¿Quién mató a Helena Jubany? - Yago García Zamora - E-Book

¿Quién mató a Helena Jubany? E-Book

Yago García Zamora

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Beschreibung

La madrugada del 2 de diciembre de 2001, el cuerpo de Helena Jubany cayó al vacío desde lo alto de un edificio de Sabadell. Desnuda, con quemaduras en la piel y benzodiazepinas en el organismo, pronto quedó claro que no se trataba de un suicidio. Se originó así uno de los casos de asesinato no resueltos más célebres del siglo, que dejó tras de sí dos muertes, numerosos errores en la investigación, el sufrimiento de dos familias y la impunidad del culpable. El periodista Yago García Zamora, profundo conocedor del caso, relata con escalofriante precisión los entresijos de una historia impactante que aún continúa viva, ofrece nueva información inédita y arroja luz sobre algunos de los interrogantes del crimen.

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Título original catalán: Qui va matar l’Helena Jubany?

© del texto: Yago García Zamora, 2022.

© del epílogo: Carla Vall i Duran, 2022.

© de la traducción: Yago García Zamora, 2022.

© de la traducción del epílogo: Manuel Fernandez Plata, 2022.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: abril de 2022.

REF.: OBDO032

ISBN: 978-84-1132-026-9

ELTALLERDELLLIBRE•REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

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Todos los derechos reservados.

Todo movimiento, la gran línea, el viaje, es un arrebato de olvido que se curva en la burbuja del recuerdo.

CÉSAR

IVÍCTIMA

ELCUERPO

La madrugada del 2 de diciembre de 2001, a Alfredo Morales lo despertó la muerte. Incapaz de conciliar el sueño, se vistió, cogió la correa de su yorkshire y salió a tomar un carajillo. Estaba tranquilo. Desconocía lo trivial que podía sonar un cráneo al partirse. Como un saco que se desploma, como los libros de una estantería que pierde el equilibrio sin previo aviso o un niño que se revuelve en sueños y se cae de la litera, aquel golpe no tenía nada de extraordinario. La noche terminó de escampar de regreso a casa; Alfredo se asomó al balcón que daba al patio interior. Entre la luz brumosa de la mañana y la distancia de los tres pisos de altura, le pareció distinguir una muñeca hinchable tirada en el suelo. Su hija se le acercó, inclinó el torso por encima de la barandilla y la vio.

La chica llevaba muy poca ropa. Los restos de masa encefálica se esparcían en abanico en un radio de dos metros sobre la arena rojiza. El torso y las piernas estaban retorcidos en posturas contradictorias. En realidad, iba completamente desnuda, pero el fuego había marcado la silueta de la ropa interior sobre su piel y parecía que todavía la llevara. Los restos calcinados del sujetador y varios mechones de pelo quemado habían ido a parar sobre los geranios de los vecinos del segundo. En su caída, el cuerpo había arrastrado las pinzas de tender de los balcones contra los que había impactado, que ahora rodeaban el cadáver como las esquirlas de un vaso roto.

El sol iluminaba sin pudor la escena cuando las dotaciones J-17 y J-37 de la Policía Nacional llegaron al número 48 de Calvet d’Estrella. Tras comprobar que la chica estaba muerta, alzaron la vista hacia la azotea desde la que parecía haber saltado. El administrador de la finca les había franqueado la entrada al edificio, pero para subir no hizo falta que les abrieran. Unos vecinos que estaban de mudanza se habían dejado la llave en la cerradura de la puerta que daba acceso al terrado y a los trasteros. Ahí hallaron mechones de cabello quemado de color castaño oscuro, como los de la víctima, y dos cerillas. Una, partida y sin encender; la otra, entera y con la cabeza carbonizada. Un muro separaba aquella terraza de la contigua, la del número 50. Al otro lado, amontonada bajo una silla, apareció la ropa que le faltaba a la chica. Unos botines Kickers de ante, un jersey blanco de cuello alto y unos pantalones marrones con estampado de flores. La pila de prendas olía a alcohol.

