Ananké - Gilda Salinas - E-Book

Ananké E-Book

Gilda Salinas

0,0

Beschreibung

La trata de personas: la esclavitud del siglo XXI, contada a través de la tragedia que vive una joven mujer que permanece privada de su libertad y prostituida durante casi un año —en diferentes ciudades de la república mexicana—, por una banda de proxenetas con ramificaciones en México y conexiones en Estados Unidos. La protagonista (Mélida) logra escapar al cuarto intento y es asistida por la Fiscalía de Delitos Sexuales en funciones en la Ciudad de México, donde la convencen de levantar una denuncia que garantizaría su seguridad y la de su familia. Mientras lo hace revive la sordidez, el trato inhumano del que fue víctima y los crímenes que atestiguó.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 200

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Primera edición, © 2015, Trópico de Escorpio © 2015, Gilda Salinas México, DF.

www.tropicodeescorpio.com

Fb: Editorial Trópico de Escorpio Edición: Gilda Salinas Formación: Máquina del tiempo/Chz

Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento del autor.

Distribución: Editorial Trópico de Escorpio

ISBN: 978-607-9281-36-6

Libro convertido a ePub por: Capture, S. A. de C. V.

Reconocimientos

Sirva esta novela para manifestar mi reconocimiento a esas mujeres valerosas que persistieron en su lucha por recuperar la libertad y a las que se atrevieron a hacer denuncia pública. El silencio nos hace cómplices.

Así mismo, valga mi reconocimiento a todas las mujeres que se desempeñan en la Fiscalía Especializada para Atención de la Trata de Personas, perteneciente a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, que cada día se esfuerzan por combatir la esclavitud del siglo XXI más allá de la obligación laboral.

 

1

La puerta se cierra de golpe. Entre el arrebato de la pesadilla Mélida cree escuchar un balazo y ve a su amiga Dulce caer lenta… sin hacer algo para evitar el golpe; ve la herida y la sangre que empieza a ser demasiado oscura, profusa. Dulce sigue en su viaje hacia un charco espeso; cae morosa, cae… pero de pronto la que cae es ella, ella la que va hacia esa laguna roja, profunda… y es la misma que se observa y se duele a punto de perder la conciencia.

Pareciera que pasan minutos entre el ruido y la necesidad de escapar de la imagen. Al fin termina cediendo al impulso de levantarse de golpe y buscar la herida en el pecho, se ve las manos, el corazón retumba; ni siquiera sabe dónde está. Los ojos andan a brincos por el cuarto. Fue un sueño, ¿y Óscar?, ¿azotó la puerta? Chasquea, resopla. Quiere dormir, volver a acostarse. No. Algo en su interior le dice que no, que es tiempo de pensar.

—¿En qué? No quiero, no es bueno.

Se encoge. ¿De verdad no está Óscar? Le parece extraño. Tiene que dormir. En eso debe ocuparse y no en pendejadas. Siente ganas de orinar y va a tropezones al baño; desespera mientras escucha el chorro, un escalofrío enjuta sus músculos. Debe dormir o no podrá dar servicios hasta las cinco de la mañana. Ya una vez perdió la conciencia y el cliente sacó provecho ¿y quién pagó el plato roto? Pues ella; le hizo de todo y a ella se la chingaron porque se las dio gratis; la fueron a sacar de las greñas, como siempre; la cabellera rizada se presta para que la enganchen. Debe descansar porque no quiere volver a la coca. Ya no, luego no halla cómo quitarla de su vida.

Nada de pensamientos, lo que sí puede es olvidar todo, hasta quién es ella. La sorprende la certeza de que manda en su cuerpo aunque no sea suyo, una máquina programada.

Vuelve a la cama. Con los ojos apenas abiertos mira a su alrededor. Sí, parece que están solas, ¿solas? ¿Y la Dalia? Aguza el oído, sólo escucha la respiración profunda de Silvia y el ronquido pedregoso de Yesenia. Entonces el golpe de la puerta… ¿fue la Dalia? Salió a conseguir pastas o comida… o un hombre. A lo mejor pasó algo.

