Tertulias nocturnas - Pedro Clarós - E-Book

Tertulias nocturnas E-Book

Pedro Clarós

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Beschreibung

CONVERSACIONES SIN CENSURA CON LOS MÁS BRILLANTES REPRESENTANTES DE NUESTRA SOCIEDAD. Pedro Clarós goza de la fortuna de tener amigos a su altura, la de su trayectoria como médico y cooperante solidario y tiene, también, la curiosidad y la iniciativa como para querer saber siempre más. Ahora, movido por el afán de saber y profundizar, ha reunido a sus mejores amigos, todos ellos expertos en sus respectivas materias, para conversar sobre la vida, la amistad y, también, la música, la medicina, el periodismo y tantas otras cosas. Nos ofrece así sus tertulias con personajes ilustres como Pilar Eyre, Joan Manuel Serrat, Mayka Navarro, Víctor Amela, militares de alto rango, catedráticos y rectores de universidad, artistas, obispos... Charlas interesantes en las que asistiremos a confidencias inesperadas, risas y trayectorias vitales únicas, pero que también nos brindarán la oportunidad de conocer mucho mejor a estos protagonistas de nuestra sociedad, mientras nos desvelan los entresijos de sus oficios.

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Seitenzahl: 634

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

TERTULIANOS EN LOS CAPÍTULOS DE ESTE LIBRO

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN. ¿QUÉ CAMBIARÍAS EN TU VIDA?

1. INFLUENCIA DE CAJAL EN MI JUVENTUD

2. RACISMO... ¿HOY?

3. CONFESIONES SECRETAS: «DE MÉDICO A MONJE DEL DESIERTO»

4. AMORETTI, UN CANTANTE LÍRICO INSÓLITO

5. CATALUÑA VERSUS ESPAÑA

6. LA HORA NEGRA

7. «LA CONTRA» DE «LA CONTRA»

8. EL RESPETO A LAS COSTUMBRES ÉTNICAS, A LAS RELIGIONES Y AL CUERPO HUMANO

9. MORIR O SOBREVIVIR EN EL MAR

10. ¿VALE LA PENA HOY SER HONESTO? A VUELTAS CON LA ÉTICA, LA MORAL Y LA HONESTIDAD PROFESIONAL

11. ANTROPOFAGIA, AYER Y HOY

12. EL CAMBIO CLIMÁTICO. «MÁS ALLÁ DEL RELATO OFICIAL»

13 MISIÓN IMPOSIBLE: EL SAHEL

14. HUMANISMO EN LAS FUERZAS ARMADAS Y CUERPOS DE SEGURIDAD DEL ESTADO

15. HACIA UNA UNIVERSIDAD MÁS SOCIAL

16. LAS REALES ACADEMIAS DE ESPAÑA

17. ¿QUÉ FUE DE CHERNÓBIL?

18. GAUDÍ, EL HOMBRE

19. RATZINGER, DE PROFESOR A PAPA

20. EN BUSCA DE LA VERDAD DEL OBISPO IRURITA

21. JUBILACIÓN... Y AHORA ¿QUÉ?

EPÍLOGO. REFLEXIÓN FINAL: EL MAGNÍFICO MUNDO QUE DEJAMOS

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

© del texto: Pedro Clarós, 2025.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: febrero de 2025.

OBDO448

ISBN: 978-84-1098-154-6

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

A forma de aviso importante, queremos advertirles que las posturas o tendencias que expresan los coautores son personales y representan única y exclusivamente sus criterios.

LEER, DISFRUTAR Y APRENDER ES UN OBJETIVO DE LOS QUE DISPONEN DE POCO TIEMPO.

TERTULIANOS EN LOS CAPÍTULOS

DE ESTE LIBRO

AMAT, ORIOL. Licenciado y doctor en Ciencias Económicas. Catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra (UPF). Ha sido rector de la UPF, decano del Colegio de Economistas de Cataluña y consejero de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Es doctor honoris causa por la Universidad de Montpellier, Francia.

AMELA, VÍCTOR. Periodista. Escritor. Novelista. Colaborador de La Vanguardia. Corredactor del espacio «La Contra».

AMORETTI, RUBÉN. Cantante profesional de la lírica internacional.

BERNAL, ANTONIO. General de Brigada, IGE (Inspección General del Ejército). Experto en misiones internacionales y coordinación de operaciones. Actualmente tiene el mando de la Brigada Guadarrama XII del Ejército de Tierra.

BIETE, ALBERT. Licenciado y doctor en Medicina y Cirugía. Catedrático emérito de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Barcelona. Académico de número de la Real Academia de Medicina de Cataluña, de la de Medicina de Zaragoza y de la Real Academia Europea de Doctores.

BLANCO, PABLO. Sacerdote incardinado en la prelatura del Opus Dei, profesor titular de Teología Sistemática de la Universidad de Navarra. Filólogo, licenciado y doctor en Filosofía por la Universidad de la Santa Cruz (Roma) y en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra. Premio Ratzinger 2023.

BUSQUIER, MANUEL. Teniente General, inspector general del Ejército de Tierra (IGE) con destino en Barcelona. Experto en temas de cooperación internacional y gestión de crisis.

CALATAYUD MALDONADO, VICENTE. Doctor en Medicina y Cirugía. Catedrático de Neurocirugía. Académico de las Reales Academias de Medicina: Nacional de España, de Zaragoza y de Castilla-La Mancha.

CORONA, JUAN FRANCISCO. Licenciado y doctor en Ciencias Económicas y Empresariales. Catedrático de Economía Aplicada y director de la cátedra de Estudios Mundiales. Catedrático Jean Monnet de Integración Fiscal Europea. Rector honorario de la Universidad Abat Oliba CEU. Presidente de la Fundación de Estudios Norteamericanos. Fellow de la Royal Geographical Society y miembro de la Sociedad Geográfica Española.

DE CEA, CÉSAR. General de Brigada. Jefe de la Tercera Subinspección General del Ejército. Comandante militar de Barcelona y Tarragona. Diplomado del Estado Mayor, con amplia experiencia en operaciones, principalmente en Oriente Medio.

DE MIQUEL, JUAN MARCOS. Licenciado en Veterinaria por la Universidad de Zaragoza.

EYRE, PILAR. Escritora y periodista.

FALASCO, JORDI MARIA. (Padre Jordi). Médico cardiólogo, sacerdote y monje de la Orden de la Cartuja.

FOSSATTI, PAULO. Doctor en Ciencias de la Educación, Universidad Pontificia Católica de Río Grande (Brasil). Exrector de la Universidad La Salle Brasil. Miembro del Consejo Nacional de Educación de Brasil.

GAY DE MONTELLÁ, JOAQUÍN. Licenciado en Derecho. Expresidente de la patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional. Directivo de empresa y empresario.

GINER-TARRIDA, LLUÍS. Doctor en Medicina y Cirugía. Estomatólogo. Decano de la Facultad de Odontología. UICUniversidad Internacional de Cataluña (Barcelona). Presidente de la Conferencia de decanos de las facultades de Odontología españolas.

GUILLÉN, MONTSE. Catedrática de Métodos Cuantitativos para la Economía y la Empresa en la Universidad de Barcelona y profesora honorífica de la City, University of London en el Reino Unido. Académica de número y miembro de la junta de gobierno de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras del Instituto de España.

GUTIÉRREZ PÉREZ, JOSÉ LUIS. Decano de Odontología de la Universidad de Sevilla y catedrático de Cirugía Maxilofacial.

HERNANDO, ANTONIO. Catedrático de Magnetismo de la Universidad Complutense de Madrid. Académico Numerario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Fellow de la American Physical Society. Premio Dupont de la Ciencia y Premio Nacional de Investigación «Juan de la Cierva».

