Voces y ecos literarios - Campos Villeda Alfredo - E-Book

Voces y ecos literarios E-Book

Campos Villeda Alfredo

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Beschreibung

Se sabe que la primera gran entrevista la realizó James Boswell cuando caminaba con el doctor Samuel Johnson. Desde entonces ese intercambio se propone robar por algún tiempo el alma de un hombre o una mujer para mostrarla al público, por eso tiene algo de invasión. Un entrevistador debe ser culto y venir del caudaloso río del periodismo. Alfredo Campos Villeda cumple con ambos requisitos, despliega su conocimiento literario y le deja caer el polvo mágico de las letras periodísticas. Con el tiempo la entrevista logró un arte mayor: la conversación, sin confundir al protagonista y a su sombra. De esto tratan estas veinte entrevistas realizadas a lo largo de los años: de letras, plática y conocimiento. En conjunto, las historias contadas por notables autores de nuestro tiempo proponen una perspectiva: ¿qué es la literatura? y ¿cómo se escribe? Del mismo modo le devuelven al libro su carácter único y le dan a la memoria de los escritores y las escritoras su rango más profundo, la restauración del recuerdo. Campos Villeda viene del tiempo en que las redacciones ardían entre noticias bomba, periodismo puro. Pero se dio tiempo para escapar del fuego diario de la noticia para cubrir la nota, como se decía antes, entrevistando autores. Alfredo le da a la entrevista rango de género literario. Un periodista culto siempre es un creador, él es uno de ellos y nos demuestra que sin lectura no hay noticia. Rafael Pérez Gay

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Seitenzahl: 234

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Voces y ecos literarios

Veinte entrevistas con escritores de nuestro tiempo

Alfredo Campos Villeda

Prólogo

Maruan Soto Antaki

Para mis hermanitas Blanch, Olguita (†)

y Raque, a quienes tanto debo.

He querido transcribir esta conversación fielmente.

Si ahora no es natural, tiene culpa el arte o la memoria.

ADOLFO BIOY CASARES

Elogio de la curiosidad

Prólogo

La curiosidad empieza a desaparecer cuando el mundo entero grita, supone y afirma. Escasean, así, quienes tratan de saber. Siempre han sido pocos, pero esos dan la impresión de que en el paisaje de murmullos cada vez son menos, perdidos entre los satisfechos que no cuestionan ni gustan de ser cuestionados.

Alguna voz quizá dirá que es todo lo contrario y el mundo es cada día más grande y, por ende, se dialoga más. Llevamos un par de décadas asumiéndonos conectados, suficientes para que la idea ya no signifique nada. Sí, el mundo se hizo más grande, pero conforme se ha sobreamplificado fueron reduciéndose los espacios culturales, la atención a los intangibles, los terrenos de la escucha compartida y mutua.

Al periodismo se le han dado múltiples connotaciones, referencias a menudo dirigidas a su función social ligada a lo político, pero ni es sólo un contrapoder o una herramienta para la conciencia o acción ciudadana y tampoco, contrario a la suposición común, implica forzosamente una voluntad o dominios masivos —es mayor la cantidad de gente que no lee periódicos a la que lo hace, por mencionar un ejemplo—. La acotación anterior se encuentra aún más presente en el periodismo cultural, que ante todo guarda las reglas de un arte noble, dispuesto a la generosidad de quien no espera nada a cambio, más que compartir lo que se va descubriendo.

Por la naturaleza de su objeto de observación, los instrumentos al alcance de este periodismo cuentan con la pureza íntima de la mirada, la lectura, la apreciación, el juego entre la teoría, el método, el acercamiento filosófico a las expresiones culturales o artísticas y el balance entre la racionalidad y la sensibilidad.

En la literatura, tradicionalmente, dos cuerpos se han encargado de pensar, procesar y acercar las obras: la crítica y la entrevista. La primera, en franco descrédito y desuso dentro del entorno mexicano; la segunda, secuestrada por la propia industria editorial. Con más de un centenar de publicaciones al mes, dirigidas a la mesa de novedades en cualquier librería, la entrevista, no sólo en México sino en casi todos los países, se transformó en la herramienta de promoción por excelencia. Las editoriales buscan un catálogo de periodistas, casi siempre los mismos, para hacerles llegar ejemplares imposibles de leer por su simple cantidad, para que los autores nos sentemos con ellos en un espíritu más cercano al mercado que a la literatura.

