E-Pack puntadas de amor mayo 2021 - Patricia Thayer - E-Book

E-Pack puntadas de amor mayo 2021 E-Book

Patricia Thayer

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Beschreibung

Una familia de verdad Les esperaba un hermoso futuro. Un secreto amenazador El corazón mejor guardado de Texas. Un amor imposible Grandes secretos en una pequeña localidad. Caminos cruzados El hombre más impresionante del pueblo…

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-Pack Puntadas de amor, n.º 247 - mayo 2021

I.S.B.N.: 978-84-1375-721-6

Índice

Créditos

Un secreto amenazador

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Promoción

Un amor imposible

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Promoción

Caminos cruzados

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Promoción

PRÓLOGO

NOTICIA DE ÚLTIMA HORA

El senador Clayton Merrick volvió precipitadamente a su casa de Texas para estar junto a su esposa, que había sufrido un derrame cerebral.

¿La gravedad de la situación significará que es la última legislatura del senador? Lo que es más importante, ¿cómo afectará a la próxima votación sobre la ley de la energía que está pendiente… y a la dinastía política de los Merrick?

CAPÍTULO 1

JADE Hamilton estaba completamente perdida en infinidad de sentidos. Se acercó al bordillo y aparcó el utilitario en la calle principal de Kerry Springs, Texas. Podía decirse que el tráfico era inexistente, pero ¿qué había esperado? Tenía menos de veinte mil habitantes. Resopló. Era uno de esos momentos cruciales de los que siempre había hablado Carrie Bradley, su amiga y compañera como enfermera. O buscaba el camino para la entrevista de trabajo o se olvidaba de esa idea disparatada y se volvía a Dallas. Si lo hacía, nunca se enteraría de la verdad y tenía que saberla.

La tristeza fue adueñándose de ella mientras pensaba en los últimos meses. Detestaba el rencor que sentía hacia la mujer que la había criado, pero le había ocultado muchas cosas. En esos momentos, Renee Hamilton había fallecido y no podía decirle nada sobre la información que había encontrado en una caja de seguridad y que cambiaría su vida para siempre.

Había llegado el momento de descubrir toda la verdad. Necesitaba encontrar respuestas. Primero, tendría que encontrar el rancho River’s End.

Se bajó del coche, miró alrededor y vio una ferretería, una farmacia y una heladería. Entonces, se fijó en el escaparate de una tienda de colchas de retazos hechas a mano. El nombre, Puntada con Hilo, estaba con letras doradas en el cristal del escaparate. Sonrió al acordarse de su infancia y de las horas que le había dedicado a aprender a coser con su madre.

Se acercó, abrió la puerta y sonó la campanilla. Hacía fresco y se oían las voces de varias mujeres reunidas alrededor de una mesa para cortar tela. La dependienta parecía ocupada y como tenía tiempo hasta la cita, aprovechó la ocasión para echar una ojeada. Unas colchas muy bonitas adornaban las altas paredes y debajo había estantes con libros de estampados, tijeras, agujas y otros utensilios. Avanzó entre cortes de telas de distintos colores y llegó a una habitación contigua donde otras mujeres estaban reunidas alrededor de una mesa. Le sorprendió ver a un hombre que era el centro de atención.

Lo miró tranquilamente. Era guapo, tenía un sombrero texano entre las manos, el pelo muy oscuro y unos intensos ojos negros. Captó un aire claramente hispano en su rostro. Llevaba una camisa vaquera de color crema bien planchada y unos pantalones vaqueros que parecían nuevos, pero las botas estaban muy desgastadas. Le miró las manos y vio que tenía las uñas toscamente cortadas y los dedos callosos. Evidentemente, era un cowboy. ¿Qué hacía en una tienda de colchas hechas con retazos?

–No está mal, ¿verdad?

Jade se dio la vuelta y vio a una rubia de su edad más o menos que le sonreía.

–Lo siento –reconoció Jade–. No está bien mirar así.

–Es difícil no hacerlo –la tranquilizó la mujer–. Hay algunos hombres guapos en Kerry Springs. Puedo decirlo porque hace poco me casé con el más guapo, Evan Rafferty. Hola, me llamo Jenny Rafferty.

–Jade Hamilton –se presentó ella con una sonrisa.

–Bienvenida a Puntada con Hilo. ¿En qué puedo ayudarte? ¿Te apunto a mi cursillo de colchas de retazos o… –Jenny sonrió– prefieres que te presente a ese cowboy tan guapo?

Jenny negó con la cabeza. No podía olvidarse de su objetivo.

–No, lo siento, solo había venido para preguntar por una dirección.

–¿Estás buscando un sitio para vivir?

Jade notó que estaba relajándose un poco.

–Antes quiero un empleo.

–Es una buena idea –replicó Jenny entre risas–. ¿Adónde quieres ir? Llevo poco tiempo en el pueblo, pero puedo indicarte bastantes caminos.

–Estoy buscando a Louisa Merrick en el rancho River’s End.

La dependienta arqueó una ceja.

–¿De verdad? Louisa es una de nuestras mejores clientas… hasta hace poco.

–Entonces, ¿sabes dónde está el rancho?

–Sí –Jenny señaló con la cabeza al cowboy–, pero creo que él puede indicarte mejor el camino. Es Sloan Merrick, el hijo de Louisa.

Jade vio que el hombre se dirigía hacia la puerta con un libro de modelos de colchas.

–Gracias, Jenny –se despidió mientras se apresuraba hacia la puerta.

Lo llamó en cuanto salió.

–Disculpe, señor Merrick.

El hombre, que había llegado a su camioneta, se dio la vuelta. Era más apuesto de cerca, y mucho más grande. Frunció el ceño y la miró con detenimiento. Ella sintió algo raro en las entrañas.

–¿Qué quiere? –le preguntó él poniéndose muy recto.

–Bueno… –ella se sintió repentinamente nerviosa–. Jenny Rafferty me ha dicho que es Sloan Merrick y me gustaría saber cómo ir a River’s End –siguió ella con una sonrisa forzada–. Tengo una cita con Louisa Merrick.

Él la miró fijamente con los ojos entrecerrados.

–Lo único que le diré es cómo marcharse del pueblo.

–¿Cómo dice? –preguntó ella sin dejar de parpadear.

Él se acercó un poco más.

–¿Cómo quiere que se lo diga? Manténgase alejada de las tierras de los Merrick. No es bien recibida.

Una hora más tarde, Jade había encontrado el camino al rancho. Todavía estaba intentando dominar las ganas de darse la vuelta cuando vio la enorme casa blanca en lo alto de la colina. Miró alrededor y también vio kilómetros de vallas de madera que limitaban la inmensa extensión de pasto verde donde pastaba el ganado. Levantó la mirada hacia el arco de hierro que servía de entrada. River’s End pertenecía a la familia Merrick desde 1904.

Tomó aire y lo soltó para sosegar los latidos de su corazón, pero no sirvió de nada. Debería volverse a Dallas y olvidarse de que había oído el nombre Merrick.

Había un Merrick, al menos, que no quería verla por allí. Todavía podía cambiar de opinión y olvidarse de esa idea disparatada. Sin embargo, nunca se enteraría de la verdad sobre sí misma. Pulsó el botón del intercomunicador.

–Residencia de los Merrick –contestó una mujer con un acento muy cerrado.

Jade tragó saliva, aunque tenía la garganta seca.

–Hola, me llamo Jade Hamilton. Tengo una cita con la señora Merrick.

Se le aceleró el pulso. ¿Conocería por fin al senador?

–Le abriré la puerta. Diríjase a la casa principal.

Jade volvió a montarse en el coche y la puerta se abrió mientras la amenaza de Sloan Merrick le retumbaba en la cabeza. No era bien recibida. Quizá fuese bien recibida o quizá no, pero esa era la ocasión de saberlo.