Como ráfaga vienen los hechos del día anterior: llegaron de Cuautla en la madrugada, las subieron a la habitación que ellas ocuparían para dormir y al rato entró Óscar con una botella, deseaba seguir con el desmadre que no paró a pesar del pleito, las amenazas, el viaje y la carretera. Ella ya no quiso beber, le dolía la cabeza, pero los acompañó un rato. Tomaron, los vio drogarse para seguir bebiendo; ella espectadora del mundo en que vivía. Hubo bromas, extraño que la Dalia y Óscar estuvieran tan amigables con ellas, de buen humor.

El dolor era más fuerte, necesitaba dormir. La dejaron en paz, y al rato sintió a Óscar en su espalda, la mano apretando sus senos, la lengua caliente en el cuello; en las nalgas la presión de su sexo que empezó a crecer; y las chicas se reían y la Dalia declamaba versos inventados, sucios, chistosos, hasta que Mélida dejó de escucharlos para vivir las ganas soliviantadas en la sangre; de tanto abrir las piernas sin deseo creyó que ya nunca iba a sentir bonito.

Él la penetró con suavidad, y en un momento, piensa, la abrazó con algo más que ganas, con algo parecido al amor, eso sintió, y los brazos de ella acariciaron cada músculo de la espalda, esa piel, la humedad en los poros; hacía mucho que no abrazaba. Después del orgasmo se quedaron así, muy juntos. Luego ella volvió al sueño. No sabe más.

De nuevo lucha contra la imposición de dormir porque las ideas brincan desesperadas: no hay cuidador y la puerta ¿estará abierta? Puede escapar. ¿Puede? La posibilidad la aterra, escapar mata… ¿y qué?, siempre piensa en lo mismo, desde el primer día, a veces con más ganas, hambre desesperada; a veces molestan como clavo en el zapato y otras logra hacer como si ya no lo deseara. Sobre todo en el último tiempo se obliga a pensar que no importa, que no piensa, que está bien así, pero sabe que en algún lugar de su cabeza la palabra sigue viva: escapar, escapar aunque no lo haya logrado a la primera ni a la segunda ni a la… escapar, volver a intentarlo.

Hoy es el día, nadie vigila, huir… ¿sí? Y con qué ropa. La mirada recorre el desorden. Descubre que la Dalia no sacó la funda con los trapos de la noche anterior ni las plataformas, siempre lo hace, cada noche, el chiste es que no tengan con qué vestirse, pero hoy la ropa sigue en el rincón donde se encueraron las tres. Debe andar hasta la madre o ¿es una trampa? Ni modo de preguntarle.

Los nervios la levantan y entonces sí, Mélida convierte la torpeza en voluntad. ¿Ese top? Huele a madres. Mejor se envuelve en la toalla. No. Llamaría la atención por toalla y por blanca… gris será. El otro top y la minifalda aunque no combinen los colores. Diosito, que no haga frío. Mientras mete los pies en las plataformas piensa en alisar su pelo o al menos ponerle una liga. Desiste, es inútil luchar contra la rebeldía de los rizos. Me vale. No voy a perder tiempo.

Se detiene junto a la puerta tratando de escuchar, de adivinar los sonidos al otro lado. Abre con extrema lentitud, su corazón se desboca, ¿y si este cabrón me está tanteando? Es un marica rencoroso. Aspira y tensa los músculos. Lo que ha de sonar, en caliente.

Jala la puerta y se expone, pero no hay nadie. El corazón sigue palpitando en su garganta. Nadie. El miedo resulta una tenaza en los pies, el pasillo se alarga. ¿Hace cuánto que llegaron? ¿Cuántas horas durmió? Cuatro a lo mucho. La adrenalina burbujea en su abdomen, duele. Se siente mareada. No le hace, mejor que ese maldito me mate a perder el chance, piensa, pero no lo desea, no quiere morir, aunque diga, aunque discurra, necesita seguir viva. Espera ser afortunada, invisible, hábil. Sacude la cabeza y echa a andar; tendrá que cuidar sus movimientos para pasar inadvertida.

—Caminar normal, como huésped, ¿sin bolsa? Chin.

Ya no tiene bolsa, dónde pudo quedar aquella que… le hace mucha falta apoyarse en una bolsa mientras va hacia las escaleras.

