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Este libro no busca respuestas. Abre puertas. Es un viaje honesto y profundo hacia el interior de una mujer que se animó a mirarse sin filtros. A través de textos cargados de emociones y vivencias personales, Gladys nos invita a acompañarla en su transformación: desde la autoexigencia y el dolor, hasta la aceptación y el amor propio. Cada página es un espejo en el que muchos lectores podrán verse reflejados, y quizás, animarse a iniciar su propio camino de regreso a sí mismos. "Sentir en voz alta" es mucho más que un libro: es una invitación a vivir con intensidad, autenticidad y conciencia.
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Seitenzahl: 185
Veröffentlichungsjahr: 2025
GLADYS MORSAN
Morsan, Gladys Sentir en voz alta : un viaje de regreso a mí / Gladys Morsan. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6362-0
1. Ensayo. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agradecimientos
Prólogo
Te hago una propuesta
Simplemente Gla
Sueño cumplido
Simplemente Gla
Currículum Vitae
Mirándome al espejo
Estas flores son para mí
Dueña de mi tiempo
Compañeros de viaje
Cartas
Mamá
Triunfar en la vida
Un por qué sin respuesta
Los tres mosqueteros
27 de marzo
El lado B de ser mamá
De mí para vos
El amor con aire serrano
Mariposa amiga
Amar desde el Alma
Amores de cuatro patas
Luna– Estafa al amor
Lola– un amor inesperado
Mía– Mucho más que una mascota–Una lección de vida
Amigos
20 de Julio
Gracias
Mis lugares en el mundo
Mitre 35
Spiro 1051
Con sabor a mar
Mi lugar en el mundo
Magia
Un lugar para vivir
De los Abuelos
Despedidas
Te declaro inocente
Andando
Me equivoqué
Chau
Estar
Avanzar
Plenitud
Un día a la vez…
Letra chica
Sin filtros
¿Me permiten pensar diferente?
¿Quién tiene la solución?
Atada de pies y manos
Soy XL… ¿Y qué?
Hicimos historia
La vida es un juego
La celeste y blanca
Sube y baja
Tutifruti
Vencedor vencido
Piedra libre
Huellas del tiempo
Desafiar al olvido
Sabores de infancia
Postales de mi niñez
PRIMERA POSTAL
SEGUNDA POSTAL
TERCERA POSTAL
CUARTA POSTAL
QUINTA POSTAL
Una lucecita en mi camino
Singing in the rain
Brindis en altamar
Nido vacío
Puentes invisibles
Cuando las palabras callan
No me gusta la distancia
¿Tomamos unos mates?
Tiempo
Abrazo
Monólogo de madrugada
Ser maestra
Con sabor a tiza
De regreso a mí
Reset
Recalculando…
Soltar duele
La vara alta
Perdón…
Otoño
El veredicto
Un camino de regreso a mí
Hoy podría ser la última vez
¿Es fácil ser feliz?
Si llegaste hasta acá…
Redes
“Todo lo que he escrito ha sido un intentode averiguar quién soy”
Lisa Alther
A Cés, mi compañero de mil batallas, cómplice de cada paso, y amor en el que siempre puedo descansar, por el apoyo incondicional…
A Flor, mi hija, que, con su amor, sin saberlo, me salvó tantas veces y con su mirada me recuerda siempre quién soy, por acompañarme, con eterna paciencia, en la gestación de mi primer “hijo literario”.
A mi mamá por enseñarme que rendirme nunca es una opción, por estar cerquita e impulsarme a cumplir este sueño…
A mi papá, por su amor de pocas palabras, pero tan necesario…
A mis hermanos Hernán y Diego, partícipes indispensables de esta historia, por nunca permitir que las diferencias nos alejen sino, por el contrario, buscar los caminos del encuentro,
A mis sobrinas Vicky y Sofi, por el amor más puro y las palabras más sinceras, esas que tocan el alma cuidando y protegiendo…
A Moni, Nori y Adri, mis amigas del alma que partieron demasiado pronto. En cada mariposa que vuela me recuerdan que el amor verdadero no muere, solo cambia de forma y que disfrutar el HOY es la única opción posible.
