Superar el pasado - Patricia Thayer - E-Book
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Superar el pasado E-Book

Patricia Thayer

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Beschreibung

Quinto de la serie. Allie, una madre soltera, había sido contratada para dar un curso de acolchado en el rancho A Bar A. Nada más llegar, un vaquero muy serio la acusó de estar en una finca privada sin autorización. Y Allison decidió que no quería saber nada del arrogante señor Casali.Pero cuando su hija, que llevaba un año sin hablar, le dedicó a Alex su primera palabra, Allie empezó a preguntarse si detrás de sus ojos grises podía haber más de lo que parecía a primera vista.

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Seitenzahl: 173

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. SUPERAR EL PASADO, N.º 49 - noviembre 2010 Título original: The Cowboy’s Adopted Daughter Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9268-1 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

CAPÍTULO 1

ALEX Casali, subido a su semental, Diablo, observó el pasto donde pacían trescientas cabezas de excelentes vacas Hereford. Un par de meses más y el ganado volvería a trasladarse y los animales que tuviesen un año serían enviados al cebadero.

Cambió de postura en la silla y miró hacia la zona montañosa. Cada estación del año tenía una rutina que hacía que su vida se mantuviese ordenada. Observó los cientos de hectáreas que formaban su rancho. En Texas, aquella granja de ganado se consideraba de tamaño normal, lo que no eran normales eran los animales de pura raza que se criaban en el rancho A Bar A. Alex había trabajado en varios ranchos antes y había ahorrado todo lo que había podido para comprar el suyo propio. Poco a poco, había reformado aquel rancho medio derruido que había comprado en una subasta hasta ponerlo a su gusto. Después de diez años y muchas inversiones, había levantado un imperio.

Apoyó el brazo en el cuerno de la silla. Aun así, la Empresa de Ganado Casali no era suficiente para satisfacerlo. Había empezado a criar caballos unos años antes y en esos momentos tenía entre manos una nueva aventura: un rancho para huéspedes. Miró más allá de la arboleda, hacia la docena de cabañas que pronto estarían ocupadas por extraños.

Todavía no sabía cómo había permitido que Tilda lo convenciese para meterse en aquel proyecto. No obstante, a la que había sido su ama de llaves, y que en esos momentos era su socia en el rancho para huéspedes, se le habían ocurrido varias ideas buenas para estimular los ingresos a lo largo de los años. Aun así, lo que más le gustaba a él de aquella vida seguía siendo la soledad, no tener que estar rodeado de demasiadas personas. A excepción de su hermano, Angelo, prefería no tener a nadie más cerca.

Diablo se movió con impaciencia y Alex tiró de las riendas para controlarlo. Fue entonces cuando vio que un vehículo se acercaba hacia su casa por la carretera principal.

No reconoció el coche. Eso quería decir que, fuese quien fuese, no tenía por qué estar en sus tierras.

Allison Cole miró por la ventanilla mientras entraba con su pequeño todoterreno en el rancho A Bar A. La carretera estaba bordeada de cedros y robles y a su lado había una valla de un blanco inmaculado tras la cual pastaban tranquilamente unos caballos.

–Es un lugar muy bonito, ¿verdad, Cherry?

Miró por el espejo retrovisor y vio a su hija observando el paisaje desde su sillita. La mayoría de los niños de cuatro años hacían muchas preguntas. Cherry, no. Y Allison echaba de menos escuchar su vocecita. A excepción de cuando gritaba por las noches, Cherry no había vuelto a hablar desde el accidente. Ni tampoco había vuelto a caminar.

Cuando Tilda Emerson la había llamado esa mañana, Allison no había podido rechazar su interesante invitación. Había ido por su hija, además de por el nuevo negocio que estaba intentando levantar en la ciudad, su tienda de edredones, Blind Stitch. Así que lo había dejado todo, había metido a Cherry en el coche y había ido en busca de Tilda.

Hacía mucho tiempo que no se tomaba una tarde libre. Sin pensarlo, aparcó el coche a un lado de la carretera, donde había varios caballos y yeguas pastando.

–Cherry, ¿quieres ver un caballo?

Haciendo caso omiso del silencio de la niña, Allison salió y sacó a su hija para llevarla en brazos hasta la valla.

