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Patricia Thayer

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Beschreibung

Aquel hombre le hizo una oferta que no podía rechazar... Jared Trager siempre había sido la oveja negra, ahora había ido a Texas a investigar... no a que le echaran el guante. Pero la guapísima Dana Shayne y su valiente hijo Evan necesitaban la ayuda de Jared para salvar su rancho... y él los necesitaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Dana no tenía la menor intención de dejarse engañar por otro hombre, pero no pudo rechazar la generosa oferta de Jared. Parecía dispuesto a cuidar de ellos, sin embargo a ella seguía preocupándole que pudiera abandonarlos para cumplir sus viejos sueños. ¿Cómo podría convencerlo de que el camino a la felicidad comenzaba en su rancho... junto a Evan y ella?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Patricia Wright

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La mejor oferta, n.º 1848 - junio 2016

Título original: Jared’s Texas Homecoming

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8224-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

SÓlo había vuelto por su hermano

Jared Trager Hastings entró en el despacho de su padre. Era una habitación oscura, con pesadas cortinas. El escritorio de roble y los sillones eran los mismos que su abuelo había comprado tantos años atrás.

Tras la muerte de su hermano Marshall, Jared había pasado a ser el primero en la lista para dirigir la empresa familiar, la inmobiliaria Hastings. Pero eso no iba a pasar. Jared siempre fue una decepción para su padre, incapaz de estar a la altura de las expectativas de Graham Hastings. Marshall, en cambio, había sido el hijo perfecto. Pero acababa de morir a los treinta años, de leucemia.

No pudieron haber sido más diferentes; uno hacía todo lo posible para complacer a su padre, el otro todo lo posible para alejarse de él, incluyendo irse de casa a los veinte años. Lo único que lamentaba era no haber conocido mejor a su hermano. Y ahora era demasiado tarde.

Jared miró su reloj. Tenía que volver a la carretera cuanto antes; Nevada estaba muy lejos de allí.

De repente se abrió la puerta y Graham Hastings entró en el despacho, con la esposa de Marshall, Jocelyn, una mujer tan delgada que parecía enferma. Llevaba el pelo oscuro, sujeto por un moño y tenía unos ojos demasiado grandes para su cara. Sin embargo, era ella quien ayudó a entrar a GH en la habitación.

–Pensé que ya te habrías ido.

Graham Hastings, su padre, había envejecido mucho. Tenía cincuenta y nueve años, pero aparentaba diez más. Aquel día iba encorvado, tembloroso.

–Me pediste que me quedara porque querías hablar conmigo.

–¿Y desde cuándo te importa lo que yo quiero?

–¿Y cuándo te ha importado a ti?

–Por favor, no os peleéis –intervino Jocelyn–. A Marshall no le gustaría.

Jared se sintió avergonzado.

–Lo siento.

–Soy yo quien quería que te quedases. Para decirte lo agradecida que te estoy por haber venido. Si hubiéramos podido localizarte antes…

–Tu hermano se estaba muriendo y no sabíamos dónde encontrarte –lo acusó Graham.

Jared apretó los puños.

–¿Qué decías, Jocelyn?

Ella miró a su suegro.

–¿Nos perdonas un momento, Graham?

–Como si a alguien le importase lo que yo opine… –murmuró el hombre, dejándose caer en un sillón.

Jocelyn fue al otro lado de la habitación y Jared la siguió.

–Tengo que darte algo –dijo en voz baja, sacando un sobre del bolso–. Marshall te escribió una carta antes de morir –añadió, con los ojos llenos de lágrimas–. Tu hermano pensaba que debías saber ciertas cosas.

–¿Saber qué? –murmuró Jared, abriendo el sobre.

–No, aquí no. Léela cuando estés solo –le pidió Jocelyn, dejando escapar un suspiro–. Marshall no era perfecto. Cometió errores, como todos, pero yo lo quería. Y sé que fue un alivio para él decir la verdad. Te quería, Jared. De verdad.

