De ciertos viajes y otras guerras - Gilda Salinas - E-Book

De ciertos viajes y otras guerras E-Book

Gilda Salinas

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Beschreibung

Dieciséis autoras y un autor reunidos en una antología que resulta un placer a los sentidos. ¿Y en dónde enlazan los temas guerra y viajes? En todo. Se viaje cuando se hace la guerra y a veces se huye de ella. Diversidad de lides, internas y de facto campañas que dejan secuelas viajes que se vuelven trampas y otros que encierran maravillas, una promesa, un sueño, una pasión o el relato de las vivencias terribles en una guerra del siglo pasado y en una actual que, por fuerza, conlleva la migración. Humor, dolor y en medio, una gama de emociones.

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DE CIERTOS VIAJES Y OTRAS GUERRAS Primera edición: octubre 2021 ©

ISBN: 978-607-8773-26-8

© Mientras llega la noche, Gilda Salinas / © Destino incierto, Cristina Harari / © Jornada larga, Gabriela Santana / © La chimenea del encuentro, Rosa Martha Ingelmo Cires / © Ensayo de mí misma, Fanny Sarfati / © Lejos de las palabras, Carla Zenzes / © La última guerra de Warren, Ma. Isabel Huerta Corona / © Entre estaciones, Alma Gara / © La primera batalla, María Enriqueta Beyer / © La falla en Islandia, Laura M. Sánchez Stone / © Su fuga, César Hernández Coria / © Viajando en Uber, Teresa Fernández de Juan / © Caravana, Adriana Guadalupe Luna Flores / © Los castillos de la Loira, Mónica Corlay / © Provocación, Laura M. Sánchez Stone / © Agencia de viajes, M. E. Gómez / © La belle París no tiene ojos, Rosa E. Paz Iparraguirre / © Abrasado por el fuego, Liliana Castillero

© Gilda Consuelo Salinas Quiñones (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730

www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal).

Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

Distribución: Trópico de Escorpio www.tropicodeescorpio.com.mx Trópico de Escorpio

Diseño editorial: Karina Flores

HECHO EN MÉXICO

PRESENTACIÓN

De ciertos viajes y otras guerras es una antología que resulta un placer a los sentidos. ¿Y en dónde o cómo se enlazan estos dos temas para hacer uno? ¿La respuesta? En todo. A fin de cuentas, se viaja cuando se es parte activa de la guerra y en los viajes siempre existen batallas que merecen ser contadas.

Diversidad de lides, internas y de facto, campañas que dejan secuelas, viajes que se vuelven trampas y otros que encierran maravillas, una promesa, un sueño, una pasión o el relato de las vivencias terribles en una guerra del siglo pasado y en una actual que, por fuerza, conlleva a la migración. Humor, dolor y en medio, una gama de emociones.

En este libro se dan cita distintos estilos de narrar, cuyo punto en común son la buena pluma, la frescura y la capacidad de delinear escenarios que nos llevan, a través de imágenes, a ser testigos de historias de vida, de crueldades, ironías y jugarretas del destino, que siempre pone el punto final.

Winston Churchill dijo: “La guerra es una invención de la mente humana; y la mente humana también puede inventar la paz”.

Les provoco a saborear un viaje literario que, como la paz, resulta una invención, solo que esta se agradece.

Trópico de Escorpio

MIENTRAS LLEGA LA NOCHE Gilda Salinas

No había lógica en presentar mi renuncia, de hecho, no había argumentos ni inconformidad con la casa matriz, las sucursales, el salario o con los compañeros. Siempre he sido eficiente y responsable, el trabajo cabal por delante y mi economía como reflejo de ese desarrollo dentro de la empresa. Por eso la deserción era indescifrable.

¿Te hicieron alguna oferta de trabajo? ¿Te vas con la competencia? ¿Tienes problemas con alguien? ¿Es personal? En absoluto, no tengo nada, no me han ofrecido nada. Quiero hacer un posgrado en el extranjero, eso es todo.

Salvo que mi desánimo era evidente. ¿Extranjero, estudios? ¿Sin ingresos?

Me negué a decir algo más. En realidad, me importaba poco lo que pudieran pensar y tampoco era mi objetivo ocuparme de cuestiones tan banales, como comer o respetar un horario, pensar en el dinero o en la salida del sol.

Si hubiera sabido dos meses atrás lo que… qué estupidez, quién adivina, ni siquiera sospecha lo que el destino dispone para cada persona. Y si hubiera sabido, ¿habría hecho alguna cosa para evitarlo?

