Queridos enemigos - Patricia Thayer - E-Book

Queridos enemigos E-Book

Patricia Thayer

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Beschreibung

Por culpa de una vieja enemistad entre familias, Shane Hunter sabía que el padre de Mariah jamás dejaría que su bella hija se acercase a un Hunter… especialmente si se trataba del muchacho rebelde que había huido de allí hacía años. ¿Qué hacía entonces la hermosa Mariah en su trabajo, provocando más problemas de los que podía resolver? Lo único seguro era que esa vez Shane no estaba dispuesto a dejar que nadie lo obligara a huir. Y después de trabajar codo con codo con Mariah Easton, sabía que se enfrentaba a una dura batalla. Pero iba a hacer todo lo que fuese necesario para convertir a su enemiga… en su esposa.

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Seitenzahl: 198

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Patricia Wright

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Queridos enemigos, n.º 2157 - septiembre 2018

Título original: Familiar Adversaries

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-630-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SI NO era ése el peor día de su vida, le faltaba muy poco.

El lunes por la mañana temprano, Shane Hunter salió de la carretera principal para tomar el camino sin asfaltar. De inmediato la deficiente suspensión del viejo vehículo lo hizo ir dando botes en su asiento. Levantó el pie del acelerador y sorteó los baches. Cuando vio el panel publicitario en el que ponía Paradise Estates con letras llamativas dio un suspiro de satisfacción. En una esquina, en letra más pequeña, se podía leer: Por Hunter Construction. No podía evitar sentir orgullo. Apenas hacía dos años que había puesto en marcha la empresa, y actualmente se encontraba construyendo la primera fase de la urbanización más moderna de Haven, en Arizona. Treinta y cinco viviendas individuales. Hasta el último céntimo del dinero que tenía o que pudo tomar prestado estaba destinado a ese proyecto. Y si la buena suerte continuaba, Hunter Construction seguiría adelante.

Su vida sería casi perfecta tan sólo con no tener que trabajar para Kurt Easton. No había ningún habitante de Haven que no hubiera oído hablar de la rencilla existente entre la familia Easton y los Hunter.

Desde el principio, Easton había hecho todo lo que había podido para alejar a Shane del proyecto, sobre todo después de que la obra sufriera por dos veces actos de robo o vandalismo. La primera vez no tuvieron pérdidas muy importantes, pero en el segundo incidente habían robado parte del material. Shane contrató más seguridad, pero Easton no estaba satisfecho. Éste había convencido a los promotores para contratar un gerente para el proyecto, que pudiera ocuparse de que los plazos se cumplieran y vigilar a Shane.

Shane pasó conduciendo por delante de la primera fila de las estructuras de dos pisos levantadas. Más abajo había madera y otros materiales de construcción apilados tras una alambrada. Continuó hasta la caseta oficina, donde se encontró a sus obreros inactivos, afuera. Shane miró su reloj. Eran más de las siete de la mañana. ¿Qué estaba pasando? Sus obreros sabían el trabajo que tenían que hacer. El viernes anterior había dado al jefe de obra la lista de cosas para hacer. Aparcó su vehículo, se bajó y se dirigió directamente al encargado de los montadores de estructuras, Rod Hendon.

–Rod, ¿por qué no están todos trabajando?

El encargado movió la cabeza de un lado a otro.

–No es cosa mía, Shane. El gerente del proyecto dijo que esperáramos hasta que tú vinieras.

A Shane le dio un vuelco el estómago, y tuvo que esforzarse para mantener la calma. A Easton le encantaría verlo enrabietado por eso.

–¿Dónde está el gerente del proyecto?

Rod señaló la caseta.

–Dentro. Y ya te digo que no te va a gustar lo que vas a encontrar.

Shane no lo dudaba, no en vano durante el fin de semana su hermano, Nate, lo había convencido de que tenía que mantener la cabeza fría si quería acabar esa obra. Shane se fue resuelto hacia la caseta. Muy bien, trabajaría con un gerente, pero primero tenía que dejar unas cuantas cosas claras, y cuanto antes, mejor.

