Sobre un barril de pólvora - Rafael Archondo Quiroga - E-Book

Sobre un barril de pólvora E-Book

Rafael Archondo Quiroga

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Beschreibung

Sobre un barril de pólvora es el modo en el que Hernán Siles Zuazo solía describir su situación pública. Estuvo sentado en uno cuando comandó al pueblo hacia la toma del poder político por el MNR el 9 de abril de 1952. Volvió a esa incierta colocación cuando encabezó la reconquista de la democracia el 10 de octubre de 1982. Esta biografía sale a la luz a 70 y a 40 años de ambos acontecimientos. Rafael Archondo desde la ciudad de México e Isabel Siles desde Madrid siguieron la pista de este hombre doblemente importante. En el trayecto fueron derribando mitos y fijando nuevos hitos. Al final del recorrido, nació un libro que reinterpreta la historia del siglo XX boliviano. Mucho de lo que se repetía a ojos cerrados terminó siendo distinto. El prólogo fue escrito por el excanciller Gustavo Fernández Saavedra y más de cien fotografías completaron la faena de aprender cómo una sola vida humana alcanza para llevar adelante dos procesos sucesivos de liberación, ganar todas las elecciones organizadas en el trayecto y, al mismo tiempo, cuidar escrupulosamente los derechos humanos de todos sus compatriotas.

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La foto de la portada fue tomada en los campos de María Barzola el 31 de octubre de 1982, aniversario de la Nacionalización de las Minas. Junto al presidente Siles se alinean los periodistas Silvana Ruiz, Facundo Hurtado y Alberto Ponce.

Agradecemos a Luis Mérida Coimbra, Gonzalo Regules Siles, David Márquez y Mario Roque Cayoja por habernos cedido varias de las imágenes publicadas en este libro.

Diseño: Ignacio Rubio

© Rafael Archondo Quiroga, 2022

© Isabel Siles Ormachea, 2022

© Plural editores, 2022

Primera edición: octubre de 2022

d.l: 4-1-3190-2022

ISBN: 978-9917-605-84-3

ISBN DIGITAL: 978-9917-625-40-7

Producción:

Plural editores

Av. Ecuador 2337 esq. c. Rosendo Gutiérrez

Teléfono: 2411018 / Casilla 5097 / La Paz, Bolivia

e-mail: [email protected] / www.plural.bo

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Este libro va dedicado a todos los que lucharon y luchan por una Bolivia democrática,por la inclusión social y por los derechosy la dignidad de su gente,las metas que Hernán Siles Zuazopersiguió durante toda su vida.

Índice

Presentación. Rafael Archondo, Isabel Siles

Prólogo. Gustavo Fernández

PRIMERA PARTE: Un país en construcciónIsabel Siles

CAPÍTULO I Los padres de Hernán y su tiempo

CAPÍTULO IITrinchera y lodo

CAPÍTULO IIIEl retorno de los veteranos

SEGUNDA PARTE: LA REVOLUCIÓN NACIONALRafael Archondo

CAPÍTULO IVLa década de las ideas

CAPÍTULO VUn golpe con Radepa

CAPÍTULO VIEl mártir de las reformas

CAPÍTULO VIISexenio de la conspiración

CAPÍTULO VIIITres días en abril

CAPÍTULO IXEn el palacio con la gente

CAPÍTULO XAcabar con la inflación

CAPÍTULO XISobre un barril de pólvora

CAPÍTULO XIICae Paz, fricciones con Barrientos

TERCERA PARTE: LA RECUPERACIÓN DE LA DEMOCRACIARafael Archondo

CAPÍTULO XIIIEl largo exilio

CAPÍTULO XIVVivir para la democracia

CAPÍTULO XVLa crucifixión

CAPÍTULO XVIEl secuestro del presidente

CAPÍTULO XVIIEl legado de don Hernán

BibliografíaCronología de una vida

Presentación

Hernán Siles Zuazo tuvo un papel decisivo en dos períodos clave de la historia política boliviana del siglo XX: el de la Revolución Nacional y el de la reinstauración de la democracia. En ambas etapas fue elegido presidente del país en momentos de quiebra de la economía y aguda convulsión social. Para describir las circunstancias azarosas en las que le tocó asumir responsabilidades de gobierno, Siles solía decir que estuvo “sentado sobre un barril de pólvora”, imagen elocuente de sus zozobras, que sirve para titular esta biografía.

La Revolución Nacional, marcó un antes y un después en la historia boliviana. Sus grandes medidas como el voto universal, la reforma agraria, la nacionalización de las minas o el primer impulso al desarrollo económico del oriente, transformaron la estructura productiva y social del país. La contribución de Siles a la misma fue determinante desde los cuarenta, cuando se fundó el partido que la llevaría adelante, elMNR, hasta el final de su presidencia, en 1960. Corresponde a su primer mandato la estabilización de la economía tras un período de inflación galopante.

En 1964, la Revolución Nacional terminó su ciclo y Bolivia se sumió en una seguidilla de golpes de Estado y gobiernos militares. La lucha por el retorno al sistema democrático fue abanderada por Siles. En el clima de dramático enfrentamiento de la Guerra Fría en Latinoamérica, el expresidente fue detenido y expulsado del país en repetidas ocasiones en las que buscó asilo en Montevideo, Santiago, Buenos Aires y Caracas. La transición no fue fácil. Entre 1978 y 1982 se sucedieron tres elecciones generales posteriormente anuladas y ocho gobiernos, que dejaron tras de sí cientos de muertos y una economía en ruina. Finalmente, en 1982, se restituyó el Congreso elegido en la última de esas elecciones, la de 1980, y este procedió a designar presidente de la nación a Siles, en virtud del 38% que había obtenido junto a la coalición que encabezaba, la UDP.

Las agrias disputas entre los partidos que integraban la coalición de gobierno, su reducida presencia parlamentaria y la grave crisis económica que atravesaba el país auguraban lo peor. La segunda presidencia de Siles fue la etapa más ardua de su trayectoria política. El asedio, desde el Congreso y desde la Central Obrera Boliviana [COB], al de por sí frágil primer gobierno de la democracia, fue implacable. Las condiciones de inestabilidad y violencia no cejaron. La bancarrota del Estado se agravó y un nuevo proceso hiperinflacionario alcanzó récords históricos. Pero ni la hiperinflación ni la férrea oposición ni la desintegración de la UDP impidieron a Siles preservar lo que a la postre sería su legado: las libertades y las instituciones democráticas. Hoy se lo considera el principal referente de la democracia boliviana.

¿Cuál fue la trayectoria de Siles antes, después y entre estos dos períodos críticos del siglo XX boliviano? ¿Cómo abordó circunstancias tan extremas? La presente biografía examina estas cuestiones a la vez que lo sigue en algunas de sus facetas más peculiares. Veremos al hombre combativo y audaz que en tiempos de persecución entra y sale clandestinamente del país burlando fronteras y controles. Al líder singular que se declaró dos veces en huelga de hambre ejerciendo la presidencia. Y, cómo no, al Siles que desde los años treinta dedicó sus esfuerzos a construir la Bolivia democrática que finalmente nacería en los ochenta.

La biografía se divide en tres partes y 17 capítulos acomodados en estricto orden cronológico. En el Apartado I se analiza el entorno familiar e histórico del joven Siles, poniendo especial atención en la influencia de su padre, el expresidente Hernando Siles Reyes. A lo largo de sus tres capítulos veremos: el cruce de influencias en el que se formó (capítulo 1), su participación en la guerra del Chaco (2) y sus primeros pasos en la construcción de su futuro familiar, laboral y político (3).

El Apartado II, se centra en el papel de Siles en la efervescencia, triunfo y caída de la Revolución Nacional. Investiga: el despertar de Siles a la política activa antes y después de la fundación del MNR (4), su rol singular durante el gobierno de Villarroel (5 y 6), su fase más combativa como jefe de la resistencia durante el sexenio (7), y la insurrección de abril de 1952 (8).

