos pasaron a la custodia cubana. Se trataba de combatientes simples, movilizados para el servicio militar por necesidades de la criminal guerra que el apartheid libraba en Angola.
Se habilitó una edificación y se crearon las condiciones apropiadas para recluirlos en grupo, cumpliendo estrictamente la Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra. Se les dio el trato correcto, con pleno respeto a la dignidad humana, como siempre hemos actuado con nuestros enemigos cautivos. La atención médica yla alimentación fueron adecuadas. En el lugar de reclusión, un cocinero exclusivo elaboraba los platos según las preferencias de los comensales, quienes si lo deseaban, podían cocinar a su gusto. En la celda colectiva, había una salita con un televisor y se les entregó a los reclusos varios aparatos de radio. Disfrutaron de baños de mar en una playa cercana. La Cruz Roja Internacional los visitó cada vez que hubo de solicitarlo.
El coronel Jesús Bermúdez, representando a la Misión Militar en Angola y al ministro de las FAR, fue el alto oficial encargado de asegurar el estricto cumplimiento de las exigencias de la Convención Internacional sobre prisioneros de guerra. Bermúdez visitaba regularmente la instalación donde se alojaban los prisioneros, a quienes había dado a conocer el contenido de dicha Convención. Atendía sus quejas y peticiones, les proporcionaba publicaciones sudafricanas cuando se conseguían.
Aprovechando una visita a Angola en 1978, el ministro de las FAR, vestido de civil y sin revelar su identidad, visitó a los prisioneros sudafricanos en su alojamiento y departió con ellos largo rato, en un clima afable y respetuoso. Para Raúl, los jóvenes soldados sudafricanos enviados a la fuerza a la guerra criminal en Angola eran realmente víctimas de un régimen brutal y opresivo, el repugnante apartheid.
Como el lector podrá apreciar, no fue así el trato que recibieron Carlos Alberto, Roberto y Ezequiel. Aunque las autoridades del apartheid hubieran querido no habrían podido brindarles un trato digno, porque en aquella sociedad basada en el odio, el racismo y la violencia no habrían encontrado carceleros que asimilaran el concepto de dignidad humana.
En ese primer mes y medio de la guerra, otros nueve combatientes internacionalistas cubanos, de ellos tres instructores, habían quedado tras las líneas enemigas en Benguela y en Catofe.
Varios de ellos, entregados por los sudafricanos a la UNITA, estuvieron recluidos hasta principio de febrero en la cárcel de la ciudad de Kuito, entonces Silva Porto, junto a algunos militantes del MPLA encabezados por el miembro de su Buró Político Joaquim Kapango. Ante la inminencia de la llegada de nuestras tropas, los prisioneros cubanos y angolanos fueron trasladados a Menongue, llamada Serpa Pinto, la más lejana ciudad del sudeste de Angola, capital de la provincia de Cuando Cubango. Allí fueron asesinados por los bandidos de la UNITA en derrota.
En fin, todos los cubanos desaparecidos en aquel período fueron vilmente ejecutados, unos por la soldadesca racista, otros por sus lacayos de la UNITA.
He considerado de interés para el lector de este magnífico y apasionante libro, testimonio de nuestros tres valerosos compatriotas, referir estos hechos, ocurridos en las primeras semanas de la operación Carlota, en que se crearon las bases para el intercambio de prisioneros que habría de producirse tras dos años, ocho meses y dos semanas de encierro.
Iniciaban el mes veintiséis de cárcel Carlos Alberto, Roberto y Ezequiel cuando otro cubano se sumaba a la condición de prisionero de guerra en África. Mas no era en el cono austral sino en el nordeste del continente, en el llamado Cuerno de África.
El combatiente internacionalista Orlando Cardoso Villavicencio fue capturado el 22 de enero de 1978 en medio de una sangrienta emboscada por tropas somalíes en el Ogadén etíope. Herido y único sobreviviente de su pequeña unidad de exploración, fue trasladado desde Harar hasta Somalia.
Mes y medio después, el 7 de marzo, las tropas etíopes y los internacionalistas cubanos que peleaban junto a ellas, lograron liberar de invasores el territorio nacional. La agresión de los expansionistas somalíes había sido aplastada.
Alcanzada la paz, no hubo intercambio de prisioneros de guerra entre Etiopía y Somalia, hasta pasada una década. Nuestro compatriota fue sometido al más cruel encierro durante más de diez años. No me extiendo en este inaudito y doloroso caso, recomiendo al lector el libro testimonio del Héroe de la República de Cuba Orlando Cardoso Villavicencio, titulado Reto a la Soledad.
III
Cautivos del régimen del apartheid, nuestros jóvenes no tenían antecedentes inmediatos del comportamiento digno y firme que se ha de tener en una situación tan inusitada, como prisionero de guerra en territorio enemigo.