Shane subió los escalones de madera, abrió la puerta y entró.

–¿Qué diablos le da derecho a impedir que mis obreros empiecen a trabajar?

Se quedó de piedra cuando encontró a una mujer, y no a un hombre, sentada a la mesa de él.

Se trataba de una belleza de pelo castaño rojizo, de piel blanca y sedosa, con una amplia e incitante boca cuyos labios invitaban con ahínco al beso. Y cuando levantó la cabeza para mirarlo con esos grandes ojos verdes, a él sólo le quedó suficiente aliento para exhalar su nombre.

–Mariah…

–Hola, Shane –dijo con esa voz ligeramente ronca que en los últimos doce años él nunca había podido sacarse de la cabeza–. Ha pasado mucho tiempo.

No era lo suficiente para olvidar. Shane la miraba mientras ella se acercaba bordeando la mesa. Con una estatura de un metro setenta y seis, Mariah Easton era pura perfección. Llenaba de manera apropiada unos vaqueros claros. Demasiado apropiada. Llevaba una camisa de batista holgada que revelaba su delicada figura al mismo tiempo que escondía la generosa curva de sus pechos. Pero él sabía que eran profusos y exuberantes. «Quieto. No caigas en los recuerdos ahora. Sólo te traerán problemas». Movió la cabeza de un lado a otro y volvió al presente.

–Si estás buscando a tu padre, no está aquí.

Mariah negó con la cabeza, haciendo que su suelta melena rozara sus hombros.

–Ya he hablado con mi padre esta mañana. Habría estado aquí, pero le dije que quería ocuparme de esto personalmente.

A Shane no le gustaba cómo sonaba eso.

–¿Ocuparte de qué?

–Soy la nueva gerente del proyecto.

Para Shane era el peor día de su vida.

–No me lo puedo creer.

Él sabía que Easton podría jugar sucio, pero lo que no esperaba era que permitiera a su preciosa hija acercarse a menos de tres metros de un Hunter, sobre todo del chico malo de los Hunter al que había repelido años atrás.

 

 

A pesar de que Mariah había tenido una semana para preparar ese encuentro, todavía estaba nerviosa. Trabajando en el negocio de la construcción se había llegado a acostumbrar a que los hombres le clavaran la mirada, e hicieran comentarios fuera de tono, pero ese hombre la podía hacer abochornarse con tan sólo una mirada. ¿Cómo había permitido que su padre la convenciera para eso? Lo último que necesitaba era a Shane Hunter otra vez en su vida. En cualquier caso, ¿cuántos rechazos podría soportar una mujer?

Intentaba no mirarlo, pero con Shane siempre había sido difícil resistirse. Medía un metro noventa y dos de estatura y era de complexión robusta. Los años de duro trabajo no habían hecho más que templar sus músculos. Pero lo que podía hacer que ella se derritiera en el acto eran sus ojos azul oscuro y esa sonrisa pícara. Tenía que encontrar la manera de no pensar en lo sexy que era y centrarse en el trabajo.

–Si te apetece ver mi currículum… –levantó la carpeta de la mesa y se la dio a él–. Acabo de terminar un proyecto de gran magnitud en Fénix. Puedes llamar a mi padre. Él te puede decir que sus socios me aceptaron para el puesto –tomó aire para tratar de aminorar su rápido pulso–. Parece ser que compartiremos esta oficina.

–Ahora ya sé que tu padre está loco –declaró él, sin abrir la carpeta–. Ya hemos tenido suficientes contratiempos, y tenerte a ti supervisando a mis hombres no va a ayudar. ¿Cómo crees que van a reaccionar contigo intentando tomar el control?

La rabia de Mariah se dejaba sentir, pero la contuvo. Había trabajado muy duro para ganarse una buena reputación en el negocio inmobiliario.

–No estoy intentando tomar el control. Estoy aquí para hacer que las cosas vayan mejor. Y en el pasado me he dado cuenta de que es la actitud de su jefe lo que hace que a los hombres no les guste tener a una mujer en la obra. Como jefe, tienes que dar ejemplo. Si tú dejas claro que entre nosotros hay una buena relación de trabajo, tus trabajadores seguirán tu ejemplo de trato conmigo.

