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Esta obra devino del lapso de incertidumbre vivido por los treinta y ocho cubanos que cambiaron las batas blancas por trajes de protección especial para combatir la epidemia, en Guinea Conakry, dado el altísimo riesgo de contagio e incubación de una enfermedad que, por cientos, cobraba vidas inocentes. Su autor y jefe de esta brigada médica no intentó hacer un libro puramente científico, tampoco es una novela o historieta; son páginas con un poco de todo —testimonios, ciencia, anécdotas, vivencias, descripciones, imágenes como reflejo de la pura verdad—, que les cuentan a los lectores sobre una nueva victoria de los médicos cubanos en su faena de vencer la muerte.
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Seitenzahl: 263
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Cuidado de la edición:Tte. Cor. Ana Dayamín Montero Díaz
Edición:Olivia Diago Izquierdo
Diseño y realización:José Ramón Lozano Fundora
Fotos:Cortesía del autor
Corrección:Catalina Díaz Martínez
Conversión a ebook:Grupo Creativo RUTH Casa Editorial
© Carlos Manuel Castro Baras, 2019
© Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2025
ISBN: 9789592248069
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
en ningún soporte sin la autorización por escrito
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Casa Editorial Verde Olivo
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Plaza de la Revolución, La Habana
www.verdeolivo.co.cu
Cuando ya estaba en la fase de revisión y toques finales de este libro ocurrió lo que ningún cubano digno ni muchas personas de este mundo hubiéramos deseado, aunque por razones biológicas y a su edad fuera algo que debía suceder algún día: el fallecimiento de nuestro líder histórico Fidel Castro Ruz, el 25 de noviembre de 2016, a las 22:29 horas. La noticia nos sorprendió. Acto seguido supe que debía modificar la dedicatoria de mi libro; sentí la necesidad de hacerlo —aunque ya estaba escrita, especialmente dedicada a él por sus noventa cumpleaños— y expresar estas palabras a la figura que dignificó a los cubanos e irradió a otras tierras del mundo con su firmeza, ideales y, sobre todo, porque hizo de la Medicina cubana un ejemplo de inclusión social, solidaridad, internacionalismo y humanidad, en su más alta expresión. Vayan en ellas mi eterno agradecimiento y compromiso.
Partiste esta vez en un viaje a la inmortalidad, como lo hiciste en 1956 al frente del yate Granma, por lo que a partir de ahora serás como un faro que estés en todas partes, irradiando esa luz que solo tú sabes dar. Ya no te tendremos físicamente, pero siempre estarás en nosotros, porque seguirán germinando y creciendo por doquier las ideas que sembraste con tanto esmero y seremos como un gran bosque lleno de árboles frondosos de una nueva especie llamada YO SOY FIDEL.
Por eso, quede tranquilo, mi Comandante, que nosotros estamos acá, bandera, mochila y fusil en mano, defendiendo las trincheras de esta bella Isla donde nacimos, crecimos y moriremos también algún día. Vaya en su viaje sereno, que desde el interior de la inquebrantable roca en que reposa, seguirá brillando esa estrella que tanto nos ha iluminado y que nada, ni nadie podrán ensombrecer.
Le ratifico mi compromiso de SER FIEL a sus ideales. No le digo adiós, sencillamente,
¡HASTA SIEMPRE, COMANDANTE!
Teniente coronel Yoel Alberto Fleites Alonso.Director del Centro de Medicina Aeronáutica y Subacuática de las FAR (CEMAS). Especialista en Medicina Interna. Experiencia de misión en el terremoto de Pakistán y colaboración en la República de Angola. Fue jefe de un grupo de trabajo en la brigada.
Teniente coronel Osvaldo Miranda Gómez.Doctor en Ciencias Médicas, especialista de 2.ogrado en Higiene y Epidemiologia y en Bioestadística de la UCIMED-FAR. Experiencia de misión en el terremoto de Pakistán. Se desempeñó como estadístico, epidemiólogo y económico de la brigada.
Capitán José Eduardo Díaz Gómez. Especialista en Terapia Intensiva del Hospital Militar Central Dr. Carlos J. Finlay. Experiencia de misión en Guatemala a raíz del huracán Mitch. Fungió como médico de un grupo de trabajo en la brigada.
Licenciado en Derecho Carlos Alberto Piñeiro Páez. Máster en Administración de Salud. Experiencia de misión en Venezuela. Se ocupó de la logística de la brigada.