Cruzó la puerta e intentó disfrutar del camino que la llevaba entre distintos edificios, entre otros, un establo muy grande con un corral en el que había algunos caballos. También había empleados ocupados con distintas tareas. Varios la miraron, pero ninguno la detuvo.

La casa era más imponente a medida que se acercaba. Era un edificio de tres pisos, de ladrillo con madera blanca y con un porche que la rodeaba que tenía maceteros enormes con flores de colores. Se detuvo en el camino circular.

Agarró el bolso y el maletín y subió por el camino de piedra hasta los escalones y la impresionante puerta de roble con una abertura de cristal. Tenía el nombre «Merrick» tallado en el centro. Le costó respirar. Había esperado meses para llegar allí y para conocer al hombre ligado al secreto de su pasado. No podía perder la calma.

Sloan Merrick miró a su madre, que estaba sentada en el sofá de la sala acristalada. Aunque estaba en su sitio favorito de la casa, no parecía contenta. Acababa de cumplir cincuenta y ocho años, pero los últimos meses le habían pasado factura. Desde el derrame cerebral, no se había preocupado mucho por su aspecto. No se había cortado el pelo ni se lo había peinado e incluso despidió a la manicura cuando fue a la casa. Era impropio de su madre que no quisiera ver a nadie, fuese amigo o familiar. Aunque el médico creía que podía recuperarse plenamente con ejercicios y tratamientos, no había hecho ningún esfuerzo y estaba preocupado por ella.

–Las mujeres de la tienda te mandan muchos recuerdos. Liz, Beth, Millie y Jenny preguntaron por ti.

Ella lo miró y miró las cosas que le había llevado de Puntada con Hilo.

–Liz pensó que te gustaría el nuevo libro con estampados. Me pidió que te dijera que todavía no han empezado la colcha. Necesitan tu ayuda con los colores y los dibujos.

–Eso es todo lo que podría hacer. En este estado, no les serviría de nada.

–Eso podría cambiar –comentó él con la esperanza de que reaccionara.

Efectivamente, lo miró con rabia.

–Sé que tus intenciones son buenas, hijo, pero hago lo que puedo.

No estaba haciendo nada.

–Madre, si nos dejaras que te ayudáramos…

–Ese es el problema, Sloan. Todo el mundo está ayudándome todo el rato. Ha llegado el momento de que empiece a hacer las cosas por mí misma –hizo un gesto desdeñoso con el brazo sano–. También podría ser una inválida…

Él captó su desesperación e impotencia. Sus orígenes hispanos se notaban claramente en sus rasgos y, sobre todo, en sus intensos ojos marrones.

–Sé que la independencia es muy importante para ti.

–Entonces, prepárate, porque estoy dispuesta a recuperarla, y pronto.

La miró fijamente y recordó el día que se desplomó delante de él. Afortunadamente, recibió atención médica casi al instante. Además, como era la esposa de un senador, recibió la mejor atención.

–No has recuperado toda la fuerza. Algunas veces, necesitas que alguien te ayude.

–De acuerdo. Por eso tengo pensado contratar a alguien que me ayude a levantarme.

–¿Qué? ¿Por qué no has dicho nada? Si necesitas ayuda, nos tienes a nosotros.

–No. Tu padre, Alisa y tú tenéis que seguir con vuestras vidas. Quiero, necesito, hacer esto por mí misma. Afortunadamente, conservo mis facultades. No he perdido completamente la cabeza. Por eso voy a contratar a una enfermera que me acompañe hasta que vuelva a pisar tierra firme, por decirlo de alguna manera.

Sloan se tranquilizó un poco. Quizá no fuese una idea tan mala. Marta había estado desbordada con las tareas de la casa y las exigencias de su madre.

–¿Quién te ha recomendado el médico?

–Me dio el nombre de un registro de enfermeras especializadas en este tipo de cosas. He entrevistado a varias candidatas y he encontrado a una que me gusta.

Se oyó una llamada en la puerta antes de que Sloan pudiera decir algo y Marta, la empleada desde hacía mucho tiempo, asomó la cabeza.

–La señorita Hamilton ha venido.

–Perfecto –Louisa sonrió–. Que pase, Marta –miró a su hijo–. ¿No tienes nada que hacer?

Él cruzó los brazos, apoyó la cadera en la mesa y miró hacia la puerta.

–No.

Cuando entró la candidata, Sloan se quedó petrificado. Era la mujer del pueblo. Era una mujer atractiva con el pelo liso y moreno que le caía libremente por debajo de la barbilla. Lo miró y él contuvo la respiración. Esos ojos grandes, verdes y un poco rasgados lo habían pillado desprevenido hacía una hora y seguían teniendo el mismo efecto en ese momento. Se repuso inmediatamente y se irguió.

–Me parece que se ha equivocado de dirección, señorita Hamilton.

–Quizá sea porque quien quería verme era la señora Merrick y me ha parecido que lo más apropiado sería que fuese ella quien me dijese que me marchara –contestó.

–Se equivoca –replicó él–. Hay demasiada gente que quiere aprovecharse. Es increíble lo lucrativa que puede ser una historia sobre los Merrick y tengo que proteger a mi familia.

–Sloan, por favor, deja que la señorita Hamilton recupere al aliento antes de someterla al tercer grado.

Jade Hamilton se acercó al sofá de anea y se sentó al lado de Louisa Merrick.

–Señora Merrick, me alegro mucho do conocerla por fin. Tiene una casa preciosa. Esta habitación es muy luminosa y soleada.

La sala acristalada tenía unos grandes ventanales que daban al jardín de las rosas. También reflejaba la cultura de ella con azulejos pintados a mano en el suelo y paredes de colores brillantes.

Sloan vio que la señorita Hamilton había sonreído a su madre.

–Tiene que ser una tranquilidad para usted poder estar en un ambiente tan familiar durante la recuperación.

–Lo es –confirmó Louisa con un brillo en los ojos–. Yo decoré la casa y la convertí en un hogar cuando Sloan y yo nos mudamos aquí –miró a su hijo–. ¿Te acuerdas, hijo? Este sitio parecía un museo.

–Sí, madre, me acuerdo.

–Hice que mi marido añadiera esta habitación. Necesito luz natural… y un poco de color.

Sloan se aclaró la garganta.

–¿No deberíamos empezar con la entrevista?

La señorita Hamilton lo miró y parpadeó con esos ojos impresionantes.

–Creía que su madre ya la había hecho –Jade volvió a mirar a Louisa–. ¿Qué quiere preguntarme, señora Merrick?

–Creo que ha llegado el momento de que me llames Louisa.

–Yo me llamo Jade.

–Es un nombre muy bonito. Entiendo que tu madre te llamara así. Tienes unos ojos increíbles.

Jade no podía dejar de temblar por el miedo a que en cualquier momento descubrieran quién era.

–Gracias. Mi madre me contó que cuando vio su color, no se le ocurrió otra cosa.

Sloan se puso en guardia. No iba a permitir que una cara bonita lo obnubilara otra vez cuando su madre estaba implicada.

–Por aquí nos interesan mucho los nombres familiares –siguió Louisa–. A mi hijo lo bautizaron como John Sloan Merrick. Sloan es el nombre de su padre biológico y mi marido, Clay, lo adoptó cuando tenía ocho años.

Sloan se acercó a ellas.

–Madre, creo que no hace falta que nos metamos en la historia familiar.

–Tiene razón –confirmó Jade mirándolo de soslayo–. Es una entrevista. Pregúnteme lo que quiera, señor Merrick.

–¿Dónde trabajo la última vez?

Jade sacó un currículum de su enorme bolso y se lo entregó a él.

–Trabajé en un pequeño hospital de Dallas antes de pedir una excedencia para poder estar con mi madre hasta que falleció –Jade notó las lágrimas e hizo un esfuerzo para contenerlas–. Padeció esclerosis múltiple durante años.

–Lo siento –Louisa suspiró–. Tuvo que ser muy doloroso para ti.

