9,99 €
Desde una mirada incisiva hacia la historia de Cuba, esta obra se convierte en un texto lúcido, contradictorio y polémico. En ella confluyen varios puntos de vista históricos a partir de serias y profundas investigaciones, donde se narran las causas y las consecuencias que condujeron a la formación de nuestra nacionalidad e identidad.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 621
Veröffentlichungsjahr: 2025
Marcelino Fajardo Delgado (1942-2015): Licenciado en Ciencias Políticas. Doctor en Ciencias Históricas. Cursó estudios militares en diversas escuelas. Como funcionario del Minrex cumplió servicio en Sri Lanka, Nigeria, Zaire, Filipinas, India, Australia, Estados Unidos, Canadá y en algunas naciones asiáticas. Fue Jefe de Departamento en la Dirección de Asia en 1984 y 1991. Participó en eventos del NOAL, del Grupo de los 77, sobre la deuda externa, entre otros. Obtuvo mención en los concursos literarios 13 de Marzo y 26 de Julio, este último auspiciado por la Editora Política. Miembro del consejo editorial de la revista Política Internacional (2004). Miembro del Comité Académico de Maestría, ISRI (2005).
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros libros puede encontrarlos en ruthtienda.com
Edición
Mayda Argüelles Mauri
Corrección
Maritza Vázquez Valdés
Emplane digital y programación
Marian Garrido Cordoví
Epub Base 2.0
© Herederos de Marcelino Fajardo Delgado, 2024
© Editorial José Martí, 2024
ISBN: 9789590908941
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial José Martí
Publicaciones en Lenguas Extranjeras
Calzada No. 259 entre J e I, Vedado
La Habana, Cuba
Al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, por su abnegada lucha en contra de la discriminación racial.
A Lauren, mi hija, eterna inspiración de mi vida.
A Meky, por la ayuda brindada para hacer realidad este sueño.
A todos los compañeros y compañeras que me alentaron a realizar este ensayo.
PRÓLOGO
Ay Marcelino, quién te lo iba a decir.
«Como parte de la hostil política contra nuestro país y de las agresiones desde el territorio de los Estados Unidos por parte del gobierno y la extrema derecha cubanoamericana, hace unos años se despliega una campaña divisionista a través de los medios de prensa en Miami y de documentos y declaraciones de connotados políticos ultraderechistas donde se acusa al gobierno de Cuba de ejercer la discriminación racial. Esta pérfida maniobra anticubana reavivó en mí el interés, que desde hace muchos años, albergaba de ofrecer mi punto de vista sobre el desarrollo de las relaciones interraciales en Cuba; flagelo del que fui testigo y víctima durante mi infancia debido al color de mi piel».
Fue esta emotiva reflexión, la que me hizo comprender aquella llamada telefónica de la excelente directora Rosario Cárdenas quien en nombre de la hija de Marcelino me solicitaba escribir el prólogo de un libro escrito por el —¿Qué Marcelino, el negro del MINREX?— pregunté. —Ese mismo.
Lo había conocido cuando juntos estudiábamos la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana en la década de los sesenta, luego como funcionario de la Cancillería y posteriormente como diplomático, devenido tardíamente embajador.
No vacilé ni un solo instante en dar una respuesta afirmativa a aquella solicitud. Fue así que llegó a mis manos lo que para mí constituye una obra paradigmática a la hora de hablar y conocer sobre la historia de las relaciones raciales en Cuba.
El libro más que las relaciones interraciales se convierte en una novedosa e incisiva mirada a la historia de Cuba; una historia que para el autor surgió, con el dramático desenlace del exterminio de sus auténticos habitantes. «El móvil fundamental que atrajo a los españoles a Cuba no fue la colonización, sino el enriquecimiento».
Se trata de un texto lúcido, polémico y contradictorio. Más que un punto de vista, son varios puntos de vista históricos, a partir de serias y profundas investigaciones realizadas con la mirada puesta en las relaciones de clase y de las estratificadas por el color de la piel.
A partir de ahora la historiografía cubana tendrá que contar con el nombre de Marcelino Fajardo Delgado.
Marcelino no cae en la trampa de los colores. Sin desdeñar la importancia de los mismos él va más allá del negro, del blanco y del amarillo, para hurgar en el entramado de las leyes económicas que rigen las relaciones sociales, va directamente a las causas y los efectos, atravesando las fronteras geográficas que dieron vida al nacimiento y formación de nuestra nacionalidad e identidades.
De su mirada al África, particularmente la subsahariana, nos revela rasgos que ejemplifican la gran deuda impagable de occidente con ese continente y la otra parte de la historia poco divulgada relacionada con los vicios y actitudes delictivas que introdujeron los europeos en el África, cuyo corruptor impacto en las comunidades costeras de ese continente fue tan fuerte que alteró la vida social de estas.
Por otra parte, en una nueva propuesta, señala cómo entre los diversos aportes que el esclavo africano hizo a la formación de la nacionalidad cubana se destaca el cimarronaje como expresión de rebeldía y resistencia al yugo colonial esclavista y, por ello, reclama para el cimarrón el mérito histórico de haber sido «el primero que contribuyó a la formación del sentimiento de identidad nacional».
El proceso de transculturación del que nos hablara Fernando Ortiz, el autor no lo limita solo a la nación cubana, sino también a otras naciones como la hispánica. Además de tener en cuenta la gran interacción cultural bantú-española que se origina en Guinea Ecuatorial, nos remite a lo que llama «sincretismo afrohispánico en la Península Ibérica» y nos recuerda que España estuvo dominada por los amoravides durante ocho siglos.
Marcelino se vale de su experiencia personal en algunos países de África para exponer valoraciones a considerar en cuanto a las raíces que nos unen. Y así nos hace testigo de su participación, lo mismo en una ceremonia yoruba en Nigeria, que en una fiesta en Brazzaville y en Kinshasa, donde corrobora los vasos comunicantes a través de la música, el canto y el baile.
Al abordar aspectos del pasado olvidado nos recuerda de cómo «cada casa bantú producía sus propios alimentos por medio de cultivos y la crianza de ganado. También construían sus propias chozas y fabricaban la mayor parte de sus ropas y utensilios domésticos (…) algunos utensilios y otras mercancías eran fabricados y trocados por artesanos especialistas que, de este modo, complementaban los ingresos obtenidos en la agricultura. Todo esto antes de la llegada de los europeos». Habría que agregar además que antes de la llegada de estos también tenían sus propias universidades.
Valiéndose de una amplia y respetable bibliografía viaja de salto en salto de las culturas aborígenes, africanas, europeas y asiáticas hasta los substratos más importantes de la nación cubana y su interrelación social, política y económica. No se trata en modo alguno de la historia del negro en Cuba sino para comprender mejor su historia.
Llama la atención cómo el autor utiliza los términos de relaciones interraciales, colaboración racial, integración racial y los asocia a los momentos de saltos y retrocesos que en este sentido han tenido lugar en la historia de Cuba.
Cómo ejemplo de momentos de saltos en la integración racial cita el de las conspiraciones, destacando la organizada y dirigida por José Antonio Aponte, la cual calificó de «temprana precursora de la gesta independentista de 1868». Extraordinaria y lúcida definición.