A mi esposa e hijos, mi retaguardia segura y el mejor regalo que me ha dado la vida.
A mis jefes, por haber confiado en mí para tan bella y riesgosa misión.
A los colegas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que juntos tuvimos el inmenso honor de ser parte de esta historia.
A mis treinta y siete hermanos de la brigada de Guinea Conakry, mi pequeña tropa de blanco y verde olivo.
A todos los que me aportaron ideas, sugerencias, documentos, imágenes o materiales útiles para la realización de esta obra.
Nunca había sentido la necesidad de escribir de manera organizada con la intención de hacer un libro, entre otras razones, porque considero no tener la vocación, ni la preparación que implican estos avatares; pero como me llegó la hora a la que no puedo renunciar, asumo los riesgos de someterme a ellos.
Me considero un lector promedio por mi condición de médico —la cual me obliga a mantenerme de manera permanente estudiando—, y como dirigente administrativo, mucha documentación pasa a diario por mis manos, sobre la que debo dar consideraciones a mis jefes o indicaciones a mis subordinados. Por ambos motivos, creo ser una persona medianamente informada, con avidez de buscar el conocimiento en libros, revistas, prensa plana o digital, la televisión y la radio, medios de los que dispongo para estar a tono con cada momento que me toca vivir; busco estar ubicado en todos los sentidos y eso se logra con una información objetiva, clara y precisa.
La misión delÉboladespertó en mí el interés por escribir para ordenar las ideas organizativas del trabajo y, además, mitigar mis horas de insomnio, las largas madrugadas sin corriente eléctrica y con calor excesivo. Entonces acudía a la laptop y hacía notas de algún tema, pero sin un orden lógico, sin una idea acabada, no clara aún del nacimiento de un material que saliera a la luz un día y quedara como recuerdo de esta bella y compleja misión cumplida.
Poco a poco fui sintiendo la necesidad de darle cuerpo a las ideas y escritos, pero sin otra pretensión que hacer un documento que recogiera vivencias y relatos personales para conservar las experiencias y lo aprendido en el orden profesional, como médico y como jefe. En este sentido, agradezco a los que me compulsaron a materializarlo, porque muchas veces pensé en desistir.
El objetivo final no es hacer un libro puramente científico, tampoco una novela o historieta, sino una obra, cuyo contenido esté dado por un poco de todo: testimonios, ciencia, anécdotas, vivencias, imágenes como reflejo de la pura verdad, descripciones; en fin, una narración que cuide el orden cronológicoen lo posible, sin adornos y con objetividad, de los meses que en Guinea Conakry un grupo de cubanos estuvo combatiendo la epidemia delÉbola.
Decidí titularlo Vivir siempre el día 21. Cara a cara contra el Ébola. Responde al periodo de incubación de la enfermedad. Pasadas tres semanas, terminaba un lapso de incertidumbre por el altísimo riesgo de contagio —particularmente crítico cuando algún colega manifestaba síntomas de enfermedad trasmisible— y comenzaba otro con iguales características. Vivíamos en cuarentena permanente, siempre en un recuento de días. Su nombre es también una forma de agradecerle a la Casa Editorial Verde Olivo que, a través de su revista, la No. 4 de 2015, destacó, como titular la labor de los veintitrés miembros de las FAR que cumplimos en África la hermosa tarea.
Espero que el trabajo les sea útil a colegas que vivan experiencias similares. Espero que, quienes me acompañaron a escribir esta historia, no con tinta sino en carne propia, sientan mi eterno reconocimiento.
El autor
Un contingente de batas blancas y rostros iluminados se despedía aquel primer día de octubre. Apenas cinco diminutas rayuelas anunciaban que habían pasado las nueve de una noche aún veraniega que, como nosotros, solo decía: ¡Hasta pronto!
La insignia nacional fue la primera en tomar posición; detrás, un grupo de cubanos ascendía al Il-96 que nos trasladaría hasta el desconocido enemigo, cuya enigmática enfermedad propagada ya estaba costando miles de vidas en tres países del continente africano. Segúníbamos arribando a la escalerilla del avión, manos hermanas estrechaban las nuestras: en fila heroica estaban el entonces presidente cubano, general de ejército Raúl Castro Ruz, y otros dirigentes del Gobierno y Estado.
