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En el ejercicio del periodismo "que tiene tanto de soldado" y "cronista de época", ocurren numerosos e inesperados hechos poco comunes en el desempeño de otras profesiones. Una singular antología de estas vivencias Off the record (no hechas públicas) que tuvieron lugar en los más disímiles escenarios y contextos, es presentada por su autor en esta recopilación bajo el sugestivo título de ¡¿Si te contara…?!?
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Seitenzahl: 344
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Edición y corrección:
Lic. Mariana Venero Domínguez
Diseño de cubierta e interior:
Luis R. García-Casariego
Fotografias:
Cortesía del autor
Conversión a ePub:
Ana Irma Gómez Ferral y Valentín Frómeta de la Rosa
© Sobre la presente edición:
© Antonio Resíllez, 2018
© Editorial enVivo, 2024
ISBN:
9789597276388
Instituto Cubano de Radio y Televisión
Ediciones enVivo
Calle 23 No. 258, entre L y M,
Vedado. Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba
CP 10400
Teléfono: +53 7 838 4070
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Recordar es rehacerse
José Martí
(Periódico Patria, noviembre 24, 1894)
A José Martí
A mi familia
En el 55 aniversario del ICRT[1] y 50 de la UPEC[2].
Interesado lector: en esta segunda edición de «¡Si te contara…?!» no se modifica nada de la primera (2012), solo le agrego otras vivencias off the record en el ejercicio de mi vocación y profesión de periodista por más de 55 años en Cuba y otros lugares del mundo en América Latina, África, Europa y Asia.
Con ello, entre otras razones, saldo un compromiso con no pocos amigos-lectores que persistentemente me lo han sugerido.
Agradezco la editorial enVivo del ICRT esta nueva oportunidad de su publicación y a usted, lector (a), le reitero lo dicho en el Prólogo de la primera edición: Seré receptivo a críticas y sugerencias.
Comencé a relacionarme con el periodismo desde los dieciséis años (1961), en un equipo informativo de la Dirección Nacional de la Campaña de Alfabetización integrado por otros tres miembros: mi padre, del que llevo igual nombre, «Tere»sa Serpa, quien hoy es mi esposa y que en aquel entonces todos, incluyéndome a mí, la creían mi hermana, y Mario Sánchez, compañero y amigo entrañable de mi padre durante toda su vida.
Concluida en cuatro meses nuestra tarea de alfabetizadores «Conrado Benítez»[3]. en Barrederas, Sagua de Tánamo, antigua provincia de Oriente, conformamos el equipo de divulgación de la dirección de la campaña que tributó para Radio Progreso, cadena nacional, cientos de entrevistas, reportajes y crónicas que bajo el nombre genérico de La Voz del Brigadista, se transmitían en muchos espacios de su programación habitual, además de numerosos trabajos para otros órganos de prensa, en particular la revista Bohemia.
Fue mi padre quien con extraordinario amor y ejemplo me inculcó buena parte de las principales cosas que han dado y dan sentido a mi vida, entre ellas, los cimientos sobre los que se desarrolló mi ideología ética y política, vocación martiana y profesión de periodista.
Justo en esto último es donde quiero detenerme, no para presentarle a usted, amable e interesado lector, algo que pueda parecerse a una tesis de grado o una autobiografía; ni complicadas reflexiones filosóficas o programáticas; ni un replanteo conceptual del oficio de periodista que, según El Maestro: «tiene tanto de soldado», o de «cronista de su época», como la calificara Alejo Carpentier[4], aunque «algo» tiene de cada tema, inevitablemente incursiono en estas modalidades para ubicarlo en tiempo, espacio y objetivos. De lo que se trata; lo que me propongo en sucesivas páginas, es narrarle simple y sencillamente, de la forma en que están en mi corazón y vienen a la mente —o a la inversa—, vivencias y anécdotas en el desempeño de mi profesión ejercida de manera ininterrumpida durante casi media centuria, al dar por cumplidas cinco décadas de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), y conmemorarse en el 2018 el 55 Aniversario del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), que se me otorgó su sello fundacional.
Creo decir bien cuando expreso «ininterrumpidamente», pues, incluso, en los períodos que no ejercí directamente el periodismo nunca dejé de pensar, actuar, relacionarme y reflexionar como tal. A estas alturas, si algo puedo aseverar categóricamente, es que jamás abdicaré, ni me distanciaré de mis ideas éticas y políticas, ni de mi vocación profesional.
Muchas de las anécdotas contendrán elementos que identifiquen la época, la proyección, el entorno y hasta características y curiosidades del trabajo que realizaba en los momentos, sitios y países[5]. en que ocurrieron los hechos que les dieron lugar. El denominador común de todas pudiera ser: Lo que usted no vio o no conoció; lo que estuvo detrás de la noticia; venturas y desventuras que por lo general no informamos en la actividad cotidiana, pues a los periodistas suelen pasarnos sorpresas poco comunes en el ejercicio de otras profesiones y oficios, que cuando se cuentan concitan la atención de quienes escuchan, y definen decisivos rasgos de la personalidad de los protagonistas y el momento histórico en que tienen lugar.
Entre los conflictos que afronté permanentemente en este propósito, estuvo la selección de las experiencias que decidí incluir. Puedo asegurarle que las vividas en estas muy singulares casi cinco décadas de la humanidad y en particular de nuestro país, son bastante inolvidables y de muy diferente naturaleza. También están presentes mis lamentables errores por algunos de los cuales fui sancionado. Los que incurrí se incorporan a la máxima que conozco desde hace cuatro décadas: «los médicos entierran sus errores; los abogados los encierran… y los periodistas los publican».
