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Les esperaba un hermoso futuro Cuando una niña se presentó con una colcha a medio hacer, a Jenny Collins, la encargada de la tienda, se le derritió el corazón. Gracie tenía que acabar como fuese el trabajo que su madre había dejado inacabado. El viudo Evan Rafferty era el cowboy más guapo del pueblo, pero también el más gruñón y no le gustó que una desconocida le exigiese que llevara a su hija a coser colchas. Sin embargo, la calidez y la alegría de Jenny eran irresistibles y Evan supo que debía olvidar el pasado para ser el padre que Gracie necesitaba… y el hombre que deseaba Jenny.
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Seitenzahl: 227
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Patricia Thayer. Todos los derechos reservados.
UNA FAMILIA DE VERDAD, N.º 68 - junio 2012
Título original: Little Cowgirl Needs a Mom
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0190-5
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
JENNY Collins se quedó mirando el cartel que había dentro del escaparate de Puntada con Hilo:
El miércoles y el sábado será el cursillo de colchas de retazos para principiantes. Todo el mundo será bien recibido.
Ya era oficial, estaba metida hasta las cejas. Era una profesora de inglés en el instituto, no una especialista en colchas. Nunca debió haber hecho caso a Allison cuando le dijo que se lanzara de cabeza. Desgraciadamente, no sabía hacer las cosas de otra manera y eso le ocasionaba problemas algunas veces. Sin embargo, su amiga confiaba en ella y no podía defraudarla.
Su vida se había desmoronado y tenía el empleo de encargada y el apartamento de encima de la tienda gracias a Allison Casali. El empleo sería suyo mientras quisiera quedarse en Kerry Springs, Texas.
La puerta de la tienda se abrió, Millie Roberts asomó la cabeza y Jenny volvió al presente. La empleada a media jornada de Jenny ya había cumplido los sesenta años y tenía el pelo gris bastante corto, lo que le favorecía. Millie, menuda y delgada, era simpática, activa y, lo mejor de todo, una especialista en hacer colchas con trozos de distintas telas.
–Acabamos de recibir un pedido –le comunicó con una sonrisa–. Son las telas nuevas que pidió Allison.
Jenny la siguió.
–Perfecto, ya nos quedaban pocas.
–Bueno, tampoco puede extrañarte cuando has vendido casi todo lo que hay en la tienda.
Pasaron junto a varias colchas muy coloristas que colgaban de las paredes, todas ellas diseñadas por la dueña de la tienda y jefa de Jenny desde hacía poco. También había estantes con todas las telas imaginables y una mesa larga para cortar la tela, que dividía la tienda en dos. Encima del mostrador había una caja registradora y, al lado, varias cajas grandes.
–¡Caray! –exclamó Jenny–. Allison ha debido de comprar todas las existencias.
Sabía que la empresa daba una buena cantidad para que sus telas estuvieran asociadas al nombre Allison Cole Casali. Sus fieles seguidores comprarían muchos de sus productos.
Jenny abrió una caja y empezó a sacar cortes de tela de todos los colores. Millie y ella estaban comprobando el pedido cuando una voz delicada llamó la atención de Jenny. Se dio la vuelta y vio a una niña baja y morena delante del mostrador. Era guapa y llevaba vaqueros, una camisa rosa y zapatillas de deporte blancas. Abrió mucho los ojos azules y sonrió con indecisión.
Jenny dejó las cajas y se acercó a ella.
–Hola, soy Jenny Collins.
–Yo soy Grace Anne Rafferty, pero todo el mundo me llama Gracie.
–Encantada de conocerte, Gracie Rafferty. Te presento a Millie.
–Hola, Gracie.
Millie la saludó y siguió repasando las cajas.
–¿En qué puedo ayudarte, Gracie? –le preguntó Jenny.
La niña señaló hacia el escaparate por encima del hombro.
–He leído el anuncio. Quiero que me ayuden a hacerme una colcha.
Jenny miró a Millie.
–Bueno, Gracie, no lo sé…
¿Cómo podía decirle que era demasiado pequeña?