De esta manera, la entrevista pasó a ser un objeto de muchas otras disciplinas, casi todas las imaginables, mientras fue abandonando sus cercanías a un género literario. Ante esa marea resisten páginas como Voces y ecos literarios,que hacen de Alfredo Campos Villeda uno de esos pocos personajes de las primeras líneas, discretos como siempre presentes, necesarios en una realidad que por fortuna tiene a los curiosos queriendo comprender, saber, preguntar para obtener respuestas capaces de llevar a más preguntas en la insatisfacción constante del lector y el periodista. Ambos oficios unidos en este inventario de conversaciones, impulsadas por ninguna otra razón que la más cercana a la sinceridad: el entusiasmo del lector y la búsqueda de la honestidad en el autor.

¿Cuáles son las preguntas correctas a quien se le pregunta de todo? ¿Por qué es importante la conversación con el escritor? Las respuestas se entrecruzan. Toda conversación puede hacerse importante si las preguntas en su interior lo son. Eso no quiere decir que la relevancia esté determinada por la búsqueda y el hallazgo de lo insoluto, sino a partir del juego preciso que tiene la posibilidad de situar la palabra en el espectro de lo literario.

La literatura no es reflejo de ninguna época, aunque el autor no se pueda desprender de la suya. Sobran textos, como siempre lo han hecho: no todos, ni sus autores, pertenecen a la literatura. Para llegar a ese punto es necesario equilibrar dos mundos, lo que ocurre afuera y lo que sucede adentro. El exterior y el alma. Si ese balance se logra dar de forma adecuada, se podrá considerar la pertenencia a lo literario.

Campos Villeda utiliza cada uno de sus recursos: el periodismo, la práctica del reportero, el entendimiento político, social y cultural tanto de México como de diversas latitudes, la ética en el editorial de opinión, reconoce el papel del lenguaje, juega con varias lenguas y, sobre todo, con la curiosidad del inconforme, para conversar de interculturalidad en política con Le Clézio; de la mala aceptación que tiene la incertidumbre en la necedad humana de anticipar el futuro, con Salman Rushdie; de la diversión con Arturo Pérez-Reverte, en una época que parece olvidar o censurar su urgencia; de las herencias con Emmanuel Carrère; del optimismo con Amin Maalouf; de los ajustes de cuentas con Ligia Urroz, etcétera. Es decir, de lo que se esconde a la vista, atrás de lo que se asume, y pide la mirada dedicada a todos los intereses y preocupaciones del lector, que lee por inmenso placer, sin necesidad de adornarlo con lo que no es, ni de lo que no pide la imposición de artilugios mercantiles, en tránsito simultáneo con su arcón de bagajes.

La combinación, armoniosa y poco común, convierte las conversaciones en una brújula cuando éstas escasean. Ahí su importancia. Voces y ecos literarios es un elogio a la conversación entre el lector y quien escribe. Haciendo de su diálogo otra pieza de literatura.

En múltiples conferencias he comentado que, en mis casas, personal y familiar, las paredes rara vez se decoraron por cuadros al estar ocupadas por libreros. Es la diferencia con la costumbre occidental, donde las bibliotecas tienden a ser espacios remitidos a un cuarto, así se tratase de un refugio o santuario. Para los usos medioorientales, los libros ocupan cada espacio y habitación disponible en un hogar.

Voces y ecos literarios se parece a esas habitaciones, hace casa de libros. Una llena de ellos, de sus instrumentos metaliterarios, descubiertos por una figura: el lector profesional. Sí, estos existen. Uno de ellos ha pasado una década con otros como él.

Maruan Soto Antaki

Ciudad de México, diciembre de 2023.

Una década de entrevistas

Este volumen se comenzó a cocinar hace una eternidad. En medio de una sed inusitada de lecturas, en un tiempo prehistórico de juventud cuando el descubrimiento de ese placer daba a cada título un halo de novedad, de hallazgo personal que hacía íntima esa relación con los libros, llegó uno titulado El oficio del escritor,1 editado por Era en México, que reunía una serie de entrevistas a grandes autores, lograda por jóvenes estadunidenses viviendo en París, empeñados en pegar una sacudida al acartonado formato imperante ya rebasada la primera mitad del siglo xx.

