Amor, Sentimientos, Caos - Silvia Kaufer - E-Book

Amor, Sentimientos, Caos E-Book

Silvia Kaufer

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Beschreibung

Esta novela contiene mucho para el corazón, así como escenas apasionadas y muy eróticas. Estos se describen en detalle, pero muy agradables. Sin expresiones vulgares ni palabras repulsivas. La novela es estimulante para fantasías sin límites. La historia: La exitosa abogada Susana se cuestiona la validez de su matrimonio, pues se siente cada vez más alejada de su marido. Un día acepta un nuevo caso que le permite conocer a Markus, un atractivo y encantador empresario. Este encuentro hará que se tambaleen los cimientos de su vida. En principio cree que no siente nada por él, pero cambia de idea cuando Markus comienza a tratarla con cariño. La novela tiene un final feliz erótico-romántico.

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Amor, Sentimientos, Caos

Amor, Sentimientos, CaosPie de Imprenta

Amor, Sentimientos, Caos

Novela romántica-erótica

Capítulo 1

Susana estaba frente a la ventana de su despacho contemplando el cielo gris. Era un lunes lluvioso, el último día del mes de noviembre. Desde su pequeña oficina del ático, podía ver perfectamente la zona peatonal que, con ese temporal, estaba poco concurrida. En verano, en cambio, siempre reinaba un intenso movimiento, los pequeños bares y cafeterías abrían sus terrazas y la gente disfrutaba de esta zona sin tráfico para relajarse. Allí es donde solía quedar la gente para comer a mediodía, o para tomar una copa después del trabajo. Sin embargo, en esa época del año el pasaje estaba prácticamente desierto, sólo se veía a un par de peatones que se apresuraban por la calle con sus paraguas. Susana observaba como, los tejados oscuros adquirían un efecto brillante bajo la lluvia y, entre ellos, se erguía el majestuoso campanario, restaurado recientemente. Cuando oyó el reloj tocar la hora, Susana se dejó llevar por el juego de melodías que sonaba cada tres horas.

Era aquel mes desesperante que Susana tanto detestaba. Además, estaba criando un resfriado y lo único que quería era poder irse a casa de una vez, aunque, con su trabajo, no era tan fácil. Hacía diez años había fundado un bufete de abogados con su marido en Alcossebre. Ferrán Gómez se había especializado en la creación, venta y fusión de sociedades y ocupaba, junto con su equipo, los dos primeros pisos del pequeño edificio de oficinas. Durante los últimos años, ella se había convertido en una experta en derecho matrimonial y había ido creando su pequeño imperio en el ático, donde ocupaba su lugar de trabajo. El aire romántico y la sensación agradable que transmitían las estancias reflejaban el carácter y el encanto de la joven abogada.

–Susana, ha llegado el señor Ferrer –le oyó decir a su secretaria Marta Pequero. Marta era su mano derecha desde que empezaron y se había ido convirtiendo al cabo de tantos años también en una buena amiga.

–Por favor Marta, acompáñelo a la sala de reuniones, voy enseguida. Por cierto, ya puede irse a casa. –Era su última visita del día y después podría marcharse por fin a casa. Antes de pasar a la sala, se miró un momento en el espejo.

–Buenas tardes, señor Ferrer, me llamo Susana. –Le estrechó la mano mirando a sus ojos, grandes y de color castaño oscuro.

–Hola Susana. Me la han recomendado a usted como abogada especialista en divorcios y eso es exactamente lo que estoy buscando ahora. ¿Podríamos ir directamente al grano?

Como solía representar a mujeres en asuntos de divorcios, le gustó el hecho de poder apoyar a un hombre, para variar. La conversación se desarrolló de forma muy profesional, pero relajada. Marcos Ferrer era un hombre muy atlético. Vestía un traje de color gris claro, de corte elegante, con una camisa azul oscuro y la corbata a juego. Su colonia desprendía un olor algo áspero al olfato que encajaba perfectamente con su carisma. Susana no sabía muy bien qué era aquello que le atraía en ese hombre, pero había una cierta tensión en la sala que nada tenía que ver con el asunto del divorcio. Qué hombre, pensó, totalmente distinto a su propio marido.