Él no parecía convencido todavía.

–Además, eres la hija de uno de los promotores.

–Mira, Shane, sé que mi padre y tú nunca os habéis llevado bien, pero por el bien de este proyecto necesitamos llegar a un acuerdo.

–¡Vaya una idea! Un Hunter y una Easton trabajando juntos.

Mariah sabía que su padre durante años había guardado rencor a la familia de Shane. ¿Era pedirles mucho que dejaran a un lado sus sentimientos personales?

–Shane, si yo no hubiera aceptado este trabajo, habrían encontrado a otra persona. No pasaría mucho tiempo antes de que se extendiera el rumor de que es difícil trabajar con Hunter Construction, sobre todo con los problemas que has tenido últimamente.

Los ojos de él echaban chispas.

–No somos distintos de cualquier otra obra de esta envergadura. Puede haber robos y los chavales se meten a escondidas y destrozan lo que pillan. Las pérdidas no han sido muy graves.

Mariah se sentó en el borde de la mesa.

–Toda la precaución que tengas es poca, se ha tenido noticia de que incluso activistas ecologistas radicales han saboteado y destruido propiedades. Esta urbanización está en una zona de bonitos paisajes.

Shane desplazó la carpeta que estaba encima de la mesa.

–Y eso es lo que hará que se vendan estas viviendas de alto coste, las vistas. La gente hará cola para comprarlas. Pero eso no sucederá si dejamos a los obreros aquí parados.

–Entonces vamos a ponerles a trabajar –y extendió el brazo–. Preséntame al personal y confírmales las funciones de mi cargo.

Shane cruzó los brazos sobre su amplio pecho.

–¿Y cuál será exactamente tu trabajo?

–La mayoría de mis tareas serán realizadas desde aquí. Pediré los materiales, me aseguraré de que no se malgastan y comprobaré que llegan en el momento acordado. Mi trabajo es hacer que el proyecto se ajuste a los plazos y al presupuesto.

–Creía que ése era mi trabajo.

–Y lo es –aseguró ella–. Sólo estoy aquí para ayudarte. Éste es un proyecto grande, y debería haber habido un gerente desde el principio.

–Me gusta trabajar solo.

Eso no había cambiado con el paso de los años. Shane Hunter no había necesitado a nadie, y menos a ella, pues el hecho de que su padre no la quería ver nunca junto a un Hunter lo había hecho todo más difícil. Incluso ahora, Mariah sabía que Kurt Easton esperaba que Shane y Hunter Construction no fueran capaces de sacar ese importante proyecto adelante.

–Entonces tienes un problema, Shane, porque yo estoy aquí… para quedarme –fue hasta la puerta–. Y ahora, ¿salimos para que me puedas presentar al personal?

Shane se quedó allí de pie un largo rato, y ella decidió que necesitaba un empujoncito.

–Bueno, es tu dinero el que se está perdiendo mientras ellos permanezcan ociosos –dijo Mariah–. Y es tu pellejo lo que te estás jugando con los promotores.

–Que me maten si no eres terca –se dirigió a la puerta; Mariah lo siguió. De repente se paró y se volvió hacia ella–. Más vale que seas de utilidad.

Mariah forzó una sonrisa. No fue fácil.

–Lo soy.

En ese momento fue cuando ella captó un atisbo de deseo en la intensa mirada fija de Shane.

Por fin él abrió la puerta.

–El tiempo lo dirá.

La dejó pasar delante. Ella sentía sobre sí la mirada fija de Shane y de todos los hombres del grupo.

Shane apareció tras ella.