Bisoños en los avatares del periodismo, suplieron su novatez con arrojo y se acercaron a las puertas de figuras decisivas en la historia de la literatura sin los prejuicios de un experto, ya que dedujeron que sin recursos y con un prestigio aún por venir, no podían conseguir textos exclusivos de esas grandes plumas, pero sí capturar sus voces. Improvisaron acudiendo a descripciones casi de novela realista que precedían el intercambio de preguntas y respuestas. Así comenzó la leyenda de Paris Review y por ahí desfilaron Hemingway, Capote, Miller, Pasternak, Moravia et al.

El entonces joven estudiante, recién matriculado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, apenas si tenía noticia de algunos de los autores entrevistados en ese libro, pero se prendió de sus conceptos, de la confesión de sus procesos creativos, de sus filias y fobias, de sus historias tan suculentas como las de sus personajes. Pero, también, del arte de la entrevista, para decirlo con el título de Rosa Montero.2

Ya como profesional, no ha encontrado aquel periodista mayor satisfacción en su carrera de treinta y cinco años que las charlas con escritores, antes que aquellas con grandes músicos, deportistas legendarios y, mucho menos, con políticos. La baraja por elegir ha implicado una suerte de desafío, porque responde al tamaño y a la fama de cada uno de los convocados, voces fundamentales de nuestro tiempo, pero despertará algunos extrañamientos previsibles.

¿Por qué no está fulano?, será acaso la primera interrogante, ante la ausencia natural no de uno, sino de decenas o cientos de grandes referentes de las letras. La respuesta será simple en dos vías: porque no habían sido entrevistados en el momento en que tomó forma este proyecto, o nunca lo serán, o porque el entrevistador ha discriminado, ha hecho su selección personal, privilegio de autor, buscando sin éxito una homogeneidad en la dimensión de los invitados. Una segunda pregunta, acaso más espinosa, quizá sea por qué hay una mayoría de hombres. Aunque la explicación es también sencilla, no es tan fácil de digerir: siendo tan dispar la cifra de ellos frente a la de ellas ante la grabadora en una década, se ha optado por consumar este plan como venía atendiendo primero a la talla de los autores, a la pertinencia de la entrevista, a la relevancia de sus dichos, antes que a un equilibrio de género por razones de corrección política.

Todos los entrevistados de este libro viven. Es una primera consideración. La segunda es que todos son figuras relevantes a escala internacional y la prueba es que se abre con un ganador del Premio Nobel, aunque aparecen varios que han sido nominados. En todo caso, son estrellas rutilantes con obra traducida a varias lenguas y galardones diversos, voces que hablan aquí de demonios, técnica, visiones, lecturas y aficiones.

Se ha procurado seguir un orden cronológico que abarca una década de charlas, de 2012 a 2022, dividida en tres apartados. “Festivales y ferias”, que incluye a grandes autores extranjeros en el contexto de encuentros literarios en México; “Letras de casa”, con escritores nacionales de talla internacional, y “Conexión remota”, en el que las conversaciones no se pueden desligar del contexto de la pandemia y la pospandemia, condición que asoma en el contenido y en la forma de obtenerlas y consumarlas.

Una primera versión de cada una ha sido publicada en Grupo Milenio de México, casi todas en triple formato (impreso, digital y televisivo), y algunas en el periódico El Mundo de España, otras en el portal cultural Fusilerías. Sin embargo, fueron reescritas para una presentación en forma de libro y reforzadas con pies de página que mejoran la comprensión de datos, fechas y acontecimientos que pudieran lucir desfasados. Algunos detalles que responden a coyunturas específicas obsoletas han sido eliminados, pero quedaron otros que ayudan a atrapar el momento del encuentro: exhiben oportunidad y contextualizan. Por lo demás, algunas entrevistas responden a más de una reunión con el escritor y en tal caso se ofrece la aclaración.

