Amor profundo - De vuelta a tu corazón - Patricia Thayer - E-Book

Amor profundo - De vuelta a tu corazón E-Book

Patricia Thayer

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Beschreibung

Amor profundoPatricia ThayerContratado para proteger y servir, el detective Brandon Randell siempre lucía el sombrero bien calado y la placa brillante. Vivía para trabajar, pero después de rescatar a Nora Donnelly y a su hijo pequeño, se dio cuenta de que en la vida había algo más que cumplir con el deber. Huyendo de su pasado, Nora se había topado con su futuro. Pensaba volver a huir en breve, pero no contaba con que los hombres Randell jamás se rendían y, después de haberla conocido, Brandon no iba a permitir que se marchara. De vuelta a tu corazónPatricia ThayerLa ranchera Lacey Guthrie se vio obligada a subastar sus caballos para asegurar el futuro de su pequeña familia, pero cuando vio al hombre que pujó por ellos se llevó la mayor sorpresa de su vida: era Jeff Gentry, que había vuelto del Ejército del mismo modo en que se marchó, en silencio, inquietantemente, despertando en ella un montón de emociones tormentosas. Jeff pensaba que no encontraría la redención. ¿Sería capaz Lacey de demostrarle que era un héroe de verdad?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 456 - marzo 2019

 

© 2010 Patricia Wright

Amor profundo

Título original: The No. 1 Sheriff in Texas

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

© 2010 Patricia Wright

De vuelta a tu corazón

Título original: The Lionhearted Cowboy Returns

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradaspropiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin EnterprisesLimited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-922-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Amor profundo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

De vuelta a tu corazón

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

BRANDON Randell estaba sentado en la cafetería y jugaba con su taza de café. Cualquier cosa que evitara que alzara la vista para mirar a su padre del otro lado de la mesa. Últimamente ni siquiera habían podido compartir una comida sin acabar siempre con el mismo tema. La misma discusión. Y Brandon no podía decirle lo que quería oír.

–No estoy seguro de que quiera asumir la dirección del rancho.

–Bueno, hijo, ¿cuándo crees que lo sabrás?

Odiaba que lo arrinconaran con ese tema… constantemente. Miró los ojos penetrantes y oscuros de su padre. A pesar de tener cincuenta y tantos años, parecía mucho más joven. Seguía siendo un hombre grande e imponente, ya que los años de trabajo físico lo habían mantenido en una gran forma. Un poco de gris se entremezclaba en el pelo negro como el carbón y las arrugas en torno a los ojos eran la única diferencia que había visto en él en los últimos veinticinco años. Ése había sido el día en que Cade Randell había entrado en su vida para reclamarlo como hijo.

Brandon se reclinó en el asiento y de pronto sintió el peso súbito de su revólver, recordándole la responsabilidad que tenía con la gente de Tom Green County, Texas. Apenas había tenido tiempo para cenar esa noche.

Había esperado que la presión de seguir en el negocio ranchero de la familia se hubiera mitigado cuando diez años atrás sus primos Luke y Brady Randell regresaron al valle y ayudaron a formar la Randell Corporation.

–Tengo compromisos, papá –titubeó antes de continuar–. Ésta es mi última semana de patrulla. El lunes empiezo como detective.

Cade parpadeó, pero de inmediato ocultó su sorpresa.

–¿Y eso cuándo sucedió?

–Me enteré esta mañana. No quería hablaros del ascenso a mamá y a ti hasta tener la certeza de que era algo consumado.

–Bueno, felicidades, hijo. Siempre hemos estado orgullosos del trabajo que has realizado en el departamento del sheriff –esbozó la insinuación de una sonrisa–. Y tu madre se alegrará de que dejes de patrullar.

–Gracias, papá. Eso significa mucho para mí.

Su padre volvió a asentir.

–Más motivo para resolver esta situación. También tienes un compromiso con la familia. Tu abuelo te legó el rancho a ti –recalcó–. Yo he estado dirigiéndolo con tu hermano, pero tienes más de treinta años, hijo. Deberías tomar las riendas o venderlo.

Diablos, todavía más presión. Bueno, él era el mayor. La siguiente generación de los Randell.

–¡Vender parte de Mustang Valley! ¿No hay una ley contra eso en la familia? –trató de bromear, pero su padre no mostró atisbo alguno de humor.

–Bromea todo lo que quieras, pero desde tu último cumpleaños, legalmente eres el propietario de las tierras donde se levantan el Randell Guest Ranch y los pastizales donde se alimenta el ganado. No es justo pedirle a tu hermano que dirija las cosas por su propia cuenta. Ha estado trabajando como capataz. Debes tomar una decisión, Brand.

Antes de que pudiera contestar, sonó su radio.

–Hay un posible 10-14 en marcha –anunció el radiooperador–. Se necesita un agente en Burch y Maple, en el aparcamiento del Centro de Urgencias de West Hills.

Se levantó.

–He de ir –cruzó la puerta y corrió al coche patrulla antes de que su padre pudiera hablar.

Desterró todo de su cabeza. En ese momento sólo existía su trabajo.

 

 

La había encontrado.

Nora Donnelly intentó respirar, pero el miedo la paralizaba. No le serviría de nada luchar, dada la fuerza del hombre que la había pegado contra el coche en el aparcamiento tenuemente iluminado. Estaba atrapada.

–Pensabas que podrías librarte, ¿verdad? –le susurró el atacante con dureza al oído–. Bueno, pues ya te tengo.

–Por… por favor, no me haga daño –suplicó, pensando en su hijo Zach. ¿Quién iba a cuidar de él?–. Llévese lo que quiera. No tengo mucho dinero encima, pero puedo conseguirle algo.

Los dedos la apretaron con más fuerza.

–Es bueno oírte suplicar. No quiero tu dinero, pero vas a pagar por lo que hiciste.