Según el punto de vista del autor el primer gran retroceso lo constituyó la masacre de negros y mulatos que las autoridades coloniales desataron en 1844 y que la historiografía ha identificado cómo la Conspiración de la Escalera.
«Los resultados sociopolíticos y económicos de la ocupación militar norteamericana en relación con el interesante proceso de integración racial que se estaba desarrollando en el seno del Ejército Libertador, constituyeron el segundo, y más grave retroceso que experimentaron las relaciones interraciales antes de la masacre de los independientes de color que marcó el clímax de esos retrocesos».
La obra unitaria e integracionista de José Martí es objeto de especial análisis en este ensayo donde se destaca cómo «el Héroe realizó la más extraordinaria labor organizativa, educativa, ideológica y política para continuar la guerra por la independencia absoluta, con un programa y una estrategia que conducirían al fortalecimiento decisivo de la integración racial al terminar la contienda, y a la segura victoria cubana de no haberse producido la intervención de los Estados Unidos y la posterior ocupación militar del país».
Tampoco podía faltar el papel de Antonio Maceo en el desarrollo de las relaciones interraciales. Un párrafo destacado es cuando el autor comienza resaltando la sentencia del periodista, político y escritor costarricense Armando Vargas Araya al afirmar que: «Maceo tiene plena conciencia de la revolución social con la cual debe culminar el movimiento independentista, y está dispuesto a consumarla». (Idearium maceísta, junto con hazañas del general Antonio Maceo y sus mambises en Costa Rica (1891-1895).
Marcelino, maceista por excelencia, reseña la influencia del ejemplo ético, moral y político del Titán de Bronce; «su brillante hoja de servicios militares que lo llevó a alcanzar el grado de Mayor General; su valor y heroísmo sin par demostrado en más de 200 acciones de guerra; las 27 heridas sufridas en cruentos combates con el enemigo; irresistible carisma; conducta paradigmática, sencillez y modestia; alto nivel cultural logrado en forma autodidacta; desinterés personal y pulcritud, y, como colofón, haber protagonizado la Protesta de Baraguá con el concurso de un grupo de prestigiosos jefes militares que respondieron a su convocatoria revolucionaria».
Mientras resalta méritos y virtudes, también pone en claro los rasgos racistas de destacados intelectuales decimonónicos como Arango y Parreño, Domingo del Monte y José A. Saco y algunos que otros insignes patriotas.
Un detalle significativo son los párrafos dedicados a resaltar el papel de las mujeres en la lucha por nuestra independencia nacional.
«Un hecho interesante que atrajo nuestra atención durante la investigación que realizamos para la elaboración de este ensayo constituyó la cifra de 37 mujeres negras deportadas hacia Chafarinas el 8 de agosto de 1880 en el vapor Vulcano. Esas heroicas mujeres viajaron en el mismo barco en el que salían también expatriados algunos de los principales jefes insurrectos, tales como Rafael Maceo y su esposa, Limbano Sánchez, Juan Cintra, Quintín Bandera y José Rogelio C. Castillo. Hubo muchos ejemplos heroicos de mujeres de esta estirpe. El paradigmático fue el de Mariana Grajales, madre de los Maceos, a quien el pueblo cubano ha caracterizado como síntesis de las virtudes de la mujer revolucionaria. Mariana ofrendó a la causa revolucionaria a todos sus hijos: Felipe, Justo, Manuel, Fermín, Antonio, Baldomera, Rafael (Cholón), José, Miguel, Julio, Dominga, Tomás y Marcos, e incluso a su esposo Marcos Maceo, quien cayó en combate en la guerra grande».
Sin lugar a dudas, un punto de vista histórico de gran impacto lo constituye el capítulo referido a la discriminación racial a partir de la ocupación e intervención norteamericana inaugurando la República neocolonial.
En el umbral de un nuevo periodo histórico en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, es bueno que las nuevas generaciones conozcan lo que en el pasado significaron esas relaciones, amén de las marcadas diferencias de época y circunstancias.
Si hubo periodos en que valieron los términos de colaboración e integración racial, también habría que destacar el término de desigualdad por el color de la piel y ese es el que adquiere tintes dramáticos durante el período de la intervención norteamericana en nuestro país marcado por una masacre que dejó recuerdos indelebles en toda la población cubana del siglo xx.
De ese tétrico pasado que dejó huellas imborrables en su memoria nos habla Marcelino en estas páginas. Desde su amarga niñez frente al solar donde vivió «cuyo propietario no le alquilaba a negros porque consideraba que estos eran chusmas y vulgares» hasta el día en que decidió caminar por el barrio residencial de Miramar entusiasmado al oír hablar de sus residencias enormes, de los jardines engalanados de rosas, tulipanes, gladiolos y otras flores aromáticas y extasiado por el hermoso escenario arquitectónico y urbanístico recibió traicioneramente una patada por el trasero, propinada por un guardajurado —policía privada de los barrios residenciales—.
Y por fin, triunfó la Revolución y desaparecieron aquellas prohibiciones y aquellos balnearios y clubes y sociedades solo para blancos y el racismo estructural e institucional y las formas más lesivas a la dignidad del ser humano que existía en Cuba desde 1902 y los norteamericanos tuvieron que irse con sus intervenciones a otras partes y vinieron leyes y decretos y políticas igualitarias rayando en el igualitarismo. Pero el diablo no duerme. Al nacer la Revolución del 59 uno de los primeros intentos que hizo para ahogarla, fue el instrumentar una sucia y diversionista campaña sobre el tema racial en Cuba. Fue esta campaña la que según confesión del autor, motivó el surgimiento de esta obra que desafortunadamente no pudo ver materializada en vida al fallecer en momentos cuando más lo necesitábamos y más disfrutaría de los nuevos tiempos que se avecinaban.
Cuando se escriba la historia definitiva del racismo en Cuba habrá que contar con Marcelino Fajardo Delgado, un hombre para no olvidar.
Heriberto Feraudi
Introducción
En Cuba, antes de 1959, las relaciones interraciales no constituían un tema atractivo para los medios de información y, salvo excepciones, imperaba un silencio mediático. A los sectores de la clase dominante les interesaba sostener la discriminación por el color de la piel y los focos de segregación racial con el objetivo de mantener dividido al pueblo. Los propietarios de los grandes diarios, de las estaciones de radio y de los canales de televisión, voceros de la clase dominante, evitaban abordar esa problemática, excepto cuando oportunistamente convertían en noticia algún pronunciamiento demagógico de un politiquero de turno. En este sentido cabe destacar: «La producción de ideas y representaciones de la conciencia, aparecen al principio directamente entrelazadas con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan todavía aquí, como emanación directa de su comportamiento material».1
Por otra parte, los ideólogos burgueses escribían y dictaban conferencias sobre la historia de Cuba en las que implícitamente se identificaban conceptos de supremacía racial donde se distinguían la raza blanca y la pureza de sangre. Así, en el transcurso de cincuenta y ocho años se desarrolló en el seno de la burguesía una subcultura de superioridad elitista que, sostenida durante siglos, creó el mito fenotípico de que los negros eran inferiores genéticamente y que solo estaban aptos para practicar el sexo, el boxeo, el campo y pista e interpretar la música popular.2
Por supuesto, siempre existieron intelectuales progresistas y honestos que contra viento y marea alzaron su voz y dejaron correr su pluma en contra de la injusticia social, la discriminación por el color de la piel y los prejuicios raciales.
