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Entre los años 1948 y 1957, Dora Elsa Vernavá, "Dorita", con apenas 17 años de edad, fue nombrada Directora de 3a. en la Escuela Rural de Maestra Única en el Paraje La Sortija, en la localidad de Tres Arroyos, Provincia de Buenos Aires. Como maestra de escuela única, dictó clases a los siete grados de nivel primario en la misma aula, dentro de la cual tenía alumnos que superaban su propia edad. Con su pasión juvenil y su impronta fundadora, esta maestra nos cuenta las peripecias de vivir en un lugar inhóspito y casi abandonado, reuniendo testimonios de sus habitantes y profundizando la relación con sus alumnos y sus familiares. En el devenir de sus días, conoce a Jorge, su primer amor, el cual se ve truncado por los debates políticos de la convulsionada Argentina de ese tiempo. En esta novela, Dorita nos relata la inolvidable travesía que le tocó vivir, y nos invita a compartirla en cada página de este apasionante libro.
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Seitenzahl: 336
Veröffentlichungsjahr: 2023
Dora Elsa Vernavá
Vernavá, Dora Elsa Recuerdos en Sepia : mis años en La Sortija / Dora Elsa Vernavá. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3187-2
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
…porque hace tantísimos años llegaba a La Sortija, con muchos sueños y ansias de ejercer mi profesión.
Dorita Vernava
Existen muchas historias de amor…
Algunas de ellas se entrecruzan en intrincados caminos que muchas veces conducen a callejones sin salida con finales poco felices. Pero hay otras, que se construyen con pequeños pasos, convirtiéndose en memorias indestructibles, porque se graban a fuego en el corazón de sus protagonistas.
Cuando conocí a Dorita en el 2018, me relataba pedazos de esta historia tan viva y vibrante como su mirada.
Por aquel entonces, solo sabía que ella había estado trabajando algunos años en una escuela, “los más felices de mi vida”, según contaba, en un lejano paraje del sur de la Provincia de Buenos Aires.
Cada relato e indagación por mi parte, me despertaba asombro y admiración de esta maestra rural, que con sus tempranos 17 años, había emprendido semejante empresa en un pueblo inhóspito y abandonado a su suerte.
Me contó cada evento de su paso por allí y su devenir en las sórdidas y heladas mañanas de invierno, cuando con una vieja cocina a leña y una leche caliente recién hecha, intentaba animar a sus congelados alumnos que venían de lejos y a caballo para aprender sus primeras letras y palotes.
Los tenía de todas las edades, incluso algunos más grandes que ella. Todos estaban juntos en una única y derruida aula, donde ella les abrió la puerta del conocimiento que dejó de ser un misterio, para convertirse en un poder interno que les transformó la vida.
Es que no solo se trataba de las letras y matemáticas, sino también de enseñarles a hablar, comer, higienizarse y hasta atreverse a pensar en grande. También de intermediar con sus padres, cuando la violencia doméstica era un impedimento para asistir a la escuela o inmovilizar a sus madres para salir a la calle.
Ella sembró en cada uno de los que recorrieron esa aula, un instante inalterable que atesoraron por siempre, modificando la forma de ver el mundo. En su paso, despertaron a la conciencia de “Ser”, dándose cuenta que ese “saber” los hacía más poderosamente humanos y con horizontes ilimitados.
Cuando decidió escribir “Recuerdos en Sepia”, la animé y apoyé en este desafío, sabiendo que era necesario para nuestra memoria, dejar un registro de parte de la historia argentina durante los años 1948 a 1957.
Visibilizar esta historia escondida en los umbrales del olvido, quizás podría ayudarnos a acercarnos a un pasado, donde el sacrificio, el trabajo y los valores como la ética y el compromiso comunitario, existieron y fueron pilares fundamentales de nuestro país.
Ejemplos como los de Dorita, que desafiaron el destino incierto de un pueblo en agonía, creando puentes de amor donde solo había abandono y apatía, son necesarios desempolvar.
Amor que ella alberga en su corazón y que generosamente da sin condiciones, porque siendo madre por adopción de todos aquellos guardapolvos blancos, también comprendió que el misterio de la vida se trata de dar sin esperar nada a cambio.
El pasado de nuestra educación está atravesado por estos testimonios que, como los de Dorita, transcendieron las adversidades para “construir personas” inspiradas en el amor a la patria y al arraigo a nuestra tierra. ¿Qué nos quedó de todo eso?
Hoy, más que nunca, es imperativo rescatar esos valores y emular a estas personas que hicieron de cada rincón de nuestro territorio un potencial para que las generaciones futuras pudieran florecer. Hoy más que nunca, necesitamos más Doritas en la educación y acompañamiento de nuestros chicos, porque sobre esas semillas se edifica la vida y el futuro.