Le alegró ver que ésta se aferraba a ella y observaba a los animales. Hacía mucho tiempo que no mostraba tanto interés por algo.

–¿Ves al bebé? –le dijo.

–¿Qué cree que está haciendo?

Allison se giró al oír aquella profunda voz y vio a un hombre alto subido encima de un enorme caballo. Con la luz del sol de frente, sólo pudo ver su silueta, sus anchos hombros y un sombrero de vaquero.

Era difícil no sentirse intimidada.

–Lo siento. ¿Qué ha dicho?

El semental negro caminó de lado y respiró con fuerza.

–Está usted en una propiedad privada –contestó el hombre–. No se puede entrar sin autorización.

–Me han invitado a venir. Tengo una reunión de negocios con Tilda Emerson.

Aunque no pudo ver los ojos del hombre, Allison supo que la estaba estudiando con la mirada.

–Está en la casa. Le sugiero que no la haga esperar.

Y dicho aquello, hizo girar al caballo y se marchó.

–Que hombre tan poco simpático –murmuró ella.

Volvió a sentar a Cherry en su sillita y arrancó el coche mientras pensaba que tal vez no hubiese sido tan buena idea ir allí.

Pasó por delante de varios edificios, incluido un gran establo rojo y un corral. Y entonces vio la casa de dos pisos, de ladrillo y madera. Los muros eran blancos y las contraventanas negras, y el porche que la rodeaba estaba adornado con jardineras llenas de flores.

–Muy bonita –murmuró de nuevo, recordando la lujosa casa que había dejado en Phoenix.

Tal y como le había dicho la señora Emerson, fue a aparcar frente a la puerta trasera.

Apagó el motor y se giró hacia Cherry.

–No vamos a quedarnos mucho rato, cariño –alargó la mano y le retiró los rizos de color rubio rojizo de la cara. Dos enormes ojos azules la miraron, pero su hija no respondió, sólo giró la cabeza y miró por la ventanilla.

Allison miró más allá de un gran roble y vio un caballo pastando al lado de la valla.

–Mira, Cherry, otro caballo.

Salió del coche justo en el momento en que una mujer salía de la casa. Tenía unos sesenta años, era alta y delgada e iba vestida con vaqueros y una colorida blusa.

–¿Señora Emerson?

La mujer de pelo cano sonrió.

–Sí, soy Tilda. Y tú debes de ser Allison Cole. Me alegro de que hayas podido venir.

Se dieron la mano.

–Has despertado mi curiosidad con tu propuesta. Me gustaría saber algo más.

–Bien. ¿Te ha costado trabajo llegar?

Allison se acordó del vaquero.

–Me he encontrado con uno de los trabajadores del rancho y me ha indicado –se giró hacia el coche–. Espero que no te importe que haya traído a mi hija.

Tilda hizo un ademán. –Por supuesto que no. Vamos a sacarla del coche, hace mucho calor. Allison dudó, abrió el maletero y sacó una pequeña silla de ruedas de él.

–Voy a instalar a Cherry y podremos hablar.

–Deja que te ayude –se ofreció Tilda.

Sacaron la silla entres las dos y Allison levantó a su hija para sentarla en ella. Tilda las condujo hasta un patio que estaba a la sombra, justo debajo del porche delantero.

–Cherry, es un nombre muy bonito y tú eres una niña muy guapa –le dijo–. ¿Te gustan los animales? –aunque no obtuvo respuesta, continuó–: Eso espero, porque tenemos muchos por aquí.

Como por arte de magia, un enorme perro se paseó por delante de ellas, seguido por otro más pequeño.

–El grande se llama Rover –comentó Tilda, acariciando al gran labrador–. Y, el pequeño, Pete. Les gusta que los acaricien los niños.

Rover se acercó a la silla de ruedas y apoyó la cabeza en el brazo.

A Allison le sorprendió ver que su hija ponía la mano en el animal. Pete también quiso recibir atención y se apoyó en las patas traseras para acercarse. Cherry lo acarició.

Su madre le sacó un vaso de limonada y después entró de nuevo a la cocina con Tilda.

–Debería traer a Cherry.

–Dudo que quiera separarse de sus nuevos amigos. Relájate, podemos verla desde la ventana. Rover y Pete cuidarán de ella.