En octubre de 1967, el Guerrillero Heroico, herido, siguió combatiendo hasta que el cañón de su fusil fue inutilizado por un disparo. Prisionero de las tropas enemigas, se negó a discutir una sola palabra con sus captores, durante las horas que permaneció con vida en la escuelita de la Higuera boliviana convertida en prisión y cadalso. “¡Dispare! ¡No tenga miedo!”, arrojó al rostro de su verdugo.
Ejemplo supremo de valentía frente al enemigo y a la muerte.
Tal sería la actitud a seguir si los racistas decidían martirizarlos y asesinarlos. Mas no parecía ser ese el objetivo de sus carceleros.
Existía el modelo de entereza y decoro de Pedro Rodríguez Peralta, combatiente internacionalista cubano en Guinea Bissau, capturado herido por los colonialistas portugueses en 1969 y encerrado en una prisión en la metrópoli durante cinco años. Peralta fue liberado en 1974 por la Revolución de los Claveles que derrocó a la tiranía colonial-fascista, instaurada cuatro décadas atrás. Pero este hecho no había sido divulgado entonces, no era conocido por estos nuevos héroes.
El ejemplo más aplicable a su situación estaría en el siglo anterior, entre 1874 y 1886: los generales de las tres guerras independentistas: Calixto García, Guillermón Moncada, José Maceo, Quintín Bandera y Agustín Cebreco.
Calixto, cercado por el enemigo, para evitar la vergüenza del inminente cautiverio se hizo un disparo porla boca. Le salió por la frente. Increíblemente sobrevivióa la acción suicida. En este primer destierro sufrió cárcel en Pamplona y Alicante desde 1874 hasta la paz del Zanjón.
Guillermón, José, Quintín y Agustín cayeron en una ignominiosa trampa del general Polavieja, quien violó descaradamente el acuerdo entre las partes beligerantes y ordenó a una cañonera española abordar el barco mercante inglés en que los jefes de la Guerra Chiquita en Oriente marchaban sin armas al extranjero, junto a otros oficiales mambises y familiares, a mediados de 1880. Fueron secuestrados y llevados a Puerto Rico. Desde allí, a ilegal encierro en las cárceles de España.
Ninguno de los cinco jefes independentistas claudicó ni hizo lisonja alguna a sus carceleros. Mantuvieron enhiesta la dignidad de la Patria, por la cual habían dado su sangre y estuvieron dispuestos a reanudar la contienda por la independencia de Cuba tan pronto lograran hacerlo posible. La gesta del 95 organizada por Martí los tendría entre sus más destacados jefes militares.
José, el más intrépido o tal vez al que sele presentaron condiciones favorables, intentó escapar una y otra vez. Su primer encierro fue en la cárcel de las Islas Chafarinas, posesión africana de España, donde su hermano, el general de brigada Rafael,Cholón,moriría de pulmonía, condecorado por catorce heridas de la Guerra Grande.
Luego de dos años de encierro en Chafarinas, en 1882, se determinó su traslado a Ceuta, también en el llamado Marruecos español. Mas en una escala en el puerto de Cádiz, al sur de la península, se fugó en un barco en unión de su esposa, de la viuda de Cholón y su pequeño hijo que había nacido en cautiverio y de otros tres compatriotas y logró llegar a Tánger, territorio perteneciente a la monarquía marroquí.
Aquí obtuvo visa del cónsul norteamericano paraingresar a Estados Unidos. Cuando hizo escala en elPeñón de Gibraltar, posesión británica, la autoridad local lo entregó a España. Nuevas prisiones. Algeciras, ciudad mediterránea frente al Peñón. De aquí con redoblada guardia, lo condujeron a Ceuta. Fue recluido en el castillo El Hacho.
En 1883, nuevo traslado a la cárcel de Pamplona, ciudad donde Calixto había sufrido encierro. “El frío en sus calabozos y la humedad quebranta la salud de los presos” observó José. Estella, también en la región de Navarra. Mahón, en las Islas Baleares. En 1884 escapó de nuevo, esta vez en unión de Cebreco hacia Argelia, colonia francesa, cuyas autoridades no cometieron la vileza del jefe de la policía inglesa en el Peñón. Se les reconoció como asilados. Patriotas argelinos y progresistas españoles les facilitaron el viaje hacia América vía París.
En octubre llegó a la ciudad de New York. Su hermano Antonio había partido de esta rumbo a México, en medio de los preparativos para reiniciar la guerra de independencia. Estaba en marcha el Plan Gómez-Maceo. Recibió la misión, junto a Cebreco, para trasladarse a Jamaica. Sería jefe de una futura expedición. En el verano de 1885 se encontró con Antonio en Kingston. Aplazado el plan conspirativo para tiempos mejores, los dos hijos mayores de Marcos y Mariana se establecieron en Panamá en 1886.