HOSPITAL, ANNA. Licenciada en Medicina y Cirugía y en Odontología por la Universidad de Barcelona. Especialista en Medicina Legal y Forense. Profesora de Odontología Legal y Forense en la UIC-Universidad Internacional de Cataluña (Barcelona).

MARZO, MARIANO. Licenciado y doctor en Ciencias Geológicas por la Universidad de Barcelona. Catedrático emérito de Estratigrafía y Geología Histórica en la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Barcelona (Departamento de Dinámica de la Tierra y del Océano). Director de la Cátedra en «Transición Energética Universidad de Barcelona-Fundación Repsol».

MÉNDIZ, ALFONSO. Licenciado y doctor en Ciencias de la Comunicación. Rector de la Universidad Internacional de Cataluña. Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad.

MORENO, JAVIER. Oficial de Estado Mayor. Capitán de Navío. Comandante Naval de Barcelona.

NAVARRO, MAYKA. Periodista de La Vanguardia, especializada en crónica policial y judicial; colaboradora en varios programas de radio y televisión: El Suplement de Catalunya Ràdio, Els Matins de TV3 y Vamos a Ver, La Mirada Crítica y Tarde AR de Telecinco. Con todo por aprender.

PARÉS, JOSEP M. Licenciado y doctor en Ciencias Geológicas, profesor de Investigación del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, Burgos. Equipo de Investigación de Atapuerca, Burgos.

PIZARRO, PEDRO ANTONIO. General de Brigada de la Guardia Civil. Jefe de Cataluña.

POCH BROTO, JOAQUÍN. Licenciado y doctor en Medicina y Cirugía. Catedrático de Otorrinolaringología de la Universidad Complutense (Madrid). Expresidente de la Real Academia Nacional de Medicina de España.

RÀFOLS, JOSEP MARIA. Periodista, historiador y escritor.

RODRIGO DE LARRUCEA, JAIME. Abogado. Licenciado y doctor en Derecho e Ingeniería Náutica. Profesor de Derecho Marítimo en la Facultad de Náutica de Barcelona (Universidad Politécnica de Cataluña). Presidente de la sección de Derecho Marítimo del Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona. Miembro de la Real Academia Europea de Doctores y de la Real Academia de la Mar.

ROSELL, JORDI. Doctor en Historia y Geografía. Investigador de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona adscrito al Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES-CERCA).

SAGNIER, ANTONIO. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Barcelona. Ha ocupado cargos de alta dirección en entidades bancarias de prestigio como Banco de Progreso, Banco Natwest March y Banco Santander entre los años 1970 y 1990. Fundador de Privat Bank en 1991, es presidente de Vila Singular, vicepresidente de la Fundación Clarós y administrador de Dialypa SL y Danpan Alimentación SL.

SALIDO, JOSÉ LUIS. Licenciado y doctor en Derecho. Abogado laboralista asesor de empresas. Profesor titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de Barcelona. Académico de la Real Academia Europea de Doctores.

SANZ, JAVIER. Licenciado y doctor en Medicina y Cirugía. Doctor en Historia. Odontólogo. Académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina de España. Profesor de Odontología e Historia en la Universidad Complutense de Madrid..

SARANYANA, JOSEP-IGNASI. Sacerdote incardinado en la prelatura del Opus Dei. Doctor en Teología y en Filosofía y Letras (Filosofía), cursó la carrera de Ciencias Políticas y Económicas. Profesor ordinario emérito de la Universidad de Navarra y miembro emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas.

SERRAT, JOAN MANUEL. Cantautor. Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio. Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa. Medalla de Oro de la Ciudad de Barcelona. Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024.

TARRAGONA, JOSEP MARIA. Historiador, escritor e ingeniero industrial. Licenciado en periodismo. Biógrafo del arquitecto Antoni Gaudí.

TOVAR, JOSÉ LUIS. Teniente General de la Guardia Civil.

TRÍAS DE BES, JUAN. Licenciado y doctor en Arquitectura por la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona (Universidad de Barcelona). Miembro del Patronato de la Fundación de la Junta Constructora del Templo de la Sagrada Familia.

USTRELL, JOSEP MARIA. Licenciado y doctor en Medicina y Cirugía. Estomatólogo. Profesor titular de Universidad. Vicedecano de Odontología en la Universidad de Barcelona. Honorífico de la Universidad de Barcelona. Académico de número de la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya.

VICENT, LLUÍS. Doctor en Tecnologías de la Información y su Gestión. Rector de la European University of Gasteiz (Euneiz), Vitoria.

VIDAL-BARRAQUER, FRANCESC. Licenciado en Medicina y Cirugía. Especialista en Cirugía vascular. Sobrino-nieto del cardenal Vidal i Barraquer.

ZÁRRAGA, TOMÁS JESÚS. Monseñor, obispo emérito de la diócesis de San Carlos en Venezuela. Destinado en la Cartuja de Montalegre, Tiana.

PRÓLOGO

El autor ha querido tratar en este libro temas actuales de interés general que, articulados en forma de tertulias, permitirán a los lectores, por su tono fácil y ameno, entrar en detalle y profundizar en algunos aspectos curiosos, instructivos, de actualidad o simplemente interesantes.

Se trata de conversaciones inéditas, sinceras y «nunca contadas hasta ahora». Algunas son anécdotas simpáticas e íntimas que tienen por objeto sorprender al lector y, sobre todo, hacerle pasar un buen rato.

Los capítulos, breves, pueden leerse sin seguir el orden en que se han numerado, ya que cada uno de ellos trata de un tema diferente y actual. Hay capítulos culturales, históricos, humanísticos, curiosos, legales, de temas médicos, políticos o, incluso, detectivescos y de suspense.

Todas las conversaciones son reales, han tenido lugar en encuentros —tipo cenas-tertulia— entre el autor y sus invitados, todos ellos amigos y tertulianos muy cualificados, expertos en las diversas materias abordadas y excelentes comunicadores.

El tono es, por tanto, muy coloquial y cercano, propio de las fascinantes conversaciones mantenidas en restaurantes, pequeñas bodegas o domicilios particulares con el autor, si bien algunas de estas tertulias, a causa de la lejanía, han debido celebrarse de forma telemática.

Los casi cuarenta participantes son expertos en su campo, con años de experiencia profesional. Por lo tanto, si el libro es un éxito, no duden que será por su calidad y conocimientos y no por su autor, quien solo ha actuado, a modo de tejido conjuntivo, uniendo y coordinando los diferentes capítulos.

Espero que disfruten de esta lectura tanto como lo hemos hecho todo el equipo de autor y coautores que hemos participado en su elaboración.

¡Muchas gracias y buena lectura!

INTRODUCCIÓN.

¿QUÉ CAMBIARÍAS EN TU VIDA?

TERTULIA CON PILAR EYRE

Es verano, el calor de este año llega con fuerza y en Barcelona no bajamos de los 26 o 28 grados durante el día. Yo estoy trabajando en la clínica, con una climatización perfecta para no enterarme del calor. En un momento de descanso, entre operación y operación, se me ocurre llamar por teléfono a Pilar Eyre para proponerle una posible colaboración en el libro de mis tertulias nocturnas. No lo dudo ni un instante y me pongo a ello:

—Buenos días, Pilar. Soy Pedro Clarós, ¿puedes hablar?

—¡Qué alegría! Claro que puedo hablar, con lo bien que cuidas mi laringe.

—¡Tan amable como de costumbre, Pilar! Si te apetece, quería proponerte tener una tertulia en un restaurante y hablar de cosas que nos interesen a los dos.