El otro desafío público y en mi mundo interior, es que no «le cuento» en tercera persona, o en otro género literario como la novela. Asumo los riesgos y doy pie a probables polémicas, situaciones con las que un periodista aprende a vivir permanentemente sin llegar al extremo de la indiferencia habitual… Seré receptivo.
Al concluir 1961 y con él la Campaña Nacional de Alfabetización, tanto «Tere»sa como yo nos sentíamos motivados por el periodismo, entre otras razones por la misión informativa a la que ya hice referencia y que nos había llevado durante cuatro meses a lo largo y ancho de todo el país.
El inicio de la vocación y profesión de periodista. 1961, «Año de la Alfabetización»
El siguiente año, al terminar los estudios de bachillerato, conocimos un buen día, al leer el diario Revolución, la convocatoria a la carrera de periodismo que sería inaugurada en la Facultad de Humanidades de la Universidad de LaHabana.
Con alegría y no sin cierto nerviosismo, subimos por vez primera la ansiada escalinata de ‘La Colina’ y recogimos en la Rectoría de la Facultad una voluminosa planilla de varios pliegos que ya en aquella época se conocían como «cuéntame tu vida».
Concluida la tarea de alfabetizador «Conrado Benítez» en Barrederas, Sagua de Tánamo, integré un equipo de prensa dirigido por mi padre, de igual nombre, con Mario Sánchez de chofer y la brigadista Teresa Serpa, quienes entre septiembre y diciembre de ese año aportamos cientos de trabajos periodísticos a Radio Progreso, realizados literalmente desde punta de Maisí hasta el cabo de San Antonio y trasmitidos con el nombre genérico de «La Voz del Brigadista»
De inmediato nos sentamos a llenarla en la biblioteca de la Escuela de Ciencias Políticas. Íbamos parejo en preguntas y respuestas. Nos consultábamos y percatábamos con cierta inquietud que no teníamos mucho que contar sobre nuestras vidas y actividades políticas, salvo que no fuera que los dos éramos fundadores de las Milicias Nacionales Revolucionarias, de los CDR[6], graduados de bachillerato y brigadistas «Conrado Benítez».
Las cosas iban más o menos bien hasta que llegamos al último acápite: relacionar tres personalidades o dirigentes nacionales de las ORI[7] que nos avalaran. Aquí se «trabó el paraguas». Nos sabíamos sencillamente jóvenes revolucionarios sin posibilidades de esos avales.
Sentimos que se nos derrumbaba la vocación y sobrevino una impronta; quizás una de mis primeras inmaduras y temerarias osadías. Le propuse a «Tere» citar los primeros nombres que me vinieron a la cabeza: Blas Roca, Lázaro Peña y Carlos Rafael Rodríguez. Los conocíamos bien, pero ellos a nosotros ni hablar.
Ella, como de costumbre más sensata, se opuso y bajito me orquestó una «descarga». Me sobrepuse y, como casi siempre, logré convencerla. Finalmente los pusimos.
Junto a Mario Sánchez y Teresa Serpa, operando el equipo de grabación de «La Voz del Brigadista»
Entregamos las planillas y nos fuimos convencidos de que, al menos en esa ocasión, la oportunidad no era para nosotros.
Pasaron varias semanas y un buen día se publicó en Revolución una lista de cien personas seleccionadas para ingresar en la carrera... Allí aparecían nuestros nombres. Cuatro años después, solo dieciséis de aquella relación obtuvimos la Licenciatura en Periodismo. Lo habíamos logrado.
Fueron cursos muy accidentados, que incluyeron un cierre de la carrera en tercer año sin que durante ese período continuara con otros grupos de estudiantes.
Recomenzamos sorpresivamente a propósito de una referencia del Comandante en Jefe en una memorable intervención suya durante un proceso judicial y político cuyas raíces se remontaban antes del primero de enero de 1959, en que triunfó la Revolución.
Hubo un momento de sus palabras en que Fidel expresó: «... y para colmo de males se ha cerrado hasta la Escuela de Periodismo de la Universidad de LaHabana». Quince días después, alrededor de treinta compañeros continuábamos la licenciatura, que a partir de entonces hasta la actualidad regularizó su matrícula.
Del período de estudiante universitario no pocas son las anécdotas. Solo narraré tres.
Contamos con magníficos profesores, incluso algunos sugeridos en el último período por nosotros mismos. Nos sentimos honrados de haber sido alumnos de maestros como Mirtha Aguirre, María Dolores Ortiz, Elio Constantin, Rusiñol, Pelegrín Torras y Honorio Muñoz —primer director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana—, entre otros muchos. Recuerdo que este último impartía las clases semanales a la vez que se desempeñaba como Viceministro primero de Relaciones Exteriores.
Torras dejó en nosotros muchas enseñanzas, pero preciso con gratitud su insistencia en que en posibles y futuros trabajos periodísticos internacionales nos apoyáramos en la investigación y citas de fuentes del exterior —incluso de enemigos de la Revolución— que permitieran, desde sus propias posiciones, deshacer sus argumentos y demostrar sus mentiras, acciones e intereses contra Cuba.