Su bolso no apareció; no tenían manera de identificarla. La inspección técnico-policial hecha sobre el terreno determinó que el cuerpo era el de una joven de unos veinte o veinticinco años de un metro cincuenta y seis de estatura, complexión normal o delgada, pelo largo, moreno, con dos cicatrices de intervenciones quirúrgicas antiguas en las piernas. Los vecinos no habían oído nada más allá del golpe que despertó a Alfredo Morales sobre las cinco menos cuarto de la madrugada. Hacia las seis, su hija había vuelto de una despedida de soltera y tampoco había visto nada fuera de lo normal. Sin embargo, la descripción que los vecinos habían hecho de la chica del tercero segunda coincidía con la de la víctima. Era una mujer joven, delgada y morena que vivía sola, aunque recibía las visitas frecuentes de un chico. Era la única que no había respondido al timbre. Después de insistir un par de veces más, cuando los agentes comenzaban a dar por identificado el cuerpo que seguía tendido en el solar, la puerta del tercero se abrió lo justo para revelar la figura ligeramente encorvada de una mujer envuelta en una bata que respondió secamente a sus preguntas y volvió a cerrar la puerta.

ELNOMBRE

El lunes 3 de diciembre Joan Jubany seguía buscando a su hija. Durante sus idas y venidas, mientras trataba de dar con ella, fue juntando a un pequeño grupo de allegados, entre los que se encontraban su pareja y su exmujer, la madre de Helena, que le seguía cuando llegó a comisaría para presentar una denuncia por desaparición. Llevaron varias fotos de Helena. En una, reciente, posaba junto a dos compañeras en la biblioteca de Sentmenat en la que trabajaba. La luz de los fluorescentes se reflejaba en el cristal de sus gafas y en los lomos plastificados de los libros, a su espalda. El autor de la foto se había tomado su tiempo. Helena tenía la mano incómodamente apoyada sobre la pernera de los pantalones marrones de flores y su sonrisa comenzaba a desfallecer por la espera.

Ninguno tenía noticias de Helena desde el jueves 29. El sábado 1 de diciembre tendría que haber ido a comer a Mataró, a casa de su padre. Joan Jubany llamó a la biblioteca, pero le dijeron que aquel día Helena no trabajaba. Comió solo, se echó una siesta, y al levantarse sobre las seis de la tarde llamó a casa de Helena. Saltó el contestador y obtuvo la misma respuesta todas las veces que probó tanto el sábado como el domingo. Aquel fin de semana Helena también se había citado con una amiga llamada Isabel Valls. La había llamado el jueves 29, emocionada, diciéndole que tenía varias cosas que contarle, pero que quería esperar a explicárselo en persona el sábado, cuando regresara de Mataró. La iría a buscar a casa y bajarían a Barcelona, donde cenarían y quizá acabaran yendo a Luz de Gas.

Isabel Valls se extrañó de que no la avisara, y cuando ya fue evidente que no iba a ir, le sorprendió todavía más que Helena no la llamara para excusarse. Trató de localizarla en casa, pero, como le había ocurrido a Joan, le saltó el contestador. El domingo cogió el listín telefónico y comenzó a llamar a todos los Jubany de Mataró hasta que, a las nueve de la noche, localizó al padre de Helena. Al enterarse de que el sábado por la tarde tampoco había acudido a su cita con Isabel, Joan cogió las llaves del piso de su hija y se fue a Sabadell.