—Me encanta. No solo eres una de las personas que mejor habla de las que conozco, sino que eres una de las que mejor escucha... ¡Eso es tan raro hoy en día! Sin embargo, estoy en mi casa de Llafranc y no me muevo de aquí en tres meses salvo muerte o similar, perdóname.

—Pilar, ni se te ocurra morirte por ahora. Se me ocurre que, si te viene bien, puedo coger el coche al salir de la clínica, un día por la tarde, y acercarme hasta ese pueblo veraniego donde estás tú.

—¡Claro! Te espero mañana. Yo me encargo de reservar y de elegir la cena en un sitio muy bonito, al que voy mucho. Me encantaría invitarte a una garoinada, pero ya sabes que los erizos solo se pueden comer en invierno, o sea que lo mejor será una lubina, que aquí se llama llobarro, y después recuit de drap, lo que los barceloneses llamáis requesón. Lo de drap es porque va envuelto en un trapo. Cuidado con la carretera y avísame cuando ya estés llegando a Palafrugell.

—Gracias, Pilar, cuento los minutos hasta verte.

Tal como habíamos convenido, tomé la carretera aquel viernes y en una hora y treinta minutos ya estaba en Llafranc. Me costó poco llegar hasta el restaurante. Al entrar encontré a Pilar, espléndida y sonriente como siempre.

—Pilar, estoy muy contento de poder compartir nuestra tertulia. He pensado que, en tu vida, seguro que te han entrevistado infinidad de veces, pero esta charla entre amigos es más que una entrevista, es algo diferente. Qué te parece si centramos la conversación en una curiosa pregunta: «¿Qué cambiarías de tu vida?».

—Genial, Pedro. Creo que será interesante hacer un repaso de nuestras vidas, me servirá para conocerte mejor y también, quizá, para conocerme mejor.

—Pues tienes razón, yo también tengo cosas que cambiar en mi vida. Aunque tú eres algo más joven que yo, formamos parte de una misma generación, la del final de los cuarenta y principios de los cincuenta. En aquellos años todo era diferente, yo me crie en el seno de una familia acomodada y mi padre era médico otorrinolaringólogo que pronto se posicionó como uno de los mejores. Eso sí, nos sacó adelante trabajando mucho; aquellos tiempos eran difíciles, pero nosotros no éramos conscientes de ello, aunque sí que veíamos a las horas que llegaba, casi por la noche. Muchos fines de semana mi padre se quedaba en casa, estudiando y preparando sus conferencias. En mi familia, las funciones estaban muy bien delimitadas. Papá era la autoridad y el que traía el dinero a casa y nuestra madre era el soporte interno de la familia, lo que ella llamaba el pal de paller.1 Un buen tándem. Siempre vimos mucho amor entre ellos. Mi madre era de una belleza única, con ojos verdes, incluso cuando murió, a sus ochenta y ocho años, guardaba su sonrisa y su gran prestancia. Para todos fue un palo, pero a mi padre se le notó que había perdido a su compañera, la única mujer en su vida. No quiso deshacer el armario con su ropa, estuvo prácticamente igual hasta que murió él, diez años después. Decía que ella le seguía cuidando y notaba su presencia. En aquellas épocas, era muy normal que en las familias existiese un patriarcado en primera instancia y las madres eran las encargadas de complementar el resto. ¿Pasaba igual en tu casa?

—Pedro, muy parecido a la tuya, pero con algunas diferencias. Somos tres hermanas y tengo que decir que mis padres hacían mucha vida social. Cuando nos levantábamos por las mañanas ellos estaban durmiendo y la última imagen del día era verlos entre sueños, mi madre con traje largo y perfumada y mi padre fumando un cigarrillo, entrando en nuestra habitación para darnos un beso. Ahora lo recuerdo como si fueran una aparición, las gasas de la falda, el brillo de las joyas, el olor a perfume y a tabaco entremezclados... No nos dedicaban mucho tiempo, pero el que nos dedicaban era tiempo de calidad. Hablaban mucho con nosotras, de libros, poemas, cine, canciones; no eran temas de niños sino de adultos, conversaban con nosotras con seriedad, pero con mucho cariño. Aparte de enseñarnos a ir en bicicleta o a nadar, no jugaban con nosotras, pero nos estimulaban. ¡Fíjate que mi padre me daba un duro por cada poema que escribía!

—Nuestra familia, con cinco hijos, fue siempre muy prudente y ahorradora. La idea a seguir era clara: buenos colegios, buena alimentación, protección controlada y educación bastante estricta. Lo típico de aquel tiempo. No te olvides de que había un régimen franquista en nuestro país.

»Yo veía que en casa de mis compañeros el padre no era tan exigente. El mío estaba siempre encima de mis notas, aunque yo fui un buen estudiante, tanto en el colegio como en la Facultad de Medicina. Mis notas escolares eran entre buenas y muy buenas, pero mi padre me hacía pocas concesiones. En aquel momento, me hubiese hecho ilusión que fuese más relajado, hoy me doy cuenta de que hubiese sido un error. Quizá no hubiera llegado adonde he llegado. Pero, sin lugar a dudas, siempre le quise mucho y fue un gran referente para mí. Cuando murió, casi centenario, me di cuenta de que una parte de mí se había ido también. Creo que nunca le di ningún disgusto, o al menos que yo sepa. ¡Mentira! Una vez me dio una gran bofetada, pero mi travesura lo merecía.

—¿Qué hiciste para tal soberano castigo?

—Me da vergüenza contarlo, pero resulta que en el parvulario al que yo iba, anestesié a todo el colegio. Sí, sí has oído bien: a la hora de la comida coloqué en las jarras de agua de todas las mesas, con un colega que tenía, Ramón Riera, pastillas de anestesia, y por la tarde todos dormían menos él y yo. Claro, nos pillaron. Le dije a mi padre que yo había sido el único cerebro de la banda y Ramón el brazo ejecutor, pero no me valió de nada la matización. La bofetada fue doble en mi cara. Te diré que aún la noto.

—Pedro, no me extraña el enfado de tu padre, te podías haber cargado a los párvulos del colegio...

—Lo sé, pero solo tenía siete años. Y mira, esto lo hubiese cambiado, lo suprimiría de mi vida. Y tú, ¿cómo viviste la figura de tu padre?

—Mi hermana mayor era muy guapa, la admiración de todos, y la pequeña por desgracia estaba enfermita, o sea que yo era un poco el «verso suelto de la familia»; como mis padres siempre tuvieron una confianza desmedida en mis facultades y me dejaron un poco a mi aire, te confieso que esto me llevó a cometer muchos errores, porque yo soy de naturaleza muy exaltada y apasionada.

—Según Freud, la infancia es una etapa crucial, en la que se da forma a nuestra personalidad y comportamiento como adultos. Eso quiere decir que los primeros siete años de vida determinan a la persona. ¿Es verdad? ¿Cambiarías algo de esta etapa?

—Totalmente de acuerdo, Pedro. Todo lo que sentí entonces, lo siento aún hoy. Nunca es invierno en el corazón (¡linda frase!). Recuerdo con felicidad mi infancia, es el refugio al que acudo cuando he tenido momentos de tristeza, cuando han venido esos tiempos duros que todos hemos padecido alguna vez. Por eso me dan tanta pena los chicos que no han conocido a sus padres, ya que esa carencia se extiende a toda la vida. Mi madre murió hace muchos años, sin embargo, recuerdo el olor de sus manos perfectamente, el tono de su voz, la manera en que miraba el reloj, gestos nimios que vivirán mientras yo viva.