–Oiga, Susana, ¿me está escuchando? –Marcos Ferrer disfrutaba con la situación. La miró a los ojos y se echó a reír afectuosamente. Hacía algún tiempo que reírse ya no formaba parte de su rutina. Desde que hacía más de un año su mujer lo abandonó por otro hombre, solía quedarse a menudo solo en casa, meditando sobre las injusticias de este mundo. Económicamente, Marcos Ferrer gozaba de una posición inmejorable. Su empresa funcionaba a la perfección, incluso sin él, y hubiera podido volver a tener a cualquier mujer a su lado enseguida. Sin embargo, los que le conocían sabían perfectamente que era el tipo de hombre que creía en el amor verdadero.

–Perdón, estaba totalmente sumida en mis pensamientos. Normalmente suelo estar concentrada, pero es que hoy... Creo que ya lo hemos comentado todo por el momento, voy a redactar la demanda y se la haré llegar. Después podemos concertar una nueva cita, si le parece. –Lo único que quería Susana era terminar cuanto antes aquella conversación. Su corazón palpitaba con tanta fuerza que tenía la sensación de que iba a desmayarse en cualquier momento.

–Naturalmente que estoy de acuerdo, me encantará volver a verla. –Le dio la mano de una forma casi afectuosa, la miró de nuevo a los ojos dibujando una sonrisa, se dio la vuelta y abandonó la sala.

Susana se quedó inmóvil. Tardó un rato en recoger el expediente «Ferrer» y volver a su despacho. A continuación, se dejó caer sobre su sillón, cerró los ojos e intentó poner orden al caos de sensaciones que rondaban su cabeza. Recordó el día en que conoció a su marido: hacía exactamente doce años, un día lluvioso como aquél del mes de noviembre. Llegó tardísimo y totalmente empapada a la universidad, porque había perdido el autobús. El profesor ya había empezado la clase cuando entró sigilosamente en el aula. Sabía que a ese señor algo mayor no le gustaba en absoluto que los estudiantes llegaran tarde ni tener que llamarles la atención. Se acordaba perfectamente de las palabras que pronunció cuando ella entró a hurtadillas. –¡Señorita, como castigo, el que llega tarde se sienta aquí conmigo en la primera fila! Delante quedaba una silla vacía, así que se sentó rápidamente enrojecida de pudor. Al cabo de un momento, empezó a estornudar y el chico que estaba sentado a su derecha, con una sonrisa en la boca, le tendió un paquete de pañuelos: ese fue el principio de un gran amor. No pasaba ningún día sin que se vieran y, al cabo de un año, se casaron. Al año siguiente, la fundación del bufete significó un gran paso para ellos y, como ambos daban prioridad a la carrera profesional, el éxito no se hizo esperar. Económicamente prosperaron tan rápido que pronto se pudieron comprar una casita en la Urbanización el Pinar, cerca de Alcossebre, no muy lejos de un pequeño lago. La casita estaba ubicada en una zona muy tranquila, sobre una pequeña colina, desde la cual se podía contemplar la puesta de sol sobre el mediterráneo.

La casa estaba ambientada en un estilo muy romántico, cuya decoración Ferrán Gómez había dejado en manos de su mujer. Evidentemente, también disponía de dos estudios. Cuántas veces se habían quedado los dos hasta altas horas de la madrugada preparando sus escritos.

De repente, se despertó sobresaltada y con el despacho a oscuras, ¿se había dormido? Encendió la lámpara del escritorio y al mirar el reloj se dio cuenta de que se había quedado dormida dos horas. Recogió sus cosas a toda prisa, apagó la luz y se fue a casa.

