Un verano con Maquiavelo - Patrick Boucheron - E-Book

Un verano con Maquiavelo E-Book

Patrick Boucheron

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Beschreibung

Con este libro, escuchamos a Maquiavelo, como todos los demás antes que nosotros, en el futuro. Desde su muerte en 1527, nunca hemos dejado de leerlo y siempre se separa del letargo. Pero ¿qué sabemos de este hombre, excepto el nombre inventado por sus críticos para designar esa angustia colectiva, ese mal político, el maquiavelismo? Aquí se traza un itinerario claro de cómo, poco a poco, el autor florentino agudiza su estilo. En él, todo es bueno, siempre que uno pueda ejercer el arte de la palabra correcta, "la verdad real de la cosa": "El amor es preferible, pero la fuerza, a veces, inevitable". La suerte de Maquiavelo siempre ha sido decepcionada por los estadistas que encontró en su camino. Por eso tuvo que escribir El príncipe. Si el libro intenta disociar la acción política de la moral común, aún queda la cuestión de saber, no por qué, sino para quién escribe Maquiavelo. ¿Para los príncipes, o para aquellos que quieren resistirse a ellos? ¿Y qué es el arte de gobernar? ¿Es tomar el poder, o conservarlo? ¿Qué es la gente? ¿Puede gobernarse a sí misma? Las buenas leyes ¿nacen de legisladores virtuosos? ¿Puede el fin justificar los medios? En Un verano con Maquiavelo, libro surgido de una serie de transmisiones hechas durante el verano de 2016 en France Inter, Patrick Boucheron nos ilumina este despertador inclasificable, visionario y ardiente como un sol de verano en la tierra toscana.

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Seitenzahl: 109

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Patrick Boucheron

Un verano con Maquiavelo

Traducción de Pablo Krantz

Boucheron, Patrick

Un verano con Maquiavelo / Patrick Boucheron. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Pablo Krantz.

ISBN 978-987-599-659-5

1. Biografías. I. Krantz, Pablo, trad. II. Título.

CDD 920

Cet ouvrage a bénéficié du soutien des Programmes d’aide à la publication de l’Institut français.

Esta obra cuenta con el apoyo de los Programas de ayuda a la publicación del Institut français.

Diseño de tapa: Stéphane Rozencwajg.

Traducción: Pablo Krantz.

Título original: Un été avec Machiavel

© Éditions des Équateurs/France lnter, 2017

© Libros del Zorzal, 2020

Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a: <[email protected]>.

Asimismo, puede consultar nuestra página web:

<www.delzorzal.com>

Índice

Juventud

1. Las estaciones | 7

2. Maquiavelismo | 10

3. 1469, el tiempo regresa | 13

4. La ambición de un padre | 16

5. Historia de un libro peligroso | 19

El tiempo de la acción

6. De pronto, Savonarola | 24

7. Un joven en la arena política | 27

8. Viajar | 30

9. Una lengua bien afilada | 33

10. Golpe de Estado | 36

Después del desastre

11. Carta de un exiliado | 40

12. ¿Cómo leer El príncipe? | 43

13. Conquistar y conservar | 46

14. El mal en política | 49

15. Estado de excepción | 52

Políticas de la escritura

16. La comedia del poder | 56

17. Maquiavelo, ese bromista | 59

18. Políticas de la obscenidad | 62

19. El coraje de nombrar | 65

20. El arte político de tomar posición | 68

La república de los desacuerdos

21. ¿Qué es una república? | 72

22. Elogio del desacuerdo | 75

23. Estamos desarmados | 78

24. La violencia en política | 81

25. El fin no justifica los medios | 84

Nunca es demasiado tarde

26. Escribir la historia | 88

27. ¿Es demasiado tarde? | 91

28. 1527, el fin de un mundo | 94

29. Anatomía del espectro | 97

30. Filosofar en épocas tormentosas | 99

Epílogo provisorio | 102

Leer a Maquiavelo | 108

Juventud

1. Las estaciones

¿Pasar el verano con Maquiavelo? ¿En serio? ¡Qué idea tan extraña! El autor de El príncipe no es a decir verdad un escritor de vacaciones, ni un gran compañero para las siestas estivales, sino más bien un hombre de acción, siempre en la brecha, para quien trazar una descripción y un balance desencantados del mundo es ya de por sí trabajar para transformarlo. “Si me leyeran —dijo él mismo en 1513 hablando de Elpríncipe—, verían que durante los quince años en que realicé mi aprendizaje de los oficios del Estado nunca dormí ni jugué.”