Pelegrín Torras desarrollaba una forma muy peculiar de comunicarse en el aula con sus alumnos. No se guiaba por textos ni guiones visibles. Hablaba de temas internacionales de actualidad, sus antecedentes y posibles proyecciones a corto, mediano y largo plazo; de las diferentes formas y maneras en que los órganos de información masiva lo reflejaban según sus intereses políticos-ideológicos-económicos, y los destinatarios y soportes tecnológicos. Le escuchamos decir muchas veces: «No es lo mismo el enfoque, el lenguaje, la extensión y el orden de los razonamientos en televisión que en la prensa escrita, en la Radio que en el cine».
Este profesor, en su estilo de enseñanza, interrumpía su monólogo y hacía preguntas que en muchas ocasiones no tenían que ver directamente con el tema de su clase. No las respondía él ni nos convocaba para hacerlo. Continuaba su lección y minutos después volvía sobre la pregunta y nos solicitaba respuestas.
Siguiendo esa práctica, recuerdo que nos preguntó: «¿Quién preferirían ustedes que ganaran las cercanas elecciones en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos (año 1963)?».
La totalidad de sus alumnos, en ese momento respondimos: «Los demócratas». Para sorpresa nuestra, el Profe, un rato después como era su costumbre, nos dijo: «Yo los republicanos, porque habitualmente se sabe lo que van a hacer y eso permite prepararse… los demócratas son bastante impredecibles».
Las cinco décadas posteriores el accionar de los gobiernos yankis en relación con Cuba nos ha permitido valorar cuánta razón tenía esa lección de Pelegrín Torras en una de sus clases-conferencias a los alumnos de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana.
En una ocasión, durante un receso prolongado inusualmente entre los turnos de clase, estábamos un grupo de estudiantes en la Plaza Cadenas y llegó el Che. Se bajó del auto que venía manejando. Vestía como habitualmente lo hacía: uniforme verde olivo de camisa con bolsillos grandes sobre el pecho por fuera del pantalón, cuyos bajos entraban en la parte superior de las botas cubanas sobreusadas. Venía sin su clásica boina. Comenzó a preguntarnos por los estudios, sus características, las razones por las que habíamos escogido la carrera de periodismo. Recuerdo que fue parco. Nosotros hablábamos más.
Durante veinte minutos nos fue mirando a todos, uno a uno, y detuvo su vista en un compañero ya mayor, cuya diferencia de edad era evidente en relación con el resto. Con su proverbial tono cáustico, le preguntó: «¿Y tú no estás muy viejo para ponerte a estudiar ahora?».
Todos hicimos silencio. Realmente no sabíamos ni qué decir. El Che se dio cuenta, esbozó una gran sonrisa y mirándolo cariñosamente le dijo: No te preocupes, fue una broma. Nunca es tarde para estudiar. Les deseo mucho éxito».
Hoy, 50 años después, al rememorar esta anécdota, vuelvo a sentir la emoción de esa tarde en la Plaza Cadenas.
En varias oportunidades tuvimos también, junto a otros estudiantes de diferentes carreras, la oportunidad de compartir con Fidel. El Comandante en Jefe solía, en horas de cualquier tarde, llegar hasta frente al Rectorado, a espalda del monumento del Alma Mater, descender de su auto y dialogar con quienes nos reuníamos a su alrededor. Recuerdo que su énfasis, precisiones y risa evidenciaban que se sentía bien entre los estudiantes de La Colina… Y nosotros ¡felices!
Junto a Teresa Serpa en la cafetería de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana, al comenzar la carrera de Periodismo (1962), de cuyo inicio hay una anécdota off the record que refleja la época. Me siento satisfecho al agregar que cincuenta años después de conocernos como brigadistas «Conrado Benítez» hoy nos mantenemos como matrimonio con dos hijas y tres nietos.
Otra enseñanza inolvidable en mis años de estudiante en el primer curso de la Escuela de Periodismo inaugurada en la Universidad de La Habana, ocurrió en otro sorpresivo encuentro con el Che.
Estábamos los integrantes en aquellos años del Buró de la FEU en un salón de reuniones en uno de los edificios junto a la escalinata. De pronto el Che entró en el local. El compañero Rebellón, máximo dirigente de la FEU en aquel momento, lo invitó a que pasara a sentarse en la presidencia. El Comandante, sonriente y amable, rechazó la sugerencia y se sentó en la última hilera de sillas.
La reunión continuó su curso. Un compañero miembro del Buró de la FEU hizo uso de la palabra sobre un tema político-académico del momento. El che, al concluir el compañero, pidió la palabra y lo refutó en su tono acre; el joven ripostó «incómodo por el tono». Che levantó nuevamente la mano; se le dio la palabra y dijo con su mismo acento: «Si el compañero está molesto por mi tono, le ofrezco disculpas, ¡pero ya está dicho!»
Al finalizar la reunión, en la que nos acompañó todo el tiempo, compartió con nosotros sobre temas fuera del orden del día. Asumí el hecho como una lección de autocrítica y firmeza crítica que no pocas veces resultó punto de referencia en mi accionar profesional y de vida.
El primer Director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana fue Honorio Muñoz, y Mirtha Aguirre la última durante nuestro ciclo de carrera universitaria, ambos distinguidas personalidades de la información y la literatura en Cuba. De ellos y otros maestros como Elio Constantin, Ma. Dolores Ortiz, Galina Ulianova y un profesor hispanosoviético, entre otros, recibí enseñanzas profesionales, políticas y humanas empleadas en mi desenvolvimiento social, familiar y profesional por más de cinco décadas.