Cuando me dijeron que era el elegido para abrir la plaza en Yucatán, mi esposa y yo descorchamos una botella, ¡al fin daba frutos mi perseverancia! Debía montar la oficina y dejar un equipo preparado para el desarrollo de la empresa. La instrucción era abrir el sureste con base en la ciudad de Mérida. Estaba a un paso de convertirme en gerente regional, con la consiguiente remuneración económica. Hice el equipaje con la certeza de que, en muy corto tiempo, empezaríamos a obtener resultados.

La capital del estado es animada, culta, interesante; además, los yucatecos son personas abiertas, gente de negocios. Y todo empezó según lo previsto: por las mañanas, buscar el local con los requerimientos para la sala de exhibición y por las tardes, entrevistar y hacer la preselección de candidatos.

A la semana siguiente ya tenía contratado el sitio y empezaron a llegar los muebles, la papelería, incluso el análisis comentado sobre los posibles vendedores. Me correspondía escoger, entre los cinco elegidos, al más apto para quedarse como subgerente provisional, al menos mientras evaluábamos los primeros frutos. Bien, era cosa de valorarlos en acción.

El curso primero, que conocieran los productos no solo de nombre, sino de uso, propiedades, ventajas, que fueran capaces de hacer pruebas; que tuvieran técnicas de ventas y de cierre. También era importante que no existieran impedimentos para viajar por Quintana Roo o Campeche.

Durante la semana tres, avisé a la gerencia que el entrenamiento me iba a tomar más tiempo: empezaríamos por trazar rutas y visitar prospectos, un día con cada uno de los recién contratados, que ellos presentaran, que supieran la literatura de principio a fin, que fueran capaces de hacer propuestas e incluso, exhortaran al comprador a realizar pruebas comparativas. Si eso dejaba la oficina con uno o dos elementos menos, había tiempo de ofrecer esas plazas a alguien más.

Y así fue como salimos por primera vez Marina y yo. La lista de prospectos que ella misma elaboró parecía prometedora. Nos moveríamos en su automóvil porque ella conocía su estado. Y al escuchar su entusiasmo, la certeza de su capacidad, algo se sacudió dentro de mí. Fue entonces cuando me fijé en ella, en la belleza de sus manos largas de dedos finos, uñas cuidadas; la manera de moverlas, de proyectar esa especie de paz y de encanto.

Cuando la escuché presentar los productos al primer prospecto, tuve la certeza de que era ella la candidata para liderear el grupo. Y sí, logró levantar órdenes de compra con tres de los seis clientes visitados. Un promedio superior al pronóstico.

Ignoro si se debía a su condición de mujer, a su encanto, al hechizo de su voz, pero tuve la certeza de que, si yo hubiera sido el gerente de compras o el usuario, habría tenido la misma respuesta.

Lo que siguió después, en mi papel de guía, fue estructurar el organigrama, fijar la rotación de zonas, resolver dudas sobre tiempos de entrega y sistemas de envío. Desde luego, calcular los gastos de automóvil y los viáticos, según las distancias, y hacer los informes, como siempre.

Los vendedores no esperaban la noticia de que, a partir del día primero de agosto, Marina sería la subgerente provisional, y menos José Ignacio. Su larga experiencia en el mercado lo hacía suponer que iba a ser él, pero yo nunca lo consideré así. Los vendedores de carrera ganan vicios que saben esconder, hasta que se sienten seguros de su puesto.

Me quedaba una semana para aceitar, en la chica, los mecanismos de comercialización y de liderazgo, así que viajamos a Mocochá, a Motul y a Izamal, y conversamos y comimos y de paso admiré la grandeza del pueblo maya.

Fueron bastantes horas juntos. Horas que, además de hacerme potenciar las virtudes de la subgerente, me acercaron a la mujer.

Entonces aprecié su figura, su aroma, el encantador acento yucateco tan pegajoso, la sonrisa y hasta la reacción nerviosa de pasar su lengua por los labios ante los retos, una reacción sensual que me sedujo.

Cuando respondí la llamada periódica de mi esposa, la indiferencia debe haber sido evidente; yo, que la conozco, sentí el cambio de tono, tal vez hasta un acento de ironía cuando hablé de cargas de trabajo, de cortar por la necesidad de terminar el informe. Fue una despedida fría. Me pareció adecuada. No soportaba la idea de que su imagen se interpusiera entre esa chica y yo.