Allison asintió y se sentó junto a la ventana. Después, miró a Tilda.

–La casa es preciosa.

–Gracias, pero no es mía. Ya no. Cuando mi marido falleció, hace doce años, me di cuenta de que no podía llevar el rancho sola, ni podía permitirme contratar a nadie. Me sentía muy cansada. Al final se lo quedó el banco, lo subastó y lo compró Alex Casali.

–Lo siento, debió de ser horrible.

–Fue lo mejor. Además, Alex me pidió que me quedase. Me ocupé de la casa y lo ayudé con la contabilidad. Y él ha conseguido muchas cosas en los últimos diez años. Reformó la casa, construyó un establo nuevo y otras naves para su ganado. Me gusta pensar que yo lo ayudé –sonrió–. Ahora soy su socia en este proyecto nuevo del rancho de huéspedes.

–Tengo que serte sincera, Tilda. Tal vez no tenga el tiempo necesario para este proyecto –Allison sabía que no podía desperdiciar la oportunidad–. No puedo dejar de atender a mi hija.

La otra mujer asintió.

–Espero que podamos llegar a un acuerdo, porque creo que eres perfecta para lo que tengo en mente.

En los establos, Alex le dio las riendas de Diablo a Jake, uno de los trabajadores del rancho, antes de ir hacia la casa. Fue entonces cuando vio el coche de aquella mujer aparcado en la parte trasera. Estupendo. Debía de tratarse de la decoradora de las cabañas. ¿Para qué iban a decorar unas cabañas? No quería tener que escoger colores ni cortinas. Se limitaría a entrar, saludar a la impresionante pelirroja de increíbles ojos verdes y luego se marcharía a su despacho.

Era fácil.

No era la primera vez que se sentía atraído por una mujer, pero cuando le ocurría, siempre pasaba de largo. Sobre todo, si la mujer llevaba la palabra «compromiso» escrita en la frente. Y aquélla tenía una hija.

Había empezado a subir las escaleras del porche cuando vio una silla de ruedas vacía cerca de la verja. Se acercó y vio a los perros, y a Buckshot, que estaba al otro lado de la verja. No había nada de extraño en aquello, salvo que no estaban solos. Estaban con la niña.

–¿Qué demonios…? –se acercó y vio a la niña sentada en el suelo, cerca de la verja. El viejo Buckshot había bajado la cabeza para que la niña le acariciase el morro.

Aquello no era buena idea.

–Vaya.

La niña lo oyó, se giró a mirarlo y le sonrió. Su cabeza estaba cubierta de tirabuzones dorados y rojizos.

–Caballo –dijo la niña en un susurro.

A él se le hizo un nudo en el estómago.

–Sí, es un caballo –le dijo, acercándose despacio para no asustarla–. ¿Qué te parece si te levanto para que puedas acariciarlo mejor?

Le sorprendió que la niña levantase los brazos hacia él y tuvo una sensación extraña al tomarla, como si no pesase nada. Una vez en sus brazos, sana y salva, la acercó al caballo para que pudiese acariciarlo.

–Se llama Buckshot. Le gusta que lo acaricien aquí –le dijo, tomando su minúscula mano y poniéndola en la cabeza del animal.

La niña rió, volviendo a causar una sensación extraña en su pecho.

De repente, oyó un grito de mujer.

–¡Cherry!

Alex se giró y vio cómo la madre de la niña salía corriendo de la casa. Al llegar a su lado se dio cuenta de que su cabeza sólo le llegaba al pecho.

–Cherry –le quitó a la pequeña de los brazos–. ¿Estás bien?

A Alex no le gustó cómo lo miraba.

–Lo está gracias a mí.

–No me parece bien que traiga a mi hija aquí sin mi permiso –replicó ella.

–Señora, yo no la he traído –contestó él, señalando el suelo–. Me la he encontrado aquí, con Buckshot.

–Eso es imposible. Cherry no camina. Alex miró a la niña y se preguntó qué habría pasado. –Bueno pues, en cualquier caso, no he sido yo quien la ha traído aquí.

–¿Entonces, cómo ha venido?

–Pregúnteselo a ella.

A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Me encantaría, pero hace un año que tampoco habla. –A mí me ha hablado –le dijo él. Los dos miraron a la pequeña. –¿Cherry? ¿Te gusta el caballo? –le preguntó su madre.