–Este cursillo no está pensado para niñas…
–Tengo ocho años y sé coser. Incluso he empezado una colcha… Bueno, la empezó mi madre, pero ya no puede ayudarme.
Jenny se conmovió al notar su tristeza.
–Me encantaría poder ayudarte, Gracie, pero el cursillo es para adultos.
A la niña se le hundieron los hombros, pero abrió mucho los ojos.
–Es que tengo que terminarla porque se lo prometí a ella.
Jenny se inclinó hacia la niña.
–Entonces, tu madre y tú deberíais terminarla juntas. ¿Por qué no se apunta ella al cursillo?
La niña sacudió la cabeza y su coleta fue de un lado a otro mientras los ojos se le empañaban de lágrimas.
–No puede porque está en el cielo.
Evan Rafferty recorrió todos los pasillos de la inmensa ferretería, pero no vio a su hija por ningún lado. Salió apresuradamente a la camioneta con la esperanza de que se hubiera aburrido y hubiese salido. Gracie tampoco estaba allí. La buscó por la calle principal del pueblecito. ¿Dónde se había metido? ¿Se la habría llevado alguien? No, eso era imposible en Kerry Springs. Elevó una plegaria en silencio mientras entraba en la tienda de comestibles. Quizá estuviese comprándose un caramelo. Tampoco estaba allí. No podía serenar los latidos del corazón ni contener el miedo que amenazaba con dominarlo.
Ni siquiera podía cuidar de su propia hija. ¿Había tenido razón Megan? Quizá no estuviese hecho para ser padre.
Pasó apresuradamente por otros dos escaparates y se paró súbitamente cuando vio unas colchas hechas con trozos de telas en un escaparate. Gracie había dicho que tenía que terminar una colcha. Abrió la puerta de cristal emplomado y aminoró el paso cuando oyó la delicada voz de su hija. Había sido el sostén de su vida, lo que lo había mantenido centrado durante el año y medio pasado, el motivo por que se levantaba todos los días cuando algunos quería tirar la toalla. Pasó junto a los estantes llenos de telas hasta que vio a una mujer rubia que hablaba con su hija.
–Gracie Rafferty.
La niña se dio la vuelta precipitadamente y su expresión de felicidad su tornó en otra de culpabilidad.
–Hola, papá.
–No me digas «hola» como si no hubiese pasado nada. Sabes que no puedes desaparecer –Evan suavizó el tono–. No podía encontrarte.
–Perdona –se disculpó ella con lágrimas en los ojos–. Estabas ocupado y pensé que podía venir a ver las colchas –le explicó con una sonrisa que le recordó a su madre.
–Eso no es una excusa para que te marches sola.
–Señor Rafferty, me llamo Jenny Collins –le mujer rubia seguía al lado de su hija–. Soy la nueva encargada de Puntada con Hilo.
Él la miró detenidamente. Tenía una sonrisa agradable, era alta y delgada y llevaba una camisa azul metida en unos pantalones vaqueros que resaltaban su cintura estrecha y la redondez de sus caderas. Cuando se fijó en sus grandes ojos oscuros, sintió un estremecimiento en las entrañas.
–Siento que estuviese preocupado por Gracie –siguió la mujer–. No sabía que no tuviera permiso para estar aquí.
Él volvió a encauzar sus pensamientos dispersos.
–¿Qué pensó cuando una niña entró sola?
La mujer no dejó de sonreír, pero él captó el destello de furia en sus ojos.
–Supuse que alguno de sus padres llegaría pronto –contestó ella mirando a la niña–. Gracie, la próxima vez que vengas aquí, tienes que tener permiso.
La niña asintió con la cabeza y se secó una lágrima.
–De acuerdo.
–Muy bien. Ahora, ¿por qué no vas a lavarte la cara antes de que tu padre te lleve a casa?
La encargada de la tienda lo miró como si lo desafiara a que le llevara la contraria. Entonces, una mujer mayor salió de detrás del mostrador.
–Hola, Evan.
Él notó que se sonrojaba al reconocer a Millie Roberts, una profesora jubilada del colegio e integrante de la iglesia a la que acudía antes.
