Secreto familiar - Margaret Mayo - E-Book

Secreto familiar E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

Era un irresistible millonario... que nunca podría ser suyo. Hacía cinco años que Kristie había adoptado al hijo de su difunta hermana y lo había criado sin problemas. Hasta el día que conoció a Radford Smythe... Kristie se quedó inmediatamente cautivada por los encantos de Radford, pero tardó demasiado en descubrir que era el ex novio de su hermana. Su instinto le decía que debía mantenerse alejada de él antes de que descubriera su secreto; pero su conciencia le gritaba que el pequeño Jake debía tener la oportunidad de conocer a su padre.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Margaret Mayo

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secreto familiar, n.º 1476 - junio 2018

Título original: Surrender to the Millionaire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-212-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Tarah ha muerto? ¡No puede ser!

Kristie se negó a aceptar la noticia.

–Claro que voy. Ahora mismo.

Mientras iba por la autopista hacia Londres, rezó y esperó que no fuera cierto. No podía ser. No, su hermana del alma, no. Su hermana amaba la vida. No era justo que la hubiera perdido tan joven.

Veinticinco años no era nada. Sus padres habían muerto en una avalancha esquiando en Noruega. Ambos tenían más de cincuenta años y, aun así, le había costado aceptarlo. Pero Tarah… ¡No, no podía ser!

Se obligó a conducir con cuidado y se convenció de que había sido un error, pero cuando llegó al hospital la horrible verdad aplastó sus esperanzas.

–Hemos hecho todo lo que hemos podido –le dijo el médico–, pero no hemos podido salvarla. El único consuelo es que el niño está bien.

A Kristie no le importaba el niño.

–¿Quiere verlo?

Kristie negó con la cabeza. ¿Por qué habría muerto Tarah en lugar del bebé? ¿Por qué era la vida tan injusta? Las lágrimas le resbalaron por las mejillas.

–Creo que debería verlo.

–Como quiera –contestó conmocionada.

Al ver lo mucho que el niño, dormidito y vestido de azul, se parecía a su hermana, las lágrimas aumentaron.

Cuando le preguntaron si se iba a hacer cargo de él, si se lo iba a llevar, dijo que sí. ¡Él no tenía la culpa de no tener ni madre ni padre!

Kristie había consolado a Tarah cuando la había llamado para decirle que Radford la había dejado. Dos semanas después, se había enfurecido con ella porque su hermana había decidido no decirle que estaba embarazada alegando que a él nunca le habían gustado los niños.

–No puedes hacer eso –le había dicho–. Es su padre. Tiene que hacerse cargo. No vas a poder criarlo sola. Por lo menos, que te ayude económicamente.

Tarah no había cambiado de opinión y ahora estaba muerta. Y todo por culpa de aquel hombre. Kristie no lo conocía ni quería conocerlo. Si lo hiciera, lo mataría.

Adoptó a Jake y, aunque había sido duro, había conseguido sacarlo adelante sola.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Desde la carretera, no se veía la casa. Kristie había pasado varias veces por allí y nunca se había fijado.

Era un edificio interesante, grande y de una planta. Parecía que se le hubieran añadido anexos con el paso de los siglos y el resultado era ecléctico. Por dentro, era todavía mejor.

Se había esperado una mansión perfectamente amueblada como de decorador, pero se encontró con algunos muebles buenos y un indiscutible ambiente hogareño. Un periódico aquí, un libro allá y una chaqueta sobre el respaldo de una silla, detalles que gritaban a los cuatro vientos que se trataba de una casa muy vivida.

–Felicity quiere casarse en verano, ¿verdad, cariño?

Kristie se giró y se encontró con una chica muy guapa que entraba en una silla de ruedas. Tenía el pelo oscuro y unos preciosos ojos grises. Qué tragedia. Sin embargo, la chica lucía una gran sonrisa en el rostro.

–A principios de junio, para mi cumpleaños. Será perfecto.

–Cariño, te presento a Kristie Swift, la señorita de la que te he hablado.

–¿La que se va a encargar de hacerlo todo? –dijo Felicity acercándose y tendiéndole la mano–. Me han hablado muy bien de usted. No sabe el alivio que es saber que mi madre no va a estar demasiado liada –añadió la joven de treinta años–. ¿Mi hermano todavía no ha llegado?

–Ahora viene –contestó la madre–. No creo que tarde. ¿Tomamos una copa mientras lo esperamos? –añadió–. Mi marido murió hace unos años y mi hijo se ocupa, desde entonces, de todas las cosas importantes. No sé qué haría sin él.

La señora Mandervell-Smythe era una mujer guapa de pelo cano y pocas arrugas.