Ojalá que este relato te sumerja en la revolución del amor, tal como lo hizo conmigo, y que como argentino, te inspire a iniciar la misma revolución para rescatar la identidad perdida y volver a sentirte orgullo de pertenecer a esta gran Nación, porque la revolución verdadera, es aquella que empieza por uno mismo.
Con ese sentimiento es con el cual Dorita, con sus nueve décadas bien vividas escribió este libro, quizás para recordarnos que todo es posible, aún en la marginalidad y el desamparo de lo que por entonces fue vivir en la desolada comunidad de LA SORTIJA.
Con mi admiración y agradecimiento por tu invaluable entrega.
Cecilia Giralt
Paraje La Sortija, Distrito de Tres Arroyos.
Escuela Nª 32 “Doña Paula Albarracín de Sarmiento”.
Recién recibida de Maestra Normal Nacional, a los 17 años, soy nombrada para desempeñarme como Directora de 3ra. Es escuela de Maestra Única, debo hacerme cargo de los siete grados y dictar las clases correspondientes s cada uno de ellos.
Es un día lluvioso y muy frío, mi padre me acompaña. Vamos en un camión llevando los muebles para instalar mi nueva casa
Salimos de la ciudad de Tres Arroyos por un camino de tierra que a causa de la lluvia está muy resbaladizo. A esa hora caen también copitos de nieve, el camino tiene huellas profundas y hay que ir despacio.
La llovizna hizo que el viaje no fuera muy placentero, pero, aunque no tiene calefacción, la cabina del camión es confortable.
El viaje se hizo interminable. Solo sesenta kilómetros separan al paraje de la ciudad, pero llegamos recién a las cuatro de la tarde.
Hoy es 18 de julio de 1948, día de mi llegada a mi nuevo lugar de residencia.
Nos recibe un señor que se presenta muy cordialmente. Domingo Conti, uno de los socios del Almacén de Ramos Generales.
Me entrega las llaves de la escuela y las de la casa donde me instalaré.
Esa es mi escuela. Y la casa, mi hogar por un largo tiempo.
El Paraje La Sortija tiene muy pocos habitantes: 130 en total. Es un lugar de unas pocas parcelas donde se distribuyen las viviendas.
No existe trazado de calles ni veredas.
Voy hacer una reseña de las familias para orientarlos en mi relato: Carlitos Ulloa vive detrás de la casa del policía, que marca la línea de edificación. A algunos metros está la casa del señor Fichera y su familia. Luego, otro inmueble en el que se distribuyen tres familias, los Monsalvo, Delippo y Berruti; el Almacén de Ramos Generales. Más allá, hay una casita en una franja de tierra cuyo límite es un alambrado que pertenece al almacén y otro, al baldío lindero, después, la Oficina Telefónica y la escuela con la casa–habitación para el maestro.
Continúa con la familia Savio; la posada y almacén del Sr. Sánchez, la familia Erneta y otra vivienda, al frente, el taller mecánico de Piernes detrás la casa–habitación.
Con dirección al arroyo hay un callejón, cruzando éste último, la familia Saravia y la familia Alanís.
Yendo por dicho callejón, pegada a la pared posterior de la posada, se encuentra la carnicería del señor Nieves Martínez, un poco más alejada su vivienda familiar, distante la cancha de fútbol.
En el conglomerado de las viviendas habitan matrimonios que viven con sus hijos, cuyo hogar es una habitación grande que dividen y hacen la cocinita.
Cruzando la supuesta calle a la que dan los frentes de casi todas las viviendas, un alambrado separa las tierras del ferrocarril. Hay que cruzar las vías para llegar a la estación que construyeron los ingleses.
En la misma línea hay tres casitas para los empleados ferroviarios. Había uno solo, el cambista.
No hay luz eléctrica. Se usa vela, lámpara a kerosene o farol de noche, para escuchar radio se conecta a una batería igual o la misma que utilizan para los vehículos.
El terreno es árido porque el agua del lugar no es potable, los vecinos juntan agua de lluvia en tambores.
La Escuelita Rural Nº 32 Doña Paula Albarracín de Sarmiento consta de un aula de chapa revestida interiormente con madera, es rectangular, tiene cuatro ventanas y, obviamente, puerta de entrada. Cuenta con veinticinco bancos escolares dobles, un pizarrón, escritorio y silla para el maestro. En la parte posterior del aula, prolongando la construcción, está la casa–habitación para el maestro, o sea mi casa. Tiene dormitorio, cocinita y comedor. Es luminosa y está construida de material. Según supe después, con donaciones de los habitantes del paraje y sus alrededores.
Está rodeada, igual que la escuela, de una veredita angosta de ladrillos. Al fondo, a unos 40 metros, el excusado, para uso de los alumnos y de la maestra.
Salvo el frente, el perímetro del terreno está cercado con alambrado de cinco hilos, y unos álamos le sirven como protección por los fuertes vientos de la zona.
El frente de la escuela está cubierto por una red de alambre cuya puerta de entrada al predio es del mismo material, enmarcada y reforzada con listones de hierro. Entre este alambrado y el aula, está el mástil.