Dos pisos, dos largos pisos de muchos peldaños y su corazón no se ha aplacado, no la deja respirar, tiene miedo porque en cualquier momento…

—Madrecita santa, mi reina, ruega porque llegue a la calle, nomás que pise la calle y ya.

De algún lado salen fuerzas y verticalidad para bajar en la despreocupación aunque lenta. Ya sólo falta un tramo.

Sombras, voces, alguien sube y ella a la mitad. El terror es un pulpo que se mete por el ombligo y atenaza la razón, apéndice helado que golpea.

Vuelve a murmurar plegarias, quiere llorar, hincarse, correr escaleras arriba hasta la azotea. No. Se pega a la pared: mejor hace como si se le hubiera caído un arete. Si no traigo. No importa, chingado, el arete. Se mantiene arañando la textura de la alfombra mugrosa aunque la cabeza dé vueltas. Sus oídos no comprenden la conversación pero no es la voz de la Dalia.

La pareja mira un poco extrañada cuando se la topan en esa postura, la mata desordenada de pelo cubriendo la cara, los dedos haciendo calistenia en el tapete luido, pero un segundo después dejan de verla y vuelven a los cachondeos apresurados camino al primer piso.

La chica llega a la planta baja y sin volver la cara va hacia la luz del medio día, la puerta está abierta. Tal vez escucha un “oye, espérate” lejano que se pierde entre el rugido de una moto.

No importa hacia dónde, tiene que caminar. Si todo sale bien hoy mismo estará abrazando a su hijito, si todo sale bien la pesadilla habrá acabado.

—¡A dónde vas, pendeja! —esta vez sabe que sí es a ella.

Trata de apresurarse, pero las plataformas pesan. Imposible. Se descalza apresurada y corre, corre con todas sus fuerzas, los ruidos de la calle se llevan la voz que la llama, los insultos. No siente el piso, el aire le pega en el cuerpo. Da vuelta a la izquierda y atraviesa la calle sin fijarse. La voz atrás. Un claxon. Un insulto. La voz. El corazón en las sienes. Gime. El estómago revuelto. Se vuelve a buscar al perseguidor y de pronto ya está encima del puesto de tacos y apenas alcanza a detenerse para no caer sobre las cajas de envases, las manos bailando a su aire, varias miradas en ella.

—¿Le pasa algo, señorita?

Ella levanta la vista. Es un policía. ¿Un buen policía? Da vuelta para huir, para regresar, y ve la cara congestionada del gordo a dos metros de ella, cara amenazante, la mirada roja, rabia. Qué hacer. Diosito protégeme.

—Me tienen secuestrada, señor, ayúdeme.

 

2

Mélida está nerviosa, no puede evitar que el miedo siga transitando su cuerpo durante el tiempo de espera en el estacionamiento que queda junto al puesto; se ha vuelto el show en la taquería callejera; piden de costilla, de chile relleno, de alambre, y mientras mastican la observan, murmuran, quieren saber qué hace ahí con tan poca ropa y sin zapatos. Y ella siente algo parecido a la vergüenza además del temor y, atrabancada, quiere reaccionar, gritarles que no es mono de circo, que qué chingados le ven, y hasta un perro enano que come las sobras que le avientan de vez en cuando la husmea. Pero más que su enojo le preocupa que pase la camioneta de Darío y la descubra. Es capaz de disparar aunque haya tantas personas y policías. No quisiera sentir miedo, pero sí, lo siente. Si fuera nomás morir de un balazo que le reventara la cabeza y ya, pero estar esperando a que la maten está del carajo. A lo mejor la regó al escaparse. Le parece que pasaron muchos minutos. Tiene frío.

Y ya empieza a dudar de los uniformados. No entiende qué esperan, qué hacen. Es un martirio recordar a ese desgraciado: siempre vigilante desde el asiento del copiloto, la mirada de Darío está hecha de zarpas. De nuevo se alborotan las ganas de escapar en las plantas de los pies, en los músculos de todo el cuerpo, pero ahora los polis no la dejan moverse. Según dizque pidieron refuerzos o instrucciones, o algo a base de las mismas claves, las claves de siempre. No traen patrulla.

