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Hollywood es un mundo peculiar de creatividad, poder, glamour y desencanto. Un paisaje propicio a la crisis, también espiritual, donde se dan cita judíos y católicos, ortodoxos, protestantes o mormones. Durante su "época dorada", no pocos vivieron una honda experiencia religiosa, en torno a la Iglesia Católica. La autora ha recogido doce retratos de algunas de las grandes estrellas de la historia del cine, que proporcionan nuevos matices sobre su verdadera personalidad.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
MARY CLAIRE KENDALL
TAMBIÉN DIOS
PASA POR HOLLYWOOD
Doce conversiones de cine
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
Título original: Oasis: Conversion Stories of Hollywood Legends
© 2015 by MARY CLAIRE KENDALL, FRANCISCAN MEDIA LLC
© 2016 de la versión española por MARÍA JOSÉ LÓPEZ CEBRIÁN,
by EDICIONES RIALP, S. A., Colombia, 63. 28016 Madrid
(www.rialp.com)
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-4729-6
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Dedico este libro a mi bisabuela Lillian Webster Keane (1878-1965), que se convirtió al catolicismo cuando era niña.
Lillian escribió en su diario que la fe «iluminaba las cargas de la vida»[1].
Cuando el Sábado Santo de 2014 conté a mi madre la decisión que había tomado respecto a la dedicatoria del libro, le encantó.
Lillian crio a su nieta, mi madre, después de que su hija Helena muriera a los treinta y tres años, mientras acunaba en sus brazos a Claire, su hija de seis meses.
Por desgracia, mi madre falleció tres meses más tarde, el martes 15 de julio de 2014, día que coincidió con el cuadragésimo noveno aniversario de la muerte de su abuela.
Por eso, también dedico este libro a mi madre, Claire Yvonne Biberstein Kendall (1932-2014) —con amor y gratitud—.
[1] Martha Mungen Starrett (1837–1881), la madre de Lillian, se crio en la Plantación Harrison en Amelia Island, cerca de Jacksonville, Florida. Conoció a Bradshaw Hall Webster (1836–1889) —de Orono, Maine—, nada más salir de la universidad, cuando estaba de campaña con Abe Lincoln, y se casaron enseguida. Las tropas de la Unión destruyeron la Plantación Harrison en 1862, y unos veinte años después, en 1881, después de la muerte de Martha, Bradshaw, un masón de tercer grado, se casó con una católica llamada «Annie», a la que conoció a través de la escuela del convento de Birmingham, Alabama, donde enviaba a Lillian, de tres años, durante los veranos. Como escribió Lillian en su diario, eligió ese colegio porque las monjas, entre las que se encontraba Stella, la hermana de Annie, «enseñaban a las chicas a ser señoras».
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DEDICATORIA
PRÓLOGO
PREFACIO
INTRODUCCIÓN
I. DEMASIADO HUMANO: LA NECESIDAD DE CURACIÓN Y RECUPERACIÓN
II. ALFRED HITCHCOCK CIERRA EL CÍRCULO
III. EL SILENCIOSO CAMINO HACIA LA FE DE GARY COOPER
IV. BOB HOPE Y SUS SEÑORAS DE LA ESPERANZA
V. MARY ASTOR: CONVERTIRSE EN UNA ESTRELLA… Y EN UNA SANTA
VI. EL VIAJE MÁS LARGO DE JOHN WAYNE
VII. ANN SOTHERN: SOBREVIVIR CON FE Y OPTIMISMO
VIII. CÓMO JANE WYMAN HIZO FRENTE A LA TRAGEDIA
IX. SUSAN HAYWARD: DE BROOKLYN A LA ABUNDANCIA
X. LANA TURNER: ENCONTRAR A DIOS Y LA SEGURIDAD EN SU INTERIOR
XI. LA MILAGROSA RECUPERACIÓN DE BETTY HUTTON
XII. ANN MILLER Y SU BÚSQUEDA DEL ORO ESPIRITUAL
XIII. EL DRAMÁTICO VIAJE HACIA LA FE, LA CURACIÓN Y EL PERDÓN DE PATRICIA NEAL
CONCLUSIÓN
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA
MARY CLAIRE KENDALL
PRÓLOGO
TODA MI INFANCIA, que transcurrió en una familia con mentalidad de estrellas de cine, se centró en una cosa: ¿Cómo participar de ese mundo? A los siete años estaba convencida de que Dios tenía que ayudarme a ser una estrella. A mis padres adolescentes los condujo a Hollywood un cazatalentos, y su viaje acabó llevando allí también a la hermana de mi padre y a su marido, Johnny. Tenía una voz de la que todo el mundo presumía, y al igual que a muchas de las estrellas de las que escribe Mary Claire, en Hollywood le cambiaron el nombre por el de «Mario Lanza» para dar la imagen que pretendían.