Helena no estaba en casa. Joan encontró la cama sin hacer, pero nada que le llamara la atención. El lunes telefoneó a la biblioteca a la hora que sabía que Helena debía entrar a trabajar. La directora le dijo que no había ido, que el viernes por la tarde también había faltado y que le extrañaba que no hubiera avisado, pues siempre que se retrasaba, aunque fueran unos minutos, llamaba para dar una explicación. Joan Jubany fue a la comisaría de la policía local de Sentmenat, donde le tomaron los datos y anotaron la matrícula del coche de Helena, un Seat Ibiza de color verde. No presentó ninguna denuncia porque esperaba que Helena apareciera en cualquier momento con una explicación razonable sobre su ausencia. De la comisaría, Joan fue a la biblioteca, donde se encontró con Isabel Valls y la directora, que lo acompañaron de nuevo al piso de Helena. Seguía vacío, pero esa vez se fijaron en que su abrigo y su bufanda estaban colgados de la silla del comedor y en que no había ni rastro de su bolso.

A las ocho y media de la tarde se les unieron la madre de Helena, que había estado pendiente de las gestiones que había estado haciendo su exmarido, y la pareja de Joan. Los cinco se presentaron en la comisaría de la Policía Nacional de Sabadell, donde denunciaron la desaparición de Helena. Los agentes que habían acudido a Calvet d’Estrella el día anterior repararon en la foto de la biblioteca y se fijaron en los pantalones marrones de flores estampadas y en el jersey blanco de cuello alto, la compararon con la ropa que había aparecido en la azotea y no les quedó ninguna duda.

ELRASTRO

Para Marta Cano, fue un encuentro casual. Para Helena, el último antes de vérselas con su asesino.

Marta Cano conoció a Helena Jubany la noche del 29 de noviembre, y fue la última persona que la vio con vida. Asistió a un acto de cuentacuentos en el centro cívico Sant Oleguer, como representante del Ayuntamiento de Sabadell. En esa misma calle, frente al polideportivo, apareció el coche de Helena días después, y el solar de Calvet d’Estrella donde la encontraron muerta quedaba a menos de trescientos metros.

Mientras Marta Cano esperaba a que comenzara el acto, Helena se le acercó a preguntar si podía sentarse a su lado. Ella accedió, Helena se presentó y le dijo que tenía la impresión de que se conocían. Marta estaba bastante segura de que no, a lo que Helena adujo que quizá se hubieran visto algún otro jueves, pues ella iba cada semana a escuchar los cuentos. Mientras esperaban a que comenzara la actuación, Helena le hizo a Marta varias preguntas sobre su trabajo y le contó que ella era bibliotecaria en Sentmenat, donde se encargaba de la sala infantil. Ambas disfrutaron de los cuentos y rieron juntas. Cuando terminaron, Helena le pidió si podía acompañarla a saludar a los actores. Los felicitaron, y ellos las invitaron a su próxima actuación, el sábado 1 de diciembre, en el bar Harlem de Barcelona. Helena esperó a que Marta recogiera sus cosas. Una vez en el vestíbulo, sacó la agenda para anotar el teléfono de Marta y quedaron en que Helena la llamaría para ir juntas al Harlem. Cuando se despidieron, Marta cruzó la calle para reunirse con su pareja, que la esperaba en el coche, y vio a Helena alejarse calle arriba, en dirección a la Gran Vía.

Helena llegó a casa y, cerca de la medianoche, encendió el ordenador para chatear un rato.

Habló con alguien que se hacía llamar PituLigon. Helena le dijo que tenía que irse porque la estaban esperando en la cama, se despidió —«hasta mañana»—, y la respuesta que recibió de PituLigon fue: «No, no hablaremos más XD». Helena cerró la sesión dieciocho minutos después de la medianoche del viernes 30 de noviembre.