Solo habían transcurrido trece días decuando fui llamado por el jefe de Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en aquel momento coronel Francisco Martínez Quíntela, hoy general de brigada. Quería conocer mi disposición para una nueva tarea. No hice preguntas; en ese instante no era importante saber lugar, tiempo ni complejidad. «¡Por supuesto!», le dije y me pareció suficiente. El resto debió expresarlo mi rostro.
Todo había sucedido el 18 de septiembre de 2014. Serían las 11:15 horas cuando, para dirigirme a su encuentro, salí de la visita a una de las unidades médicas que habitualmente atendía por mis responsabilidades como jefe de Servicios Médicos también, pero del Ejército Occidental. En ese encuentro me explicó que era candidato a jefe del grupo de militares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que disgregados por tres brigadas combatirían la epidemia del Ébola en la República de Guinea, Liberia y Sierra Leona. Me precisó que esperara indicaciones.
Horas más tarde me citaron para el siguiente día. Ya no sería candidato, sino quien respondería por los compañeros seleccionados: veinte al inicio y tres que, en horas de la tarde, se sumaron. Veintidós militares de las FAR y un civil —todos médicos— formaríamos el contingente de 256 cubanos que muy pronto saldríamos hacia África.1
Cuántas ideas acudieron a mi mente: viejos recuerdos de la misión en Angola, ahora con más años; la familia que ya había procreado; los riesgos de una enfermedad con escasa información y tenebrosas las que se sabían; el reto de dirigir un colectivo desconocido, el decoro con que debía cumplir la nueva tarea; en fin, una tormenta se desató en mi cerebro, aunque convencido de que la decisión tomada era correcta.
Aquella noche conversé con mi esposa. Varios minutos de llanto sin consuelo sucedieron a mis palabras. Le pedí calma y discreción hasta tanto no fuera oficial y público. Previendo situaciones, apenas dormimos. No había tiempo para organizar una salida tan inesperada y debíamos prever la peor de las variantes a juzgar por los datos de más del 90 % de mortalidad en los enfermos. La alarmante cifra nos hacía pensar en el riesgo de enfermar y perder la vida. La posibilidad de no regresar era real.
A las 09:00 horas del 19 de septiembre, reunidos ante compañeros del Minfar en la Universidad de Ciencias Médicas (UCIMED-FAR), nos plantearon la misión e indagaron, una vez más, por nuestra disposición absolutamente voluntaria. Acto seguido, nos ofrecieronuna rápida caracterización de los tres países, antecedentes históricos, políticos y socioeconómicos, relaciones con Cuba y la coyuntura existente a raíz del surgimiento de la epidemia. Así comenzó el adiestramiento para lo que vendría después.
De ahí nos trasladamos para la Unidad Central de Colaboración Médica del Ministerio de Salud Pública (UCCM). Nos esperaban más de cuatrocientos preseleccionados que iniciaríamos la preparación en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), el chequeo médico, vacunación, estudio preliminar del idioma y otras actividades con el objetivo de seleccionar finalmente a los miembros de cada brigada.
En los tres países africanos: República de Guinea, Liberia y Sierra Leona, el virus de la familia Filoviridae y género Filovirus, situación taxonómica que comparte con el virus de Marburgo, había encontrado espacio para el deterioro y la destrucción de seres humanos y de otras especies de mamíferos indefensos. Se trataba del patógeno causante de la infecciosa y muy grave enfermedad del Ébola. Su denominación proviene del río de igual nombre, en la República Democrática del Congo, antiguo Zaire, donde fue identificado por primera vez en 1976 durante una epidemia que enfermó a 388 personas y fallecieron 341, para un 88 % del total.
Por las publicaciones internacionales ha sido posible conocer que, desde entonces hasta la fecha, han existido 38 eventos o brotes de este mal, de los cuales 28 han sucedido en países africanos —varias veces en el Congo, Uganda y Gabón—, uno en Asia (Filipinas), cuatro en Europa a partir de casos importados y otro en América (EE.UU.) importado también. De acuerdo a estos reportes, la letalidad ha oscilado entre 40 y 90 % de fallecidos. La más nociva de todas fue la que nos tocó vivir: 28 652 enfermos, de ellos 11 325 fallecidos, según los reportes oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Existen cinco cepas conocidas del virus Ébola: Sudan, Zaire, Reston, Taï Forest y Bundibugyo. En Guinea se había identificado en esta epidemia la variedad Zaire.