Jade no había esperado apreciar inmediatamente a esa mujer y eso era lo que lo hacía tan complicado.

–Gracias. Mi único consuelo es saber que ya no sufre.

–Sí, tiene que ser un consuelo para ti.

La mujer le tomó la mano y Jade vio que su sentimiento era sincero. También tuvo unas ganas repentinas de salir corriendo y olvidarse de aquello, sobre todo, cuando Sloan Merrick la observaba con tanto detenimiento. Sin embargo, quería el empleo, sería su mejor ocasión para llegar a ver al senador.

–Ya hemos hablado bastante de mí. ¿Qué me dices de ti, Louisa?

Sloan fue a intervenir, pero su madre lo contuvo con una mirada.

–Quiero recuperar mi vida –contestó ella con una expresión más suave–. Haré lo que haga falta.

Jade sonrió.

–Es una buena noticia. Además, como hablamos por teléfono, pienso ayudarte, pero exigirá mucho trabajo y empeño por tu parte.

El hijo de Louisa sí intervino esa vez.

–Muy bien. Le damos las gracias por haber venido. Le comunicaremos nuestra decisión.

Jade se levantó del sofá. No había sido un éxito completo. Él la acompañaría fuera antes de haber podido conocer al resto de la familia y de que Louisa hubiese tomado una decisión.

–Me quedaré unos días el hostal Cross Creek.

Jade se dirigió hacia la puerta doble, pero oyó su nombre.

–Jade, espera –le pidió Louisa.

Ella se detuvo y se dio la vuelta.

–No hace falta que te marches todavía –le dijo la mujer–. Es una decisión que voy a tomar yo.

–Madre… –replicó Sloan en un tono de evidente disgusto.

La mujer se irguió.

–No, Sloan, voy a elegir yo. Desde que me pasó esto… –ella levantó el brazo– nadie me ha preguntado qué me parece nada. Ahora voy a decirte qué me parece. Yo le pedí a Jade que viniera.

–No pasa nada, Louisa –intervino Jade para intentar apaciguar la situación–. Es posible que tu marido también tenga que intervenir en esta decisión.

–¿Clay? Está muy ocupado en Washington con la ley de la energía –Louisa suspiró–. Te daré un consejo, Jade: nunca te emparejes con un político. Nunca están en casa y tu vida privada aparece en los periódicos.

–Lo recordaré.

A Sloan le habría gustado ser tan entusiasta como su madre, pero los años que había pasado en el círculo político habían hecho que recelara de los desconocidos, sobre todo, cuando se trataba de la intimidad de su familia. En cuanto a él, también lo habían chamuscado bastante, pero había conseguido sobrevivir. Aun así, seguía desconfiando de los desconocidos.

–Madre, me gustaría preguntarle algunas cosas a la señorita Hamilton.

–No voy a cambiar de opinión –replicó ella con el ceño fruncido–. La decisión voy a tomarla yo.

Él supo que había heredado la tozudez de Louisa Cruz Sloan Merrick. Una hija de inmigrantes pobres que fue reina de la belleza y que trabajó muchísimo para licenciarse en la universidad y casarse bien, dos veces. Además, había sido la mejor madre que podía haber tenido un hijo.

–¿Te importa que salga a dar un paseo por el jardín con Jade?

Su madre lo miró con el ceño fruncido.

–Solo voy a advertirle de lo insistente que puedes ser para salirte con la tuya –añadió Sloan.

Louisa miró a Jade y le sonrió con amabilidad.

–¿No te advertí de lo insoportable que puede ser mi hijo?

Jade también sonrió.

–Solo está preocupado por ti.

Louisa se dirigió a su hijo.

–Te doy quince minutos. Después, quiero enseñarle a Jade el cuarto para ejercicios que hay arriba. Estaré allí.

Marta entró y ayudó a Louisa con el andador.

Marta, una prima lejana, había trabajado para su familia desde que era una niña. En ese momento, ella y su marido Miguel estaban contratados por los Merrick. Louisa siempre había sido leal con su familia y amigos.

Uno de los defectos de su madre era ser demasiado confiada. Ese y que los desconocidos la confundieran. Jade Hamilton era una desconocida. Él había aprendido por las malas que los problemas podían llegar con un envoltorio muy bonito. Crystal Erickson había sido guapa y lo había desconcentrado. Tanto, que había bajado la guardia. Fue un bochorno para su familia y no volvería a suceder.

Cuando su madre se marchó, Sloan cruzó la sala y abrió las puertas que daban a un patio y al jardín que había detrás.

–Aprovechemos este tiempo otoñal tan bueno.

Jade pasó al patio adoquinado y con grandes macetas de cerámica con flores. El césped, impecablemente cortado, estaba rodeado por rosales con rosas de todos los colores.

–Es precioso.

–La jardinería es otra de las aficiones de mi madre. También le gusta hacer colchas de retazos.

–Está bien que tenga tantas aficiones.

–Siempre ha sido muy activa.

–Perfecto. Entonces, querrá retomar su vida.

Sloan miró a la atractiva mujer. Medía alrededor de un metro y setenta centímetros, tenía unas piernas largas cubiertas con unos pantalones azul marino y una sencilla camisa blanca metida por la estrecha cintura. Su aspecto era muy profesional, pero le producía curiosidad que hubiera ido hasta allí para conseguir un empleo.

–Muy bien, vayamos al grano, señorita Hamilton. ¿Por qué está aquí de verdad?

CAPÍTULO 2

JADE hizo un esfuerzo para calmarse. Él no podía saber el verdadero motivo.

–No entiendo, señor Merrick. Ya le he explicado que mi madre falleció hace poco.

–Dallas está a unos novecientos kilómetros de Kerry Springs.

Ella arqueó una ceja.

–¿Eso hace que se le disparen las alarmas?

–Algunas. Si tuviera un padre senador, le pasaría lo mismo.

–No pedí esta zona en concreto, pero cuando decidí volver a trabajar, me apunté en un registro de enfermeras. Me llegó la propuesta y decidí que podría estar bien cambiar de aires –lo miró a los ojos porque no estaba dispuesta a que la intimidara–. Su madre no habría organizado una entrevista sin hacer comprobaciones. Parece que me aprueba –Jade hizo una pausa–. Creí que estaba aquí para ayudarla.

Miró al atractivo hombre. Era alto y fuerte y tenía los mismos ojos grandes y marrones que Louisa, pero todavía tenía que ver su sonrisa.

–Naturalmente –confirmó él–. Y yo estoy aquí para protegerla.

–El hijo leal.

Él se encogió de hombros.

–Usted cuidó a su madre, estoy seguro de que también recibió su lealtad.

Jade asintió con la cabeza y miró hacia otro lado. Tenía muchos recuerdos. Unos eran buenos, otro malos y algunos quería olvidarlos. En ese momento, tenía que descubrir quién era.

–¿No tiene hermanos ni padre en Dallas?

–No tengo hermanos ni padre. Todo consta en mi currículum –ella no iba a suplicarle el empleo por mucho que quisiera conocer a Clay Merrick–. Creo que ya es hora de que se termine todo esto y de que comente con su madre lo que no le gusta cuando ella haya terminado de entrevistarme. Gracias por el tiempo que me ha concedido.

Se dirigió hacia la casa mientras rezaba para que él la llamara, pero no la llamó. No iba a dar resultado. Entonces, él dijo:

–Señorita Hamilton.

El corazón le golpeaba contra las costillas cuando estaba a punto de entrar, pero se detuvo y se dio la vuelta.

–¿Sí?

–De acuerdo. Si mi madre le da el empleo, aceptaré y le concederé una semana de prueba.

–¿Aceptará? Creía que era una decisión de su madre. Al fin y al cabo, ella me llamó.

–Y yo tengo que proteger a mi familia.