El presbítero Félix Varela fue uno de los primeros pensadores que dejó constancia escrita en contra de la discriminación racial y quien primero nos enseñó a pensar. Su prédica sirvió de denuncia de la esclavitud y la cruel explotación que sometían al negro esclavo.
José Martí, nuestro Héroe Nacional, realizó el análisis más trascendental que sobre el racismo se haya escrito en Cuba, en el histórico artículo titulado «Mi raza»,3 que mantiene vigencia y dimensión universales. En ese escrito plasmó con profundo rigor político y social su rechazo a los infundados temores sobre el negro, y subrayó la necesidad de establecer y defender siempre la igualdad racial en Cuba para el bien de la futura República.
El periódico Noticias deHoy, órgano del Partido Socialista Popular, tuvo el mérito histórico de defender desde su fundación los derechos conculcados de los descendientes de esclavos. Es justo reconocer el caso excepcional de Gustavo Urrutia, quien desde el Diario de La Marina, periódico reaccionario, conservador y derechista, puso de relieve durante años la importancia que para la sociedad tenía la solución del problema de la discriminación racial.
En los medios estadounidenses, por supuesto, el debate sobre el tema brilló por su ausencia durante el período de dominación neocolonial en Cuba. La doble explotación a que estaban sometidos los negros y los mulatos, por causa de su origen y color de la piel, nunca despertó su atención. Sin embargo, desde el triunfo de la Revolución cubana, la prensa anticubana de Miami convirtió el asunto racial en Cuba en un tema recurrente, al manipularlo con el objetivo de presentar al pueblo de los Estados Unidos y al resto de los países de la comunidad internacional una imagen distorsionada de Cuba muy diferente de la realidad.
Como parte de la hostil política contra nuestro país y de las agresiones desde el territorio de los Estados Unidos por parte del gobierno y la extrema derecha cubanoamericana, hace unos años se despliega una campaña divisionista a través de los medios de prensa en Miami y de documentos y declaraciones de connotados políticos ultraderechistas, donde se acusa al gobierno de Cuba de ejercer la discriminación racial.
Esta pérfida maniobra anticubana reavivó en mí el interés que desde hace muchos años albergaba de ofrecer mi punto de vista sobre el desarrollo de las relaciones interraciales en Cuba, flagelo del que fui testigo y víctima durante mi infancia debido al color de mi piel. En este sentido me propuse:
Demostrar que las masas populares han sido el taller natural del desarrollo de las relaciones interraciales en contraste con la discriminación racial imperante en la clase dominante de la sociedad.Revelar la existencia de una regularidad en el proceso de integración racial en Cuba, cuyos avances más relevantes han tenido lugar en los períodos de intensa lucha revolucionaria.Demostrar que solamente la Revolución pudo identificar las causas que motivaban la discriminación racial y erradicar las condiciones socioeconómico y políticas que la sustentaban.Mi modo de exposición se corresponde con el método de investigación empleado, que no es más que revelar la dialéctica interna del proceso de integración racial en Cuba. En ese empeño me fue útil el conocimiento del materialismo histórico y dialéctico, como ciencia del conocimiento y metodología para la investigación.
El estudio del proceso de integración racial tiene que tener en cuenta inexcusablemente el devenir histórico, pues por determinadas circunstancias históricas asociadas al período en que España —apenas salida de la ocupación de los amerovides (grupos étnicos de piel oscura del norte de África) durante ocho siglos— se convierte en una potencia colonial, surgió en corto tiempo en la sociedad colonial cubana un sector de negros y mulatos libres que alcanzó rango de pequeña burguesía a principios del siglo xix.
La mayoría de los historiadores coincide en reconocerle a la obra literaria de destacados e ilustres intelectuales cubanos realizada entre finales del siglo xviii y mediados del xix el patrimonio de anunciar el surgimiento del sentimiento de nacionalidad. Este juicio de valor adquiere real solidez científica si durante el proceso de formación del mismo se ha incorporado el importante papel que los descendientes de africanos, esclavos y libres, y los descendientes hispánicos de origen humilde desempeñaron en el proceso de formación de la identidad, la nacionalidad y la nación cubanas. Ese proceso se comprende mejor a partir de la interpretación científica del principio del materialismo histórico, demostrado científicamente, que expresa: «…los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia».4
En ese sentido, abordo el temprano aporte de los aborígenes y los esclavos al proceso de formación de la identidad y la cultura nacional. Los cimarrones, con su decisión de refugiarse en el monte antes de vivir esclavizados por España, iniciaron la cultura de resistencia que ha caracterizado las luchas del pueblo de Cuba en defensa de sus más sagrados e irrenunciables derechos.
Los ataques de piratas y corsarios a la Isla obligaron a las autoridades coloniales a utilizar a los negros, libres y esclavos, en su defensa. Esta fue la primera vez que negros y «criollos» tomaron las armas juntos, codo con codo, motivados por un interés común. Es de gran simbolismo que la primera obra literaria de la literatura cubana haya sido Espejo de paciencia, escrita en la primera mitad del siglo xvii, cuyo principal protagonista es el negro esclavo Salvador Golomón, quien rescató al obispo Altamirano y dio muerte al pirata Gilberto Girón.
Esta forma de colaboración interracial se fortalecería cada vez más en los diferentes períodos de lucha revolucionaria, como sucedió posteriormente en la primera mitad del siglo xix en conspiraciones como la de Aponte,5 El Águila Negra y Rayos y Soles de Bolívar.
Singular relevancia se concede al estudio de la obra de Fernando Ortiz sobre el proceso de transculturación que tuvo lugar entre las culturas hispánica y africana. La síntesis dialéctica de la unión de ambas culturas dio como resultado el surgimiento de nuestra cultura nacional, la que, sin desprenderse de sus raíces formadoras, es cualitativamente diferente a la hispánica y la africana, que a su vez ya habían sufrido procesos de transculturación.
Desde Sevilla partían hacia Cuba oleadas de emigrantes hispánicos y los primeros núcleos de esclavos africanos cristianos. La bella y cosmopolita ciudad de Andalucía fue escenario del intercambio cultural, comercial y financiero. Allí radicaba la sede de la Casa de Contratación de Sevilla, residían afamados poetas y escritores, existía una tradición de convivencia con negros debida a la práctica desde el siglo xii de la legislación del rey Alfonso X el Sabio, la cual posibilitaba la liberación del esclavo a través de diversas formas.
El trabajo realizado por los esclavos, los negros y mulatos libres y los campesinos blancos durante tres siglos conformó la estructura económica de la Isla. El sistema de plantación azucarera, cafetalera y tabacalera enriqueció a los naturales del país, a quienes después se les llamó «criollos», y que adquirieron la identidad de cubanos en la medida en que su forma de vida, en correspondencia con el medio isleño-caribeño, se iba fortaleciendo y sus intereses económicos y comerciales se iban diferenciando de los de la metrópoli.