Durante mi camino hacia Hollywood, vi todas las películas que pude con mi abuelo, que se encargaba de proyectarlas en un teatro de Chicago. Viví con él y con mi abuela hasta que fui lo suficientemente mayor para unirme a mi familia en Hollywood. Conocí a todos los grandes actores y actrices de la década de los cuarenta y los cincuenta; de modo que, leer el libro de Mary Claire ha sido como «revivir viejos recuerdos» tantos años después. Me encanta su obra, en parte, porque al final conseguí mi deseo de convertirme en actriz, pero eso es para otro libro que Mary Claire ha prometido escribir. Y la ayudaré a hacerlo.
Las doce estrellas que ha elegido para este libro despiertan en mí recuerdos, porque de una u otra manera trabajé con ellos, los conocí o nos hicimos amigos. Maria Cooper Janis, la hija de Gary Cooper, se convirtió en mi mejor amiga. El Sr. Hitchcock me dio mi primer trabajo como actriz en la televisión. Me ahogué en el primer acto, pero lo repetí inmediatamente. Patricia Neal llegó a nuestra abadía después de que su marido Roald Dahl la expulsara de su matrimonio. Por esa época yo ya estaba en la Abadía de Regina Laudis, y recibí a esta gran señora como a una amiga de por vida, incluso la enterré en nuestro cementerio después de su muerte.
En pocas palabras, no solo te animo a leer el libro de Mary Claire, lo recomiendo vivamente como un bonito diario sobre personas a las que he amado y respetado. Mary Claire también ama y respeta a aquellos de los que nos habla en su libro. Eso está claro. Habita en sus vidas, sus trayectorias cinematográficas, en su camino hacia la fe, y les devuelve la vida de una manera elocuente.
Cualquiera que haya crecido en esos años dorados del cine encontrará su propia razón para alegrarse, llorar y celebrar a las estrellas que dejaron de brillar en una nueva era. Lleva su libro a casa como un precioso relato de imágenes históricas y de recuerdos, como tu propio diario de ese Hollywood que comenzó Hollywood. Con gratitud a Mary Claire Kendall.
Madre Dolores Hart, Priora
Abadía Regina Laudis
Bethlehem, Connecticut
PREFACIO
UNA NOCHE ME encontré con la increíble Betty Hutton.
Era el 17 de octubre de 2006. Turner Classic Movies estaba retransmitiendo la entrevista que concedió en el año 2000 a Robert Osbourne. También era el tercer aniversario de la muerte de un buen amigo, que había muerto de la enfermedad de Lou Gehrig. Pensé que era un buen presagio. En febrero de 2007 escribí a Betty solicitando una entrevista. Pero no permaneció en este mundo durante mucho tiempo. Murió el 11 de marzo de 2007. De modo que escribí su historia para Our Sunday Visitor. Newport Life Magazine le dio el visto bueno enseguida, y no pasó mucho tiempo antes de que concertara una entrevista sobre Betty con a A. C. Lyles, que fue productor de Paramount durante mucho tiempo. Había empezado como «chico de los recados» de Adolph Zukor en 1936; enseguida se convirtió en Director de Publicidad, y más tarde en productor —llegando a ser el mejor amigo de Ronald Reagan—. También era muy amigo de Betty —la mayor estrella de Paramount durante los años cuarenta— y había hecho un elogio fúnebre de ella. Cuando lo llamé, A. C. me devolvió la llamada en cuestión de pocas horas, cosa que me sorprendió, y muy amablemente, me ofreció una entrevista al día siguiente, viernes 15 de junio. Ese mismo día murió John, el hijo de Spencer Tracy.
