Viajes al centro del alma - Pablo Montemurro - E-Book

Viajes al centro del alma E-Book

Pablo Montemurro

0,0

Beschreibung

«Con su estirpe de narrador oral, Pablo logra que viajes junto a él, que te hagas su amigo y termines —o empieces— con la mente aventurera y el corazón pensante. A cada paso, Pablo crea una historia, una conexión que trasciende el papel» (Sebastián García Uldry).   Hola, soy Pablo. Me inicié en la escritura el día que encontré una carta en el maletín de mi padre. Estaba dirigida a mí, firmada por él. La había dejado escondida entre sus cosas antes de morir. Ese día, conversamos por primera vez. A los quince años me di cuenta de que las palabras trascienden tiempo y espacio, y así comencé a escribir. Más adelante, gracias a un cuento, gané un viaje con chicos de diversos países. Desde ese momento viajo para reescribirme y encontrarme.   Con este libro te invito a viajar conmigo, a conectar con historias de búsquedas, de encuentros, de pérdidas y de sueños. Me encantaría que, cuando termines esta lectura, lo más valioso sea evocar tus propias historias, esas que recordaste al conectar con las mías.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 149

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

VIAJES AL CENTRO DEL ALMA

PABLOMONTEMURRO

EN PRIMERA PERSONA

Montemurro, Pablo

Viajes al centro del alma / Pablo Montemurro. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8924-51-9

1. Autobiografías. I. Título.

CDD 808.8035

© 2022, Pablo Montemurro

Primera edición, octubre 2022

Diseño y diagramaciónLara Melamet

Corrección Martín Vittón y Karina Garofalo

Conversión a formato digital Libresque

Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.pampublicaciones.com.ar

A mi madre, por verme como el protagonista de todos los cuentos.

A mi abuela, por narrarme una infancia maravillosa.

A mi padre Ariel, por enseñarme a luchar por lo que amo.

A mi padre Tito, por mostrarme que a las palabras no se las lleva el viento.

A mi hermano, por hacer una comedia del drama.

A los viajes, por enseñarme a creer en la magia.

Prólogo

«Ella va a protegerte, a guiarte por el camino correcto. Escuchala, ella nunca hará nada que pueda lastimarte.»

La relación de Pablo con la literatura no es nueva. Desde que aprendió a escribir comenzó a expresarse a través de hermosas cartas y poesías para mí, para su papá y para su hermano. Podría decir que escribe desde siempre.

Conoció el dolor de la pérdida siendo muy pequeño. Sin embargo, a través de la literatura logró hacer del dolor un amuleto sanador.

La conexión entre la literatura y sus viajes comenzó en el año 2007, con un pequeño artículo en un periódico que invitaba a jóvenes de quince años a participar en un concurso literario cuyo premio era un viaje por México y España, durante 45 días, junto con 350 jóvenes de todo el mundo.

A pesar de que sólo quedaba una semana para participar, se animó y lo logró. En ese viaje conoció otro mundo, otras realidades, rompió estereotipos y prejuicios, y se animó a dejar atrás su vida cómoda y rutinaria.

Luego de esta experiencia decidió colgarse una mochila al hombro. Viajó por el mundo y también a su propio interior. Recolectó historias, experiencias, sensaciones, conoció personas, disfrutó paisajes y escribió sobre cada detalle, emoción y sentimientos que guardó en su memoria.

Pablo se atrevió a ser protagonista de su propia vida lanzándose a la aventura de conectar con su interior, animándose a hacer un viaje de transformación, dejando en cada lugar y en cada persona que conoció un poco de su esencia.

Quizás tuvo suerte o quizás trabajó con determinación para conseguirlo, desafió sus límites, salió de su zona de confort, descubrió que los finales son también comienzos.

Tal vez somos lo que guardamos en nuestra memoria, esos recuerdos agradables, esos pedacitos de otros enriqueciendo nuestros pensamientos. Quizás la felicidad está en todo aquello que a veces no nos atrevemos a hacer.

Como su madre, he tenido el privilegio de conocer de primera mano las historias que componen este libro y que Pablo relata con humor, sensibilidad y poniendo el corazón en cada una.

Creo que cada historia tiene la capacidad de transportar a quienes se sumergen en ellas a experiencias de las cuales seguramente saldrán transformados, impactados, ya que cada reflexión, cada trama va creando el perfil de una persona que se atrevió a vivir intensamente, pudiendo incluso llegar a inspirar a alguien a iniciar el camino hacia lo que verdaderamente siente y quiere.

Espero que disfruten la lectura tanto como yo.