Y efectivamente se lo lee. Desde su muerte en 1527, nunca se lo ha dejado de leer, a pesar de calumnias y censuras, y siempre como una herramienta para escapar del sopor. En ese sentido sí, Maquiavelo es implacable como un sol de verano. Es el astro que sabe cómo volver hiriente su escritura, proyectando sobre todas las cosas una luz tan cruda que vuelve más nítidas sus aristas. Nietzsche lo dijo mejor que nadie, en Más allá del bien y del mal:

Maquiavelo nos hace respirar el aire seco y sutil de Florencia y no puede evitar exponernos las más graves cuestiones al ritmo de un indomable allegrissimo, hallando tal vez un pícaro placer artístico en atreverse al siguiente contraste: un pensamiento elevado, difícil, duro y peligroso combinado con un ritmo galopante y un endiablado buen humor.

Pero si todo se trata de una cuestión de ritmo, ¿cómo no ver que lo que él llamaba la qualità dei tempi, la “calidad de los tiempos”, se encontraba por entonces en un punto de gran decadencia de las certezas? Desde 1494, Italia está en guerra. La península, tan orgullosa de su gobierno cívico, tan segura de su superioridad cultural, es ahora víctima de una violencia inédita: el saqueo perpetrado por los grandes Estados monárquicos. Es lo que suele llamarse “las guerras de Italia”, esa gran fuente de desencanto, y puesto que la península ya viene funcionando desde hace siglos como el laboratorio de la modernidad política, es decir, el lugar donde se inventa un futuro compartido, todos pueden comprender ya que lo que se denominará Europa no es más que la guerra que se acerca.

Las sombras se alargan y llega el invierno, entumeciendo las almas. Maquiavelo vivió todo eso: palabras congeladas en labios cerrados y la imposibilidad de ponerle nombre a aquello en lo que nos estamos convirtiendo. Vivió ese movimiento lento e inexorable a través del cual todo un lenguaje político se torna obsoleto. Ese lenguaje que tanto le había gustado aprender en los libros se ha vuelto inoperante para nombrar con exactitud “la verdad efectiva de las cosas”. Entonces, cuando el pasado reciente ya no puede ayudarnos, ¿por qué no recurrir a aquellos a los que Maquiavelo llama “sus queridos romanos”, sumergirnos en los textos antiguos como en un gran baño refrescante y llamar “antigüedad” a esa manera revitalizada de reactivar nuestro futuro?

¿Es eso acaso lo que denominamos Renacimiento? Puede ser, pero solo si somos capaces de mirar con lucidez tras los tonos inocentes y ñoños que adornan esa primavera para distinguir la brutal ferocidad de los cuadros de Botticelli. Nadie mejor que Maquiavelo para enseñarnos a perder la inocencia. Por eso ha sido, a lo largo de la historia, nuestro gran aliado para las malas épocas. En mi caso, me resultaría difícil decir que trabajo sobre Maquiavelo; diría más bien que trabajo con él, como si fuera un hermano de armas, por más que ese francotirador suela ubicarse siempre en los puestos de avanzada, obligándonos a no leerlo en tiempo presente, sino como una señal del futuro.

En el fondo, el asunto es bastante banal: a lo largo de la historia, el interés por Maquiavelo renace siempre cuando se anuncian nuevas tempestades, ya que él es quien sabe filosofar en épocas tormentosas. Si hoy lo releemos, es porque hay motivos para inquietarse. Maquiavelo regresa: despiértense.

