Misterio en el vestuario - Luisa Villar Liébana - E-Book

Misterio en el vestuario E-Book

Luisa Villar Liébana

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Beschreibung

Don Mentolín, el presidente del Real Club Deportivo Las Gallinas Coloradas, está muy preocupado porque el equipo de fútbol, considerado uno de los mejores del mundo, ha pasado de ganar siempre a perder todos los partidos y nadie sabe por qué. El presidente del club de fútbol está tan desesperado que decide llamar a Cloti, la gallina detective, para que investigue el caso. A pesar de parecer despistada, en realidad, Cloti es muy observadora e inteligente, gracias a lo cual es capaz de resolver los enigmas y misterios más escalofriantes. ¿Preparados para acompañar a Cloti en otra de sus emocionantes aventuras?-

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Luisa Villar Liébana

Misterio en el vestuario

 

Saga

Misterio en el vestuario

 

Copyright © 2012, 2021 Luisa Villar Liébana and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728101117

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

LAS GALLINAS COLORADAS

Don Mentolín, el presidente del Real Club Deportivo Las Gallinas Coloradas, estaba muy preocupado. Todos en el club lo estaban, especialmente él y la junta directiva. Últimamente el equipo no ganaba ningún partido y nadie sabía porqué.

¿Por qué en los últimos tiempos Las Gallinas Coloradas perdían siempre?: Nadie lo sabía. ¿Qué les sucedía?: Nadie tenía una respuesta.

Con media liga avanzada, Las Coloradas, un equipo galáctico considerado el mejor del mundo, había pasado de ganar siempre a perder todos los partidos. Hacía dos meses que no lograban sumar un solo punto, y sus mayores adversarias, las del Verdes Fútbol Club, un equipo estratosférico, las superaban ya.

No se trataba solo de la liga. Por desgracia, Las Coloradas también perdían en la liga de campeones y en los partidos de copa.

Si seguían así no ganarían ninguna competición. Y eso que la inversión del presidente había sido morrocotuda. Aquel año se había gastado hasta la camisa en la compra de jugadoras. Era verdad. ¡Hasta había subastado su mejor colección de corbatas!

Don Mentolín, además de aficionado al fútbol, sobre todo a su equipo, era un pavo superelegante, barrigudo, calvo, con bigote y muy trajeado que coleccionaba corbatas. De todos era conocida su inclinación por este complemento masculino en todas sus variedades, que lucía en los palcos las tardes de fútbol. Tanto que muchos aficionados, en lugar de don Mentolín, lo llamaban don corbatín.

El asunto empezaba a ser grave. Si Las Coloradas no ganaban ningún torneo, sería una catástrofe.

Y eso que don Mentolín había cambiado cuatro veces de entrenador, había reforzado el equipo en el mercado de invierno, incentivado a las jugadoras con premios si ganaban los partidos, e incluso bajaba al vestuario para animar.

Todo inútil. Nada daba resultado. LasColoradas seguían sin conocer la victoria, y la imagen que iban dejando en los campos donde jugaban era desastrosa.

Un misterio.

Lo peor del caso es que no quedaba nada por hacer, lo habían intentado todo, excepto… Don Mentolín propuso algo muy atípico en la última reunión de la junta directiva del club.

-Podíamos llamar a… -sugirió.

No se atrevió a acabar la frase. Lo que iba a proponer a él mismo le parecía una idea bastante extravagante: llamar a Cloti, una detective. ¿Qué podía hacer un detective por un equipo de fútbol? Seguramente lo que sucedía era que las jugadoras se comportaban como gandulas en el campo.

La idea de contratar a una detective sonaba, en efecto, extravagante. No obstante, la propuesta quedó aprobada por unanimidad. Lo habían intentado todo sin resultado, y como Cloti era muy conocida en Villa Cornelio a causa de los muchos misterios investigados y resueltos. En fin, que la propuesta se dio por aceptada.

Cloti era una gallina muy especial, la gallina más trepidante del planeta. Parecía despistada, pero en realidad era muy observadora. Siempre lo observaba todo. Y, con su aguda inteligencia, era capaz de resolver los enigmas y misterios más escalofriantes.

Tenía una agencia de detectives y su ayudante era Matías Plun.

-¿Estás dispuesta a investigar? –le preguntó el presidente por teléfono.