Finalmente, es indispensable destacar el apoyo invaluable de muchos amigos para este proyecto. Héctor Zamarrón por su invitación a participar durante ocho años en los programas desde la fil Guadalajara, Ariel González y Jesús Alejo por la gestión de varios encuentros, Paola Tinoco y Llüisa Matarrodona por facilitar dos citas indispensables, Edson Alamilla por su generosa guía en el contacto con algunas figuras y Erandi Cerbón Gómez por la lectura crítica de esta obra. Maruan Soto Antaki me honró con un generoso prólogo y Carlos Sánchez Morán se aplicó en la corrección y en los comentarios a la versión preliminar. Las contribuciones de Édgar Zapata e Ilse Pérez Morales, por cierto, fueron decisivas.

A todos, mi agradecimiento infinito.

ACV

Ciudad de México, diciembre de 2023

I. Festivales y ferias

J. M. G. Le Clézio

Rulfo y Rimbaud, fascinación por la muerte que anuncia al genio

Xalapa. La bruma que suele recorrer Xalapa comienzaa disiparse con los primeros rayos del sol. Hace frío. Es diciembre de 2012. Sin embargo, en ropa ligera, el escritor Jean-Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940) bromea con los técnicos que le colocan los micrófonos para la entrevista: I am wired!, dice divertido, mientras disfruta la vista que ofrece la piscina del hotel, con el Pico de Orizaba de fondo, y comenta que una charla con tal escenario resulta imposible en la capital, aun en Chapultepec, “donde no faltan las sirenas de ambulancia”.

Al premio Nobel de Literatura 2008 le corresponde inaugurar el Hay Festival más tarde, pero en ese momento matinal anda cómodo, con camisa de manga corta oscura, pantalón gris y huaraches. Esa misma noche viajará a Ciudad de México para dirigirse a Corea del Sur, donde será jurado de un festival de cine. Pero ahora hay tiempo para hablar de Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, de Jean-Paul Sartre y Albert Camus, de Malcolm de Chazal y de Aimé Césaire.

México —dice—, que era un país de corte soviético cuando él lo conoció bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, ha cambiado y sí enfrenta problemas, pero propios de una nación moderna, que ha progresado, nueva. “Aquel país también era violento”, recuerda a propósito de 1967. “La primera noticia que leí cuando llegué fue la de un muchacho que mató a un taquero”. Y aunque es cauto en el terreno político, sobre Florence Cassez, entonces presa por secuestro, especula que se beneficiará con el cambio de gobierno en México, es decir, con la salida de Felipe Calderón y la llegada de Enrique Peña Nieto.

Comencemos con su obra, que tiene una entraña antropológica: África, Michoacán, Tailandia… ¿Esa fue la intención desde entonces? Sobre todo en obras como Le rêve mexicain (El sueño mexicano) o L’Africain (El africano)…

—No soy antropólogo para nada, pero me atrae la conexión entre la literatura y los sentidos, las tradiciones, y México es perfecto, desde el comienzo de la literatura iberoamericana, pero también los textos originales, como los de Fernando de Alva3 sobre Tezozómoc,4 como La relación de Michoacán,5 que es un escrito de primera importancia para la humanidad, con la calidad literaria de una novela policiaca o una obra de teatro, con diálogos y estilo, reflejo atenuado de una sociedad donde cada año, para la fiesta de la justicia, el sacerdote encargado cuenta una historia durante seis horas o más, sin parar, a un nivel que nos hace pensar en la Odisea.

Usted llega a México como parte de su servicio militar. ¿Cómo va a dar a Michoacán? ¿Ya conocía a algún escritor mexicano?

—Nada. Llegaba de Tailandia, pero como tuve un problema, me mandaron para acá y me encuentro un desastre, una estancia de pesadilla. Le cae un rayo al avión, había una tormenta que provocó inundaciones, me rodea gente hostil… Mi primera impresión, pues, no fue buena. Pero voy leyendo en una biblioteca en la que yo trabajaba obras antiguas y modernas, y ahí encuentro la dimensión real de México: país de la imaginación, paraíso de la literatura.

En Le rêve mexicain6 usted habla de un país que es “una tierra de sueños, hecha de una verdad diferente, de una realidad diferente, de una luz extrema y de violencia”. Por lo visto, poco ha cambiado…

—En aquella época, 1967, también era violento. El primer titular que vi en la portada de un diario era: “Tacos, tacos, y lo mató su amigo” —dice el francés, riéndose, con un magnífico español aderezado con el de sus vecinos en Texas, donde vive con una de sus hijas.