–Deberías buscarte otro marido –sugirió Felicity–. No será porque no hayas tenido pretendientes.

–Sí, pero ninguno iguala a tu padre.

–Supongo que no porque papá era especial, pero me encantaría que encontraras a alguien. No me gusta nada verte sola. Vaya, ya ha llegado –dijo Felicity feliz saliendo a toda velocidad del salón.

Su madre sonrió con indulgencia.

–Como ve, Felicity adora a su hermano. Como vive en Londres, no lo ve mucho.

Kristie oyó a Felicity saludando con efusividad a alguien y una voz masculina. Nada más entrar en el salón precedido por su hermana, el dueño de aquella voz posó sus ojos en ella.

Fue como recibir un rayo láser. Kristie sintió una descarga por todo el cuerpo y el corazón le dio un vuelco.

Mientras el hombre se dirigía a saludar a su madre, Kristie aprovechó para estudiarlo. Era el hombre más guapo que había visto jamás. Se parecía a su hermana. De hecho, tenía el mismo pelo oscuro y los mismos ojos grises.

Era de esos hombres que sobresalían entre los demás, no sólo porque fuera alto y guapo sino porque tenía carisma. Era como un magnetismo del que Kristie no podía escapar. Le faltaba el aliento.

–Esta es Kristie Swift, que se va a encargar de organizar la boda de Felicity –los presentó su madre–. Kristie, le presento a mi hijo Radford.

–Es usted valiente –sonrió él–. Mi hermana tiene fama de cambiar de opinión cada dos por tres.

Kristie no lo escuchaba. Radford. Radford Mandervell-Smythe. En un segundo, sus sentimientos por él cambiaron. Radford Smythe. O Radford Smith, como su hermana se empeñaba en llamarlo.

Tenía que ser él. Radford no era un nombre muy común. De hecho, Kristie no conocía a nadie que se llamara así.

Se le heló la sonrisa en la cara y no le dio la mano.

–¿Le pasa algo? –preguntó él con ojos penetrantes.

–Eh, no –consiguió contestar Kristie.

Aquello era increíble. Cuántas veces había deseado conocer a aquel hombre y decirle lo que pensaba de él. Y ahora que lo tenía delante, se había quedado sin palabras.

–Se ha puesto usted muy pálida –observó su madre preocupada–. ¿No se encuentra bien? Por favor, siéntese. Voy a por un vaso de agua.

–No, no, estoy bien –le aseguró Kristie recobrando la compostura–. No sé qué me ha pasado.

–A todas las mujeres les pasa lo mismo cuando ven a mi hermano –bromeó Felicity.

–¡Flick! –la regañó su madre.

Los pensamientos de Kristie iban por otros derroteros. Alguien llevó una jarra de agua e intentó servirse un vaso, pero las manos le temblaban y terminó tirándola por la bandeja.

–Déjeme a mí –dijo Radford con amabilidad.

Kristie no tuvo más remedio que aguantar su cercanía. Su atractivo era tan fuerte que la tenía atontada. Entendía perfectamente cómo su hermana se había enamorado de él. Era imposible no sentir el magnetismo de su sensualidad.

–Beba –le indicó poniéndole la mano alrededor del vaso y acercándoselo a los labios.

Kristie quiso apartarle la mano, quería irse de allí…

–Beba –repitió él–. ¿Qué demonios le pasa? –añadió molesto.

–¡Radford! –exclamó su madre–. No es forma de hablarle a…

–Esta mujer está anonadada –terminó él–. Desde luego, es la persona menos apta para organizar la boda de mi hermana. ¿De dónde la has sacado? –añadió mirándola con frialdad.

–Tiene muy buenas referencias –dijo Felicity–. Le organizó la boda a Michelle.

–Ya –dijo Radford–. Pues Michelle no tiene mucho gusto.

–Deja a la señorita en paz –insistió su madre–. Ven y siéntate, Radford. Eres tú el que la has puesto nerviosa. Eres como tu padre, igual de arrollador.

–Pero si no he hecho nada –se quejó.

–Deja a Kristie en paz.

La aludida comenzó a sentirse avergonzada y bebió más agua.

–Lo siento –dijo–. No sé qué me ha pasado –mintió.

¿Cómo le iba a decir a la señora Mandervell-Smythe que tenía un hijo que era un canalla?

–No se preocupe –contestó ella–. ¿Está bien como para que hablemos de los detalles de la boda de mi hija?

–A mí me parece que debería irse a su casa y acostarse –intervino Radford.

Kristie lo miró y no dijo nada.

Felicity se rió. Le debía de hacer gracia la situación.

–Estoy bien –les aseguró Kristie.

Sabía que, mientras Radford estuviera allí, no iba a ser capaz de concentrarse. Odiaba a aquel hombre con todo su corazón.