–Tengo unas referencias excelentes, señor Merrick, y estoy muy preparada para el empleo, un empleo que ni siquiera es permanente. Reconózcalo, no quiere verme por aquí.

Sloan se sintió incómodo.

–No he dicho eso. Pondría a prueba a cualquiera –él la miró con el ceño fruncido–. Además, me guste o no, soy el resultado de la profesión, demasiado pública, de mi padre. Algunas veces me cuesta confiar en la gente. Sin embargo, mi madre confía en usted y eso es lo que importa. Si ella le da el empleo, yo no me meteré.

El remordimiento se adueñó de ella. Había conseguido lo que quería. Solo había buscado un pequeño pedazo de su vida, esa familia.

Una hora más tarde, Jade estaba contratada como enfermera de Louisa. Además, también le habían enseñado todo el material, que era digno de muchos hospitales. En ese momento, estaba ante la puerta de los que serían sus aposentos durante un mes aproximadamente. Había conseguido el empleo, pero no se sentía como había esperado sentirse. Por primera vez desde que se enteró de la existencia de Clay Merrick, dudaba de haber hecho lo correcto al ir allí.

Abrió la puerta y se quedó sin respiración. No era donde esperaba haberse alojado como una empleada. Era una sala pintada de amarillo claro con una moqueta de tono verdoso. Delante de una chimenea de mármol había un sofá de dos plazas tapizado de color marfil y todos los muebles parecían antiguos y caros. Cruzó una puerta doble y vio una cama con dosel. Tenía una colcha con retazos azules y verdes cosidos a mano. Tocó uno de los cuadrados. El estampado era increíble y se preguntó si lo habría hecho Louisa. Entonces, vio LM cosido en el borde.

Volvió a mirar alrededor. Todo era perfecto y se sintió fuera de lugar. Todavía podía marcharse. Todavía podía decirle a Louisa que había cambiado de opinión.

Se dio le vuelta cuando entró Marta arrastrando su maleta.

–¿Estás segura de que esta es mi habitación? –le preguntó Jade.

–Sí, señorita –contestó la empleada con una sonrisa–. La señora Louisa me dijo que la instalara aquí para que estuviera cerca de ella. Ella está al otro lado del pasillo.

Eso podría significar que también estaría acerca de Clayton Merrick.

–¿Su marido no está también aquí? Quiero decir… no quiero molestarlos.

Marta negó con la cabeza.

–No… No desde que la señora sufrió el derrame.

Jade tenía muchas preguntas que hacer sobre el senador, pero decidió esperar.

–Entiendo.

Marta terminó de colgar la ropa en el armario. Como Jade había usado uniforme en su trabajo, su guardarropa personal era mínimo y terminó enseguida con la tarea.

–¿Cuánto suele durar la siesta de Louisa?

Marta cerró el armario.

–Sobre una hora, pero es posible que hoy se despierte antes –contestó Marta con una sonrisa y tomándole una mano–. Gracias por haber venido, señorita. Mi prima necesite que la ayude a ponerse bien.

Esa era la parte más complicada. Durante las conversaciones telefónicas, había llegado a apreciar a Louisa pero, de repente, cayó en la cuenta de cuánto podría afectar a todo el mundo la noticia. Probablemente, la despedirían en cuanto descubrieran quién era. Eso, si el senador llegaba a creer su historia. Sin embargo, había llegado hasta allí y tenía que conocer a su padre. Tenía que conocer al senador Clay Merrick.

La empleada abrió las puertas de la pequeña terraza y fue a marcharse.

–Gracias, Marta.

–De nada.

La mujer salió y cerró la puerta. Jade suspiró y se sentó detrás del escritorio. Solo habían pasado seis meses desde que descubrió que su vida había sido una mentira. Después de la muerte de su madre, al repasar algunos documentos importantes, se quedó atónita al encontrar los documentos de adopción. Renee Hamilton no era su madre biológica. La sorpresa no fue menor al comprobar que Kathryn Lowery estaba inscrita como madre, pero el padre era desconocido. También encontró una copia del diario de Kathryn Lowery.

Sacó del bolso el sobre viejo y amarillento que había encontrado en la caja de seguridad de su madre. Dentro solo había pistas sobre su verdadera identidad. Miró la foto de hacía treinta años. Era una foto de grupo, pero había dos figuras que sobresalían. Una mujer muy atractiva que parecía tener veintipocos años destacaba por su parecido con Jade. Kathryn tenía los mismos ojos que su hija.

El hombre era algo mayor, tendría veintimuchos años. Tenía el pelo castaño claro, ojos oscuros y un hoyuelo en la barbilla. Jade se tocó el que tenía ella. No hacía falta que le dijeran el nombre del hombre porque en el fondo de la foto había una pancarta que decía: Clay Merrick para el Senado.

En cuanto encontró los documentos, empezó a buscar a Kathryn Lowery y supo que había vivido en Austin, pero que había muerto hacía veinte años por las complicaciones de una neumonía. Fue más fácil seguir los pasos de Clay Merrick porque era una figura pública. Se enteró de que había estado casado hacía treinta años, cuando tuvo la aventura con Kathryn Lowery. ¿Por eso no quiso saber nada de ella?

El diario de Kathryn no decía gran cosa, solo que había amado mucho a Clay. Se preocupó por la carrera política de Merrick y sufrió al desprenderse de su hija.

Jade sintió una opresión en el pecho al volver a sentir el rechazo. ¿Tuvo Kathryn la ocasión de decirle a Clay que estaba embarazada? ¿Había sido él quien se empeñó en que entregara en adopción al bebé? Por eso había ido al rancho River’s End de enfermera y a enfrentarse a la posibilidad de que Clay Merrick fuese su padre. Ni siquiera estaba segura de que pudiera verse las caras con ese hombre. Si lo hacía, ¿la escucharía o lo negaría todo?

Dobló la foto y la guardó. Solo sabía que no podía darse por vencida hasta que supiera la verdad.

Esa tarde, a última hora, Sloan pudo hablar por fin con el senador.

–Deberías haber estado aquí para contratar a la enfermera de mamá –le dijo Sloan mientras Jade se instalaba en el piso de arriba.

–Fue tu madre quien quiso contratarla, hijo. ¿Hay algún problema con la enfermera que ha elegido?

El único problema era que Jade Hamilton lo desconcentraba demasiado.

–No que yo sepa por el momento pero, aun así, deberías estar aquí.

–Volveré a casa en cuanto pueda –replicó Clay–. En cuanto se haya celebrado la votación.

Sloan sabía que el senador tenía mucho sentido del deber. También sabía que amaba a Louisa, aunque últimamente no había estado mucho por la casa. Naturalmente, Louisa tampoco había estado muy receptiva hacia su marido desde el derrame cerebral. Había alejado a Clay de su cama, de su habitación y, prácticamente, de su vida.

–Creía que tenían votos suficientes aunque tú no estuvieras.

–¿Qué impresión daría que no estuviera aquí trabajando por mi Estado?

–¿Y por no estar aquí con mamá?

Se oyó un profundo suspiro.

–Hablo todos los días con Louisa. A ella no le importa esperar otra semana –se hizo un silencio–. Naturalmente, si hubiese alguien que me sustituyera en el Capitolio, podría retirarme y estar todo el tiempo en casa.

Clay llevaba insinuándole a Sloan que se ocupara su asiento en el Senado desde que terminó la universidad.

–Pues vas a tener que buscar en otro sitio, porque yo estoy feliz aquí.

Su padre ya lo sabía. Sloan se había dedicado a criar ganado en libertad desde hacía cinco años y eso lo satisfacía plenamente.

–Piensa en todo lo que podrías conseguir si vinieras a Washington. Podrías impulsar tus proyectos. Quizá pudieras encontrar financiación para investigar sobre pastos resistentes a la sequía.

Sloan pensó que a la industria ganadera le encantaría, sobre todo, cuando él fomentaba la cría de ganado sin hormonas. En momentos como ese sentía que defraudaba a su padre.