 

MÓNICA ÁLVAREZ, mamá de Pablo

Conexiones

A los dieciséis años le dije a mi mamá que cuando fuera grande quería dar charlas y conferencias. “¿Qué vas a estudiar para eso?” “Voy a viajar mucho para tener historias que contar y la gente las va a querer escuchar.”

Durante mucho tiempo pensé que sólo aquellas personas que habían vivido un suceso extraordinario, trágico o inimaginable tenían el derecho de contar sus historias. Esperaba esa situación fuera de lo normal que me permitiera plasmar mi vida sobre un papel. Finalmente, ese suceso nunca llegó, pero un día me di cuenta de que las cosas extraordinarias suceden todos los días, sólo es cuestión de observar el mundo que nos rodea con asombro.

Hay historias en cada esquina, en un bar, dentro de un jarrón viejo de la familia, en un “buenos días, ¿cómo estás?”, en una mirada que se cruza en nuestro camino y nos da otra perspectiva, en un despertar en medio de una montaña con el sol en la cara. Hay historias de amor que comienzan sólo al pedir una dirección y momentos de cambio que se inician con una conversación en un colectivo con un desconocido.

Durante muchos años intenté darle sentido preciso a lo que escribo. Hoy creo que no es necesario.

Mis historias intentan ser un disparador, un medio para que ustedes encuentren las suyas. Espero que cada palabra cobre sentido. Que mis historias se mezclen con las suyas, que encontremos conexiones que trasciendan el papel.

Introducción

«Quisiera que seas un hombre libre, pero que sepas manejar tu libertad con responsabilidad…»

Un día dejé la comodidad y salté al vacío, motivado por unas ganas insaciables de nutrirme del mundo y, sobre todo, de conocerme a mí mismo.

Cuando dejé mi zona de confort, las adversidades me pusieron a prueba todos los días. A lo largo de doce años viajé y conocí treinta y dos países. Viví un año y medio en Francia, y un año y medio en Costa Rica. El resto fueron viajes de más de un mes como mochilero, con grupos de aventura. Siempre volvía a mi hogar, en San Juan, Argentina, para después irme nuevamente.

En todo ese período conocí nuevas facetas mías, pasiones que tenía ocultas y otras que simplemente había dejado de lado y recuperé, como por ejemplo escribir. Me permití momentos de soledad. Me desarmé en llantos para volver a amarme. Crecí. Extrañé. Volví. Reí. Lloré. Avancé.

Durante un tiempo pensé que viajaba para alejarme, para escaparme del lugar donde había nacido. Hoy sé con certeza que no viajo para alejarme sino para acercarme a la mejor versión de mí, y de esa manera poder darle al mundo mi máximo potencial.

Desde que me animé a saltar, decidí ser el protagonista de mis sueños. Porque a pesar de no contar con una brújula del destino perfectamente calibrada, todos tenemos una brújula natural: el corazón. Deberíamos dejar que nos guíe más seguido. A pesar de que a veces el imán parezca descalibrado, de que las corazonadas nos lleven por terrenos sinuosos, sin una salida aparente, hay que confiar. En algún momento, cuando miremos hacia atrás y observemos aquellos caminos que parecían lejanos y diferentes, los veremos conectarse de una manera casi mágica para llevarnos a ser quienes somos.

En mi caso, lo recorrido me ha llevado a ser un poco de cada persona que se cruzó en mi camino y les dio vida a los paisajes. Una recopilación de vivencias y situaciones que me marcaron. Soy todas las historias que me contaron, soy todas las historias que me cuento. Soy mis decisiones y soy mis contradicciones. Soy los relatos de viaje que elegí contar y publicar en este libro, y también los que preferí guardar porque este no es su momento.

El comienzo de todo

«Deseo tanto que seas feliz. Cosas tristes les pasan a todos, todos los días. No quisiera que esto te marque.»

—¡Mamá, quiero ir al cielo!

—No, hijo, ¿para qué querés ir al cielo?

—¡Para pegarle una piña a Dios porque es un boludo!

Esa conversación la tuve con mi mamá a mis tres años. Para entenderla, hay que volver el tiempo atrás. Tic, tac, tic, tac.

Tenía dos años. Un hospital. Una camilla. Mi papá, acostado en ella. Yo, desde abajo, enojado, gritando.

—¡Levantate, papi, levantate!

Mi papá estaba enfermo, tenía cáncer de mama. En cuatro meses cambió nuestra vida. El 3 de octubre de 1993 nos dejó.

Tic, tac, tic, tac.

Un año después de su muerte, con la practicidad de un niño, me acerqué a mamá y le comenté lo que había estado pensando en ese tiempo.