El 6 de julio, cuando llamé a A. C. para otra entrevista, había entregado el elogio de John Tracy, y me sugirió que le dedicara mi siguiente historia.
Durante ese mes de septiembre, el Padre C. John McCloskey me envió un email con noticias sobre la muerte de Jane Wyman, en el que decía: «Aquí tienes otra conversión». La acometí enseguida y Our Sunday Visitor publicó mi artículo inmediatamente.
En enero de 2008 mi madre empezó a sugerirme que escribiera un libro en el que contara el camino hacia la fe de estos célebres personajes.
Poco después, A. C. me presentó a Maria Cooper Janis, la hija de Gary Cooper. Había hablado con él el 6 de febrero de 2008 —nada menos que el día del cumpleaños de Reagan— y me contó con mucha viveza el debut de Coop en Wings (1928), la primera película ganadora de un Oscar.
En abril entrevisté a Maria en su apartamento de Park Avenue, y el 4 de julio había acabado el «Silencioso camino hacia la fe de Gary Cooper». Entonces Maria me sugirió que escribiera sobre su amiga Dolores Hart, priora de la Abadía Regina Laudis, que fue una estrella de Paramount. A Joyce Duriga, mi anterior editor, que ahora está en Catholic New World en Chicago, le encantó la idea, y enseguida editó mi reportaje.
Seis meses después, Newport Life publicó mi artículo sobre Betty Hutton en la sección «Lo Mejor de Newport» de mayo de 2009. Y continué escribiendo sobre otros actores famosos en Big Hollywood, entre ellos, John Wayne y Judy Garland, en el trigésimo y cuadragésimo aniversario de sus muertes, respectivamente.
Estas breves publicaciones fueron gratificantes, pero muy costosas. De modo que volví a considerar la idea de escribir un libro. En marzo de 2010, después de una improductiva experiencia en tareas de redacción, me sentí perdida. Mi amigo Michael Schwartz, jefe de personal durante mucho tiempo del senador Tom Coburn, me proporcionó la claridad que necesitaba. «Eres una buena escritora», me dijo, «y necesitas escribir libros, no notas de prensa y discursos». Solo tenía que decidir qué libro escribiría, me dijo él.
Sabía cuál era el libro.
El 8 de agosto de 2010, después de la muerte de Patricia Neal, empecé a leer su autobiografía, As I am, prometiéndome escribir sobre ella en mi libro. Sin embargo, en julio de 2011, después de escribir un artículo para National Catholic Register, decidí pasarle mi escrito sobre Cooper al editor, Tom Wehner. Le interesó y lo publicó poco después. Escribí otros tres artículos más para Register sobre Neal, Bob Hope y una crónica sobre Wyman y Hutton.
A principios de 2012, empecé a escribir mi columna para Forbes, centrándome en los mitos de Hollywood y su recuperación. Sorprendentemente, todas las historias sobre conversiones con las que empecé a trabajar superaban a las anteriores, elevándose cada vez más. Sabía que tenía un libro.
Michael, al que diagnosticaron la enfermedad de Lou Gehrig durante el verano de 2011, sufrió durante dos años, trabajando casi hasta el final. Murió el 4 de febrero de 2013. A. C. enfermó en mayo de 2012 y murió el 27 de septiembre de 2013. Por último, pero no menos importante, mi madre murió repentinamente el 15 de julio de 2014. Como sus fallecimientos son para mí agridulces, especialmente en el caso de mi madre, todos los que lean y se beneficien de estas historias constituyen un testamento de su legado.