—Yo siempre fui de derechas, toda la familia lo era, y mis amigos también. Nunca pensé que tuviese que cambiar de bando ideológico. En la Guerra Civil, mi familia tuvo muchas restricciones, pero, tal como cuento en mi libro La Dama de Panamá, la casa de la abuela fue zona neutral, protegida por el consulado de Panamá y por Estados Unidos, ya que Panamá era un protectorado de los poderosos americanos. Mi padre había nacido en América, en la American Canal Zone y, por lo tanto, era un extranjero en el país de sus padres, en esa estúpida guerra. La familia perdió con la llegada de la contienda algunas de sus propiedades, con el consecuente descenso de los ingresos de alquileres que, al acabar este período trágico, afortunadamente recuperaron. Gracias a estas especiales condiciones consulares de que disfrutaban, salvaron a mucha gente que se refugió en su casa. Incluso a toda una comunidad de religiosos, los cartujos de Montalegre, de Tiana. Es una larga historia. La abuela Mercedes era una mujer de mucho valor. Dos de sus hermanos fueron asesinados por ser católicos y empresarios. Ahora cuéntame de tu padre y de tu familia. Según me dijiste una vez, tu abuelo era juez... y tu padre estuvo en peligro de muerte.

—Lo cierto es que tu libro La Dama de Panamá es magnífico, tanto que en ocasiones me parecía que estabas hablando de mi propia familia. Los míos eran de derechas sin paliativos, mi padre y mi tío excautivos, héroes de guerra; mi tío Paco fue el abogado del general Aranguren, una gran defensa que le valió el agradecimiento de la familia del general; mi tía María Dolores, abogada también, fue la delegada provincial de la Sección Femenina en Cataluña; mi tía Maruja, secretaria política de Pilar Primo de Rivera... Mi familia paterna era gallega, mi abuelo era juez y después fue al Supremo a Madrid. Mi familia materna era catalana (por cierto, mi madre hablaba en catalán con su madre y jamás vi que mi padre o mis tíos le hicieran algún reproche; eso sí, con nosotras hablaba en castellano) y el único hermano de mi madre murió a los veinte años en Rusia, formando parte de la División Azul. Hasta que entré en la universidad no tenía ni idea de que había otra España, porque era el único ambiente en el que nos movíamos. Pero ¡ah, amigo!, cuando entré en el viejo caserón de la universidad central para cursar Filosofía y Letras mi vida cambió para siempre. Por la ley del péndulo, me volví más roja que nadie, tan roja que el Partido Comunista me parecía poca cosa y milité en la izquierda radical, con eso te lo digo todo.

—Pero Pilar, si tú eras una niña burguesa franquista... Muchos de nosotros lo éramos, no íbamos a ser de izquierdas con lo que habían pasado nuestras familias años atrás. Vamos, que como un día se me hubiese ocurrido al llegar a casa y soltarles a mis padres que me había hecho de la gauche, aunque fuese de la divina, me hubiesen estampado contra la pared.

—¿Sabes qué, doctor? Que yo siempre me he sentido muy rara: cuando mis amigas me hablaban de casarse y de tener muchos hijos, yo no quería, aunque me gustaban (y me gustan) mucho los chicos, pero quería estudiar, trabajar, viajar... Me apasionaba (y me sigue apasionando) leer, lo que era una anomalía en aquel mundo; cuando mis padres me llevaban a una fiesta de comunión en casa de alguna amiga, yo buscaba la biblioteca y me encerraba a leer, y cuando querían irse y no me encontraban, nuestra niñera decía: «Debe de estar donde están los libros». Luego, cuando milité en la izquierda, también me veían como un bicho raro porque venía de otro ambiente... Creo que el haberme sentido siempre ajena me ha hecho observar a las personas desde fuera y me ha dado material para construir el perfil psicológico de los personajes de mis libros.

—Por lo que me has contado de tus años de universidad, cuando quisiste entrar en el Partido Comunista no te aceptaron por frívola y por unas ideas demasiado tortuosas. ¿Cambiarías esta fase de adolescente tan contestataria?

—Sufrí mucho, hice sufrir mucho a mis padres, contraje una enfermedad que casi me llevó a la tumba. Tuve que estar casi tres años en cama, en reposo, salí con un solo pulmón... ¿Si la cambiaría? Por supuesto que sí.

—Pero Pilar, ¿cómo se te ocurrió ser de izquierdas, si la propia esposa de Franco se codeaba con tus padres cuando venía a Barcelona? Incluso visitaba vuestra casa familiar.

—Ja, ja, ja. Yo quería hacer cosas por la gente, por el mundo... Tenía dentro mucha rebeldía que no sabía cómo sacar, y ahora me doy cuenta de que también tenía un galimatías en la cabeza que no me entendía ni yo. Marcuse, Marx, Simone de Beauvoir... Todos me decían: Pilar, este mundo es un asco, hay que cambiarlo. El mundo estaba mal, pero yo también, y quise vivir al límite... Muchos de mis amigos, que hicieron lo mismo, se quedaron por el camino, entonces o después, con el maldito sida o las malditas drogas... A medida que me voy haciendo mayor me voy acordando más de ellos, toda una generación perdida, ¡tantas cosas que podrían haber hecho esas mentes tan brillantes!

—Son situaciones que te pillan de joven: te crees el salvador del mundo y quieres cambiar el mundo que conoces por uno irreal. Luego, con los años, comprendes que te habías equivocado.

»Acabada la guerra española, Franco colaboró con Hitler para combatir en la Segunda Guerra Mundial, con la División Azul, llamada así porque este color era el de la Falange. En el ambiente familiar de mi casa a estos jóvenes voluntarios se los consideraba unos héroes. Mi padre, ciudadano extranjero, sin formación militar y tras los tres años de Guerra Civil, no lo dudó ni un minuto: ese plan de sacrificio patriótico no era para él. Si la guerra española ya no la consideraba suya, menos esta otra que no tenía nada que ver con sus ideologías. Su objetivo, tras unos años de sufrimiento ayudando y salvando a mucha gente perseguida, solo era terminar la carrera de Medicina y empezar una vida nueva. Cataluña había sido muy castigada con las atrocidades de la guerra, esta postura era lógica.

»Pero en tu familia tu tío Miguel, como acabas de contar, sí que se apuntó con dieciocho años a la División Azul. Murió en la batalla de Krasni Bor, en febrero de 1943, en Leningrado, hoy San Petersburgo, una de las más crueles.

»A estos inocentes muchachos, combatientes españoles, el propio Hitler los llamaba “banda de andrajosos” porque iban mal vestidos y peor armados. Pasaron mucho frío en las condiciones extremas de aquel país. Era una ratonera. Murieron muchos. Algunos de los pocos que volvieron recibieron una medalla, pero los que no, ni tan solo eso.

»Pilar, estoy seguro de que, si en aquel momento tú hubieses estado allí, hubieras cambiado el curso de la vida de tu tío Miguel, ¿no?

—Sin duda alguna, doctor, y conste que me estoy emocionando. Esta pregunta me conmueve por dos cosas: porque veo que te has preparado a conciencia esta conversación conmigo y porque tienes mucha sensibilidad. Mi tío Miguel está tan presente en la familia que tengo la impresión de que lo conocí. Murió en el 42 y está enterrado en el cementerio de Mestelevo. Para él, para todos esos muchachos españoles que están allí, no hay memoria histórica, nadie los reclama... Solo tenía diecinueve años cuando se fue a Rusia, ¿qué sabía él de las razones por las que se estaba luchando? En su esquela pusieron una frase que decían que era suya: «Voy a Rusia por Dios y por mi Patria». Nunca he sabido si de verdad la había dicho él o quizá su madre trató de embellecer esa muerte tan triste y absurda.

