Bajo su hechizo - Margaret Mayo - E-Book
SONDERANGEBOT

Bajo su hechizo E-Book

Margaret Mayo

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Quería que fuera su secretaria durante el día… y su amante de noche Cuando Keisha volvió a ver a su marido tres años después de abandonarlo, su primer instinto fue huir. Hunter Donahue no volvería a hacerla sufrir. Hunter buscaba vengarse de su joven y bella esposa por haberlo abandonado… y sabía perfectamente cómo hacerlo. Keisha necesitaba dinero y él podría dárselo si trabajaba para él sin ningún tipo de compromiso. Keisha creía que aquella oferta de empleo era puramente profesional, pero no tardó en descubrir que sus intenciones eran otras…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 162

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Margaret Mayo. Todos los derechos reservados.

BAJO SU HECHIZO, Nº 1820 - enero 2012

Título original: Bedded at His Convenience

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-461-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

NO PUEDO ir a una fiesta! -declaró Keisha con firmeza a su amiga-. No tengo nada que ponerme ni tampoco dinero. Están a punto de echarme de mi casa. ¿Por qué me propones ir a una fiesta?

-Porque es justo lo que necesitas -insistió Gillian-. Llevas demasiado tiempo sin alternar.

-Pues éste no es el mejor momento para hacerlo -contestó Keisha, sus verdes ojos echaban chispas.

Pero Gillian ignoró las protestas de su amiga.

-Yo te puedo prestar uno de mis vestidos.

En el pasado, la ropa de Gillian no le habría valido; sin embargo, Keisha había perdido muchos kilos durante los últimos tres años, ya no quedaba ni rastro de sus voluptuosas curvas, ahora estaba delgada en extremo. Con su piel pálida y su rubio cabello, Keisha se veía a sí misma como una paja.

-De todos modos no quiero ir.

-Cuento contigo -le dijo Gillian-. Venga, hace siglos que no salimos juntas. Por favor, hazlo por mí.

Keisha sonrió débilmente.

-Está bien, iré. ¡Pero lo hago sólo por ti!

Cuando llegaron a la fiesta aquella tarde, hacía mucho que Keisha no se sentía tan bien. Gillian había obrado milagros con su aspecto físico. Le había recogido el pelo en un sofisticado moño y la había maquillado a la perfección, enfatizando sus preciosos ojos verdes. Gillian también le había dado un vestido que disimulaba su pérdida de peso.

Poco a poco, Keisha comenzó a relajarse y a disfrutar. Los últimos tres años habían sido muy duros para ella y esa fiesta era justo lo que necesitaba… ¡Un poco de diversión!

Pero cuando Keisha empezó a mirar a su alrededor, a las deslumbrantes personas que estaban allí, se dio cuenta de que había cometido un grave error. Al otro lado del salón estaba Hunter Donahue.

Keisha empalideció nada más verle y tuvo la tentación de dar media vuelta y salir corriendo de allí, pero era demasiado tarde. Hunter la había visto.

Se volvió a su amiga, pero Gillian estaba hablando con alguien. Entonces, al volver los ojos de nuevo hacia Hunter, vio con alivio que él ya no estaba…

Hasta que una mano le tocó el hombro, produciéndole un estremecimiento.

-¿Qué estás haciendo aquí?

Esa voz. Esa hermosa y profunda voz. ¿Por qué conservaba el poder de hacerla temblar de pies a cabeza? A pesar del placer que habían compartido, las cosas fueron mal entre ellos y Keisha acabó huyendo de su matrimonio tres años atrás. Y, desde entonces, no le había visto hasta ese momento.

Intentó no recordar su vida sexual, cosa difícil tratándose de un hombre tan atractivo como Hunter. Entonces, alzó la barbilla y clavó los ojos en las azules profundidades de los de él.

-¿Con quién has venido? -preguntó Keisha, aunque ahora que estaban divorciados sabía que no tenía derecho a hacer semejante pregunta.

-¿Quién es él? -preguntó Hunter a su vez, buscando con los ojos al supuesto acompañante de Keisha.