A Norma, mi madrina, presidenta de mi club de fans, que esperaba este libro tanto o más que yo…
A mi familia elegida (ustedes saben quiénes son) y a mis amigos que comparten conmigo la vida y se alegran de este logro como si fuera suyo…
A Analía Bustamante, mi profe de taller literario, por inculcarme la libertad, el disfrute y el respeto por la creación, más allá de las formas literarias…
A mis compañeros de taller que siempre recuerdo, en especial a Ana, Olga, Cris, y Vane que me impulsaron a intentarlo…
A Yima Santa Cruz, mi profe del taller de Encuentro con mi propia historia y a Leticia Alvarez, mi terapeuta personal, por acompañarme a atravesar mis sombras y poder construir la nueva Gla de la que hoy me siento orgullosa. Sin ellas no lo hubiera logrado.
A Ale y Sole, mis coachs formadores, por mostrarme el camino para derribar mis creencias limitantes y enseñarme cómo hacer que las cosas pasen…
A las desilusiones, que me enfrentaron con el viaje más importante de mi vida: el regreso a mí.
Y a todos los que creyeron en mí, incluso cuando yo dudaba. Este libro también es gracias a ustedes que me permitieron soñar en voz alta…
Conocí a Gladys en 2020, cuando, en plena pandemia, se sumó a mis talleres, por primera vez virtuales, de Encuentro con la Propia Historia a través de la Escritura.
Desde el inicio, me anticipó que casi no tenía recuerdos de su niñez. Sin embargo, a medida que el reflexionar sobre su pasado se fue haciendo una costumbre, nos fue entregando, en cada encuentro, entrañables imágenes de su infancia, muchas de las cuales, se cuelan en los textos que reúne este libro. Fueron habituales sus comentarios sobre cómo, en la búsqueda de vivencias pasadas, se propiciaron charlas con sus hermanos y padres.
En sus líneas fue delineándose esa familia tan contenedora y sólida que forjó el núcleo de la Gladys que actualmente conocemos.
Fueron surgiendo cuestionamientos y cambios de perspectiva que comenzaron a reflejarse en sus textos, cada vez más profundos, más enfocados en llegar al meollo de cada tema que se le proponía.
En estos cinco años de trabajo ininterrumpido, a través de sus letras, se reflejó un enorme proceso interior. Sus compañeras de taller y yo fuimos testigos de multitud de situaciones, algunas difíciles, otras hermosas, que fueron quedando registradas en sus textos.
Tiene la capacidad, que no suele abundar, de saberse protagonista de las situaciones que atraviesa. A través de sus líneas la he visto criticarse, valorarse, responsabilizarse. No deposita en los otros la causa de sus desvelos.
Este conjunto de textos que ahora nos regala reflejan lo que Gladys es. Su energía vital, su sinceridad, su entusiasmo, su posibilidad de sentir con intensidad. Porque si hay algún sustantivo que la caracteriza es la intensidad.
Por estas páginas desfilan cuanto ha amado y ama: su familia, sus amigos, sus ámbitos, sus viajes. Pero, sobre todo, nos brinda la llave para poder entrar en sus pensamientos y sentimientos.
Ya en los inicios de nuestro trabajo, Gladys me manifestó su deseo, que en ese momento parecía remoto, de publicar un libro. Su libro.
Celebro que dicha oportunidad haya llegado. Me siento orgullosa de haber podido participar de su proceso.
Como ella misma dice… ¡Misión cumplida!
Yima Santa Cruz
Una mañana de enero una hermosa mariposa monarca me llevó hacia un espejo que me devolvió una imagen de mí que no reconocí.
Me mostró a una mujer que se daba el lujo de no ser feliz, a pesar de tener todo para serlo, creyendo que ya habría tiempo para eso.
Esa sensación de inmortalidad se estrelló contra el suelo aquel día.
Fue allí que miré a mis emociones a la cara, dialogué con ellas, las abracé y entendí qué querían enseñarme.
De esa manera y con la compañía de mis amores comencé este camino de regreso a mí. Sentir en voz alta fue el motor para emprender esta aventura.
Por eso te propongo que, a través de mis letras, puedas también vos iniciar tu propio viaje de regreso a vos.
Nada me gustaría más que cuando llegues al final me cuentes cómo fue tu viaje.
Así sabré que el mío tuvo un sentido aún más profundo del que yo intenté transmitirte.
¿Te sumás a este reto? Te espero en la última página.
“Todos tenemos una historia que contar”
Bisila Bokoko
Me llamo Gladys.
Para quienes me conocen
soy simplemente Gla.
Abro esta puerta con palabras desnudas,
con la voz que nace cuando calla el personaje
y se queda la mujer.
La que fui, la que soy, la que sigo siendo mientras escribo.
No hay máscaras, solo la piel de lo vivido
y el deseo profundo de habitarme en cada palabra.