—Mamá, hay que conseguir otro papá, pero no cualquiera. Tiene que ser joven, lindo, soltero, sin barba y sin hijos… o con uno.

Mi mamá nunca ha podido decirme que no a nada. Así que con lágrimas en los ojos y una sonrisa dibujada, me dijo que lo intentaría.

Tic, tac, tic, tac.

El tiempo avanzó y se volvió a detener en una llamada de teléfono que recibió mi madre.

—Hola, Mónica, ¿cómo estás? Soy Ariel, quería invitarte a salir.

Ariel era joven, lindo, soltero, sin barba y sin hijos. ¡Perfecto!

Mi mamá aceptó. Fue así que se conocieron, nos conocimos, se enamoraron, nos enamoramos, se casaron y nos casamos… los tres.

Tic, tac, tic, tac.

El tiempo seguía avanzando y nuevos pensamientos e ideas se fueron instalando en mi mente.

—Mamá, ya tengo casi todo lo que quiero: una casa, un papá. Sólo me falta un hermano.

Y por supuesto, puse mis condiciones: tiene que ser varón.

A mis cinco años quería tanto un hermano que no sólo se lo pedí a mamá, sino también a las estrellas. Quizás mi papá me ayudaba a que se cumpliera.

Después, me dio miedo. ¿Y si mis papás se olvidan de mí? ¿Y si no quiero compartirlos? Y si…

—Pablo, vas a tener un hermanito —la voz de mi madre resonó en el cuarto. Las palabras me golpearon y me tiraron a la cama.

—Yo no quiero eso —dije rápidamente, intentando que se desvaneciera el deseo.

Me acordé de mi abuela. “Ten cuidado con lo que deseas porque puede que se te cumpla.”

Cerré los ojos, suspiré profundo y cuando me levanté de la cama, mi hermano ya había nacido.

Lo observé. Le limpié la baba. Lo medí. Sentí su olor. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que mi vida había cambiado.

Desde aquel día, nada fue lo mismo. Todo… fue mejor.

Tic, tac, tic, tac.

 

 

Llegó mi adolescencia, etapas complicadas si las hay, y me empecé a cuestionar todo, a enojarme por todo. No comprendía las injusticias del mundo. Los fantasmas del pasado se hacían presente en los silencios de mi habitación.

De pronto, me encontré reuniéndome con personas cercanas a mi papá biológico, con sus amigos y familiares para charlar y conocerlo, para saber cómo vivió y sintió, cómo fue con los que lo rodearon.

Me contaron miles de anécdotas y experiencias que me permitieron generar un boceto sensitivo de quién fue mi papá. Una sobre todo, que recuerdo siempre. A mis dos años me dieron convulsiones por fiebre alta. Me ponían paños de agua fría en la frente, pero yo lloraba desesperado y me los sacaba. Así que, según palabras de mi madre, el hombre fornido de 1,84 metros de altura, jugador de rugby, gerente serio y formal de un canal de televisión, se puso una tela roja en la cabeza, agarró una canastita y comenzó a saltar en puntas de pie de un lado al otro de la habitación, acompañándose de un canto: “Soy Caperucita Roja, para el bosque voy, no le tengo miedo al lobo, para casa de mi abuelita voy”. Así logró sacar una sonrisa eterna en mi rostro y romper ciertos estereotipos de la época.

Había gente que no entendía mi búsqueda, mi sufrimiento.

“Si no lo conociste casi, es como si no hubiese existido.”

“No busques tantas respuestas. Cuando quieras encontrarlo, mirate al espejo.”

“¿Qué sentido tiene escarbar en el pasado?”

A los quince años me sentía en un laberinto de preguntas sin respuestas.

Una mañana me levanté temprano y arrastré una silla de madera desde el comedor hasta la habitación. La coloqué frente al placard. El pie derecho primero, luego el izquierdo. Abrí el compartimiento superior y lo vi: el maletín negro de papá. Hacía tiempo que no lo abría. Adentro estaban los objetos y los recuerdos que me había dejado.

Lo bajé y me senté en el borde de la cama. La clave era su fecha de nacimiento, 160161. Lentamente fui colocando cada uno de los números en el lugar correcto hasta sentir el clic. El maletín se abrió. Cada vez que miraba adentro dejaba libre mi imaginación. Ese día me probé los lentes estilo aviador, entregué las tarjetas de presentación de gerente de TVO a gente imaginaria, me coloqué un reloj con calculadora (en su época, un súper invento), miré por el visor de un pequeño artilugio que muestra una foto en su interior en la que estamos con mamá y papá en el circo.