La obligó a darse la vuelta. Se enfrentó al hombre fornido que empequeñecía su metro sesenta y dos de altura. No lo reconoció, pero eso no significaba que no lo hubieran enviado a buscarla.

No tuvo oportunidad de reaccionar antes de que el hombre la golpeara con el dorso de la mano. El dolor la sorprendió mientras caía al suelo. Él aterrizó encima, atrapándola contra el asfalto. Gritó en un afán desesperado por repelerlo. No dejó de retorcerse hasta que el otro le aferró un brazo y se lo dobló a la espalda. Gritó otra vez.

Se sentó a horcajadas sobre su espalda y le pegó la cabeza al suelo. Nora luchó contra el dolor y por mantener la conciencia.

–¿He captado tu atención ahora? –rugió el otro.

–Por favor –susurró, sintiendo que las manos del hombre se movían sobre ella. La bilis subió por su garganta.

Entonces se oyó el sonido lejano de una sirena. El atacante maldijo.

–Todavía no he terminado contigo –se levantó y desapareció.

Combatiendo el dolor, Nora se incorporó a duras penas y buscó su bolso. Tenía que largarse.

Fue en ese momento cuando la sirena se apagó y oyó las pisadas. Alzó la vista hacia una sombra grande.

–Por favor, váyase. Déjeme en paz.

–Señora, soy el agente Randell, del departamento del sheriff.

En la oscuridad vio como con la linterna se señalaba la placa que llevaba en la camisa.

A Nora siempre se le había dado bien mantener la serenidad y la compostura. Era necesario para proteger a su hijo. Pero de pronto la cabeza comenzó a martillearle al cerrar los ojos por el dolor. Lo único que recordó fueron los brazos del agente al sostenerla.

–Por favor… no puede volver a encontrarme. No deje que vuelva a encontrarme.

–No se preocupe, ya está a salvo.

Quiso creer en esas palabras tranquilizadoras, pero sabía que nadie podría mantenerla jamás a salvo.

 

 

 

Brandon movió el peso de la mujer antes de que se desplomara al suelo. Solicitó ayuda y esperó hasta que llegara.

«No deje que vuelva a encontrarme». Repitió las palabras de ella mientras le apartaba el cabello oscuro de la cara. Incluso en la penumbra podía ver que era joven y bonita. La mayoría de las víctimas de abuso lo eran, antes de que un hombre les pusiera las manos encima. Debería decir puños.

Respiró hondo con el fin de desterrar los recuerdos de su temprana infancia y el dolor que había sufrido su madre hasta que al final abandonó al hombre que abusaba de ella, Joel Garson.

–Está a salvo –le aseguró a la mujer. Ésta gimió y giró la cabeza hacia su pecho. Lo invadió una sensación extraña al ver el arañazo a lo largo de la mandíbula y la sangre–. Se va a poner bien –repitió, tranquilizándola.

–Zach… –susurró ella con lágrimas en los ojos–. Oh, Zach, lo siento.

Él se preguntó si sería el tipo que le había pegado.

Oyó pasos; alzó la vista y vio a la gente que corría hacia ellos.

–Aquí –llamó al incorporarse con la mujer en brazos para llevarla hasta la camilla. La depositó sobre la superficie acolchada y fue a retroceder cuando la mujer abrió los ojos. Ésta se sobresaltó y pudo ver miedo en sus ojos a la vez que captaba el temblor en la voz.

–Gracias –logró musitar ella mientras la enfermera la cubría con una manta para protegerla del fresco del otoño.

Antes de que él pudiera responderle, se adelantó una enfermera.

–Nora –murmuró–. Oh, Nora. ¿Qué ha pasado?

–Llevémosla dentro –dijo alguien.

Brandon podría haber seguido a la víctima, pero en ese momento se detuvo otro coche patrulla y de él bajó el agente novato, Jason Griggs.

–No pudimos encontrar a nadie –informó.

–¿Aseguraste la zona?

Juntos regresaron a la escena de la agresión.

–Sí, los guardias de seguridad han cerrado todas las salidas y estamos comprobando las identidades de los presentes. Pero no sabemos a quién buscamos –Griggs señaló con la cabeza la camilla que en ese momento cruzaba las puertas del centro–. ¿Está bien la víctima?

–Fue maltratada, pero se encuentra consciente –descubrió que quería comprobarlo en persona. Iluminó el suelo con su linterna, luego recogió el bolso abandonado y vio la cartera aún dentro, junto con las llaves del coche.

La abrió y leyó lo que ponía el carné de conducir.

–Nora Donnelly ha tenido suerte de que alguien viera al hombre que la agredió.

Griggs se unió a la búsqueda de la zona.

–Si el sujeto quería dinero, ¿por qué no se largó con el bolso? La retuvo mucho más tiempo que el necesario… a menos que en sus planes figurara una agresión sexual.

Brandon no podía quitarse de la cabeza las palabras de la víctima. Le había suplicado que no dejara que volviera a encontrarla. Luego había susurrado el nombre de «Zach». Miró hacia el centro de urgencias.

–Creo que iré a comprobar si la señorita Donnelly está recuperada como para contestar algunas preguntas. Tal vez nos proporcione una descripción.

Jason asintió mientras Brandon se alejaba. Experimentaba una sensación extraña. Cuando un hombre usaba a una mujer como saco de arena, lo más probable era que se tratara de algo personal. ¿Conocía Nora Donnelly a su agresor? ¿Era Zach un marido o un amante?

En cuanto atravesó las puertas automáticas, fue a la recepción grande donde se encontró con una mujer delgada de mediana edad.

–¿Es usted el agente que salvó a Nora?

Asintió.

–¿He de suponer que ella trabaja aquí?