Helena Jubany no volvió a chatear aquella ni ninguna otra noche. A la mañana siguiente, habló por teléfono con un amigo llamado Xavi Gordo, con el que había mantenido una relación informal por la que había acabado perdiendo el interés, sobre sus planes para el puente de la Inmaculada. Tras colgar, a las 11:28 de la mañana, Helena trató de ponerse en contacto con su amigo Salvador Piquer, pero saltó el contestador. A partir de aquel momento, el rastro de Helena Jubany desapareció. Nadie sabe si acudió a Calvet d’Estrella al volante de su coche o si alguien lo hizo por ella. Tenía que estar en la biblioteca de Sentmenat a las tres de la tarde, salió de casa sin el abrigo ni la bufanda y dejó en la nevera un bol con los ingredientes para terminar de preparase una ensalada de patata. Lo que ocurrió entre que Helena colgara de nuevo el teléfono y que su vida se quebrara al impactar contra el suelo casi cuarenta y ocho horas después solo quien la mató lo sabe.

UNIÓEXCURSIONISTADESABADELL

El inspector Formoso, psicólogo de formación, tenía la voz aflautada y acento gallego, el rostro tierno como pan de leche y andaba siempre con una leve suspicacia detrás de la oreja. Cuando apareció el cuerpo, estaba de vacaciones. Al regresar una semana después, se encontró con la mano del comisario en el hombro, que le detuvo cuando iba hacia el despacho y se lo llevó a tomar un café. Tenían que hablar de algo importante. El inspector había participado en investigaciones de otros homicidios, pero nunca había dirigido una. El equipo, inexperto pero voluntarioso, que debía resolver el asesinato de Helena Jubany lo formaban dos policías jóvenes a las órdenes del inspector Formoso. Él nunca se desprendió de las carpetas de cartulina de color amarillo ictericia en las que guardaba el resultado de sus pesquisas.

Formoso y su equipo sabían que Helena Jubany no se había suicidado. Si Helena, en lugar de haber sido arrojada al vacío, hubiera saltado por su propio pie, el impulso la hubiera alejado de la fachada y se habría roto las extremidades al tratar de protegerse instintivamente del impacto. Pero ella no se defendió del golpe. Su cuerpo cayó a plomo describiendo una línea recta, perpendicular al suelo, que se desdibujó al chocar con los balcones. La familia de Helena también lo sabía, pero no podía contárselo a nadie.

Tuvo que guardar el secreto para facilitar la investigación en su etapa seminal. Hasta la rueda de prensa que dieron el 22 de febrero, más de tres meses después del crimen, la familia Jubany no pudo decir públicamente que a Helena la habían matado. Se presentaron frente a los medios acompañados por primera vez de su abogado. Pep Manté era vecino del edificio del barrio de Rocafonda donde se había criado Helena, y era uno de los socios fundadores del Col·lectiu Ronda, una cooperativa de abogados de Mataró especializados en derecho laboral. Aunque Manté les había advertido que el derecho penal no era su especialidad, la familia prefería estar acompañada de un amigo a lo largo del proceso, por lo que él aceptó hacerse cargo de la acusación particular. La falta de experiencia en este campo, Manté la suplió con un compromiso irreductible por una causa que hizo suya.

El acto civil de despedida en el Pati del Cafè Nou de Mataró, donde Helena había trabajado algunos fines de semana, se celebró antes de la rueda de prensa. El recinto estaba lleno de gente, todas las filas de sillas ocupadas, y los amigos de la víctima se sentaron en círculo en el suelo y cantaron en su memoria. Se leyeron cuentos y se dieron discursos. La familia se sintió arropada, pero al recibir las condolencias de los amigos de Helena no pudo evitar pensar en que podía estar abrazando a su asesino.

El inspector había encontrado una fuente de información prolífica en Isabel Valls, la amiga de Helena que había acompañado a Joan Jubany a denunciar la desaparición de su hija. A ella no le dijeron que habían matado a Helena, y su reacción ante la noticia del suicidio de su amiga fue la misma que la de la mayoría de los allegados de la fallecida. Con una sonada excepción, todos los amigos de la víctima a los que entrevistó la policía coincidieron en que Helena era una persona alegre que, además, se encontraba en un momento de tanta efervescencia que parecía imposible que hubiera decidido quitarse la vida.