–Hola, señora Roberts –la saludó él llevándose los dedos al ala del sombrero.
–Me llevaré a Gracie para enseñarle dónde puede lavarse.
Jenny se volvió hacia él cuando se quedaron solos.
–¿Podría concederme un minuto de su tiempo, señor Rafferty?
–¿Para qué? Gracie no va a volver por aquí.
–¿Por qué? ¿Le importa que aprenda a hacer colchas de retazos? Gracie me ha contado que su madre las hacía y ha estado muy triste desde… últimamente.
Evan no quería hablar de su vida privada y menos con una desconocida.
–Eso no es de su incumbencia. Además, Gracie es demasiado pequeña.
Jenny lo miró fijamente. No lo había captado del todo todavía, pero sí sabía que ni él ni su hija parecían felices. Sintió una conexión inmediata con Gracie en cuanto la vio delante del mostrador. Su infancia tampoco fue la más feliz y al ver la tristeza de esa niña casi se le rompe el corazón.
–Podría hablar un poco con ella –propuso Jenny.
–No sé qué la convierte en una especialista, pero le agradecería que me dejara ocuparme de mi hija.
–Su hija entró aquí y me ha implicado en esto. Me gustaría ayudar. Quizá se nos ocurra una idea para que participe en algo.
No le apetecía nada que otra persona se metiera en sus asuntos.
–No, gracias. Solo quiero que me dejen en paz.
Se alegró cuando su hija salió del cuarto de baño y se dirigió hacia él.
–Vamos, Gracie. Tenemos que volver al rancho.
Evan fue hacia la puerta sin saber por qué estaba siendo tan desagradable con su hija y con esa mujer a la que ni siquiera conocía. El problema era esa mujer. Podía entender por qué le atraía a Gracie. Miró a la hermosa rubia y sintió la misma atracción, aunque lo detestara. Dejó escapar un gruñido.
–Menudo majadero –murmuró Jenny–. ¿Lo has oído, Millie?
Fue hasta el escaparate sin esperar a que su compañera contestara. Observó al señor Rafferty que se acercaba hasta una camioneta último modelo con el logotipo del rancho Triple R en la puerta y que ayudaba a su hija a montarse. El ranchero rodeó la cabina y pudo verlo de espaldas. Era alto y delgado y estaba para comérselo con esos vaqueros. Tenía unos muslos muy compactos… como el trasero. También tenía unas espaldas anchas, unos brazos musculosos y un pelo oscuro y tupido debajo del sombrero texano. Todavía podía notar su abrasadora mirada de color azul grisáceo. ¡Fantástico!
Era la primera vez que un hombre la atraía desde hacía mucho tiempo y, categóricamente, no era su tipo. Había conocido a muchos hombres desagradables y arrogantes como él, entre otros, a su padrastro. No iba a perder el tiempo con alguien como Evan Rafferty. Se acordó de lo que dijo la niña sobre que su madre estaba en el cielo. Entonces, él había perdido a su esposa hacía poco tiempo. No pudo evitar sentir lástima por los dos.
Vio que la camioneta se apartaba de la acera y que Gracie la miraba. Se despidió de ella con la mano y sintió una opresión en el pecho. Ese cowboy grandullón tenía una cosa a su favor: su encantadora hija. Millie se acercó a ella.
–No seas muy severa con ese joven. Lo ha pasado muy mal –la mujer miró a Jenny con tristeza–. Perdió a su esposa Megan. El Día de Acción de Gracias hará un año.
–¿Qué pasó? –preguntó Jenny casi sin querer.
–Tenía cáncer –Millie suspiró–. Sé que sufrió espantosamente. Evan no solo tiene que sobrellevar su pérdida, también intenta criar a su hija y dirigir el rancho. No le reprocho que estuviera alterado por no poder encontrar a Gracie.
Jenny asintió con la cabeza. No tenía una hija, pero sí sabía por lo que pasó Allison para que su hija Cherry volviera a andar después del accidente de coche que casi le costó la vida. Seguramente, sería tan protectora si tuviera una hija. Dejó a un lado todas las añoranzas familiares y sonrió.