–Lo siento, papá. ¿No has pensado en que Alisa podría ocupar tu sitio?

–Hijo, tu hermana terminó la universidad hace pocos años –hizo una pausa–. Aunque es verdad que ha sido muy elocuente sobre ciertos asuntos y es persuasiva por naturaleza.

Además, aunque Clay nunca hizo que se sintiera distinto, Sloan sabía que no era un Merrick. Clay aceptó y quiso al niño de ocho años cuando se casó con Louisa y lo adoptó al año siguiente. Sloan, por su parte, adoraba a su hermanastra.

–Alisa sería la persona ideal para seguir con la tradición familiar.

–O… puedes encontrar a la mujer perfecta y hacerme abuelo. Así, podría empezar a preparar a mi nieto.

Sloan captó el tono burlón de Clay, pero hubo algo que le indicó que lo decía en serio. Entonces, se acordó de Jade Hamilton.

–Tendría que darme mucha prisa.

–Estoy seguro de que tu madre estaría encantada de ayudarte a encontrar a alguien.

¿Por eso había querido Louisa que Jade se quedara? ¿Estaba haciendo de casamentera? Desechó la idea inmediatamente.

–¿Al menos vendrás a casa para conocer a la nueva enfermera de mamá?

–Estoy seguro de que habéis contratado a alguien competente –se oyó un alboroto por el teléfono–. Tengo que irme, Sloan. Me necesitan en la Cámara.

Sloan colgó y sonó una llamada desde el establo.

–Hola, Bud. ¿Qué quieres?

–Un par de manos. Polly tiene complicaciones con su potrillo. El veterinario está de camino, pero tardará alrededor de una hora en llegar.

–Ahora mismo voy.

Sloan rodeó el escritorio y cuando salió vio a Jade Hamilton que bajaba las escaleras.

–Señor Merrick, ¿puedo hablar con usted? Se trata del horario de su madre.

Él siguió apresuradamente por el pasillo, pasó el comedor y la cocina, agarró el sombrero del gancho que había junto a la puerta y se dio la vuelta.

–Es importante –insistió ella.

–¿Cree que no lo sé? Sin embargo, este rancho también es responsabilidad mía y, en estos momentos, me tengo que ocupar de otros asuntos que también son apremiantes –él hizo una pausa. Quizá debiera enseñarle cómo era la vida por allí–. A no ser que quiera ayudar…

Ella lo miró con esos enormes ojos verdes.

–¿En qué?

–Venga –la agarró de la mano y tiró de ella–. Tengo que traer al mundo a un potrillo.

–Está de broma, ¿no?

–Es enfermera, ¿no? –él caminaba deprisa, pero ella consiguió mantenerse a su altura camino del establo–. Polly tiene complicaciones. No hay ningún veterinario por aquí y usted es lo único que tenemos.

La metió en el edificio antes de que ella pudiera decir algo. Olía a caballo y a paja recién cortada, pero todo estaba limpio y ordenado, como a él le gustaban las cosas. Siguieron por al pasillo central junto a varios cajones con caballos y llegaron a un espacio amplio en un rincón, donde parían las yeguas. La yegua ya estaba tumbada sobre la paja y le costaba respirar.

–Hola, Bud. ¿Algún cambio?

El capataz negó con la cabeza.

–No ha avanzado nada.

Jade miró al animal, grande y de color hierro oxidado. No estaba en su ambiente, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados. Entró en el recinto, se arrodilló junto a la cabeza del animal y le acarició el cuello.

–Hola, guapa. Las cosas no van bien, ¿verdad? –Jade miró a Sloan–. Bueno, todo habrá acabado enseguida.

Él sintió una conexión extraña con ella, como si pudieran ocuparse juntos de eso. Se dirigió al capataz.

–Bud, ella es Jade Hamilton, la enfermera de mi madre. Jade, te presento a Bud.

–Señora…

–Hola, Bud.

La yegua levantó la cabeza y se lamentó como si se hubieran olvidado de ella.

Sloan se remangó y se lavó con desinfectante las manos y los brazos. Miró a Jade.

–Siga haciendo lo que está haciendo. Necesito que esté tranquila.

Jade asintió con la cabeza. Él se arrodilló junto a la cola del animal y empezó a hablarle con delicadeza.

Introdujo la mano después de una contracción.

–Tengo una pierna delantera.

Trabajó durante unos minutos. El rostro le brillaba por el sudor.

–Ya tengo la otra.

Jade siguió hablando con Polly.

–Bud, ponte detrás de mí y ayúdame.

El capataz no era tan grande como Sloan, pero lo agarró de la cintura con sus musculosos brazos, clavó las botas en el suelo y tiraron entre los dos. El esfuerzo empezó a dar resultados cuando aparecieron los cascos.

–Vamos, Polly, ayúdanos –gruñó Sloan.

La yegua tuvo otra contracción y aparecieron las patas y el hocico.

–Bien, mira eso –dijo Bud.

–Vamos, preciosa –la animó Jade–. Enséñales de lo que eres capaz.

Sloan tiró con fuerza y el potrillo salió. Le soltó las patas para que el bebé y la madre pudieran descansar.

–Es hembra.

Algunos de los empleados del rancho se acercaron entre vítores.

–Buen trabajo, jefe.

–Buen trabajo, Polly –añadió Jade sin dejar de acariciar al agotado animal.

Sloan la miró a los ojos.

–Me temo que esto no estaba entre las tareas de su empleo, ¿verdad?

–No –contestó ella con una sonrisa–, pero lo consideraré una experiencia nueva. He visto nacer a un montón de bebés, pero a ninguno como este. Gracias.

Él pareció quedarse sorprendido por sus palabras.

–De nada.

Jade se levantó y se limpió los pantalones sin importarle que, probablemente, se hubiera estropeado los mejores. Sloan estaba lavándose y le dio una toalla.

–¿Quiere hacer los honores? –le preguntó señalando a la recién nacida con la cabeza.

Se volvieron hacia la potrilla, que estaba intentando ponerse de pie. Entonces, Sloan la apartó cuando la yegua también se levantó.

–Tenga cuidado –la avisó Sloan–. Polly es dócil, pero también acaba de parir.

Fueron hasta el extremo del recinto, terminaron de preparar a la potrilla y la acercaron a la ubre de su madre.

–Buen trabajo, señorita Jade –la felicitó Bud acercándose a ellos–. Creo que a Polly le ha gustado tener a otra mujer cerca.

–Gracias –dijo ella al hombre, ya mayor, que parecía como si hubiese pasado muchos años al sol.

–¿Y yo? –preguntó Sloan–. También he tenido algo que ver con el nacimiento.

–Y yo te he ayudado, muchacho. Te recuerdo que era quien tiraba de ti.

El capataz sonrió de oreja a oreja y los ojos se le entrecerraron.

–Pero yo sujetaba al resbaladizo potrillo.

Jade pudo percibir la relación de los dos hombres. Era evidente que se apreciaban. No había conocido la amistad aparte de su madre y Jim Hamilton desapareció de su vida poco después de que ella naciera. Renee empezó a tener problemas de salud cuando ella entró en el instituto y no tuvo tiempo para tener amigas por la esclerosis múltiple de su madre. Incluso cuando empezó a ejercer su profesión, pasó más tiempo con su madre que con amigos, exceptuando a Carrie Bradley. Hasta Carrie hacía que su madre sintiera celos.

Entonces, oyó su nombre.

–¿Qué?

Sloan estaba mirándola.

–He dicho que lo ha logrado –él miró su ropa–. Si Marta no puede obrar el milagro, le debo una blusa y unos pantalones.

–No pasa nada.

–Sería sensato que llevara vaqueros mientras esté aquí.

–¿Va a haber muchos partos?

Sloan no quería que esa mujer le cayera bien. Para él, era una intrusa.