En ese mismo año, Moncada y Bandera son indultados, en un autocrático gesto de gracia de la reina por el nacimiento de su hijo, el futuro rey Alfonso XIII.
Nuestros tres prisioneros delapartheidtomarían dela leyenda heroica de los generales de las tres guerras, la dignidad y la firmeza ante el enemigo. De José Maceo Grajales, además, la audacia. Tratarían de fugarse cuando se presentara la oportunidad. Aun más, buscarían esa oportunidad, harían un plan de fuga para ejecutarlo en momento propicio.
El lector constatará en el presente testimonio, la fidelidad a la enseñanza histórica que ellos mantuvieron durante todo el período de su encierro.
IV
A lo largo de más de ciento treinta años se ha ido forjando una hermosa tradición, un código de honor: el patriota que tiene el infortunio de caer en medio del combate, de cualquier tipo, en las garras del enemigo, en cualquier territorio que ello ocurra, será firme y digno. No dirá una sola palabra que pueda favorecer a sus interrogadores, estará dispuesto a soportar las más graves torturas sin claudicar, preferirá morir antes de colaborar con sus guardianes. Mantendrá siempre el optimismo de la victoria final de nuestra justa causa, la certidumbre de que nuestro pueblo jamás abandonará a sus hijos prisioneros del enemigo. No olvidará ni un instante que encerrado en la más cruel bartolina, en la más sórdida ergástula, en el infame “hueco”, en el fondo de una cueva, sus ideas justas pueden más que el ejército de sus carceleros.
Si le es propicio utilizar alguna vía para denunciar y desenmascarar al enemigo, la aprovechará con audacia e inteligencia.
Así lo hizo el joven José Martí, al denunciar en las entrañas de la metrópoli donde estaba desterrado por primera vez, el trato monstruoso que se daba a los reclusos de Isla de Pinos, en su obra El presidio político en Cuba. Y conminar a los políticos que habían depuesto al régimen monárquico a adoptar una actitud favorable a la independencia de la Isla, en su exposición impresa La República Española ante la Revolución Cubana.
“Cuba quiere ser libre... por ley de su voluntad irrevocable, por ley de la necesidad histórica ha de lograr su independencia”, les advirtió en desafiante vaticinio.
Con pareja osadía, José Maceo utilizó todas las vías posibles para denunciar la infamia cometida contra él para prolongar su injusta prisión.
En carta al periodista irlandés James J. O´Kelly, al cual había conocido en la manigua oriental, José denunció la mendaz acción de las autoridades inglesas del Peñón, la violación del derecho de asilo.
O´Kelly, líder de la oposición en la Cámara de los Comunes, hizo conocer en ese cuerpo legislativo la denuncia del general cubano. Randolf Churchill, jefe del Partido Conservador en dicha Cámara y futuro ministro, se sumó a la protesta. Entre los legisladores, se produjo gran indignación y la reclamación al gobierno de Su Majestad Británica de reparar el daño causado.
Asimismo, José repitió la denuncia ante el embajador del Reino Unido en Madrid y logró que la prensa capitalina reflejara el caso en sus páginas.
El Rey Alfonso XII se vio obligado a considerar en su Consejo de Ministros el incidente diplomático con Londres. Se pronunció en contra de cualquier rectificación, mas la monarquía hispana quedó desprestigiada en Europa.
Y al final, el general José ganó la batalla a la decadente Corona de Madrid.
Julio Antonio Mella, al persistir en su heroica huelga de hambre, sacudió a la tiranía machadista, logró ganar la opinión nacional para su justa causa y promover la protesta internacional, la solidaridad con la lucha del pueblo cubano desde México hasta la Argentina.
Fidel Castro, en su alegato La historia me absolverá en el juicio por el heroico asalto al cuartel Moncada clavó en la picota a la sangrienta tiranía y sus repugnantes crímenes y expuso el programa de la Revolución, que triunfaría cinco años, cinco meses y cinco días después del 26 de Julio de 1953.
Nuestros cinco héroes antiterroristas encerrados en las cárceles de Estados Unidos, Gerardo, René, Antonio, Fernando y Ramón, aprovechan con singular agudeza y arrojo, cada momento y cada posibilidad que se les ofrece para denunciar su injusta condena, cada día propicio para comunicarse con su pueblo.
Han devenido los presos políticos más universales del siglo XXI, cuya libertad será fruto de la más vasta y persistente campaña mundial que hayamos conocido jamás y que el imperio no podrá resistir por mucho tiempo. ¡VOLVERÁN!