–De acuerdo, será mejor que volvamos al trabajo. Está previsto que el cursillo para principiantes empiece dentro de dos semanas.
Cruzó la tienda para dirigirse a la nueva abertura que conectaba con el edificio contiguo. Allison lo compró cuando su propietario se marchó y los carpinteros ya habían terminado las mejoras para ampliar la tienda. Se quedó en la puerta y miró el espacio vacío. Todavía había que pintarlo, pero los armarios y estantes nuevos ya llenaban la pared del fondo. Había sitio de sobra para las telas y el material docente y podían meter las máquinas de coser portátiles. Fue hasta el escaparate.
–¿Qué te parece poner una mesa redonda y unas buenas sillas en esta zona?
–Las mujeres podrían venir a relacionarse y a hacer colchas –contestó Millie con una sonrisa.
–Muchas de las clientas son amigas y vecinas –añadió Jenny encogiéndose de hombros–. Podemos crear un sitio donde se reúnan para trabajar juntas en sus cosas y se cuenten sus ideas y sus trucos. Podemos llamarlo el rincón de las costureras. ¿Qué te parece?
–No te costará nada llenar esa mesa –contestó Millie con una sonrisa de oreja a oreja.
Perfecto. Un problema resuelto. Sin embargo, seguía inquieta por Evan Rafferty y eso era lo que menos le apetecía en ese momento. Ya había tenido que aguantar bastante. Aun así, no podía dejar de pensar en su hija. Quería ayudar a Gracie. Entonces, se le ocurrió algo.
–Millie, si pasamos el cursillo de los adultos a los miércoles y los sábados por la mañana, nos dejará tiempo el sábado por la tarde.
–¿Qué estás pensando? –preguntó Millie.
–Un cursillo para niñas…
La mujer la miró un momento.
–Es una iniciativa considerable solo porque una niña quiera acabar una colcha.
¿Eso era lo único que quería Gracie?, se preguntó Jenny acordándose de su infancia. Sus hermanastros le habían hecho sombra y su padrastro no le había hecho ningún caso. Lo peor del caso era que su madre lo había consentido. Quizá eso fuese lo que le había pasado a Gracie desde que murió su madre, quizá se sintiese dejada de lado. La pregunta más importante era si una niña de ocho años era demasiado pequeña para entrar en un cursillo para hacer colchas. No.
–¿Crees que alguna de nuestras clientas habituales nos ayudaría en el cursillo para niñas? –le preguntó a Millie.
–Es posible –contestó la mujer encogiéndose de hombros–. ¿Lo haces por cualquier alumna o te refieres a alguna en concreto?
–A lo mejor, pero ¿por qué no podemos ayudar a una niña a que acabe su colcha?
–Ya. Si estamos hablando de una colcha de retazos que empezó su madre, no es un asunto sencillo. Megan Rafferty era bastante experta haciendo colchas. Vendió varias en la feria del pueblo. Sin embargo, tienes razón. Ayudaría a Gracie, sobre todo, cuando vive rodeada de hombres –Millie esbozó una sonrisa–. Esos Rafferty son muy guapos.
Jenny se ablandó al pensar en Evan Rafferty y al acordarse del dolor que había captado en su mirada. Eso era suficiente para que se mantuviera alejada de él. Aunque no hubiese sido tan desagradable, pertenecía a otra mujer.
A la mañana siguiente, Jenny fue al colegio de Kerry Springs con unas octavillas. Esperaba que Lilian Perry, la directora, la ayudara a promocionar su cursillo. Cuando se abrió la puerta del despacho, se quedó sorprendida al ver a una mujer que no era mucho mayor que ella. La atractiva morena le sonrió y la saludó mientras entraban. La directora cerró la puerta.
–Gracias por esperar, señora Collins.
–Llámame Jenny, por favor.
–Yo me llamo Lily.
Jenny se sentó en una silla y Lily se sentó al otro lado de su escritorio.
–He oído decir que te has hecho cargo de Puntada con Hilo.
–Las noticias vuelan…
–En este pueblo, sí. Además, mi madre vive prácticamente en tu tienda. Es Beth Staley.