En diciembre de 2013 se detectó el primero en la región de Gueckedou, al suroeste de Guinea, fronteriza con Sierra Leona y cercana a loslímites con Liberia. En ese momento se asoció a una de las múltiples enfermedades virales hemorrágicas existentes en África, muchas endémicas o estacionales, pero los casos siguieron apareciendo de forma explosiva, llamando la atención de las autoridades nacionales y del mundo.
No fue hasta marzo de 2014 que se reconoció de manera oficial el inicio de la epidemia que afectaba a los tres países limítrofes, cuyas fronteras son solo para los gobiernos, pues los nativos, familias o miembros de una misma etnia, migran de un lado a otro diariamente desde tiempos ancestrales, por trillos intraselváticos o vecinales, en labores de caza de animales o recolección de frutas, vegetales y otros productos para el sustento. Por el trasiego es que se considera el origen de la epidemia, o sea, la trasmisión a partir de monos, murciélagos u otros animales que se alimentan de frutas. Al ser fuente de alimentación humana (tanto la carne animal como las frutas), es propicia la trasmisión.
En nuestra apreciación, la terrible epidemia tiene su origen, evolución y complejidad para su manejo y erradicación en los siguientes factores:
•Más de 70 % de la población es analfabeta, aferrada a costumbres, cultos religiosos y de convivencia que favorecen la aparición y rápida propagación de cualquier enfermedad, en particular esta, que se trasmite por todos los fluidos corporales del ser humano.• La infraestructura de salud de estos países es casi nula y la cultura sanitaria muy baja, incluso en el personal de la Salud.•Desde el comienzo de la epidemia no se conoció con exactitud la cadena epidemiológica de trasmisión, al no haber conocimiento y control del 100 % de los contactos, ni garantizarse que los entierros de fallecidos se hicieran en condiciones seguras.• Las condiciones higiénicas y epidemiológicas del entorno medioambiental y doméstico son deplorables. No existe suministro estable de electricidad y agua potable, ni sistema de disposición final de residuales líquidos y sólidos.•Los medios de difusión masiva manipularon y politizaron el tema, y la población le restó credibilidad, además de que la mayoría no habla francés y no disponen de radio o televisión en sus casas, lo que genera altos niveles de enajenación y desconocimiento.•Los líderes religiosos o imanes no conocían nada de la enfermedad y por tanto no ayudaron en las labores de sensibilización.•Se manejó por diferentes vías que es una enfermedad importada e, incluso, introducida como un arma biológica, con un virus modificado a nivel de laboratorio, lo que generó más rechazo.• Los estudios zoo-antropológicos para verificar la trasmisión al hombre del mono, murciélagos y otros animales potencialmente trasmisores, son insuficientes aún, aunque existen antecedentes demostrados en eventos similares anteriores.• Primero se utilizó personal extranjero, de Organizaciones no Gubernamentales (ONGs) o entidades de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para el trabajo de terreno, y provocó el rechazo de la población, por no manejar de forma correcta el asunto ni dominar las lenguas y costumbres originarias, incrementando la reticencia y el rechazo de la población.• No existían hospitales, centros de tratamiento especializados, ni personal preparado para este tipo de enfermedad, de la que aún se conoce poco por los expertos, aunque la lamentable epidemia sirvió para obtener valiosas experiencias en medio de ella y en la medida en que se recibían los recursos humanos, materiales y financieros del exterior.•La respuesta internacional fue lenta, tardía y en la mayoría de los casos con pequeños grupos aislados de profesionales. Solo unos pocos países, entre ellos Cuba, enviaron contingentes para apoyar.• El país no disponía de laboratorios, ni personal capacitado para el diagnóstico certero del virus. En la medida en que estos se fueron recibiendo, mejoró bastante el trabajo.•No existía ningún medicamento específico para combatir el virus. Durante la epidemia se probaron al menos tres: un antiviral, un interferón y el plasma de pacientes curados, además de una vacuna preventiva con efectos probados, que resultaron muy esperanzadores.
Formas de la posible propagación del virus a partir de animales y a través de la caza y durante la manipulación de carne cruda (murciélagos, gorilas, roedores), se difunde entre las poblaciones.
Distintos fluidos corporales que genera el cuerpo humano, a través de los cuales se puede trasmitir la enfermedad.