—En mis años de estudiante en la Facultad de Medicina de Barcelona, nuestra sociedad catalana vivía dentro de una burbuja, con una vida acomodada, nos movíamos en un círculo donde todos nos conocíamos, frecuentábamos los mismos restaurantes, las mismas sastrerías y, en muchas casas, las asistentas del hogar llevaban los mismos uniformes negros, delantal blanco, guantes y cofia. Parecían todas iguales. Pero, en general, eran personas muy fieles a sus casas. Eran de la familia y a nosotros (los hijos) nos querían mucho.

»El Gran Teatro del Liceo era un lugar de encuentro. Allí los hombres solían usar smoking con pajarita negra en las sesiones de noche. Las mujeres iban muy bien arregladas, con traje largo o de cóctel y enjoyadas. En aquella época la sesión operística empezaba tarde, no antes de las diez de la noche. Recuerdo que, cuando mis padres no usaban el abono y el palco quedaba libre, solía invitar al Liceo a las chicas que conocía y era todo majestuoso. Le pedía prestado el coche a mi padre y llegábamos al teatro para disfrutar del ambiente de lujo que se respiraba.

»Tú seguro que hacías lo mismo. Tu mundo era tan burgués y conservador como el mío, o posiblemente más. ¿Esto lo cambiarías?

—Bueno, Pedro, eso lo hice hasta la universidad, después sí fui al Liceo algunas veces, pero para pintar con espray los abrigos de visón de las señoras. Ja, ja, ja. No, es broma, no te asustes, aunque quizá lo hubiera hecho porque ya sabes que soy una gran animalista. Seguro que tú has ido más veces. Yo recuerdo sobre todo los entreactos, cuando ibas a tomar una copa de champagne con los chicos tan guapos con smoking, pero no me acuerdo de ninguna de las óperas que vi. Ahora, de mayor, estoy intentando educarme en la ópera y me he apuntado a unos viajes especializados en los que visitamos grandes teatros de todo el mundo para escuchar las mejores voces. Poco a poco estoy empezando a disfrutar de la ópera y la lírica.

—Todas las chicas de nuestra época hacían la tradicional fiesta de puesta de largo, en un hotel de lujo o en la propia casa familiar, momento en que se aprovechaba para invitar a todos los chicos de buen ver y mejor partido, para que las madres y abuelas seleccionasen una posible pareja para la nena. Yo, al menos, fui a varias de ellas. Lo que me pasaba normalmente era que me gustaban más las damas acompañantes que la propia dieciochoañera reina de la fiesta. El espectáculo tenía su encanto. Bueno, a veces era todo un poco cursi, pero nos obligaba a comportarnos en sociedad. A hacer el besamanos a las mamás y abuelas, a aplicar las normas de educación basadas en el libro La buena Juanita (lectura obligada para las niñas). Las chicas estrenaban su primer traje largo, blanco, y sus primeros zapatos de tacón. Los chicos a los dieciocho años nos hacíamos un smoking negro que luego serviría para ir al Liceo y otros actos sociales.

»Estoy seguro de que tú celebrarías este ritual de la “presentación en sociedad”, en algún lugar emblemático. Cuéntame...

—Claro que iba a estas fiestas, pero, como ya te he dicho que era bastante rarilla, sentía entre envidia y desprecio... En una de ellas, creo que fue la última, en el hotel Ritz, la homenajeada no se presentó, luego nos enteramos de que se había ido a tomar unos vinos al barrio chino con unos amigos. Esa anécdota la recreé en mi novela Cuando éramos ayer. Por cierto, cuando yo cumplí dieciocho años ya estaba en la universidad y me pasaba el día hablando de la dictadura, del proletariado y del camarada Fidel. Mi intención era pasar el verano en un kibutz de Israel. Mis padres no osaron ni pensárselo.

—Pues, aunque un poco diferente para mí, una vez me ocurrió una anécdota muy curiosa: resulta que los vecinos de palco del Liceo, gente muy bien acomodada de la sociedad catalana con un gran abolengo, tenían dos hijas que a mí poco me interesaban. Ellas no eran de mi agrado, pero al parecer yo sí les gustaba. La verdad es que eran más altas que yo, delgadas, con mucha nariz y con poco garbo. Un día, al regresar de la facultad, a la hora de comer, ya sentados a la mesa, mi madre, ligeramente sonrojada (imagino que la pobre no sabía por dónde empezar), me cuenta que la noche anterior, al terminar la representación del Liceo, los vecinos se dirigieron a ella para decirle que su hija mayor se iba a poner «de largo» y que querían que yo fuese a la fiesta que se organizaría con todo lujo. Tendría lugar en la casa de los abuelos, una regia finca del Passeig de Gràcia.

»“¿Y qué les has dicho?”, le pregunté a mi madre.

»“Hijo, no sabía cómo insinuarles que no ibas a ir...”. Yo no daba crédito a lo que me estaban diciendo.

»“¡Mamá! —le reñí—. ¿Cómo se te ha ocurrido decirles que sí? ¿No sabes que no me interesan para nada estas chicas? Son feas, desgarbadas y narigudas”.

»“Hijo —respondió enfurecida mi madre—. No seas tan cruel, no se les puede decir que no. Son muy buena gente”.

—Pero Pedro, dime, que ya estoy nerviosa: ¿al final fuiste o no?

—Pues, ¿qué iba a hacer, Pilar? Ir a la fiesta, por supuesto. Éramos una juventud muy respetuosa con nuestros padres. ¿O tú hubieses dicho que no a tu padre?

—Yo era muy respetuosa con mis padres, más que respeto les tenía adoración, sobre todo a mi padre. Él era mi Dios, lo sigue siendo... Ahora te voy a decir una cosa que te sonará a herejía, pero yo no le rezo a Dios, le rezo a mi padre, y esto te lo dice una católica. Por eso me duele tanto haberles hecho daño, aunque sé que me han perdonado.

—Rezar siempre es bueno, a tu padre carnal o al creador, qué más da. Lo importante es que lo hagas. En realidad, tú, sin saberlo rezas a tu padre para que haga de intercesor ante Dios.

»De mi padre recuerdo que yo era muy enamoradizo en mi juventud, pero me duraba muy poco la fase blanda, pronto les encontraba muchos defectos y me enfriaba. Cuando se lo contaba a mi padre, se reía y me decía: “Lo que pasa, chaval, es que realmente no estás enamorado”.

»Mi madre sufría más, especialmente cuando la madre de alguna de estas chicas la trataba con frialdad cuando se la encontraba. Entonces me decía: “He coincidido en la carnicería o la peluquería (da igual) con la madre de fulanita y por la cara que me ha puesto imagino que no le haces ningún caso a su hija, ¿es así?”.

»Todo esto, duró hasta que conocí a mi mujer, entonces cambié: me había enamorado de verdad. Lo más curioso es que era una vecina mía de la calle Escuelas Pías. Fíjate qué casualidad, toda la vida viviendo en el mismo vecindario y nunca la había visto. Coincidimos en el Hospital Clínico, yo ya en quinto de carrera y ella en primero de enfermería.

»Seguro que tú, Pilar, también tendrías muchos novios, eras muy atractiva y sobre todo interesante y lista.

—Bueno, Pedro, tú eras un ligón porque seguro que fuiste muy atractivo. De mí, mis hermanas dicen que era una lata el teléfono en casa porque no paraban de llamar mis «pretendientes»; la verdad es que me encantaba coquetear, yo era una estratega increíble para las cosas del amor, me las sabía todas. Y los chicos eran bastante ingenuos y caían en todas las trampas... te hacías la dura con los guapos como tú y, ¡hala!, caían como moscas. Con otros te las dabas de torturada, o de espiritual, o les dabas celos... te convertías en la mejor actriz del mundo. Y lo hacías por jugar, porque luego ni te gustaban ni nada. Yo, cuando llegaba a la etapa del romance, me aburría. Hacerte la tonta también funcionaba bastante bien, hasta que un día venían a casa, descubrían tu biblioteca y te preguntaban con la boca abierta: «¿Te has leído todos estos libros?». Y, cuando decías que sí, ya estaban en Pernambuco.