La graduación como Licenciado en Periodismo fue inolvidable. En realidad concluimos la carrera en 1965 y no fue hasta dos años después que se llevó a cabo la ceremonia oficial, aunque previamente habíamos recogido nuestros diplomas en un oscuro recinto de ‘La Colina’[8]. La espera valió la pena.
Se produjo en una histórica marcha en campaña que comenzó en Ocujal del Turquino, al sur de la Sierra Maestra, y concluyó en Mícara, en el centro del macizo montañoso del Segundo Frente Oriental Frank País, donde el 30 de septiembre de 1966 se llevó a cabo la graduación de varios cientos de licenciados de diferentes especialidades y centros de altos estudios del país.
El Segundo Secretario del PCC[9] y Ministro de las FAR[10], Raúl Castro, encabezó las jornadas de larga y extenuante marcha por varios días en las que fuimos sorprendidos por grandes aguaceros, empinadas cuestas, suculentos ajiacos y renovadores sueños en nuestras hamacas, precedidos por intercambios de experiencias entre los graduandos, residentes de las localidades donde acampábamos y miembros del Ejército Rebelde que nos acompañaron en la marcha.
En los momentos más agotadores nos llegaba con frecuencia la voz de Raúl y otros compañeros gritándonos: «¡Topa, topa... combatiente!» Era el ánimo que puntualmente necesitábamos.
En lo personal las jornadas se me hicieron más difíciles. «Tere» y yo ya estábamos casados, y conocíamos que ella tenía entre dos y tres meses de embarazo. No fuimos irresponsables al asumir aquella graduación. Consultamos con los médicos que la atendían y dieron su aprobación, solo recomendaron que llevara el menor peso posible. Esto determinó que muchas veces cargara las dos mochilas y otros apoyos adicionales. Lamentablemente meses después, como consecuencia de aquel esfuerzo, sobrevino un parto prematuro en el que perdimos nuestra segunda hija (la primera tenía en ese momento casi dos años). Rápidamente nos recuperamos, y hoy tenemos dos y tres nietos.
Otro momento cumbre de esas jornadas fue el encuentro con Fidel en un melonar en Mayarí Arriba. Al llegar a Mícara, después de la última acampada en la loma de Jimbambay, en las estribaciones de la Sierra Cristal, nos condujeron a una plantación de melones en una meseta. Allí Fidel nos esperaba. Junto a él, Celia[11] y otros compañeros.
Nos sentamos todos en el suelo y en el medio, de pie, el Comandante en Jefe nos habló a viva voz. En un momento determinado, aterrizó un helicóptero que transportaba potes de helado con los que Celia quería «refrescarnos».
En los lugares en los que estábamos sentados, sin ponernos de pie, repartieron los helados. A Fidel también le dieron un pote. Él sugirió que lo comiéramos antes de que se derritiera. Mi esposa y yo estábamos a unos metros. Fidel destapó el suyo y se percató que no tenía cuchara. Al instante mi compañera le ofrecía la suya con la mano levantada. Veloz y comprensiblemente, un escolta de su seguridad personal tomó la cuchara, que no llegó a manos de Fidel. Creí notar algo de contrariedad en el rostro del Comandante. Miré de soslayo la cara de mi joven esposa y noté sus ojos húmedos.
Continuó la actividad. Un ratico después de finalizada, un compañero se acercó a nosotros con la cuchara en la mano:
«Compañera… el Comandante me ordenó que se la devolviera y le dijera que muchas gracias». Esta vez «Tere» lloró.
Momentos fuertes de la caminata de graduación.
Foto reproducida en el diario «El Mundo» el 16 de octubre de 1966, sobre la graduación en ese año de universitarios en Mícara, Sierra Cristal. Mi joven esposa comió su helado con un palito.
Del comienzo de mi actividad periodística profesional recuerdo algunas curiosas experiencias.
Finalizando el segundo año de la carrera universitaria, la dirección de la Escuela me ofreció la oportunidad de una plaza que, según dijeron, me vincularía al periodismo.
Así llegué al Departamento de Intercomunicaciones de la Comisión de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, radicado en un edificio frente al capitalino Hotel Nacional. La actividad que desarrollé durante los seis meses siguientes fue recorrer barrios de LaHabana encuestando, casa a casa, la lectura de las publicaciones extranjeras de países de Europa socialista que circulaban en el país.
Tuve experiencias muy disímiles en aquella «actividad periodística»: desde familias que me recibieron atentamente con mi paquete de revistas bajo el brazo, hasta un perro que, al su dueña entreabrir la puerta de la casa, salió como un bólido y me desgarró totalmente el pantalón; desde una joven que me dijo a la cara que no me podía atender porque su esposo era muy celoso, hasta una no tan joven que me recibió con escasa y sugestiva ropa de dormir.
En realidad nunca supe con certeza para qué sirvieron aquellas encuestas que día a día realicé y procesé durante varios meses, pero no tengo dudas que constituyeron útiles experiencias en el campo de las relaciones sociales que la mayoría de las veces toca al periodista iniciar para el desenvolvimiento de buena parte de sus actividades profesionales.
Concluido ese semestre, Honorio Muñoz, rector de la carrera, me preguntó cómo me iba en el trabajo. Cuando le conté se mostró irritado y no dijo nada más. Al siguiente día me orientó presentarme en el Noticiero de Radio Progreso ante Leoncio Pérez Linares, su director, a cuyas enseñanzas y exigencias debo mucho de la formación inicial en el manejo del oficio.