La fiesta tenía lugar en uno de los mejores hoteles de Londres y allí estaban congregados un gran número de hombres de negocios, aunque no recordaba el motivo, a pesar de que Gillian se lo había dicho.

-No hay ningún «él» -respondió Keisha-. ¿Te molesta que esté aquí?

-No, no me molesta -contestó Hunter-. Me sorprende, eso es todo. Has cambiado, Keisha. Has perdido peso. Casi no te reconozco.

Ella encogió sus delgados hombros.

-No creo que sea asunto tuyo.

Hunter, al contrario, había ganado unos kilos; no demasiados, quizá todo músculo, ya que hacía ejercicio a diario. Estaba muy guapo. Demasiado.

-Todo lo contrario, sí es asunto mío -respondió Hunter, sorprendiéndola-. Me interesa saber lo que has hecho desde que me abandonaste.

Hunter le agarró una mano y la examinó, añadiendo:

-Ya veo que no llevas anillo. No te has vuelto a casar, ¿verdad?

Keisha sacudió la cabeza, liberando su mano, alarmada ante las emociones que el roce había despertado en ella.

-Supongo que el hecho de que hayas perdido peso no ha tenido nada que ver conmigo, ¿me equivoco?

Los extraordinarios ojos azules de Hunter se clavaron en ella y le aceleraron el pulso. Se había alejado de Hunter porque él no se había preocupado de ella; trabajaba demasiado y casi nunca le veía… y también porque Hunter había estado manteniendo relaciones con otra mujer.

Pero no le había abandonado porque hubiera dejado de quererle.

En ese momento, por encima del hombro de Hunter, vio que Gillian la miraba. Le habría gustado llamar a su amiga para sugerirle que se marcharan, pero no podía hacerlo. No podía permitir que Hunter se diera cuenta de lo mucho que aquel encuentro le estaba afectando. Necesitaba mantener la calma y comportarse con frialdad, como si no le importara nada.

A pesar de haberse jurado a sí misma desde muy joven que jamás se casaría, su padre la había abandonado a los nueve años, Hunter la había conquistado totalmente con sus dulces palabras y unos ojos llenos de promesas.

Keisha había dejado los estudios a los dieciocho años, no había habido dinero para que ella fuera a la universidad, tenía que ganarse la vida. Su madre, que empezó a sufrir ataques de depresión desde que su marido las abandonó, nunca había trabajado.

Keisha había encontrado trabajo en una de las agencias de publicidad de Hunter. Todas las mujeres que trabajaban allí estaban enamoradas del jefe, con su cabello negro, ojos azules y aspecto de estrella de cine. A su atractivo se añadía el hecho de que él no estaba pagado de sí mismo ni era presumido.

Un día, en el trabajo, a Keisha se le cayó una carpeta con unos papeles, él la había ayudado a recogerlos y, cuando sus miradas se encontraron momentáneamente, ella sintió algo sorprendente e inesperado. Un par de días más tarde, Hunter la invitó a salir con él.

A esa cita había seguido otra y otra; al final, una proposición matrimonial. Y tres meses más tarde, justo después de que ella cumpliera los diecinueve años, se casaron.

Había sido una boda sencilla en su iglesia local. Fue un día precioso de principio a fin, el mejor día de su vida.

En su estado de enamoramiento, Keisha se había olvidado de la promesa que se había hecho a sí misma de no casarse nunca, de no fiarse nunca del sexo opuesto. Aquél era el hombre de su vida. Hunter jamás la abandonaría, como su padre le había hecho a su madre.

En el trabajo, todo el mundo había hablado de lo mismo: amor a primera vista y matrimonio. Sus compañeras de trabajo estaban muertas de envidia…

-Bueno, ¿qué es lo que te ha hecho perder tanto peso? -la voz de Hunter la sacó de su ensimismamiento.

-Dudo que te interese -respondió ella alzando la barbilla.

-Me interesa -Hunter inclinó la cabeza hacia ella.

