Del destete al desempance - Gilda Salinas - E-Book

Del destete al desempance E-Book

Gilda Salinas

0,0

Beschreibung

"Del destete al desempance" es un recorrido venturoso por el mundo lésbico y la música. La protagonista, enamorada del amor, va de un centro nocturno a una disco, de una disco a un antro, de un antro al recuerdo; siempre en busca de la compañera, siempre dispuesta a empezar de nuevo. Once relatos visuales muy divertidos, aunque en algunos casos también dolorosos que trasladan a la lectora-al lector a los escenarios para vivir las aventuras y acompañar a los personajes que con toda certeza se ganarán sus simpatías. "En tono de confesión personal, la autora nos guía a través de 15 relatos, en un recorrido de sus andanzas por cuanto tugurio/disco/bar/antro/cantina conoció en veinte años de despiporre, juergas y pachangas. Entre escalón y escalón se van ahogando penas y celebrando conquistas, se van descubriendo traiciones que se aderezan dándole la bienvenida a la canción de moda, esa que tanto nos duele recordar en privado o que coreamos ya briagos con otros ardidos… en fin, se vive con intensidad". Mario Ficachi "La narración es de cámara rápida, desbocada, casi irreflexiva, con contados puntos y aparte. El catálogo invaluable de sitios de diversión lésbica, la mayoría ya cerrados, convierte a la testigo en reclamante nostálgica de los espacios que sirvieron de escenario para más de una anécdota. Gilda Salinas rompe las unidades cuentísticas tradicionales". Elena Madrigal

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 115

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición, © 2008, Trópico de Escorpio © 2008, Gilda Salinas

Reimpresión: 2011

Quinta reimpresión: 2017

CDMX

www.tropicodeescorpio.com

Distribución: Editorial Trópico de Escorpio

Fb: Editorial Trópico de Escorpio

Ilustración de portada: Laura Alor Formación: Máquina del tiempo/Chz

Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento del autor.

ISBN: 978-607-9281-00-7

HECHO EN MÉXICO

Conversión a eBook: Information Consulting Group de México, S. A. de C. V.

El destete

Me dijeron que en ese centro nocturno llamado Pago-Pago cantaba Chavela Vargas y por lo tanto habría fans, artistas, gente chic y gente de ambiente, sobre todo los viernes; así que ahí te voy porque la soltería me mandaba a bucear en ríos revueltos a la caza de aventuras, de pares, de grupos en donde cupiera, y porque la verdad, no me costaba un gran esfuerzo empinar el codo con sediento entusiasmo. Iba a escuchar a la gran Chavela, la madre ¿o debería decir el padre?, de todas las lesbianas y más de las mocosas acabadas de salir del cascarón, como era mi caso; que deliciosa combinación: la ídola Chavela ¡y mujeres!, muchas, ¿qué me depararía el destino? Llegué frotándome las manos para el banquete y sí, era un lugar elegante, penumbroso, guitarrista en vivo, meseros sube y baja, y ahí estaba la mujerona, grande no por grandota sino por la personalidad, por el dominio de la escena, y también estaban las muchas: artistas, admiradoras y probables libáis pidiéndole canciones y ella cante y cante y tome y tome y al rato ya se le empezaba a notar la peda, entonces se puso más simpática: Ponme la mano aquí, Macorina / ponme la mano aquí. Esta canción de mi autoría me la llevé a Europa… pero luego la traje. Festejo del chistorete, y otros recuentos de sus vivencias y puras ocurrencias porque ahora pienso que ya no tenía ganas de sacar la voz para el distinguido, qué hueva, mejor pura bohemia y seguimos chupando, así que llamó al escenario a Maricruz Olivier y a Ana Martin, que estaba pollita, para hacer el trío Poca Madre. Maricruz muy incómoda, no era cantante sino actriz ni entonada sino lo contrario, pero ni modo de hacerse la exquisita con la Vargas rogando y nosotros de coro; en cambio la Martin muy puesta y dichosa porque sí le gusta cantar… o le gustaba… o mira lo que nos pasa cuando estamos pedo bien contentas: los gallos… ¿cuáles?; total que el trío la hizo y al público le dolieron las manos y que vengan las que siguen. ¡Vámonos! Gritaba el respetable, Pues de una vez, respondió Chavela y se hizo del rogar tantito mientras Maricruz huía a su mesa y —¡achis!, ni modo de quedarse en dueto para hacer segunda— la otra actriz también. Que no somos iguales, dice la gente / que tu vida y mi vida se van a perder / que yo soy un canalla y que tú eres decente. En esas letras estaba la Vargas cuando vino a mi mesa, isla solitaria, una seductora de buen ver con el consabido ¿te puedo acompañar?, digo, si estás sola. Y yo, la galana: adelante, ¿gustas tomar algo? A ver, joven. No sé si bebimos mucho o poco, ¿bebimos, Kimosabi?, pero coqueteo de dos sí hubo, cachondería pues, al ritmo de Simón Blanco, y más aplausos y risas y fajes en el baño porque el Pago-Pago era un lugar nais closetero lésbico temporal: Chavela siempre jala a los intelectuales y al ambiente, pero sus contratos tienen vigencia, así que ni modo de fajarse sobre la mesa, una cosa es una cosa y para qué buscamos pleitos, como la madrina que le pusieron a mi hermanita aquellos soldados rasos cuando tan quitada de la pena, acá te espero, salía del antro, ése sí bien antro variedad continua, vedetes, ficheras, cantantes, putas y uno que otro chulo. A las puras patadas, Jean Claude Van Dame se quedó perplejo, y cada vez más acorralada con los voladitos zumbándole por las orejas hasta que empezaron a atinarle… si la artista no llega con su carro, —chirriar de frenos, háganse pa’llá que los machuco, ¡súbete en chinga, babosa!, vamos quemando llanta, mentadas de madre a chiflidos y un bolillo para el susto—, a lo mejor mi sister no la cuenta, o la cuenta con menos dientes. Pero estábamos en el centro nocturno de más antes con nombre de presagio, entre caricias furtivas y retazos de conversación: que tengo veintitrés y una fabriquita de uniformes industriales, que tengo diecinueve y soy secretaria. Ay qué re chula la secre, ay qué re padre canta Chavela y ay qué re bonito lugar. Se fue poniendo más elegante y lindo y cálido conforme avanzaron los tragos-hora, apagaron el escenario y cerraron las puertas porque aunque el mundo artístico había hecho mutis y para mí no quedaban más caras conocidas que la del mesero, la mía y la de mi ligue, como aún éramos varias mesas en el consumo jolgorioso —amanecí otra vez, entre tus brazos / ayayay, Chavela, te quiero aunque te hayas rajado— pues que siga chupando la estimable clientela, aquí le cerramos a la cortina y en la puerta se quedan los fortachones por si los comensales se pasan de lanzas con la cuenta o con la peda, ipso facto los sacan cargando para aventarlos al arroyo de la ignominia, en este caso llamada banqueta de Reforma, o para depositarlos en un taxi o en su propio automóvil, al cabo si chocan ya será asunto del Departamento de Tránsito.