Jorge Risquet Valdés
No pretendo hacer la historia de Angola ni de Sudáfrica mucho menos de la guerra entre ambos países. No soy historiador ni tengo aptitudes para ello. Los hechos que describo son mis vivencias. He tratado de ser fiel a mi memoria, no obstante, pudiera existir algún error de ubicación en el tiempo, sobre todo, los días que anduve herido por la selva antes de ser capturado. Errar no ha sido mi intención, en todo caso responsables serían el estado físico y de salud en que deambulé y los años que han transcurrido de entonces a la fecha.
Lamento que alguien haya perdido mis recortes de periódicos, fotos y cartas que celosamente fui guardando y logré traer para Cuba. Con esos documentos pudiera haber sido más preciso al relatar. Reitero: lo lamento.
Muchas han sido las peticiones que he recibido de escribir esta experiencia, pero nunca me había decidido a hacerlo. Hoy, a casi treinta años de nuestra liberación, presento a los lectores mi testimonio sobre tres jóvenes revolucionarios cubanos que fuimos prisioneros de guerra en Sudáfrica, después de ser gravemente heridos en combate.
Roberto Morales Bellma nació en la provincia de Matanzas, en Itabo, el 7 de septiembre de 1953, en el seno de una familia campesina. Estudió hasta el sexto grado en la escuela “Lidia Doce”. Durante un período continuó su instrucción en La Habana hasta que, en 1967, obtuvo una beca para el Instituto Tecnológico “Héroes del Moncada”, en el municipio de Artemisa.
Fue llamado al Servicio Militar Activo el cual concluyó en 1970. Después pasó a la Empresa Eléctrica como trabajador y estudiante, aunque allí no llegó a culminar sus estudios.
De 1971 a 1973, trabajó en la Terminal de Ómnibus Nacionales de La Habana, primero como maletero y después como chofer. Aquí ingresó en la Unión de Jóvenes Comunistas. En ese último año, acudió a un llamado de la Columna Juvenil del Centenario y se trasladó a trabajar a Camagüey donde se desempeño como jefe de cuadros de una agrupación en la región de Esmeralda.
Una vez desmovilizado, volvió a su centro de trabajo, como jefe de turno de Lista de Espera.
En noviembre de 1975 fue llamado por el Comité Militar. Se le propuso participar en una misión internacionalista. Un sí rotundo fue la respuesta.
Ezequiel David Garcés Mustelier nació el 8 de agosto de 1952 en el barrio Los Negros, en Baire. Cursó sus primeros estudios en la escuela primaria “Carlos Manuel de Céspedes” y la enseñanza media en la Escuela Militar “Camilo Cienfuegos” de Santiago de Cuba, posteriormente ingresó en la Escuela Interarmas “General Antonio Maceo”. Se graduó en el año 1972, con grado de subteniente, en la especialidad de Infantería Motorizada.
Prestaba servicio en una unidad del Ejército Oriental y era organizador del Comité de Base de la Unión de Jóvenes Comunistas de una compañía cuando, en 1975, respondió presente para cumplir una misión internacionalista.
Carlos Alberto Marú Mesa, hijo único de una familia obrera, nació el 29 de agosto de 1951, en la ciudad de La Habana. Hizo sus primeros estudios en la escuela “Luis Alfonso Silva” en Lawton. Debido a la actividad laboral de su padre —químico azucarero—, residió algún tiempo en la provincia de Matanzas.
Al concluir el primer año de preuniversitario en el Instituto de La Víbora, solicitó su ingreso en el Instituto Preuniversitario Militar “Héroes de Yagüajay”, para continuar sus estudios y cumplir, a la vez, el servicio militar.
Luego ingresó en la Universidad de La Habana. Cursó hasta el tercer año de ingeniería eléctrica y en ese período, obtuvo la militancia de la Unión de Jóvenes Comunistas.
En 1973 comenzó a trabajar en la hilandería “José Luis Gómez Wangüemert” como auxiliar de Planificación. Así se mantuvo durante todo un año; después pasó a ser el jefe de Capacitación de la fábrica.
El 5 de noviembre de 1975 fue citado por el Comité Militar donde se le convocó a participar en una misión internacionalista y tras su manifestación de conformidad partió con la prontitud que requería la situación.
Quiero, al compartir mis recuerdos con todos, si de alguna manera es posible, evitar las guerras; como le expresé en el 2001 a la periodista Alina Perera, de Juventud Rebelde: “Amo tanto la paz porque sufrí la guerra... Es demasiado triste y doloroso ver caer a tus seres queridos tan cerca, sin poder hacer nada. Quien conoce bien la guerra, quien conoce la metralla, como yo, cuida y ama la paz. La guerra es, casi siempre, evitable y sus consecuencias, por pequeñas que sean, son siempre fatales”.