Desde la primera conferencia en el Instituto de Medicina Tropical nos explicaron que la Organización Mundial de la Salud concibe y exige para la preparación del personal que labore en los Centros de Tratamiento Ébola (CTE), tres etapas: teórica, teórico-práctica en CTE sin pacientes y práctica con pacientes; la primera en Cuba y las siguientes en el país de destino.
Durante los diez días antes de la partida, fuimos conformando los grupos. Al inicio pensábamos que los veintitrés miembros de las FAR iríamos juntos para Sierra Leona; pero la indicación consistió en distribuirnos en las tres brigadas, de manera que hubiera compañeros con misiones anteriores, epidemiólogos, intensivistas y clínicos en cada una, y que los de mayor experiencia de dirección conformáramos la jefatura de cada grupo. Hecho este análisis, doce partirían para Sierra Leona, siete para Liberia y cuatro hacia Guinea. Yo era uno de estos, designado, además, al frente de la brigada que contaría con treinta y ocho colaboradores cubanos.
Esos días sirvieron para conocernos mejor, éramos de las tres regiones del país: oriental, central y occidental; algunos, viejos colegas, pero otros nunca nos habíamos visto. Como es de suponer, rápido logramos buena comunicación y perfecta armonía, no solo entre nosotros, sino con el resto del gran grupo del Minsap al que debíamos integrarnos.
El grupo de militares antes de partir.
En el teatro del IPK mientras recibíamos clases teórico-prácticas.
Vivimos jornadas intensas. Por las mañanas en el instituto recibíamos preparación teórica sobre el Ébola, casi totalmente desconocida la enfermedad para la mayoría: conferencias sobre el manejo de los elementos clínico-epidemiológicos, estudio de la bibliografía disponible, y practicábamos el uso de los trajes, los medios de protección y en el simulacro de hospital o Centro de Tratamiento Ébola desplegado en los jardines de la instalación.
Con el profesor Jorge Pérez, director del IPK, y representantes de la OPS durante las prácticas en el hospital de campaña desplegado en los jardines, simulacro de lo que conoceríamos después como Centro de Tratamiento Ébola.
Durante la preparación en el Salón Rojo del hospital Dr. Carlos J. Finlay. Práctica de cómo vestir y desvestir los trajes de protección especial. Al fondo, los pasos que deben seguir.
Por las tardes, en la Unidad Central de Colaboración Médica, continuaba el estudio del idioma y de otros temas. Al anochecer, íbamos para el Hospital Militar Central Carlos J. Finlay los veintitrés militares; nos refugiábamos en el Salón Rojo, autorizados por la Dirección de Servicios Médicos del organismo y, gentilmente, facilitado por la dirección del hospital. A puertas cerradas entrenábamos el uso del traje de protección especial (PPE). Otros momentos los dedicábamos a llenar documentos legales, tomarnos fotografías, emprender cursos de seguridad en el terreno —que exigía la Organización de Naciones Unidas—, preparar cuanto debíamos llevar, entregar los cargos y responsabilidades a quienes cubrirían temporalmente, despedirnos de familiares y amigos más allegados. En fin, pocos días para tantísimas acciones, una verdadera locura que dejaba poco tiempo para pensar en la envergadura y complejidad de lo que estaba por venir.
Uno de esos días, en medio de tanto ajetreo, fui citado casi al caer la tarde, por el entonces jefe del Ejército Occidental, general de división Lucio Juan Morales Abad, fallecido recientemente, persona a la que admiré por las enseñanzas que recibí a su lado. Ese día me dijo: «Vas a cumplir una compleja misión y vas a dirigir a hombres que pueden perder la vida, por eso tendrás que dormir con un ojo abierto y otro cerrado. Debes preverlo todo, adelantarte a los acontecimientos, apelar a tu total experiencia, recordar que la mayoría es civil y no tiene tu formación. Tienes que hacer de la brigada una gran familia y ganarte la confianza de la gente, estar siempre al lado de ellos, oírlos, atenderlos y verás como todo sale». Cuando creía que no le faltaba nada por decir, me precisó: «Además…, olvídate de todo aquí, que nosotros nos ocuparemos de la familia». No había vivido la experiencia aún para calcular con la profundidad necesaria sus proféticas palabras. Muy pronto, cada una de ellas se fue convirtiendo en mi guía diaria.