Solo el alto nivel de esas condiciones de producción y reproducción de la vida material le permitió a la intelectualidad cubana representar con sus obras la identidad de una nación que las masas populares habían contribuido a forjar durante tres siglos de síntesis transculturante, la fragua del trabajo productivo y la resistencia contra el ataque de piratas, corsarios y de las potencias extranjeras que intentaron apoderarse de Cuba. Sin ellas no existiría una nacionalidad y una cultura e identidad cubanas.
Sin apartarme del sentido histórico de este ensayo, seleccioné aquellos procesos en los que grandes agrupaciones de negros y mulatos estuvieron envueltos. Por otra parte, aunque no los menciono a todos, no soslayo los acontecimientos en los que relevantes personalidades desempeñaron un papel protagónico.6
Las investigaciones más importantes realizadas en Cuba en torno a la problemática racial tratan fundamentalmente sobre su comportamiento en la etapa colonial y, en particular, acerca de la cuestión de la esclavitud. En esa etapa centro mi atención en el análisis de las circunstancias históricas que favorecieron el temprano surgimiento de un sector de negros y mulatos libres. Este fenómeno social adquirió una connotación política en las cuatro primeras décadas del siglo xix, en la medida en que este sector alcanzó categoría de pequeña burguesía urbana en La Habana y Matanzas, lo que agravó los temores de los hacendados cubanos, los comerciantes españoles y las autoridades coloniales acerca de que el fortalecimiento económico logrado por los negros y mulatos contribuyera al estallido de una revolución negra al estilo de la haitiana.
El «síndrome haitiano o síndrome de Haití»7 fue utilizado por mucho tiempo por la burguesía para justificar la discriminación racial, y tuvo violenta eclosión en el año 1912, en el injustificado genocidio de más de 4 000 negros y mulatos como respuesta a un pronunciamiento armado del Partido de los Independientes de Color.
Llamo la atención sobre el retroceso que produjo en las relaciones interraciales la masacre de negros y mulatos que las autoridades coloniales desataron en 1844, y que la historiografía ha identificado como la Conspiración de la Escalera. A poco tiempo de ese infausto proceso, resurgieron con vitales bríos las ideas anexionistas de los propietarios de esclavos hacia los Estados sureños del poderoso vecino del Norte. Las conspiraciones abolicionistas y las frecuentes revueltas de dotaciones de esclavos fueron utilizadas como justificación para ese renacer anexionista y, por supuesto, se enraizó más aún en la ideología de la burguesía agraria cubana el mito de la inferioridad del negro y de la pureza y supremacía de sangre de los blancos.
Considero necesario y justo destacar el aporte cultural de los chinos en Cuba, su incorporación a las luchas independentistas y la adecuación de su cultura a la cubana, fenómeno poco común en las comunidades chinas de ultramar. Sin embargo, no encontré información suficiente para dedicarle un espacio a la inmigración yucateca8 de mediados del siglo xix, aunque su impronta en nuestra cultura no fue relevante.
Ese retroceso se revirtió con creces a partir de 1868. La histórica y revolucionaria decisión de Carlos Manuel de Céspedes de liberar a sus esclavos, al declarar el inicio de la guerra de independencia, marcó un hito en el proceso de integración racial: por primera vez los cubanos lucharían unidos, blancos y negros, por la independencia política y la emancipación social.
En la prolija historiografía sobre las guerras de independencia existen investigadores que consideran que el Ejército Libertador tenía un tono predominantemente aristocrático, tal fue el caso del periodista Glover Flint,9 quien escribió interesantes y valiosos reportajes sobre sus experiencias en el campo de batalla durante la Guerra del 95.
La incorrecta apreciación de Flint es brillantemente refutada en el prólogo a la edición cubana escrito por el historiador cubano Francisco Pérez Guzmán, quien señaló que el error de aquel consistió en generalizar una situación particular que se daba en las provincias de Matanzas, Camagüey y Las Villas, regiones donde no había un alto nivel de mestizaje y de tradición de conspiraciones revolucionarias con la participación de negros y blancos, como en las provincias orientales.
Comparto la observación de Guzmán. Entre los sectores de la aristocracia cubana estaba arraigada la discriminación racial, fenómeno que, sumado al regionalismo y el localismo, en ocasiones incidió negativamente en el campo mambí. Los generales Antonio Maceo, mulato, y Máximo Gómez, blanco, los dos más grandes estrategas de la revolución, fueron víctimas de las actitudes racistas y localistas en varias oportunidades. No obstante, no existen recogidos testimonios en la historiografía cubana de que en el combate, en el cruento batallar contra el enemigo colonialista, haya prevalecido el prejuicio racial frente al deber solidario del mambí con el mambí, independientemente del color de la piel del jefe que ordenaba la carga al machete o del subordinado que la ejecutaba junto con él.
El presidente del gobierno revolucionario, Salvador Cisneros Betancourt, en sólida respuesta a la pregunta que le formulara Glover Fint sobre si al terminar la guerra temía una guerra de razas, afirmó:
¡No, decididamente no! Nuestros negros son muy superiores a los de la raza de color de Estados Unidos. Son por naturaleza pacíficos y ordenados; desean ser blancos y ser como los blancos. En la guerra pasada dejamos a nuestras familias, nuestras esposas e hijas, solas en los bosques con ellos durante semanas a veces, y jamás sufrieron un ultraje o injuria a manos de ellos. El general Maceo tiene sangre negra y es el orgullo de todos nosotros. Muchos de los valientes oficiales de nuestro ejército son mulatos. Mientras la raza negra produzca tales hombres no tenemos nada que temer.10
Sobran ejemplos que demuestran el desprendimiento de los soldados mambises por proteger o salvar a sus compañeros o jefes negros. Bastaría mencionar el arrojo y valor de Enrique Loynaz del Castillo, blanco, cuando en Costa Rica le salvó la vida a Antonio Maceo, al impedir, con el ajusticiamiento del asesino, que el español Incera rematara al Titán de Bronce, a quien ya había herido traicioneramente al inclinarse Maceo para ayudar a una señora;11 y el gesto de heroísmo, hermandad y amor con que Panchito Gómez Toro, hijo del general Máximo Gómez, decidió morir junto a Maceo en el intento por rescatar su cadáver de manos del enemigo. Panchito, herido, al conocer que Maceo había caído en la batalla, corrió para socorrerlo, pero fue macheteado vilmente por una guerrilla enemiga junto a quien quería como a un padre.
En 1868, el tránsito de la jefatura del poder revolucionario de los sectores hacendados y acaudalados cubanos a las capas populares en 1895 reflejó un acentuado avance de las relaciones interraciales. En marzo de 1878, representantes de los sectores humildes del pueblo junto a un grupo de jefes provenientes de la clase media agraria, encabezados por Antonio Maceo, la personalidad más extraordinaria de la guerra, caracterizada por su valor, integridad, capacidad y autoridad moral y política, escenificaron uno de los acontecimientos históricos más trascendentales de toda la historia de Cuba: la Protesta de Baraguá, convirtiendo en tregua el final que España intentó darle con el Pacto del Zanjón a la contienda armada.