Junto al cerco del frente preparo un cantero. Mamá me envía plantas de flores desde Tres Arroyos. Las trasplanto y así se desata una batalla contra las hormigas. Al principio lograron ventaja, no saben quién es su contrincante, la lucha fue feroz, hasta que encontré el hormiguero y ahí desaparecieron por completo de mi jardín.
Logré que los malvones dieran florcitas ¡todo un éxito! y a su debido tiempo florecieron los junquillos. Cada tanto aparecían algunas hormigas que rápidamente combatía.
A pocos metros del límite posterior se ve la cuenca de un brazo del río Quequén Salado, que tiene agua sólo cuando llueve. Una vez hubo una gran inundación.
Primer día de clase. A las 7:45 comenzaron a llegar los alumnos, algunos acompañados por su mamá o su papá, o ambos. Me presenté ante ellos, nos saludamos y cruzamos unas breves palabras.
Había colocado la bandera para ser izada, les explico cómo deben formar fila y tomar distancia uno de otro, estirando su brazo y tocando apenas el hombro del compañero que tienen adelante. Una vez logrado, llamé al frente al mayor de los alumnos para izar la insignia nacional, y mientras esto sucede y por ser el primer día, cantamos el Himno Nacional acompañados por los padres.
Los invito el sábado próximo a concurrir a las cuatro de la tarde para conversar sobre sus hijos y así conocernos, porque de ambas partes queremos lo mejor para los niños. Una vez finalizada la breve ceremonia les agradezco y los despido.
Los más chiquitos estaban emocionados y asombrados y todo les resultaba extraño, desde sus zapatillas nuevas hasta el guardapolvo. Me preguntan si me gusta, por supuesto les respondo ¡estás lindo! a los nenes, y a las nenas ¡hermosas!
Para ellos todo era novedoso. Pasan al aula y se van ubicando en los bancos. Les pregunto su nombre, les digo el mío y lo escribo en el pizarrón. A los de primer grado les anoto fecha y grado, como así mi nombre en sus cuadernos, porque por supuesto, no saben leer ni escribir.
Los más grandes escriben en los suyos la fecha y su nombre, y en el renglón siguiente, el mío.
Calmo el alboroto y les comento que los agruparé por grado, por lo tanto, ese no es su lugar definitivo y si se portan bien los voy a dejar que elijan a su compañero de banco en el grupo correspondiente a cada grado.
No olvidemos es una escuela de Maestra Única, tengo los siete grados reunidos en un solo turno.
El Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires no me permite desdoblar en dos turnos, porque cuidan la salud psíquica y física del maestro.
En los bancos se han distribuido 46 alumnos de distintas edades, desde los seis años a los catorce o quince, y sumados a ellos dos alumnos mayores que yo, Juan y Pablo, porque han pasado muchos años sin que la escuela tenga maestro. Son casi todos hijos de las personas nombradas excepto los hermanitos Gogi, hijos del caminero, que viven lejos; además están los hijos de las familias Orbe, Colonna, Pierini, Tridenti, Chilindrón, López, Lucioni, Geaunin, Sthadlerd, Estévez, Gancedo y Estelita Calá Todos viven en las chacras de los alrededores y vienen a caballo o en sulky
Me apena el esfuerzo que deben hacer para llegar a la escuela. En invierno arriban entumecidos, tienen que entrar en calor antes de empezar la clase para que el cerebro funcione como corresponde.
Mis alumnos hacen muchos sacrificios para estudiar, pues la mayoría ayuda a sus padres en los trabajos rurales o en los quehaceres domésticos. Entre las tareas más difíciles está el de transportar el agua.
Con el correr de los días coloco en las paredes láminas con imágenes de nuestros próceres y también algunas con dibujos infantiles y preparo flores artificiales de varios colores para alegrar el ambiente.
Organizo mis tareas de forma tal que los alumnos aprendan lo más posible, porque no es sencillo dictar clases a siete grados juntos. Los agrupo como dije: los más chiquitos adelante y en los últimos bancos se ubican los de sexto.
Los programas de Lengua y Matemáticas los sigo al pie de la letra; las otras materias las dicto en forma de cuento, para que los de primero y segundo grado entiendan y aprendan. Tienen que buscar figuritas acordes a lo que hemos hablado, ya fuera de diarios, revistas o lo que tuvieran a su alcance, los de tercero en adelante, si la clase es de historia, anotan en sus cuadernos nombres de batallas, quiénes las han llevado adelante, los vencedores, fecha y lugar en que ocurrió, lo situamos en el mapa y nuestra posición para que se ubiquen mejor. También deben buscar ilustraciones para pegar en sus cuadernos.
De la misma manera hago con las otras materias.
Deben saber dibujar símbolos patrios, lo han practicado conmigo. Primero y segundo grado la bandera y la escarapela, y los demás, todos.