Helena Jubany había estudiado Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y trabajado como becaria en El Punt Avui y en la Televisión de Mataró. Cuando terminó las prácticas empezó a trabajar en la librería Robafaves de Mataró. Pep Duran, uno de los fundadores de la librería, era un referente en el mundo de los cuentacuentos. Helena aprendió de él el arte de contar cuentos, una disciplina que ponía en práctica en la misma librería, donde era la encargada de la sala infantil. Para perfeccionar la técnica se apuntó a un curso de la Casa dels Contes en Barcelona, y empezó a escribir sus relatos. Helena fue la mejor de la oposición en la que obtuvo la plaza de bibliotecaria en Sentmenat. Cuando ya trabajaba, empezó la carrera de Documentación a distancia.

Sabadell era una ciudad nueva para ella, que había vivido siempre en Mataró. Se mudó porque quedaba cerca de la biblioteca. Poco después de llegar conoció a Isabel Valls, cuando ambas se apuntaron por su cuenta a un viaje a Mallorca organizado por la Unió Excursionista de Sabadell (UES) con la intención de conocer gente. Helena se hizo socia de la Secció Natura, un grupo de senderistas amateurs que se reunían los miércoles por la tarde y organizaban excursiones cada dos o tres meses. Isabel no se hizo socia ni acudió a ninguna de las reuniones de los miércoles, pero coincidió con Helena en varias salidas. Congeniaron enseguida, se hicieron amigas y quedaron alguna vez fuera de la UES, pero Helena era muy sociable y no solo se relacionaba con Isabel. Helena se integró rápido. Pronto organizó una salida al Delta del Ebro con otra de las asiduas de la UES, Ana Echaguibel. Se hicieron amigas. Echaguibel llegó a ir a casa de Helena cuando trabajaban en los preparativos de la excursión y la invitó a ir con ella a Bilbao, de donde procedía, porque Helena había mostrado interés en conocer el País Vasco. Algo debió de ocurrir entre ellas, porque Helena decidió romper la amistad. Se lo contó a Isabel Valls en un correo electrónico:

Ufffffffffffffffff

Isabel, guapa

Primero de todo, lo siento mucho, pero mucho y mucho.

Te juro que no pensaba que se daría una situación así.

Quizá me lo tendría que haber imaginado... y debería habérselo dicho en otro momento. Solo quería que pareciera lo más natural posible...

Bien, hemos hablado un poco, pero parece que la cosa...

Escucha, que yo le he dicho a Ana que no te había comentado nada de la relación entre ella y yo. Pero ella me ha dicho que quizá te llamará para pedirte perdón. Bien, no sé qué hará.

Escucha, ya nos llamaremos, ¿de acuerdo, guapa? Es que me he quedado un poco descompuesta.

Un beso

Hasta pronto.

Ana Echaguibel había comenzado a mostrarse algo posesiva con Helena. La llamaba el fin de semana y, si no la encontraba en casa, le pedía explicaciones. Llegó a llamarla quince veces en un día, y ahí fue cuando Helena decidió poner fin a la relación. Cuando Ana quiso conocer el motivo de su decisión, Helena le dijo que se encontraba inmersa en una época de cambios y que deseaba relacionarse con más gente. A partir de entonces cada una siguió con su vida, y Helena terminó preparando sola la excursión al Delta del Ebro. Cuando la policía interrogó a Echaguibel sobre el incidente, lo describió como un pique sin importancia. Dijo que las llamadas estaban relacionadas con los preparativos de la excursión y que no era cierto que la controlara, aunque a Helena se lo hubiera parecido.

En cuanto a lo que había hecho el viernes 30 de noviembre, Ana Echaguibel no fue capaz de dar una respuesta a los investigadores porque no lo recordaba. De lo que hizo al día siguiente, el sábado 1 de diciembre, sí se acordaba. Había estado toda la mañana con su novio y sobre las dos de la tarde fue al Alcampo a hacer la compra. Por la tarde, hacia las cinco, unos amigos fueron a su casa y estuvieron hasta la medianoche, momento en que decidieron salir a tomar unas copas por la Zona Hermética de Sabadell. Ana y su pareja llegaron a casa sobre las cinco de la madrugada, justo cuando un vecino de Calvet d’Estrella oyó el impacto del cuerpo de Helena contra el suelo.