Una vez triunfante la Revolución, el apartado II continua con: el inicio del proceso revolucionario y la implantación de las primeras medidas transformadoras (9); el transcurrir agitado del primer gobierno de Siles, entre conatos de subversión armada de la oposición falangista, luchas también armadas en el seno del MNR, su primera huelga de hambre, y el logro inédito de estabilizar la economía sin hacer uso de la violencia (10 y 11); y el regreso del exembajador Siles a un país en el que el MNR y la Revolución Nacional empiezan a descomponerse (12).

El Apartado III, relativo al proceso de recuperación de la democracia, aborda: los exilios de Siles entre Montevideo, Santiago, Punta Arenas, Buenos Aires y Caracas forzado por gobiernos militares (capítulo XIII); su lucha por recuperar la vigencia de la Constitución y su participación en las elecciones de 1978, 79 y 80, período en el que torna en referente indiscutible de la lucha por la democracia (14); su segunda presidencia y el campo minado por el que atraviesa para que la democracia boliviana sobreviva (15); el secuestro del presidente y los factores que confluyeron en el recorte de su mandato (16); y un balance de su legado (17). .

Somos autores de esta biografía Rafael Archondo, periodista e investigador, autor de los apartados II y III, que escudriñan el papel desempeñado por Siles en la Revolución Nacional y la recuperación de la democracia aportando nueva información. E Isabel Siles, hija de Hernán que, en el apartado I, reúne material de investigación con recuerdos familiares para reconstruir la infancia y juventud de Siles.

Los autores estamos especialmente agradecidos a Gustavo Fernández por habernos aceptado madurar con calma el magnífico prólogo con el que nos invita a la lectura; y a las personalidades que accedieron a contribuir con sus testimonios. Ellos fueron Horst Grebe López, Fernando Salazar Paredes, Freddy Justiniano, Flavio Machicado Saravia, Carlos Barragán y Miguel Urioste. Asimismo, hacemos llegar nuestro agradecimiento a Grecia América González por la detección y recolección de documentos hemerográficos y de archivo; Isabel Bastos, rigurosa editora y amiga que nos obligó a reorganizar diversos capítulos; e Ignacio Rubio, cuya visión plástica del libro fue fundamental.

Rafael Archondo, Isabel Siles

Prólogo

Gustavo Fernández

Los autores de este libro –Isabel Siles Ormachea y Rafael Archondo– me han honrado con la invitación a escribir unas páginas, a modo de prólogo del formidable relato de la legendaria travesía política del Dr. Hernán Siles Zuazo en la Bolivia turbulenta y dramática del siglo XX.

Entendiendo que los acontecimientos nacionales se conectan constantemente con los regionales, al punto de que sus hilos forman parte del mismo tejido, de la misma urdiembre histórica, me animaré a sumar a esa crónica, a grandes trazos, unas notas sobre el contexto latinoamericano en el que se inscriben las gestas bolivianas de lucha contra la oligarquía, en el comienzo de la centuria, y la batalla por la construcción de un país democrático, cuando tocaba a su fin. En ambas, el Dr. Siles fue actor protagónico.

Abordaré esa tarea con el recuerdo imborrable de la integridad ética, el coraje personal y político, el calor humano que distinguieron al Dr. Siles en el fragor de la batalla, en el debate partidario, en la asamblea popular, en la calle.

Siles en la hora de la Revolución continental

El recuento se inicia con la mención del Primer Congreso de Estudiantes Bolivianos, celebrado en Cochabamba, el año 1928, en el que se levantó la bandera de la Reforma Universitaria, forjada en la unión de estudiantes y obreros, con una postura política fuertemente antiimperialista. Este congreso estuvo inspirado en el “Manifiesto de los jóvenes argentinos a los hombres libres de América”, de los universitarios de Córdoba, “cansados de soportar a los tiranos”.

A diferencia de sus compatriotas latinoamericanos, esa generación indócil y contestataria sufrió la experiencia de la guerra del Chaco. Los que sobrevivieron volvieron distintos, con una perspectiva de su país y de su vida totalmente cambiada. Conocieron una nación más grande y rica de la que sospechaban, poblada por gente estoica y valiente, capaz de todo cuando se decidía. Descubrieron un pueblo, de piel, lenguaje, temperamento, que ignoraban o desconocían. Abrieron los ojos a la miseria, la exclusión, la injusticia, sin intermediarios, en la trinchera. Y se prometieron cambiar ese país.

Entre ellos –como relatan Archondo y Siles– estaba Hernán Siles Zuazo. Regresó, veterano de guerra, a los 20 años, herido en Alihuatá.

Y comenzó su carrera política, de tiempo completo. Desde el bufete de abogado (que funcionó en realidad como la secretaría permanente de su partido), la prisión, el escondite, la trinchera, el confinamiento o el exilio, se reunió con la gente, la buscaba, la convencía, con la palabra y el ejemplo. Cultivó la camaradería de los excombatientes, defendió ante tribunales a los campesinos e indígenas, aleccionó y movilizó a los artesanos y trabajadores de las laderas. Se puso a la cabeza de las manifestaciones, de las elecciones, de la batalla en las calles. Por eso, la gente lo siguió, lo respaldó, le dio su voto, se jugó la vida.

Encontró su casa y su destino en el MNR. El conspirador, el activista, el hombre de acción. Se complementaba con el economista, el conocedor de la máquina del Estado (Paz Estenssoro), los intelectuales (Guevara, Carlos Montenegro, Cuadros Quiroga), el agitador sindical (Lechín). Formó con ellos un equipo, que vivía y trabajaba como un equipo. Todos tenían ambiciones e ideas propias, por cierto, pero estaban unidos por un solemne juramento. Hoy, en el tiempo de la posverdad, no se entiende lo que significaba entonces la militancia en un partido, el irrevocable compromiso de vida que aparejaba.

El Movimiento Nacionalista Revolucionario era mucho más amplio desde luego. Lo conformaban intelectuales, estudiantes, artesanos, pequeños empresarios, campesinos, obreros. Compartió el escenario con otras organizaciones y personajes, como el POR, el PIR, la FSTMB, la CEPB, los Arze, Marof, Anaya, Aguirre Gainsborg, Lora, pero, al final, con luces y sombras, errores y aciertos, los representó y resumió, a todos, durante una buena parte de la historia boliviana. Fue, de facto, su vanguardia.

Ese movimiento, en el que creció y actuó el Dr. Siles, se gestó y maduró en el “espíritu de la época”, el entorno continental, –ideológico, de cambio y ruptura del orden oligárquico– de la primera mitad del siglo xx, que repetía, a su vez, el eco de la rebelión global contra el capitalismo, espoleada por el trauma de las trincheras, la desocupación y el hambre, secuelas de la Primera Guerra y la Gran Depresión. El bolchevismo en Rusia, el fascismo en Italia y Alemania, el anarquismo en España y Portugal, desafiaron las tambaleantes democracias electorales europeas y las pusieron en jaque. En el empuje de esa ola se atizó el proceso de descolonización en África y Asia. Contra las cuerdas, el viejo orden se encontró que, para sobrevivir, tendría que cambiar de raíz.

En esta parte del mundo, en una manifestación estudiantil en la plaza San Martín de Lima, un joven universitario, Víctor Raúl Haya de la Torre, planteó la nacionalización de las tierras y de la industria, el protagonismo del Estado en la producción, el comercio y la circulación de la riqueza nacional. Unos años después fue más lejos y propuso la creación de un partido internacional, latinoamericano –Alianza Popular Revolucionaria Americana, Apra–, con un programa que reclamaba acción contra el imperialismo yanqui; unidad política de América Latina; nacionalización de las tierras y de la industria; internacionalización del canal de Panamá y la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo.

En México, José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional, ministro de Educación, aportó la idea-fuerza del mestizaje americano, de su raíz indígena, la “raza cósmica” –Indoamérica– para fundamentar la propuesta de Haya, de una América Latina con identidad propia. Lázaro Cárdenas, el presidente más joven de la Revolución mexicana, pasó de la teoría a los hechos. Con la reforma agraria y la nacionalización del petróleo, culminó la tarea de una generación que transformó la historia de su país y América, con la utopía de un mundo distinto, de justicia social, moderno, democrático y progresista, gobernado desde el centro por un fuerte Estado nacional.