-Yo no te debo nada -dijo Keisha con firmeza-. Y me gustaría que me dejaras sola, quiero disfrutar de la fiesta.

Hunter no tenía intención de separarse de Keisha. Al verla entrar en el salón de fiestas, casi no había podido dar crédito a lo que veía. Había creído que nunca volvería a verla.

Tres años atrás, le había cautivado su joven inocencia, su encantador rostro en forma de corazón y sus labios. Había sido incapaz de dejar de pensar en ella y, cuando Keisha aceptó su proposición matrimonial, le hizo el hombre más feliz del mundo.

No se le había ocurrido pensar que ella no estuviera preparada para el matrimonio, que los celos y las dudas pudieran hacer que su relación se destruyera. Lo único que sabía entonces era que la quería y que deseaba pasar el resto de su vida con ella.

Él había insistido, y conseguido, que Keisha dejara su trabajo y se fuera a vivir con él al centro de la ciudad. Unos meses después, se habían trasladado a una preciosa casa en Surrey y allí había pasado los mejores momentos de su vida. Por eso, cuando Keisha, justo después del primer aniversario de su boda, le dejó, se hundió.

Keisha se había quejado de que él trabajaba mucho y de que ella no tenía nada que hacer, y él le había sugerido que se buscara un hobby.

Lo que Hunter no había esperado era que Keisha se metiera en un gimnasio y se quedó muy preocupado cuando la oyó decir, hablando con alguien por teléfono, que los hombres que iban al gimnasio eran muy atractivos. Y le preocupó aún más oírle mencionar a un hombre en particular a su amiga Gillian. Sin embargo, cuando él sacó el tema, Keisha le contestó que ese hombre era sólo un amigo y que, además, estaba felizmente casado.

-¿Por qué no vienes al gimnasio tú también? Así podrías conocerle -le había sugerido Keisha-. Se llama Marc Collins y es amigo de una antigua compañera mía de colegio.

Hunter había rechazado la idea y se había convencido a sí mismo de que, si su esposa quería presentarle a ese hombre, él no tenía nada de qué preocuparse.

Por otra parte, se había dado cuenta de que Keisha temía que él estuviera saliendo con otra mujer y habían discutido por ello. No obstante, él creía haberla convencido de que no había ninguna otra mujer en su vida.

¡Qué equivocación!

Al volver a casa una noche poco antes de las doce tras haber trabajado todo el día en una nueva campaña publicitaria, Keisha le dijo que se marchaba. Lo hizo con ojos fríos y distantes, y a él le resultó difícil creer que se trataba de la misma chica que había estado apasionadamente enamorada de él.

Esa misma noche, hablaron durante horas y luego hicieron el amor de una forma que le hizo creer era una renovación de sus votos matrimoniales. Por tanto, al día siguiente cuando fue a trabajar, estaba convencido de que habían solucionado sus diferencias.

Pero esa tarde, al volver a casa, Keisha se había marchado.

Hunter había llamado a su madre y a todo aquél que pudiera conocer su paradero, pero sin resultado. Al final, reconoció que se había marchado porque no era feliz.

Desgraciadamente, acabó descubriendo que la marcha de Keisha no tenía nada que ver con lo mucho que él trabajaba ni con el temor de que tuviera una amante. Eso había sido una excusa. Era ella la adúltera. Le había dicho que su amigo del gimnasio era sólo un amigo y él la había creído. Sin embargo, la había encontrado accidentalmente en la calle con los brazos alrededor del cuello de un hombre; quizá hubiera sido el del gimnasio o quizá no, pero daba igual fuera quien fuese.

¡La había visto besando a un hombre a plena luz del día!

A pesar de la furia desatada en él, no hizo nada. ¿Qué sentido tenía provocar un escándalo cuando su matrimonio había fracasado ya?

Simplemente, les había visto alejarse con las manos unidas.

Ahora, al volverla a ver en aquella fiesta, revivió la traición de ella y se dio cuenta de que quería vengarse, hacerla sufrir como ella le había hecho sufrir a él. Ya no la amaba, ¿cómo iba a amarla cuando Keisha se había ido con otro hombre? Pero estaba dispuesto a hacérselo pagar… de una forma u otra.