Tal vez eran las cinco… o las seis, creo que las primeras lucecitas ya andaban amenazando con recrudecer los estragos de alcohol y desvelada, la cosa es que la conquista me pidió melosa que le diera un aventón a su casa, y ya en la esquina de “aquí nomás me quedo” me pidió melosa que le prestara quinientos pesos para el abono de la tele, había que ir a Elektra al día siguiente, ¿siguiente? Al rato. Siempre melosa. Qué pena, que mala onda, Silvia, nada más me quedan doscientos, pero te los dejo y mañana ¿mañana?, al rato vengo por ti, vamos a que pagues, a los mariscos de la Viga y al cine… o a mi depto, ¿te dije que tengo un pedacito de departamento? Los “sí, me late, claro” no se hicieron esperar. Enton’s te espero a las doce. Un beso mariposa de febrero con guiño y todo antes de cerrar la puerta del vocho. Mis vísceras de fiesta y una sonrisota Colgate.

Supongo que nunca creyó que fuera capaz de levantarme y que además, y dada su tardanza, me pusiera a buscarla tocando en las vecindades y en las ventanas de la Doctores aledañas a la esquina donde se quedó, pero así fue; ahí andaba yo, preguntando a las niñas que jugaban en la calle ¿no sabes dónde vive Silvia? Es así y asado. Y ándale que la veo venir con otra Silvia unos años menor y un montón de memelas envueltas en papel de estraza con la crema, la manteca, el queso rallado y la salsa verde trasluciéndose en el copete; y que no le queda más que saludarme con cara de ¡qué milagro, manita!, y que la hermana le dice que se apure, Martha, porque ya todos tienen hambre, a ver trai.

Me pareció que su audacia o la certeza de mi ingenuidad le cruzó por los ojos cuando explicó que era Martha Silvia y que me había estado esperando pero llegaron sus hermanos, que ya había ido a pagar el abono porque le prestó el cuñado, que tenía que comer con la familia, p’s, era domingo, y que si quería darle el dinero muchas gracias, me aceptaba los quinientos y que iba a tratar: con toda mi voluntad porque me encantas, amorcito, de escaparme de mamá, hermanos y cuñado. Que si por fa la disculpaba y volvía por ella en dos horas para ir al cine, me iba a esperar en esa misma esquina. Dicho con la prudencia justa, pero melosa la cosa. Lo vi y como en el póquer, pasé sin ver, porque era una coqueta encantadora y para colmo sus gestos y su voz llevaban la dosis de ternura que me acaba de recetar el almohadón de plumas. Todos me dicen el Negro, Llorona, Negro pero cariñoso. Le di el dinero y no armé el rompecabezas: hermanos y cuñado: ¿sería una amenaza velada? Me pidió quinientos y me sacó setecientos limpiecitos ¿sería una tranza? Y para cerrar el análisis: si de comer se trataba al menos pudo invitarme una memelita grasosa con harta salsa y un Jarrito de tuti fruti bien frío para la cruda pero no, guiño, beso y se perdió en un laberinto de puertas y pasillos jodidos y contentos.