Este tema de la Conquista lo obsesiona. En el libro antes citado, escribe sobre el encuentro de los dos sueños: “La tragedia de este enfrentamiento está por completo en su desequilibrio. Es el exterminio de un sueño antiguo por el furor de un sueño moderno, la destrucción de los mitos por un deseo de poder. El oro, las armas modernas y el pensamiento racional contra la magia y los dioses: el desenlace no podía ser diferente”.7

Usted conoció hace treinta o cuarenta años un México gobernado por el PRI que, como usted sabe, fue llamado “la dictadura perfecta” por Mario Vargas Llosa. Ahora regresa ese partido al poder. ¿Qué opina?

—Era la época de Gustavo Díaz Ordaz, dura, represión a los estudiantes. Hoy veo mucho progreso en cuanto a las libertades, los estudiantes son libres de expresarse, la competencia política es equilibrada. Antes México era como la Unión Soviética, pero ahora es un país nuevo, con problemas, sí, pero problemas de país moderno.

***

De vuelta a la literatura, usted comienza como escritor existencialista. ¿Tomó partido en algún momento entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus?

—Sí. Siempre me ha fascinado Sartre, el filósofo más verdadero de Francia. A Camus le tengo desconfianza, porque en la guerra de Argelia no tomó posición. A mí me afectó, sobre todo, porque tenía la amenaza de ser enviado al frente a combatir a los independentistas. Camus nunca tuvo la audacia de decir la verdad. Sartre sí.

Y también renunció al Premio Nobel…

—Muy bien que lo hiciera. Tengo un amigo escritor cuyo segundo nombre es Sartre porque nació el mismo año en que Jean-Paul renunció al premio, y su padre admiró mucho ese gesto. Y yo también.

Le Clézio fue parte de una generación que se llamó “de la ruptura”. Sin embargo, su obra luce totalmente singular, fuera de algún proyecto de grupo. ¿Cómo evalúa ese tránsito de entonces a la fecha, ya con el Premio Nobel?8

—No tengo la impresión de haber cambiado tanto, pero seguramente cuando uno envejece tiene puntos de vista diferentes, cambia de mentalidad, se adapta al mundo. La juventud tiene la ventaja y la falla de ser absoluta en su pensamiento, no quiere cambiar ni adaptarse, es radical, pero con la edad vienen los cambios. Como las tortugas y los árboles, hay que adaptarse o morimos.

En el lejano 1964 usted escribió en Fiebre: “Hace tiempo renuncié a decir todo lo que pienso; me he conformado con escribirlo todo en prosa. La poesía, las novelas y los cuentos son antigüedades peculiares que ya no engañan a nadie, o casi a nadie”. Considerando que no es un personaje el que lo dice, ¿sostiene tal afirmación?

—A pesar de tan radical declaración, la novela es el arte más sincero, porque se compone con trozos de otras obras y de otros géneros. La novela es el arte de componer, es obra de artesano, y en ese sentido soy como Jean-Luc Godard,9 quien cree que el artista da lo mejor de sí cuando tiene una lijadora para pulir la madera.

Se dice que Shakespeare es el padre de la lengua inglesa, Dante de la italiana, Goethe de la alemana y Cervantes de la española. ¿Quién es el autor de referencia, la máxima pluma, en el caso de la lengua francesa, en su opinión?

—Para mí es Malcolm de Chazal,10 poeta de Mauricio, poco conocido, pero que renovó totalmente el uso del francés; hizo de esta lengua, demasiado rígida e impermeable, una sutil e inventiva, mezclada con palabras de otros idiomas, especialmente adaptada al mundo criollo.

Como Aimé Césaire.11

—Sí, es algo como Césaire —concede con entusiasmo—, otro caso interesante con esta cualidad.

¿Es acaso su escritor favorito?

—Aimé Césaire es uno de ellos, por inventivo, porque practicó el arte de la interculturalidad, que es la posición esencial moderna…

Y la negritud —interrumpe el reportero.

—Pero hizo mucho más, como su obra Una tempestad, que es la obra de Shakespeare escrita por un esclavo. Es una obra capital en la historia de la literatura francesa.