Clase de música: aprenden a cantar el Himno Nacional, Canción a la Bandera, la Marcha de San Lorenzo y algunas canciones infantiles. A medida que avancen en sus estudios aprenderán más canciones patrias o folklóricas.
Se enseña moral, respeto a los símbolos patrios, cómo se escucha y se canta el Himno Nacional, respeto a los mayores, respeto mutuo y trato social entre ellos.
Cierto día estábamos en clase y observo a Juan y a Pablo cuchicheando, con unos objetos en la mano que llamaron mi atención, me acerco sigilosa y les pido me los entreguen y sin decir una palabra lo hicieron, un mata–gatos y un naranjero.
Son excelentes alumnos y mejores personas, no son delincuentes, simplemente utilizan estas armas para cazar liebres, vizcachas y perdices, cosa que ellos hacen para colaborar con el sustento diario. Finalizado el horario escolar, después de arriar la bandera como todos los días, les indico a Juan y a Pablo que me esperen en el salón.
Mientras, despido a sus compañeros.
A mi regreso les pido que tomen asiento, acerco mi silla y les pregunto porque vienen con armas a la escuela. Me contaron qué función cumplen y para qué las usan, algo de lo que yo no tenía ni idea y que luego corroboré preguntando a personas mayores.
Son jóvenes que me inspiran confianza, les solicito no las lleven a la escuela. Si me prometen que así lo harán, se las devuelvo en ese momento, sellamos el pacto con un abrazo y lo cumplieron.
Se van muy contentos.
A los dos o tres días ¿a que no saben qué pasó? imaginen… Me trajeron un regalo, flores no… ni bombones, ¡un peludo! animal que se caza buscando su cueva bien entrada la noche. Hay que esperar a que salga, el cazador tiene que ser muy rápido.
Estaba preparado, listo para cocinar. Me encanta la carne del peludo o la de mulita.
Creo que fue uno de los mejores regalos recibidos, así me expresaron su afecto y su agradecimiento.
Mi emoción es muy grande. Ese animalito queda grabado en mi memoria y en mi paladar; nunca comí otro tan sabroso porque estaba preparado con el mejor condimento: el amor.
Cuando despierto, al abrir la ventana, es un sábado espléndido, soleado y no muy frío. Pensé: debo aprovecharlo para caminar y despejar mi mente. Luego de ordenar todo, salgo, paso por la Oficina Telefónica, llamo a mamá para saber cómo están, le cuento que me voy a caminar para disfrutar el día y nos despedimos, pues es comunicación de larga distancia.
Así conozco a Haydee, la telefonista, y a su mamá, personas muy agradables. La Oficina ocupa un cuarto pequeño, tiene el conmutador, mesa–escritorio y una silla; contigua, la casa para Haydee y su familia. Conversamos un poquito, las saludo y continúo mi camino.
Voy lentamente porque no hay veredas, sorteando charcos y toscas, además disfruto del sol. Paso el almacén, cruzo las vías para llegar a la estación y conocerla de cerca, porque todavía no he ido. Antes de llegar me encuentro con el Jefe de la estación, el señor Jerónimo Mayo y su esposa Antonia Alonso. Les comento adónde voy y como buenos anfitriones me ofrecen su compañía, que acepto encantada.
El edificio construido por los ingleses se divisa a distancia porque es de dos plantas. Techo a dos aguas, paredes gruesas, puertas de madera compactas y fuertes, ventanas del mismo estilo que las puertas.
Mientras caminamos, conversamos y me preguntan si extraño, es obvio, a mi familia, a mis amigos, a mi existencia en la ciudad.
Ya me acostumbraré a mi nueva vida, pues recibo afecto de todos los que aquí viven.
Comento, los días se pasan volando, atender mi persona, los quehaceres de la casa, preparar las clases para recibir a los chicos en el horario escolar. La señora me dijo: “Es muy nuevita en todo eso”. Me causa mucha gracia; con el tiempo será menos sacrificio realizarlo.
Les digo que haré un jardincito y les gusta la idea.
Pasamos frente a las casas de los empleados. Llegamos al andén, lugar dónde empieza la estación.
En un gran depósito se guarda la correspondencia, los diarios y las encomiendas. La sala de espera, espaciosa, arreglada con bancos largos con respaldo.
La oficina del jefe, amplia, muy bien acondicionada, y a un costado la escalera de madera lustrada que conduce a la planta alta, donde se encuentra la casa–habitación del señor Mayo, su esposa e hijos.
Por las vías principales pasa el tren de carga que trae el tanque con agua potable, que deja de serlo por las basuras y deshechos que contiene.
También las bolsas con galleta de campo, a medida que pasan los días puede comerse, porque al endurecerse se deshace muy fácilmente en trozos. Dichas bolsas son retiradas ni bien llega el tren.
Por estas mismas vías circula el coche–motor que lleva pasajeros, son dos vagoncitos y uno tiene la cabina donde va el motorman.