Al sur, en el Brasil, ante el impacto brutal del sacudón del capitalismo y de los mercados financieros mundiales, dependiente en extremo de las ideas, del dinero, de las importaciones y de los mercados de Inglaterra y Estados Unidos, Getulio Vargas asumió que tenía que levantar un Estado fuerte, con autonomía real. Garantizó protección social a la naciente clase trabajadora urbana a cambio de apoyo político. Disolvió el Congreso, instituyó un régimen de emergencia y asumió total autoridad por la vía de los Decretos Federales. Promulgó una nueva Constitución que establecía un marco normativo bastante parecido al de los modelos corporativistas europeos, especialmente de Portugal e Italia. Así nació el Estado Novo.

Juan Domingo Perón, de retorno a la Argentina al término de su época de agregado militar en la Italia de Mussolini, levantó en torno al ejército un proyecto político que alineaba, de un lado, a la corriente católica, anticomunista, autoritaria y jerárquica que confrontaba a liberales, comunistas, judíos y protestantes y, del otro, a los sindicatos obreros, a la clase trabajadora, con el caudillo, el hombre fuerte, a la cabeza de los “descamisados”, en la lucha contra el enemigo interno, los ricos, la clase dominante –la “oligarquía”.

Tiene que destacarse que, para los estudiantes de Córdoba, los agitadores del Perú y los revolucionarios de México, del Pacífico y los Andes, la transformación que predicaban era una causa americana. Sus proclamas se lanzaban al continente. Esos mensajes se resumían en consignas claras: nacionalización de recursos naturales; caudillismo; reforma agraria; protagonismo sindical y obrero; identificación del imperialismo norteamericano como el enemigo externo; reposición del ideal de la unidad latinoamericana. Los procesos nacionales los adaptaron a sus propias especificidades, a su cultura, a su estructura social.

La Revolución boliviana fue, por derecho propio, uno de los hitos fundamentales de ese movimiento continental. Canalizó la protesta, la rebeldía popular, en una organización política, de amplia base social, efectivamente representativa de la nación. Pero, sobre todo, ejecutó su propuesta política y concretó la reforma agraria, la nacionalización de minas, el voto universal. Fue gobierno cuando debía y marcó época.

Sobre un barril de pólvora relata, con cuidado y objetividad, el papel del Dr. Siles a lo largo de esa época heroica y turbulenta, que seguí desde lejos, desde mi Cochabamba, en la vereda crítica del Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR). Me atrevería a sugerir al lector que se detenga en tres acontecimientos nodales de su actuación en esta fase. Su papel el 9 de abril, culminación victoriosa de un largo proceso de acumulación de fuerzas, que incluyó la guerra civil de 1949. Más tarde, la jefatura del equipo que redactó la Ley de Reforma Agraria, que a la distancia destaca claramente como la medida estructural más importante de la Revolución Nacional. Finalmente, ya como presidente, el Plan de Estabilización Monetaria, impopular y resistido, pero necesario para restablecer el equilibrio macroeconómico, severamente dañado por el manejo de Comibol en la primera gestión revolucionaria.

Siles en la construcción democrática latinoamericana

Pasó esa etapa. Se agudizaron en el país las contradicciones entre reformistas y revolucionarios, entre la dirección del MNR y el movimiento obrero, la Central Obrera Boliviana (COB) y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB). Paz Estenssoro fue derrocado en 1964 por un movimiento nacional, de izquierda y derecha, en rechazo a su intento de segunda reelección. Estados Unidos reconoció el cogobierno de los generales Barrientos y Ovando, pese a que Paz Estenssoro fue el último presidente recibido –y elogiado– por Kennedy, clara advertencia de que el Pentágono dictaba la política norteamericana en el continente. El ritmo fue in crescendo. La guerrilla del Che sacudió el país y el continente en 1967. Barrientos murió en abril de 1969. Luis Adolfo Siles lo sucedió por unos meses. Ese mismo año, Alfredo Ovando tomó el poder en septiembre y nacionalizó la Gulf. Le siguió el periodo agitado de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Teoponte, el golpe de Juan José Torres, la Asamblea Popular y, finalmente, el comienzo de la dictadura de Hugo Banzer, en agosto, 1971. Entre 1968 y fines de la década de los setenta, el Dr. Hernán Siles comenzó una nueva fase de su vida de proscripción y exilio, en Uruguay, Chile, Argentina, Venezuela, Perú, que esta biografía registra con detenimiento.

Muchas cosas en poco tiempo. Pero no solo cambió Bolivia. En el mundo se respiraba otra atmósfera. Espesas nubes de tormenta encapotaban el horizonte.

Al término de la Segunda Guerra, los campos capitalista y socialista, que abrigaban proyectos incompatibles y excluyentes, se confrontaron en una lucha sin cuartel, política, ideológica, económica, en la Guerra Fría. Cada uno se proponía destruir y eliminar al otro. Con distintos apelativos –coexistencia pacífica, disuasión nuclear, contención– aprendieron a convivir en el teatro europeo, en un equilibrio siempre amenazante, inestable y frágil.

Se enfrentaron en el Tercer Mundo, en competencia para asegurar mercados y consolidar áreas de influencia, el nuevo nombre de las colonias. La guerra de Vietnam, su foco más explosivo y prolongado, galvanizó la opinión pública mundial y desató enormes movilizaciones estudiantiles en París, Tlatelolco y en los campus universitarios de Estados Unidos. En América Latina, Cuba fue el territorio de la colisión de las grandes potencias y las consecuencias de su decisión de apoyar militarmente a los movimientos revolucionarios en el continente y África –para demostrar su independencia de la Unión Soviética y crear su propio cinturón de defensa– reverberaron por largo tiempo.

El “espíritu de los tiempos” tomó un nuevo carácter. El socialismo –antiimperialista, por definición– era el objetivo. No se discutía el “qué” sino el “cómo”. En ese punto se bifurcaron los caminos. Cuba alentó la lucha armada, encabezada por un foco pequeño y fuerte. En cambio, la dirección de los partidos latinoamericanos prefería la movilización y la insurrección popular. Al final, los jóvenes rebeldes del Apra, de Acción Democrática, del Partido Socialista, del Justicialismo, del MNR, abrazaron la causa de la guerrilla. De allí en adelante, los fusiles tendrían la palabra.

Este prólogo no es el lugar para examinar las múltiples aristas de la lucha armada en Bolivia y América Latina, ni las razones de su fracaso. Baste señalar que era un plan estratégico, de naturaleza y alcance latinoamericano; que la intención de la guerrilla del Che era instalar en Bolivia una base de retaguardia del movimiento armado, en escala continental; que la toma del poder en La Paz no fue nunca un objetivo y que la columna de Ñancahuazú se convirtió en base de operaciones por un incidente inesperado. El Che fue muerto, pero dejó como legado el Plan Cóndor, el nefasto ciclo de la guerra “sucia” y las dictaduras militares.

En junio de 1976, los servicios de inteligencia de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, ejecutores del Plan Cóndor, concluyeron que “habían barrido literalmente la dirección de la Junta de Coordinación Revolucionaria y su infraestructura en Chile, Bolivia, Uruguay y Argentina”. A partir de entonces, con la guerrilla urbana y rural derrotada, para Estados Unidos, la dictadura militar, más que insostenible, era innecesaria. Para América Latina, en cambio, la tarea consistía en poner término a la historia de terror y violencia sin equivalente en la historia regional, de vejámenes y de violación sistemática de los derechos humanos, que habían instalado los regímenes despóticos y que se proponían perpetuar. En el país, el asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz y la dirección del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en la calle Harrington provocaron una enorme reacción de opinión pública que concluyó en un consenso generalizado, auténticamente nacional, para recuperar la democracia.