–Escuchadme todos. Siento que hayáis tenido que esperar esta mañana, pero va a haber algunos cambios de los que tenéis que estar enterados antes de que volvamos al trabajo –miró a Mariah–. Me acompaña Mariah Easton. Ha sido contratada para trabajar como gerente del proyecto Paradise –hubo murmullos y refunfuños en el grupo–. Yo sigo siendo vuestro jefe, y me daréis cuentas a mí, pero Mariah estará al mando de la oficina haciendo pedidos, recibiendo el material y evitando que tengamos retrasos. Así que cuidad vuestros modales y cooperad con ella –la miró de nuevo–. ¿Quieres añadir algo?

Mariah tenía mucho que decir, pero no estaba por la labor de pelearse con Shane delante del personal.

–No, de momento no.

Él se dirigió de nuevo a sus hombres.

–Bueno, pues nos ponemos a trabajar.

Mariah volvió a la caseta, pidiendo fuerzas para aguantar ese trabajo. Se había preguntado cien veces por qué había aceptado el reto de esa difícil tarea… además del de Shane Hunter. Cuando iban al instituto Shane puso fin a una relación con ella. Le rompió el corazón y le costó años recuperarse de la ruptura. Ahora era ella misma la que estaba yendo a pecho descubierto hacia el dolor y dejándose arrastrar a esa ridícula disputa familiar que ya duraba décadas.

Mariah echó mano del teléfono. Lo primero que necesitaba era una mesa. No había manera compartiendo la de Shane. Se fijó en la montaña de papeles que había encima. Su mirada continuó recorriendo la caseta oficina hasta llegar a la mesa de dibujo abarrotada de planos. ¿Cómo podían encontrar ellos algo?

En un rincón sin ocupar determinó que había espacio para una mesa pequeña. Y estaba lo bastante lejos de la de Shane como para posiblemente no tener que molestarse el uno al otro.

–¿Ya vas a llamar a papá para quejarte?

Ella giró la cabeza y encontró a Shane de vuelta, dentro.

–Quiero que sepas una cosa, yo no acudo a nadie a pedir ayuda.

–No, más bien, él ha ido a pedírtela a ti. Imagina que te necesita para que espíes al gran malvado de los Hunter.

Mariah no le prestó atención mientras hablaba al teléfono.

–Me quedo con el trabajo, pero necesitaré una mesa.

Recorrió con la mirada el desordenado habitáculo con las papeleras rebosando y montones de cajas de pizza vacías, puso cara de asco.

–Y personal de limpieza. Este sitio es una pocilga.

Colgó y miró a Shane.

–Como puedes ver, no tengo problemas para que me suministren lo que quiero. Te lo advierto, Shane. No soy la muchacha insegura que recuerdas –era mentira–. He trabajado en la construcción con personal que ha criticado despiadadamente a las mujeres gerentes y las ha despreciado como a un perro. Sobreviví e hice mi trabajo, y lo hice bien. Nosotros podemos trabajar juntos o en contra el uno del otro. A mí me gustaría trabajar en equipo. Hará nuestros trabajos más llevaderos –levantó las cejas–. Y si damos la apariencia de llevarnos bien, mi padre se pondrá de los nervios.

 

 

A mediodía a Shane le apetecía echar un trago, pero necesitaba tener la cabeza despejada. Así que fue a la ciudad a comer y desconectar un poco. Cuando entró en su sitio favorito, el Good Time Café, encontró a su hermano Nate en la barra, sentado.

–Eh, hermanito, ¿qué te trae por aquí un día laborable?

Shane se sentó en el taburete de al lado.

–Están limpiando la caseta oficina.

Nate entrecerró los ojos.

–¿Puedes repetirlo?

–La nueva gerente del proyecto quiere tenerla limpia. Dijo que era una pocilga.

–Bueno, eso no se puede negar. ¡Eh!, has dicho la nueva. ¿Es una gerenta?

Shane asintió con la cabeza.

–Vaya, chico.

–Aún hay algo peor –Shane continuó–. Ella es Mariah Easton.

Su hermano soltó un silbido.

–¿Estás hablando de la chica que te ponía en el instituto? ¿La hija de Kurt Easton?

Shane lo confirmó con la cabeza.

–Caramba –sus ojos se abrieron más de lo normal–. ¿Sigue estando guapa?

–No me he dado cuenta.