El primer diálogo con Linares, hombre de edad avanzada, amplia militancia revolucionaria, bajito, achinado y de mucha experiencia, resultó toda una lección. Yo tenía entonces diecinueve años.
Me hizo varias preguntas de rigor y la última, que detuvo en seco la conversación, fue:
–¿Sabes escribir a máquina?
–No.
–Entonces, ¿a qué viniste? me espetó lacónicamente.
Después de unos minutos de embarazoso silencio, preguntó sin mirarme si yo sería capaz de aprender a escribir con los diez dedos en un mes. «Sí», le respondí convencido de que lo iba a lograr.
Mi madre era muy buena mecanógrafa y me ayudó. Lo demás fueron horas y horas durante dos quincenas destinadas a dominar el teclado con diez dedos. Copié unas cuantas Bohemia y no pocas páginas de la guía de teléfonos.
Al mes exacto me presenté de nuevo ante Linares, quien inmediatamente después del saludo me preguntó: «¿Ya sabes?»... «Algo», le respondí. «Siéntate que te voy a dictar».
Con sus espejuelos en la punta de la nariz comenzó un dictado que duró quince minutos y que me parecieron quince horas. Al concluir me pidió la cuartilla y luego de revisarla me ordenó con firmeza y naturalidad: «Preséntate mañana a las dos de la madrugada para que te incorpores a ese turno como redactor de mesa».
Por poco me da un ataque al anunciarme esa hora, pero pude controlarme. Al día siguiente y durante los seis meses sucesivos, conocí lo que era ser redactor de mesa de noticiero radial. Por el día continuaba como alumno universitario.
Recibí apoyo de periodistas experimentados que trabajaban para las emisiones matutinas y aprendí a respetar y querer a Linares, quien con frecuencia iba por la madrugada y una vez concluido el turno se sentaba conmigo a revisar las cuartillas que había redactado, a señalarme errores o sugerirme enfoques y maneras para motivar la atención del radioyente, y transmitir el mensaje y la intención con mayor eficacia.
Transcurrido un semestre, durante una de sus tempranas visitas me comunicó: «Mañana eres el jefe de este turno. Te entrego esa responsabilidad». Al cabo de otros seis meses, al amanecer me dijo: «Se acabaron por ahora las madrugadas para ti, mañana a las ocho de la mañana preséntate para que te integres al equipo de reporteros».
En esta nueva fase de mi formación, Linares insistía mucho en que buscara los temas para desarrollarlos diariamente en mi calidad de reportero. En una ocasión le dije que no se me ocurría nada para ese día.
Con mucha calma se acercó a la ventana de su oficina en el segundo piso del edificio de Infanta desde donde se divisaba esa transitada avenida, y me llamó junto a él:
–¿Ves ese poste de la luz?
–Sí.
–¿Sabes cuántos trabajadores agrícolas e industriales han intervenido para que ese poste llegue a estar ahí? ¿Te imaginas cuántas cosas interesantes hay en cada una de las familias de esos compañeros? ¿Ves los cables de electricidad y teléfono que soporta? ¿Cuántos reportajes e informaciones pudieran hacerse a partir de lo que eso sugiere? ¿No estás de acuerdo?
–Sí.
–Entonces, ¿por qué me dices que no tienes idea de temas para hoy?
Comprendí la moraleja, no sin un tanto de vergüenza. Nunca más la he olvidado.
Durante el período como reportero radial muchas fueron las coberturas que realicé, pero recuerdo en especial la presencia durante las jornadas en los cortes de caña, conocidas como «las quincenas de Girón», en los campamentos donde se movilizaban, con Fidel al frente, los miembros del Comité Central del Partido y del Consejo de Ministros.
Los periodistas de los diferentes órganos asignados a esa cobertura estaban durante el día y se retiraban a media tarde. A mí el presidente del ICR[12]en ese entonces, Jorge Serguera, me dio una tarea adicional orientada por Celia. Además de las informaciones, debía grabar todo lo que pudiera y entregarle los resultados para el archivo histórico que ella inició y encabezó desde la lucha insurreccional en la Sierra Maestra. Para tal fin se me habilitó una autorización adicional.
Una mañana recorría las guardarrayas de los campos de caña en compañía de mi inseparable grabadora rusa de rollos de cinta magnetofónica, cuya tecnología era tan elemental que no borraba y se escuchaba lo grabado por el mismo micrófono conectándolo en otro sitio del equipo. Pesaba mucho y sus baterías eran muy grandes.
En un breve descanso al pie de un bulto de caña listo para ser recogido por la alzadora, conversaban sudorosos Raúl Castro[13], Carlos Rafael Rodríguez[14], Raúl Roa[15]y otros tres compañeros. El Ministro de las FAR, mocha en mano, hablaba de los rigores de ese trabajo. Me acomodé en la «pila» de caña, tomé una, y con pedacitos de alambre que siempre llevaba até el micrófono para poderlo alargar el metro y medio que tenía su extensión. Comencé a grabar.
Raúl, sin dejar de conversar, hacía hondas lentas con la mocha en dirección a donde yo tenía el micrófono, el que apartaba cuando se le acercaba el filoso instrumento. Así en varias ocasiones, hasta que Raúl aceleró uno de los movimientos y mis reflejos no fueron suficientemente rápidos. El micrófono con una cuarta de cable cayó a unos metros. El Ministro me puso su brazo sobre los hombros y ofreció expresivas y cariñosas disculpas. Recogí mi «mocho» de micrófono y desandé la guardarraya.