–Es posible que, si hace bien su trabajo, pueda conseguir que mi madre vuelva a montar a caballo.

¡Montar a caballo!

–Tampoco sabía que eso estuviera entre las tareas de mi empleo.

–¿No sabe montar? –preguntó él con el ceño fruncido.

–Monté un par de veces cuando era niña –contestó ella poniéndose muy recta–. Me crié en la ciudad.

–Se crió en Texas.

–Estoy seguro de que con unas de lecciones lo hará muy bien –intervino Bud.

–No tengo tiempo para lecciones. Tengo que dedicarle el tiempo a la señora Merrick.

El capataz se echó el sombrero hacia atrás y dejó ver el pelo entrecano.

–Yo diría que en cuanto conozca a la señorita Louisa se dará cuenta de lo difícil que es mantener su ritmo. Era una mujer muy activa. El derrame la ha parado un poco, pero esperamos que, con su ayuda, vuelva a ser normal enseguida.

–Trabajaré para conseguirlo. Sabré algo más cuando haya hablado con su médico.

Jade intentó no pensar cómo podría afectar a Louisa su engaño. Quería reprocharle todo a Clay Merrick, pero sabía que podría haber ido a Washington para hablar con él y que se había acobardado.

En cambio, cuando encontró ese empleo y presentó una solicitud, se sorprendió de que Louisa la llamara. Después de una breve charla, le pidió que fuera al rancho para hacer una entrevista.

–Mi madre es una mujer muy decidida –comentó Sloan–, pero todavía no está preparada para valerse por sí misma.

–No soy apremiante, señor Merrick. Sé cómo tratar a mis pacientes.

–Señor Merrick… –repitió Bud entre risas–. Nadie ha sido el señor Merrick desde Sam, tu abuelo –Bud sacudió el sombrero de Sloan–. Son el senador y Sloan.

–Sí, somos muy poco protocolarios por aquí –confirmó Sloan.

–Entonces, vaqueros y nombres propios, ¿no? –preguntó Jade.

–Y botas –añadió Bud–. Es preferible llevar botas para moverse por el establo y entre los caballos.

Ella se rio, a pesar de que no quería hacerlo.

–El mayo pasado hicimos veintiséis años aquí –comentó Louisa mientras cenaban esa noche.

La cena era en otra habitación llena de ventanas junto a la cocina. En el centro había una mesa de cristal y unas sillas muy cómodas. Las ventanas estaban abiertas para permitir que entrara el agradable tiempo otoñal y tenían macetas de barro con plantas naturales.

–Por entonces, Samuel y Alice Merrick seguían vivos y este era el rancho de ganado más grande de la zona. Además, esta casa parecía un mausoleo. Era muy fría y seria –Louisa sonrió a su hijo–. Entonces, Clay nos trajo a vivir aquí.

Jade esbozó una sonrisa forzada para no pensar en que su padre había adoptado al hijo de otro hombre cuando había abandonado a su hija. Sin embargo, ¿se enteró de que Kathryn se había quedado embarazada? Alejó de sí todos los pensamientos negativos. Ya estaba allí, en esa casa, y muy cerca de saber quién era. Pero no sabía qué pasaría después.

Su primer día había sido interesante. Cuando Louisa se despertó de la siesta, fueron a la habitación para ejercicios, un gimnasio que tenía todo el material imaginable. Jade tuvo que esmerarse para que Louisa se centrara en la rutina que tendría que seguir diariamente. Estaba en muy buena forma física para tener cincuenta y ocho años, incluso después del derrame, pero el ejercicio la ayudaría muchísimo a recuperarse. Además, también le ayudaba a Jade saber que no quedaría indefensa cuando se marchara. Tenía la certeza de que cuando se supiera quién era, ya no sería bien recibida.

Cerró los ojos. No debería haber sucedido así. Clay Merrick debería haber abierto la puerta y haberla entrevistado. Tenía un plan para preguntarle sobre su madre y por qué la había abandonado. En ese momento, no sabía bien qué hacer.

–Como has traído al mundo a una potrilla, mañana seguramente te aburras –comentó Louisa antes de mirar a su hijo–. A no ser que tengas pensado algo para Jade.

Jade notó que se sonrojaba.

–Louisa, he venido aquí por ti, para hacer lo que tú quieras y ayudarte.

–Tengo un horario muy flexible. Me alegro de que estuvieras con Polly –replicó Louisa–. Esa yegua castaña es una de mis favoritas. Parece que fue ayer cuando era una potrilla –añadió con un suspiro–. Cómo pasa el tiempo…

–Madre, Polly solo tiene tres años –le recordó entonces Sloan–. Si no hubieses estado dormida, también te habría llevado. La próxima vez, te llevaré.

Louisa sonrió y Jade dudó mucho que esa mujer no se enterara de todo lo que pasaba allí. ¿Conocería el pasado de su marido? ¿Le habría hablado él de Kathryn Lowery? ¿Tendría él aventuras con mujeres más jóvenes?

–Jade…

Ella dio un respingo al darse cuenta de que alguien la había llamado.

–Perdón. ¿Has dicho algo?

–¿Te pasa algo? –preguntó Louisa señalando con la cabeza el plato de enchiladas–. ¿Te gusta la comida?

–Sí, está deliciosa –Jade miró a Marta cuando entró en el comedor–. Creo que estoy un poco cansada.

–Es normal. Llegas desde Dallas y te ponemos a trabajar –dijo Louisa con el ceño fruncido–. Deberíamos haber esperado un día o dos.

–No –replicó Jade con una sonrisa–. Estoy bien. Por favor, no te preocupes por mí. Vine por un empleo y tenía pensado empezar a trabajar inmediatamente.

Sloan la observó. Era hermosa aunque estuviera cansada.

Parecía más una modelo que una enfermera. Todavía le desconcertaba que estuviera allí. Un rancho a las afueras de Kerry Springs no era precisamente un sitio apasionante para vivir.

–Espero que no lamentes estar tan lejos de los sitios y de la gente que conoces –comentó él–. Un pueblo tiene muchas desventajas.

–También tiene muchas ventajas. Por ejemplo, no tiene tráfico a la hora punta ni conductores enloquecidos.

–Tampoco tenemos vida nocturna.

–Beber en bares puede estar sobrevalorado –argumentó ella.

–¿Y una buena cena?

–He oído decir que en el bar de Rory hacen una barbacoa fantástica –contestó ella con una sonrisa.

–La mejor –confirmó Sloan.

–Hijo, tienes que llevar a Jade para que la pruebe –intervino Louisa.

Fantástico, se había metido él solo en ese berenjenal.

–La señorita Hamilton tiene que centrarse en ti.

Esos ojos tan bonitos se abrieron como platos y él se preguntó qué más podría hacer para que reaccionara. Tenía que contenerse. Era una empleada, la enfermera de su madre.

–Debería ir a ver qué tal está la potrilla –añadió Sloan levantándose.

–¿Por qué no llevas a Jade? –le propuso su madre–. Quiero decir, ella también ayudó a que naciera.

–No –replicó Jade–. Tengo que quedarme contigo.

–Voy a ver la televisión con Marta. Si quiero subir, hay un ascensor –Louisa sacudió una mano–. Ve, estás deseando volver a ver a la potrilla.

Jade cedió y Sloan miró a su madre con severidad, pero no la impresionó. Esperó a que Jade saliera, se volvió hacia su madre y le habló en español.

–Basta, madre.

–¿Basta, qué, querido? –le preguntó ella con una sonrisa.

Él no hizo caso de la mirada inocente y se reunió con Jade. La noche era fresca y le dio un chaquetón que estaba colgado de un gancho cerca de la puerta de la cocina.

–Toma, será mejor que te pongas esto.

Cuando ella metió los brazos, él captó el olor de su perfume. Era fresco y cítrico.

–Lo primero que tienes que saber sobre mi madre es que le gusta salirse con la suya.

