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Un día, Charli recibe una inesperada llamada. Se trata de Gladis, una joven que cuida de una mujer anciana. Gladis le pide a Charli que acuda rápido a la casa y que le ayude a abrir una puerta que está cerrada. Cuando Charli llega y consigue abrir la puerta, los chicos encuentran a la señora de la casa en el suelo, desmayada. Pero ¿cómo y quién cerró la puerta con llave si no hay nadie más en la habitación? La escritora Luisa Villar Liébana regresa con otro de sus intrépidos detectives, tan perspicaz e inteligente como la gallina Cloti o Sabueso Orejotas. Esta nueva aventura de Supercharli Detective hará las delicias de los más jóvenes amantes del misterio y las historias policiacas.
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Seitenzahl: 45
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Luisa Villar Liébana
Saga
El enigma de la habitación cerrada
Copyright © 2018, 2021 Luisa Villar Liébana and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728101124
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Cuando el teléfono sonó, Charli se encontraba en su habitación pasando una tarde tranquila. Pero hasta en las tardes más tranquilas podían surgir los casos más misteriosos y enigmáticos. Este sería uno de ellos.
Estaba solo en casa y atendió la llamada. Una voz desconocida dijo:
-¿Eres Charli, el chico del robot? Necesito ayuda.
La voz era femenina, suave y joven, y su dueña parecía muy preocupada.
Charli estaba tan sorprendido que no supo que responder.
-¿Quién eres? ¿Qué te ocurre? –exclamó superada la sorpresa.
-Me llamo Gladis Pérez. No tengo a nadie a quien recurrir, y la puerta no abre. ¡Ayúdame, por favor! Calle del suspiro 4, un dúplex. ¿Me ayudarás? Por favor, Charli.
Cerró el móvil, y la voz desapareció de manera tan inesperada como había aparecido.
Charli se preguntó quién era Gladis Pérez y qué clase de ayuda necesitaría. Algo relacionado con una puerta.
Por un momento pensó que la llamada era para su padre, detective privado con una placa dorada que lo anunciaba a la entrada de su casa. Pero la chica había mencionado su nombre y al robot; la llamada era para él. Desde el caso del falsificador él y Robi eran más conocidos en el barrio.
<<La puerta no abre>>. Si una puerta no abría, ¿no tendría que haber llamado a los bomberos? Fuese lo que fuese, la chica parecía estar en un apuro.
Decidió ir con Robi a ver qué pasaba. Si se trataba de una puerta, era la mejor opción,i estaba programado para abrirlas. Si alguna vez, por accidente u otra razón, Charli se quedaba encerrado en su habitación, Robi abriría la puerta.
-Bue-nos-días. Bue-nas-tar-des. Bue-nas-no-ches –saludó al ser conectado.
Las fases del día no las controlaba bien, y saludaba en las tres, por si acaso.
-¿Quieres venir conmigo a la calle Robi?
-A-fir-ma-ti-vo. Sa-lir-a-la-ca-lle. A-la-or-den-je-fe. Me-es-ta-ba-que-dan-do-o-xi-da-do-en-el-ar-ma-rio.
Charli se puso el sombrero y salió con el robot.
Los dúplex no quedaban lejos. La calle del Suspiro no tenía pérdida. Era corta y la parte de atrás daba a un callejón. Llamó al número 4, y Gladis abrió.
Era una chica inmigrante, morena con una trenza hasta la mitad de la espalda. Hacía unos meses que había llegado de su país al barrio para trabajar y estudiar, y eso era lo que estaba haciendo allí. Cuidaba de doña Felicidad, una señora mayor que vivía sola, y estudiaba informática. Tendría unos diecisiete años, y estaba muy nerviosa.
Cuando vio a Charli se alegró.
-¡Qué bien que has venido! ¡Menos mal!
Había tenido noticias suyas por el periódico del barrio. Cuando ocurrió el caso de los billetes falsificados, el periódico lo había mencionado a él, a Robi, y a su padre como detective privado. Gladis lo había leído, y dar con el número de teléfono resultó de lo más sencillo. Era el que su padre utilizaba para los asuntos de trabajo.
La chica era eso que algunos llaman una sinpapeles, una inmigrante ilegal. Para no darle explicaciones a nadie, pensó que lo mejor sería pedirle ayuda a Charli. Y así lo hizo.
-Buenos-días. Bue-nas-tar-des. Bue-nas-no-ches –la saludó Robi-. En-can-ta-do-de-la-vi-da-se-ño-ri-ta. Digo, en-can-ta-do-de-co-no-cer-la.
-Anda, mira –sonrió Gladis.
El robot le hizo tanta gracia que, a pesar de la preocupación, le dedicó una sonrisa. Y como tenía la mano extendida, la chocaron a modo de saludo.
-¿Siempre vas con él?
Charli no siempre iba con Robi, sólo en casos de emergencia.
-No siempre –respondió-. ¿Qué puerta no abre?
-La puerta de la habitación de la señora Felicidad. Lo extraño es que está dentro y no responde.
Subieron a la segunda planta del dúplex, y llamaron a su puerta.
-¡Señora Felicidad! ¡Señora Felicidad!
No respondió.
-¿Lo ves? –exclamó Gladis.
Estaba muy preocupada. La señora Felicidad solía echarse un sueñecito antes de tomarse la manzanilla. Pero hacía rato que se la había servido y debería estar despierta.
-¿Estás segura de que se encuentra dentro? –le preguntó Charli.
-La señora Felicidad va en silla de ruedas y nunca sale del dormitorio si no es conmigo –le informó Gladis-. Siempre está sentada en su sillón. A veces camina un poco por la habitación, sola, apoyada en su bastón. Pero necesita ayuda para incorporarse, y yo la dejé sentada.
Calló, y exclamó:
-¿Le habrá ocurrido algo? A las tres dio unos golpes en el suelo con el bastón y me pidió su infusión de manzanilla. La cocina está debajo y oigo los golpes perfectamente. Le subí una bandeja con la infusión y cuatro galletas de chocolate.
-¿Y estaba bien?
-Si. Si puede llamarse bien a como ella está. Es una mujer mayor que se mueve poco y habla poco. Así la encontré. Le dejé la manzanilla y las galletas en la mesa camilla, y me fui a clase de informática. Voy martes y viernes; hoy es martes.
-¿Al salir de la habitación cerraste la puerta con llave? –le preguntó Charli supervisando la cerradura.