Una vez más y me voy - Sofía Belén Fortunato Rossi - E-Book

Una vez más y me voy E-Book

Sofía Belén Fortunato Rossi

0,0
9,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

"Una vez más y me voy" es una conmovedora reflexión autobiográfica sobre el amor, la pérdida y el autodescubrimiento. Narrado en un tono íntimo y sincero, el libro aborda las complejidades de las relaciones humanas, la lucha contra los patrones tóxicos y el proceso de encontrar el amor propio. Con fragmentos de cartas nunca enviadas, memorias y pensamientos dispersos, la autora nos lleva en un viaje emocional que invita a cuestionar nuestras propias historias y aprender a soltar para sanar.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 105

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



SOFÍA BELÉN FORTUNATO ROSSI

Una vez más y me voy

Fortunato Rossi, Sofía Belén Una vez más y me voy / Sofía Belén Fortunato Rossi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5990-6

1. Novelas. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Ilustraciones: Nazarena Aruj

Tabla de contenido

Nota de la autora

Prólogo

No extraño

Me ilusiono

Entiendo

¿No será un reflejo de mí?

Hago lugar

Soy yo, no es él

Me perdono

¿Me gusta o solo quiero ganar?

Me despierto

Un poco me desconcierto

Un día

Extraño

Me enseñaste a perdonar, a amar, a soltar.

Estoy acostada al lado tuyo, mientras dormís.

Sé que esta historia pronto se va a terminar.

Y sé que, con eso, voy a retomar algunas cosas donde las había dejado. Este libro es una de ellas. Que siempre fue por y para mí, pero un poco también para vos.

Amar y, aun así, dejar de elegirse. No tenía idea de que eso existía.

“Mezclo personalidades, momentos, tiempos y así mi amorse vuelve atemporal: sin poder distinguir lo que fuey dejó de ser, de lo que nunca será”.

Cielo Latini, Abzurdah.

Nota de la autora

Hace años que intento escribir este libro y siempre sentí que no podía hacerlo hasta no saber cómo terminaba mi historia. Hoy entiendo que lo que tenía que terminar era solo un largo capítulo.

Para mí, escribir siempre significó lidiar con el dolor. Y cuando estás mal, lo último que querés hacer es enfrentarte a todo lo que te lastima. Por eso, tenía que estar bien para hacerlo, para chocarme de frente con todos esos fantasmas que tenía dando vueltas y que no me permitía dejar ir.

Algo particular de estos escritos es que están hechos en tiempo real, a lo largo de 12 años, precisamente. Ir dejando rastros de las vivencias que tuve, me sirvió para acordarme de no olvidarme, para evitar volver a los lugares de los que logré salir.

Por mucho tiempo me costó leer esto una y otra vez. Intentaba darle un hilo lógico, buscaba que las ideas y los momentos estuvieran ordenados, cuando en la vida real nunca lo habían estado. Así que decidí dejar fragmentos de pensamientos que pueden parecer un poco incoherentes, que por momentos no tienen sentido, pero que en otros momentos evolucionan: cartas que escribí y nunca entregué, conversaciones que ocurrieron en la vida real y en mi cabeza, ideas quizás algo mezcladas, conclusiones de libros que leí, contradicciones, enojos, victorias y progresos. En fin, las crónicas de mis aprendizajes en el mundo del desamor, de mis mejores y peores días, de mis luces y sombras, y de los procesos por los que pasé para llegar a donde estoy hoy, que todavía no sé exactamente dónde es.

Prólogo

Qué fácil era antes, ¿no? Qué sencillo era demostrar lo que sentías sin que se asusten.

Ositos de peluche, festejos de cada mes de noviazgo, collages de fotos, salidas de cuatro horas que parecían de cinco minutos, la incertidumbre de cuándo se iban a volver a ver, la sensación de extrañar desde antes de despedirse, te amos indescifrablemente sinceros, sin miedos, sin tiempo.