–Sí, es enfermera –explicó la recepcionista–. Acababa de terminar su turno… –suspiró con expresión preocupada–. Sabía que ese aparcamiento no es seguro. Tienen que poner más luces.

–No le irían mal. ¿Había habido algún problema con anterioridad?

La mujer movió la cabeza.

–No, pero aún no han atrapado a ese hombre. Sigue suelto.

–Entonces, asegúrense de que el vigilante de seguridad las acompañe por la noche. Al menos hasta que encontremos a ese sujeto. ¿Podría informarme, por favor, de adónde han llevado a la señorita Donnelly?

–Es señora… Nora está viuda y tiene una preciosidad de hijo –sonrió, aunque la expresión se desvaneció lentamente–. Es una pena que perdiera a su marido tan joven.

De modo que el agresor no era su marido. ¿Un novio? Quizá. Movió la cabeza. Debía dejar de especular y hablar con Nora Donnelly.

–¿Adónde la han llevado?

–Al box cuatro. En este momento la está examinando el médico.

–Gracias –le dijo.

–No, gracias a usted… –se adelantó para leer su placa–. Agente Randell.

–Me alegro de haber llegado a tiempo –se marchó en la dirección señalada. El instinto le decía que en el incidente había algo más que un intento de robo. El tipo que la había atacado quería castigarla, hacerle daño.

Se detuvo ante la puerta cerrada del box. Se sentó y esperó, tomando notas del incidente y llamando a la comisaría. Pasaron veinte minutos hasta que una enfermera salió. Entonces, se acercó a la puerta abierta y vio a Nora Donnelly sentada en la cama. Todavía había un doctor y otra enfermera a su lado. Cuando el médico le dijo algo, ella le ofreció una sonrisa llorosa y a Brandon le pareció que le faltaba el aire.

A la luz, pudo verla bien. Tenía un rostro con forma de corazón en el que sobresalían unos asombrosos ojos de color zafiro. El cabello casi azabache le caía en ondas sobre los hombros. Centró la atención en su boca, carnosa y atractiva, en especial el labio inferior sensual, que le dio ideas que no tenía derecho a albergar en ese momento.

De pronto ella miró en su dirección. Él tragó saliva para mitigar la garganta reseca y logró hablar.

–¿Señora Donnelly? ¿Me recuerda? El agente Randell –entró, tratando de mostrar autoridad mientras la enfermera se apartaba.

Ella ladeó levemente la cabeza.

–Sí, agente, lo recuerdo. Usted me ayudó. Gracias.

Se encogió de hombros.

–Es mi trabajo. Creo que esto es suyo –le entregó el bolso grande.

Ella lo abrazó como si se tratara de un escudo.

–Oh, gracias.

Le costó no mirarla fijamente. Era hermosa… incluso con la mandíbula magullada y vendada. La única otra imperfección que mostraba su piel era una leve cicatriz a lo largo de la ceja.

Al final logró apartar la vista y girar para dirigirse al doctor.

–¿Cómo se encuentra?

–Bien, teniendo en cuenta la ligera contusión. Tiene algunos hematomas, pero espero que se recobre por completo.

–Entonces, ¿le importa si le hago algunas preguntas?

–¿Por qué no me pregunta eso a mí?

La voz suave y ronca de Nora Donnelly volvió a desviar su atención a ella.

–Lo siento, señora Donnelly. ¿Le importaría contestar algunas preguntas?

Cuando el doctor Jenson y Gloria la saludaron con un gesto de la mano al abandonar la sala, Nora tuvo ganas de llamarlos. No quería hablar o pensar en la agresión. Lo importante era su siguiente acción. Y lo que podría lograr que Zach y ella estuvieran a salvo.

Alzó la vista hacia el agente de expresión seria. No iba a marcharse hasta no obtener algunas respuestas.

–No sé qué puedo contarle, agente.

–Son sólo unas pocas preguntas –la miró a los ojos–. ¿Conocía a su agresor?

Ella titubeó y Brandon lo vio de inmediato.

–No –no era exactamente una mentira, ya que no lo había reconocido.

–¿Puede describirlo?

–Era grande, grande de verdad –estudió al agente. Era imposible que no notara su moreno atractivo. Ojos oscuros y penetrantes, pelo como el carbón y mandíbula cuadrada–. Mucho más fornido que usted –tembló al recordar el cuerpo del sujeto pegado contra el suyo.

–¿Blanco, hispano, afroamericano?

–Blanco.

–¿Dijo algo? –ella se encogió–. Señora Donnelly –se acercó a la cama–. Sé que es difícil, pero cualquier cosa que dijera podría ser una posible pista que nos llevara a encontrarlo.

Nora cerró los ojos. Sabía que no podía mentir… no sobre eso.

–Dijo: «Pensabas que podrías librarte» –abrió los ojos y vio que la miraba.

–Usted está viuda, ¿correcto? –le preguntó él.

Se puso tensa, pero consiguió asentir.

–Desde hace dos años.

Él escribió en su bloc de notas.

–¿Podría proporcionarme una lista de sus amigos más recientes?

–No puedo dársela –al ver que iba a insistir, lo frenó–. Desde la muerte de mi marido no ha habido nadie en mi vida. Sólo mi hijo.

Le costó creerlo.

–Sin duda ha habido hombres que la han invitado a salir. ¿Tal vez alguien que no quisiera aceptar un «no» por respuesta ¿Un compañero de trabajo?

Nora se irguió más.

–Soy una profesional, agente. No salgo con nadie con quien trabaje. Repito, no salgo con nadie. El tiempo libre del que dispongo lo paso con mi hijo.

¿Estaría protegiendo a alguien?

–¿Quién es Zach?

Ella parpadeó sorprendida.

–¿Por qué lo pregunta?

–Pronunció su nombre cuando la encontré.

–Es mi hijo.

Él asintió y tachó el nombre de la lista.