Ella lo miró mientras se dirigían hacia el establo.

–¿A qué mujer no?

–Pero Louisa es implacable cuando se empeña en algo. No le dejes que se salga con la suya en nada.

–Te olvidas de que fue tu madre quien quiso que viniera. Ella es la que quiere recuperarse.

Sloan abrió la puerta del establo y se quedó parado al encontrarse muy cerca de ella. Había conseguido atraerlo y que la deseara en menos de veinticuatro horas. Era la mujer más tentadora que había conocido. Reprimió el deseo inmediatamente y consiguió hablar.

–Luego no digas que no te avisé.

Se apartó para que ella pasara por delante. Grave error. Intentó no fijarse en su trasero, pero perdió la batalla y se deleitó con la visión mientras recorrían el pasillo hasta el fondo del establo. Estaba silencioso, como le gustaban las cosas. Polly lo vio y resopló para saludarlo.

–¿Qué tal, preciosa?

La yegua castaña se acercó a la puerta para que Sloan le acariciara el hocico.

–Has tenido un día tranquilo –Sloan miró a la potrilla–. Hola a ti también, pequeña.

Él bajó la mano, pero fue Jade quien captó su atención y la potrilla con una mancha blanca en la frente se acercó a ella.

–Supongo que las mujeres os entendéis.

Jade se arrodilló para atraer a la potrilla con la mano.

–Es por mi voz. Es más suave. Es preciosa…

Eso no era lo único suave que tenía Jade. Sloan apartó la mirada de sus mejillas, pero fue a clavarla en la generosa curva de su trasero. Resopló por la impotencia. Tenía que salir más y alejarse de cierta enfermera antes de que se metiera en un buen lío.

CAPÍTULO 3

A LA mañana siguiente, Sloan fue al establo antes del amanecer. Trabajó durante dos horas con los demás empleados para dar de comer al ganado y organizar el programa del día antes de volver para desayunar.

Hacía cinco años, cuando terminó la universidad, dejó la casa principal. Se construyó su propia casa a unos cuatrocientos metros, en lo alto del camino. Aunque iba de vez en cuando a desayunar con su madre. Después del derrame y de que su padre volviera a Washington, se quedó provisionalmente mientras su hermana estaba fuera del pueblo.

Sin embargo, ya estaba la enfermera Jade y él podría volver a su casa. La verdad era que Jade Hamilton era una pequeña obsesión. Esa misma mañana se detuvo delante de la puerta de su dormitorio con la esperanza de volver a verla. Aun así, tenía que esperar un poco más para ver cómo salían las cosas. Se quedaría un par de noches más.

La llegada de una mujer hermosa a Kerry Springs había disparado varias alarmas. Aunque los sentimientos se habían enfriado, los malos recuerdos seguían en carne viva. Esa vez, a diferencia de la otra, pensaba mantener la distancia.

No era el único al que le había intrigado la presencia de la enfermera. Había visto cómo la miraban los empleados el otro día en el establo. No era lo que necesitaba en ese momento, cuando había que hacer la reunión del ganado de otoño y todos los empleados tenían que concentrarse en sus trabajos. Él entre ellos. Se trataba del futuro de River’s End y tenía la ocasión de demostrarle a Clay que podía conseguir que el rancho prosperara… a su manera.

Subió los escalones del porche hasta la puerta de la cocina. Se limpió las suelas de las botas, entró y colgó el sombrero del gancho. Marta estaba a los fogones y la saludó, pero oyó voces en el cuarto acristalado antes de que pudiera preguntar por su madre. Cuando entró, vio algo que no había visto desde hacía un tiempo. Louisa Merrick estaba contenta. Luego, se fijó en su acompañante. Jade estaba rozagante y guapa esa mañana. Tenía el pelo recogido y mostraba claramente su piel aterciopelada, su nariz respingona y su mandíbula delicada. Entonces, sonrió y a él se le aceleró el corazón.

–Esto es un disparate –farfulló mientras entraba.

–Sloan, estaba preguntándome dónde te habrías metido –le saludó su madre al verlo.

–Trabajando. Te recuerdo que hay que llevar un rancho.

–Vaya, hay alguien de mal humor esta mañana –comentó su madre con el ceño fruncido–. Ya te lo he dicho, hijo, necesitas más tiempo de ocio. No puedes permitir que este sitio te consuma.

Él miró a Jade. Al menos, podía ser cortés.

–Buenos días, Jade.

–Buenos días, Sloan –le saludó ella en un tono delicado.

Se sirvió un plato de huevos y patatas fritas con cebolla.

–Quizá me sienta mejor cuando haya desayunado.

–Siempre has estado de mal humor cuando tienes hambre.

–Eso se solucionará enseguida –Sloan dio un buen bocado–. ¿Qué pensáis hacer hoy?

–Ya hemos estado trabajando –contestó Louisa con orgullo–. Jade habló con mi fisioterapeuta cuando vino antes y puede ayudarme con los ejercicios diarios –Louisa miró a Jade–. Además, como he sido una paciente muy buena, iremos al pueblo después de desayunar. Tengo cita en la peluquería dentro de una hora.

Él estuvo a punto de atragantarse con las patatas. La familia llevaba varias semanas intentando llevarla al pueblo.

–¿Una cita en la peluquería?

–¿No crees que ya va siendo hora de que haga algo con este espanto?

Ella se señaló el pelo moreno con canas que tenía recogido en una coleta. Él miró a Jade preguntándose cómo la habría convencido.

–Siempre estás guapa, mamá, pero estoy de acuerdo en que hará que te sientas mejor.

–Perfecto. No nos esperes a comer porque tenemos más planes. Además, es posible que también pasemos por Puntada con Hilo.

–Caray, creo que no deberías exagerar –replicó él sacudiendo la cabeza–. Hace mucho tiempo que no pasas todo el día fuera.

Louisa lo miró con detenimiento.

–Sé que te preocupa, pero si es demasiado, se lo diré a Jade. Ahora, tengo que subir a prepararme.

Jade se levantó inmediatamente, como Sloan.

–No, quedaros a terminar de desayunar. Puedo apañarme –Louisa agarró el andador–. Además, estoy segura de querrás hacerle algunas preguntas a Jade. No la maltrates.

La observaron marcharse y Sloan le hizo un gesto a Jade para que se sentara. Ella se sentó y se preparó.

–¿No crees que vas demasiado deprisa?

–No haría nada sin comentarlo con el médico de tu madre –contestó ella sin amilanarse–. El doctor Carstairs contestó mi llamada como hace media hora. Estuvo de acuerdo en que a Louisa le sentará bien salir de la casa. En realidad, él ha estado proponiéndoselo durante el mes pasado.

Sloan siguió mirándola.

–Al parecer, has obrado un milagro.

Ella ladeó la cabeza.

–¿Estás malhumorado porque te preocupa tu madre o porque yo soy quien va a llevarla al pueblo?

Él pareció relajarse un poco.

–Es posible que por las dos cosas. Últimamente no ha estado de muy buen humor precisamente.

–Efectivamente, tu madre es tozuda. He llegado a darme cuenta de que, algunas veces, una persona pide ayuda más fácilmente a un desconocido que a un familiar.

–Mi madre puede ser muy pesada cuando quiere.

–A lo mejor es que le gusta que le hagan caso.

–Esa es mi madre –Sloan suspiró–. Mucha gente la envidia, pero no ha tenido una vida fácil. Estar casada con una figura política ha sido complicado. Sin embargo, no le gusta ni la vida de Washington ni la política. Nació y se crió en Texas. Es su tierra. Siempre ha estado más cómoda en el rancho y rodeada de su familia –él miró fijamente a Jade–. En general, es una persona reservada. Como Alisa y yo.

Jade captó cierto resentimiento en su voz y también se quedó pensando en la posibilidad de tener una hermanastra. Hasta el momento, solo había visto algunas fotos de Alisa Merrick en el dormitorio de Louisa. Quería encontrar respuestas a muchas cosas, pero no podía preguntárselas a Sloan.