Aquella noche su marido tenía una cena de negocios, así que podía estar a sus anchas. Después de darse un baño caliente, se preparó un bocadillo de jamón y un refresco y se sentó cómodamente delante de la chimenea, que ya empezaba a desprender un calor agradable. En momentos como esos, se ponía a reflexionar; se preguntaba, como tantas otras veces últimamente, si su marido y ella se habían ido distanciando. Sus conversaciones sólo giraban entorno al trabajo, en su vida sentimental se imponían más las obligaciones que la diversión y sólo se daban algún beso cariñoso de vez en a modo de exhibición en alguna reunión de negocios. ¿Es que aquello era solo una fachada para dar la imagen de matrimonio perfecto y feliz? Cada vez que Susana expresaba su deseo de tener hijos, su marido le iba dando largas, se desvanecieron sus ganas de tenerlos. ¿Pero es que eso era todo? ¿Qué capacidad y sentido tenía el matrimonio? Esta vez tampoco encontró la respuesta, así que se fue a la cama descontenta y escéptica. Se puso un CD romántico y se recostó sobre las almohadas escuchando la música. Mientras escuchaba aquella melodía romántica extasiarte, se dio cuenta de lo sola que se sentía. Durante un buen rato estuvo pensando en todo aquello y en aquel hombre maravilloso del expediente «Ferrer», que tenía algo que le atraía intensamente.

De golpe sus pensamientos empezaron a adquirir vida propia, a crear fantasías y empezó a imaginarse cómo sería la sensación de sentir sus caricias. Absorta en sus fantasías, Susana de pronto sintió un ligero cosquilleo en el vientre y notó que su pulso latía cada vez más rápido. ¡No podía soportar tal intensa excitación! Ansiaba sus caricias, su olor y su virilidad. Una gran tensión se había apoderado de todo su cuerpo y notaba como se le endurecían los pezones. En sus fantasías, él le agarraba la cabeza con ambas manos acercándola hacia él, sus labios se encontraban y le recorría un excitante cosquilleo por todo el cuerpo, cuando sus lenguas se tocaban. Él se arrimaba y empezaba a recorrerle el cuello a besos, mientras sus manos se embarcaban en una ruta de exploración por todo su cuerpo y ella sentía que se deshacía de placer. De repente, sentía su respiración al oído y se le ponía el vello de punta por todo el cuerpo. Ella dejaba que sus manos sustituyeran las caricias de él, que tanto anhelaba, sus dedos insinuaban su centro y tenía que contenerse, para no gritar intensamente de deseo. Sentía como su clítoris se humedecía y ardía de deseo. Cómo gozaba imaginándose sentirlo tan cerca. Su cuerpo estaba tenso, se retorcía y gemía con fuerza, mientras sentía que una sensación de relajamiento agradable se apoderaba de su cuerpo. Saboreó esta sensación durante un buen rato hasta que se sumergió en un sueño maravilloso.

Capítulo 2

Pasaban unos minutos de las siete cuando Susana se despertó. El otro lado de la cama estaba vacío, pero ya estaba acostumbrada a despertarse sola a menudo. Cuando las reuniones de trabajo de su marido duraban más de la cuenta, solía dormir en la oficina. Había habilitado una habitación pequeña en el ático del edificio para tales ocasiones. A pesar de que últimamente se repetían mucho esas largas reuniones, Susana confiaba en su marido y no le daba más importancia al asunto.

Pasadas las nueve, entró en el bufete como siempre muy elegante, perfectamente arreglada y con buen humor. –Muy buenos días a todos, ¿dónde puedo encontrar a mi marido?

–Le llamo al busca y vendrá enseguida–, exclamó su secretaria.

–Por favor, dígale que estoy arriba, en mi despacho y que allí le espero–. Susana subió y saludó primero a Marta. En ese momento, entraba también su marido, un tanto nervioso, o al menos eso le pareció. –Buenos días Susana, me has hecho llamar al busca?

–Buenos días, cariño. –Susana se acercó radiante a su marido, tendió su pequeña barbilla y estiró sus labios esperando un besito de buenos días. –El beso, ¿me lo he imaginado o realmente me han tocado tus labios? –preguntó algo confusa.

–Perdona, es que no he dormido mucho, estoy agotado y me espera un día todavía más duro. Puede que tampoco pueda venir a casa esta noche. –Ferrán Gómez parecía realmente nervioso y se despidió deprisa de su mujer, cuando lo llamaron al busca para que acudiera a su despacho. Susana le siguió con la mirada un poco triste, pero enseguida se puso a terminar de redactar el escrito de alegaciones del expediente «Ferrer».