INTRODUCCIÓN
AL PRINCIPIO, CUANDO estaba intentando publicar El camino hacia la fe de Gary Cooper, la editora de una revista con sede en Los Ángeles me dijo que solo le interesaba su «vida externa». Qué absurdo, pensé. ¿Qué puede ser más fascinante que la historia de un alma? De eso trata el clásico de Billy Wilder Sunset Boulevard (1950): de una reina del cine mudo, que se muere por volver. De eso trata Barrymore (2011) sobre Jack, el más joven de una mítica familia de actores que, entre trago y trago, busca su regreso. Así es la vida, con las subidas y bajadas a las que todos nos enfrentamos, y que completan la imagen.
Aquí están los retratos de doce mitos de Hollywood —Alfred Hitchcock, Gary Cooper, Bob Hope, Mary Astor, John Wayne, Ann Sothern, Jane Wyman, Susan Hayward, Lana Turner, Betty Hutton, Ann Miller y Patricia Neal. Y como nadie puede conocer con seguridad el interior de los demás, y menos aún de las estrellas, damos algunas pistas —las más obvia de todas es una conversión religiosa—. Se sabe que algo está ocurriendo cuando esto sucede. El truco está en tratar de entender el camino y todo lo que le hace llegar hasta él. Esto requiere un estudio atento, quitar las capas, una por una, como un buen detective; después, como un buen director, elegir con arte las mejores escenas, los momentos e imágenes que revelen su carácter y sus motivaciones. Es fascinante pensar que la trayectoria de cada una de sus vidas siguió, de alguna manera, patrones y ritmos parecidos. Pero entonces, la experiencia humana sería invariable. Como dijo Hemingway, «La vida de todos los hombres acaba de la misma manera, solo los detalles de cómo vivió y cómo murió son lo que distinguen a un hombre de otro»[1]. Bueno, pero los matices, como él sabía, son ricos: detalles proporcionados por entrevistas que concedieron; conversaciones con los que más los conocían; sus propios escritos, como en el caso de Astor, Turner, Hutton, Miller y Neal; y los que conocemos por sus acciones, contadas por muchos biógrafos entregados.
Unas palabras sobre Hollywood en sí mismo: es un mundo bastante peculiar, y quizá sin parangón, para crear las crisis del alma que pueden llevar a la conversión. La ciudad, desde el principio, siempre ha tenido un rico tejido de credos para las almas que buscan sustento espiritual, los respectivos núcleos de adoración salpican el paisaje, entre ellos se encuentran los judíos, católicos, ortodoxos (rusos, griegos, de los países del este), protestantes —episcopales, baptistas, presbiterianos, metodistas, luteranos, congregacionalistas, evangélicos y sin denominación, entre otros— además de algunos híbridos autóctonos como los Mormones, la Iglesia Unitaria Universal, la Iglesia de Cristo y la Cientificista.
Durante la Época de Oro de Hollywood una gran proporción de estrellas se movía en torno a la Iglesia Católica. Los siguientes relatos explican por qué.
Así que, siéntate y disfruta de algunas de las mejores y más inspiradoras historias que han salido de Hollywood. El rico y cautivador mundo que las hace destacar me parece más interesante que ninguna imagen de películas digitales de este siglo de acción, acción, acción —creada con ordenadores, y que deja poco tiempo para la acción de Dios, que se desarrolla justo debajo de la superficie—.
[1] A.E. Hotchner, Papa Hemingway (New York: Random House, 1955), p. x.
I.
DEMASIADO HUMANO: LA NECESIDAD DE CURACIÓN Y RECUPERACIÓN
El joven que llama a la puerta del burdel está,
inconscientemente, buscando a Dios.[1]
BRUCE MARSHALL
BETTY HUTTONDIJO a los sacerdotes que conoció en Rhode Island en los años setenta: «Prácticamente todas las estrellas de cine están en peligro. Se lo digo sinceramente. ¡Aquello es una pesadilla! Lo que hacemos en nuestras vidas privadas hace daño»[2].
Es una historia tan vieja como Hollywood. Los actores, que tienen tanto talento para retratar la fragilidad humana, son, a menudo, demasiado humanos. Sin una brújula moral sólida, la fama y la popularidad pueden llevarles a la destrucción personal. Hollywood tiene precisamente los cantos de sirena que les llevan a perderse.