–¿Qué me dice de alguien que fuera paciente aquí?

Nora se encogió de hombros.

–Creo que recordaría a un hombre tan grande –respiró hondo–. Y ahora, si hemos terminado con las preguntas, me gustaría ir a casa.

Brandon no había tenido intención de alterarla.

–Por supuesto. La esperaré fuera.

–Pensé que había terminado con las preguntas.

–Por ahora. Ha sufrido una contusión, así que yo la llevaré a casa –salió al pasillo sin darle la oportunidad de protestar.

Pretendía obtener más información de la hermosa Nora Donnelly.

Había algo que no le estaba contando, algo que posiblemente podría ayudarlo a dar con el agresor. Quizá no lo conociera, pero tenía la impresión de que el hombre sí la conocía a ella.

 

 

Había pasado más de una hora hasta que le dieran el alta y estuviera preparada para marcharse con Brandon. En el coche patrulla, había guardado silencio salvo para indicarle cómo llegar a su hogar. Le hizo saber que había concluido su conversación sobre la agresión, de modo que él ni siquiera intentó preguntarle algo más sobre el tema.

Decidió abordar un enfoque diferente.

–¿Cuánto tiempo lleva viviendo en San Angelo?

Nora no apartó la vista del frente.

–Unos pocos meses –tras una pausa, añadió–: Quería un comienzo nuevo para mi hijo y para mí.

–¿De dónde es?

Finalmente lo miró.

–Phoenix, Arizona. ¿Hay algún motivo para su interrogatorio?

Él se encogió de hombros.

–Pensaba que estaba charlando.

–Como me duele la cabeza, le agradecería si por ahora dejamos de intercambiar protocolos sociales.

Él asintió. Diez minutos más tarde, cruzaban la cancela de seguridad del edificio de apartamentos donde vivía ella. El lugar era de construcción nueva, con menos de dos años. Brandon había pensado en vivir allí al trasladarse a la ciudad, pero se decidió por comprar una casa como inversión. Desde luego, ya era propietario de un rancho con una casa grande a la que podría moverse en cuanto decidiera regresar.

Condujo por la calle de ella y Nora le indicó un aparcamiento delante de su apartamento. En cuanto detuvo el coche, ella abrió la puerta y bajó antes de que él pudiera llegar a su lado. Le recordaba a las mujeres Randell: independientes y testarudas. De todos modos, la tomó por el brazo.

Ella trató de no caminar deprisa, pero quería entrar y alejarse del agente Randell. No sólo deseaba meterse en la cama y tratar de quitarse de la cabeza esa noche, sino que tampoco podía dejar que él ahondara en su pasado. Si Jimmy le había enviado a ese hombre, debía pensar en la acción que emprendería.

–Gracias, agente, por traerme a casa.

–¿Por qué no me aseguro de que se encuentra a salvo dentro? –se acercó, bloqueando parte de la luz.

Nora respiró hondo y aspiró su limpia fragancia masculina. Las miradas se encontraron y le provocó una extraña oleada de calor por la espalda. Se apartó con rapidez, dándole espacio para que introdujera la llave en la cerradura y abriera la puerta del apartamento.

Ella entró en el pequeño recibidor, dejó el bolso en una mesa y luego se dirigió al salón, donde encontró a Millie sentada frente al televisor. La niñera de su hijo giró, y entonces se incorporó y corrió hacia ella.

–Oh, Nora –exclamó mientras examinaba la cara de su amiga–. No me contaste que te había hecho tanto daño.

–Como te dije cuando te llamé, estoy bien, Millie.

La mujer de cabello canoso frunció el ceño.

–No se te ve bien. ¿Es que has olvidado que yo también soy enfermera? –miró al agente–. Usted debe de ser el agente Randell. Me llamo Millie Carter, vecina de Nora y niñera de su hijo. Gracias por traerla a casa.

–No ha sido nada.

–Tengo una ligera contusión, por lo que yo no podía conducir –intervino Nora–, pero necesitaré el coche para ir al trabajo.

Brandon movió la cabeza.

–No creo que en el hospital esperen que vaya a trabajar en unos días. Pero otro agente le trae el coche.

–Entonces, tendrá tiempo para un café –invitó Millie antes de que Nora pudiera protestar–. ¿Con leche y azúcar?

–Solo, gracias –indicó.

Nora tuvo ganas de contradecir a Millie, pero se había quedado sin fuerzas. Sintiéndose débil de pronto, tuvo que cerrar los ojos. Lo siguiente que supo fue que el agente la estaba sosteniendo.

La rodeó con un brazo y la condujo hacia el sofá.

–Será mejor que se siente.

–Estoy bien –mintió ella.

–No lo está. Probablemente se trata de una reacción tardía. Tal vez debería irse a la cama.

–¡No! –movió la cabeza en un intento por borrar cualquier pensamiento de ese hombre en su habitación.

Él se puso en cuclillas frente a ella.

–Nora, ¿está segura de que se encuentra bien?

Había preocupación en esos ojos oscuros, pero ella no podía permitirse el lujo de apoyarse en nadie, en especial un hombre. Nunca más. No era seguro para ninguno de los dos.

–Ha tenido una noche dura –añadió él.

De pronto las lágrimas le invadieron los ojos. Intentó controlarlas.

–Estoy bien –mintió otra vez–. He de estarlo.

Brandon no fue capaz de frenar las sensaciones protectoras que evocaba esa mujer. Se suponía que no debía involucrarse personalmente, pero Nora Donnelly se lo ponía muy difícil.

–Deje que alguien cuide de usted –sonrió y, alargando la mano, le secó una lágrima de la mejilla. Su voz se suavizó–. No siempre debe ser tan fuerte.

–Sí que he de serlo.

Al oír la voz trémula, la cubrió con una manta que había en el respaldo del sofá.