Pero las dictaduras del sur, especialmente las de Argentina y Chile, resistieron. En Bolivia, alentaron el golpe de Natusch y, en 1980, proporcionaron asistencia logística, económica, de inteligencia y represiva al cuartelazo de García Meza, convencidos de que habían tejido en Centroamérica una sólida alianza con el Pentágono y que la victoria de Reagan les garantizaría mayor tolerancia.

En ese clima, dentro del país y en el exilio, se multiplicaron los contactos para conformar un gran frente nacional contra la dictadura. El Dr. Siles era, por derecho propio, el nervio vital de ese movimiento. No había compartido la decisión estratégica de la lucha armada, pero entendió las razones y agravios de los jóvenes, los había sentido y liderado en la gesta revolucionaria contra la oligarquía. Los protegió en Santiago tras el golpe de Pinochet y nunca perdió el contacto con ellos. En el encuentro de la generación revolucionaria de Abril y la de los jóvenes que venían de retorno de la aventura foquista, se gestó el entronque histórico, la difícil soldadura con los jóvenes rebeldes, base de la UDP, que contó con el consejo y patrocinio de Omar Torrijos, Felipe González, Carlos Andrés Pérez. Era un injerto auspicioso, pero complicado.

En paralelo, ganaba fuerza la avanzada democrática que bajaba del norte, desde Colombia, Venezuela, Ecuador, para enfrentarse a las dictaduras del sur. Bolivia era la punta de lanza de esa columna y jugó un papel importante en la transición. El planteamiento histórico de acceso soberano al mar no fue el único tema de la Asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) de 1979, en La Paz. En el Hotel Radisson, se enfrentaron el bloque democrático y las dictaduras atrincheradas en el sur, que, en la retirada, libraban allí sus últimas batallas diplomáticas. Todos los cancilleres andinos y el secretario de Estado Cyrus Vance encabezaron sus delegaciones en la Asamblea, en demostración explícita de sustento a la democracia boliviana.

En 1982, Leopoldo Galtieri resolvió recuperar las Malvinas por la fuerza y precipitó los acontecimientos. El día que el comandante Mario Benjamín Menéndez firmó el acta de rendición y arrió la bandera en Puerto Argentino, en las Malvinas, selló la catastrófica derrota de esa aventura y, también, el fin del ciclo de las dictaduras latinoamericanas.

En La Paz, con el trasfondo del silencio atronador de un paro nacional, en una reunión de guarniciones y altos mandos, las Fuerzas Armadas encomendaron al Gral. Guido Vildoso que restableciera la institucionalidad democrática, en el plazo de un año. Antes de dos meses, apremiado por la presión popular y la crisis económica, el nuevo gobierno tomó la decisión de reconocer los resultados de las elecciones de 1980. El libro de Archondo y Siles describe el regreso triunfal del Dr. Siles Zuazo, recibido otra vez por una gigantesca multitud en su querida y conocida plaza de San Francisco, escenario de tanta historia. No le gustaba la idea de llegar sin mayoría parlamentaria y sabía, como todos, que recibiría un mandato mucho más claro en nuevas elecciones, pero tuvo que admitir que el clima de confrontación, la imprevisible conducta de un ejército vencido y acorralado, no era el marco apropiado para un pacífico proceso electoral, tal vez más encrespado inclusive que el de los comicios de 1980.

Con ese estandarte –la reconstrucción democrática– el Dr. Siles y la UDP llegaron al Palacio Quemado en octubre de 1982. Su primera tarea, como en el resto de América Latina, era reponer el principio de que la soberanía reside en la voluntad popular libremente expresada. Devolver a los ciudadanos la libertad de reunirse, organizarse, opinar, trabajar, de edificar la Casa Común, bajo cuyo techo convivan, se expresen y florezcan, diferentes opciones ideológicas, identidades culturales, preferencias económicas.

En esas condiciones se levantó el telón del último acto de una vida heroica y dramática. Tuve el honor de representarlo como su embajador en Brasilia y acompañarlo más tarde como su canciller. Una tarde, en un raro momento de calma, a bordo de un avión, me animé a preguntarle cuál había sido, para él, la experiencia más complicada, más incierta, la del 9 de abril o la de la hiperinflación y sus consecuencias, que entonces padecíamos. Estaba seguro de que no dudaría en decirme que la de la revolución. Me desconcertó cuando me respondió que la segunda, sin duda. Me quedé pensando mucho tiempo y recién ahora entiendo sus razones. En abril, en la noche triste, cuando el Gral. Seleme le anunció que se refugiaría en la embajada de Chile, estaba en medio del combate, sí, jugándose la vida, sí, pero en la cresta de la ola, con excombatientes de manos encallecidas y jóvenes de mirada fresca en las laderas empinadas de la hoyada, dispuestos a enfrentar lo que hubiera que enfrentar, porque tenían fe y confianza, la razón y la historia de su lado.

Esta vez, en cambio, lo esperaba una nación en duelo. Las heridas estaban abiertas. Los lebreles se retiraban ladrando, mostrando los dientes. Más que polarizado, el sistema político estaba trizado en no sé cuántos pedazos. El viejo MNR olvidó la lección de “sufragio efectivo, no reelección” y no pudo ser el Partido Revolucionario Institucional mexicano, su primer modelo. La coalición que lo apoyaba era numerosa, pero frágil. El MNRI y el MIR pugnaban por la conducción del proceso. El Partido Comunista (PC) y la Democracia Cristiana tenían diferencias principistas de fondo. El equipo económico chocaba frecuentemente con las posiciones del MNR de Izquierda (MNRI) y de la dirección del movimiento sindical, compartida entre Juan Lechín y el PC. Los partidos opositores controlaban el Congreso, bloqueaban las iniciativas gubernamentales, rechazaban los proyectos de ley, censuraban a los ministros. Los unía una enfermiza vocación de poder, que no reparaba en medios para saciar el apetito. Su increíble obcecación y tozudez se volvió a probar en el episodio del secuestro del Dr. Siles. El golpe militar que encabezó el Cnel. Saravia fracasó antes de las 10 de la mañana, pero el riesgo de convulsión social y política recién se despejó en las primeras horas de la tarde, cuando concluyó la operación de rescate del presidente.

Ese día se puso de manifiesto la solidaridad internacional, y la admiración y afecto de sus líderes con el Dr. Siles. Recibí desde muy temprano las expresiones de solidaridad y apoyo continental. Llamaron y enviaron mensajes los presidentes de Perú, Fernando Belaúnde Terry, del Ecuador, Osvaldo Hurtado, de Argentina, Raúl Alfonsín, el rey Juan Carlos, João Clemente Baena, secretario de la OEA, Javier Pérez de Cuéllar, secretario general de Naciones Unidas. El embajador de Estados Unidos me leyó el mensaje explícito del Departamento de Estado: “Estados Unidos no aprueba ni apoya el presunto golpe realizado hoy en Bolivia” y “sigue apoyando al gobierno constitucional”. La intervención personal del presidente Jaime Lusinchi fue crítica para conocer el lugar en el que estaba secuestrado el Dr. Siles. El presidente Belisario Betancur tomó la iniciativa de estudiar con sus colegas Jaime Lusinchi de Venezuela, Miguel de la Madrid de México, Fernando Belaúnde del Perú, Raúl Alfonsín de Argentina, Osvaldo Hurtado de Ecuador y el jefe de Gobierno español Felipe González, la situación producida por el secuestro del mandatario de Bolivia, Hernán Siles Zuazo, y mantuvo informado de sus gestiones al canciller de Bolivia, como informó un cable de EFE de ese día, corto pero intenso.