Como respuesta, él le dio un abrazo de corazón antes de despedirse.

Más tarde, sentado en su camioneta, abrió el sobre. Había varios papeles sujetos con un clip. El primero era una carta de Marshall.

 

Jared,

 

Supongo que te resultará extraño que te escriba. Ha pasado mucho tiempo y nadie siente más que yo que hayamos perdido el contacto. Siempre he pensado que si las cosas hubieran sido diferentes, por ejemplo si mamá no hubiera muerto, tú no te habrías marchado de casa.

Siempre te he envidiado, Jared. Tú nunca has vivido como querían los Hastings porque te has marcado tus propias metas. Por supuesto, ahora es fácil mirar atrás y ver los errores. Y yo he cometido muchos.

Hace seis años, mientras miraba entre las cosas de mamá, descubrí una fotografía y una vieja carta que me llevó hasta San Ángelo, Texas, en busca de un hombre llamado Jack Randell. Un hombre al que nuestra madre amó una vez. Localicé a su familia, pero no seguí adelante. Ahora lo lamento porque en mi búsqueda descubrí cosas… cosas que tú tienes derecho a saber.

Hay algo más. Mientras estaba en Texas me enamoré de una chica llamada Dana Shayne. No dije nada porque estaba prometido con Jocelyn y casarme con ella es una elección que no he lamentado nunca. Pero hace poco me enteré de que Dana había tenido un niño. Es una noticia que me emociona, pero también me entristece saber que jamás podré ver a mi hijo, Evan. Así que te pido que vayas a San Ángelo en mi lugar. He dejado un fideicomiso para el niño, pero quiero que conozca a su familia.

Sé que es mucho pedir, pero por favor, Jared, no dejes que nuestro padre se involucre en la vida de Evan. Temo lo que pueda hacer si descubre la existencia de mi hijo. Y no puedes dejar que GH destroce a otro Hastings.

Además, puede que San Ángelo también tenga respuestas para ti. Siento no poder ayudarte, pero lee la carta de mamá. Explica muchas cosas.

Con mi cariño eterno,

 

Tu hermano Marshall

 

Jared no podía creer lo que estaba leyendo. Y cuando se pasó una mano por la cara no le sorprendió encontrar lágrimas. Marshall tenía un hijo, un niño al que no había conocido. Con mano temblorosa, abrió un sobre amarillo dirigido a Audrey Trager, su madre. Dentro había una carta y una fotografía de ella tomada treinta años antes. Llevaba una coronita en la cabeza y una banda que la proclamaba Reina del Rodeo 1971. A su lado había un hombre con camisa de cuadros y sombrero Stetson que, sonriendo para la cámara, apretaba a Audrey posesivamente contra su costado.

En el reverso de la foto estaba escrito:

 

Audrey Trager, Reina del Rodeo 1971, y Jack Randell, campeón del Rodeo

 

Jared desdobló la carta y comenzó a leer:

 

Audrey,

 

Lamento saber la noticia, pero ya te dije desde el principio que lo nuestro sólo era para pasar el rato. Ahora ha llegado el momento de marcharme. En cuanto al niño, lo siento pero no puedo hacer nada. Se me olvidó decirte que estoy casado, de modo que, por mí, puedes librarte de él.

 

Jack Randell

 

El corazón de Jared golpeaba su pecho con violencia mientras leía la nota, escrita seis meses antes de su nacimiento. De modo que no era hijo de Graham Hastings. Eso lo explicaba todo. La rabia del hombre, su resentimiento… su odio. Jared arrugó la carta, furioso.

De modo que era hijo de un canalla y había sido criado por otro. Pero eso no iba a detenerlo. Tenía que saber toda la verdad.

Capítulo 1

 

Tenía que hacerlo por Evan.

Dana Shayne cerró la puerta y bajó los escalones del porche con su hijo de la mano. Evan iba bien peinado, con sus mejores vaqueros y unas botas que, para horror de Dana, Bert le había enseñado a abrillantar con saliva.