Nate agarró a su hermano por la muñeca.

–Estoy comprobando tu pulso. Debes de estar muerto, porque ésa es la única manera de que tú no te fijes en una mujer.

Shane se soltó dando un tirón.

–Ya vale. Como si yo tuviera tiempo para observarla.

–No te fijaste en todo ese pelo rojizo suelto y esos grandes ojos verdes. Esas larguísimas piernas…

Shane no quería escuchar más.

–Oye, ¿tú no te has casado con una rubia fantástica hace seis meses? Me parece que se llama Tori. Y pronto va a ser la madre de tu hijo.

Nate sonrió.

–Y quiero a mi mujer, pero me acuerdo de cuando tú merodeabas a esa chica completamente alelado. Creí que te tendría que comprar un babero.

–Yo no estaba tan mal –¿o sí lo estaba?–. Además, eso fue hace años –insistió Shane, intentando no recordar el momento en el que no tuvo más remedio que darla por perdida–. Ahora, ella no es más que un dolor de… costado.

Nate frunció el ceño.

–¿Temes que ella intente socavar tu trabajo?

Shane se encogió de hombros.

–¿Qué otra cosa puedo pensar? Es la hija de Kurt Easton.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NECESITO el pedido de tablones a las doce, señor Grant –dijo Mariah por teléfono en su mesa. Su primera mañana y ya había tenido que tratar con media docena de problemas, y no eran ni siquiera las nueve.

–Nos es imposible –dijo el proveedor local–. El conductor no podrá llegar con el pedido hasta las tres.

Mariah puso cara de sorpresa en silencio, para evitar mostrar su frustración.

–Eso significa que el personal estará parado. Y nos va a hacer ir con retraso.

–Las cosas son así en este negocio. Hay que tener paciencia, Jess estará allí tan pronto como sea posible.

–No tengo tiempo para la paciencia, y mis trabajadores tampoco. Señor Grant, no me deja más opción que dar por acabado nuestro acuerdo comercial.

Mariah escuchó algún taco no muy fuerte.

–No puede hacer eso. Tenemos un contrato.

–Usted se lo ha saltado al no entregar la mercancía a su debido tiempo –le comunicó–. De hecho, los tablones en cuestión tenían que haber llegado hace dos días –¿por qué no se había ocupado Shane de ese problema antes?–. Por ello no tengo más alternativa que darle el negocio a otra empresa.

–Quiero hablar con Shane.

Mariah estaba acostumbrada a que los proveedores quisieran negociar con un hombre.

–Lo siento, está ocupado con los obreros. Señor Grant, si continuamos nuestra relación comercial, tendrá que tratar conmigo, Mariah Easton. Yo soy la gerente del proyecto –el proveedor murmuró otro taco–. Y tiene hasta las doce de la mañana de hoy para hacer la entrega.

–¿Cómo se me puede pedir eso cuando no tengo conductor?

–Pues se lo echa al hombro y lo trae.

Y colgó de golpe. ¿Qué le pasaba? Ella nunca se comportaba así. Claro que, tampoco había tenido que trabajar nunca con un ex novio. Tomó aire profundamente y cerró los ojos. Cuando por fin los abrió se encontró a Shane de pie junto a la puerta.

–¿Pero qué demonios pasa? –preguntó él.

Parecía un modelo de un anuncio de refrescos, llevaba vaqueros claros y botas con suela de goma. La leve sudoración en su camiseta oscura, que se extendía por su musculoso pecho, no hacía más que aumentar su sex-appeal.

–He preguntado qué pasa –repitió.

Genial, la cosa se ponía peor.

–A lo mejor te tendría yo que preguntar eso.

Le mostró a Shane la petición de suministro al almacén de maderas.

–Esta entrega lleva un retraso de dos días.

–Pues voy a llamar a Jerry. Tenía problemas para encontrar un conductor –y se dirigió hacia el teléfono.

–El señor Grant y yo ya hemos hablado. Le comuniqué que si la entrega no se realiza al mediodía, él no habrá respetado lo pactado con nosotros y será sustituido.