Al día siguiente, llegaron los mensajes personales de Fernando Belaúnde Terry (“de su integridad cívica podemos dar cuenta durante los periodos en los que el mandatario estuvo desterrado en el Perú”); de Ronald Reagan (“con gran alivio me he enterado de su liberación el día de hoy, luego de su detención por la fuerza por varias horas. Mis compatriotas se suman a los suyos en denunciar esta afrenta al orden constitucional de Bolivia”). El gobierno de México formuló un llamamiento a los países latinoamericanos para que expresaran su solidaridad con las instituciones democráticas y el orden constitucional en Bolivia. El Consejo Permanente de la OEA resolvió “condenar enérgicamente el secuestro del Presidente Siles Zuazo y repudiar el uso y la práctica del terrorismo y de sus vinculaciones con el narcotráfico”.

Pero el golpe, estúpido y frustrado, cumplió su objetivo. Debilitó al gobierno, en plena encrucijada.

La democracia era el objetivo principal de la gestión de gobierno, pero el desplome de los mercados de materias primas, unidos a la inflación y la deuda externa ocuparon, por fuerza, el centro de las preocupaciones del día a día. El mundo había perdido el rumbo, navegaba casi a ciegas la más grave crisis económica, desde la gran depresión de los años treinta, por el embargo petrolero y el alza subsecuente de precios de hidrocarburos, que desató una espiral de inflación, caída del producto, recesión, desempleo, crisis financiera, desempleo, agitación social, tensiones y conatos de guerra comercial, colapso de los sistemas de seguridad social en todo el planeta.

Las consecuencias en América Latina fueron inmediatas y desastrosas. El PIBregional cayó a -8% entre 1980-83, el servicio de la deuda demandaba dos tercios de las exportaciones, el promedio anual de la inflación latinoamericana andaba en el rango del 86%. En agosto de 1982, México anunció que ya no podría atender el servicio de la deuda externa y poco después Brasil y Argentina, dijeron lo mismo. En la reunión de cancilleres y ministros de economía de los países deudores, en Cartagena, en junio de 1984, Argentina, Bolivia, Colombia y Perú, propusieron la convocatoria de una reunión presidencial cumbre de la región, que buscara una solución política, que fuera más allá de las recetas de austeridad y atacara las raíces del problema de la deuda externa. Los otros participantes –México, Brasil, Chile, República Dominicana, Uruguay y Venezuela– prefirieron el procedimiento tradicional de negociación bilateral con los acreedores.

Cerrada la posibilidad de una posición y gestión colectiva, el impacto de la crisis boliviana fue devastador. Las cifras de la inflación, de la caída de las exportaciones y del producto, del déficit fiscal, que todos conocen, ahorran comentarios. Con el peso de esa preocupación en los hombros, Arturo Núñez del Prado y yo buscamos al Dr. Siles los primeros días de diciembre de 1984. Arturo nunca me contó la razón por la que el presidente le tenía tanta confianza y estima, pero era claro que su opinión, siempre serena y equilibrada, pesaba mucho en el ánimo de Siles. Juntos preparamos la participación de Bolivia en la Cumbre de la Deuda en Cartagena, con él estuvimos el día del secuestro de don Hernán y ambos nos sentamos frente a él en el pequeño despacho que ocupaba detrás de la sala de gabinete, con piso de linóleum, con una minúscula ventana que miraba a la calle Potosí.

Coincidimos en que la situación era muy grave. Ninguno de nuestros planes de estabilización económica podía funcionar. Habíamos hecho todo lo que podía hacerse, en el límite de nuestras posibilidades financieras. El problema era político. La coalición de gobierno estaba dividida sin remedio, al tiempo que la oposición –todas las oposiciones, la del MNR, la de Acción Democrática Nacionalista (ADN), la de Lechín– mantenía la presión, sin aflojar un minuto. Nuestros amigos de fuera (Raúl Alfonsín, Jaime Lusinchi, Belisario Betancur) confrontaban sus propios problemas económicos y sociales. El Congreso, la Iglesia, la Central Obrera Boliviana, ya tenían redactado el documento por el que pedían su renuncia y la convocatoria a nuevas elecciones. Los militares, que no terminaban de asumir su derrota, invocarían la “demanda popular” para terminar la tarea.

El presidente tomó la iniciativa, convocó a un diálogo nacional para encarar la crisis y asegurar la pacífica y constitucional transición de mandato y, finalmente, cuando se hizo evidente que era un debate sin destino, anunció que estaba dispuesto a acortar su mandato, como una más de sus contribuciones a la penosa consolidación de la democracia boliviana.

Así cerró el círculo.

Allí está ahora don Hernán Siles Zuazo, joven rebelde y maduro hombre de Estado, en el tapiz más grande de la historia latinoamericana, como puente que une la generación revolucionaria de Víctor Raúl Haya de la Torre, José Vasconcelos, Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón, Getulio Vargas, con los amigos, compañeros y cómplices de la gesta histórica de rescate de la libertad y reconstrucción de la democracia en el continente, Tancredo Neves, José Sarney, Valentín Paniagua, Raúl Alfonsín, Patricio Aylwin, Carlos Andrés Pérez, Fernando Belaúnde Terry, Jaime Roldós.

En Bolivia, con un gesto –la renuncia a una parte de su mandato– decidió el curso de la historia. Selló la salida democrática. Había vencido otra vez. Volvió al Montevideo de sus destierros y cuando llegó el momento regresó a La Paz, su ciudad en las altas cumbres de los Andes, en su sepulcro, para recibir el homenaje de su pueblo, en las puertas del Palacio Quemado, en la plaza Murillo, centro de tanta desventura y esperanza.

PRIMERA PARTE:UN PAIS EN CONSTRUCCIÓN

Isabel Siles

1. Isabel y su hijo Hernán. 2. Hernán estudiante de primaria. 3. Hernando Siles rector de la Universidad de San Francisco Xavier. 4. Hernán y compañeros del Instituto Americano.

CAPÍTULO I

Los padres de Hernán y su tiempo

Hernán Siles Zuazo nació en La Paz, el 19 de marzo de 1913, en un entorno tan precario como singular. Precario, en la medida en que sus padres no habían contraído matrimonio y no tenían resuelto su sustento. Y singular, por la personalidad fuera de lo común de sus progenitores. Su madre, Isabel, era una joven hecha a sí misma, profesional e independiente, inusual en la sociedad boliviana de principios del siglo XX; y su padre, Hernando, un profesor de derecho brillante y carismático que, 13 años después del nacimiento de Hernán, llegaría a ser presidente de Bolivia.

La pareja se separó después de un tiempo de convivencia, pero Hernando reconoció al niño, le dio su apellido, asumió sus gastos escolares y supervisó su educación. Así, Hernán creció a caballo entre el mundo frugal, de trabajo arduo, apegado a la realidad y solidario de Isabel; y el fulgurante ascenso académico, profesional y político de Hernando.

Ya adolescente, a Hernán le tocaría presenciar los aciertos, las equivocaciones y la violenta caída del gobierno de su padre. En un intento por comprender los sucesos que sacudían su entorno, observaría reflexivo el sentir de las calles que recorrería una y otra vez, la pobreza desesperanzada de extensos sectores de la población y, como no, el sordo e inquietante rumor de una sociedad en efervescencia. Para esa exploración contaba como referencia con la visión política paterna; la lúcida independencia de criterio de Isabel; la formación liberal y humanista de los profesores con los que –como veremos– compartió parte de su adolescencia, y sus primeras lecturas.1 Así, fruto de una formación sui generis, condicionada por un peculiar cruce de influencias, Hernán aprendería desde muy pronto y de manera muy personal a tomar el pulso, interpretar, proyectar a largo plazo y amar a su país y, a la vez, soñar con grandes transformaciones revolucionarias.

El lector se preguntará por qué le pusieron a Hernán un nombre tan similar al de su padre, Hernando. Isabel nunca dio una razón para justificar la semejanza de nombres. Fuera esta la que fuera, lo cierto es que ese parecido subrayaba la relación del padre con el hijo. A continuación, revisaremos las biografías de ambos progenitores, así como los desafíos de su momento histórico.