Su hermana había llegado a Londres para sobreponerse a un divorcio y había jurado que jamás iba a querer a otro hombre. Hasta que había conocido a Radford Smythe.

–Le tomo el pelo llamándolo Smith –le había contado Tarah–. No le gusta nada, ¿sabes? Lo cierto es que tiene apellido compuesto, pero no lo utiliza. Es el director de la editorial familiar porque su padre murió hace unos años y su madre viven en Stratford. Qué pequeño es el mundo, ¿verdad?

Demasiado pequeño. Aquella casa estaba a pocos kilómetros de la de Kristie. Se dio cuenta de que la señora Mandervell-Smythe le estaba hablando y ella no se había enterado de nada.

A partir de entonces, se concentró. Estuvieron hablando y anotó todas sus sugerencias. Tomaron café con pastas. Kristie sintió que perdía de nuevo los nervios cuando Radford le pasó su taza y la miró con curiosidad.

Y le sonrió. Tenía una sonrisa para derretirse y Kristie consiguió sonreír a medias.

–Tiene mejor aspecto –dijo él.

Kristie asintió.

–Ya me contará ahora, cuando terminemos con los preparativos de la boda, por qué se ha sentido mal.

–No voy a poder –contestó ella–. Tengo prisa, tengo otra cita.

–Tal vez esté trabajando demasiado.

–No creo que sea asunto suyo.

Nada más haberlo dicho, deseó no haberlo hecho. La señora Mandervell-Smythe la miró alucinada y Felicity interesada. Pero lo peor fue la mirada de él, fría y dura como el acero.

Kristie se apresuró a tomarse el café mientras deseaba estar en cualquier parte del mundo menos allí.

Sin embargo, todavía quedaba mucho por hablar y aquel hombre parecía tener algo que decir sobre todo.

–La ceremonia debería celebrarse aquí –dijo Kristie cuando salieron al jardín–. Podríamos poner un pasillo cubierto por si llueve y una carpita llena de margaritas y de lazos a juego con los vestidos de las damas de honor.

Radford no le quitaba ojo de encima, pero tuvo que aguantar un par de horas más hasta que hubieron hablado de todo.

–La llamaré –le dijo a la señora Mandervell-Smythe.

–La acompaño a la puerta –anunció Radford para su horror.

Kristie quería negarse, pero no podía. Obviamente, quería hablar con él, pero no delante de su madre y de su hermana.

Una vez junto a su coche, Kristie abrió la puerta para irse, pero él se lo impidió.

–¿No me va a contar a qué ha venido ese numerito? –le espetó.

–A que no estoy acostumbrada a que el hermano de la novia se meta en todo –contestó ella furiosa.

–¿Ah, no? –dijo él enarcando las cejas–. No me parece motivo suficiente. Hay algo más.

–Crea lo que quiera –le soltó Kristie–. No tengo por qué contestarle. ¿Le importaría dejar que me vaya? Llego tarde a mi próxima cita.

–¿Y la comida?

–¡Ni en sueños comería con usted!

–No la estaba invitando a comer. Simplemente, le estaba preguntando si no come. No puede ir de cita en cita sin comer. Si lo hace a menudo, no me extraña que esté enferma.

Kristie gimió de desesperación. Acababa de quedar como una tonta. Menos mal que Radford apartó la mano y se pudo subir al coche.

–Adiós, Kristie Swift. Espero que la próxima vez que nos veamos, esté mejor.

¡No pensaba volver a verlo!

–Adiós, señor Mandervell-Smythe –le dijo sin embargo.

Cuando se vio libre, en la carretera, suspiró aliviada. Le temblaban las manos, así que paró el coche y respiró varias veces para tranquilizarse. A continuación, anuló su siguiente cita por teléfono y se fue a casa.

Vivía a las afueras de Warwick, en una casa de tres habitaciones, un gran salón y una cocina. Le encantaba. No tenía jardín delantero, pero sí trasero.

Se preparó un café y se sentó en la cocina, de cara al ventanal desde el que se veía la pradera. Decidió segar el césped para liberar adrenalina.

Recordó a su hermana, dos años mayor que ella, cabezota y alegre. Solía embarcarse en todo tipo de proyectos, se ilusionaba con todo. Kristie siempre la había tenido que rescatar cuando terminaba dolida o desilusionada.

Se casó con Bryan Broderick a los seis meses de conocerlo y se divorció de él porque lo pilló con otra mujer. Entonces, había decidido mudarse a Londres para rehacer su vida y allí había muerto.

Por culpa de Radford Smythe.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

A Radford Smythe no le había gustado la señorita Swift. Se había descompuesto en cuanto lo había visto y eso no era bueno en una relación profesional.