–¿Podemos comprar un helado, mamá? –preguntó el niño, usando su expresión más irresistible.

Dana dudaba que tuviesen algo que celebrar aquel día, pero no iba a negarle el placer de tomar un helado.

–Claro que sí, cariño.

Abrió la puerta de la vieja furgoneta de su padre, colocó al niño en el asiento de seguridad y se sentó frente al volante. Llevaba una falda estampada en rosa y una camiseta blanca de manga corta, pero estaba sudando. Sin embargo debía dar una buena impresión, tenía que parecer tranquila, segura de sí misma. Lo último que deseaba era que el director del banco, el señor Wilson, la viera sudar.

Cuando pasó bajo el cartel del Rancho Lazy S, que su abuelo había colocado orgullosamente cuando se instaló en Texas, sintió una pena enorme. ¿Durante cuánto tiempo seguiría siendo de un Shayne? Aquél había sido el único hogar de Evan. ¿Cómo iban a marcharse? Pero, tras la muerte de su padre, resultaba imposible llevar el rancho sólo con el capataz, Bert, que tenía más de sesenta años. Y en San Ángelo no había muchos peones que quisieran trabajar por lo que ella podía pagarles.

Debería haber comprado más ganado, pensó. Quizá si lo hubiera hecho hace un año podría pagar la hipoteca que pesaba sobre el rancho. Pero no tenía dinero. Había tantas cosas que arreglar: la carretera llena de baches, el tejado de la casa, el establo, las cercas…

Dana suspiró. Tenía que convencer al director del banco para que le concediera un préstamo.

–Mamá, quiero que el helado sea de chocolate –dijo Evan desde el asiento de atrás.

Ella sonrió.

–Me parece muy bien.

Su hijo había crecido mucho. Pronto cumpliría cinco años y aquel otoño empezaría el colegio. Y, sin duda, la separación sería más dura para ella que para Evan.

Estaba tan perdida en sus pensamientos que sólo al oír un claxon se dio cuenta de que iba por el centro de la carretera. Asustada, dio un volantazo y acabó en el arcén. Inmediatamente oyó un ruido de frenos seguido de una colisión.

Dana consiguió detener la furgoneta y se volvió, con el corazón en la garganta.

–¿Te has hecho daño, Evan?

–¡Qué susto!

–No ha pasado nada, cariño –murmuró ella, acariciando la carita de su hijo–. Tengo que ir a ver qué ha pasado, tú quédate aquí.

–Date prisa, mamá.

–Vuelvo enseguida, cielo.

Con las piernas temblorosas, Dana se dirigió a la camioneta con matrícula de Nevada que había chocado contra un árbol. Salía humo del motor.

–Por favor, que no le haya pasado nada –murmuró al ver a un hombre apoyado sobre el airbag. Cuando abrió la puerta él levantó la cabeza, mareado.

–Espere, no se mueva. Podría estar herido.

–Si cuenta el dolor de cabeza, creo que me estoy muriendo.

Tenía el pelo negro y los ojos azules. Y un hoyito en el mentón. Gracias a Dios no había sangre por ninguna parte.

–¿Le duele algo… además de la cabeza? –murmuró Dana, observando la camisa vaquera y las largas piernas envueltas en gastados vaqueros. Pero en lugar de las típicas botas vaqueras de la zona llevaba botas de trabajo.

–No, y si no hubiera saltado el airbag estaría perfectamente.

–Pero le ha salvado la vida.

El hombre miró el humo que salía del capó.

–Al menos estoy mejor que Blackie.

–¿Blackie? ¿Quién es Blackie?

–Mi camioneta –murmuró él, intentando salir.

–No, espere, no se mueva.

–Sólo voy a estirar las piernas.

Dana lo ayudó a salir, pero enseguida se dio cuenta de que podía mantenerse en pie.

–Creo que debería sentarse.

–Estoy bien, no se preocupe.

Estaba pálido, pero no parecía haberse hecho daño.

–¿Quiere que lo lleve al hospital?

–¿Para qué?