—Pilar, reconócelo, tanto tú como yo hemos tenido mucha suerte en la vida. Nuestras profesiones nos han llevado a conocer a mucha gente, a viajar y a tener acceso a muchas cosas difíciles de alcanzar. No digo que no nos lo hayamos ganado, solamente digo que es un hecho. Sin embargo, yo, al menos, hay algunas cosas que cambiaría de mi vida...

—¿Como qué, Pedro?

—Pues como no haberme dedicado a desarrollar habilidades musicales. Me hubiese encantado tocar bien el piano, la guitarra, el violín o cualquier instrumento... y saber cantar. Saber leer bien una partitura, escribir la letra de una canción y muchos otros aspectos artísticos.

—Pedro, ¡pero si tú tratas a las mejores voces del mundo!

—Tienes razón, pero esto no se contagia, quiero decir que yo los curo, pero a cambio ellos no me transfunden su habilidad para el canto. Es una pena, pero es así. Oírme cantar es sinónimo de echarse a llorar. A pesar de haber escrito un libro muy apreciado sobre las voces líricas, donde recojo todo lo referente a la voz y las hormonas, no dejo de ser solo un experto del tema y no un erudito del canto.

»Me acuerdo de que en el colegio, los Escolapios de Sarrià, cuando preparaban a los chicos de la clase para formar parte del coro de Navidad, nos ponían a todos a cantar villancicos. Pronto localizaban a los que desafinaban. Uno de ellos era yo. Y, amablemente, nos mandaban al patio a jugar. ¿Ves? Eso lo hubiera cambiado.

»Ciertos deportes también eran difíciles para mí. Era un jugador mediocre de fútbol, patinaba peor, esquiaba con miedo, al tenis jugaba poco, el golf nunca lo intenté... Por el contrario, pescar, navegar, cazar, montar en bicicleta primero y en moto de montaña después, me gustaba, y disfrutaba mucho con ello. Ya de casado y con hijos llegamos a ir toda la familia en moto de trial por la Cerdaña francesa y lo pasábamos muy bien. Aunque mis deportes favoritos eran (y son) aquellos que hago solo, sin necesidad de un equipo.

»Me queda claro lo que cambiaría de mi vida: perfeccionar los deportes y, muy especialmente, aprender música y tocar los instrumentos musicales.

—Aún estás a tiempo, Pedro...

—Quizá sí, pero me temo que solo servirá para un mal tocar o un peor cantar. Y en tu caso, Pilar, ¿qué cambios harías?

—Más que cambios, me gustaría recuperar habilidades y aficiones que fui dejando por el bendito trabajo. Los que tenemos la suerte de tener un oficio que nos gusta vamos dejando atrás todo lo demás para dedicarle todo nuestro tiempo. A mí me encantaba tocar la guitarra, tuve profesor desde que era muy pequeña, mi padre era pintor y yo también pintaba bastante bien, en mi casa (en la cocina) tengo cuadros pintados por mí; me gustaba mucho el cine, viajar... todo lo fui sacrificando casi sin darme cuenta por la profesión: siempre hay un artículo que escribir, un libro que entregar, un programa al que tienes que acudir... y al final he comprendido que se necesita también todo aquello que antes te parecía superfluo. Si toda la satisfacción te llega del mismo lado y este te falla, te quedas sin nada... Si te gusta menos, ¿dónde encuentras el gozo, la diversión, la alegría? Poco a poco estoy intentando recuperar todo lo que he ido dejando.

—A raíz de hacer mis primeros pinitos en la literatura, cuyo objetivo fue escribir mi primer libro, al que le siguió un segundo, Un cirujano del mundo, que tú ya conoces, pues me hiciste una presentación muy generosa, yo siempre digo que opero mucho mejor que escribo. Indudablemente lo mío es una vocación tardía, pero tú has escrito mucho y de muy variados estilos. Tú vives de la literatura y de tus libros, es un asunto muy diferente.

—No, Pedro, lo tuyo no es un simple hobby, es una forma de comunicarte y de ayudar a la gente, una forma más que se une al trabajo que realizas con tu ONG. Tus libros son muy buenos y están muy bien escritos. En mi caso es mi profesión desde hace muchos años; mi primer artículo lo escribí en la Hoja del lunes en 1977. El periodismo y la literatura parecen muy similares, pero no lo son en absoluto porque ambos oficios requieren de distintas habilidades. De momento compagino ambos: me encanta tomarle el pulso a la actualidad, ir al origen de la noticia, vivir las cosas en primera fila, el nerviosismo de la exclusiva, toda esa adrenalina que nos recorre a los periodistas cuando tenemos una buena historia. Pero la literatura, ah, amigo, es como este vino que nos estamos tomando. Gran Reserva. Y ahora, además, ¡me he hecho youtubera!

—¿Cómo comenzaste a escribir sobre la casa real? Estoy seguro de que sabes más de sus vidas que los propios monarcas y sus familias. Además, lo cuentas tan bien que la gente te sigue. No sé cuántos libros has escrito, deben de ser muchos. Dime la verdad, Pilar: ¿cambiarías algo de lo que has escrito y/o publicado?

—Me he podido equivocar, pero mentir nunca he mentido. Y eso sí que me llena de orgullo y satisfacción, como diría quien tú y yo sabemos. No, en serio, estoy muy orgullosa de mi trayectoria profesional, me he atrevido a hacer cosas que ni soñaba. Ir un paso por delante en según qué temas me ha podido perjudicar, pero creo que al final mis lectores, y también la gente que me conoce, saben que soy una persona honrada.

—Yo soy un puro capricornio. Me identifico totalmente: cabezota, perseverante y muy luchador. Si cambiase algo más de mi vida, sería... saber ser más relajado. Tener más paciencia y saber cocinar. Cuando veo a mis hermanos y a mis hijos, la mano que tienen para la cocina, los envidio. En mi caso, el verbo «cocinar» y yo estamos reñidos. Mi mujer me ha puesto una orden de alejamiento de la cocina, no me quiere ver en ella para nada. Me dice que no tengo paciencia y pongo el fuego de las sartenes al nueve, el microondas a tope, el horno muy alto y la tostadora con más tiempo programado...

—Ja, ja, ja... ¿Y qué pasa entonces?

—Pues pasa lo que tiene que pasar: todo quemado y un humo que no se ve nada en la cocina. Entonces siento mi derrota: la cocina me ha vencido. Y tú, Pilar, ¿cocinas bien o dejas que te cocinen?

—No cocinaba mal cuando vivíamos todos en casa. Ahora estoy sola y me aburre cocinar por una razón muy sencilla: no me gusta comer. Es uno de esos placeres que me están vedados porque no sé qué es la sensación de hambre. Ni apetito, una palabra bastante cursi, reconozcámoslo. Muchas veces me olvido de comer y cuando mi hijo viene a casa lo primero que hace es ir a la nevera y me riñe: «Oye, que estos macarrones no los has tocado».

—Y dime, ¿tienes la sensación de que la vida te ha pasado muy rápido o solo soy yo quien lo siente?

—El día a día pasa lento, pero los años corren veloces. Los años pasan, pero nosotros no, seguimos siendo los mismos.

—Déjame que te diga, Pilar: eres un ejemplo a seguir. Tu vida ha sido el periodismo y los libros, sin olvidar a tu familia. ¿Cómo los posicionarías?