–¿Tiene frío?

–Un poco.

Le frotó los brazos para provocarle algo de calor. La sintió tan delicada. No quiso pensar en lo que habría podido pasar si no hubiera llegado a tiempo esa noche.

–¿Tiene familia a la que pueda llamar? Alguien que pueda quedarse con usted.

Lo miró con esos asombrosos ojos azules. Se le resecó la garganta y sintió un nudo en el pecho.

Al final ella negó con la cabeza.

–Quizá pueda quedarse Millie.

–¿Mamá?

Los dos se volvieron hacia el pasillo y vieron a un niño de pelo negro enfundado en un pijama de Star Wars.

–Mamá, ¿qué pasa?

Nora extendió la mano mientras él se acercaba.

–Zach, no deberías estar levantado.

–Te oí hablar –la mirada preocupada del niño estudió a Brandon, luego el rostro de su madre–. ¿Qué pasó? –sus ojos mostraron miedo–. ¿Te encontró y te hizo daño?

Brandon vio el pánico de Nora y supo que su instinto había dado en el clavo. Tal vez esa agresión no tenía nada que ver con un acto fortuito de violencia. Pero no quería que el niño se preocupara.

–Hola, Zach. Soy el agente Randall. Tu madre ha tenido un pequeño accidente en el aparcamiento de su trabajo, así que la he traído a casa. Ahora está bien. Yo me he encargado de eso.

El niño miró a su madre.

–¿De verdad estás bien?

Ella asintió.

–Me golpeé la cabeza. Por lo que tendré que reposar unos días –estudió al pequeño–. Eh, se supone que soy yo quien debe cuidar de ti. ¿Cómo te sientes esta noche?

–Bien.

Abrazó al niño y Brandon vio el amor que había entre ellos.

–Entonces deberías volver a la cama, Zach –le dijo–. Es tarde.

El niño se retiró del abrazo y miró otra vez a Brandon. Había preocupación en su carita, demasiada para un niño de seis años, quizá siete.

–Tu madre está bien, hijo –confirmó–. La ha examinado un médico.

En ese momento entró Millie portando una bandeja con tazas.

–Y yo estaré aquí, Zach –le informó–. Cuidaré de ella igual que cuido de ti.

Al final Zach le dedicó una sonrisa a su madre.

–De acuerdo –le dio un beso y dejó que Millie lo llevara a su dormitorio.

La mujer mayor se detuvo en el umbral de la puerta.

–Nora, el tuyo es el chocolate.

Brandon le pasó la taza y luego tomó la suya.

–Parece un niño bueno. Se preocupa por usted.

–No hace falta –afirmó con la vista clavada en la taza.

Él bebió un trago del líquido caliente.

–No obstante, debe de ser duro criar sola a un niño.

Vio que se ponía rígida.

–Me va bien, igual que a muchas madres solteras. Zach y yo no necesitamos a nadie… nos tenemos el uno al otro..

–Pero ¿y si esta noche hubiera resultado gravemente herida? –algo le decía que había mucho más en esa historia–. El agresor la golpeó bien, Nora –le indicó la cara–. Y lo que le dijo… «Pensabas que podrías librarte» –estudió la expresión de Nora, la mandíbula tensa–. Las estadísticas demuestran que las agresiones personales, como la que sufrió su rostro, a menudo indican que el agresor conoce a la víctima.

–Por última vez, agente, no conocía a ese hombre, así que deje de tratarme como si hubiera cometido un delito.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HANK Barrett entrecerró los ojos al brillante sol de septiembre. En la distancia atisbó la familiar furgoneta negra que atravesaba el portón del Círculo B. Sonriendo, bajó del porche trasero para ir a recibir a su nieto mayor. Sabía que sus quince nietos tenían mejores cosas que hacer que ir a visitar a su abuelo. Pero eso le iluminaba el día.

Habiendo cumplido ochenta años en su último aniversario, había sido bendecido con una salud de hierro. Agradecido de poder subirse todavía a un caballo, en esos tiempos le gustaba supervisar el trabajo en el rancho en vez de llevarlo a cabo él en persona. Y tenía tiempo para pasar ratos con sus tres hijos, Chance, Cade y Travis. Los chicos podían ser adoptados, pero los quería tanto como si fueran de su propia sangre. Ni más ni menos que a su propia hija biológica, Josie. Todos vivían cerca y trabajaban juntos.

En ese momento, con los seis ranchos que formaban la Corporación Randell, el negocio era demasiado complicado de llevar sin que todos desempeñaran la parte que le correspondía a cada uno. Hacían falta los seis hermanos Randell, junto con dos primos, para dirigirlo todo.

Además de la familia, la principal preocupación de Hank en esos tiempos era proteger a los potros que recorrían esa zona del valle. Unos doce años atrás, se había asegurado de que los ponys salvajes siempre tuvieran un hogar cuando compró la tierra para evitar que cayera en manos de algún especulador inmobiliario. Quería que el sereno Valle Mustang fuera para los ponys salvajes, su familia y las generaciones futuras. Incluso cuando él muriera, sabía que sus hijos continuarían el legado.

Dios mediante, todavía faltaba algo de tiempo para que él se fuera.

Se dirigió hacia la furgoneta polvorienta mientras Brandon se detenía junto al granero y bajaba. El chico no llevaba su uniforme de agente de la ley, sino el habitual atuendo de vaquero: botas, tejanos y una camisa vaquera.

–Hola, abuelo.

–Hola, Brandon.

Éste no titubeó en acercarse y darle un fuerte abrazo. A Hank le gustó el gesto.

–¿Qué te trae por aquí, hijo?

Brandon sabía que no había pasado mucho tiempo con Hank últimamente. Había estado trabajando mucho en su afán por llegar a detective.