Isabel, una mujer hecha a sí misma

Isabel Zuazo Cusicanqui (La Paz, 1888-1975) nació en una familia de comerciantes acomodados. Era la cuarta hija de Héctor Froilán Zuazo Eizaguirre, propietario de un negocio de importaciones, e Isabel Cusicanqui Mostajo, descendiente de una familia de origen aymara dedicada al comercio.2 Ese apacible entorno familiar no tardaría en derrumbarse. En una sucesión dramática de acontecimientos, Isabel perdió a su padre y a su madre antes de cumplir los seis años y, siendo todavía niña, se vio separada de sus tres hermanos mayores.

Huérfanos de padre y madre, los hermanos Zuazo Cusicanqui quedaron bajo la tutela de un tío materno, el próspero comerciante Fermín Cusicanqui, pero –según recordaba Isabel– los dos chicos mayores huyeron a la entonces remota y aislada región del Beni y, cuando Isabel rondaba los diez años, la tercera hermana tomó los hábitos e ingresó en un convento de clausura en Perú. Se trataba del claustro de Santa Eufrasia, en la localidad del Callao cerca de Lima, a cargo de la congregación de religiosas del Buen Pastor del colegio Inglés Católico en el que estudiaban las dos hermanas en régimen de internado.

La partida de su hermana fue para Isabel la peor de sus pérdidas. Décadas después, cuando Isabel ya había superado la separación, escucharía de voz de su propia hermana el relato de la desgarradora despedida y el sentimiento de culpa que la acompañaría el resto de su vida por haberla dejado. ¿Por qué marcharse a un convento? A fines del XIX y principios del XX, en la sociedad paceña tradicional, la vida religiosa seguía considerándose un refugio para mujeres en circunstancias de riesgo.

En realidad, las religiosas intentaron convencer a ambas hermanas de incorporarse a la congregación del Buen Pastor. Cuando murieron sus padres, la situación económica de las hermanas Zuazo Cusicanqui no era de necesidad: su patrimonio permitió a su tutor costear la instrucción primaria de ambas en un internado de prestigio, abonar la dote para el ingreso en el convento de la hermana mayor y financiar la educación secundaria completa de la menor. Pero, al parecer, esos gastos agotaron su patrimonio y, al no tener padres o hermanos que la protegieran, su futuro rozaba peligrosamente los contornos de la miseria y la marginalidad.

A la resuelta Isabel, las monjas no le hablaron de ingresar a un claustro, sino de incorporarse a la congragación religiosa para llegar a dirigir el colegio Inglés Católico. Isabel no conocía mucho más mundo que el del internado en el que creció y se crio, pero –como ella contaba– cuando se lo propusieron, observó con nuevos ojos el espacio necesariamente cerrado delpatio del colegio y supo con certeza que aquello no era para ella.

5. Hernando Siles presidente de la República (1926-1930).

Al terminar sus estudios secundarios, empezó a asistir en calidad de oyente –puesto que las mujeres no eran aceptadas oficialmente en la Universidad– a clases de ginecología y obstetricia con el propósito de formarse como matrona. Isabel reivindicaba para ese oficio una formación académica de base científica, más rigurosa que las prácticas tradicionales habituales y, para darle esa perspectiva a su propia educación, contó con la valiosa orientación de un tío suyo, médico obstetra, el Dr. Julio Quintanilla. En paralelo, para poder mantenerse, empezó a dar clases en el colegio del que había egresado y, al llegar a la mayoría de edad, reclamó a su tutor el control de su menguada herencia. Según le habían advertido y ahora le confirmaban, su patrimonio se había agotado en su manutención por lo que solo le quedaba una propiedad en enrevesado litigio cerca a la Garita de Lima –quizá un tambo– en La Paz, e Isabel se dispuso a recuperarla. Fue entonces cuando la conocida intelectual Luisa Sánchez Bustamante, amiga suya, le recomendó acudir al bufete de Hernando Siles.

Isabel nunca habló con sus nietas sobre su relación con Hernando. No se sabe, por lo tanto, ni cuánto duró ni cuándo se conocieron. Cuadrando fechas, deducimos que tuvo que ser entre 1909 y 1911, cuando él rondaba los 28 años y ella, los 22, y sabemos por Alfonso Crespo, autor de la biografía más personal de Hernando Siles, que la relación se prolongó varios años. En todo caso, cuando Isabel y Hernando se conocieron, él tenía ya una carrera profesional brillante: era un reputado catedrático de Derecho Civil; había ganado fama como abogado, y estaba a punto o acababa de publicar los primeros tomos de sus códigos, civil y penal, concordados. En 1911, tras ser nombrado oficial mayor del Ministerio de Justicia, se instaló por fin en La Paz, pero visitaba la ciudad para atender clientes particulares desde al menos 1909. En cuanto a su perfil personal, consta, por su ascenso político posterior, que ejercía un magnetismo especial sobre la gente joven que lo seguía con entusiasmo. Rodeado de esa aura de éxito profesional y popularidad, es fácil imaginar el deslumbramiento de Isabel al conocerlo.

Por su parte, Isabel era una mujer de gran fuerza personal. Sin apoyo familiar directo, había sido capaz de sacar fuerza de flaqueza en medio de una niñez y una juventud llenas de pérdidas; tenía un carácter decidido e independiente, aspiraba a dar a su oficio una dimensión profesional que entonces no tenía y luchaba por mantenerse a sí misma. Era la cara opuesta de la mujer inerme, dependiente y recluida al ámbito de su hogar que identificaba a la mujer conservadora de entonces. No sabemos que significó Isabel para Hernando, solo que fue el encuentro de dos personalidades singulares, fuertes y hechas a sí mismas.

Y, sin embargo, a pesar del empuje de ambos, en 1913, ni uno ni otro había conseguido resolver satisfactoriamente su sustento. Como veremos luego, Hernando Siles había asumido desde muy joven la manutención de su madre y sus hermanos, pesada carga familiar que lo obligaba a simultanear trabajos y a extender sus servicios profesionales a las ciudades de La Paz, Sucre y Oruro en un incesante ir y venir. E Isabel tenía dificultades para mantenerse a sí misma. Dada su cuidada formación, no tuvo problemas en hacerse de clientela entre las clases adineradas y llegó a adquirir fama, pero los servicios de las matronas no estaban bien remunerados y, en una ciudad asediada por la pobreza, dedicaba parte de su tiempo a atender gratuitamente cuando no a ayudar con sus propios ingresos, a mujeres en situación de necesidad.3 De temperamento generoso y comprometido, siempre atenta a la realidad social que la rodeaba, no lograba entender su profesión si no era como un servicio.

Cuando Hernán nació, Isabel tenía 24 años, bregaba por su sustento y, lo más penoso en la época, era madre soltera. No estaba sola, contaba con el respaldo de familiares de segundo o tercer grado; con el refugio del círculo de amigas próximas al Partido Liberal que fundaría años más tarde el Ateneo Femenino de La Paz; y, hasta que su hijo tuvo la edad suficiente, contó con el respaldo de Hernando. Pero la sociedad paceña, pese a ser el epicentro del pensamiento liberal, continuaba apegada a la moral convencional.

El liberalismo había introducido en el debate asuntos como las relaciones Estado-Iglesia, la educación laica, la libertad de culto o el matrimonio civil, abriendo nuevas perspectivas para la mujer de clase media o acomodada de las ciudades (quedaba al margen la mujer del campo o de extracción modesta generalmente sobreexplotada). En oposición a esa corriente innovadora, el Partido Constitucional empezó a conocerse como Partido Conservador y se declaró defensor “de la religión, de la familia, de la moral y de las buenas costumbres”. Ahora bien, más allá de reformas concretas como las que se introdujeron en la instrucción escolar –que favorecerían e influirían en la formación de Hernán– y de la adopción, por parte de sectores ilustrados urbanos, de posiciones más abiertas respecto a la mujer, la sociedad boliviana preservaba su cultura religiosa tradicional, y esta era tan permisiva con los hábitos sexuales de los varones como excluyente con la mujer que no acatara o no se hubiera sometido a las convenciones respecto a la sexualidad y el vínculo matrimonial.