2. Maquiavelismo

Dantesco, kafkiano, sádico. Maquiavélico. Es un dudoso privilegio darle su nombre a una angustia colectiva. En la entrada “Maquiavelo” de su diccionario, Émile Littré brindaba esta presentación ya bastante poco cordial: “Teórico del derecho público florentino del siglo xvi que analizó los procedimientos de violencia y tiranía empleados por los pequeños tiranos de Italia”. Pero luego, para peor, Littré agregaba un sentido figurado: “Todo hombre de Estado sin escrúpulos”. Ejemplo: “Los Maquiavelos que controlan nuestros destinos”.

Endilgándole al nombre de Maquiavelo un sentido figurado, Littré realiza una acción un tanto extraña, pero no muy diferente a lo que ha hecho la historia misma. Justamente, lo que se interpone entre Maquiavelo y nosotros es el maquiavelismo: una figura que torna visible y manifiesto el mal dentro de la política. El rostro horrendo de lo que no querríamos ver de frente, pero ante lo cual somos incapaces de cerrar los ojos. Aunque en realidad es más bien una máscara, una máscara detrás de la cual desaparece aquel que, nacido en Florencia en 1469, muerto en Roma en 1527, llevaba por nombre Nicolás Maquiavelo.

Pues el maquiavelismo no es la doctrina de Maquiavelo, sino aquella que sus adversarios más malintencionados le adjudicaban. Es, en suma, una invención del antimaquiavelismo. Cincuenta años después de la muerte del autor de El príncipe —ese libro infernal que la Santa Inquisición supo colocar en el índice de las obras prohibidas—, se editaron muchos tratados políticos intitulados Anti-Maquiavelo. El que inventó el género, en 1576, llevaba un nombre que parecía predestinarlo a luchar contra la maldad del mundo: Innocent Gentillet,1 abogado y teólogo protestante.

Unos años más tarde, un brillante jesuita, ardiente defensor de la Contrarreforma católica, se puso a pensar a su vez contra Maquiavelo —o más bien diría: abrazándose contra él—. Se trata de Giovanni Botero, inventor de la noción de razón de Estado, una noción que suele adjudicársele espontáneamente a Maquiavelo puesto que hace referencia al hecho de que la única ley y la única necesidad del Estado consiste en su preocupación por autoconservarse.

Desde entonces, el maquiavelismo es como un río subterráneo que socava silenciosamente las bases del pensamiento político europeo, descubriendo aquí y allá ocasiones para resurgir. Maquiavelo avanza enmascarado: lo reconocemos bajo otros nombres, deducimos sus ideas de aquellas que aseguran combatirlo.

Gustave Flaubert escribió, aproximadamente al mismo tiempo que Émile Littré, su Diccionario de lugares comunes o Catálogo de las opiniones elegantes. En él, el orden alfabético ubica oportunamente “Maquiavelismo” justo antes de “Maquiavelo”. El primero oculta al segundo. “Maquiavelismo. Palabra que solo debe pronunciarse temblando.” Y luego: “Maquiavelo. No haberlo leído nunca, pero verlo como un villano”.

Es decir que se trata tan solo de una cuestión de mirada. ¿Y si justamente fuéramos a mirar, a quitarle la máscara al monstruo para observarlo sin miedo? Leer a Maquiavelo para encontrarnos con él, con él que tan intensamente perteneció a su época y que, por eso mismo, no deja de entrometerse en la nuestra. Nada más sencillo, a decir verdad, pues Maquiavelo no se esconde, salvo detrás de la banalidad de su propia existencia. Pero cuando habla de sí mismo, lo hace con la suficiente franqueza como para no empequeñecer su soledad ni su alegría ni sus dudas. Por ejemplo, en estos pocos versos en los que muestra su desazón:

Espero, y la esperanza aumenta mi tormento;

lloro, y mis llantos alimentan a mi corazón

/ afligido;

río, y mis risas no pueden entrar dentro de mí;

ardo, y el ardor no aparece por fuera;

temo lo que veo y escucho,

todas las cosas me traen un nuevo dolor.