En horas de la noche en el campamento, se me acercó un compañero con el mensaje de que Celia quería verme. Acudí a su tienda de campaña y allí me preguntó qué había pasado. No le di detalles, pero riéndose me dijo que ella lo sabía. Alguien, a su solicitud, trajo una caja envuelta en papel de regalo.
«Ábrelo», me dijo. Al hacerlo, vi por primera vez una grabadora profesional Uher. Había escuchado alguna vez que ese equipo era el más moderno y eficiente que pudiera tener un reportero radial en cualquier parte del mundo. «Úsala —me ordenó Celia—, es para ti».
De Celia aprendí mucho, humana, política y profesionalmente. Se lo agradezco siempre.
Esa noche la «cacharrié» y aprendí a operarla. Al día siguiente recorrí las guardarrayas como un niño con juguete nuevo. No me separé del equipo por muchos años hasta que se lo entregué al Presidente del ICRT[16] cuando en 1973 fui designado primer secretario de la Embajada de Cuba en Perú.
Como reportero, durante varios años visité centros de trabajo de muchos sectores en todo el país, informé de actividades políticas y culturales de carácter internacional celebradas en Cuba, describí operaciones quirúrgicas, le seguí el paso a ciclones que afectaron partes del territorio nacional, cubrí juicios a mercenarios infiltrados, acompañé a nuestros pescadores en campañas productivas, participé en maniobras militares. Reporté incendios forestales, recibimientos de jefes de Estado, secuestros de aviones desviados hacia Cuba, actos por aniversarios del 26 de Julio, 1º de Enero y otras fechas históricas, conferencias, eventos científicos y muchos otros acontecimientos.
Recuerdo, por ejemplo, dónde y cuándo recibí la noticia de que había nacido mi primera hija. Reportaba en ese entonces una importante reunión, la Conferencia Tricontinental, en la que se dieron cita destacados dirigentes de movimientos revolucionarios y progresistas de Asia, África y América Latina. Me correspondía estar allí cumpliendo con los deberes de periodista en el Salón de Embajadores del hotel Habana Libre.
Mis padres habían llevado a mi esposa para la clínica con dolores de parto y pudieron comunicármelo telefónicamente, pero yo no debía dejar lo que estaba haciendo. Algunos compañeros conocían las tensiones que soportaba en ese momento. Se trataba de mi primer hijo. Ellos se ocuparon de ayudarme manteniéndome informado. Cuando en la sesión plenaria atendía el discurso de Luis Augusto Turcios Lima para una síntesis informativa destinada a las emisiones subsiguientes de los noticieros radiales, alguien se acercó y me dijo: «Tienes una hija. Su mamá y ella están bien. ¿Le vas a poner Solidaridad?», haciendo alusión al nombre del año que recién comenzaba. Era primero de enero de 1966.
Como reportero del Noticiero Nacional de Radio (1965-1967) tuve oportunidades profesionales extraordinarias, como esta de entrevistar a nuestro Comandante en Jefe en sus habituales participaciones en las Zafras de Todo el Pueblo. También presente el Cap. Jorge E. Mendoza, entonces Director del periódico Granma, órgano del CC del PCC.
En la década de los 60 del pasado siglo, coincidiendo con los últimos tiempos como estudiante de la licenciatura de Periodismo de la Universidad de La Habana y mis primeras experiencias como periodista profesional en el ICRT, aporté informaciones elaboradas en diferentes géneros a órganos nacionales de la prensa escrita. Esas múltiples tareas me permitieron definir en qué «medios» me sentía mejor en el desempeño de mi vocación y preparación académica.
Estas fotos de Fidel y Raúl tomadas por este periodista en los cañaverales camagüeyanos, coinciden con la anécdota del micrófono de mi grabadora. Como se aprecia en la del Comandante, el micrófono está amarrado a una varita para ganar espacio.
Me publicaron trabajos considerados de mucha responsabilidad por aquel joven reportero, que contaba entonces solo 21 años de edad, como el que reproduzco a continuación, cuyo principal protagonista era el Comandante en Jefe Fidel Castro en sus habituales recorridos por el país, en este caso por comunidades de la Sierra Maestra.
No olvido, no olvidaré jamás el impacto emotivo que me produjo al tener en mis manos un ejemplar de la edición de Granma del 29 de noviembre de 1965, hace 53 años, ver y leer «mi» información, en cuyo pie aparecía en negrita: «Fotos y texto de Antonio Resíllez».
Ese mismo año (1965) viví una de las no pocas primeras experiencias profesionales y humanas inolvidables. Me incorporé a un recorrido que haría por zonas cañeras de todo el país una de las orquestas más populares en la Cuba de aquel entonces: Pello el Afrocán y su ritmo Mozambique.
Durante un mes, músicos, cantantes y bailarinas de la orquesta alegraron con su música a miles de macheteros
en sus campamentos: se cortó caña junto a ellos; se bailó, y reconocidos incluso por Lázaro Peña, invicto Secretario General de la CTC en aquel entonces, quien al frente de un «contingente» de macheteros voluntarios rendía faena en la conocida región camagüeyana de Mangalarga.