–¿Es que tu nieto favorito necesita un motivo?

–No. Nos alegramos de que hayas venido. Pasa a ver a Ella. Apuesto que está cocinando algo rico.

Brandon hizo una pausa.

–¿Ella cocinando? –siempre había sido una broma familiar que a la abuela no se le daba bien la cocina.

Hank sonrió.

–Sí. Ha estado tomando clases –le aseguró–. Y no me importa afirmar que cada vez lo hace mejor.

Brandon lo atribuyó más al amor de Hank por Ella. Quince años atrás, finalmente le había confesado sus sentimientos a la que antes había sido su ama de llaves. En ese momento, comería cualquier cosa que ella le pusiera delante.

–Si no te importa, ¿podemos hablar primero? –preguntó.

Hank asintió.

–Claro. ¿Por qué no te enseño el potro nuevo que trajo tu tío Chance? Vamos a incluirlo en la gran lotería del rodeo del mes próximo.

Hacía años que se celebraba el Rodeo del Círculo B, principalmente para que los vecinos se reunieran para ayudar en la recogida de ganado. Los últimos años el dinero de la lotería de caballos se había dedicado al fondo para el rescate de los potros salvajes.

–Vas a venir, ¿no? –Hank mantuvo un paso vivo mientras se dirigían al granero.

Para su edad, se hallaba en gran forma. Se mantenía erguido y recto, y su Stetson de color marrón le cubría una cabeza de pelo blanco. Aún mostraba el cuerpo sin nada de grasa extra en la cintura. Tal vez sus manos estuvieran algo rígidas por la artritis, pero eso no le impedía trabajar.

Brandon sonrió.

–¿No es obligatorio que asistan todos los Randell?

Hank esbozó una amplia sonrisa.

–No, lo que pasa es que tu padre y tus tíos son tan competitivos que jamás se lo perderían –llegaron al granero y entraron en la fresca estructura–. Y siempre nos vendría bien tu ayuda en el rodeo. Los novatos que pagan para venir al rancho de huéspedes parecen perderse más a menudo que un becerro desorientado.

Años atrás, habían convertido el Círculo B en un rancho de trabajo para huéspedes y el rodeo era el acontecimiento central de la estancia.

–¿Así que necesitáis apoyo?

Su abuelo asintió.

–¿Puedo incluirte?

–Comienzo mi nuevo trabajo en unos días, así que tendré que ver si puedo conseguir el tiempo libre.

–Felicidades –Hank sonrió–. Tu padre me contó que has llegado a detective. No podríamos estar más orgullosos de ti.

–Gracias –caminaron por el pasillo de cemento–. No estoy tan seguro de que papá se sienta orgulloso –añadió–. Creo que preferiría que volviera a casa y me dedicara a llevar el rancho.

Hank se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.

–Bueno, legalmente el rancho te pertenece. Y además es una buena propiedad –miró a su nieto–. Pero sé que tu corazón está en el cuerpo de policía.

Brandon no titubeó.

–Sí, así es. No es que no quiera el rancho, pero no siento propensión a criar ganado y adiestrar caballos. No las veinticuatro horas de todos los días.

Llegaron al establo del extremo donde había un potro de color castaño de nueve meses.

–Eh, amigo –saludó Brandon–. ¿Cómo va todo?

Hank abrió la puerta y entraron. Su abuelo hizo que el animal de tonalidad rojiza se situara al lado de él.

–Es Hawk’s Flame.

–Es una belleza –Brandon examinó al animal con la estrella blanca en la frente y calcetines blancos en cada pata–. ¿Cómo se puede separar de él el tío Charles?

–No cabe duda de que se trata de un caballo de primera, con un padre como Flying Hawk y una madre como Crimson Lady.

Brandon se dijo que debería saber eso, tratando de recordar la última vez que había ido a ver a los tíos Chance y Joy. Eso sólo le demostró que no se le había visto mucho el pelo.

–Supongo que llevo demasiado tiempo viviendo en la ciudad y sin prestar atención a lo que sucedía aquí.

–No te estoy juzgando, Brandon. Creo que trabajar como agente de la ley es digno de encomio, pero tampoco olvides tus raíces. Habla con tu padre.

–No creo que él quiera oírlo en este momento.

–Quizá si plantearas un plan. Si hicieras alguna concesión.

Brandon asintió. El problema estaba ahí… no tenía ningún plan, y en ese momento le había surgido otra complicación. En los últimos tres días sólo había podido pensar en Nora Donnelly. Había llamado al hospital, pero ella no había vuelto al trabajo.

–Me da la impresión de que hay algo más en tu cabeza –comentó Hank.

Brandon acarició al caballo.

–Es un caso en el que he estado trabajando. Una mujer fue agredida en el aparcamiento del centro de urgencias.

–Leí al respecto. ¿Cómo se encuentra?

–La examinaron y la dieron de alta esa misma noche –movió la cabeza–. Pero tengo la impresión de que conocía a su agresor.

Hank frunció el ceño.

–¿Te refieres a un marido?

–No, está viuda y afirma no haber salido con nadie desde que murió, de modo que tampoco se trata de un novio. Eso resulta extraño, porque es bonita.

–Bonita, ¿eh?

Brandon asintió.

–Sí. Hasta con las magulladuras de la agresión.

–Así que ha llamado tu atención.

Desde luego que lo había hecho. Suspiró.

–Da la impresión de que mi vida se complica por momentos.

Hank sonrió.

–Una mujer bonita siempre es una complicación, pero la adecuada justifica todos los problemas.

 

 

Habían pasado cuatro días desde la agresión y Nora no estaba segura de lo que tenía hacer. No se habían producido más amenazas. Nadie merodeaba cerca de su apartamento. No había llamadas misteriosas. ¿Seguiría vigilando el hospital ese hombre? ¿Estaría esperando que volviera al trabajo? ¿Habría sido el modo enfermizo de Jimmy de comunicarle que la había encontrado?