—Gracias, pero no... Tú sí que eres un ejemplo para todos. Has mejorado la vida de la gente, me siento muy pequeña a tu lado. Yo al fin y al cabo todo lo que he hecho ha sido un placer egoísta porque ante todo me gustaba a mí. Pero por encima de todo está mi hijo. No suelo hablar de él porque creo que no le gusta, pero no hay nada en mi vida que no pase por él, desde cosas pequeñas a grandes decisiones. También quiero mucho a mis dos hermanas, con las que me llevo muy bien, una vive en Madrid y la otra en el piso sobre el mío. Y a mis perros. A lo largo de mi vida he tenido diecisiete, todos adoptados. Tengo treinta y cuatro primos hermanos a los que veo mucho, y unos pocos amigos incondicionales que nunca me han fallado y a los que espero no fallar nunca. Y, si les fallo, espero que me perdonen. Algunos son recientes y otros son de muchos años.

—Hoy la sociedad se ha vuelto muy egoísta. El trato con los ancianos, el respeto por la gente, las costumbres, la propia familia. ¿Crees que antes éramos diferentes?

—Mis abuelas murieron rodeadas de sus hijos, veneradas por todos, admiradas, cuidadas. Mis padres también. Estuve presente en el momento en que murieron los dos y pude darles la mano para estar con ellos hasta el último aliento y a ambos les cerré los ojos. A mi marido también. Espero que mi hijo esté conmigo cuando me vaya... pero que sea dentro de muchos años, que aún tenemos mucho para dar... ¡y nos falta lo mejor!

—Pues es verdad, en 1977 yo regresé de Londres, un día antes de que muriese mi abuela. Mi padre me llamó para decirme su mal estado y no dudé en acudir. Mis padres murieron en casa rodeados de los hijos, igual que los tuyos. Lo que nos pasará a ti y a mí está por ver.

»Ahora, Pilar, si te parece, dame alguna sugerencia más, una reflexión para los más jóvenes.

—No me gusta esa filosofía del dejarse llevar, eso de que las cosas buenas ya te llegarán solas. La vida requiere esfuerzo, trabajo, disciplina y responsabilidad. Dejarse llevar por los acontecimientos, ese lema frívolo de que si las cosas tienen que ser, ya vendrán, no trae más que desilusión, dolor, desconfianza, frustración, cinismo, desprecio... Las elecciones al principio de la vida adulta te condicionan para siempre. Por eso yo, si me piden consejos laborales, siempre les digo que primero decidan qué es lo que les gusta de verdad. Sea ser jardinero, pastor, abogado, médico o mecánico. Esa es la reflexión más importante, porque de ahí dependerá el resto de tu existencia. Y, después, cultiva tus aficiones, cuida tu cuerpo (no tienes otro) y rodéate de personas interesantes. Lee mucho, novelas, al contrario de lo que creen los pedantes, que piensan que la gente culta solo lee ensayo. ¡Error! Hay mucha más sabiduría en Guerra y paz de Tolstói que en esos libritos de autoayuda que tan de moda se han puesto.

—Estoy de acuerdo. Todos los libros enseñan algo.

—Las novelas te ayudan a entender a las personas, solo se puede amar al prójimo si se le comprende. Ten un animal cerca, te hará bien, de verdad. Y si alguna vez los jovenzuelos me preguntan qué es lo que me mantiene joven, yo siempre les digo «la curiosidad». Me moriré el día en que pierda esa gran hija de p... (con perdón).

Ya al filo de la medianoche, me doy cuenta de que he pasado un rato muy agradable de tertulia con Pilar. Decidimos despedirnos, aunque somos conscientes de que hemos dejado muchas cosas que contarnos, pero yo debo regresar a mi casa. De regreso, la autovía de retorno a Barcelona sigue estando vacía, no sé qué ha pasado hoy con la gente, quizás han preferido dejarme el camino libre...

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INFLUENCIA DE CAJAL EN MI JUVENTUD

CONVERSACIONES CON JAVIER SANZ

Durante los veranos de mi adolescencia, mi padre me animaba a que leyese, durante las horas muertas de verano, la biografía de don Santiago Ramón y Cajal, este sabio español que consiguió el premio Nobel de Medicina en 1906. Recuerdo que me regaló un libro encuadernado con tapas rojas que aún guardo, titulado Obras Literarias Completas, de la editorial Aguilar, de 1950. Los primeros veintiséis capítulos, de un total de 282 páginas escritas con letra pequeña, se referían a «Mi infancia y juventud».

Mi padre me explicó, por encima, quién era este investigador. Me contó cosas de su trayectoria que hicieron que me enganchara al libro y que profundizara en su lectura para conocer su vida. En las largas tardes de los meses de verano, en el jardín de la casa solariega de la abuela Mercedes, mi yo preadolescente se retiraba a leer a un lugar muy especial, lo que llamábamos la Glorieta, un rincón fresco y tranquilo donde, encaramado en su parte más alta, devoraba las páginas de mi pequeño tesoro literario sabedor de que luego me aguardaba la «misión» de transmitírselas resumidas a mi padre, quien a su vez me aclaraba los términos y el vocabulario que no entendía.

Podría parecer, tal como lo cuento, que se tratara de un castigo, pero en realidad no era eso sino todo lo contrario: leer un libro «de mayores» me hacía sentir especial y, sobre todo, me gustaba después poder hablar con mi padre de lo leído y que me explicara todo aquello que no había entendido. Era un momento para estar con él, solos los dos, un rato que yo procuraba que fuera cada día, aunque tengo que reconocer que no leía con la regularidad que hubiera querido, pues no en vano era verano; aunque sí lo hice bastante a menudo, especialmente aquellos días en que, por las condiciones climatológicas, no podíamos ir a la playa, o durante algunas calurosas tardes de agosto mientras los más pequeños de la familia hacían la sagrada siesta.

De la lectura recuerdo que la parte que más me impresionó fueron las aventuras y picardías acontecidas durante la infancia y juventud de Cajal. Una de ellas sucedió cuando, con solo cuatro años, apaleó a un caballo y este le sacudió una fenomenal coz que le golpeó en la frente produciéndole una herida muy grave, tanto que le dieron por muerto, aunque en unos días se recuperó. Imaginé la escena como si yo estuviese presente y la pena que sus padres habrían pasado. Creo que la mejor descripción que del Cajal niño podríamos hacer sería llamarle «un diablillo inquieto, voluntarioso e insoportable».

Otra de sus fechorías tuvo lugar en el verano de 1863, a sus once años, con el «cañón de Ayerbe». En aquella ocasión construyó un cañón artesanal con un trozo de viga que envolvió con un alambre y cuerda embreada. Con esta arma de fabricación doméstica rompió la puerta del huerto de un vecino, Vicente Normante, en la aldea de Ayerbe, por lo que, con el consentimiento de su padre, fue encerrado en la cárcel del pueblo. La pena de ayuno, que también estaba incluida, fue compensada gracias a la conmiseración de doña Bernardina de Normante, que, seguramente de acuerdo con su madre, le llevaba excelentes guisos y frutas.

El diablillo Cajal era un gran observador de la naturaleza y capturaba pájaros para estudiarlos. Le interesaba la vida y sus hechos. Yo me sentía cada vez más identificado con él, pues poseía esa misma curiosidad por las cosas, los animales e insectos vivos.

Poco después se interesó por las armas y, con su hermano Pedro, modificó la escopeta de caza de su padre, un viejo fusil al que le puso una llave de latón y, tras fabricar pólvora, se lanzó con su hermano a la caza de perdices, conejos y pájaros.