Fundado desde el principio como un oasis de salud para los enfermos que necesitaban el cálido sol de California, con su aire salado y sus abundantes frutas y verduras, el distrito de Hollywood también atrajo enseguida a los cineastas. Sus grandes llanuras, las condiciones meteorológicas favorables, la mano de obra barata, y la libertad de movimiento sin las imposiciones del trust de Edison, hacían de este municipio un lugar ideal para la naciente industria del cine.
D. W. Griffith, conocido como el «padre del cine moderno», fue el primero en grabar el paisaje de Hollywood en la película Faithful (1910)de la Compañía Biograph. Pero, a pesar de su título, el filme no tenía nada que ver con la fe. Trataba sobre un vagabundo, llamado Faithful, que consigue una segunda oportunidad, pero la echa a perder volviendo loco a su benefactor.
Mary Pickford fue el gran descubrimiento de Griffith. Se llamaba Gladys Smith; nació en Toronto, Canadá, en 1892. Esta belleza anglo-irlandesa de cabellos dorados, poseía una misteriosa habilidad para actuar delante de la cámara, y muy pronto pasó de ser la «chica Biograph» a ser «la Novia de América»[3], llegando a convertirse, como dice Jeanine Basinger en Silent Stars, en «la “primera auténtica estrella” de la historia del cine»[4]. También fue «la primera mujer en América que ganó un millón de dólares en un año»[5].
Mary estaba muy unida a su madre, Charlotte Hennessey Smith, cuyos padres habían emigrado desde el Condado de Kerry. «John Pickford Hennessey (dejó) a sus hijos su seductivo encanto irlandés y una debilidad por los licores fuertes»[6]. También les legó la fe católica. Desde la muerte de John Charles Smith, el padre de Mary, el 11 de febrero de 1898, cuando Gladys tenía seis años y Charlotte veinticuatro, las dos forjaron un estrecho vínculo en su lucha por la supervivencia. Después de seis meses en McCall School, Gladys comenzó a actuar para ayudar a mantener a su familia, incluidos sus dos hermanos pequeños «Lottie» y «Jack».
Charlotte desempeñó un papel decisivo en el éxito de su hija, y cuando murió de cáncer a los cincuenta y cinco años, en 1928, Mary fue a consolarse con el sacerdote de la parroquia, que la trató con frialdad. Ante aquel vacío, se dirigió a la Iglesia de Cristo —Cientificista, fundada por Mary Baker Eddy cuarenta y nueve años antes en Boston—, en la que esperaba recibir una calurosa acogida.
A principios de los años veinte, la industria del cine se había convertido en la quinta actividad económica más importante de EEUU, lo que coincidió con el final la I Guerra Mundial, cuando empezaban a cambiar rápidamente las costumbres sociales. En contradicción con esta tendencia, en enero de 1920, la Ley Seca, prohibió la venta de licores, marcando así el inicio de la «era del jazz» de F. Scott Fitzgerald, época de la clandestinidad y de las flappers. Las estrellas del mundo del espectáculo estaban encantadas de ser las protagonistas de esta revolución social y de abandonar las restricciones morales tradicionales cuando las circunstancias lo exigían —incluso aunque el estudio para el que trabajaban les presionara en sentido contrario—.
Mary no fue una excepción. Ella y Douglas Fairbanks empezaron a verse en 1916, aunque los dos estaban casados. Si bien el divorcio todavía suponía un estigma social, Mary consiguió un rápido proceso en Nevada para casarse con Fairbanks el 28 de marzo de 1920. En dicho estado encontraron una gran oposición, hasta que en 1922, los fans, cautivados por sus vidas legendarias, acabaron por aceptarlo. «Mary Pickford y Douglas Fairbanks», escribe Basinger, «representan el nacimiento de las superestrellas; su éxito, su talento, y su matrimonio les convirtió en el primer Rey y la primera Reina de Hollywood, y nunca han sido reemplazados»[7]. Pero nadie aprobó su unión.