Lo que más llama mi atención en el recorrido por la estación es la campana de bronce cincelado, les comento a mis acompañantes, que es bellísima.
Comparto un cafecito con ellos y me despido.
Por el mismo camino vuelvo a mi casa, en el trayecto me cruzo con algunos de mis chicos, unos juegan y otros hacen mandados. Me encuentro con varios vecinos.
Tanto con unos como con otros me demoro, porque nos saludamos y conversamos, y cuando llego ya es hora de almorzar.
El agua, como dije, llega en un vagón tanque que arrastra el tren carguero y queda en la vía secundaría frente a la estación.
Los habitantes van con sus envases a buscar el agua que usan para beber y cocinar. La mayoría usa toneles apoyados en carritos cuyas varas laterales son largas para que puedan tirar de ellas, al hacerlo las ruedas se ponen en movimiento, lo que hace que la carga no sea tan pesada. Este trabajo por lo general lo hacen los niños de diez años en adelante, mientras sus padres trabajan y las mamás lavan la ropa, que con el agua del lugar es imposible.
Realizan más de un viaje con sus toneles.
Esta actividad causa en mí distintos sentimientos: tristeza, angustia e impotencia, porque las autoridades gubernamentales del distrito hacen caso omiso a los pedidos de los pobladores y a las notas que yo les envío.
Al enterarme de que el agua está contaminada con las inmundicias que contiene el tanque, tomo en clase el tiempo necesario para explicarles a mis alumnos cómo deben purificarla y los males que ocasiona a la salud toda esa basura.
Mientras les cuento lo malo que es beberla, así como llega, para que los papás se notifiquen, ya lo he escrito en el pizarrón, ellos copian en sus cuadernos: Hay que hervirla en un recipiente limpio, una vez que hirvió retirarla del fuego, agregarle dos gotas de lavandina por cada litro de agua, taparla y dejarla reposar por media hora. Sirve para beber y para cocinar.
Con respecto al agua llovida que acumulan en sus tambores, la usan para la limpieza, para higienizarse, y si llueve seguido también para lavar la ropa, lo que alivia un poco la carga de los toneles.
No es fácil la vida en ese paraje, aunque todos tratamos de sobrellevarla lo mejor posible sin emitir una queja.
Los días lluviosos son los peores para mí porque los niños no pueden llegar a la escuela y yo los extraño.
Adelanto mi carpeta de tareas, preparo láminas ilustrativas relacionadas a los temas que veremos en clase u organizo la próxima fiesta escolar en la que ellos, mis chicos, participan.
Recibimos la visita del Inspector Escolar que quedó admirado del comportamiento, de lo bien preparados que están en los temas más importantes, y felicitó a los niños y a mí dejando un muy buen informe.
Decidir qué podemos hacer para recaudar fondos para la Cooperadora nos lleva tiempo y luego de varias reuniones, acordamos con los miembros de la Comisión que en los días de fiestas patrias habrá partidos de fútbol, asado, la fiesta escolar y por la noche baile, aquí venderemos rifas.
Tanto en los partidos de fútbol como en el baile se cobra entrada y se venden bebidas alcohólicas a los mayores y jugos frutales a los menores. Bajo ningún concepto se vende alcohol a los menores, terminantemente prohibido.
A las esposas y familiares de los miembros de la Comisión Cooperadora les pido que colaboren con tortas, postres o algún plato que se les ocurra como premio de las rifas.
Una vez que estamos seguros de que lo podemos hacer, solicitamos, permiso a las autoridades, sobre todo por la venta de alcohol.
El agente de policía cuida el orden y controla la venta de bebidas alcohólicas, aunque los miembros de la Cooperadora son muy responsables. Al Jefe de la estación le sugerimos que preste el galpón chico, donde en la época de cosecha se acumulan las bolsas de trigo que luego se lleva el tren carguero. Esto ocurre en el período de vacaciones escolares, permanece vacío el resto del año. No tiene ningún inconveniente, ese será nuestro “salón de baile”.
Hubo que limpiarlo, todos colaboramos, grandes y chicos, con mucho entusiasmo. Armamos el escenario sobre tambores que colocamos uno al lado de otro, pusimos arriba los tablones.
Con listones de madera hicimos el armazón para colocar el telón que abre y cierra, los costados se cubren con lonas clavadas a los listones. El borde de lona que da del lado de la pared permite levantarlo lo suficiente como para pasar.
Debutamos el domingo anterior a que terminen las clases, concurre muchísima gente. ¿Cómo son estas fiestas escolares? ¡Imperdibles!
Desde la mañana temprano hay un movimiento inusual en la localidad. Hombres del lugar ya preparan sus asadores, otros llegan de los alrededores con sus elementos de trabajo para ayudar a hacer los asados. Se ubican en el sitio que les indican, dentro del predio donde también está la cancha de fútbol y se abocan a su tarea.