Este periodista informó día a día sobre este «impulso» azucarero en los noticieros de las emisoras nacionales de radio. También en periódicos de circulación nacional, como el que reproduzco a continuación publicado el 21 de abril de 1965 por el diario El Mundo.
A esta referencia de mi temprano participación periodística en la prensa escrita, la anteceden colaboraciones a la publicación quincenal El Pescador, del entonces Instituto Nacional de la Pesca, como, por ejemplo, la impresa en la edición del 1º de agosto de 1963 cuando solo tenía 19 años y cursaba estudios universitarios.
El apoyo de fotos en esa ocasión lo obtuve de otro cojimero y amigo, Raúl Corrales, uno de los profesionales más reconocidos en la historia gráfica del país. Era unos años mayor que yo.
Antes de su reproducción en este «¡¿Si te contara...?!», debo decir que entre mis pasiones personales está también la pesca. ¡Cojimero al fin!...
Transcurría la segunda mitad de la década de los sesenta del siglo XX. Tenía entre veinte y veinticinco años de edad. Era entonces redactor-reportero de Radio Progreso y el Noticiero Nacional de Radio. Adicionalmente hacía grabaciones testimoniales por encargo de Celia para el archivo histórico del Consejo de Estado. Por estas razones tuve la oportunidad de acompañar al Comandante en Jefe en diferentes actividades.
Una de ellas fue un recorrido «en campaña» por la Sierra Maestra: desde un lugar conocido por las Minas del Infierno hasta el Pico Cuba, incluyendo el Joaquín y el Turquino. Fueron varias jornadas. Dormíamos en hamacas en sitios prefijados. A uno de ellos llegamos bajo un torrencial aguacero. La vanguardia de la columna, en la que pude mantenerme gracias a un esfuerzo físico límite, hizo un alto en un «vara en tierra». Me senté con un pan y una botella de agua en el canto de una tabla a ras de suelo que aseguraba el marco de la puerta trasera. Estaba de espaldas al interior de la cobija, empapado y con la bota derecha rota, amarrada con una soguita.
Sentí una mano apoyarse en mi hombro derecho. Miré hacia arriba. Era Fidel con la intención de pasar. Intenté ponerme de pie; presionó hasta evitarlo, a la vez que me decía sonriente y bajito: «descansa».
Pasó a la parte trasera. Observó unos minutos y regresó. Se paró frente a mí. Volví a intentar pararme y tampoco lo permitió:
–¿Cómo te sientes?, me preguntó.
–Cansado, Comandante, tengo un poco de humedad y frío, pero dentro de un ratico me recupero.
Durante el breve diálogo ya en la puesta del sol, no dejaba de observarme. Se despidió, rebasó la pequeña puerta, continuó caminando; lo seguí con la mirada.
Como a los veinte minutos, un integrante de su escolta buscaba al «joven periodista». Al llegar a mí me entregó, enviado por «el Jefe», un par de botas y un suéter verde olivo. Las tallas eran mucho mayores que las mías; así terminé ese recorrido.
En la cobertura informativa a los recorridos del Comandante en Jefe, en la que los resultados de mi actividad profesional estaban comprometidos también con el Dpto. de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, creado y atendido por la compañera Celia Sánchez. Este fue uno de varios por la Sierra Maestra (1966) vinculado con las anécdotas que hago públicas en ¿¡Si te contara?!
En aquellos años un ciclón azotó la Isla de la Juventud y ante estos acontecimientos de la naturaleza, como frente a hechos que percibimos de interés e inquietantes para la opinión pública, los periodistas sentimos una singular convocatoria al ejercicio de la profesión.
Fui asignado para esa cobertura y en traje de campaña salimos en la primera aeronave que despegó de LaHabana hacia Nueva Gerona. Al frente de la comitiva multidisciplinaria iba Jesús Montané[17].
Ya sobre el aeropuerto, el Capitán de la nave le planteó a Montané que consideraba muy peligroso intentar un aterrizaje, pues aun se reportaban fuertes corrientes de aire. Se suscitó una suerte de discusión en la que finalmente Montané medio que convenció y medio que impuso a los pilotos la decisión de aterrizar.
El primer intento fue baldío. El aparato no pudo tocar pista y pasamos a escasos metros sobre una arboleda. En el segundo, los pilotos lograron aterrizar, pero finalmente pudieron detener la nave ya fuera de la pista.
Nos bajamos, y a más tardar una hora después la Radio cubana difundía informaciones y reportajes a todo el país de las consecuencias del paso del ciclón por Isla de Pinos y las tareas de los pineros para «recuperar lo perdido y avanzar mucho más».
Fue en la Isla, sobrevolando la región a bordo de un helicóptero acompañando al Comandante Montané, que estuve a punto de salirme del aparato en pleno vuelo. Lamenté en ese momento la pérdida de mi boina verde olivo que llevaba puesta y que obteníamos al graduarnos en el curso de la Milicia Nacional Revolucionaria durante los primeros años de la Revolución.
Por aquellos tiempos tuve otra oportunidad de cubrir una actividad con el Comandante en Jefe. Entre los sitios recorridos estuvieron las instalaciones turísticas de la Gran Piedra. Hubo un momento en que Fidel visitó una de las cabañas, chiquitas y bonitas, con un pequeño balcón apuntalado en la ladera de la montaña. Cabían pocas personas y solo cinco o seis accedimos al balconcito. El Sol se estaba «poniendo».
