Pasión y orgullo - Margaret Mayo - E-Book
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Pasión y orgullo E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

¡El arrogante millonario estaba decidido a tenerla en su cama y a sus órdenes! Simone Maxwell estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por salvar la empresa familiar, que era su orgullo y su pasión. Pero no esperaba que su salvación llegara de manos de Cade Dupont, el hombre que le había roto el corazón años atrás. Cade sabía que Simone, en su precaria situación, era vulnerable, y eso era precisamente lo que él buscaba. Tenía una gran deuda con él y por fin tendría la oportunidad perfecta para cobrársela de la forma más dulce posible...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Margaret Mayo. Todos los derechos reservados.

PASIÓN Y ORGULLO, N.º 1907 - enero 2012

Título original: The Billionaire’s Blackmail Bargain

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-443-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

SIMONE Maxwell, con la mirada perdida, hacía girar la copa de vino entre los dedos, inconsciente de que un guapo hombre sentado al otro extremo de la habitación la observaba atentamente. Exteriormente parecía serena y controlada, pero por dentro se reconcomía de desesperación.

Ése era el peor día de su vida. Las palabras que acababa de oír de los dos hombres que estaban sentados frente a ella suponían el fin de su empresa, que se encontraba al borde del desastre.

-¿Están seguros de que no puedo hacerles cambiar de opinión? -se esforzó para que no le temblara la voz.

Dos cabezas negaron al unísono. Dos rostros la miraron con seriedad.

-Lo sentimos mucho, señorita Maxwell -dijo uno de los hombres-, pero no es una propuesta razonable. Requeriría más dinero del que estamos dispuestos a invertir.

-¿Y nada de lo que diga supondrá una diferencia? -Simone intentó sonar serena. No quería que los dos hombres la vieran como una mujer neurótica, desesperada y sumida en el pánico, aunque en realidad se sintiera así.

Durante la cena había mantenido la calma, expresando su caso con claridad y asegurándoles que sería una buena inversión a largo plazo. Había fracasado, pero iba a intentarlo una vez más.

-Caballeros, estoy segura de que…

-Señorita Maxwell, no hay más que hablar -interrumpió el hombre más joven-. Como he dicho, lo sentimos, pero no nos interesa -ambos se levantaron-. Le deseamos la mejor suerte -estrecharon su mano y se fueron.

Ella pensó que, por desgracia, la suerte no entraba en la ecuación. Estaba acabada.

La empresa de cruceros de alquiler lo era todo para ella. La habían iniciado sus padres cuando era una niña; su madre se había ocupado de la administración y su padre de los veleros. Solía sentarse en la oficina con su madre y jugar a que la ayudaba; cuando acabó los estudios empezó a trabajar para la empresa a tiempo completo.

Su madre siempre había dicho que un día la empresa sería suya y, efectivamente, su padre le había entregado las riendas del negocio. Pero lo hizo cuando la empresa tenía dificultades económicas. Simone había descubierto que su padre había estado jugándose su dinero y también el capital de la empresa. A esas alturas la magnitud del problema era tal, que no tenía solución. Se encontraba en la tesitura de suplicar ayuda a desconocidos, para salvar el negocio.

Simone apoyó la cabeza en las manos. Deseó que su padre hubiera sido más precavido con su dinero. Si ella hubiera visto las cuentas antes… Odiaba a su padre por su egoísmo, pero también lo quería como sólo puede hacerlo una hija.

La empresa lo había sido todo para su madre y por eso Simone estaba dispuesta a hacer cuanto estuviera en su mano para impedir que se hundiera. A su madre se le rompería el corazón si supiera lo que estaba ocurriendo.

Estaba tan ensimismada en sus cavilaciones que no vio al hombre cruzar el comedor. No captó su presencia hasta que oyó una voz que recordaba muy bien y que sería mejor olvidar.

¡Cade Dupont!

La última persona del mundo a la que deseaba ver. Él se regodearía con su fracaso.

Giró la cabeza y las emociones surgieron como una marea, atenazándole la garganta. Imponente, de un metro ochenta y cinco de altura, se elevaba ante ella como una torre. Su rostro, de una belleza salvaje, le provocó escalofríos. Simone cerró los ojos con la esperanza de que no fuera más que un producto de su imaginación y de sus inquietantes recuerdos, pero cuando volvió a abrirlos seguía allí.