–Ah, claro. Millie y ella son amigas.
–Efectivamente. ¿En qué puedo ayudarte?
–Esperaba que me ayudaras a promover un cursillo para hacer colchas dirigido a los niños –Jenny le dio una octavilla–. Es gratis.
Lily miró el papel.
–Parece interesante… y generoso –comentó Lily mirando a Jenny.
–Llámalo un servicio a la comunidad –replicó Jenny encogiéndose de hombros–. Todavía no sé cuántas voluntarias conseguiré. También voy a pedirle ayuda a tu madre. Mi idea es que ese oficio pase a otra generación.
Lily apoyó los antebrazos en el escritorio.
–Estoy segura de que a mi madre le encantará. Ha intentado que Kasey, mi hija, se interesara. Es posible que quiera participar en un cursillo con otras niñas de su edad.
Pasaron otros veinte minutos comentando la iniciativa.
No solo sería bueno que las niñas aprendieran esa actividad, también las ayudaría a relacionarse con una generación mayor.
–Puntada con Hilo donará la tela y el hilo, pero nos gustaría animar a las niñas a que llevaran parte del material, como retazos de telas viejas. Todo el mundo cree que reciclar es importante.
–Me encanta –comentó Lily–. Es como sentirte orgulloso de tu familia, de su legado –Lily se dejó caer en el respaldo–. Me gusta tu entusiasmo, Jenny, y pasaré las octavillas a los cursos superiores –Lily se levantó–. La campana está a punto de sonar y tengo que salir. Me gusta estar en contacto con los niños.
–Yo también lo hacía. Aunque mis alumnos eran mayores, del instituto.
Lily la miró de reojo.
–¿Ya no das clases?
Jenny no quería entrar en detalles.
–Voy a tomarme un trimestre libre por el momento.
Le fastidiaba que hubiese cambiado su actitud hacia la enseñanza, aunque no hacia los alumnos. Siempre defendería a los chicos, aunque no siempre ganaba la batalla.
–Volveré en otoño.
La campana sonó mientras salían. Los alumnos corrían sin dejar de hablar hacia los vehículos que los llevarían a sus casas, pero muchos se pararon para saludar a su directora. Jenny se dio cuenta de que echaba de menos el contacto que tenía con sus alumnos. Oyó que la llamaban y cuando se dio la vuelta, vio a Gracie Rafferty.
–Jenny, ¿por qué estás en mi colegio?
–Hola, Gracie. He venido a conocer a la señora Perry.
La niña miró a la directora y sonrió.
–Hola, señora Perry.
–Hola, Gracie. Jenny ha venido para contarme que va a dar un cursillo en su tienda para enseñar a los niños a hacer colchas.
–¿De verdad? –preguntó la niña con los ojos como platos.
Jenny se alegró de haber hecho feliz a la niña.
–De verdad. A lo mejor, puedes seguir con tu colcha.
La niña pareció emocionarse, pero alguien la llamó antes de que pudiera decir nada. Jenny miró alrededor y vio a Evan Rafferty al lado de su camioneta. La niña dejó de sonreír inmediatamente.
–No puedo. A mi padre no le gustaría.
Gracie se dio la vuelta y fue corriendo hacia el hombre que se había metido en la cabeza de Jenny desde que lo había visto.
–Discúlpame, Lily. Tengo que hablar con alguien.
Jenny miró fijamente hacia la camioneta. Tenía que conseguir que es hombre entrara en razón pero, a juzgar por su expresión obstinada, supo que no iba a ser fácil.
–Señor Rafferty, ¿puedo hablar con usted? –le preguntó con delicadeza.
Evan cerró la puerta del acompañante y se alejó de la camioneta para que Gracie no pudiera oírlos.
–Tengo poco tiempo –contestó él mirándola fugazmente–. Además, el otro día dejamos zanjado el asunto.
–Como se trata de su hija, pensé que podía concederme un minuto –replicó ella sin hacerle caso.
Evan se puso bien el sombrero y la miró a los ojos marrones y aterciopelados como el chocolate. Sintió un arrebato abrasador y apartó la mirada apresuradamente.