En medio de la angustia una sonrisa se extiende en su cara cuando recuerda que vio al gordo parar en seco cuando el policía buscó la dirección del terror en los ojos de Mélida y el otro policía, el “pareja”, como lo llamó, dio dos pasos hacia ellos con la mano lista para sacar el arma.

—¿Ese señor es el que la tiene secuestrada?

—No, ese es el encargado del hotel. Los que me secuestraron son de una banda de padrotes.

La cara del gordo se deformó, se le abrieron los ojos; dio unos pasos hacia atrás para luego salir pitando y perderse. Ella sintió ganas de reír, de mentarle la madre, insultarlo a gritos que atronaran; ganas de llorar como antes, con las tripas, como hace rato que no llora. Pero no supo qué debía hacer. No había planeado las acciones, menos sus palabras.

La chiva tira al monte, se dijo: nomás que alguien le quisiera prestar unos doscientos pesos para irse a la Central Camionera y tomar lo que fuera con destino a Zacatelco. Pero los preventivos dijeron que no fuera tonta, que una banda de trata lo primero que iba a hacer era buscarla en su casa, en su pueblo; y pondría en riesgo a toda su familia.

Suficiente para cambiar de idea porque se le atragantó la imagen de su hijito lleno de sangre. ¿Entonces?

Llega otro poli que se dice comandante y quiere saberlo todo, que le cuenten quién, dónde. Barre a Mélida con la mirada y entonces los regaña: que cómo la tienen ahí, que si no se les ocurre que puede ser peligroso, que la suban a la patrulla pero ya; y se lleva a uno de ellos para “el informe”.

Primero a la delegación. Trámites…

RAZÓN: Enseguida y con fecha 24 veinticuatro del mes de octubre del año 2012, dos mil doce, el personal que actúa hace constar que se hizo llamado al Centro de Terapia y Atención a Víctimas de Delitos Sexuales, donde se entabló comunicación con la C. María Silvia Páez Jiménez a la Red 9636 solicitándole enviar trabajadora social, vestimenta y alimentos para la declarante… CONSTA

Hojas, muchos movimientos. Tecleos en computadora.

Con el acuse de recibido del oficio girado a la Lic. María Luisa Flores Castillo de fecha 24 de octubre del año 2012, dos mil doce, de la Delegación Tlalpan. Dirección General de Asuntos Jurídicos. A efecto de desahogar la declaración de… CONSTA

Y de ahí otra patrulla, otros polis, otra duda que se refleja en el rostro de Mélida…

Con la declaración del policía remitente Tadeo Carrasco Pérez, de fecha 24 de octubre del año 2012, dos mil doce, quien refiere lo siguiente: “…que en… NOS CONSTA

Hasta que una cara amable explica que la van a llevar a una oficina que se llama Fiscalía de Delitos Sexuales, para que la ayuden y la protejan. ¿Será?

Con la fe ministerial de dictamen médico de la denunciante, de fecha 24 de octubre del año 2012, dos mil doce, suscrito y firmado por el perito médico Gregorio Escudero Rivas, mismo que consta de dos fojas, en las que se observa examen psicofísico: se encontró consciente, despierta, orientada en persona, lugar y tiempo, aliento sin olor a alcohol. Conjuntivas normales, palabra articulada, lenguaje coherente, congruente, mucosa oral y lengua regularmente hidratas, marcha rectilínea, pupilas normales y con adecuada respuesta de la luz; pruebas de coordinación… Inicio de vida activa 17 años. 20 años y múltiples parejas sexuales, la tuvieron de sexoservidora con uso de preservativo (condón) como método de protección. Sin datos clínicos de infección de transmisión sexual ni embarazo; se recaban cuatro hisopos de exudado vaginal, los que se embalan en tubo de ensayo de vidrio con tapa de algodón para la determinación de estudio seminológico y se hace la toma de sangre para la prueba de ELISA. Los que se entregan debidamente protegidos al policía de investigación para que los lleve al laboratorio… CONSTA

Ella pareciera andar entre nubes, medio arriba, un sueño. La han tratado con respeto: el doctor, la trabajadora social, los abogados; le hablan bien, se preocupan por ella. Cuando dijo que tenía hambre le trajeron una carne guisada que le supo a cielo, a cielo el caldito caliente y las papas, estaba hastiada de comer tortas mugrosas, tacos y refrescos; hasta le dolían los cachetes por dentro del puro gusto de saborear el caldito y las tortillas calientes.