Que loco que ahora quiera todo lo que en algún momento tuve y no valoré. Cuántas vueltas da la vida. Y cuánto karma. Tenía un novio perfecto. Sí, perfecto —años después logré entender que lo que no me terminaba de cerrar de él era que no tenía absolutamente nada de lo que quejarme—. Vivía en capital, yo en provincia. Cada vez que nos veíamos, se tomaba un colectivo y caminaba hasta la puerta de mi casa. Después, juntos, volvíamos a tomar ese mismo colectivo que nos llevaba a capital, para salir a pasear por allá. Casi siempre hacíamos el mismo plan porque, al que vive en el campo, la ciudad le parece un mundo de gente completamente diferente; los lugares son aparentemente más interesantes y las plazas, un lugar donde creés que no te roban.

Siempre que le abría la puerta, cuando me pasaba a buscar, me recibía con algo en la mano. No eran necesariamente regalos caros —aunque la primera Navidad que pasamos juntos me regaló los mejores maquillajes de Mac que tuve en mi vida, porque se acordó de que un día pasamos por la vidriera y le dije que soñaba con tenerlos—, eran los detalles en los que siempre estaba. Sabía que moría por los Nerds —esos agridulces y de colores de Wonka— y, antes de dármelos, decoraba la cajita, de una forma diferente cada vez —me encantaría seguir teniéndolas guardadas, pero un día me enojé, probablemente más conmigo que con él, y las tiré—; dibujaba corazones y escribía te amos con la letra de otro planeta que tenía; estaba en primer año de diseño industrial. Otras veces encontraba, antes de irme a dormir, cartas que me dejaba escondidas abajo de mi almohada cuando venía a comer a casa.

Todo lo que, por los años que venían, iba a decir que me daba rechazo, en algún momento, por algún motivo, era mi mundo entero. Pero no lo supe ver. A ese que me dio tanto amor y razones para confiar, lo volví loco. Él me regalaba zapatos de Sarkany y yo incontables escenas de celos sin fundamentos, reclamos sin sentido y enojos totalmente infundados.

Y, después de más de un año de tenerme una paciencia que al día de hoy no logré que vuelvan a tener conmigo, se cansó y ya no hubo vuelta atrás. Se cansó esa persona que hubiera jurado que tenía asegurada, que pensaba que ya estaba, que eso era todo, que no importaba lo que hiciera, él no se iba a ir. Pensaba que no había nada que impidiera que se quedara.

Creo que, incluso después de tantos años, nunca pude volver a confiar en mí. Confiar en que todo salga mejor que esa primera vez que me marcó tanto y que, de vez en cuando, me sigue persiguiendo y recordando todo lo que me perdí. Los años que siguieron iba a experimentar lo que llamo un karma absolutamente justificado y bien merecido. Un karma que hoy entiendo que es lo mejor que me podría haber pasado y que no solo me hizo aprender como nunca, sino que me ayudó a ser la persona que soy hoy.

Muchos años antes de entender eso, solo sabía que había pasado de estar de novia con un príncipe de Disney, a salir con personas que eran lo más parecidas a los psicópatas de las películas de suspenso que tanto me iban a empezar a gustar. Personas que me demostraban una cosa y decían querer otra, que no me daban atención y mucho menos amor, y a las que les dedicaba todo mi tiempo, como jamás lo había hecho por nadie que sí me haya querido.

Esta es la historia de cómo me rompí y volví a armar, una y otra vez, por cada una de ellas.

No extraño

No extraño escuchar esa alarma insoportable que tenías y que sonaba 50 veces antes de que te despertaras, despertándome a mí.

No extraño que desaparezcas cuando salís con tus amigos porque “no tenés señal” y que al otro día no me quieras ver porque “tenés resaca”.

No extraño que no duermas conmigo la siesta los domingos. Siempre tenías algo mejor que hacer.

No extraño que no compartas nuestras fotos en ningún lado.

No extraño que no me preguntes cómo estoy si te dije que me sentía mal.

No extraño que no me quieras ver tanto como me gustaría.

No extraño hacer sacrificios que nunca me pediste que haga.

No extraño tus no demostraciones del amor que no me tenés.

No extraño que minimices todo como si estuviera loca, como si no hubiera estado ahí.

Te extraño cuando estoy mal y entro en un estado casi masoquista que me hace hablarte y decirte que nos veamos.