Su madre había insistido en contratarla a pesar de que él se había opuesto, así que había decidido vigilarla muy de cerca para asegurarse de que la boda de su hermana salía de maravilla.

Era obvio que, por algún motivo, no le había caído bien a Kristie Swift. Le resultaba raro, la verdad, porque lo cierto era que estaba acostumbrado a que las mujeres lo persiguieran. Pero daba igual, a él tampoco le había gustado ella.

Entonces, ¿por qué recordaba sin cesar su piel blanca y su pelo pelirrojo? Por no hablar de sus impresionantes ojos verdes, claro. Se preguntó de qué color se le pondrían al hacer el amor.

Sacudió la cabeza para dejar de pensar en ello. Eso no iba a ocurrir jamás.

 

 

Kristie se tomó el café y apretó la taza con tanta fuerza que la sorprendió que no se rompiera. Llevaba cinco años odiando a un hombre sin rostro. Se había logrado convencer de que era absurdo odiar a alguien a quien no se conoce ni se va a conocer más.

Sin embargo, ahora el dolor y la zozobra se habían adueñado de ella de nuevo. Si aquel hombre insistía en estar presentes en todas la reuniones que tuviera para organizar la boda de su hermana, la situación no iba a hacer más que empeorar.

¿Y por qué no dejar el trabajo? No, ella no era así. Kristie estaba acostumbrada a afrontar las cosas de frente. Lo cierto era que Radford era un gran problema, pero seguro que podría con él.

Decidió no volver a dejar que la influyera. Tenía que vengarse de él. No sabía cómo, pero ya se le ocurriría algo para que no se fuera sin su merecido castigo.

Sonó el teléfono, pero no contestó. Le dolía la cabeza y el alma. No quería hablar con nadie.

Saltó el contestar y oyó una voz grave y masculina.

–Señorita Swift, soy Radford Smythe.

¡Como si no se hubiera dado cuenta!

–Mi madre me ha dicho que la llamara para decirle que se ha olvidado de comentarle una cosa y que le gustaría verla cuanto antes. Va a estar en casa esta noche.

Eso fue todo. Parecía una orden.

¿Cómo se atrevía? Kristie se puso en pie para llamarlo y decirle lo que podía hacer con sus órdenes… pero, en ese momento, volvió a sonar el teléfono.

–A ver, señor Smythe, la próxima vez que…

–¿Kristie?

–Uy, Paul, lo siento.

–¿Quién te creías que era?

–Nadie, una persona que he conocido hoy.

–Y que no parece que te haya caído muy bien. ¿Quieres que vaya a consolarte?

Aquello hizo reír a Kristie.

–No, no hace falta. No ha sido para tanto –contestó.

–Hace siglos que no nos vemos.

–He tenido muchísimo trabajo.

–La misma excusa de siempre –gruñó Paul–. Me estoy empezando a plantear que tu empresa significa más que yo.

–Ya sabes que mi empresa me permite tener una casa y me da de comer.

–Lo que yo estaría encantado de hacer, ya lo sabes.

–Paul, no empieces con eso, por favor –le rogó Kristie–. Somos amigos y vamos a seguir así, ¿de acuerdo?

Lo conocía desde hacía un año y, a pesar de que le caía bien, no quería precipitarse. No estaba preparada para tener una relación seria.

–Muy bien, pero me gustaría verte.

–Ahora estoy ocupada –contestó Kristie sinceramente.

–¿Pronto?

–Pronto –le prometió–. Te llamo.

En cuanto colgó, volvió a pensar en Radford Smythe. No era un hombre al que se pudiera ignorar fácilmente. Menos mal que, al cabo de un rato, tuvo visita.

–Mamá, mamá, mira el dibujo que te he hecho –dijo Jake entrando corriendo en casa.

Chloe entró tras él.

–Hemos venido corriendo desde el colegio porque quería enseñártelo –se rió la niñera.

–Adivina quién es –dijo el pequeño.

–¿Tu profesora? –dijo Kristie mirando la figura de pelo rojo.

–No, claro que no. Eres tú.

–Ya lo sé, cariño. Te estaba tomando el pelo –dijo Kristie tomándolo en brazos–. Me encanta.

Pasó el resto de la tarde con su hijo. Jake era exactamente lo que necesitaba para olvidarse de Radford Smythe. Por cierto que no tenía ninguna intención de ir a ver a su madre aquella noche.

¿Quién se creía que era para darle órdenes? Era obvio que su hermana lo había visto cegada por el amor. Sólo había visto que era guapo y sensual, pero no que era un maleducado. Kristie, desde luego, se había dado cuenta y eso hacía que lo despreciara todavía más.