El colmo es que a las dos horas regresé con más cruda y más sueño, pero con la ilusión fresca. Por supuesto no estaba. Fue el faje más caro de mi vida, pensé por largos años. Tache por babas, ¿no que muy sabrosa? Se me despertaba el juez de la suprema y a duro y dale hasta que una noche, en el Enigma de la Roma, hoy fenecido, y en jueves de tangas, vi a una septuagenaria muy, pero muy poco agraciada de todo, poniendo ojos de babeo por ti, mi reina, saboreándose y esculcando en el sobre de la quincena para sacar de ahí y meter un billetito entre elástico de tanga y piel, piel tersa y morena de teibolera, monumento sobre la mesa de formica hasta llegar a la cara, a la sonrisa coqueta ¿melosa tal vez?, y profesional. Más lengüetazos de la vieja y nueva esculcadita en el sobre amarillo para sacar otro de a cincuenta, doblarlo en tres de volada, no sea que se acabe la canción, y extasiarse en la cadera experta que ondulaba frente a sus lentes: mamacita, pero qué buena y re buena. ¿No se da cuenta del ridículo que hace la vieja?, es el taco de ojo más caro de su vida, ¿o será que se lo echa cada quincena? Mientras la trouppe entretenía la vista, el cotorreo y la morralla en otras teiboleras, mi juez de la suprema sacaba el látigo y el marcador para tachar al adefesio que murmuraba mamacitas con lascivia en la mirada: es patética, punto.

Que no somos iguales, dice la gente / que tu vida y mi vida, se van a perder. / Que yo soy un canalla y que tú eres decente / que dos seres distintos no se pueden querer. Sólo que a la distancia la cosa varea y cambea porque hazme el re cabrón favor, ¿quién es mi pinche juez de la suprema para juzgar a la nonagenaria asalariada que se dio el gustazo de soñar y de sentir la firmeza de esa piel morena moviéndose sólo para ella? ¿No anduve yo preguntando por una Silvia inexistente mientras llevaba los ojos de la razón bajo amenaza? Principios y finales se juntan, según la mística náhuatl. Cada cual paga según su haber y cada cual cobra según su menester.

En donde sea que te encuentres, fichera que vas / por tierra y por mar / la septuagenaria de las tangas y yo brindamos por ti y por todas las profesionales de la mesa, de la pista y del colchón, con una memela de agradecimiento. Como dijo la gran Chavela Vargas: cancioncita de José Alfredo dedicada para aquellas, las del amor efímero: y te voy a enseñar a querer / porque tú no has querido / ya verás lo que vas a perder / cuando vivas conmigo.

Los años verdes

Los ‘70, década memorable muy casada con el decenio anterior si de música hablamos, canciones maravillosas e ingenuas, ritmos a cuatro tiempos que tan pronto me subían como me bajaban del torbellino del amor, mi lado flaco, mi talón de Aquiles: Something in the way shee moves / atractives me like no other lover / something in the way she moves me, me soplaba Dionne Warrick al oído y yo descubría que estaba enamorada una vez más, aunque otro cantante me recordara: me estoy portando mal / no debo actuar así / yo sé que no es feliz / pero tiene su hogar.

Audaz, pero sin la menor idea de cómo llevar una administración quebré mi primer negocio cuando las deudas rebasaron cualquier capacidad de pago, y en un arranque ingenuo y desesperado hice planes para que Barry White me llevara —the first / the last / my everything— a Los Ángeles tras el sueño americano. ¿Carmen? Amiga, me voy de brasera, jiar, jiar, como diría Borola. ¿Sola? Acá entre nos: acompañada. Que te aproveche el pretexto, compañera, dijo Carmen menos ingenua que la que esto cuenta. Y sí, conseguí chamba haciendo sombreros y gorras a pesar de la incapacidad de ensartar la aguja de la máquina de coser, por otro lado la rapidez del motor era a todas luces más eficiente que mis reflejos, pérate, voy a recoger la cachucha que fue a dar hasta allá. Pero en efecto, el pretexto me supo que ni mandado a hacer porque la otra braserita era una morelense altota, morena y de ojos seductores que en tres patadas ya estaba trabajando en una fábrica; mientras ella hacía agujeros en las llaves Stilson yo me proponía atender muy bien las instrucciones: paso el hilo por aquí, luego por allá, le doy la vuelta, lo meto en el ojito de ahí y luego ensarto la… ¿cómo quedamos?, ¿de izquierda a derecha? Mira que eficientes y mágicas son las maquinitas, quién lo dijera: la bobina, el carrete y esas mini bocas que van bordando solas, qué fregón don Singer. Dada mi absoluta incompetencia mejor conseguí empleo de mesera en una cafetería: otro fracaso; luego estuve en una casa de reposo donde fui una especie de asesora y activa ayudante de enfermera que veía morir a las viejitas.