-No tengo intención de dejarte, Keisha -dijo Hunter intentando contener la ira que había despertado en él-. De hecho, me gustaría bailar contigo.

La banda de música estaba tocando un vals y, sin darle a Keisha tiempo para rechazarle, le tomó la mano y la llevó a la pista de baile.

Pronto se dio cuenta de que, aunque no había amor entre ellos, la atracción física seguía presente…

¡Y podía utilizarla!

A Keisha le disgustó la reacción de su cuerpo. ¿Cómo podía sentir aún algo por Hunter después de tanto tiempo? No tenía sentido.

Cuando el vals acabó, ella trató de separarse de Hunter, pero él se lo impidió.

-¿A qué tanta prisa? La fiesta sólo está empezando.

-Quizá para ti, pero no para mí -contestó Keisha.

Hunter, sin darse por enterado, sonrió.

-Dime, ¿qué amiga te ha traído a esta fiesta?

-Gillian. ¿Te acuerdas de ella? -preguntó Keisha-. Sin embargo, ahora siento que me haya convencido de venir aquí.

-Es una pena, a mí me pasa todo lo contrario.

-¿Insinúas que te alegra volverme a ver? -preguntó ella, mirándole con el ceño fruncido.

Hunter era muy alto, medía un metro noventa, mientras que ella era treinta centímetros más baja. Siempre le había encantado su diferencia de altura. Le había encantado cuando Hunter la tomaba en sus brazos y la estrechaba contra sí.

-Me sorprende y me alegra -contestó Hunter-. Me gustaría saber qué has estado haciendo durante los tres últimos años.

De repente, la expresión de Hunter se endureció. Sus largos dedos le agarraron con firmeza el brazo.

-¿Qué has estado haciendo? -añadió él.

Keisha sintió un súbito temor. Aquél era un aspecto de la personalidad de Hunter que no conocía.

-Suéltame -protestó Keisha-. Me estás haciendo daño.

-Vamos a ir a un lugar tranquilo donde podamos hablar -respondió él con voz suave pero fría.

Keisha tembló mientras buscaba con la mirada a Gillian.

Su amiga sabía todo lo referente a su divorcio, eran amigas desde hacía años. Sin embargo, Gillian seguía sin comprender por qué ella le había dejado. No había cesado de instarle a que se pusiera en contacto con Hunter e intentara arreglar las cosas con él.

Agarrándola del brazo, Hunter la condujo hasta un tranquilo rincón. Allí, la hizo tomar asiento.

-Pierdes el tiempo -declaró ella.

-No lo creo.

Hunter agarró un par de copas de champan de la bandeja de un camarero que pasaba por allí y dejó una de las copas para ella en una mesa auxiliar al lado del sillón.

Keisha no quería beber, pero algo le hizo alzar la copa y llevársela a los labios.

Hunter esbozó una sonrisa de satisfacción.

En tres años, Hunter había madurado mucho. Sus sedosos cabellos negros, antes largos, ahora estaban brutalmente cortos y unas canas adornaban sus sienes. Antes tenía ojos alegres, ahora se veían serios. Sus labios ya no sonreían traviesamente, dándole aspecto de bandolero; ahora, eran los labios fríos y controlados de un hombre de negocios implacable.

Pero… ¿por qué se fijaba en esas cosas? Porque aún no le había olvidado, porque aún recordaba muchas cosas; sobre todo, los momentos que habían compartido sus cuerpos en la cama. Y se preguntó si habría algún hombre en el mundo que pudiera despertar en ella el mismo deseo que Hunter.

Pero un matrimonio no era sólo sexo. Una pareja necesitaba compartir otras cosas y debía basarse en la confianza del uno en el otro, algo que no se había dado entre ellos.

-¿Más champan?

Keisha asintió y Hunter llamó a otro camarero.

-¿Te gusta lo que ves?