Al Reverendo baptista J. Whitcomb Brougher, que los casó, se le «reprochó abiertamente participar en la ceremonia»[8]. Y el arzobispo John J. Cantwell, de la diócesis católica de Monterrey y Los Ángeles hizo una declaración sobre el divorcio, llamándolo «el mayor de los males modernos»[9]. Además, el Reverendo John Roach Straton los denunció desde su púlpito de la ciudad de Nueva York por «desmoralizar y corromper la honorable institución del matrimonio»[10]. Doug también contradecía con su comportamiento a su recién fallecido héroe, Theodore Roosevelt, que consideraba que el matrimonio era indisoluble.
Fairbanks amó a Mary intensamente, pero los celos comenzaron cuando Buddy Rogers, de veintitrés años, conocido por Wings (1928), empezó a prodigar atenciones a Mary, de treinta y cinco, coprotagonista suya en My Best Girl (1927). Como respuesta, Doug comenzó a quedar con la despampanante actriz mexicana Lupe Vélez. Esto, unido a la muerte de Charlotte y a la sustitución del cine mudo por el cine sonoro, hundió la estabilidad de Mary. A modo de consuelo, Doug comenzó a verse con la divorciada de veintinueve años Lady Sylvia Ashley, y cuando el affaire se hizo público en 1933, la pareja real de Hollywood se separó. Ese mismo año, el querido hermano de Mary, Jack —«el borracho favorito de Hollywood»— murió a los treinta y seis años; ella hizo su última película, Secrets, y las perspectivas de reconciliación se atenuaron. Cuando se divorciaron en 1936, Mary se quedó Pickfair, donde lloró el final de su matrimonio, la muerte de sus queridos familiares —a los que ahora se unía la de su hermana Lottie, a los cuarenta y tres años— y el declive de su carrera.
Pickford buscó consuelo en el alcohol; ella bebía mucho menos que sus hermanos, por lo que este comportamiento puso de manifiesto la tristeza que envolvía su vida, a la que se unió la muerte de su querido Doug el 12 de diciembre de 1939 de un infarto. Mary, cuyo primer marido había muerto hacía seis meses, se había casado con Rogers. Pero estaba destrozada, porque seguía muy enamorada de Doug.
Por trágica que fuera la saga Pickford-Fairbanks, peores escándalos agitaban Hollywood.
Uno de los más sensacionalistas comenzó a fraguarse durante el fin de semana del 1 de mayo de 1921, cuando el popular comediógrafo Roscoe Arbuckle, alias «Fats», organizó una extravagante fiesta en el Hotel San Francisco, en la ciudad homónima. Acabó bruscamente cuando una actriz de treinta años no muy conocida, Virginia Rappe, cayó enferma y murió tres días después. Arbuckle, que presuntamente la había violado, fue acusado de homicidio, y procesado, lo que convulsionó la industria del cine. Aunque todo se aclaró en el tercer juicio —la muerte se atribuyó a una causa anterior— y fue absuelto con las disculpas del jurado, el daño que se causó a su carrera fue irreversible. Arbuckle murió destrozado en 1933, a los cuarenta y seis años.
En respuesta a este y a otros escándalos, Hollywood introdujo una «clausula de moralidad» en los contratos de los actores, que anulaba los acuerdos si estos eran sospechosos, entre otras infracciones, de «conducta adúltera y relaciones inmorales»[11].
Gloria Swanson fue particularmente vulnerable. Nació en Chicago en 1898. Tenía ascendencia alemana, francesa, polaca y sueca. Llegó a Hollywood a los dieciséis años, después de haber trabajado como actriz a tiempo completo en su ciudad de origen.
En contraste con los rizos de Pickford, Swanson lucía un estilo diferente en cada película, rompiendo todo tipo de tabúes. Seductora, moderna y con glamur, las americanas querían ser como ella. Pero sus cuestionables elecciones morales no eran dignas de ser imitadas. Su primer marido Wallace Beery, catorce años mayor que ella, «trató brutalmente» a la chica de dieciséis años en su noche de bodas, «en la más sombría oscuridad», al mismo tiempo que le «susurraba barbaridades al oído mientras casi me partía en dos»[12], escribe. Después deslizó la «medicina» para que abortara a su hijo no nacido y gastó sus ingresos semanales de cien dólares de los Estudios Keystone con otras mujeres. Ella escapó a Triangle Pictures, en la ciudad de Culver, donde enseguida la descubrió Cecil B. DeMille, y la contrató para que hiciera seis películas, explotando la era de la pérdida de las costumbres. Entre estas se encuentran: Don’t Change your Husband (1919) For Better For Worse (1919), Male and Female (1919) y Something to Think About (1919). Su nombre pronto estuvo en primer lugar, por encima de DeMille.