El paisaje terminaba con un mar azul en calma y los tonos de un radiante atardecer lo hacían extraordinario. Fidel, como los allí presentes, observaba en silencio. De momento tomó el fusil que portaba un escolta. Lo accionó rápidamente, apuntó al sol poniente y disparó.
Alguien de los presentes que no pude precisar, dijo bajito en tono de broma: «Falló». El Comandante no se viró. Volvió a situar el arma en posición de tiro en su hombro. Esa vez demoró varios minutos, después de un tiempo más largo. apuntando a la radiante diana. El silencio era absoluto. Tuvimos la impresión de un tiempo más largo. Cuando el Sol desapareció en el horizonte.
¡Disparó!..., y aun apuntando, dijo enfáticamente: «¡Ahora sí le di!»
En mis recorridos como joven periodista por campos y serranías de Cuba en búsqueda de noticias y testimonios.
Cabaña en la Gran Piedra, Sierra Maestra, Santiago de Cuba, en cuyo balcón se produjo la anécdota del Comandante que acabo de rememorar. Tomé la foto al retirarnos del lugar.
En cierta ocasión, tras la búsqueda de la creatividad periodística, nos propusimos editar un trabajo de carácter científico, uno de cuyos segmentos era la descripción in situ de una operación de vesícula.
La persona que iba a ser sometida a la intervención quirúrgica era una señora algo gruesa, a quien solicitamos su aprobación. No solo estuvo de acuerdo, sino que además nos ofreció su testimonio horas antes de entrar en el quirófano.
El equipo de cirujanos nos había preparado teóricamente para la experiencia y con ese acondicionamiento llegó la hora de la operación. Penetramos en el salón con la ropa adecuada y dos micrófonos esterilizados. Me situé en el lugar previamente establecido junto al anestesista. Después de las maniobras preliminares que yo refería en voz baja, sobrevino el momento en que el bisturí en la mano del experimentado cirujano hacía un limpio corte en la epidermis siguiendo el trazo previamente establecido.
Cuando el abdomen se abrió, me quedé mudo. No pude articular palabras. Sentí un sudor frío en la frente. Por poco pierdo el equilibrio. No fue hasta pasado unos minutos que pude recuperarme y continuar la descripción.
Definitivamente, aquel trabajo periodístico no fue uno de los mejores. No volví a intentar algo semejante.
En los albores de mi iniciación profesional, recuerdo con satisfacción el impulso que me dio sentirme fundador de la UPEC.
Participé en sus primeras asambleas constitutivas a diferentes niveles y no olvido las sensaciones de agradable sorpresa que experimenté al conocer a periodistas, camarógrafos, fotógrafos, escritores y otras personalidades que consideraba ejemplos por el compromiso político y la profesionalidad de sus trabajos en distintos géneros y en diversos medios de comunicación masiva. Tuvieron que pasar algunas reuniones para que adquiriera conciencia plena de que ya era colega de aquellos a quienes admiraba.
Desde sus inicios y hasta hoy, siempre he sido un miembro de fila en la UPEC. Tuve la oportunidad de estar presente en la mayoría de sus congresos. Fueron momentos de mucha emoción y gratitud cuando la Organización decidió hacerme acreedor de condecoraciones como la «Félix Elmuza», la medalla 55 Aniversario como miembro fundador y la «Juan Gualberto Gómez». Esta última se me entregó en sencilla ceremonia, pero en uno de los mejores sitios que se podía haber escogido. Ocurrió en una mañana muy calurosa, al pie del busto del gran patriota y amigo de El Maestro erigido en la parte frontal izquierda de la hermosa plazoleta que rodea al Capitolio Nacional.
No menos estimulante ha sido la participación en diferentes concursos en los que la UPEC convoca a sus afiliados.
Valoro con particular cariño el premio que se me otorgó en un concurso «26 de Julio» de hace 25 años aproximadamente a la mejor crónica informativa de televisión. Ya había transitado de reportero-redactor de Radio al Noticiero Nacional de Televisión.
Se trataba de un trabajo reconstruyendo el ataque con armas de fuego desde embarcaciones piratas, perpetrado por mercenarios de grupos contrarrevolucionarios radicados en La Florida y vinculados a la CIA y a la llamada Fundación Cubanoamericana, contra la localidad de Boca de Samá, en la costa noroeste de la antigua provincia de Oriente y en el que perdieran la vida varios compañeros miembros de Tropas Guardafronteras y de la Milicia Nacional Revolucionaria, así como heridos residentes de esa comunidad. Por cierto, la realización de esta crónica dejó también experiencias inolvidables como la de haber realizado el vuelo más incómodo y difícil de cuantos haya hecho entre el Occidente y el Oriente del país, y créanme que no han sido pocos.
Las coordinaciones para esta cobertura eran con la jefatura de Tropas Guardafronteras del Ministerio del Interior, por quienes corría, entre otras cosas, la ida y el regreso a Boca de Samá.
Muy temprano llegamos a un pequeño aeropuerto en provincia Habana. A los pocos minutos el camarógrafo, el técnico y yo, en compañía de varios oficiales del MININT, abordábamos un avión monomotor AN-2 de los que se usan con diferentes propósitos, que incluyen la fumigación aérea. El que nos tocaba era la variante para el traslado de pasajeros.
Nos acomodamos en el avión. En el tercer intento por despegar, el piloto nos gritó desde la cabina que no habría un nuevo esfuerzo. Al bajarnos agregó que eso era lo más razonable, pero no ofreció más detalles.