Esperando, lloro, río y ardo,

Y tengo miedo de lo que escucho y veo.

3. 1469, el tiempo regresa

Nicolás Maquiavelo nació el 3 de mayo de 1469 en Florencia. Pero ¿qué es Florencia en 1469? Una república en la que se pavonean los príncipes. Sí: una república, hinchada de vanidad, orgullosa de su poder y prosperidad, experta en adornar con vistosas expresiones latinas la larga experiencia comunal que, desde hace casi tres siglos, convierte a esa ciudad en un modelo de autogobierno. Pero también una república gobernada por hombres de dinero que va anquilosándose poco a poco, convirtiéndose en oligarquía.

Entre esos hombres de dinero están los Médici, unos ricos banqueros que, desde hace más de treinta años, dominan el gobierno a través de su influencia. Su antepasado se llama Cosme. Supo actuar discretamente, a espaldas de su partido y su clientela. Vivió sobriamente, bien lejos de las fastuosidades de la Corte, con esa solemnidad que tanto les sienta a los poderosos que saben hacerse pasar por padres de la patria. Su hijo, Pedro, lo sucedió en 1464, despojándose progresivamente de sus pudores republicanos. Ahora, cinco años más tarde, en 1469, en Florencia todo el mundo sabe que está enfermo. El 2 de diciembre estará muerto. Entonces se adelanta Lorenzo, el nieto. Tiene 20 años y encarna el futuro de la estirpe. Pronto comenzarán a llamarlo “el Magnífico” por la insolencia con la que gasta el dinero. Lo vemos alzarse, impetuoso, encabezando la comitiva. ¿Cómo no notar las perlas y piedras preciosas que, de a centenares, recubren su sombrero de terciopelo? Engalanado como un príncipe, Lorenzo se expone —es decir, como comprenderá más tarde Maquiavelo, se ofrece en espectáculo y se pone en peligro—.

¿Peligro? ¿Qué peligro? Para distraer a la juventud dorada de la ciudad toscana, ese 7 de febrero de 1469 se organiza un torneo —aunque de esos juegos de guerra tan habituales en la vida política de las comunas italianas ya no queda más que un refinado simulacro—. Un desfile suntuoso e insustancial como un paso de baile, en el que ya no quedan ni rastros de violencia, salvo el espectáculo de la dominación. Bajo la mirada celosa de quienes lo observan, Lorenzo alza su hermoso estandarte. En él se lee su lema, inscripto en letras de oro, en esa lengua francesa que es el idioma de las novelas de caballería que aún hacen soñar a todas las élites europeas: Le temps revient [El tiempo regresa].

Eso es entonces el Renacimiento: un reverdecer, el renovado vigor de una eterna primavera, el reencuentro de Italia con su edad de oro tras desgarrar una densa capa de tinieblas. Se necesita la energía juvenil de ese joven príncipe para hacerle frente al tiempo que regresa. No al pasado, sino a su parte activa, robusta y creativa, que el latín de los humanistas denomina antiquitas, por oposición a lo vetusto, obsoleto y caduco. Pero ¿estamos realmente seguros de que ese hermoso presente anunciado será algo más que la representación paródica de un pasado de fantasía?

Hemos leído La sociedad del espectáculo, ese libro profético que Guy Debord escribió en 1967. Así que deberíamos estar al tanto de los efectos perniciosos de esa devota excitación con la que se hace aclamar el fetichismo de la mercancía. Pero ya se sabe: los profetas nunca nos avisan de las grandes catástrofes. O, al menos, nadie supo distinguir las primeras señales de las que estaban por abalanzarse sobre Florencia en 1469. Maquiavelo nació el 3 de mayo, tres meses antes del triunfo de Lorenzo, y muy pronto tuvo la sensación de haber nacido demasiado tarde. Le quedaba entonces la lucidez, que es el arma de los desesperados.

4.