Shane tomó la hoja de pedido. Parecía que Mariah se había metido de lleno en su nuevo trabajo. El día anterior había empezado mandando limpiar a fondo la caseta oficina; más tarde, a última hora, habían llevado una mesa y un armario archivador. Lo único que él había pedido era que no se tocara ninguna de sus cosas, después había salido del trabajo y se había dirigido a un bar de la zona con algunos de los trabajadores.

A las cinco y media de la mañana, Shane había acudido a la caseta oficina al olor del café… y de Mariah. Ésta llevaba unos pantalones caqui con raya y una blusa rojo burdeos, ni siquiera las botas de trabajo le quitaban feminidad. Tenía el pelo recogido con trenzas dejando al descubierto todo el contorno de su rostro, lo que hacía que sus ojos verdes se mostraran grandes y atractivos. En ese momento fue cuando él decidió que sería mejor irse de allí. Así pues, salió a trabajar con los obreros.

Más tarde intentaba hacer de mediador.

–Jerry nos ha dado el mejor precio. Además, es el único proveedor de la zona. Ya sé que ello nos retrasa… un poco, pero puedo dar al personal otras cosas para hacer.

–Esto no son maneras de hacer negocio.

No cedía ni un milímetro.

–Esto no es Fénix, Mariah. Haven es una ciudad pequeña. De esta obra se espera que proporcione puestos de trabajo y riqueza a la zona. Eso no podrá suceder si damos el negocio a Tucson.

–No ganaremos ningún dinero si la obra se queda parada. No puedo dar marcha atrás, Shane.

–¿No puedes o no quieres?

Shane aguantó la tenaz mirada de ella, pero pronto se dio cuenta de que no podía intimidarla de ninguna manera.

–Como he dicho, Jerry tiene hasta el mediodía –contestó ella.

Shane se acercó más. Estaba realmente irritado. ¿Cómo se atrevía a llegar allí y empezar a cambiar las cosas sin ni siquiera antes preguntar cuál era la situación? Ciertamente, ya no era la chica tímida que había conocido en el instituto. La chica que no le habló o incluso sonrió durante meses. Aunque finalmente consiguió que ella le hablara. Todavía podía recordar el primer beso entre ellos dos. La tímida reacción de ella…

–Tienes que ser un poco flexible, señora Easton.

–Eres tú el que tiene que recordar que esto es un negocio, señor Hunter, no un concurso de popularidad.

Lo estaba sacando de sus casillas, no sabía qué hacer, si darle un meneo o un beso. Respiró hondo. Vaya, eso era un problema.

–Tengo que irme, si me necesitas, llámame al móvil.

Y salió dando un portazo.

 

 

Dos horas más tarde, Mariah todavía no se podía concentrar en el trabajo. Las palabras de Shane seguían dándole vueltas en la cabeza. Ella nunca lo reconocería, sin embargo Shane podría tener razón. Quizá debería haber arreglado las cosas con Jerry Grant. Lo que no entendía Shane era que siendo mujer ella no podía ser blanda. No en ese cargo, y no si ella quería dirigir ese proyecto con éxito. Si no contaba con el respeto y cooperación de los proveedores, nunca se ganaría el respeto de los trabajadores.

La puerta se abrió y su padre entró hablando por el móvil. Con cincuenta y cinco años, Kurt Easton, concejal y empresario de la ciudad, era una figura imponente vestido con su traje oscuro. La saludó con la cabeza mientras seguía hablando. Mariah estaba acostumbrada a eso. Aunque él intentaba ser un padre atento siempre había estado obsesionado con sus proyectos empresariales e intentando ser una persona de renombre.

Sus orígenes eran humildes y siempre había culpado a los Hunter de su pobreza. Mariah y su hermano pequeño, Rich, habían sido criados por un hombre amargado durante años.

Su padre colgó el teléfono.

–¿Dónde demonios está Hunter?

–Dijo que iba a estar trabajando con los obreros.

–Creía que era para eso para lo que te había traído aquí; para que le echaras un ojo.

Mariah trató de no sentirse dolida.