La Protesta de Baraguá trascendió el marco histórico en que se produjo, porque legó a las tradiciones patrióticas el principio básico de la lucha del pueblo de Cuba por el derecho a decidir su propio destino sin injerencias extranjeras y anticubanas: no puede haber paz sin dignidad, sin independencia y sin emancipación social.
La obra unitaria e integracionista de José Martí es objeto de especial análisis en este ensayo, pues el Héroe realizó la más extraordinaria labor organizativa, educativa, ideológica y política para recontinuar la guerra por la independencia absoluta, con un programa y una estrategia que conducirían al fortalecimiento decisivo de la integración racial al terminar la contienda, y a la segura victoria cubana de no haberse producido la intervención de los Estados Unidos y la posterior ocupación militar del país.
Los resultados sociopolíticos y económicos de la ocupación militar norteamericana en relación con el interesante proceso de integración racial que se estaba desarrollando en el seno del Ejército Libertador, constituyeron el segundo, y más grave retroceso que experimentaron las relaciones interraciales.
La composición de clases en la jefatura del Ejército Libertador y el gobierno de la República en Armas, en 1898, era diferente a la que caracterizó a ambas estructuras en 1895, y reflejaba el desplazamiento que se había operado en ellas a favor de representativos de la burguesía cubana que tenían posiciones pronorteamericanas. El ejemplo más ilustrativo fue Tomás Estrada Palma, primer presidente de la naciente república neocolonial, quien traicionó la causa revolucionaria al eliminar al Partido Revolucionario, creado por Martí, precisamente para evitar lo que, lamentablemente, sucedió: el escamoteo de la victoria mambisa.
Esta situación facilitó la labor divisionista del ejército de ocupación norteamericano, que logró en pérfida maniobra enfrentar a Máximo Gómez, jefe del Ejército Libertador, con la Asamblea del Cerro, órgano de gobierno, lamentable hecho que dejó acéfala la dirección de la revolución al disolverse la asamblea de marras. De esta forma les fue muy fácil imponer su absoluto poder y, como parte de la penetración neocolonial, introducir los patrones racistas de una sociedad caracterizada en aquel entonces por la segregación racial, los linchamientos y las organizaciones criminales como el Ku Klux Klan.
En las elecciones municipales que tuvieron lugar en 1899, la mayoría de los negros no pudieron votar, porque uno de los requisitos impuestos por el gobierno interventor fue que los votantes tenían que tener valores mayores a 250.00 pesos, un modelo electoral importado de los Estados Unidos, que eliminó, por razones obvias, a los descendientes de esclavos. En el censo de 1899 solo se registró que el 24 % de los negros sabía leer, mientras que los blancos mostraban el 44 %, y solo 198 negros poseían un nivel de educación superior frente a 8 629 blancos. En el año 1902, en las 28 fábricas de tabaco más grandes existentes, había 434 españoles, 70 cubanos y un negro, en un colectivo laboral de 504 trabajadores y aprendices. En 1904, entre 63 congresistas solo había cuatro negros y un mulato, y de 12 senadores solo uno era negro.
La política selectiva de empleo en el servicio público para favorecer a los españoles y a los cubanos que habían peleado a favor de España afectó, sobre todo, a los negros y mulatos, por lo que este sector apoyó ampliamente al Movimiento de Veteranos dirigido por el general Enrique Loynaz del Castillo, quien en 1909 denunció la ola discriminatoria contra los negros y mulatos.
Las Bases Programáticas del Partido de los Independientes de Color12 contenían principios progresistas, principios patrióticos, reivindicaciones sociales y laborales, entre las que se destacaba realizar transformaciones socioeconómicas para lograr que en la república imperara la igualdad, sin preocupaciones de raza ni antagonismos sociales.
Las bases promulgaban el establecimiento de un Tribunal de Trabajo que regulara las diferencias que existían entre el capital y el trabajo; legislar y aprobar la enseñanza gratuita y obligatoria y la instrucción universitaria ofrecida también gratuitamente a todos los cubanos, y reglamentar la enseñanza privada y oficial, poniéndola al cuidado del Estado para que resultara uniforme la educación de todos los cubanos. En cuanto al orden laboral, abogaba por el establecimiento de la jornada de ocho horas laborables.
El estudio de fuentes periodísticas y, en particular, de las investigaciones realizadas por Tomás Fernández Robaina, Serafín Portuondo Linares y Alberto Arredondo sobre la problemática racial en la república neocolonial permiten analizar el desarrollo de las relaciones interraciales en esa etapa.
El período revolucionario de la década del treinta catalizó la lucha en oposicion a la discriminación de los negros y mulatos. En el proceso insurreccional contra la dictadura de Gerardo Machado volvió a manifestarse lo que constituye una regularidad histórica: en momentos relevantes de la lucha revolucionaria las relaciones interraciales se fortalecen, al participar por igual negros, mulatos y blancos en aras de un ideal común. Sin lugar a dudas, la labor de los delegados del Partido Socialista Popular a la Asamblea Constituyente fue determinante para que en la Constitución se plasmara un artículo que postulara que la discriminación racial era ilegal y punible.
Pero el avance logrado no tuvo un efecto práctico al prescribir constitucionalmente la ilegalidad y punibilidad de la discriminación racial. Nada hicieron los gobiernos que debían aplicar la ley: juzgar y sancionar a todo aquel que violara el derecho de un cubano al trabajo, a visitar un lugar público o a acceder a cualquier parte del territorio nacional por el simple hecho de tener la piel oscura. Al contrario, las décadas del cuarenta y del cincuenta fueron escenario del agravamiento de la crisis estructural, política, económica y moral de la república necolonial.
El «bonche» estudiantil y el asesinato político caracterizaron al gobierno de Fulgencio Batista (1940-1944); las pandillas de bandoleros aupados por los gobiernos «auténticos» de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío ensombrecieron el panorama político. El robo del erario público, la continuación de la entrega de los recursos del país al capital norteamericano, la ampliación de la diferencia histórica en el nivel de vida entre los negros y mulatos en relación con el resto de la población, la malversación y el peculado hundieron a Cuba en una crisis sostenida, de la que el pueblo confiaba en salir con el pronosticado triunfo del Partido Ortodoxo en las elecciones de 1952. Con esas expectativas, el llamado «sargento Batista», sátrapa, déspota, lacayo del gobierno norteamericano, asesino de Antonio Guiteras, resurgía nuevamente con el apoyo irrestricto de la embajada norteamericana para evitar el triunfo popular de la Ortodoxia, y garantizarle al capital norteamericano el pleno y total ejercicio del saqueo de los recursos del país.
No dudo que algún iluso e ingenuo descendiente de africano creyera que el 10 de marzo de 1952, con el golpe de Estado de Batista y su camarilla de ladrones y asesinos, traería aparejada alguna mejoría para los negros, teniendo en cuenta que el dictador tenía sangre mestiza. Craso error: Batista desde su juventud fue un incondicional servidor de los intereses norteamericanos y un servil obediente de la Casa Blanca. Su única asociación con el color de la piel de los descendientes de africanos fue provocar el luto en los hogares cubanos, razón por la cual la bandera del Movimiento 26 de Julio lleva el color negro, que simboliza el luto por los héroes y mártires, y el rojo, por la sangre derramada contra el tirano.