Al general Lucio estuve subordinado por cuatro años. Merece mi respeto y admiración, en estas páginas están mi reconocimiento y, sobre todo, el tributo a su memoria, aunque no guarde un orden cronológico con los acontecimientos que narro, porque en mi ausencia se mantuvo al tanto de mi familia, tras sucesos que solo conocí al regreso, como la enfermedad de mi hijo menor. Fue igual en otros avatares de la vida, no como jefe, sino como un familiar allegado.
En el acto de despedida en la UCCM, casi alistados para salir, los Cinco —como Cuba identifica a sus héroes que estuvieron prisioneros en cárceles estadounidenses—, no habían regresado aún; pero representándolos estaban sus familiares. Una de ellos, Mirta Rodríguez Pérez, la mamá de Antonio Guerrero, estuvo a nuestro lado para nutrirnos de aliento y energía. Nos leyó una carta de Tony, en cuyas páginas nos estimulaba al cumplimiento del deber. ¡Qué más aliento podía colmarnos! Habíamos oído la lectura firmede una Mariana que ni sus canas ni sus años hicieron aflorar el dolor de una madre; y a través de ella, la palabra firme de un hijo que además de ser de su vientre, ya era de la patria. A cada uno nos entregaron una copia de esa carta, la cual me acompaña como una de mis reliquias.
El día antes de partir, casi al caer la tarde, otra emotiva reunión nos llenó de júbilo y compromisos. Esta vez fue con el ministro de las FAR, general de cuerpo de ejército Leopoldo Cintra Frías y otros jefes principales, en el mismo salón de reuniones del hospital Carlos J. Finlay, que nos había servido de refugio durante días de preparación.
Allí le informamos la composición del grupo, la procedencia de cada uno, la edad, especialidad médica de cada cual, los compañeros con experiencias en misiones anteriores, y otros datos.
Llamó la atención el único médico civil-FAR, Dr. Ángel Enrique Betancourt, pediatra del Hospital Militar Central Luis Díaz Soto, e hijo de un médico militar de igual nombre, mártir de estos servicios, caído en el cumplimiento de una misión internacionalista como médico personal del fallecido presidente de Mozambique Samora Machel. Ahora su hijo iría tras las huellas y el ejemplo de su padre a cumplir con el deber también en tierras africanas. Cuando a este galeno se le preguntó su disposición, solo dijo: «Denme un chance para recoger una mochila en la casa». Supimos que en un primer momento recibió la reprimenda, escuchó el llanto y vio deslizar lágrimas por mejillas amadas; pero la aprobación de su madre y abuela no se hizo esperar: «Si esa es tu voluntad, ve y cumple con tu deber».
También formábamos el grupo, compañeros con misiones anteriores en Angola, el terremoto de Pakistán, los huracanes en Centroamérica y el bisoño Dr. Rotceh, especialista en Medicina Interna con menos de treinta años, sin experiencia en estas lides.
Las palabras y anécdotas del ministro acerca de sus experiencias en las múltiples misiones enÁfrica, contadas en un marco alejado de todo formalismo, en un ambiente familiar, como el de un padre que despide a sus hijos, resultaron mensajes de aliento. Sabemos que a él no le gusta hablar de sus historias, pero logramos oírle algunas. En mi caso particular, me narró, de cuando iban para Angola, su tránsito por Conakry, la capital de Guinea; del apoyo que tuvieron del gobierno de Sekou Touré, de las calamidades que presenció; del puente de los ahorcados (en esa época era de madera y ahora de concreto); cosas que a mi llegada corroboré y me permitieron ubicarme en un entorno que parecía detenido en el tiempo.
Pero aquellas horas de escuchar y quizás alguna pregunta o palabra nuestra, reforzamos el compromiso de no fallar. De allí salimos inyectados de una historia viva, narrada por quien es parte de la generación que hizo y sigue haciendo revolución.