En la época en que la clausula de moralidad entró en vigor, los affaires de Swanson eran muy conocidos, incluido el que tuvo con el director Mickey Nielan, de modo que, para salvar su carrera, tuvo que pagar mucho a su segundo marido, Herbert Sonborn, distribuidor cinematográfico. Después de divorciarse de él se fue a Francia a rodar Madame Sans-Gene (1925) y tuvo un affaire con un marqués llamado Henri. Cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, ella y Henri se casaron, y al día siguiente abortó, lo que le causó una infección y estuvo muy enferma, aunque la verdadera causa fue encubierta: se declaró que había sufrido intoxicación alimentaria. Después de recuperarse volvió triunfante a EEUU, donde se la recibió como a la realeza.
Sintiéndose en la cresta de la ola, rechazó la oferta de un millón de dólares para hacer cuatro películas y, arriesgando su carrera, se dirigió a United Artists, por sugerencia de sus fundadores Pickford y Fairbanks, para hacer Sadie Thompson (1927). Quince miembros de Motion Picture Producers and Distributors of America, incluido el nuevo magnate, Joseph P. Kennedy, encontraron objeciones morales a la película. La suavizó, cambiando al clérigo que es seducido, por un reformador. Pero aunque era capaz de amoldar un argumento, no lo era tanto de administrar su dinero. Es más, era adicta a los gastos —hábito que adquirió en los días de Famous Players, donde la vestían de visón y diamantes—, y ella seguía con una vida igual de lujosa fuera de la pantalla, gastando quinientos dólares al mes en perfumes. Después de rodar durante el otoño de 1927, sumergida en las deudas, se dirigió a Kennedy para que la salvara. Él le dijo: «Juntos podríamos ganar millones», pero se negó a asociarse con ella mientras siguiera instalada en esa situación[13].
Con su total aprobación, pero sin darse cuenta de lo radical que tendría que ser la cirugía financiera, los hombres de Kennedy procedieron sigilosamente a limpiar sus cuentas, vender sus propiedades, pagar sus deudas, sus impuestos, deshacerse de su contrato con UA, y al final, crearon —en un instante— una nueva productora, Gloria Productions, lo que provocó el siguiente comentario por parte de la ayudante de Kennedy, Pat Scollard: «Si esta vez no voy a la cárcel, no iré nunca»[14]. Durante los dos años siguientes, Gloria Productions, se convirtió en un traspaso de costes de producción disimulados a Estudios Pathé, empresa dirigida por Kennedy, a cambio de favores sexuales. En 1930, de pronto, Kennedy dimitió de Pathé y volvió al este, dejando a la que había sido la «reina»[15] de Hollywood arrepentida del bebé que había abortado durante su affaire y de los millones de los que le había desplumado. Cuando en 1950, representó a la estrella del cine mudo que envejece en Sunset Boulevard, Pickford, al verla, lloró.
Pero no todas las estrellas sucumbieron. Ethel Barrymore, tía abuela de Drew Barrymore, fue un contraste refrescante. Gran actriz de teatro y ganadora de un Oscar, provenía de dos familias de actores —los Drew y los Barrymore—, que se dedicaban a esta actividad desde los siglos XVIIy XVIII respectivamente. Aunque recibió muchos dones, su vida también estuvo marcada por el dolor.