Por esta época, un joven abogado blanco se había distinguido durante sus estudios universitarios por enfrentarse valientemente a las lacras sociales del capitalismo dependiente, latifundista, monoproductor, corrupto, entreguista y racista. Fidel Castro Ruz junto a un grupo de patriotas anunció al pueblo cubano con el heroico Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, que la lucha iniciada por Céspedes en 1868 renacía hasta lograr la victoria definitiva, como lo soñara Martí.
Para el estudio del comportamiento de las relaciones interraciales en la década del cincuenta, me auxilié de las vivencias personales de mi adolescencia. Escenas humillantes en las que unas veces fui protagonista y en otras testigo, habían quedado grabadas en mi memoria con caracteres indelebles, por el impacto que me habían provocado. Para no alterar el ritmo de exposición, reflejo solamente algunas de las más representativas. Quizás en un futuro no lejano me decida a escribirlas todas, a manera de testimonio, por lo que de útil y educativo contienen, en tanto que ponen de relieve el nivel de discriminación racial existente en la República necolonial, a solo unos diez o quince años de haberse promulgado la Constitución de 1940, que declaraba ilegal y punible ese flagelo.
El período revolucionario comenzado el 26 de julio de 1953 demostró nuevamente la regularidad histórica existente en el proceso de integración racial, pues en las filas de las organizaciones revolucionarias no encontró espacio la discriminación. El color de la piel no constituyó ni deferencia ni limitante para combatir a la dictadura; a nadie se le rechazaba por ser negro o mulato cuando solicitaba que se le aceptara como combatiente clandestino en la ciudad o guerrillero en la sierra o el llano.
El estudio de Lahistoria me absolverá, así como de los esclarecedores y orientadores pronunciamientos del Comandante en Jefe Fidel Castro desde el triunfo de la Revolución hasta el presente constituyen el punto de partida para el análisis de las transformaciones de las condiciones sociales, económicas y políticas que favorecían la práctica de la discriminación racial y los focos de segregación existentes en el país antes del 1ro. de enero de 1959.
Desde muy joven, el líder de la Revolución se manifestó abiertamente en contra de la discriminación por el color de la piel. Como estudiante universitario formó parte del Comité Universitario contra la Discriminación Racial, por lo que no es hipotético considerar que el joven Fidel Castro tenía una vocación integracionista que le permitió, años después, trazar una estrategia revolucionaria para eliminar el azote social que provocaba humillación y ultraje a millones de negros y mulatos.
Desde sus primeras alusiones y comentarios sobre la discriminación por el color de la piel, Fidel analizó que una de las causas que contribuían a la existencia de los prejuicios raciales radicaba en la separación que existía entre los blancos y los negros en las escuelas, en los clubes de recreación —exclusivos para blancos— y en otros escenarios sociales. Por tanto, la Revolución debía, de inmediato, trabajar en la creación de las condiciones necesarias para que negros y blancos convivieran unidos. En una comparecencia televisiva efectuada en el entonces Canal 12, a solo dos meses del triunfo de la Revolución, Fidel señaló:
El problema de la discriminación racial es, desgraciadamente, uno de los problemas más complejos y más difíciles de los que la Revolución tiene que abordar. El problema de la discriminación racial no es el problema del alquiler, no es el problema de las medicinas caras, no es el problema de la Compañía de Teléfonos, no es ni siquiera el problema del latifundio, que es uno de los problemas más serios que nosotros tenemos que encarar.
Quizás el más difícil de todos los problemas que tenemos delante, quizás la más difícil de todas las injusticias de las que han existido en nuestro medio ambiente, sea el problema que implica para nosotros el poner fin a esa injusticia que es la discriminación racial, aunque parezca increíble.13
Sobre la extirpación del racismo estructural e institucional, y la lucha por la eliminación del racismo individual, una detallada revisión de los ejemplares de la revista Bohemia desde 1959 al 2003, así como una selección de los diarios Hoy, Revolución, Juventud Rebelde y Granma me permitió valorar detenidamente gran parte de la extraordinaria obra social que ha hecho la Revolución, y cómo esta ha fortalecido el proceso de integración racial en Cuba.
A poco tiempo del triunfo de la Revolución comenzaron a desarrollarse transformaciones estructurales mediante la aplicación de un conjunto de leyes de nacionalización y expropiación de las grandes propiedades de la oligarquía nacional y el imperialismo norteamericano. Estas leyes quebraron la espina dorsal de la economía de la oligarquía eliminándola como clase.
Como resultado de los cambios expuestos, la discriminación racial estructural e institucional fue extirpada de la sociedad cubana. En años sucesivos, las oleadas de emigrantes hacia los Estados Unidos, otros países del área y España contribuyeron a reducir el racismo individual, que como forma de la conciencia social no se puede eliminar por decreto o ley.
La educación y la cultura eran dos aspectos que requerían una urgente atención para comenzar a eliminar las causas de la discriminación. En este sentido, la primera gran medida encaminada a ese fin fue la Campaña de Alfabetización, por medio de la cual más del 35 % de la población tuvo acceso, por primera vez, a importantes manifestaciones de la cultura. Cien mil jóvenes alfabetizadores, blancos y negros, compartiendo los rigores de la vida campesina, la satisfacción del deber cumplido, el honor de ser portadores de la luz de la enseñanza hacia los más remotos rincones del país protagonizaron el acontecimiento de integración racial más importante que tuvo lugar en las primeras décadas de la Revolución.
Si la Campaña de Alfabetización fue la movilización que mayor impacto tuvo en las relaciones interraciales en los primeros años de la Revolución, no menos importante fueron los llamados a integrar el ejército de maestros voluntarios, las Milicias Nacionales Revolucionarias, la creación de la artillería terrestre y la coheteril de armas estratégicas, las zafras del pueblo, los contingentes de voluntarios que marcharon a Angola… Estas grandes movilizaciones populares destruyeron mitos y estereotipos sobre el negro, basados en rasgos fenotípicos, y crearon la cultura de la integración de blancos y negros de todas las capas de la sociedad.
En el orden económico, las primeras transformaciones estuvieron encaminadas al rápido cumplimiento del Programa del Moncada, el que incluía los problemas de orden material más acuciantes para el pueblo de Cuba. Con ese fin se promulgaron las leyes de Reforma Agraria, de la vivienda, la reducción de las tarifas telefónica y eléctrica, la nacionalización de las grandes propiedades de los consorcios extranjeros, particularmente la del capital norteamericano, el desarrollo del movimiento de microbrigadas, la reforma educacional y la creación de los nuevos planes de salud, así como otras numerosas empresas de beneficio popular.