Y el 1.ode octubre, concentrados todos en la Unidad Central de Colaboración Médica, alrededor de las 17:00 horas, listos para la salida del primer grupo, citaron a las jefaturas de las tres brigadas a una reunión con el entonces ministro de Salud Pública, actual vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Dr. Roberto Morales Ojeda, y otros funcionarios del Minsap, Minrex y el partido. Querían intercambiar opiniones sobre la preparación recibida, los riesgos, la disciplina, cohesión que debíamos mantener y la alerta sobre cada detalle que había que prever como jefes. El ministro nos entregó una directiva de trabajo, la cual planteaba:
•Intercambiar con autoridades del Ministerio de Salud, representantes de la OMS, embajador de la República de Cuba y el Gobierno, para conocer la situación de la epidemia en el país y organizar el plan de trabajo.•Garantizar las condiciones de vida (alojamiento y alimentación).•Garantizar las condiciones de bioseguridad en cualquier escenario en que se trabaje.•Garantizar, con la participación directa de los epidemiólogos, que los aseguramientos que se reciban sean suficientes y con la adecuada seguridad en su manipulación e higiene.•Verificar y comprobar que los trajes (PPE) que utilice nuestro personal para la protección sean los asignados —entregados por la OMS.•Revisar las condiciones de los hospitales —centros de salud donde serán atendidos nuestros colaboradores en caso de ser afectados por Ébola, así como aquellos destinados para otras patologías— y prever el apoyo con nuestros especialistas y licenciados en su atención directa.•Exigir y garantizar los medicamentos que aseguren el cumplimiento de la misión.•Atender a los colaboradores cubanos que no se encuentran directamente vinculados al combate contra el Ébola.•Desplegar y organizar el Puesto de Dirección de la misión en un local que reúna las condiciones de seguridad, equipamiento, viabilidad, para emitir la información y que tenga los medios de comunicación necesarios.•Responder por el envío de los partes establecidos y los que se soliciten por las instancias superiores.•Participar en las reuniones que se convoquen para el análisis de la situación epidemiológica, tanto por autoridades del país como de la OMS.•Lograr que los colaboradores mantengan comunicación con sus familiares en Cuba.•Establecer los mecanismos de control económico de los medios materiales y financieros que se asignan, en correspondencia con la situación particular.
En esta reunión nos entregaron los medios informáticos y de comunicaciones para nuestro trabajo, así como fondos financieros para enfrentar cualquier eventualidad inicial y una copia del acuerdo entre la Organización Mundial de la Salud y nuestro Ministerio de Salud Pública que respaldaba desde el punto de vista legal y operacional la misión, además, recibimos, documentos y recursos que fueron de gran utilidad para el posterior despliegue.
Ya teníamos cuanto necesitábamos para partir. Total era la disposición y convicción de ¡cumplir!, ¡de cumplirles a Fidel, a Raúl, a las FAR y al pueblo cubano!
Ni el cansancio acumulado durante los días de preparación que antecedieron a la partida, ni el silencio de la noche y el embeleso que suele acompañar a los pasajeros durante tantas horas de vuelo, lograron vencer la actividad de mi pensamiento; quizás a muchos les sucedió lo mismo, pues habíamos cumplido una primera etapa que nos propició conocimientos básicos; pero faltaban dos de suma importancia para el inmediato embate.
El vuelo de Cubana de Aviación en que viajábamos tocó tierra el día 2 de octubre, justo al mediodía. Nos recibió el embajador concurrente Jorge Lefebre y las autoridades de Salud y de la organización mundial en Sierra Leona.
Como choque inicial, tuvimos que bajar el equipaje y los medios que llevábamos, porque debido a las medidas establecidas nos dejaron solos. Las imágenes de ese momento se han difundido bastante por la prensa internacional, para suerte nuestra, pusieron muy en alto la humildad y entereza de nuestros colaboradores de la Salud, capaces de cosas como estas y otras tantas de elevado riesgo con tal de cumplir la misión encomendada.
En el recorrido de unos 200 km desde el aeropuerto hasta la capital Freetown, dejamos a un primer grupo en el hotel Compañero, propiedad que tenía en su muro perimetral imágenes del Comandante en Jefe y de banderas cubanas; el inmueble pertenecía a un hombre que había estudiado en Cuba; otros colegas quedaron en un hotel pequeñito llamado Bermoi; la mayoría, que hacía un tercer grupo, descendió en el Marian; y en el nuestro, el Sea Side, permanecieron los compañeros de Liberia, además de los que no cupieron en los anteriores alojamientos.
Durante el trayecto, una realidad difícil golpeaba la vista de todos: miseria, desolación, calamidades y otros males que explican, en parte, por qué era de los pueblos más pobres y, por lo tanto, de los más insalubres y vulnerables a las epidemias. No pude evitar los recuerdos de mi estancia en Angola (1988-1990). Tantos años después y la imagen era idéntica.
Permanecimos allícasi cuatro díasconviviendo con los 165 hermanos de la brigada que se desplegaría por ese país, familiarizándonos con todo lo que se hablaba del Ébola y preparándonos para el próximo salto.