El día transcurrió muy tranquilo; sólo tuvo que atender dos llamadas, el resto, las atendió Marta. Una de las llamadas le hizo especial ilusión: era de su amiga Laura Fontecha. La conoció hacía un par de años en un hotel para seminarios, durante un congreso de abogados al que asistió con su marido. Laura pintaba óleos y exponía su primera colección en el vestíbulo de ese hotel. Como a Susana le había interesado la pintura desde pequeña, pronto entablaron conversación. Desde entonces, surgió una fuerte amistad entre ambas y se visitaban una vez al año. Laura la había invitado el próximo fin de semana, porque el viernes tenía otra exposición y tenía ganas de que Susana estuviera con ella. Vivía en una casita pequeña de un pueblecito de montaña muy pequeño, situado a bastante altitud, en Sierra Nevada. Como allí ya estaba nevado, tardaría casi tres horas en llegar, así que pensó en marcharse el jueves. Susana estaba impaciente por ver a su amiga, pero antes tenía que comentar la demanda con Marcos Ferrer.

–Marta, ¿podría hacer el favor de llamar al señor Ferrer y acordar una cita para mañana? Por cierto, y anote en la agenda que el jueves y viernes estaré fuera de la oficina.

¡Oh, qué bien!, pensó Susana, tres días de descanso y relajación, qué sensación tan fantástica. Susana estaba totalmente distraída, hasta que la voz de Marta interrumpió sus pensamientos.

–La cita con el señor Ferrer es mañana por la tarde a las cinco en su oficina, ya que, por algún motivo, no puede venir él. ¿Le va bien así, Susana? –Aquel día todo le iba bien, ni siquiera un huracán hubiera sido capaz de amargarle el día. Incluso Ferrán Gómez parecía haberse alegrado un poco cuando Susana le dijo que se iba tres días a visitar a su amiga.

La puntualidad era algo primordial para Susana, así que poco antes de las cinco ya estaba en la recepción del Grupo Ferrer. Una joven vestida muy elegante la acompañó por la planta de dirección hasta la puerta del despacho. Antes de entrar, Susana se miró un momento en el espejo grande de la pared, muy satisfecha de lo que veía en él. No tenía figura de modelo, pero tampoco pretendía tenerla. Sus curvas femeninas estaban en su sitio y reflejaban un cierto bienestar. Llevaba puesto un pantalón de traje negro con un cinturón fino dorado y zapatos de tacón a juego. El colgante con el pequeño brillante le acentuaba aún más su bonito escote y el pelo negro, corto, tan desenfadado, le daba un ligero carácter aniñado a su rostro. Ni el maquillaje discreto, ni el pintalabios rosado claro podían quitarle protagonismo a aquel peinado «a lo chico».

–El señor Ferrer dice que pase a su despacho. –Con estas palabras, la joven abrió la puerta del despacho y la hizo pasar. Marcos se dirigió a ella sonriendo, le dio la mano y la saludó. Susana tenía la impresión de perder el equilibrio. –Me alegro muchísimo, de volverla a ver tan pronto, Susana. ¿Quiere tomar un café, o mejor un té?

–Un café, si no es mucha molestia.

Susana abrió el expediente y, a continuación, mantuvieron una conversación de las que solía tener con sus clientes: profesional, precisa, sin rodeos, pero sin embargo con un toque de humor y, especialmente, con mucho tacto. Susana sabía perfectamente cómo enfocar esos temas, que siempre tocaban detalles íntimos. Era entorno al divorcio, donde los clientes se mostraban especialmente vulnerables, así que Susana debía encontrar el término medio para enterarse de los hechos importantes sin volver abrir las heridas existentes. Al cabo de tres horas habían comentado todo el contenido del escrito de demanda, así que ya podían prepararse para los tribunales.

–Me permitiría invitarla a cenar mañana? –le preguntó Marcos Ferrer con una mirada que evocaba algo más que un mero interés profesional.