–Porque podría tener algún daño interno… además, he sido yo quien lo ha sacado de la carretera.

–Desde luego.

–Es que miré un momento a mi hijo y… supongo que me despisté. Esta carretera sólo lleva a mi rancho y nadie suele venir por aquí. Sé que no es excusa… –murmuró Dana entonces, apartándose el pelo de la cara–. Lo siento, de verdad. Soy Dana Shayne, la propietaria del rancho Lazy S.

–Hola, me llamo Jared Trager.

Dana no reconoció el nombre y llevaba toda la vida en San Ángelo. Sin duda el hombre no era de allí.

–¿Seguro que está bien, señor Trager?

–Jared. Aunque me vendría bien algo para el dolor de cabeza.

–Vamos a mi casa. Desde allí podremos llamar a la grúa.

El hombre, que debía medir más de un metro ochenta y cinco, sacó una mochila del asiento trasero y luego abrió el maletero para sacar una caja de herramientas.

–Puede dejar eso aquí.

–De eso nada. Esta caja de herramientas es mi vida.

Dana conocía a muchos hombres que pensaban así, pero normalmente sobre sus caballos, no sobre sus herramientas.

–Mamá, ¿quién es este señor? –preguntó Evan.

–El señor Trager, cariño. Señor Trager, éste es mi hijo, Evan.

–Encantado de conocerte, Evan. Llámame Jared –dijo él, observando con atención al niño.

–Tu camioneta se ha roto.

–Sí, Blackie está un poco hecha polvo.

Los ojos de Evan se iluminaron.

–¿Tu camioneta se llama Blackie? Yo tengo un pony que se llama Sammy.

–Bonito nombre.

–Pero yo quiero un caballo de verdad. Mi mamá dice que soy muy pequeño, pero cuando tenga seis años ya podré montar.

Jared lo miró, sonriendo.

–Yo diría que para entonces ya serás suficientemente grande. Pero eso es algo que tu madre debe decidir.

–No me ha dicho por qué venía al rancho –dijo Dana entonces.

–Iba a verla, señorita Shayne.

 

 

Jared había llegado a San Ángelo el día anterior y enseguida descubrió que los Shayne y los Randell eran vecinos. Como no estaba preparado para hablar con los Randell, decidió ir primero al Lazy S.

Seguramente así fue como Marshall conoció a Dana Shayne.

Jared la miró de reojo. No era lo que había esperado. Alta, esbelta, de constitución atlética, tenía el pelo rojo y unos ojos verdes que parecían atraerlo, como si escondieran muchos secretos. Aunque era guapa, no parecía el tipo de mujer que le gustaba a su hermano. Aunque él no sabía mucho sobre eso. Además, sólo había ido allí para cumplir su último deseo, nada más.

Jared dejó escapar un suspiro. Llevaba ensayando el discurso para la señorita Shayne desde que salió del pueblo. Sólo quería darle la información sobre el fideicomiso y decirle adiós. Las familias no eran lo suyo.

Pero sus planes acababan de torcerse. ¿Cómo iba a predecir que se daría de bruces con ella?

Cuando pasaban bajo el cartel del rancho, miró alrededor. El Lazy S debió haber sido un gran rancho, pero había visto días mejores. El granero, pintado de rojo, y la casa de dos pisos necesitaban una mano de pintura. La cerca del corral debía ser reparada, como las puertas del establo. Había muchas cosas que hacer allí, un par de semanas de trabajo al menos.

¿Por qué estaba pensando eso? Él no necesitaba un trabajo. Tenía uno esperándolo en Nevada.

Dana detuvo la furgoneta frente a la puerta y ayudó a su hijo a bajar.

–¿Quieres ver mi pony? –preguntó el niño, mirándolo con los ojos muy abiertos.

A Jared no le había pasado desapercibido el parecido de Evan con su hermano. Los mismos rasgos, los mismos ojos castaños. Curiosamente, conocer a aquella versión diminuta de Marshall no lo entristeció.