Entró en el cuarto de baño y examinó los hematomas ya tenues en su cara, con una leve decoloración a lo largo de la mandíbula. Mucho tiempo atrás había aprendido a aplicarse maquillaje como una experta con el fin de ocultar su vergüenza y humillación. Cerró los ojos y comenzó a temblar al recordar aquella noche. El dolor no había sido nada comparado con el miedo de que su ex marido hubiera podido encontrarla.

Aunque Jimmy no pudiera ponerle las manos encima en ese momento, disponía de gente que lo haría por dinero. Miró alrededor del apartamento y se preguntó si debería llevarse a Zach de San Angelo. Sus maletas de emergencia estaban hechas y guardadas en el coche. A pesar de que sería difícil cambiar su ubicación e identidades, estaba preparada para huir otra vez. Cualquier cosa con tal de mantenerse lejos del alcance de Jimmy. De mantener a salvo a su hijo.

Zach y ella nunca hablaban de su vida pasada en San Diego, pero eso no significaba que él no recordara aquellos años terribles. Nora también sabía que en cualquier momento les podían arrebatar la libertad.

No, no podía dejar que Jimmy los encontrara. Sin importar lo que tuviera que hacer, jamás le quitaría a Zach. Ni volvería a aquella vida. Ya había quebrado la ley con el fin de proteger a su hijo, y volvería a hacerlo. Por eso se había llevado más que dinero de la caja fuerte de Jimmy. Una seguridad añadida que ayudaría a mantenerlos ilesos.

El sonido del timbre la sobresaltó. Pensó en no contestar, pero fue a echar un vistazo por la mirilla y del otro lado vio al agente Randell.

Respiró hondo para relajarse y le abrió la puerta. Iba vestido con una camisa blanca, pantalones oscuros y un sombrero negro vaquero.

–Señora Donnelly –saludó con un gesto de la cabeza.

–Creía que habíamos terminado con el interrogatorio.

–Ahora que soy detective en el departamento, me han asignado su caso.

Lo que le faltaba.

–¿Ha surgido algo nuevo?

–Tal vez –miró detrás de ella–. ¿Puedo pasar?

¿Qué podía hacer si no apartarse a un costado? Después de quitarse el sombrero, el detective entró, siguió hasta la cocina pequeña y dejó una carpeta sobre la mesa.

Brandon había ido a verla nada más obtener esa pista. Estaba decidido a encontrar a ese sujeto. La miró. El maquillaje ocultaba casi todos los moretones, pero tampoco mancillaban su belleza. Le indicó que se sentara. Ella lo hizo y él la imitó.

–Esta mañana fui al hospital y hablé con algunas de las enfermeras de urgencias –comenzó mientras abría la carpeta–. Parece que unos pocos días antes de su agresión, usted atendió a una mujer que llegó con múltiples hematomas, laceraciones en la cara y un brazo roto. Todo ello provocado por el marido.

Nora asintió.

–Karen Carlson. Estaba mal. Tuvimos que ingresarla esa noche.

Brandon repasó sus notas.

–Una enfermera, Beth Hunt, me contó que usted permaneció junto a la cama de Karen porque ésta tenía mucho miedo de que su marido, Pete Carlson, se presentara a buscarla.

Los ojos azules de ella se iluminaron.

–¿Lo han encontrado?

Él sintió que se le escapaba un latido del corazón y tuvo que apartar la vista para concentrarse.

–Aún no. Pero usted convenció a la señora Carlson de ir a un refugio para mujeres maltratadas.

Nora parpadeó.

–¿Cree que fue su marido quien me atacó?

–Podría haber sido –sacó una foto de la carpeta–. ¿Le resulta familiar este hombre?

Estudió la imagen.

–Es fornido, pero no puedo asegurarlo –se la devolvió–. ¿Van a arrestarlo?

–Primero debemos encontrarlo. Pero, sí, tiene un largo historial de violencia. Le gusta beber y pelearse, sin importarle si es con una mujer o un hombre.

–Pero ¿lo arrestarán? –repitió.

Él asintió.

–Por la agresión a su mujer. Primero he de hablar con la señora Carlson. ¿Estaría dispuesta a acompañarme?

–¿Ése no es su trabajo, detective?

–En estas circunstancias, creo que estará más dispuesta a darme información con usted presente. En dos ocasiones con anterioridad retiró los cargos contra ese hombre.

No necesitaba demasiada perspicacia para ver que Nora Donnelly se hallaba incómoda. No confiaba con facilidad. ¿Sería sólo con él o con todos los hombres? ¿Le había hecho daño un hombre en el pasado? ¿Su marido?

–No sé cómo ayudar.

–Lo único que le pido es que hable con Karen.

Esos ojos enormes lo observaron un momento. Costaba no reaccionar ante ella.

Miró el reloj de pared.

–De acuerdo, iré, pero he de estar de vuelta antes de las tres y media. Mi hijo necesitará su medicación.

–¿Está enfermo?

–Es diabético.

No supo muy bien cómo responder a eso. Tenía que ser duro para un niño… y para la madre. Se puso de pie.

–Entonces, nos aseguraremos de regresar a tiempo. Aunque tenga que encender las luces y la sirena –sonrió, pero ella no.

Nora se incorporó y fue a recoger un jersey y su bolso, luego volvió a la entrada. Los dos alargaron las manos al mismo tiempo hacia el pomo de la puerta y los dedos se tocaron. Ella la retiró con celeridad.

–Vaya, Nora –musitó él–. No voy a hacerle daño. Y tampoco dejaré que se lo haga su agresor.

–No haga promesas que no pueda cumplir –murmuró ella.