-¿Qué quiere que haga exactamente? -le preguntó la detective a su vez.

-Lo que yo quiero es una respuesta. Saber qué les pasa a mis jugadoras, por qué pierden, con eso me daré por satisfecho. No repares en gastos, tendrás todo lo que necesites. ¿Aceptas el caso?

-Lo pensaré –dudó Cloti-. Mañana le daré la respuesta.

Debía pensarlo antes de aceptar porque ella no entendía nada de fútbol. Antes de hablar con don Mentolín, ni siquiera sabía que existían Las Gallinas Coloradas.

Bueno. Eso tampoco era del todo cierto. ¿Quién no conocía la existencia de Las Gallinas Coloradas? Un equipo galáctico del que se hablaba en los medios de comunicación deportivos de todo el mundo, con un montón de trofeos ganados a lo largo de su historia que el club exhibía en sus vitrinas, cuyas adversarias, Las Verdes estratosféricas, le disputaban los títulos.

Cloti solía oír la radio y, quisieras o no, oías hablar de fútbol. Sintonizaba programas musicales y a veces se interrumpía la melodía para dar los resultados del último partido, y cosas así.

Conocía la existencia del equipo y lo que don Mentolín le acababa de contar, nada más. El asunto era para pensarlo antes de aceptar.

Salió al jardín y se sentó en el columpio. Un ligero balanceo siempre le ayudaba a concentrarse. El caso la tenía desconcertada.

Si un equipo perdía, ¿no era una cuestión deportiva? ¿Qué pintaba ella en un asunto así? En fin. Si aceptaba, investigaría y haría un informe con el resultado. ¡Quién sabía! Quizás hasta lograra averiguar qué demonios les pasaba a LasGallinas Coloradas.

Era todo un reto y a Cloti le gustaban los retos, aunque no sabía por donde empezar.

Se balanceó a ver si se le ocurría algo. Cuando supiera qué hacer, llamaría a Matías, su ayudante, y empezarían a trabajar.

Matías se preparaba para pasar una tarde de fútbol en casa. Era muy aficionado a la ópera, su segunda afición era el fútbol y su equipo, Las Gallinas Coloradas, siempre ganaban, aunque no últimamente.

Como aquel domingo jugaban, se dispuso a pasar la tarde con la radio puesta escuchando la retransmisión del partido.

Jugaban contra el Portillo Fútbol Club, un equipo al borde del descenso, que debían ganar sí o sí. Y como estaban obligadas al triunfo, el partido prometía. Según los comentaristas, o el equipo de don Mentolín empezaba la remontada, o el club caería en una profunda crisis.

Matías se preparó una bandeja con zumo y patatas fritas, se puso la bufanda de su equipo, y se sentó en el sofá dispuesto a cantar los goles; esperaba una tarde de goles.

Conectó la radio y tarareó la sintonía del programa: tirorí, tirorí, tirorí, el partido ya está aquí. Le dio un subidón. Esta tarde le vamos a meter al Portillo tres a cero, se dijo. ¡Menuda goleada!

Ensayó el himno que los aficionados cantaban siempre: ¡Bien, bien, bien! ¡Hurra, hurra, hurra! ¡Las Coloradas las que chuflan! Y pensó en llamar a Cloti para compartir con ella el gran momento de la remontada, cosa que no hizo porque lo iba a mandar a paseo.

A Cloti no le interesaba el fútbol, le gustaba la música tecno y el rap, cuando no le daba por los boleros o los tangos y se pasaba los domingos en el club de música y baile, si no tenían un caso entre manos.

Una pena no compartir con ella la deliciosa tarde de fútbol que se avecinaba. Seguro que su equipo le metía al Portillo tres goles o cuatro; uno de Pedrita, uno de Robiriña, y dos de la Albondiguina, se dijo feliz.

El loro Pérez, un periodista conocido, que retransmitía los partidos de Las Gallinas Coloradas, saludó a los oyentes y su voz de pito de loro se dejó oír en la habitación.

-Muy buenas tardes, señoras y señores, ya estamos aquí. Gracias por estar escuchando al otro lado de las ondas. Un gran espectáculo nos espera. Al Portillo le toca hacer un gran esfuerzo, y Las Gallinas Coloradas tienen la obligación de ganar, lo que nos anuncia un partidazo.