–Ahora no, Evan. Al señor Trager le duele la cabeza –dijo Dana.

–Quizá más tarde.

Los tablones del porche necesitaban reparación urgente, pensó Jared. Sí, allí había mucho que hacer.

La cocina era grande, pintada de color melocotón, con cortinas de flores en las ventanas. En el centro de la habitación, una mesa redonda con seis sillas y un frutero de adorno.

El sitio era tan hogareño que a Jared se le encogió el corazón. Eso era lo que él nunca había tenido.

–¿Seguro que está bien? –insistió Dana. Él asintió, apoyándose en la encimera–. ¿Quiere beber algo?

–Si tuviese algo fresco, se lo agradecería.

Ella abrió la nevera, donde estaban pegados algunos dibujos, sin duda obra de Evan.

–Mira, ése es mi pony –dijo el niño, señalando un dibujo de algo parecido a un caballo.

–Está muy bien pintado.

–Mi abuelo me lo compró en mi cumpleaños. Cuando tenía tres –explicó Evan levantando tres dedos–. Ahora casi tengo cinco.

Jared sonrió.

–¿Tu abuelo te enseñó a montar?

El niño asintió.

–Y luego se puso enfermo y se fue al cielo. Lo echo de menos.

–Ya me imagino.

Dana le ofreció un vaso de té helado.

–Siéntese, por favor. Evan, ve a ponerte la ropa de diario.

–¿No vamos al pueblo? ¿Y qué pasa con mi helado?

–Ahora no puede ser, cariño. Tenemos que cuidar del señor Trager.

–¿Va a quedarse hasta que se ponga mejor?

–Deja de hacer tantas preguntas y ve a cambiarte, anda.

–Vale –dijo el niño, corriendo hacia la escalera.

–Perdone, mi hijo es muy preguntón.

–No me molesta –sonrió Jared–. Además, soy yo quien está molestando.

–Y yo quien lo echó de la carretera.

–No pasa nada. Ha sido un accidente.

–Pero su camioneta… y no estoy convencida de que se encuentre bien. Está muy pálido.

–Ha sido el airbag. Debería haberme apartado.

Dana mojó un paño de cocina y se lo puso en la frente. Lo hacía de forma natural, pero despertó una reacción… inesperada en Jared.

–Podría haberse matado.

–Pero no ha sido así. No se preocupe –dijo él, quitándole el paño.

Pero Dana no se apartó. Estaba tan cerca de él que podía oler su perfume. No sabía cuál era, pero sí que podría acostumbrarse a él; y a sus ojos, de un verde muy claro, con puntitos dorados. Jared empezaba a tener mucho calor y no tenía nada que ver con el sol de Texas.

–Yo… voy a llamar al doctor Turner para que le eche un vistazo –dijo Dana descolgando el teléfono.

–No hace falta…

–Sí hace falta. Quiero quedarme tranquila.

Cinco minutos después, un hombre mayor entró en la cocina.

–¿Ya habéis vuelto del pueblo? ¿Te han dado el préstamo? –entonces se fijó en Jared–. Ah, perdona. No sabía que tuvieras compañía.

–Bert, te presento a Jared Trager. Jared, Bert Marley. Hemos tenido un pequeño accidente en la carretera. Yo conseguí apartarme, pero la camioneta de Jared chocó contra un árbol.

Bert hizo una mueca.

–Lo que nos faltaba. ¿Cómo ha quedado tu furgoneta?

–Se puede conducir –suspiró Dana–. Pero estoy preocupada por el señor Trager. Se ha hecho daño en la cabeza.

Bert examinó al extraño ajustándose las gafas.

–¿Qué estaba haciendo en la carretera?

Jared se percató de la hostilidad que había en esa pregunta. Pero, ¿cómo podía decirles que era el hermano del padre de Evan, del hombre que dejó a Dana embarazada?

–Pasaba por aquí.

–¿Por qué?

–Quería hablar con la señorita Shayne.

–Ah, entonces ha venido por lo del trabajo –sonrió Bert.