Agradeció la ropa, los tenis usados pero buenos; ya tiene pasta de dientes, cepillo y el otro cepillo, el que aplaca sus rizos que ya juntó en una coleta; todo ha salido bien; al fin parecen haberse aplacado el susto, el atarantamiento y la sensación de ser perseguida y ahora está ahí, frente a esta otra señora que es la ministerio público y que le sonríe mientras teclea a saber qué.

—Mira, Mélida, te voy a explicar. Soy la abogada Rosa Martha Quiroz. Aquí estamos para atender a las víctimas como tú, y yo voy a llevar este asunto. Nada más deja que llegue tu abogada victimal —Mélida frunce el ceño, Rosa Martha sonríe y le palmea una mano—, es lo que marca la ley y es una protección para ti porque esto que vamos a iniciar es un proceso legal. ¿Comprendes? —la chica asiente, aunque es obvio que no está muy segura de la utilidad de ese “proceso legal” De todos modos aguarda en silencio mientras observa lo que la rodea, los muebles, los espacios, las caras y las acciones de los que trabajan ahí. En el cubículo contiguo una mujer se queja de que el marido la vende y en prenda tiene secuestrados a sus hijos; atrás de ella la muchacha que habla raro denuncia a un hombre que le pega. Debe ser su padrote, piensa.

Una señora llega y se sienta junto a ella, sonríe; saluda, intercambia algunas palabras con la abogada Quiroz que más parecen claves y ella vuelve al tecleo… apunta los datos que dicta la recién llegada. Mueve los dedos con mucha rapidez y al mismo tiempo mira hacia todos lados, alerta, como si calculara. Luego le sonríe a Mélida.

—Ahora sí ya podemos empezar la declaración.

—¿Declaración? No, yo no quiero declarar. Dijeron que iban a ayudarme, pero así no. Qué voy a decir. Yo no quiero líos. Nada más con que me escondan un tiempo, algo, porque el preventivo tiene razón, si vuelvo a la casa ahorita a lo mejor atacan a mi familia. No, yo no quiero declarar, señora abogada.

—Tranquila, no te asustes. Necesitas decirnos quién es el sujeto que te vendía —silencio—. ¿Te tuvieron secuestrada? —ella dice que sí con ojos asustados— ¿Te tenían como sexoservidora contra tu voluntad? —de nuevo sí— Pues eso es lo que debes declarar.

La joven siente que la sacude una mar de posibilidades, como la venganza, pero no está segura de que le convenga abrir la boca; Darío y sus patrones son poderosos, tienen orejas por todos lados. Se vuelve para ver quién la ve, quién está atrás y a los lados. El corazón se acelera. No responde.

—El objetivo de levantar una averiguación es llevar a cabo un procedimiento para meter a la cárcel al sujeto o a los sujetos que te prostituían contra tu voluntad. Es el único modo de protegerte. Por lo pronto no tendrás que salir de aquí. Todas estas oficinas y los abogados que ves trabajando estamos para ayudar a las víctimas como tú.

Las facciones de la chica se suavizan un poco. Sí quiere que la protejan, entonces qué tal que les cuenta algunas mentiras revueltas con verdades y así puede quedarse un tiempo, quién sabe cuánto. Ya según vea después decide. La idea empieza a volverse una tabla de salvación.

—Estaría bien, oiga, estaría muy bien que lo refundieran en el bote; podría volver a mi casa, pero, ¿será que puedan? —dice tanteando el terreno.

—Si tu testimonio nos da elementos sí podemos.

—Bueno, entonces declaro —¿y si de verdad lo metieran a la cárcel? Pues ya no tendría que preocuparse.

—Te voy a pedir, Mélida, que por favor trates de contarme en orden para que se comprenda muy bien. No sé qué tan buena memoria tengas, pero poco a poco…

—Buena memoria tengo mucha, oiga, pero he tratado que se me olvide ese… cómo le explico, el chip del recuerdo.