Cerca de ellos algunos miembros de la Cooperadora preparan las mesas con caballetes y tablones que cubren con papel blanco sostenidos con chinches. Piden sillas o bancos prestados que ubican alrededor de la mesa. Realizar todo esto lleva su tiempo.
Mientras todo esto ocurre llegan los autos y camionetas que traen a los jóvenes del equipo de fútbol visitante y a sus amigos, que conforman su hinchada. Otros invitados de las localidades cercanas lo hacen en sulky, a caballo, o en otro tipo de vehículo.
Cada grupo trae su equipo de mate, yerba, azúcar y facturas o galletitas, en el patio se forman ruedas para la mateada.
Los muchachos se sientan en el suelo. Alguien trae su guitarra y nos deleita con su música y su canto, el resto lo acompaña con palmas o le hacen coro.
Cada comensal lleva su plato, vaso, cubiertos y servilleta. Son responsables de lo suyo.
No nos olvidemos que hay otro grupo de la comisión que está en “el salón de baile” preparando las mesitas y las sillas que rodean la pista de baile.
Hay una barra para la venta de bebidas, golosinas, sándwich de variados gustos.
Vasos y platos alquilados en alguna confitería de Tres Arroyos, todo lo necesario para la ocasión.
En la cancha de futbol, mientras tanto, los equipos juegan un partido como para ir conociendo el terreno, el principal será a la tarde. Dejaron de jugar y junto a los otros comensales se ubican alrededor de la mesa.
Los asadores cortan la carne dorada y cocida, a punto, que ponen en fuentes para que los colaboradores, “mozos” por un día, sirvan a las damas primero y luego al resto que espera ansioso. Cada quién elige la porción que le gusta y después viene el postre.
Todo transcurre en un marco de armonía y risas, lo pasamos muy bien.
Una vez finalizado el almuerzo, algunos salen a caminar, otros se reúnen a tomar mate, algunos muchachos se tiran bajo la sombra de los árboles a dormir una siesta, hasta la hora del partido que vuelven a la cancha.
No pueden pasar si no tienen la entrada o si no la sacan en ese momento. Simón, el tesorero de la Comisión Cooperadora, es el que cobra. Julián, el secretario, y yo somos los veedores. El trato entre el público y nosotros es cordial.
Gane quien gane recibe los aplausos, y entre unos y otros se hacen las bromas de rigor, algunos tienen mucha chispa y son muy graciosos. A esa hora los miembros de la Comisión Cooperadora y yo ya estamos cansados, porque desde la mañana estamos atentos para que todo salga bien.
Aún nos espera el baile. Los tres que estuvimos en la entrada de la cancha estaremos en la puerta del “salón de baile” para controlar las entradas.
Los primeros en llegar, algunos de los componentes de la Cooperadora, reciben a la orquesta que viene de Tres Arroyos. Un poco, no mucho después, llegamos los que estuvimos en la cancha hasta último momento, como es entendible, tenemos que arreglarnos para la ocasión.
Poco a poco van llegando los asistentes a la reunión bailable y se ubican en las mesas según sus preferencias. Cuando calculamos que hay un ochenta por ciento de las mesas ocupadas les doy la bienvenida, agradezco su presencia y les deseo que lo pasen muy bien.
Los que no llegan a tiempo se pierden el “paso doble” de rigor, ejecutado por la orquesta para dar comienzo al baile. La gente pide a los que ofician de “mozos” lo que va a consumir. La orquesta sigue su rutina y el lugar se llena de sonidos dispares, notas musicales, murmullos, risas y los chicos que corretean.
El galpón de la estación despierta de un largo letargo y se va desperezando para volver a la vida.
Las jóvenes voluntarias empiezan con la venta de rifas, si los presentes están perezosos para comprar me traen los talonarios a mí y después de un tiempo prudencial salgo a ofrecer las rifas; un apriete disimulado, porque con la maestra es otra cosa, se sienten obligados a comprar entre risas y bromas.
Cuando me quedan ya pocos números, pido a las voluntarias que les vayan a vender a los que estuvieron bailando.
Me siento porque me duelen los pies, aparte de andar todo el día he estado bailando y como es de suponer, estoy ocho centímetros más alta con los zapatos de taco fino y alto.
No es fácil bailar en piso de tierra, desparejo y por qué no, con algunos pocitos. Descanso un rato mientras bebo jugo fresco y otra vez a la pista.
Bailo con un amigo y me dice en vos baja mira para arriba y no hagas ningún gesto y ninguna expresión en voz alta, sigo sus indicaciones. En los tirantes altos del galpón las ratas van y vienen enloquecidas por el bochinche reinante, me causó risa. Mientras haya ruido no bajarán, después vemos.
A medianoche, el entusiasmo sigue como si recién empezara, se han vendido todas las rifas y sorteado cuatro tortas, todavía queda otra y un pollo al horno muy bien presentado con huevos rellenos.