Nació en Filadelfia el 15 de agosto de 1879, dieciséis meses después que su hermano Lionel y dos años y medio antes que su hermano John (alias Jack). De sus padres, Georgie y Maurice, ambos actores, escribe: «Una mágica llama se encendió ese domingo en una casita de Filadelfia cuando se conocieron». No pasaron muchos domingos antes de que se comprometieran y se casaran, y entonces llegaron las «principales actuaciones» de Georgie, es decir, el nacimiento tan seguido de sus hijos[16]. En recompensa por sus partos «llegó un día mágico», escribe ella, en que tomaron el «vagón privado de un tren» para ir a un teatro, donde estaban actuando, y «la mujer más encantadora y fascinante» llegó a sus vidas. Los recuerdos de Ethel de las obras a los cuatro años son algo vagos, pero escribe: «Madam Modjeska se quedó grabada en mi mente y mi corazón de modo indeleble durante toda mi vida, y mi gratitud no tiene límites». Su madre pronto supo que era una «ferviente católica», por lo que «ella también debía ser católica. De modo que a Lionel y a mí nos sorprendió que nos bautizaran de nuevo». Jack, que estaba en casa con Mummum (la abuela), «de momento se escapó»[17].
Después de eso, su madre «tenía la impresión de que ella y papá tenían en común algo importante —uno de sus increíblemente escasos errores—»[18].
Cuando su madre cayó enferma «dijeron que era bronquitis»; de pronto Ethel se vio arrancada de la escuela del convento para viajar con ella de Nueva York a Santa Bárbara, «donde mamá se iba a poner bien». La partida transcurrió «mal desde antes de que el barco zarpara» y «mamá se despidió de papá pidiéndole que no la olvidara»; «mi primera escena de tragedia, aunque yo todavía no lo sabía», escribe Ethel[19].
Su madre murió en California en 1892. Ethel, con solo trece años, era ahora la madre de familia, y se encargó de que bautizaran a John. Ese mismo año, su abuela dejó el teatro de Arch Street que había dirigido desde 1863 y se mudó a una pensión, donde murió el 31 de agosto de 1897. Ethel también tuvo que ocuparse de su padre, cada vez más inestable. Nueve años después de la muerte de su esposa, habiendo contraído sífilis, fue a parar a un asilo para enfermos. Murió cuatro años después.
Después de enterrar a su madre en Filadelfia, durante un corto periodo de tiempo asistió al Convento del Sagrado Corazón. Luego empezó a trabajar en el negocio familiar para poder mantenerse; desde ese momento abandonó sus sueños de ser pianista. Hizo su debut el 25 de enero de 1894 con The Rivals en el ahora inexistente Empire Theatre, hogar teatral de los Drew y los Barrymore. Pero su famoso nombre le procuró más obstáculos que ayuda —«¡No hay nada! le dijeron una y otra vez»—, hasta que su tío John Drew consiguió que le dieran un pequeño papel en The Bauble Shop (1894), producida por Charles Frohman. Después de varios años con papeles insignificantes, recorriendo el país en la penuria, su audiencia aumentó de modo estable e impresionó a la crítica.
Cuando Frohman le hizo la prueba para el papel de Madame Trentoni en Captain Jinks of the High Horse Marines, se lanzó vertiginosamente al estrellato.
Muy pronto fue internacionalmente conocida: su característico peinado y su modo de hablar y de caminar fueron muy imitados. Durante los veranos que pasaba en el extranjero hizo muchos amigos —presidentes, primeros ministros, reyes, reinas, y nobles por nacimiento y por méritos—. Conocer a toda esa realeza, escribe, no era nada nuevo. Después de todo, había conocido a su abuela.
Entre sus amigos tenía muchos pretendientes, dos de ellos fueron sus novios durante algún tiempo. Pero cuando conoció a Russell Griswold Colt, tres años menor que ella, se convenció de que tenía que ser él, se comprometieron y se casaron seis meses después, el 14 de marzo de 1909, en Boston, mientras representaba Lady Frederick.
«Fui a ver al obispo O’Conell —escribe— y le pedí una dispensa para casarme con un protestante». El obispo —más tarde cardenal— causó una gratísima impresión en Russell cuando este fue a firmar los documentos necesarios.
«”Es el hombre más extraordinario que he conocido”, dijo, y preguntó: “¿Cómo te puedes hacer católico?”. Pero nunca hizo nada al respecto», escribe Ethel[20].