Al instante, Keisha desvió la mirada, disgustada por el hecho de que Hunter se hubiera dado cuenta de que le había estado observando detenidamente.

-Te han salido algunas canas -declaró ella.

-Debe de ser por el trabajo. Mi negocio ha crecido mucho. Ahora tengo oficinas en el continente y, al año que viene, voy a abrir otra en Nueva York. Casi nunca estoy en casa.

-No me sorprende -observó ella irónicamente.

Una repentina ira se apoderó de él.

-Sabías que no tenía más remedio si quería hacer crecer mi negocio. Keisha, la verdad es que no has cambiado nada. No vales para ser la esposa de un hombre de negocios.

Keisha no respondió, se limitó a alzar su copa y a beber.

-Así que no se debe a que me hayas echado de menos el hecho de perder peso, ¿verdad? Otro es el causante -dijo Hunter con sus ojos azules clavados en ella.

Ignorando la pregunta, Keisha respondió:

-De hecho, estoy contenta por ti. Te mereces el éxito que tienes.

-Gracias. Y ahora, dime qué has estado haciendo durante los últimos tres años. Tu madre me dijo que te habías ido a vivir a otra parte.

Keisha le miró con incredulidad.

-¿Hablaste con mi madre?

-¿Qué creías, que no iba a buscarte? -preguntó Hunter arqueando las cejas.

-Mi madre nunca me lo dijo.

-A mí tampoco me dijo dónde estabas -contestó él-. Me dijo que si trataba de encontrarte tendría que vérmelas con ella. Tu madre es una mujer muy fuerte. Me pregunto qué le contaste. Me habló como si yo fuera un sinvergüenza.

A Keisha le sorprendió que su madre se hubiera puesto de su lado. De repente, apretó los labios y contuvo las lágrimas.

-Mi madre ha muerto hace poco.

-¡Oh! No lo sabía. Lo siento.

-Estaba muy enferma al final. Fue un alivio para ella.

-Debes de echarla mucho de menos.

Keisha asintió.

-¿Dónde vives ahora? -preguntó Hunter.

-En casa de mi madre -respondió ella con desgana.

-¿Hay algún hombre en tu vida?

Keisha alzó las cejas con gesto interrogante. Esperaba que Hunter no estuviera pensando en sugerirle que se fuera a vivir con él otra vez.

-Eso no es asunto tuyo.

No, no había habido ningún otro hombre en su vida después de Hunter. Y no quería que él siguiera haciéndole preguntas de tipo personal.

-Bueno, me voy -declaró Keisha poniéndose en pie-. Pediré un taxi. Si ves a Gillian, dile que me he marchado.

Pero Hunter la detuvo.

-Si insistes en irte, yo mismo te llevaré -declaró él con esa atractiva voz suya. Y cuando le agarró la muñeca, Keisha se sintió perdida.

Hunter se había apoderado de su cuerpo y de sus sentidos… Y no había escapatoria posible.

Capítulo 2

EL COCHE de Hunter era negro y lujoso, olía a cuero y a colonia. Cuando Keisha tomó asiento al lado de él, se sorprendió de lo lejos que había llegado él durante los últimos tres años.

-¿Te has vuelto a casar? -le preguntó ella sin rodeos.

No le había visto un anillo en el dedo y tampoco le había visto acompañado de una mujer en la fiesta.

-No he tenido tiempo -respondió Hunter sonriendo ligeramente.

-Te has casado con el dinero, ¿verdad? -sugirió Keisha.

-No soy esclavo del dinero, si es eso lo que insinúas -respondió él-. Admito que me gusta el éxito profesional y me gusta ser capaz de hacer lo que quiera e ir a cualquier parte que se me antoje, pero eso no es lo único que me importa en la vida.

-Entonces, ¿por qué no te has vuelto a casar? -insistió Keisha, volviendo la cabeza para mirarle-. No creo que se deba a que te falten mujeres.

-No, claro que no. Tengo para elegir las que quiera, eso les ocurre a los hombres con dinero, pero no vale la pena. Hace unos años aprendí una dura lección.