La niña miró al animal, pero no respondió.

Por fin apareció Tilda. Alex se preguntó dónde se había metido.

–Lo siento, pero me habían llamado por teléfono. ¿Va todo bien?

–Me parece que su trabajador y yo tenemos una pequeña discrepancia. En referencia a algo de lo que no tiene ni idea.

Alex se negó a dejarse acosar por aquella mujer.

–Tal vez no conozca a su hija tan bien como cree.

–¿Cómo se atreve?

Tilda intervino.

–¡Ya vale! Es culpa mía. He sido yo la que ha dicho que la niña estaría bien sola en el patio –parecía preocupada–. Lo siento, Allison, no pensé que fuese a alejarse.

Alex miró a la mujer, que seguía pareciéndole muy atractiva.

–Le agradecería que, a partir de ahora, no se separase de su hija. Un rancho no es el mejor lugar para dejar a un niño sin vigilancia.

Allison se giró hacia Tilda.

–¿Cómo aguantas esto?

–A veces, es difícil –respondió ella conteniendo una sonrisa–. Allison Cole, te presento a Alex Casali, el dueño del rancho.

A Allison no le gustó aquel hombre tan seguro de sí mismo. Como tampoco le gustó que le pareciese tan guapo. Era alto, musculoso y duro, y tenía unos penetrantes ojos grises.

–¿Se ha quedado sin habla, señora Cole?

Allison pensó que también era arrogante.

–Sólo me preocupo por mi hija, señor Casali. Suele ser tímida con los extraños.

Él se echó el sombrero hacia atrás, dejando al descubierto su pelo castaño.

–Eso es comprensible –miró a Cherry y su expresión se suavizó–. Lo que está claro es que no le dan miedo los animales.

Cherry gruñó y señaló a Buckshot, y luego alargó los brazos hacia Alex Casali.

Su madre intentó sujetarla, pero la niña se había lanzado hacia él con tanta fuerza que Alex tuvo que tomarla en brazos.

–¿Le importa? –le preguntó a Allison.

Ésta negó con la cabeza. Era la primera vez que veía responder así a su hija después del accidente.

–Por favor, tenga cuidado con ella.

–Por supuesto.

Allison observó cómo se la llevaba hasta donde estaba el caballo. Tilda se acercó a ella. –No te preocupes por el viejo Buckshot –le dijo–. Era el caballo de mi marido y no hace nada, le hemos dejado que termine sus días pastando. Y, además, Cherry está en buenas manos.

–Los caballos son tan grandes…

–Tienes razón. A pesar de que Buckshot es un animal manso, sigue siendo grande, pero Alex se ocupará de que no le pase nada –luego señaló con la cabeza hacia los dos perros–. Tu hija ha hecho muchos amigos hoy.

Allison no estaba mirando al caballo ni a los perros, sino al hombre que tenía en brazos a Cherry. A pesar de ser grande, la trataba con cuidado. Y, lo que era más importante, Cherry parecía confiar en él. Aunque ninguna de las dos tenía motivos para confiar en ningún hombre.

–Alex es un poco brusco a veces –comentó Tilda–, pero tiene buen corazón. Y lo principal es que Cherry lo piense.

Antes de que a Allison le diese tiempo a contestar, el ranchero se giró y empezó a andar hacia ellas. Su hija tenía la cabeza apoyada en su ancho hombro y los ojos cerrados.

–Creo que está cansada.

–No me extraña, con lo bien que se lo ha pasado –comentó Tilda–. Vamos a tumbarla dentro. Allison dudó. –Tal vez deberíamos volver a la ciudad. Tilda negó con la cabeza. –¿Para qué la vas a meter en el coche ahora?

La tumbaremos en una cama y terminaremos de hablar. Sin que nadie le diese permiso, Alex Casali fue hacia la casa. Allison corrió tras él.

–No he dicho que sí.

–No sé de dónde viene usted, pero aquí en Texas no se rechaza jamás una invitación –mantuvo la mano en la espalda de la niña y siguió andando–. A mí me da igual que se quede o no, pero para Tilda es importante su visita.

–Y para mí también –admitió ella.

–En ese caso, ya está arreglado. Quédese y hable con Tilda.