Tenía que limitarse a hacer su trabajo. Ya se había metido más de lo que debería en esa familia… o de lo que tenía derecho a meterse. Sin embargo, había vislumbrado algo y quería más.

Eso no le impidió hacer una pregunta.

–¿El senador suele venir los fines de semana?

Él asintió con la cabeza y una mirada de recelo.

–Ahora está en Washington porque se acerca una votación importante. Vendrá dentro de una semana. Yo me ocupo de los asuntos del rancho y de los asuntos familiares. ¿Por qué lo preguntas? ¿Hay algún motivo por el que debería venir antes?

–No. Es que podría levantar el ánimo de tu madre.

–Mi madre ha tenido que soportar la separación durante todo su matrimonio –Sloan dio un sorbo de café–. Los Merrick llevan años de servicio público. Deberíamos habernos mudado a Washington hace años.

–¿Por qué no lo hicisteis?

Él frunció el ceño antes de contestar.

–Porque mi madre quiso que mi hermana y yo lleváramos una vida normal con nuestros amigos y en nuestro colegio.

Jade lo miró atentamente. Si había alguien integrado en ese rancho, era Sloan.

–Yo tampoco puedo imaginarte en Washington. Parece que amas demasiado este sitio.

Él sonrió y ella sintió una oleada de calidez, que se disipó enseguida.

–No todo el mundo piensa lo mismo.

Jade dejó el tenedor. Ya no tenía hambre. Estaba deseando indagar más, saber más cosas de su padre, pero decidió dejar que Sloan hablara solo si quería.

–¿A tu padre no le gusta que lleves el rancho?

–¿Qué te hace creer que es mi padre? –preguntó él sacudiendo la cabeza.

Ella abrió la boca para negarlo, pero no consiguió decir nada.

–Tienes cierta razón. A mi padre no le interesa el rancho desde hace mucho tiempo. Desde que heredé mi parte del rancho, crío mi propio ganado en libertad. También estoy experimentando con pasto resistente a la sequía, que podría soportar los veranos de Texas.

Ella arqueó una ceja. Entonces, no era solo un cowboy muy guapo…

–Estoy impresionada.

Él se encogió de hombros y luego pareció darse cuenta de que se había abierto a ella.

–Solo estoy haciendo pruebas.

–¿Me despedirán si digo que no como carne?

–Es un mundo libre –contestó él con los ojos entrecerrados.

–Pensé que sería un pecado mortal por aquí.

Ella intentó hacer una broma, pero a él no le pareció graciosa. Se levantó, llevó su plato a la cocina, volvió con una cafetera y rellenó las dos tazas.

–Sloan, puedes estar seguro de una cosa: siempre antepondré las necesidades de tu madre.

Jade volvió a sentarse.

–El derrame ha sido un golpe muy fuerte para su orgullo. Es afortunada. Debería recuperarse plenamente y llevar una vida normal.

Él negó con la cabeza.

–Jade, ¿por qué iba a empezar ahora a levar una vida normal? Louisa Cruz Sloan Merrick no lo ha hecho nunca.

Dos horas más tarde, mientras a Louisa le arreglaban el pelo en la peluquería, Jade fue a la farmacia para comprar algunas cosas personales y a la tienda de ropa donde compró dos vaqueros, algunas camisas de algodón y algunas camisetas. Como la contrataron en el acto el día anterior, no había tenido tiempo de prepararse para nada. Ni para instalarse en la casa de los Merrick ni para que Louisa la aceptara como si fuesen amigas de toda la vida. En ese momento, no sabía cómo acabarían las cosas. No había pensado en llegar tan lejos. Sinceramente, le asustaba un poco saber el resultado.

Media hora después, ya había llevado las bolsas al coche negro que Sloan se había empeñado en que se llevaran. El conductor era Miguel, el marido de Marta, quien estaba sentado en un banco a la sombra. El hombre le sonrió, tomó las bolsas y las guardó en el maletero. Le impresionaba cómo vivían los Merrick. Era muy distinto a la pequeña casa alquilada donde se crió en Dallas.

No podía evitar pensar si las cosas habrían sido distintas si Clay hubiese sabido que existía. ¿Sería su hija siquiera? Aunque no tenía ninguna prueba, todo le hacía pensar que era una Merrick. ¿Perdonarían al hijo favorito del Estado sus deslices del pasado? Que ella supiera, nadie decía nada malo de Clay o su familia. Durante años, había ayudado a aprobar leyes que habían beneficiado el Estado y, sobre todo, a los rancheros.

¿Seguía siendo un mujeriego? Sus investigaciones no le habían desvelado ni una sola historia de infidelidad o de algo poco ético. Naturalmente, ella sabía que no era así.

Volvió a la peluquería y se encontró a Louisa con un corte de pelo nuevo y un poco de maquillaje en la cara.

–Estás increíble –le dijo Jade.

–Llevo toda la vida intentando convencer a la señorita Louisa de que se corte el pelo así –comentó Sissy Handerson, la peluquera de treinta y tantos años–. ¿Verdad que parece más joven?

Louisa dejó escapar un gruñido.

–El bastón deja muy clara mi edad.

–Pronto lo olvidarás –le aseguró Jade.

Había convencido a Louisa para que dejara el andador en casa y llevara bastón. Se había apañado muy bien.

–Tal y como haces los ejercicios, no le doy más de unas semanas.

–Te lo recordaré –la amenazó Louisa con una sonrisa.

Se dirigieron hacia la puerta.

–Estoy segura de que el senador va a quedarse impresionado con tu imagen nueva. Si lo hace, me debes una buena propina.

Sissy guiñó un ojo y las despidió con la mano. El rostro de Louisa reflejó tristeza mientras iban por la acera.

–Sería la primera vez en mucho tiempo –murmuró la mujer.

Jade captó el significado, pero no lo comentó.

–¿Adónde vamos? ¿A Puntada con Hilo?

–A lo mejor hoy no es una buena idea.

A Jade le preocupó el cambio de ánimo.

–¿Te pasa algo?

–Estoy un poco cansada.

–Son tus amigas, Louisa. Te quieren y te echan de menos. Además, creo que tú también las echas de menos a ellas.

–Es verdad –siguieron calle abajo y llegaron al escaparate de la tienda del colchas–. Es que las cosas han cambiado. Yo he cambiado.

–No por dentro. Sigues siendo la misma en tu corazón. Eso es lo que ellas quieren de ti.

Entonces, se abrió la puerta de la tienda y apareció Jenny.

–Louisa Merrick, no te a atreverás a pasar de largo sin entrar un rato.

A Louisa se le iluminó el rostro.

–Bueno, Jenny Rafferty, no creo que fueses a permitírmelo aunque lo intentara.

–En eso te doy la razón –la joven abrazó a Louisa–. Estás fantástica, me encanta tu peinado nuevo. Estás muy juvenil.

–Debía de parecer una vieja arpía –replicó Louisa entre risas.

–No podrías ni aunque quisieras –Jenny se volvió hacia Jade–. Hola, Jade. Gracias por traerla.

–De nada.

–Espera un minuto –intervino Louisa agitando una mano–. ¿Me habéis traído engañada?

Jenny abrió más la puerta.

–Como si pudiéramos. Pasa, las chicas están deseando verte.

Louisa cedió y entró en la tienda. Jenny las llevó hasta la habitación contigua, donde cuatro mujeres estaban alrededor de una mesa redonda que había en un rincón.

–Señoras, mirad quién ha venido.

El grupo de mujeres dio un grito, se levantó y se acercó a ella en tropel. Después de unos abrazos y algunas lágrimas, Louisa se recompuso e hizo las presentaciones.

–Jade, te presento a Beth, Liz, Lisa y Caitlin. Las chicas del rincón de las costureras. Jade es mi enfermera.