En las fotos de esa época, Isabel, que nunca dejó de ser creyente a su manera, posa siempre acompañada de su hijo Hernán, seria y vestida de riguroso negro –el color asignado dentro de la tradición católica al luto– quien sabe si por simple austeridad, si en memoria de sus pérdidas, como señal de inaccesibilidad a los varones, como nota de arrepentimiento, o todo ello a la vez. Y, como era de esperar en una mujer de su carácter, a partir del nacimiento de Hernán, Isabel volcó en él toda su pasión, determinación, generosidad y empuje.

Hernando, un carismático abogado llegado a La Paz

La juventud de Hernando Siles (Sucre, 1881-Arequipa 1942) tampoco fue fácil. Era hijo de Adolfo Siles Lucuy y Remedios Reyes Nestares, descendientes ambos de familias chuquisaqueñas con una extensa presencia de jurisconsultos, académicos, militares y políticos entre sus antepasados. Su padre, médico generalista de profesión, se incorporó al Partido Conservador en cuya representación primero fue nombrado “cancelario” (figura equivalente a la del rector actual) de la Universidad de San Francisco Xavier y, luego, elegido diputado y senador por la ciudad de Sucre.

Al parecer, a pesar de la categoría de esos cargos, Adolfo Siles no contaba con otro patrimonio que sus salarios ya que, al morir en 1896, su mujer y sus ocho hijos quedaron en la indigencia. La medida de la penuria económica en que se encontró la familia es que, meses después de su deceso, se vieron con los muebles en la calle con amenaza de desahucio. Impotente, la viuda se sumió en una depresión profunda y, Hernando, el mayor de los ocho hermanos, con solo 15 años, asumió la responsabilidad y –según afirmaban su madre y hermanos– la manutención de la familia.4 En una ciudad de no más de 21.000 habitantes, conservadora y orgullosa de la estirpe colonial y republicana de sus familias, uno no puede dejar de preguntarse si la vergüenza pública de los muebles en la calle no despertó la ambición y la férrea determinación de Hernando. En cualquier caso, a partir de la muerte de su padre, empezó a compaginar estudios y empleos diversos, sorprendentemente, sin mermapara su rendimiento académico.

En 1905, tras terminar sus estudios de Derecho en la Universidad de San Francisco Xavier, Hernando Siles rindió su examen de grado logrando un “aprobado sobre tablas”, calificación sobresaliente que le permitió asumir poco después la cátedra de Derecho Civil. Fue el principio de una carrera académica aparentemente imparable. En los años siguientes, publicó varios ensayos que luego se considerarían de referencia para los estudios de Derecho en Bolivia: los primeros tomos de los mencionadosCódigo Civil Concordado(Santiago de Chile, 1910) yCódigoPenal Concordado (Barcelona, 1910); más un Procedimiento Civil, una Historia de la jurisprudencia y un Derecho parlamentario de Bolivia. Por último, en 1917, fue nombrado rector de la Universidad de Sucre, la más antigua y de mayor prestigio de la república. Entonces, cuando su carrera académica parecía no tener tope, sucedió lo inesperado: en 1919, fue cesado fulminantemente en sus funciones de rector, según unas fuentes, por desavenencias con el Partido Liberal en el gobierno, según alguna otra fuente, por un escándalo de faldas. Quizá influyeran ambas circunstancias. Fue el momento en el que Hernando Siles se decidió a abandonar el mundo académico y saltar a la política.

Un país en construcción

¿En qué coyuntura dio Hernando Siles este giro profesional?

Ocupaba la presidencia el liberal, José Gutiérrez Guerra, el último de los diez mandatarios elegidos constitucionalmente, entre 1880 y 1920. La caída del Partido Liberal dio paso a décadas de inestabilidad y creciente violencia, en las que el orden vigente los últimos 40 años será cuestionado en todos sus aspectos. Para comprender la significación de ese 1920 en que Hernando Siles terció en política, a continuación, resumimos el origen y declive de la etapa histórica que estaba a punto de cerrarse.

Desde su fundación en 1825, la joven república de Bolivia había avanzado muy poco en su vertebración territorial. Dueña de un territorio tan extenso como poco poblado, con grandes zonas sin explorar, regiones incomunicadas entre sí y escasa presencia del Estado fuera de sus principales ciudades, la nación estaba dramáticamente expuesta a un enemigo interior y otro exterior: el caudillismo militar y el interés territorial de los países que la rodeaban.

Conmocionada por la pérdida de su costa marítima, en la guerra del Pacífico (1879-1884), la nación se propuso dejar atrás el militarismo que la había asolado hasta entonces, reforzando el régimen democrático de voto restringido incluido en las constituciones de la república desde 1839. Ese acuerdo tácito, que un historiador describió con humor como “acto de contrición y promesa por entrar en la vía de la legalidad y el trabajo” (Vásquez Machicado et al), dio lugar a un periodo de cerca de 40 años, dividido en dos etapas. La primera etapa, entre 1880 y 1898, con mandatarios afines al Partido Conservador y el apoyo de los grandes empresarios de la plata. Y la segunda, entre 1899 y 1920, liderada por el Partido Liberal, con el soporte de los industriales mineros del estaño. Entre esas dos etapas, la sangrienta Guerra Federal (diciembre de 1878- abril de 1879) que trajo consigo la división de la capitalidad de la república entre las ciudades de Sucre y La Paz.

Al calor del auge de las materias primas, se dio el primer gran paso de vertebración del territorio nacional y organización de su economía. Se emprendió la construcción de vías férreas destinadas a facilitar la exportación de la plata, primero, y del estaño, después; se cimentaron las primeras carreteras troncales en sustitución de los viejos caminos de trocha; se fomentaron expediciones de exploración de regiones fronterizas del norte y del sudeste; y se instalaron redes de teléfonos y telégrafos. Metidos ya en el siglo XX, los gobiernos liberales acometieron, además, la reforma del sistema de instrucción pública urbana; la fundación de escuelas ambulantes para la población indígena;5 y reformas monetarias y hacendarias que favorecieron el crecimiento de la industria ligera de La Paz, Oruro y Cochabamba. Como consecuencia de todo ello, se incrementó la población, dando lugar a la aparición de una clase media urbana ilustrada, decidida a asumir un mayor papel político, y una clase obrera que empezaba a tomar conciencia de su fuerza social. Es decir, al tiempo que aparecieron nuevos y pujantes actores sociales.

Pero el sistema de voto restringido contenía en sí mismo el fermento de su descomposición. El derecho a la ciudadanía y, por lo tanto, a elegir o ser elegido para ejercer poderes públicos, se restringía a los varones que supieran leer y escribir y tuvieran “una propiedad inmueble o una renta anual de doscientos bolivianos que no provenga de servicios prestados en clase de doméstico”. Con esa norma constitucional, quedaba excluida la inmensa mayoría de la población rural, los trabajadores de las minas, la industria ligera o el pequeño comercio; y la totalidad de las mujeres fuera cual fuera su extracción social. El reducido número de electores –poco más de 60 mil en 1920– facilitaba el clientelismo y la manipulación de los comicios, con la consiguiente distorsión de los resultados a favor de los candidatos oficiales, impidiendo la alternancia de partidos en el poder. Así las cosas, los comicios se fueron constituyendo en una fuente continuada de conflicto, agravada por la frecuencia con la que se celebraban las votaciones (municipales y legislativas, cada dos años, y presidenciales, cada cuatro).

Hacia 1915, parlamentarios de la oposición al gobierno liberal intentaron fundar un nuevo partido: el Partido Republicano. La respuesta del entonces presidente, Ismael Montes, fue decretar el estado de sitio y desterrar a sus dirigentes. A partir de ese año, la violencia en los comicios solo iría a peor; liberales y republicanos recurrirían a la agitación de masas, y abundarían las agresiones, arrestos y golpizas.