En el cierre del siglo xx y el comienzo del xxi, muchos autores en lengua francesa son extranjeros. Milan Kundera es checo, Ismaíl Kadaré es albanés, Gao Xingjian es chino, Tahar Ben Jelloun es marroquí… Todos hablan de Michel Houellebecq, pero es Le Clézio el Nobel. ¿Quién era su candidato la noche anterior?12

—No puedo decirlo. Pero sí subrayo que yo no soy puramente francés: mis papás son de Isla Mauricio, tengo dos pasaportes, dos sombreros, dos nacionalidades, y puedo intercambiar. No puedo decir que soy parte de ese grupo del que hablas, pero sí pertenezco a lo que Octavio Paz llamaba la francofonía, y preguntaba: “¿Acaso será la francofobia?”

Cuando se recibe un premio como el Nobel, decía Günter Grass, viene con el peso moral que se le asigna al autor, porque puede ser la voz y la conciencia de un pueblo. ¿Cómo ha sido en su caso?

—Como tengo dos sombreros —responde entre risas—, pues entonces me pongo el mauriciano y se acaba el problema.

En la presentación de su ensayo L’Africain, así justifica el libro: “Mucho tiempo soñé que mi madre era negra. Me había inventado una historia, un pasado, para huir de la realidad a mi regreso de África, a ese país, a esa ciudad donde no conocía a nadie, donde me había convertido en un extranjero. Después descubrí, cuando mi padre volvió a vivir con nosotros en Francia, que él era el africano. Fue algo difícil de admitir. Me ha hecho falta regresar al pasado, recomenzar, para tratar de comprenderlo”.13

***

¿Tenía alguna inquietud sobre México parecida a la de André Breton, a la de Antonin Artaud, que usted llama “el regreso a los orígenes”, cuando usted vuelve?

—El motivo de Le rêve mexicain fue la obra de Artaud.14 Yo comencé a escribir sobre el asunto gracias a José Luis Martínez, en cuya biblioteca encontré muchos datos del paso de Artaud en México, pero después hallé que había algo más universal, un mundo entero más allá de un poeta que viajaba. La participación de México en la civilización global es tremenda… La obra de Juan Rulfo, por ejemplo, escritor mayor de la narrativa del siglo xx.

Los autores que nos visitan suelen hablar de los escritores mexicanos. Una parte se queda con Carlos Fuentes, otra con Paz, pero casi todos coinciden en que Rulfo es uno de sus favoritos...

—Rulfo —toma la palabra con avidez— es un milagro de la cultura mexicana. Tuvo un papel menor en la vida literaria de México, pero a la vez, con sus dos libros, más el ensayo sobre Colima, con tres libros, construye la obra mayor de la literatura moderna mexicana, realista, fantástica, prefiguración de Gabriel García Márquez… inventó todo lo que cuenta en la imaginación moderna.

En esa brevedad, esa singularidad de su obra, ¿sería como Arthur Rimbaud?15

—Sí, sí, es el mismo pesimismo, una especie de fascinación por la muerte, una voluntad de destruirse, algo que anuncia al genio. Pero también me importa su punto de vista histórico sobre los cristeros. Él padeció esta época, era niño cuando a su papá lo asesinaron ellos, pero la misma familia tenía gente en los dos bandos.

Sé que también le interesa sor Juana.

—De ella me interesan los enigmas, la práctica del lenguaje, la invención del patriotismo mexicano. Ella fue la primera que habló del águila y su poesía, el uso del náhuatl es fascinante. También preparo un ensayo sobre mi amigo Luis González González, inventor de la microhistoria. Son tres espíritus diferentes que traducen la complejidad y la fuerza de la intelectualidad mexicana. Sobre los nuevos autores no he leído nada. Yo siempre regreso a los antiguos y viajo con sus papeles.

Finalmente, se lo tengo que preguntar: ¿le cree usted a Florence Cassez?

—No conozco a la persona. Lamento mucho la situación por su familia, debe ser muy duro para los padres de esta señorita, pero es un caso jurídico, ha sido revisado por la Suprema Corte, y yo la respeto, porque es independiente, no está bajo la influencia ni de Francia ni de los políticos mexicanos…

Aunque motivó una crisis diplomática…

—Pero la culpa usted sabe quién la tiene (se refiere a Nicolas Sarkozy)16

Empieza con S y acaba con Y…

—Exactamente. Ahora el asunto puede solucionarse, sobre todo para los padres de Florence, porque ella quizá tenga la oportunidad de purgar su pena en Francia.17

Se le oye satisfecho con el presidente Hollande.