Ya no te extraño cuando hago cosas que me gustan, porque cuando estaba con vos me gustaban otras diferentes.

Ya no extraño quién era. Pero me gustabas y estaba dispuesta a cualquier cosa.

Cada tanto, durante alguna madrugada en la que me despierto, me acuerdo del primer día en que hablamos: febrero de 2015. Nos conocíamos desde hacía algunos años, por algunos amigos en común, pero nunca lo había registrado. Por algún motivo jamás me acordaba de su nombre y mucho menos me fijaba en él. ¿Quién iba a pensar que unos años después se iba a convertir en el único nombre del que no me iba a poder olvidar?

Una noche más de todas las que nos juntábamos a tomar hasta las ocho de la mañana, por alguna de esas “casualidades” del destino, lo vi. Pero lo vi de verdad, me fijé en él en serio y me acuerdo de haber pensado: “Qué lástima que tenga novia”. Yo también estaba en pareja, pero en ese momento era algo que mucho no me importaba.

“¿De qué trabajás?”, es lo primero que me acuerdo haberte preguntado. Cualquier conversación previa a esa, y quizás un poco la que siguió después, quedó borrada de mi mente. Supongo que por los efectos del alcohol y porque no registro absolutamente nada que no me interesa. Mi mente simplemente lo borra, no lo tiene en cuenta, como si nunca hubiera existido.

Hablamos toda la noche. Es raro de explicar, pero sentí una especie de flechazo. Una especie de amor a primera vista, quizás conmigo misma. Sea cual fuera el tema que salía en la conversación, era algo que teníamos en común. Me gustaba lo que me hacía sentir y hacía mucho que no sentía nada. Me acuerdo de haber pensado que por fin alguien me entendía, que por fin coincidía. ¿De dónde habría sacado que tener gustos en común era una base perfecta para una relación exitosa? Sabía también que no iba a trascender. Él estaba de novio hacía años y nada podría estar siendo tan bueno como para ser verdad —me sigo olvidando de que yo también estaba en pareja—.

Estaba equivocada.

17/04/2016

Volví a creer que algo que me había hecho tanto mal por tanto tiempo y tantas veces, por algún motivo, iba a hacerme bien.

Me olvido de que, cuando de él se trata, ya nada más me importa. Desaparecen las ganas de comer, de vivir, de existir.

Volví a poner en juego meses de esfuerzo y détox por un par de horas de placer. Un placer que, después de que se va, se convierte en el momento de alegría más masoquista que jamás haya sentido.

16/04/2015

Hace dos meses que las charlas que venimos teniendo nunca terminan. Siempre busca una excusa para seguir la conversación, para contarme qué hizo ese día o para decirme algo que todavía no sé de él.

Mi impaciencia me está ganando, y un poco necesito saber qué significa todo esto.

Me ilusiono

Por un lado, me siento más libre que nunca y capaz de lograr todo lo que me propongo. Por el otro, sigo atada a la estúpida ilusión de que la persona que me gusta se va a convertir, algún día, en todo eso que creó mi imaginación y que, además, me va a querer de la forma que creo necesitar. Mi fantasía del “nosotros” era muy diferente y mucho mejor que la realidad, siempre lo fue.

Por mucho tiempo, me pasé horas recalculando, recopilando datos de situaciones que pasaron mezcladas con la irrealidad de mi imaginación. Escenarios ficticios donde lo que ya pasó cambia a mi antojo. Porque a veces pareciera que el recuerdo es mejor que lo que ese momento en realidad fue. Pareciera que es más divertido vivir en el mundo paralelo que crea mi cerebro que en lo que en verdad es. Me la pasaba esperando, aun sabiendo que las experiencias más importantes en la vida me sorprenden cuando menos me lo imagino.

¿Seré tan estúpida de pensar que existe un amor como el de las películas?

Cada vez que romantizo, la realidad se cae a pedazos. Me enamoro de una idea más que de la persona que tengo enfrente. Me enamoro de la persona que quiero que sea, incluso desde antes de conocerla. Y con eso, inevitablemente, viene la decepción.