Aquí se inicia el viaje que no necesita distancia:
un recorrido que no cruza paisajes, sino memorias:
el que me lleva de regreso a mí.
Hace mucho tiempo, por mis años adolescentes, era una apasionada lectora de la escritora Poldy Bird.
Con asombro recorría las palabras del texto que se titulaba “Ahora que mis zapatos ya le quedan bien” del libro “Palabras para mi hija adolescente”.
No podía creer que alguien, a quien yo no conocía, me estuviera aconsejando directamente a mí desde un papel. Era como si mi mamá estuviera hablándome, sin serlo.
Fue allí que descubrí la magia de la palabra escrita.
Amé su escritura y, desde ese momento, decidí que, algún día, no importaba cuándo, yo también podría comunicarme con otros de esa manera.
Fue un sueño que acuné desde muy chica.
Escribo desde que tengo uso de razón y, si hoy estás leyendo estas líneas, es que logré hacerlo realidad. Tuvo que pasar toda una vida para que sucediera.
Quizás no me lo propuse en forma concreta para que pudiera nacer antes. Tal vez no me sentía capaz de semejante hazaña o creía no estar a la altura. Aunque seguramente haya sido porque no estaba preparada para parir a mi primer hijo literario que nació como fruto de mi evolución y crecimiento personal.
Hoy está en tus manos y espero que lo disfrutes como yo al ofrecértelo. Me llevó muchos años, mucho esfuerzo e innumerables dudas y miedos llegar hasta aquí.
El pequeño club de fans que me sigue en las redes me alentó a concretarlo.
Gracias por cada palabra de estímulo, comentario en mis publicaciones y a quienes con su “cafecito” también colaboraron para que hoy sea real.
Gracias a quienes me iban preguntando mientras lo proyectaba. Su interés me regalaba un empujoncito en esos momentos en que la motivación decaía. Especialmente a quienes creyeron en mí y hoy, seguramente, estén tan felices como lo estoy yo.
Me siento orgullosa de haberlo logrado. No sólo por lo que este libro como proceso personal en sí mismo significa, sino porque pude demostrarme que, no importa qué tan inalcanzable parezca un sueño, si se sueña con intensidad, se puede cumplir.
Espero que lo disfruten.
Es la primera de tres hermanos con bastante diferencia de edad entre ellos. Vivió sus primeros tres años con sus padres y sus abuelos, por lo que se la consentía bastante. A esa edad se mudaron a la casa propia, muy humilde “pero bien ubicada”. De a poco, sus papás, trabajadores incansables, la fueron haciendo más grande y bonita.
Su mamá era maestra y su papá fabricaba sillas en un galpón en el fondo de su casa. A cualquier hora llegaban clientes y él, sin quejarse jamás, abandonaba la mesa familiar para hacer la entrega de la mercadería y, cuando regresaba, terminaba de comer con la compañía de su esposa porque los chicos ya dormían. Eso, a la pequeña Gladys, le producía mucha rabia y, al día siguiente se lo reclamaba. Siempre la respuesta era la misma. “Hay que aprovechar cuando hay trabajo”.
Así creció la economía familiar y su concepto de responsabilidad.
Siempre fue muy buena alumna, bastante obediente y colaboraba en el cuidado de sus hermanos. La escuela religiosa daba clase de moralidad y buenas costumbres en forma constante. Su obediencia era tal, que ni se le cruzaba por la cabeza romper las reglas.
Cuando terminó la escuela, a pesar de haber dicho toda la vida que iba a ser maestra, se inscribió para hacer el Ciclo básico de Psicología en la UBA. Eso, como era previsible, duró sólo un cuatrimestre. Para las vacaciones de invierno, ya había decidido cambiar el rumbo.
Claramente había intentado no seguir la misma carrera que su mamá, pero no funcionó. Su vocación pesó más.
Noviazgo. Casamiento. Fiesta. Hija.
Maestra responsable, hasta la obsesión. Madre dedicada e incondicional. Esposa compañera y fiel.
Puede parecer un aburrimiento lo suyo. Pero, en cada etapa, fue feliz haciendo lo que se debía o esperaba de ella.
No duda en reconocer que siempre necesitó tener todo bajo su control y que nunca se permitía fallar. Estaba para todo y para todos, aunque nadie la llamara, sin medir qué tan invasiva podía llegar a ser, a pesar de sus buenas intenciones.
Y es que, en realidad, podía con todo, pero su cuerpo comenzó a pasarle la factura. Prueba de ello, mientras estudiaba, comenzó el vitíligo que aún hoy la acompaña.