Comprobé, con mucha alegría, que había un nexo común entre los dos: el lugar donde estudiamos el bachillerato, en los Escolapios; él en Jaca y en Zaragoza, y yo en Sarrià, en Barcelona. La escolarización de Santiago y de su hermano Pedro, por lo leído, dejaba bastante que desear. Un día sí y otro también, los novillos eran su práctica habitual, pues les gustaba más dibujar que estudiar.

En una ocasión don Justo se enteró de esas ausencias y preparó tal reprimenda que llegó a oídos de los demás hermanos... Lo que estaba claro es que eran muy malos estudiantes. Posiblemente hoy, con las exigencias actuales, no hubiesen aprobado ni tenido acceso a estudiar Medicina. Pero el joven Santiago dibujaba muy bien, era su gran afición y un virtuoso con el lápiz y el papel. De los dos hermanos, Pedro suspendió el colegio y, para no decírselo a su padre, se fue a Sudamérica durante siete años; luego, cuando volvió, se licenció en Medicina.

Para conocer detalles y aclarar algunos puntos sobre mi pasión por Ramón y Cajal pensé en recurrir a una fuente pura, imparcial y experta. En nuestro país, si preguntas a los médicos y a los que no lo son, todo el mundo sabe sobre la vida de don Santiago. Pero muchos de los que han escrito y dicen saber han copiado la información, han repetido su contenido, plagiado e incluso inventado los hechos.

Por eso sentí la necesidad de buscar a una persona que conociese a fondo la vida de Cajal. Después de mucho pensar, decidí que esta persona era Javier Sanz, profesor en la Unidad de Historia de la Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, ya que ha tenido ocasión de investigar los archivos de la medicina española y, por ello, conoce en profundidad la vida y la obra de don Santiago.

A Javier lo conozco de la RANME (Real Academia Nacional de Medicina Española), de la que he sido recientemente nombrado Académico Correspondiente Honorario. Como él vive en Madrid, quedamos en vernos después de una de las sesiones académicas de los martes y nos citamos en un restaurante al que solemos ir con cierta frecuencia, a la salida de las actividades científicas. Se cena muy bien, y es muy cómodo y cercano a la sede de la Academia, que está en la calle Arrieta, cerca del Teatro Real de Madrid.

Ya sentados a la mesa uno frente al otro con una copa de cava en la mano, Javier y yo brindamos por nuestra amistad y por la magnífica charla que íbamos a mantener.

—Javier, me llama mucho la atención que ni Santiago ni Pedro Ramón y Cajal fueran buenos estudiantes. Por aquel entonces en las escuelas estaba implantado el memorismo puro. Las cabezas pensantes no se permitían y los alumnos tenían que recitar la lección tal como venía en el libro o como había explicado el maestro de la escuela. Además, la disciplina era estricta y los alumnos estaban expuestos con frecuencia al castigo físico. Lo inteligente entonces era evitar ser sancionado y esto, al menos en mi caso, se resolvía sacando muy buenas notas. No se estilaba que el alumno recitase la lección más que de una manera: «al pie de la letra»; y esto, para el niño que fue don Santiago, era impensable.

—Él no lo cuenta de forma tan explícita en su autobiografía Recuerdos de mi vida, donde dedica más tiempo a sus recuerdos del día a día y a lo que un niño avispado quiere de la vida, es decir, a sus propias interpretaciones de los hechos para establecer sus propias conclusiones. Pero sí cuenta que no sacó buenas notas en un principio, ni mucho menos, y que incluso su padre lo empleó de aprendiz de zapatero y de barbero. El ejercicio del magisterio de aquellos años del siglo XIX tampoco era, por lo general, de un nivel elevado, pero aun así los escolares no dejaban de ser unos privilegiados, pues el analfabetismo era tremendo, en 1900 no sabían leer ni escribir en nuestro país el sesenta y cuatro por ciento de las personas.

—Es muy curioso, Javier; a medida que iba leyendo su autobiografía, descubrí, cada vez más, que este tipo de educación era un error. Por ello intenté evitar cometerlo y durante todo el tiempo de mi permanencia en el colegio primó más la aplicación de la lógica que el encorsetamiento de una frase o un texto en mi cerebro. También es cierto que dependía mucho de los diferentes profesores que te asignaban, pero cuando el docente te exigía un aprendizaje textual era más difícil para mí recordarlo que cuando se podía hacer el aprendizaje conceptual.

—Algo así debió sucederle a Cajal y a otros coetáneos. La recitación textual significaba la aceptación de lo previo, sin crítica, lo cual no iba con su carácter. Él, como te dije, interpretaba lo que acontecía sometiéndolo a análisis con los pocos repertorios que tenía a su mano. Recordemos el fenómeno del rayo que cae en la iglesia de Valpalmas o el eclipse que, casi al mismo tiempo, también vive y «analiza», pues a él no le bastaba con explicaciones habituales. Quería conocer ambos fenómenos por su estudio. Puro «cajalismo» embrionario.

—Déjame que te cuente, a modo de anécdota, lo ocurrido en mi colegio de las Escuelas Pías de Sarrià, en Barcelona. Uno de los alumnos más premiados por sus notas, con todas las distinciones especiales del colegio, era un muchacho muy popular. Un tal Domingo que sacaba dieces en todo. Al final del curso se llevaba todas las medallas de la escuela habidas y por haber. En cambio, en el grupo en que yo estaba solo recibíamos unas pocas condecoraciones, las normales, las lógicas, que aun así eran muy superiores a la media del colegio.

»Este compañero era un memorión. Al terminar el colegio, decidió estudiar la carrera de Ingeniería de Canales, Caminos y Puertos, muy difícil en aquella época y que solo se podía cursar en Madrid. En el primer año se estrelló de tal manera que a duras penas acabó la carrera en más años de los que estaba programada. Su hermano, que era de mi curso, me lo contó y comprendí que al pobre Domingo le habían enseñado a retener, a memorizar, pero no a razonar. Le perdimos la pista, luego nos enteramos de que estaba trabajando en una sucursal bancaria.

»La teoría que yo había aprendido con la lectura de la biografía de don Santiago, basada en entender, aplicar la lógica y desarrollar el concepto, según mi propio criterio era la adecuada. Por eso mis mejores notas siempre fueron en las asignaturas que permitían esta variante de “leer, pensar y razonar”. Sin embargo, aquellas en las que solo se aplicaba la memoria eran las que más me costaban. Para estas no cabía ninguna otra opción que aplicar mnemotecnias. Con este sistema me fue más sencillo estudiar, en el bachillerato, listas como la de los minerales u otras afines y las apliqué después, a la anatomía humana en el primer año de la carrera. ¿Qué se dice en los libros de la infancia escolar de don Santiago?

—La verdad, Pedro, es que su infancia y aun su adolescencia fueron díscolas, al punto, como te decía, de que su padre lo apartó de los estudios como escarmiento. Su infancia escolar no puede separarse de sus travesuras, que él recuerda en su autobiografía. Por eso en los capítulos relativos a su infancia narra más asuntos «extraescolares» que los vividos propiamente en el aula, incluso se mofa de los profesores caricaturizándolos. La infancia de ese Santiago niño transcurre en la escuela, para su fortuna, pero esos momentos se han comparado con la literatura picaresca española del Siglo de Oro. Él no tiene inconveniente en recordar aquellos días donde no fue un estudiante ejemplar, sino disperso y más pendiente de lo que le rodeaba, con cierta afición a leer y a pensar por su cuenta.

—Lo más curioso fue que la lectura de ese libro autobiográfico suyo, que yo seguía religiosamente, de año en año, coincidía con el hecho de que, a la vez que yo crecía, también lo hacía don Santiago en el libro y, por lo tanto, mis avances en su lectura se acompañaban de las historias acaecidas a un protagonista que también lo hacía cronológicamente.