–Sólo me preocupo por mi hija, señor Casali, ha pasado un año muy duro.

–Soy Alex. Y ya me he dado cuenta, pero también he visto que se ha divertido mucho aquí.

En eso tenía razón.

–Está bien, nos quedaremos.

Entraron en la casa y Tilda los guió hasta una habitación con una cama de matrimonio. Allison observó cómo el hombre dejaba a su hija en ella con cuidado. Cuando se apartó, ella la puso de lado y la tapó con una manta fina, después le apartó los rizos de la cara y, cuando se giró, el ranchero ya se había marchado. Siguió a Tilda hasta la cocina. Él tampoco estaba allí y a Allison le sorprendió sentirse tan decepcionada.

CAPÍTULO 2

ALLISON se acercó a la mesa de la cocina. Sabía que Tilda quería hablar de negocios, pero ella tenía la mente en otra parte. ¿Adónde se había marchado Alex Casali? ¿Volvería para participar en la conversación? Y, todavía más importante, ¿quería aquel hombre que ella estuviese allí?

Tilda llevó a la mesa dos vasos de limonada fresca.

–Oiremos a Cherry si se despierta, así que siéntate y relájate.

–Gracias –Allison dio un trago.

La otra mujer se sentó frente a ella.

–Supongo que la primera impresión no está siendo demasiado buena.

–No es culpa tuya, Tilda. Tenía que haberte explicado la situación y haberte pedido que nos viésemos en la tienda. Es más fácil para Cherry.

–Espero que no te importe que te lo pregunte, pero ¿siempre ha estado en silla de ruedas?

–No. Tuvo un accidente de tráfico el año pasado y no ha vuelto a andar desde entonces.

–Debió de ser muy duro para las dos –comentó Tilda, poniendo su mano sobre la de ella.

Allison tragó saliva. Se sentía muy cómoda con aquella mujer. Desde la muerte de su abuela no había tenido con quién hablar.

–Durante un tiempo fue horrible. Aunque la operación salió bien, necesita mucha terapia. Y, aun así, no hay garantías de que vaya a recuperarse por completo.

Tilda sonrió con tristeza.

–Bueno, siempre que haya esperanza… Parecía contenta con los animales. Allison sacudió la cabeza, sorprendida. –No lo entiendo. Normalmente sólo quiere estar conmigo.

–Tal vez Alex sea parco en palabras, pero es el mejor con los animales… y parece ser que con los niños también.

Con los adultos no, eso estaba claro.

–Si no te gusta mi pregunta, dime que no me meta donde no me llaman, pero ¿dónde está el padre de Cherry?

–Ya no vivimos juntos –se limitó a responder ella.

–Ser madre soltera es muy duro.

–Yo sólo quiero que Cherry vuelva a ser una niña normal, feliz –sintió ganas de llorar–. No ha vuelto a hablar desde el accidente.

Tilda suspiró.

–Pobrecita.

Allison pensó en cómo se había lanzado a los brazos de Alex Casali. Un extraño y un hombre, ni más ni menos.

–Pues, al parecer, Rover, Pete y Buckshot han conseguido obtener alguna respuesta de ella. Puedes traerla siempre que quieras. Si decides hacer el taller de acolchado podría pasar tiempo con ellos todos los días.

–Ah, Tilda… No sé cómo voy a dar el taller y ocuparme de mi hija al mismo tiempo. Y luego está la tienda.

–Por Cherry no te preocupes. Puede quedarse con nosotras. Y con respecto a la tienda, ¿no puede ocuparse de ella Mattie durante algunos días?

Allison había tenido la suerte de encontrar a Mattie Smyth, una viuda con mucho tiempo libre. Y la oferta de Tilda era tentadora.

–Cinco días es mucho tiempo.

Tilda se inclinó hacia delante.

–Podríamos adaptarnos, si fuese necesario. Mira, Allison, lo cierto es que el rancho de huéspedes Hidden Hills es una empresa nueva. Digamos que a Alex no le gustaba la idea de que trajésemos a gente de fuera. Él prefiere su ganado y sus caballos. Yo, además de pensar en el dinero que vamos a ganar, quiero disfrutar de tener gente por aquí. Y lo cierto es que Alex también lo necesita.