 

 

Nora miraba por la ventanilla del patrullero. Brandon Randell había mantenido una conversación durante los veinte minutos del trayecto. Ella no quería hablar de naderías ni oír más preguntas. Su vida podía depender de no dejar que nadie averiguara sus secretos.

Luego Brandon salió de la carretera y entró en un camino bordeado de árboles. Medio kilómetro arriba llegaron hasta un portón de hierro forjado. Se detuvo, bajó la ventanilla e introdujo un código en un teclado, haciendo que el portón se abriera. Continuó por un sendero circular de vehículos hacia una extensa casa de dos plantas de ladrillo visto y cedro, con persianas negras en las hileras de ventanales dobles.

–Es preciosa –musitó ella–. ¡No se parece en nada a un refugio!

Brandon sonrió.

–Se planificó de esa manera –se soltó el cinturón de seguridad y bajó.

Rodeó el coche, dándole tiempo para recuperarse. La proximidad del vehículo había hecho que fuera muy consciente de ese hombre; costaba no verse distraída por ese vaquero atractivo.

Se reprendió por pensar más de un segundo en él. Abrió la puerta y bajó, permitiendo que la brisa fresca le acariciara el rostro encendido.

Una fuente enorme adornada con querubines llamó su atención. El sonido refrescante del agua al correr hizo que se dirigiera hacia el lugar rodeado de flores y matorrales llenos de color. Bajó la vista y vio la placa que ponía: El Jardín de Abby. Un agradecimiento especial a Abigail Randell por su trabajo y dedicación a Hidden Haven House.

Sintió la presencia de Brandon detrás de ella.

–¿Es familia?

Él asintió.

–Mi madre. Ayudó a diseñar y a construir este lugar. Necesitó casi veinte años para completarlo.

La noche de la agresión, Nora había oído hablar a las enfermeras sobre la rica familia ranchera que ayudaba a la comunidad. El tema no había tardado en desviarse hacia los apuestos hombres Randell.

Miró de reojo a Brandon. No podía negar que era atractivo, pero desde luego no pensaba hacer nada al respecto. No deseaba volver a relacionarse con un hombre, jamás.

Juntos se dirigieron hacia la puerta; Brandon apretó el timbre de un intercomunicador. Después de identificarse, abrió.

Dentro, las paredes del recibidor estaban pintadas de un suave verde mar, los suelos de mármol se veían impolutos y había flores frescas distribuidas en la mesa alta de centro. Cruzaron la estancia hasta un escritorio grande donde una atractiva mujer de mediana edad sonrió al quitarse las gafas.

–Vaya, hola, Brandon –saludó, estudiando su uniforme–. Supongo que ahora debería llamarte detective Randell.

–Tú llámame cuando hagas tus deliciosas galletas de harina de avena, Bess.

–Ven a vernos más a menudo y veré lo que puedo hacer.

Brandon asintió.

–Bess, te presento a Nora Donnelly. Es enfermera en el West Hills –las dos mujeres intercambiaron un saludo–. ¿Es posible que veamos a Karen Carlson? –inquirió.

Bess asintió.

–Está en la sala de recreo, pero haré que alguien la traiga a la sala del jardín para que dispongáis de intimidad.

–Gracias –Brandon apoyó la mano en el codo de Nora y la condujo por el vestíbulo.

En vez de intimidarla, el contacto de ese hombre avivaba otros sentimientos en los que no quería pensar en ese momento. Quizá nunca. La sala era asombrosamente grande y hermosa. Paredes de un azul claro, muebles antiguos y alfombras mullidas de color seta. Contra una pared había un sofá con tapicería floral y en la pared opuesta un escritorio delante de unos ventanales. Cruzó la estancia para disponer de una mejor vista de un patio cubierto con una celosía en el que predominaban las plantas y las flores. Más allá había un vasto césped.

–Es precioso –musitó frente a la puerta corredera de cristal.

Llamaron a la puerta y Brandon la abrió, encontrando del otro lado a Karen Carlson. La mujer parecía un ciervo asustado. La ropa le colgaba del cuerpo delgado, con el brazo sostenido por un cabestrillo. Llevaba el cabello rubio oscuro recogido en una coleta. Sólo tenía treinta y cinco años, pero parecía mucho mayor.

–Me han dicho que me presentara aquí –indicó nerviosa.

–Hola, señora Carlson. Soy el detective Brandon Randell, del departamento del sheriff –se hizo a un lado–. ¿Se acuerda de la enfermera Donnelly?

–Hola, Karen –Nora sonrió y se acercó a ella–. Me alegro de que le vaya bien.

–Nora –Karen entró con una sonrisa vacilante–. ¿Ha venido a verme?

–Eso y a hablar con usted –expuso Brandon mientras conducía a las mujeres al sofá. Una vez sentadas, acercó una silla y las imitó. Intercambió una mirada con Nora–. Nos preguntábamos si había tenido algún contacto con su marido.

Karen mostró pánico y negó con la cabeza.

–Oh, no. Se supone que no sabe que me encuentro aquí. Ésa es la regla. Este lugar debe permanecer en secreto –abrió los ojos–. Dijeron que, si me ponía en contacto con Pete, debería marcharme con mis hijos. No tengo ningún otro lugar al que ir. Y no puedo volver con él.

Nora abrazó a la mujer.

–Está bien, Karen.

–Por favor, no dejen que me encuentre –suplicó.

Brandon se arrodilló delante de Karen.

–Pete no va a encontrarla –prometió–. Está a salvo. Sus hijos están a salvo –miró a Nora–. Yo sólo necesito encontrar a Pete. Pensamos que tal vez supiera dónde poder buscarlo, los lugares a los que podría ir.

Karen contuvo un sollozo y se retiró; Brandon le entregó un pañuelo blanco que sacó del bolsillo de atrás del pantalón.

Ella se secó los ojos.