Por eso el jueves le pedí a Marina que cenáramos juntos. Tenía el boleto de regreso para el sábado, a las ocho de la mañana. Cierto, volvería a Mérida con frecuencia, cierto, podríamos comunicarnos por chat, por zoom, por Meet, y para eso también sirve el celular, pero sentí que el tiempo tirano se colaba por cualquier resquicio y nada deseaba más que su cercanía, tocar su piel, beberme sus labios.

Y pasó. Jamás estuve tan cerca, tan dentro de una mujer como estuve con ella, nunca había sido capaz de olvidar la ética, la responsabilidad marital, mi papel como gerente, pero mi óptica cambió: no soportaba estar lejos de ella. Nada podría impedirme amarla.

El viernes tuve que hacer gala de dominio: no pensar en la suavidad de su piel, en el peso de sus senos, en el sabor de su sexo; no pensar más que en los prospectos, en las instrucciones, en los pronósticos, en los requisitos del informe semanal que debería realizar cada empleado, para entregarle a la subgerente y que los incluyera en su propio informe.

Supe que ella experimentaba un sentimiento similar cuando descubrí una chispa nueva en su mirada, era para mí, era un destello de amor. Nos quedaba solo una noche, debía concebirla como la vida misma.

En cuanto me despedí de los vendedores deseándoles éxito y dejé las llaves de la oficina en las exquisitas manos de Marina, el tiempo empezó a ser mío. No me importó lo que supusieran, no consideré la posición en la que la dejaba como subgerente, fui incapaz de contenerme, ni siquiera les dirigí una última mirada.

Me quedé a un lado de ella, viendo cómo giraba la llave y antes de que se volviera, le dije que por favor me llevara a mi hotel.

Esa noche infinita fue demasiado corta, intensa, inolvidable, no hubo un centímetro de su cuerpo que no besara, que no lamiera; era mía y yo era suyo. Jamás iba a sentir toda esa pasión con alguien más, el deseo volvía a surgir con una palabra, con una caricia, queríamos exprimirnos.

Pero el reloj no se detiene. Marina precisó que debía ir a su casa a cambiarse y dejar los materiales de trabajo. Yo deseaba retenerla, llevarla conmigo o quedarme asido a ella para siempre. Pero la prudencia o la estupidez me obligaron a callar. Quizá necesitaba un respiro para. no lo sé. Quizá los dos necesitábamos un momento de cordura, aclarar nuestros sentimientos, algo, así que la dejé marchar después de besarla largamente.

El fraccionamiento donde está su casa no es en la ciudad, hay que manejar un par de kilómetros de carretera. Dijo que volvería a las seis. Era muy buena conductora: rápida, segura. Calculé el tiempo, resultaba adecuado.

Llamé a la casa para confirmarle a mi mujer la hora de llegada. No respondió. La llamé al celular: tampoco. Extraño, pero no quise interpretarlo. Mi pensamiento estaba en otra dimensión. Cerré la maleta.

Y dieron las seis y las ocho, el vuelo partió sin que yo pisara el aeropuerto. Marina tampoco respondía el celular. Y dieron las diez. Yo no recordaba su domicilio. Tuve que llevar a un cerrajero para abrir la oficina, sacar la solicitud, solicitar un taxi e ir a buscarla. Nadie. La casa cerrada, su automóvil no estaba.

Entonces tuve un ataque de celos, de dudas, hice conjeturas, mastiqué fantasías, las emociones en feria de pueblo y en el límite de mi no comprensión, me eché a llorar.

Camino al hotel sonó mi teléfono: era su padre: Marina fue embestida por un tráiler, acababa de morir. Creyó necesario notificarme.

Nunca había hecho tanto acopio de hipocresía. Por dentro estaba destrozado. Me atosigaba un remordimiento de todo y de nada, si no esto o lo otro. ¿Por qué la dejé marchar?

La cara de José Ignacio se volvió una fiesta cuando recibió el nombramiento y yo lo odié. Odié el fingimiento. No había aflicción. Los odié a todos tanto como me odiaba a mí mismo.

Mi casa ya no era mía, tampoco mi mujer. ¿Cómo regresar al trabajo? Todo me recuerda a Marina. ¿De qué modo retomar la vida si ya no me importa? No quiero que me comprendan o palmadas de lástima en la espalda, solo quiero quedarme a oscuras, mientras llega la noche.

DESTINO INCIERTO Cristina Harari

Primero solo fue un rumor, volvía la pesadilla, el sometimiento de un fanatismo hasta hace unos años desterrado; muy poco después ya era una realidad, tendríamos un gobierno talibán, y eso significaba sentir miedo hasta de respirar. Veinte años de control solo habían sido una tregua, un lapso de tranquilidad.