La musiquilla otra vez, y la voz del loro Pérez dando la alineación:

-Hoy jugará Pepa por la derecha en sustitución de la pivita Pereira, que está lesionada. La gallina Marcelina por la izquierda. Petroska, Dimitria, y Olivia en defensa. El centro del campo será para Cosca, Rina, y Pedrita, que por cierto, a esta última la Federación le ha quitado la sanción que tenía.

¡Uf! ¡Menos mal que a Pedrita le habían quitado la sanción!, se dijo Matías. Era una centrocampista ofensiva, y ¡metía cada gol!

-¡Vamos a ganar! ¡Vamos a ganar! ¡Vamos a ganar! –gritó entusiasmado.

-En punta Candela en sustitución de Robiriña, también de baja, y la Albondiguina, de la que se esperan varios goles –continuaba el loro Pérez-. La portería para Miguelina, que esperemos esté mejor que en las anteriores convocatorias y no le metan tantas roscas como últimamente.

El juego empezó, y los comentaristas comentaban en la radio:

-Seguro que Cosca, Rina, y Pedrita nos van a dar una buena tarde creando fútbol como ellas saben. Las Coloradas ganarán, no les queda otra opción. Al fin y al cabo, los del Portillo solo son un conjunto de pollos indefensos.

Todo iba bien hasta que el loro Pérez, dijo:

-Petrosca pasa la pelota, Dimitra la recoge y la pasa a Olivia. Olivia se la lanza a Candela que la deja para la Albondiguina. La Albondiguina hace el primer lanzamiento del partido con la pierna derecha y… ¡Uyyyyy!

-¡Uyyyyyy! –gritó Matías también levantándose del sofá de un brinco.

La Albondiguina había estado a punto de marcar. ¡Menudo trallazo! No había entrado de milagro. El portero del Portillo había mandado el balón a córner.

Ahora meteremos el primer gol, se dijo Matías. ¡Guay! Aquello molaba. El equipo empezaba bien, se dijo eufórico.

-¡Hurra, hurra, hurra! ¡La Albondiguina es la que chufla! –gritó dejándose llevar de nuevo por el entusiasmo.

¡Qué superchuliguay! Sí, sí. Aquel iba a ser el partido de la remontada.

En el intermedio corrió a la cocina para hacer acopio de más patatas fritas y zumo. No quedaba nada en la nevera, salió a la calle a comprar y, cuando regresó, la segunda parte había empezado y en el campo se había liado una buena. El árbitro había parado el juego y se oía mucho ruido de fondo.

Puso la televisión a ver qué pasaba. Le gustaba escuchar los partidos en la radio, pero el loro Pérez no explicaba bien lo sucedido, y puso la tele a ver si se aclaraba.

Según algunos periodistas, Pedrita le había hecho una entrada fuerte a un defensa del Portillo. Y, según otros, se había producido un choque sin mala intención. El árbitro había expulsado a Pedrita, y se había montado un guirigay. Y a la Albondiguina que había protestado, le habían sacado una tarjeta amarilla.

Les vino el primer gol, el segundo, después el tercero y el cuarto. Y, por si fuera poco, otro de penalti. Menos mal que el árbitro pitó el final, o los del Portillo podrían haberles metido seis o siete goles. Y eso que eran unos pobres pollos indefensos.

A don Mentolín estaba a punto de darle un ataque de nervios en el palco. Movía el bigote y se limpiaba el sudor con la corbata cada vez que sus jugadoras metían la pata, nunca mejor dicho.

El público salía más que cabreado del estadio, con cánticos contra el entrenador como <<Dimitri, dimite. Dimitri, dimite. Dimitri, dimite>>.

Una pasada.

Menos mal que los cánticos iban contra el entrenador, pensaba don Mentolín. Mientras los aficionados pedían la cabeza del entrenador no pedían la suya. Aunque la situación se estaba haciendo insostenible.

Matías se sentía superdecepcionado. Esperaba una tarde de goles, no que los del Portillo les metieran a ellos cinco a cero con Miguelina de portero.

Se acostó temprano a ver si durmiendo superaba el mal trago. Había sufrido un choque postraumático mental que le hizo tomarse un Gelocatil. Estaba a punto de entrarle la depre.

¡Ay que me entra la depre