Cuando estaba revisando el maletín, empecé a palpar la tela que cubre su interior hasta que me topé con una diferencia de textura. Era un bolsillo interno que nunca había visto. Metí la mano cuidadosamente y me encontré con un sobre blanco. No tenía remitente. Lo abrí y encontré una carta. Lo primero que me sorprendió fue la fecha: mi cumpleaños de dos años.

 

15 de julio de 1993

 

Querido hijo:

Hoy después de tanta bronca, rabia y dolor he aceptado que voy a morirme. Es algo inevitable, es un designio de Dios que escapa a mis posibilidades como hombre, aunque mi mayor deseo es estar a tu lado, verte crecer y convertirte en la persona que yo sueño…

 

 

No pude seguir leyendo. Lloré desconsoladamente con aquella carta en mis manos.

¿Los enojos con Dios, las ganas de subir al cielo a pegarle habrán sido sinónimos de llantos contenidos en el pecho de un chico de casi tres años?

¿Lo habré llorado las veces que me enojaba porque no me compraban algo que yo quería o las veces que no quería ir al colegio porque me incomodaba la ropa?

Tal vez lo que me incomodaba eran las lágrimas guardadas tantos años por no recordar su voz o no conocerlo a través de sus palabras. Ese día, todo se juntó y lo lloré. Nunca es tarde para comenzar un duelo. Ese día, cuando vi a mi madre la increpé.

—¡Vos sabías!

—¿Qué, hijo?

—¡De la carta!

—¿La encontraste?

—¡Sí!

—Me dijo que no te dijera nada, que la ibas a encontrar cuando lo necesitaras.

Esa carta cambió mi vida. Por primera vez sentí que había tenido una conversación con mi papá. Me habló desde el más profundo amor de padre. Me contó de la vida. De la libertad. Me habló de lo que sentía por mí y por mamá.

Aquel día entendí que la escritura, las palabras, las historias trascienden tiempo y espacio. Que permiten transmitir sentimientos, emociones, sin necesidad de que la persona esté presente. Ese día comencé a escribir para contarme mi vida pero, sobre todo, para sanar.

Los encuentros

Mientras camino por el pasillo del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez de Lima en Perú, veo a cientos de personas conectadas y desconectadas. Algunas, sentadas en un restaurante, llevan la comida rápidamente a su boca, sin mirarla. Otras caminan sin saber dónde pisan. Otras se sientan juntas pero no se miran. Unas cuantas más ríen solas. Todas tienen algo en común. Su atención está puesta en sus celulares. Viene a mi cabeza una idea, y la anoto en el mismo artilugio del cual reniego y pienso que tal vez otro observador me incluye dentro del grupo.

Me doy cuenta de que el mundo ha cambiado. El tiempo lento de una mirada sincera o una palabra que acaricie el alma se ha cambiado por el amor a una pantalla. Reviso mi Facebook, he multiplicado mis amigos hasta miles, sin embargo, no sé quiénes son, qué los emociona, qué les da miedo, qué los conmueve hasta las lágrimas.

Pienso en las charlas que tengo con la gente que frecuento, con el vendedor del supermercado, con el conductor del bus, con mis amigos, y me doy cuenta de que son “al pasar”, sin buscar ir más lejos. Hasta me he olvidado de que puedo charlar conmigo mismo.

Miro nuevamente alrededor. Un grupo de niños y niñas juega alrededor de sus padres, que los evaden porque están ocupados, concentrados en sus celulares. Pero los niños no lo notan, siguen jugando, y ríen y cantan y bailan. Se encuentran en su inocencia y disfrutan.

Tal vez puedo contar la historia de otra manera si conservo esa ilusión. Si me encuentro o si me doy la oportunidad de transformarme en cada encuentro con un otro. Tal vez en esos momentos sucede la vida y sólo a través de la humanización de las relaciones podemos progresar, al comprender que el otro es parte de nosotros mismos.

Tanoker, el lugar de las orugas

«Tenés que comprender que la verdadera riqueza está en las personas, no en las cosas.»

Cada vez que viajo juego a perderme. Empiezo a caminar sin rumbo aparente pero sabiendo lo que busco. Es entonces cuando la magia sucede. La falta de certezas nos vuelve propensos a la ayuda. Al pedir ayuda, conversamos. Nos sumergimos en historias y vidas desconocidas, que se vuelven parte de la nuestra en ese momento, y lo transforman de finito a eterno.

Hace un tiempo me encontraba en un tren en Indonesia. “Voy a bajarme cuando lo sienta.” No tenía destino. Estaba confundido. Sentía dos bestias adentro que me desgarraban. Las dudas. Las certezas. ¿Seguir lo impuesto? ¿Jugármela por mis sueños?