—¿Y lo puedes conectar otra vez? —Rosa Martha sonríe ante la metáfora.

—Le hago la lucha —le cae bien esta señora, tiene cara de buena persona.

—Entonces déjame explicarte —interviene la abogada victimal— por la naturaleza de la declaración la licenciada Quiroz debe preguntar todo: la descripción de las personas, los lugares, las conversaciones y también detalles muy íntimos de las relaciones sexuales. A lo mejor te da vergüenza y te hace sentir mal, pero así tiene que ser para que conste; y no te preocupes, en esta fiscalía nadie te va a juzgar ni nos mueve el morbo —Mélida achina los ojos tratando de leer detrás de las palabras—. Si te sientes mal paramos un rato, ¿te parece bien?

—Suena muy fácil, abogada, ¿segura que no hay trampa?

—A ver: el único modo que tenemos de ayudar a las víctimas es con su testimonio. Si no quieres declarar no hay problema, nadie te tiene detenida, te puedes ir. Pero creo que no te conviene.

—Lo que tu abogada victimal quiere que veas es que nuestro objetivo es ayudarte. No existe interés personal en este o en ningún otro asunto. La que sufrió vejaciones y estuvo privada de su libertad fuiste tú. Los delincuentes deben pagar por sus crímenes, pero para poderlos acusar necesita haber un ofendido. La víctima eres tú. ¿Quieres vivir con miedo el resto de la vida? ¿Fue justo que te trataran como lo hicieron? ¿No sufriste?

—Es que no van a poder agarrarlo, tiene muchos socios y patrones. También entre los polis. No van a poder, oiga.

—Ese es el trabajo de esta fiscalía. Si me das con qué, verás que sí.

La joven le da vueltas a la posibilidad. Para qué la hace de emoción si ya había pensado en darles mentiras revueltas con verdades. ¿Será que se siente hipócrita? Dicen que están para ayudarla. A lo mejor es cierto.

 

3

—Está bien, les voy a contar.

—¿Te explico de nuevo?

—Ya entendí. Quieren saber nombres de gentes y de lugares y lo que me hacían y todo eso.

—Y cuando no desees contarnos por algo, me dices y analizamos el punto. Listo, Rosy.

—¿Desde hace cuánto tiempo te tenían secuestrada?

—No sé bien. Estuve así como diez meses. Me traían de Veracruz a Puebla, de Puebla a Cuautla, de allá para México y hasta nos iban a pasar de contrabando porque Darío tiene un bar en Los Ángeles, eso dicen, y mañana…

—Espera, espera, si me platicas a saltos no voy a poder ordenar los hechos. Cuenta pausado, recuerda que tengo que transcribir en la computadora. Vamos otra vez. Desde el principio —la joven asiente.

Una señora muy amable, y la otra también. A lo mejor no todos los del gobierno son cabrones. De todas formas debo poner atención porque ¿de verdad les voy a decir todo de todo?, o no.

—Dame tu fecha de nacimiento, Mélida. Cómo te dicen de cariño, en tu casa, ¿Mely?

—Sí, abogada, así mero. Nací el…

En relación con los hechos que se investigan deseo señalar lo siguiente: que mi fecha de nacimiento es el veinticinco de marzo de 1992. Originaria del Municipio de Zacatelco, en el estado de Tlaxcala…

—¿Conoce Tlaxcala? Está bien cerquitas. Es re-bonito.

—Luego me cuentas. Dame los nombres de tus padres, a qué se dedican.

»¿Viven los dos?

—Sí. Mis papás… padres se llaman Juan Antonio Salas Torres y Armandina Reyes Cadena. Él es panadero…

Mely se va al olor del pan. A las cuatro de la tarde regresaba su papá con una bolsa de estraza para los suyos, bolillos calientes, olorosos, que crepitaban en la boca. La merienda de pan blanco con un pedazo de queso fresco y chiles en vinagre y a veces aguacate. Y también a veces las conchas remojadas en atole, o las piedras.

—…bueno, era panadero, ahora ya no trabaja porque lo atropellaron, se le quebró algo de la columna y no siente las piernas, no camina. Mi mamá hace postres para entregas.