La obra revolucionaria redujo sustancialmente la diferencia histórica que existía entre negros, mulatos y blancos en el nivel de calidad de vida; eliminó las causas de la discriminación racial y coadyuvó al desarrollo armónico del proceso de integración racial. Desaparecieron del panorama nacional los barrios marginales y de indigentes, poblados mayoritariamente por descendientes de africanos. Los repartos residenciales de Miramar, Víbora, Vedado, Altahabana, Fontanar y Nuevo Vedado comenzaron a recibir núcleos familiares de negros y mulatos, a quienes la Revolución les otorgó viviendas decorosas. Los aristocráticos clubes y balnearios de recreación dejaron de llamarse Country Club, Miramar Yatch Club, Casino Español, para adoptar el nombre de mártires cubanos y de otros países: Patricio Lumumba, Gerardo Abreu Fontán, Armado Mestre…
En cuanto a la política de empleo también se eliminaron las barreras discriminadoras y los focos de segregación racial que impedían o limitaban el acceso de negros y mulatos a determinados puestos de trabajo. La composición social y étnica de la fuerza laboral en los bancos, empresas, tiendas por departamentos y en numerosos centros de trabajo cambió al elevarse sustancialmente en ellos la presencia de descendientes de africanos.
A fines de los años ochenta, a raíz del desplome del campo socialista y el recrudecimiento del bloqueo de los Estados Unidos, se produjo una crisis económica que amplió aún más la desventaja histórica arrastrada por el sector de los descendientes de africanos14 en relación con el resto de la población. Esta situación, unida a los efectos que el incremento del turismo y las inversiones extranjeras han provocado al introducir conceptos estereotipados y mitos negativos sobre el negro, motivaron un repunte de viejos prejuicios raciales que habían permanecido encubiertos durante décadas por la fuerza de la compulsión moral o el efecto ideológico de la debacle de los sectores privilegiados de la república neocolonial.
Por otra parte, el gobierno de los Estados Unidos, violando groseramente los principios del derecho internacional y en impúdica injerencia, manipula la cuestión racial e intenta penetrar ideológicamente en la sociedad cubana, con el objetivo de sembrar la semilla de la división social sobre este tema. A tales efectos, despliega una ofensiva millonaria, por medio de la National Endowment for Democracy (NED), una organización creada por la CIA, con ropaje de ONG, y la Usaid, la Agencia Federal para el Desarrollo Internacional,15 por medio de la cual se ejecutan públicamente los planes de penetración ideológica y de subversión interna contra Cuba.
La revolución educacional ha posibilitado la reincorporación a las aulas de jóvenes de humilde procedencia, así como la graduación de cientos de trabajadores sociales y profesores emergentes; también se abrieron sedes de universidades municipales y se ofrecieron numerosas oportunidades de estudios de nivel medio, formas todas de materializar el concepto revolucionario de la universalización de la enseñanza. Esta gesta educativa ha representado un golpe demoledor a ese repunte de los prejuicios raciales y a cualquier otra forma de racismo encubierto, pues la educación y la cultura son las armas estratégicas para la lucha ideológica.
Primera parte
EL MITO SOBRE LA INFERIORIDAD
GENÉTICA DEL NEGRO
La descodificación de los genomas de cinco personas de origen y color diferentes mostró que el concepto de raza no tiene fundamento genético. Es imposible decir a partir de los genomas la condición étnica de una persona.
Craig Venter
El mito sobre la inferioridad genética del negro es la base de la ideología racista que sustenta, asimismo, el mito eurocéntrico sobre la superioridad blanca, el cual constituyó la seudoteoría científica del sistema esclavista en la sociedad colonial, el fundamento de la ideología nazifacista en Europa y la política de segregación racial en los Estados Unidos.
En épocas anteriores al encuentro entre los europeos y los aborígenes americanos en 1492, constituían las guerras, el endeudamiento y las creencias religiosas las principales fuentes de la esclavitud. El color de la piel, en aquel entonces, no significaba autoridad, pero tampoco provocaba rechazo ni discriminación.
A finales del siglo xv, con el desarrollo en gran escala de la trata, el continente africano se convirtió en la fuente fundamental de la esclavitud. El tradicional intercambio y la venta de los prisioneros de guerra se transformaron en el mercado de esclavos africanos, una de las fuentes externas de la acumulación originaria del capital que facilitó el avance de las potencias europeas esclavistas hacia el capitalismo moderno.
Para justificar el comercio de esclavos, los ideólogos de Gran Bretaña, Holanda, Portugal, España y Francia crearon la ideología del racismo por el color de la piel, la que presenta al negro como un ser inferior, atrasado e incapaz de alcanzar un desarrollo por sí mismo.
El capitalismo se convirtió en el cordón umbilical que unía el mito con la rata; los traficantes de esclavos, cuyos beneficiarios eran altos dignatarios de la nobleza europea, solían autojustificarse refiriéndose al criterio racista y estereoptipado de que el africano era inferior. Hasta «el propio Carlos II se reservó la oportunidad de interesarse en el magnífico negocio».16
La explotación y el despojo del continente africano se justificaron en Europa con el mito de la supremacía blanca eurocéntrica, el cual se fortalecía en la medida en que más se saqueaban los recursos naturales y humanos de África. De esta manera se inició la diferencia histórica entre el desarrollo capitalista europeo y las civilizaciones africanas.
En muchos países, los ideólogos pertenecientes a las élites explotadoras han fabricado una imagen distorsionada del africano. La cinematografía hollywoodense ha desempeñado un papel muy negativo al producir durante décadas películas que, intencionalmente, lo representaban de forma caricaturesca, ofensiva y humillante. Si el escenario era el África, el personaje negro era un idiota semianimal dominado por Tarzán, el hombre blanco invencible. Si el pasaje era urbano, el negro representaba un sirviente doméstico con rasgos caricaturescos que hacían reír al espectador por su torpeza al caminar y vocablos ininteligibles.
Resulta interesante conocer cómo la iglesia católica, a mediados de la Edad Media, justificó la esclavitud de los infieles capturados en la guerra, para evitar caer en la contradicción de reconocer como natural la esclavitud por esa causa. Posteriormente, con el inicio del tráfico de esclavos guanches, oriundos habitantes de Islas Canarias, y de negros africanos, ninguno de los cuales eran ni infieles ni musulmanes, el alegato justificativo del clero cambió: entonces se alegó que estos habían sido musulmanes, o que era preferible que vivieran como esclavos en Portugal, en vez de miserables en la incivilización.17
La teoría de la inferioridad genética del negro acorde con sus rasgos fenotípicos fue claramente expresada por el conocido espiritista Allan Kardec, quien con patrones racistas evaluaba la belleza estética del negro, caracterizándolo, prácticamente, como un animal que actúa por instintos y un ser incapaz de generar sentimientos y espiritualidad: «El negro puede ser bello para el negro, como lo es un gato para otro, pero no es bello en el sentido absoluto, porque sus rasgos bastos y sus labios gruesos acusan la materialidad de los instintos; pueden muy bien expresar pasiones violentas, pero no podrían acomodarse a los matices delicados del sentimiento y a las modulaciones de un espíritu distinguido».18
La esclavitud caló muy profundamente en la sociedad colonial, pues era su sostén económico. Con el auge de la industria azucarera en el siglo xix, el esclavo se convirtió en la pieza fundamental de ese engranaje productivo. El negro esclavo fue considerado una cosa más, un objeto de carne que producía ganancias. Su imagen como ser humano fue distorsionada en los círculos académicos, informativos, oficiales y oficiosos. Cirilo Villaverde describe una conversación entre un blanco y un pardo que ilustra hasta qué punto estaban penetradas las clases media y alta criolla por los patrones racistas: «Pues no he saludado esa materia siquiera, agregó Leonardo. Solo sé que según el derecho patrio, hay personas y hay cosas; que muchas de estas, aunque hablan y piensan, no tienen los mismos derechos de aquellas. Por ejemplo, Pancho, ya que te gustan los símiles, tú, a los ojos del Derecho, no eres persona, sino cosa».19
El estereotipo sobre la sexualidad del negro también fue creado en la etapa de la esclavitud. El hacendado compraba preferentemente al varón por ser el factor fundamental para el rudo trabajo de la plantación y el pastoreo, mientras que en menor proporción adquiría a la hembra para los trabajos domésticos, además de utilizarla como taller humano para la reproducción de la mano de obra esclava. Como la proporción de varones era muy superior a la de hembras, es lógico suponer que el esclavo reflejó en algunas de sus manifestaciones culturales, como el vacunao y el guaguancó, estas básicas necesidades físico-espirituales insatisfechas.