Eso también se aplicó a sus relaciones personales.
Con el correr de los años descubrió que nadie se moría si ella faltaba o renunciaba a un trabajo. O si no llegaba a tiempo con lo que se le pedía.
Tampoco si delegaba ciertos cuidados de su hija en otra persona. Menos aún si su marido asumía el rol que ella acostumbraba a tener.
No pasaba nada si se olvidaba un cumpleaños y saludaba al otro día o si no concurría a algún encuentro si no tenía ganas.
Aprendió a reírse de sus errores y asumirlos sin culpa, lo que, de a poco, la fue liberando y permitiéndole vivir mucho más relajada.
Muchas veces se preguntó el porqué de tanta autoexigencia. No recuerda a sus padres pidiéndole nada al respecto, pero seguramente ellos, con su ejemplo, le marcaron, que ese era el camino a seguir. Y, sin querer, lo replicó en su hija.
No es que a esta altura de su vida haya pateado el tablero en ese aspecto, pero sí que, desde hace algunos años, pudo empezar a tomarse la vida de otro modo.
Hoy su prioridad es estar en paz y disfrutar de sus afectos y de todo lo que la hace feliz. Ya no le interesa en lo más mínimo qué se espera de ella, sólo sentirse satisfecha con la vida que vive. Un día a la vez, es su lema por estos tiempos.
Ese volantazo, con mucha terapia mediante, trajo algunas consecuencias en sus relaciones. Cuando uno cambia, todo cambia.
Empezó a priorizarse y muchas cosas y personas dejaron de tener relevancia y las que sí la tienen, pudieron, con esfuerzo, acompañar su proceso.
La cercanía de la muerte de afectos de su misma edad, le hizo aprender de un cachetazo, que lo único que se va a llevar es, en definitiva, lo que la haya hecho feliz.
Y en ese aprender, también pudo volver a enseñar. De alguna manera, gracias al diálogo que siempre tuvo con su hija y a la enorme capacidad de la jovencita de analizar las situaciones, vio con satisfacción cómo deconstruía alguno de los mandatos que ella, sin habérselo propuesto, le había enseñado.
Esa quizás sea la parte del “deber ser” que esta nueva Gladys no elige, mientras nunca renunciará a otros mandamientos, tanto o más estrictos, quizás, que vuelve a elegir una y otra vez.
La solidaridad como bandera, el valor de la palabra empeñada y la familia como pilar forman hoy parte de un equipaje que disfruta y del que se siente orgullosa.
No hay dinero ni propiedades que superen esa herencia. Quizás esa sea la mayor fortuna que sus padres le legaron.
Mi nombre es Gladys, pero para casi todos…simplemente Gla.
Soy jubilada docente y autora de infinidad de textos que representan cada etapa de mi evolución personal.
Escribo desde que aprendí a hacerlo en el jardín de infantes. Mis diarios íntimos fueron mis primeros compañeros en este viaje por las emociones. Miles de cartas a modo de declaraciones de amor, de amistad, hasta de queja.
Como docente de primaria, acompañé a cada grupo de alumnos a mi cargo a recorrer un camino similar al mío, desafiando los contenidos curriculares cuando aún ni se hablaba de la educación emocional. Les brindaba un tiempo de silencio y reflexión sobre sus emociones que volcaban en sus propios cuadernitos de sentimientos. Experiencia altamente gratificante con esos pequeños, hoy ya adultos, que aún recuerdan y agradecen ese espacio de introspección y sensibilidad, en medio de cuentas de multiplicar y contenidos gramaticales.
Me capacité en Coaching y Programación Neurolingüística, descubriendo un mundo nuevo que reafirma lo que siempre supe: Las palabras nos definen y tienen el poder de limitarnos o de ayudarnos a volar. Nuestras conversaciones internas fabrican nuestra realidad y, a través de lo que nosotros mismos nos contamos, podemos modificarla para bien o para mal.
Me animé a terapias alternativas de introspección personal y transgeneracional que reforzaron esa concepción y me confrontaron con mi capacidad de cambio.
Participé de múltiples talleres literarios y de escritura en la búsqueda de espacios de comunicación, creatividad y validación de procesos internos.
Recuerdo mis primeros pasos por la Biblioteca Municipal de Morón con el profesor Alberto Ramponelli, donde aún todo estaba por descubrirse. Más tarde fui parte, durante varios años, del espacio literario coordinado por la periodista y escritora Analía Bustamante, en el que me enamoré, aún más, de la expresión escrita en todas sus formas.