–Me encantaría aceptar su invitación, pero mañana me marcho tres días a visitar a una amiga y no me gustaría anular la visita. –Susana lo lamentaba, pero le hacía muchísima ilusión ver a Laura.

–Qué lástima, pero una cita aplazada no queda anulada, ¿verdad? –añadió con una mirada que reclamaba respuesta.

Susana, que por fuera se mostraba tranquila y por dentro parecía un volcán en erupción, sonrió muy tímidamente. –¡Es cierto! Nos podríamos llamar el lunes y aplazar nuestra cita para la semana que viene, ¿de acuerdo?

Él asintió con la cabeza, le estrechó la mano más tiempo de lo normal y la acompañó a la puerta. Susana se giró hacia él y lo miró profundamente a sus ojos castaños oscuros, cuando, de golpe, sintió los labios rozando los suyos. Le dio un beso muy tierno, demasiado tierno. Susana inspiró con fuerza y notó como un cúmulo de sensaciones le recorría todo su cuerpo. Si no detengo esas emociones, será demasiado tarde, pensó, mientras dejaba atrás al mandante con la mirada desconcertada y corría precipitadamente hacia la escalera. Tenía que salir de allí, alejarse de ese hombre que empezaba a revolucionar sus sentimientos. Se le enredaban los pensamientos: ¿Qué es lo que me pasa? ¿Por qué me domina ese hombre de esa manera? Al fin y al cabo estoy casada, felizmente casada. ¿O no? Finalmente, Susana ya no sabía ni como había llegado a casa; sólo sabía una cosa: no podía volver a ver a ese hombre tan pronto. Dejaría su caso y se lo pasaría a su colega abogada, Teresa Muñoz. Sí, estaba dispuesta a hacer lo que fuera para evitar cualquier otro encuentro. Con ese propósito, se fue a visitar a Laura al día siguiente de un humor espléndido.

Capítulo 3

Durante el viaje no encontró atascos importantes, así que llegó al pueblecito de montaña en el tiempo que había previsto. Siempre se alegraba de ver las casitas, al cruzar la cresta de la montaña. Como allí ya había llegado el invierno, daba la sensación de entrar en el paraíso alpino. Todos los tejados estaban cubiertos de nieve, las calles parecían pistas de esquí y se veían grupos de niños por todos lados, construyendo muñecos de nieve. El pueblecito tenía unos cien habitantes y, a pesar de ser tan pequeño, tenía una panadería, una carnicería, un pequeño supermercado, una pensión y una ermita. En él, reinaba aún aquella paz que cualquier persona podría desear, pensó Susana, mientras subía por la calle principal. La casa de Laura estaba al final del pueblecito, en la parte de arriba. Se veía el la chimenea humeando, así que Laura estaba en casa.

–¡Eh hola, bienvenida! –gritó Laura desde lejos, cuando vio a Susana subiendo por el camino. Laura recibió a Susana en sus brazos y le dio un fuerte abrazo fraternal. –Qué buen aspecto tienes.

–Gracias, Laura, tú también estás guapísima con ese nuevo color de pelo. –Susana adoraba a Laura, sentía por ella una verdadera admiración.

–Ven, pasa, la chimenea está encendida y ya está saliendo el café. Cuéntame, ¿qué novedades hay en tu vida? –Laura seguía siendo tan curiosa como siempre; era como un torrente que se desborda y tenía un carácter impulsivo. Es por eso que siempre le venían nuevos proyectos e ideas a la cabeza, que luego plasmaba en su pintura. Cuando pintaba, Laura se encerraba en su mundo y la mayoría de las veces estaba ausente: sólo existían ella y su caballete. Había empezado a pintar hacía algunos años, tras perder a su marido en un accidente de tráfico. Tenía una hermana que vivía en Sudamérica y un hermano mayor. Sin embargo, nunca había hablado de ellos y Susana tampoco los había conocido.

–Bueno, lo de siempre, ya sabes, muchos divorcios, mucho trabajo y todo eso. –Susana dudó por un momento, si debía contarle algo sobre Marcos Ferrer, pero en ese momento Laura se puso a contar cosas y no había quien la frenara.