–Entonces, se ha equivocado. Mire, tengo que estar en un sitio en este preciso instante.
En cualquier sitio lejos de ella. Evan se montó en la camioneta y se alejó. Jenny se quedó con la ira consumiéndola por dentro. ¿Cómo se atrevía…? Muy bien, tendría que encontrar otra manera de ayudar a la niña. No sería la primera vez que había peleado por una niña y nunca se había dado por vencida.
A LA mañana siguiente, Jenny salió de la carretera en su utilitario y entró en un camino que la llevó a un arco que anunciaba el rancho Triple R y el viñedo Rafferty. Seguramente, no había sido su idea más brillante, pero no iba a dejar de pelear por los niños. Sabía lo que era sentirse sola, no tener a nadie al lado, sobre todo, a tu padre o a tu madre. Su propia madre se había negado a oír sus peticiones de ayuda por las burlas y los maltratos de sus hermanastros, que eran mayores y deberían haberla protegido. No deberían haberles permitido que se metieran con una niña de ocho años, pero nadie lo hizo. Su madre se enfadó porque creaba un conflicto en la familia. ¿La familia? Nunca habían sido una familia.
Jenny dejó a un lado los malos recuerdos. ¿Por eso se había convertido en una defensora de los niños? ¿Por qué había querido ser profesora? ¿Para que los pequeños e inocentes pudieran confiar en alguien? ¿Para que supieran que había alguien que estaba de su lado? ¿Cuántas veces había hecho lo imposible para que un alumno saliera airoso? Le encantaba ayudar a que los niños cumplieran sus sueños y a que dieran todo lo que podían dar de sí.
Hasta que hacía poco todo se desmoronó cuando perdió la batalla por un alumno. Luis García tenía todas las aptitudes necesarias para ir a la universidad y ella lo ayudó todo lo que pudo a solicitar becas. Entonces, Luis se metió en una pelea para defender a otro alumno y encontraron una navaja. Aunque la pequeña navaja no era de Luis, la directora creyó al otro chico y a sus amigos. Expulsaron a Luis inmediatamente. Jenny suplicó a la directora que le permitiera hacer los exámenes, pero él se negó a permitir ningún trato de favor. Ella supo que Luis nunca volvería a ir al colegio. También se desalentó y pidió una excedencia durante el trimestre de primavera. Necesitaba tiempo para aclararse las ideas y dejar de sentirse como si se implicara demasiado en ser profesora.
¿Y qué había hecho otra vez? Se había metido hasta el fondo en otro conflicto. La vida de Gracie no era de su incumbencia, pero eso no la había detenido nunca. Si un niño lanzaba un grito, ella quería cerciorarse de que alguien lo oía. Gracie Rafferty estaba lanzando un grito.
Aminoró la velocidad al acercarse al rancho. Había varias cabezas de ganado pastando. Al otro lado del camino había una ladera repleta de espalderas con vides. Era impresionante. Siguió hasta que llegó a un establo con un corral. Luego, apareció una casa de dos pisos construida con tablones de madera, pintada de un marrón grisáceo, con contraventanas color vino y un porche grande y acogedor. El jardín estaba cubierto con hierba y un seto lleno de flores bordeaba la valla de troncos. Todo parecía inmaculado.
Jenny aparcó en la zona de gravilla y se bajó. Tomó varias bocanadas de aire para tranquilizarse y subió por el camino. Cuando llegó al porche, un hombre algo mayor ya había salido de la casa. Era grande y robusto, con la cabeza cubierta por una mata de pelo blanco como la nieve y con una sonrisa de oreja a oreja.
–Hola –la saludó él.
Ella no pudo evitar sonreírle también.
–Hola, me llamo Jenny Collins y estoy buscando al señor Rafferty.
El hombre asintió con la cabeza y sin dejar de sonreír.
–¿A cuál de todos buscas? Yo soy Sean –se presentó él inclinando levemente la cabeza–. ¿Buscas a alguno de mis hijos? ¿A Evan o a Matthew?
Ella comprendió de dónde había sacado Evan su buena planta. Era una pena que no fuese tan encantador como su padre.
