B de Bruja Brunilda - Luisa Villar Liébana - E-Book

B de Bruja Brunilda E-Book

Luisa Villar Liébana

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Beschreibung

Brunilda tiene 9 años y es una bruja de verdad, ya lo dice su nombre: «B de bruja y de Brunilda». Sin embargo, no será una bruja con todas las de la ley hasta que supere la ceremonia de iniciación.En la ceremonia, Malvada, la bruja mayor, le entregará la varita con la estrella blanca y por fin podrá poner en práctica todo lo que le ha enseñado su maestra, Guillermina, y hacer magia. Bueno, siempre y cuando todo vaya bien y no enfaden a Malvada.-

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Luisa Villar Liébana

B de Bruja Brunilda

 

Saga

B de Bruja Brunilda

 

Copyright © 2022, 2022 Luisa Villar Liébana and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728101131

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

CEREMONIA DE BRUJAS

Brunilda se preparaba para su primera ceremonia de brujas. Todo debía quedar perfecto y ella también. La casa decorada con farolillos y colgantes negros, y ella vestida de bruja, claro, de eso se trataba.

Brunilda era una bruja de verdad. No en vano su nombre empezaba por

B de Brunilda y b de bruja.

Tenía nueve años, y aquella sería su Ceremonia de Iniciación.

La casa quedó decorada con farolillos negros y cintas por todos lados, incluido el jardín, con la ayuda de Guillermina y las protestas de Garabato, que no encontraba un lugar donde dormir tranquilo y no dejaba de maullar.

Guillermina lo había encontrado en la calle y pretendía convertirlo en un gato de bruja. Aunque solo era un gato negro, dormilón, y bastante asustica.

Cuando la casa estuvo decorada le tocó el turno a Brunilda.

-He aquí la ropa –le indicó Guillermina.

Un vestido largo y marrón, botines negros de punta, calcetines a rayas y sombrero negro.

-La Ceremonia empezará a las doce en punto. Debes prepararte.

Brunilda examinó el vestuario. Parecía un disfraz. Ella era una auténtica bruja y no lo necesitaba. Y el color marrón no le gustaba, habría preferido uno más alegre.

Brunilda era alta con el pelo largo y rizado, y le encantaban las mallas de colores. Se puso el vestido, los botines, los calcetines y el sombrero. Y, en efecto, parecía un disfraz.

En cuanto a Guillermina, siempre iba con un traje de chaqueta azul claro hasta los tobillos y zapatos del mismo color. Y lucía, eso sí, un bonito broche marrón en representación del color de las brujas.

-¡Estás guapísima! –exclamó al contemplar a la pequeña bruja vestida ya.

Garabato no opinaba lo mismo. Estaba medio adormilado, abrió un ojo y, al verla, corrió maullando asustado y lo perdieron de vista.

La pequeña bruja se miró en el espejo. Su aspecto era lánguido. Ella era una chica alegre y con ese vestido no lo parecía. Se le ocurrió algo. Había practicado sortilegios con Guillermina, su maestra de brujas, y se le ocurrió poner en práctica uno sobre los colores.

Empezó a recitar:

-Te digo a ti, vestido, que serás amarillo. Llevaré un sombrero color del cielo. El botín y el calcetín color carmesí.

…A la de una, a la de dos…

-No te esfuerces querida. Nada puedes hacer sin la estrella blanca. Estás a punto de conseguirla, pero aún no la tienes.

-Entonces transforma tú el vestido, tía Guillermina –le pidió Brunilda.

-Oh, niña, no juguemos con eso. Debes parecer una bruja de verdad.

-¡Y lo soy! Soy una bruja de verdad –Brunilda hizo monerías en el espejo.

Era una bruja de verdad, y había estudiado y se había esforzado mucho para estar preparada.

La Ceremonia era importante. Malvada, la Bruja Mayor, le entregaría la varita con la estrella blanca, y entonces se iniciaría como una pequeña y auténtica bruja. ¿Para qué arriesgarlo todo por esa tontería del vestido?, pensaba Guillermina.

-No es momento para jugar a cambiar colores. Malvada debe encontrarlo todo perfecto, especialmente a ti. De lo contrario se enfadará y quien sabe qué podría suceder. Malvada es capaz de todo cuando se enfada, mejor no arriesgarse.

-Por favor, tía Guillermina, cambia el vestido –insistió Brunilda-. Me gustaría uno amarillo voluminoso con flores por todos lados. El sombrero azul, los botines rojos. Ah. Los farolillos y las cintas de la decoración color naranja, es más divertido. Después lo vuelves todo marrón, Malvada no se enterará.

-No sé, no sé.

-Primero utilizas la fórmula para cambiar el vestido. Luego utilizas la fórmula para volver atrás, y todo quedará como ahora.

-Siempre me convences –refunfuñó Guillermina-. En fin. Un par de minutos nada más. Espero que todo salga bien por la cuenta que nos trae a ti, a mí, incluso a Garabato.

Exhaló un suspiro:

-¿Cómo era el sortilegio de los colores? A ver, a ver… -intentó recordar-. Sabes que la memoria me falla últimamente -advirtió a su pupila-. A ver a ver…Creo que la he recordado.

-Añade una cestilla de fruta como si yo viniera del campo. Y a Garabato lo quiero verde -añadió Brunilda.

-¡Vamos allá! -exclamó Guillermina dejándose llevar.

Tocó el vestido marrón con su vara mágica, y recitó:

-Te digo a ti, vestido, que serás amarillo. Tendrás flores del campo prendidas en el manto. Y tu volumen aumentará sin más.

El vestido se transformó en uno amarillo voluminoso con florecillas como Brunilda quería..

-Llevarás el sombrero color del cielo -continuó Guillermina-. El botín y el calcetín color carmesí.

Tocó el sombrero y todo lo demás y se transformaron los colores como Brunilda deseaba, y en su brazo apareció una cesta llena de naranjas. También cambió el color de los farolillos. En cuanto a Garabato, recitó:

-El gato será verde como un pino, desde la cola hasta los bigotes del felino.

Al oír que lo nombraban, Garabato, como Guillermina solía practicar sus sortilegios con él y eso no le gustaba, corrió a esconderse debajo de la mesa.

-Por más que me esquives, quedarás verde como el fondo de un aljibe -recitó la maestra de brujas.

El gato salió al jardín corriendo y maullando, y desapareció de la vista. Lo que no impidió que el sortilegio le alcanzara. Lo último que contemplaron de él fue una cola verde y peluda.

Faltando un minuto para las doce todo volvió a su color. Los farolillos eran negros de nuevo, el vestido de Brunilda marrón. En cuanto a Garabato, como no había regresado no se sabía de qué color estaba.

La Bruja Mayor no debía enterarse del juego. Era muy soberbia, sus órdenes debían cumplirse a rajatabla. Si alguien la desobedecía se ponía furiosa, y el enfado podía acarrear más de una consecuencia.

De pronto Guillermina recordó algo:

-¡Oh! ¡No! -exclamó-. El sortilegio no va a salir bien. Acabo de recordar que…

-¿Qué?

-Que no lo he sellado. No he añadido la fórmula para desactivar el sortilegio, lo olvidé. ¡Oh! ¡Esta memoria mía!