El Partido Republicano y Hernando Siles

Hernando Siles se incorporó al Partido Republicano en febrero de 1920, cuando el gobierno de Gutiérrez Guerra se encontraba ya en notoria descomposición.6 Mientras el partido gobernante se enfangaba en peleas intestinas, la oposición republicana tuvo que enfrentarse a la disyuntiva de lograr el reemplazo del Partido Liberal a través de un sistema electoral en el que no confiaba, o forzar su caída a través de un golpe de Estado. En este último caso, el nuevo gobierno retomaría la legalidad convocando elecciones para la formación de una convención nacional constituyente.7 El riesgo: la reintroducción del militarismo en la escena nacional y la tergiversación de los mecanismos institucionales formales. El Partido Republicano y Hernando Siles optaron por la vía del golpe.

Desde su afiliación al partido, la presencia de Hernando Siles en el republicanismo tuvo gran relevancia. Cuatro meses después de que se conociera su incorporación, Siles fue el encargado de dirigir el golpe para deponer al presidente Gutiérrez Guerra en julio de 1920; luego, tuvo un papel destacado en la Convención Nacional que proclamó a Bautista Saavedra presidente; en 1922, ocupó por pocos meses los ministerios de Instrucción Pública y de Guerra; y, a fines de ese mismo año, retornó al Congreso para asumir la jefatura de la bancada parlamentaria republicana donde permaneció hasta 1924. Ese recorrido le proporcionó gran visibilidad pública ganándole adeptos dentro y fuera de su partido hasta convertirlo en una figura claramente presidenciable.

¿Cómo fue la presidencia de Saavedra? De personalidad férrea, gran liderazgo y demostrada valía intelectual, Bautista Saavedra era el líder preciso para la era de cambios que se avecinaba. Nacido en 1870 en la localidad de Sorata, hoy capital de una fértil provincia del departamento de La Paz, políticamente representaba a la población cholao mestiza de la que provenía. Su gobierno (1921-1925) otorgó un nuevo protagonismo a los llamados –por la propaganda republicana– “buenos cholos de Saavedra”, afirmándolos como un contrapoder de la vieja oligarquía y un codiciado grupo de presión. Contando con esa fuerza social, su gobierno dictó las primeras leyes laborales a favor de los trabajadores industriales, y pudo hacer frente a la penuria fiscal con una subida generalizada de impuestos que, por primera vez, afectó los intereses de la gran minería.

Pero la presión reivindicativa generalizada, el olvido persistente de la miseria y servidumbre del indio, y la asfixia económica del fisco (en un marco de volatilidad del precio del estaño), abonarían un clima de dura confrontación social. A lo largo de los casi cinco años que duró su mandato, detonaron rebeliones de gravedad en tres sectores sociales clave: el levantamiento indígena de Jesús de Machaca de 1921, la huelga de los trabajadores mineros de Uncía de 1923 y la rebelión independentista de Santa Cruz de 1924, todo ello sofocado con profuso derramamiento de sangre. Al mismo tiempo se sucedieron conspiraciones y alzamientos militares. Como se temía, el golpe de julio de 1920 había abierto la caja de Pandora de los levantamientos castrenses, de momento, con poca repercusión.

El suyo fue un gobierno de mano dura. En los primeros días de su presidencia, Saavedra dio estatus legal a una fuerza paramilitar, la Guardia­ Republicana, cuyos efectivos estaban mejor armados y remunerados que los del Ejército. En torno a esa guardia organizó una extensa red de delato­res; y, más adelante, recurrió al estado de sitio para justificar el envío de tropas a focos conflictivos, clausuras de prensa y detenciones. Todo ello dio a su mandato un perfil que sus contemporáneos calificaron de caciquil o “caudillesco” en el que hoy reconocemos una clara evolución autoritaria.

La ruptura entre Bautista Saavedra y Hernando Siles era previsible. En 1924, cuando una treintena de parlamentarios republicanos jóvenes –los llamados entonces “silistas”– proclamó la candidatura de Siles para las elecciones presidenciales de 1925, el presidente Saavedra maniobró para alejarlo del país con una misión oficial y luego le prohibió el retorno dejándolo de factoen el exilio.

Finalmente, en las elecciones de 1925, el Partido Republicano presentó la candidatura de un hombre de confianza del presidente, Gabino Villanueva, quien fue elegido en unas elecciones particularmente violentas. Pero el presidente Saavedra empezó a ver complots en todas partes. Molesto por unas declaraciones del candidato electo, días antes de la transmisión del mando, forzó la anulación de las elecciones. La indignación social por esta última cacicada presidencial –la gota que colmó el vaso– arreció en el país y el republicanismo se sumió en el caos. En esas circunstancias de alta volatilidad, los silistas del partido presionaron para que Hernando Siles volviera del exilio y fuera nominado candidato presidencial. Ningún otro partido se presentó a las elecciones. Así, en una rocambolesca vuelta de tuerca, Siles volvió del exilio a ser nominado candidato del oficialismo y, de ahí, a ser investido presidente el 10 de enero de 1926 –en palabras de Alcides Arguedas– “aclamado por tirios y troyanos”. Efectivamente, para los partidos viejoso tradicionales, este candidato representaba la posibilidad de concertación en momentos de incertidumbre y, para las nuevas generaciones, la esperanza de romper con el pasado: aparentemente, la cuadratura del círculo.

La presidencia de Hernando Siles y sus lecciones

Seguro de su amplio respaldo social y de haber ganado la partida a Bautista Saavedra, antes de cumplir el primer año de gobierno, el nuevo presidente exilió al viejo caudillo y rompió con el conjunto del Partido Republicano, llevándose tras de sí a su sector joven. En paralelo, mientras la ruptura con Saavedra y su partido se iba gestando, fue tomando forma en torno a Hernando Siles un peculiar partido político de composición generacional e intelectual:8 el Partido Nacionalista. Integrado por jóvenes nacidos en torno al cambio de siglo, entre 1895 y 1905, este colectivo urbano, instruido, consciente de su peso social y diverso ideológicamente, compartía, a pesar de su heterogeneidad, el malestar con el orden tradicional, la hostilidad hacia la oligarquía y un creciente escepticismo respecto a las instituciones de la democracia vigente, que compartían con los jóvenes provenientes del republicanismo que apoyaban a Siles. Respecto a los últimos, los cronistas señalan que algunos no solo se acogieron al liderazgo político del presidente, sino que formaron una camarilla en torno al mandatario que sería decisiva en el paulatino aislamiento y la deriva autoritaria de su gobierno.

Para el adolescente Hernán, que seguía junto a la lúcida y despierta Isabel los avatares de su padre, observar a sus colaboradores, con sus errores y aciertos, lealtades y deslealtades, le ayudaría a orientarse en el confuso panorama político de la posguerra del Chaco, en el que varios de ellos tuvieron un papel preponderante.9 Y aprendería algo más. Hernán comprendería la fragilidad de un gobierno sostenido exclusivamente por estratos medios ilustrados carentes de un apoyo popular estructurado, leitmotiv de sus primeros años de acción política.10

El primer rescate económico de Bolivia

Al asumir Hernando Siles el gobierno, en enero de 1926, el país se encontraba atenazado por dos problemas de extrema gravedad: por un lado, la quiebra inminente del tesoro público, que en el plazo de pocos meses se vería sin recursos para hacer frente a los gastos corrientes del Estado; y, por otro, el peligro también inminente de un conflicto armado con Paraguay por los territorios del Chaco. La nación, con un pie en la guerra, estaba en bancarrota.

En cuanto a la asfixia fiscal, el presidente inició negociaciones con la banca de inversiones Dillon Reed de Nueva York para refinanciar la deuda externa y, como parte de ese plan, contrató al profesor de la Universidad de Princeton Edwin Kemmerer, para la reorganización global del sistema monetario y financiero del país. Eran tiempos en que el gobierno estadounidense encargaba los rescates financieros en su área de influencia a su banca privada.

La deuda pública había crecido hasta desbordar las posibilidades de pago de Bolivia, en buena parte debido a las condiciones leoninas en que el país adquirió un empréstito en 1922.11 Para reducir lo que hoy llamamos el “riesgo país”