Incursioné en el taller de escritura para el “Encuentro con mi propia historia”, dictado por Yima Santa Cruz, espacio que sostengo desde hace varios años, lo que me decidió a realizar también la formación en su escuela de escritura terapéutica.
Hace muchos años ya incursioné en las redes sociales, deseosa de compartir mis escritos con otros. Hacer público mi sentir me demostró que mis vivencias pueden ser el modesto espejo en el que se mire alguien más.
Mi espacio de expresión nació en Blogspot, para mudarse luego a Facebook e Instagram.
Mucho después nació mi podcast en Spotify. Con el tiempo, me animé, por primera vez, a ponerle mi imagen y mi voz a mis emociones en TikTok y YouTube.
Todos pequeños pasos que me fueron acercando al sueño de toda mi vida: estas páginas que hoy llegan a vos en tinta y papel.
Soy una mujer feliz.
Atravesé mil tormentas y muchos años de oscuridad hasta lograrlo.
Soy la que, quizás a simple vista, tenía la vida que algunos podían haber deseado pero que no lograba sentirse ni feliz ni satisfecha.
Logré salir de esa zona de confort tan poco confortable de la queja y la tristeza y pasé a la acción y a la búsqueda de plenitud. Pude tomar las riendas de mi vida sin importar qué o a quiénes perdiera en el camino.
Soy esa que ya no permite que el auto boicot me desvíe de mis metas y proyectos, En lugar de ello lo transito, lo reconozco y lo supero, acercándome cada día un paso más a mis sueños.
Tuve que caer de cabeza al piso, de manera literal, para poder resetear mi vida.
Ese momento se convirtió en un espejo donde, por primera vez, me vi verdaderamente. Perder el control sobre mí misma y observarme desde afuera, como si fuera otra persona, fue una experiencia profundamente movilizante. Mucho más que la sangre que corría por mi cabeza y la voz de mi marido suplicándome que regresara, sentí que no quería hacerlo. No deseaba volver a ser la persona que había sido.
Aquel episodio se convirtió en un espejo revelador, mostrándome claramente quiénes son los seres que iluminan mi vida y quienes, en cambio, solo ofrecen un cariño mezquino. Quiénes pudieron y quisieron acompañar ese largo período de miedo e incertidumbre y a quiénes su egoísmo no les permitió mirar más allá de sus narices.
Ese espejo me enseñó que en dejar fluir está el secreto. Ese, que siempre estuvo ahí, pero se empañaba con cada lágrima derramada por quienes no las merecían, o se quebraba con enojo por cada verdad que no quería aceptar. En ese afán de querer que el otro fuera quien en realidad no era, yo me olvidaba de mí.
Ese espejo es el que hoy me devuelve mi imagen. Renovada, plena, en paz…
Soy yo, la que tuve que decepcionarme mucho y tocar fondo para darme cuenta de que sólo era cuestión de tomar la decisión de ser feliz para sentirme así.
La vida decidió arrebatarme muchos afectos para que pudiera descubrir que el Hoy es lo único que en realidad tengo. Y a quienes eligen estar allí.
El pasado ya no existe y el futuro ni siquiera sé si llegará.
Aprendí con los golpes y con los abrazos quién está conmigo y quién nunca estuvo.
Fue un antes y un después. Me sentí libre de verdad, por primera vez en la vida.
Me abracé y me escuché como nunca antes. Me desperté.
Fue abrir los ojos sintiendo que ya no era la misma.
Desde ese momento, no me obligo a hacer nada que no quiera, ni siquiera a saludar por compromiso.
Ayudo cada vez que puedo, y cuando no puedo, ya no. Y no siento culpa. Esa cuota ya la aboné con creces.
Antes era la molesta que decía siempre lo que pensaba, aunque esto fuera lo último que le convenía hacer.
Ahora puedo poner pausa y pensar. El filtro funciona mejor de lo que hubiera esperado poco tiempo atrás. Puedo medir las consecuencias que eso provocaría en mí y, a veces, logro ponerles candado a las palabras para que no se escapen de mi boca si siento que el saldo no va a resultar a mi favor.
Aprendí a ignorar los prejuicios, el qué dirán. No me importa lo que el otro piensa si yo conozco la lealtad de mis sentimientos.
Pude apreciar que se me critica por eso. Y sin motivo también. Ya no importa tanto la mirada del otro. A veces hasta me preocupa que me importe tan poco.
Soy feliz con cada pequeño gesto de reconocimiento. Pero no sufro si no llega porque ya no lo espero de nadie.