–A Evan –Jenny miró alrededor con cierto nerviosismo–. Me gustaría hablar con él si no está muy ocupado.
–No está aquí ahora mismo. ¿Por qué no entras a esperarlo? Tomaremos un té.
–No quiero molestar –replicó ella en tono vacilante–. Si no va a tardar mucho, puedo esperarlo aquí.
Sean le hizo un gesto para que subiera al porche.
–Una chica tan guapa como tú me alegrará el día. Pasa, por favor.
Ella tuvo que sonreír.
–Gracias. Aceptaré la invitación.
Jenny pasó delante. A un lado del recibidor había una pequeña sala demasiado ordenada como para que la usaran habitualmente. Pasada la escalera con columnas había un comedor con una mesa larga y seis sillas a cada lado.
–Los Rafferty somos muy poco protocolarios. Nos gusta estar en la cocina, alrededor de la comida.
Jenny lo siguió a una habitación muy espaciosa, con armarios por las paredes y una encimera sólida llena de aparatos. También había un frente de piedra natural que realzaba la zona, pero fue el maravilloso olor lo que hizo que le pareciera un verdadero hogar.
–Siéntate, por favor –le pidió Sean mientras iba a la nevera–. ¿Quieres té caliente o frío?
–Lo que sea más fácil –contestó ella mientras miraba la habitación contigua con muebles muy grandes y una televisión–. Tiene una casa preciosa, señor Rafferty.
Él dejó un vaso con té frío delante de ella.
–Para empezar, llámame Sean, por favor.
–Solo si tú me llamas Jenny.
Él asintió con la cabeza.
–Además, esta casa es de mi hijo Evan y de su hija. Matt, mi otro hijo, y yo nos mudamos aquí hace un año o así para acompañarlo después de que Megan, la esposa de Evan, falleciera.
Ella captó su tristeza inmediatamente.
–Lamento mucho la pérdida.
–Gracias. Ha sido un tiempo doloroso para mi hijo y la pequeña –dijo él en tono pensativo antes de seguir–. En cualquier caso, los tres nos ayudamos –Sean sonrió–. Yo no soy ranchero, ésa es la forma de vida de Evan y ahora también lo es de Matt.
–¿El viñedo es suyo?
Él negó con la cabeza y una sonrisa franca.
–También es de Evan. Yo solo soy el cocinero y el que lava las botellas.
A Jenny la caía muy bien ese hombre. ¿Habría sido así Evan antes de que su esposa falleciera?
–No te quites méritos, Sean. Estoy segura de que haces mucho más de lo que dices.
Él se apoyó en la encimera y arqueó una ceja.
–Me caes bien, Jenny Collins. ¿Desde cuándo llevas en Kerry Springs?
–Trabajé aquí un verano, hace dos años, y el verano pasado volví de visita, pero he venido hace poco y estoy llevando Puntada con Hilo, la tienda de colchas de retazos.
–He visto la tienda. Está enfrente del bar de Rory. Me ocupo de la barra los fines de semana.
–¿De verdad? Nunca he estado allí. –Es un bar agradable. Se juegan partidas de billar y de dardos y los fines de semana se baila un poco –él ladeó la cabeza–. Sin embargo, tengo una curiosidad. ¿Qué tiene que ver mi hijo con una tienda de colchas?
–Es por Gracie. Ella entró en la tienda para interesarse por el cursillo.
–¿De verdad? Bueno, no me sorprende. Habla mucho de las colchas de su madre.
–He venido para ver si hay alguna manera de que se apunte.
Sean frunció el ceño por primera vez.
–Que tengas suerte…
–Papa, ¿puedo ir a casa de Carrie? –preguntó Gracie.
Evan salió de la carretera y miró a su hija por el retrovisor de la camioneta.
–No si es una noche entre semana.
–No es esta noche. Es una fiesta para quedarse a dormir –Gracie vaciló–. Todas mis amigas van a ir y quiero estar con ellas.
Evan no estaba dispuesto a dejar que fuera sola.
–Si quieres, tus amigas pueden venir a jugar a casa.