Tenemos que hacer un alto para que los músicos descansen y coman algo, se les alcanza jugo fresco continuamente, pero hace mucho calor.
Es el primer baile que realizamos y no sabemos cómo reaccionará el público en ese intervalo. Siempre hay alguien que tiene chispa.
Se acerca a mí y me pregunta si me animo a subir al escenario a rifar un beso, casi lo mato. Se ríe y me contesta, vos no lo vas a dar, el premio lo va a entregar Lucio, ya nos dijo que sí.
Eligieron al más feo. (No doy nombres reales para no herir susceptibilidades), subo y me acompaña Julián. Me alcanzan el micrófono. Aprovecho el descanso y como ustedes son muy amables “voy a rematar un beso”, mi ayudante es Julián, ya empieza la subasta, el secretario toma el micrófono ¡Vamos muchachos estoy esperando las ofertas!, él puso una base y en el alboroto de las propuestas yo me fui corriendo lentamente y bajé por la parte de atrás del escenario.
Empezó la puja y el beso subió enormemente su valor. El premio se lo lleva el mejor postor. El rematador invita a dicho joven a que se acerque a recibirlo.
Tiene unos treinta años, buen mozo, alto y fornido. No es del lugar ni de los alrededores, no lo conocemos. Todos estamos expectantes, para el público también es una sorpresa.
Julián le da la bienvenida, le indica que suba e invita a quien le dará el beso. Lucio se acerca, el rematador le dice, por favor entréguele el premio al señor.
En un primer momento al ganador no le cae nada bien el chiste, pero reacciona rápidamente y larga la carcajada y dice, muy buena la broma, los felicito, y les da la mano a ambos, se presenta a ellos, comenta quien lo invitó, es uno de los jugadores de Tres Arroyos.
El público a las carcajadas, aplauden a rabiar y los otros apostadores silban a más no poder porque ellos se salvaron. Les pide que por favor me saluden y por lo bien que he actuado me feliciten.
Me acerco, le agradezco su buen humor, le tiendo la mano y me da un beso en la mejilla, todo un caballero. Me pregunta si acepto acompañarlo en el próximo baile, asiento con la cabeza y una sonrisa. La orquesta se prepara para recomenzar el baile, salimos a la pista y allí comenzó una amistad con Horacio, que perdura en el tiempo.
¿Volvemos al baile? Falta rifar otra torta y el pollo asado. Lo hacemos.
Dos horas más tarde del descanso finaliza la reunión. La orquesta como es tradición, interpreta “La Cumparsita” y por último un “paso doble” que da por finalizada esta fiesta. Una vez que dejaron de bailar, tomo el micrófono y agradezco la presencia y colaboración recibida de todos los presentes. Anuncio que las clases terminan el viernes y los invito a la fiesta de fin de curso el sábado a las 16 que se realiza en la Escuela. Es el último día de noviembre de 1948.
El sábado nos reunimos padres, alumnos y yo, para realizar la fiesta de fin de curso. El programa fue ameno, primero izamos la bandera, pasamos al aula, entonamos el Himno Nacional y luego hubo poesías, algunas canciones folclóricas acompañadas en guitarra por uno de ellos, y por último una comedia graciosa. Los alumnos fueron sumamente aplaudidos por el público que premió así la lucida actuación de aquellos.
Cerrando el acto pronuncié unas breves palabras de despedida a mis chicos y agradecí la cooperación que se me había brindado para la realización de mis tareas.
Al salir del salón, los alumnos se detienen frente al mástil como ellos saben hacerlo, en perfecta formación, y procedemos a arriar la bandera. La preparan como corresponde para guardarla en su caja hasta el año próximo (la bandera no se dobla).
Comienza el receso escolar dispuesto por el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires hasta marzo de 1949.
El maestro queda a disposición de las autoridades escolares hasta el quince de diciembre. Concurro a la escuela en mi horario de asistencia diaria, de 8 a 12, Hace calor.
Cumplo con mi responsabilidad, hago la lista con los nombres completos y los datos personales de cada uno de mis alumnos y los promedios finales de sus notas en el boletín. Hice el resumen de lo realizado en cada una de mis clases de cada uno de los grados. Entrego todo lo solicitado en tiempo y forma al Consejo Escolar de Tres Arroyos.
A disfrutar de mis vacaciones hasta el año 1949. El 16 de diciembre parto hacia mi ciudad natal.
Viajo en el coche motor. Antes de partir, los chicos del lugar van a despedirme, a algunos se les caen lágrimas, me hacen emocionar y también se me nublan los ojos. Cuando el trencito arranca, asomada a la ventanilla, vi una masa que me gritaba ¡chau señorita! Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.
Llegamos a Tres Arroyos a horario, me esperan mis hermanas, tomamos un “coche de alquiler” que nos lleva a casa, aunque no estamos a muchas cuadras.
Mis padres, y Roberto, otro hermano que recién llega del trabajo, me esperan para almorzar, charlamos bastante porque hace cuatro meses no nos vemos.