Entre los intelectuales criollos surgidos en el siglo xviii, hubo quienes en sus obras abordaron con ironía y sarcasmo el tema de la inferioridad del negro, al considerar que el africano vivía mejor esclavizado en las colonias que en África, su territorio natal. Por ejemplo, Nicolás Joseph de Ribera en su Descripción de la isla de Cuba, probablemente escrita en 1757, manifestaba: «Un negro esclavo en África sufre los rigores del más cruel y bárbaro cautiverio. De este pasa al de los extranjeros y luego al nuestro, donde se les instruye en la religión verdadera y en las leyes del país, y lleva una vida arreglada y segura que no tenía en la esclavitud pagana».20
Por su parte, el destacado ensayista Antonio Bachiller y Morales plasmó en sus obras juicios y afirmaciones sobre el negro de naturaleza racista que contribuyeron a expandir aún más el mito contra este:
Viose entonces el fenómeno de ser muchas escuelas, principalmente de niñas, dirigidas por personas de color: la raza más envilecida y la más ignorante, enseñar a la caucásica. Esta rareza producía otra, que desde luego procuró destruir la Sociedad Económica; la confusión en un mismo recinto de todos colores y castas; fomentando de esa manera desde la infancia ese elemento de corrupción moral que trae de suyo la inevitable familiaridad de los jóvenes de diversas condiciones en los países esclavos.21
En 1864, a solicitud de la Sociedad Económica de Amigos del País, Bachiller presentó un informe «Sobre las fuentes de desmoralización de las personas de color, con indicaciones sobre sus reformas»,22 en el cual argumenta como fuentes la pobreza de los negros y mulatos libres, la seducción que de las «hijas de la miseria» hacían los blancos y la vida en las ciudadelas.
Al analizar ambos escritos de Bachiller y Morales, si no se advierte que el primer enfoque que citamos tuvo lugar antes de la masacre de negros y mulatos de 1844, se corre el riesgo de no captar las diferencias en relación con el informe de 1864.
En un inicio, el ascenso social de negros y mulatos libres en la primera mitad del siglo xix debe haber conducido a Bachiller a criticar ese avance; sin embargo, en la década del sesenta, reconoce la situación de pobreza y hacinamiento de ese mismo estrato, e incluso llega a manifestar que los negros libres antes se dedicaban a las artes y a oficios como maestros de escuelas, peluqueros, plateros y comadrones.
La diferencia en el enfoque radica en que la represión desatada por las autoridades coloniales contra los negros y mulatos libres en La Habana y Matanzas en 1844 sumió en la más terrible pobreza a las familias de miles de ellos, las que en su mayoría habían alcanzado anteriormente un nivel de vida que pudiera caracterizarse de pequeña burguesía o clase media. Sin embargo, las confiscaciones, saqueos y despojos de sus propiedades, así como el asesinato provocaron que muchos descendieran económicamente a niveles por debajo de la pobreza, al punto que el propio Bachiller reconoce que los blancos, aprovechándose de esa situación, seducían a las mujeres negras y mulatas de ese sector arruinado.23
Desde su creación en la etapa colonial, el estereotipo negativo contra el negro lo presentó como un ser vulgar, bullanguero, soez, delincuente, indecente, escandaloso, entre otras formas negativamente ostentosas de manifestarse en público; sin embargo, los valores ético-morales, familiares y tribales que los esclavos mantuvieron y alimentaron durante el período de la esclavitud y después de haber obtenido la libertad se reflejaron en el bajo por ciento de descendientes de africanos vinculados a actividades delictivas, en comparación con otros sectores de la población. En el informe presentado ante la Sociedad Económica de Amigos del País en 1864, Antonio Bachiller y Morales consigna que de una población «de color» total de 599 448, 388 550 eran esclavos, y de 2 520 presos comunes conocidos, 413 eran negros libres, 213 eran pardos libres y 231 esclavos.
Las estadísticas demuestran que en personas con prejuicios raciales, por su incultura o por desconocimientos de la historia de Cuba, el estereotipo se impone a la realidad, pues los porcientos de descendientes de africanos en relación con la población penal no se correspondían con la permanente campaña de difamación contra los descendientes de africanos. Veamos la tabla de por cientos que se desprende de esas cifras:24
También el estereotipo se arraigó entre muchos cubanos debido a que el negro esclavo era considerado sencillamente una mercancía, un instrumento de trabajo más en la agricultura, en el taller y en la residencia del amo. El esclavo fue la célula productiva del sistema colonial, y para las élites acaudaladas criollas y españolas era simplemente un número a contar entre los instrumentos de labor. Veamos en un análisis de Saco una muestra de esa triste realidad:
Uno de los principales renglones del comercio de esta Is la consiste en los negros bozales que se traen de Guinea (sic) y se venden aquí al público, que necesita copiosa cantidad de esta gente, por no haber ni otros operarios para las labores del campo y de los artesanos ni otros sirvientes para las necesidades domésticas. Corre ahora este abasto por asiento, a cargo de la compañía que lleva el nombre de Aguirre y Arístegui, la que ha introducido en dos años, contados desde 23 de septiembre de 1773 hasta otro día igual del presente año, 4 003 cabezas de ambos sexos.
La ignorancia, el desconocimiento de la historia de las civilizaciones y culturas africanas y, en general, la incultura han sido los más fieles aliados del estereotipo por el color de la piel.
Una de las grandes deficiencias del sistema de educación en Cuba anterior a 1959 era que al enseñarse tan superficialmente la historia de África, no se daban a conocer sus grandes civilizaciones, sus culturas y adelantos; por ejemplo, la cultura yoruba, una de las más avanzadas del continente africano, y el arte escultórico beninense,«célebre por sus bronces, sus esculturas en marfil y madera y sus modelados de tierra cocida»,25al punto tal que, cuando los portugueses descubrieron la ciudad de Benin en 1474, quedaron asombrados.
La historiografía burguesa soslayó generalmente el hecho de que muchos de los males sociales y vicios incubados en la sociedad colonial en el siglo xix