Fue Isabel Valls la que puso a la policía al corriente de aquella discusión con Ana y perfiló un entorno de Helena, el de la UES, que hasta entonces, quedaba difuminado a ojos de los investigadores. Con la información aportada por los testigos, el inspector confeccionó una lista de nombres en la que aparecían marcados con una equis los que habían tenido más relación con Helena. Al cruzarla con la de los vecinos del número 48 de Calvet d’Estrella, el lugar en el que había aparecido el cadáver, los investigadores encontraron una coincidencia: Montserrat Careta, la vecina del tercero segunda que el día que apareció el cadáver había tardado tanto en abrir la puerta a la policía y, por unos instantes, había ostentado el papel de víctima. El inspector por fin había dado con su primer descubrimiento. Tenían un hilo del que tirar, el que conectaba la escena del crimen con la UES, un hilo que pronto se convirtió en un tubo de neón cuando aparecieron los anónimos.

SOSPECHOSOS

Helena Jubany recibió el primer anónimo la mañana del 17 de septiembre. Isabel Valls lo recordaba porque Helena le había enviado un mail aquel mismo día para explicárselo. Habían dejado una bolsa colgada del pomo de la puerta que Helena se encontró al ir a trabajar. Isabel no recordaba cuándo había recibido el segundo anónimo, pero debió de ser antes del 12 de octubre. Aquel día Helena la llamó para explicárselo y advertirle de que fuera con cuidado, porque sospechaba que quien le había estado dejando paquetes en la puerta de casa era Xavi Jiménez. Durante la excursión a Prades, Helena se obsesionó con que Xavi escribiera algo en un papel para comparar su letra con las notas que acompañaban a los paquetes que había recibido, pero no lo consiguió.

Esto, hoy por la mañana (lunes) no has venido por Sabadell, ¿verdad? Bien, me parece que no. Ya te contaré (es que me ha pasado una cosa un poco extraña).

Besos

Hasta pronto.

En los anónimos que había recibido Helena se hacía referencia a la UES, de modo que los focos en seguida se centraron en aquel entorno de la víctima. Las equis de la lista de amistades de Helena en la UES fueron pasando por comisaría, todavía en calidad de testigos. El inspector Formoso no quería ponerlos en alerta, de modo que les dejó hablar sin entrar a señalar contradicciones ni buscar confrontación. Quería que se confiaran para recabar tanta información como fuera posible. El inspector, que a pesar de su aspecto bonachón era algo esquivo y desconfiado, se puso la piel de cordero para interrogar a quien pronto podría convertirse en su primera sospechosa.

MONTSECARETA

Montserrat Careta era una profesora interina de Primaria nacida en Manresa que se había trasladado a Sabadell al terminar la carrera. Los pómulos puntiagudos, la espalda ligeramente encorvada y la ropa holgada le daban el aspecto quebradizo de una rama seca; llevaba unas gafas de montura metálica idénticas a las de Helena Jubany. La similitud entre ambas era palpable. Aunque Montse era más delgada, en algunas fotografías tomadas en escorzo era difícil diferenciarlas. Compartían la punta redondeada de la nariz y la rojez de las mejillas, que se encendían con candidez cuando sonreían a la cámara. Les interesaba la literatura infantil y cada una había ganado un premio con los relatos que habían escrito. Helena había trabajado con niños en una librería de Mataró y en la biblioteca de Sentmenat, y Montse se desvivía por sus alumnos, a los que se refería como sus «patufos». La pasión de ambas por la literatura tomaba cuerpo en la figura de Montserrat Roig, a quien admiraban e intentaban emular.

Montse Careta mantenía