Mientras ordenan y limpian la cocina recorro la casa. Soy una extraña, todo me llama la atención, empiezo a valorar las cosas cotidianas y las comodidades que en la escuela no tengo. Nuestra casa es amplia y cómoda, como todas las casas antiguas, salgo al patio y con mamá vamos a ver el jardín que cuida con tanto empeño, recorremos los canteros mientras conversamos. Es un gusto verlo lleno de flores de distintos colores, pasamos a la huerta y sus verduras están de lo mejor. Hay árboles frutales y otros con flores, clavel del jardín, magnolias y también glicinas, y aromos que, estando allí, no les daba importancia.
Papá y mi hermano han vuelto al trabajo.
A la hora del mate de la tarde, nos reunimos con mis hermanas, mamá es la encargada de cebarlos. Hizo unas rosquitas exquisitas, es muy buena cocinera.
Fui a bañarme, con sólo cambiar de canilla tengo agua caliente o fría, el baño está instalado con todos los artefactos correspondientes, ya casi lo he olvidado. Salgo a la vereda, me encuentro con todos mis amigos del barrio, conversamos hasta la hora de cenar, nos despedimos y cada uno a su casa. Preparo la mesa y esperamos a mi padre, ordenamos con mis hermanas.
Voy a mi dormitorio, cansada. Me acuesto y no puedo conciliar el sueño por tantas emociones vividas. Pienso cuán diferente es la vida en la ciudad, con sólo apretar un botón o perilla tenemos luz como si fuera de día. En la escuela enciendo una vela y el movimiento del pábilo me cansa mucho la vista tanto para leer como para escribir. Si uso la lámpara a querosene, la lucha es con la mecha que ahúma y ennegrece el tubo, pero ya me he adaptado, no queda más remedio que reparar el malestar, mientras comparo me voy durmiendo.
A la mañana siguiente me despierta mamá con un sabroso mate. Me levanto porque no me gusta beber ni comer en la cama y voy a la cocina, hace calor, nos sentamos en el corredor que está más fresco, después de tomar mate me arreglo para salir y voy al centro para comprarme cosas de perfumería.
Es un día lindo pero ventoso, como siempre lo es mi ciudad natal. En el camino encuentro amigos y conocidos a los que cuento mi estadía en el paraje, estoy contenta porque recibo cariño y afecto. Mis chicos son buenas personitas, traviesos como corresponde a los niños en edad escolar, no hacen nada grave, alguna peleíta o picardía. Son obedientes, al primer llamado de atención vuelve la normalidad Ellos dirán que soy un sargento. Pero si no mantengo el orden no aprenden nada, yo quiero que sepan comportarse cuando sean mayores, que tengan responsabilidad. Esta es la tarea del maestro rural. Los padres hacen lo que pueden, son buenos colaboradores conmigo.
De regreso a casa fui a la peluquería a cortarme un poco el pelo.
Es diciembre, por supuesto aparece la locura que traen las fiestas. Con las chicas y chicos del barrio vamos a buscar ramas de pino para armar el arbolito navideño. Los adornitos son manualidades que realizamos con papel glasé, el papá Noel por ejemplo se arma con papel de diario y luego lo vestimos con papel crepé según el gusto de cada uno y así vamos haciendo todos los adornos.
También se ponen en el árbol las tarjetas navideñas deseando felicidades para las Fiestas, que llegan por correo, de familiares y amigos lejanos a nuestra casa. Son hermosas, nosotros a su vez les enviamos nuestros mejores augurios como respuesta y mandamos para otras personas que todavía no lo han hecho, no tiene importancia quien lo hace primero, lo importante es el afecto que la distancia no borra.
El pesebre por lo general se compra hecho. El nuestro es pequeño pues su valor es muy alto, los hay de distintos tamaños.
La reunión familiar, se hace en casa porque hay lugar para poner una mesa larga, vienen los hermanos casados con mis cuñadas y nuestros sobrinitos que son los que reciben regalos, a las doce de la noche cuando se recuerda el nacimiento del Niño Dios, la hora del brindis y de la entrega de los presentes. Es divertido ver la reacción de cada uno de ellos. Estas reuniones duran hasta la madrugada.
El día de Navidad, se almuerza tarde.
El treinta y uno, y el primero de enero son una réplica del veinticuatro y veinticinco de diciembre. El seis de enero cada uno en su casa. Pasados los Reyes Magos todo vuelve a la normalidad, cada quien cumple sus funciones, las tareas de la casa, hacer compras, etc.
Con nuestros amigos organizamos las salidas de fin de semana o bien los “asaltos” que hacemos los sábados y que se alternan en la casa de cada uno de nosotros.
Los días de vacaciones pasan rápidamente, extraño a mis niños, estamos a mediados de febrero, comienzo a organizar mi ropa, artículos de perfumería y todo lo necesario para regresar a La Sortija.