—Pues sí, no espanta, como su antecesor…

No anda cazando gitanos…

—Así es, Francia no tiene la práctica de la interculturalidad, es algo nuevo, pero debería aprender de México algo al respecto.

***

Le Clézio quedó ligado a México, pese a su primera mala experiencia, y volvió varias veces, ya fuera para el encuentro de poetas que organizó Homero Aridjis en Michoacán en los años ochenta, o para recibir la Orden del Águila Azteca en 2012. De ese interés destaca entre su treintena de libros Diego et Frida, en el que acomete de nuevo esa tarea de buscar “encuentros” definitivos para la historia nacional.

Escribe de inicio: “De este encuentro nacerá todo en este México posrevolucionario donde tantos eventos y tantas ideas se agolpan y se fecundan. Es también un encuentro que cambiará toda la vida de Diego, llevándola a una dimensión de él mismo que no había imaginado, haciendo de esa jovencita (Frida Kahlo) una de las creadoras más originales y poderosas del arte moderno”.18

Ellos forman —sentencia Le Clézio— una pareja indestructible, mítica, tan perfecta y contradictoria como la dualidad mexicana original: Ometecuhtli y Omecíhuatl.19 Una extraña historia de amor que se construye y se explica por la pintura en tanto que ambos persiguen una obra distinta, pero complementaria.

Me entero de que entre sus ciudades favoritas está Xalapa —comenta el reportero, ya terminada la entrevista, mientras el autor firma libros y le retiran micrófonos.

—Creo, con Jaime Augusto Shelley,20 que Xalapa es la ciudad mexicana surrealista por excelencia —responde con seguridad.

Porque usted no conoce Xilitla.21

El novelista se despide con un apretón de manos y una gran sonrisa. A unas calles del hotel Xalapa se levanta la biblioteca Carlos Fuentes y sobre ella se aprecia, inmenso, el Pico de Orizaba.

Salman Rushdie

Los versos satánicos ya es literatura… veintisiete años después

Guadalajara. Este hombre, acosado desde 1989 porelfundamentalismo islámico, aguarda paciente, con cierto aire de resignación, la llegada del reportero al estand de Grupo Planeta en la Feria Internacional del Libro 2015. Sus dedos vuelan en el chat del teléfono inteligente. Se nota relajado, aun cuando asegura durante la conversación que no volverá a escribir Los versos satánicos... no por miedo, sino porque ese libro, dice, ya lo escribió. Y se ríe de buena gana.

Salman Rushdie (Bombay, 1947) luce cómodo con una camisa a cuadros, manga corta y un pantalón sport negro. De buen humor, se entusiasma con uno de sus temas favoritos, los cuentos de hadas y la realidad, a propósito del lanzamiento en español de su nueva novela, Dos años, ocho meses y veintiocho días, editada por Seix Barral. Y no deja pasar una oportunidad para lanzar algún dardo de ironía o responder con sarcasmo, como en sus libros. Se divierte, pero pronto recupera la seriedad.

Parece cerrar un círculo con estos nuevos personajes desde aquellos de un viejo filme que, en sus palabras, lo motivó a ser escritor: El mago de Oz. Pero en la charla también se refiere a la época oscura y violenta que vive el mundo en conflicto, rememora encuentros con Carlos Fuentes y Ryszard Kapuściński, enfatiza su devoción por Juan Rulfo y defiende que se haya otorgado el Premio Nobel a una periodista, la bielorrusa Svetlana Aleksiévich.

Me dicen que usted no habla español, así que lo intentaré en inglés. ¿Cuántas lenguas habla usted, cuya obra ha sido traducida a cuarenta?

—Ahora está traducida a cuarenta y una. Hablo bien el francés, un mal italiano y algunas lenguas de la India.

Comencemos con el concepto “generación”. Carlos Fuentes y Milan Kundera parecen adoptarlo en su generación, al menos eso se desprende del libro Geografía de la novela, del mexicano, y de Los testamentos traicionados, del checo. ¿Existe esa generación? ¿Cree usted en ese concepto?