Una impecable chaqueta gris sobre los anchos hombros y pantalones a juego que ocultaban sus poderosos muslos. La camisa de seda blanca contrastaba con su piel bronceada. El conjunto lo completaba una corbata gris y oro. El oro de la corbata acentuaba el de sus ojos; ojos que una vez habían tenido el poder de derretirle los huesos. Por desgracia, seguía siendo tan gloriosamente viril y atractivo como siempre.

-¿Qué haces aquí? -preguntó Simone.

-Menuda bienvenida -sin esperar invitación, se sentó frente a ella-. ¿No te alegra verme?

-Me sorprende -contestó ella-. Pensaba que estabas al otro lado del mundo.

-A juzgar por tu expresión, desearías que me hubiera quedado allí -ensanchó las aletas de la nariz y la sonrisa que había acompañado a su saludo se desvaneció. Los ojos dorados la taladraron como un rayo laser.

-Dime, ¿a qué se debía tu reunión? Es obvio que no conseguiste lo que deseabas.

-¿Estabas espiando? -los ojos violáceos de Simone destellaron incrédulos-. No me…

-En absoluto -intervino él-. Pero el lenguaje corporal es muy esclarecedor; me permitiré decirte que tu cuerpo sigue siendo muy atractivo -su mirada descendió hacia la curva de sus senos.

Simone ignoró el cosquilleo de calor que le provocó su mirada; un calor que empezó sutilmente y se extendió por cada célula de su cuerpo, como un incendio.

-¿Qué haces aquí, Cade? Aparte de espiarme, claro -había creído que el día no podía empeorar. ¡Gran error! Cade Dupont tenía muchas razones para estar furioso con ella, pero en ese momento no necesitaba el ataque de su caustica lengua.

Llevaba el cabello oscuro y ondulado muy corto y notó el brillo de un par de canas. Sus cejas se tensaron sobre esos ojos de mirada intensa.

-Estoy aquí por negocios -anunció.

Su generosa boca se curvó hacia arriba un segundo y sus espectaculares ojos enmarcados por largas pestañas siguieron abrasándola. Ojos que solían… Simone se prohibió seguir por ese rumbo. Nunca más. A pesar de que su traicionero cuerpo lo reconocía como el hombre que la había iniciado en el mundo de las sensaciones vertiginosas y los sentimientos desatados. El hombre que le había descubierto su sensualidad.

-¿Negocios? -repitió ella.

-Sí, quiero montar una nueva empresa aquí.

-¿Aquí? ¿En este lugar? -incluso a ella le sonó estúpida la pregunta. Pero no quería a Cade Dupont en la puerta de su casa; era su pasado. Una parte de ese pasado había sido gloriosamente feliz, y excitante, no podía negarlo, pero había acabado en desastre. Un desastre irremediable.

-¿Qué clase de empresa?

Whitsundays era la mejor zona de Australia para el alquiler de veleros. Los viajes a la Gran Barrera de Coral estaban muy solicitados. De hecho, Whitsundays, con sus cientos de islas, era la joya de la corona de cualquier destino vacacional. Deseó que Cade no estuviera pensando hacerle la competencia.

Simone se consideraba afortunada por vivir en una parte tan bella del mundo, pero sus esperanzas y ambiciones habían fracasado. La empresa necesitaba una inyección masiva de fondos, de los que no disponía y que los bancos se negaban a prestarle. Su última esperanza habían sido los dos hombres que acababan de marcharse.

Llevó la mano hacia la botella de vino.

-Permíteme -dijo él.

Los largos dedos morenos rozaron los suyos. Se echó hacia atrás. Inspiró y soltó el aire lentamente. Observó como Cade rellenaba su copa y hacía una seña al camarero para que le llevara una. Rezumaba seguridad en cada movimiento.

Cade tenía treinta y dos años, nueve más que ella. Ya no era la jovencita de dieciocho años que se había puesto en ridículo. Era más madura y sabia, pero demasiado joven para haber amasado la fortuna que requería una empresa en ruina.

Hacía falta dinero para el mantenimiento de los veleros y para sustituir los más viejos, y no lo tenía. Su padre le había entregado una empresa que se iba a pique; por más que Simone se esforzaba, las reservas seguían disminuyendo.

Pronto tendría que cerrar. Era una lástima porque ocupaba un lugar privilegiado en el puerto. Tenía un embarcadero de buen tamaño. Quien adquiriera la propiedad y realizara la inversión necesaria ganaría una fortuna.

-¿Qué clase de empresa estoy considerando? -Cade alzó su copa a la luz y estudió su contenido como si fuera de importancia vital. Esbozó una sonrisa satisfecha-. Alquiler de veleros; es el único negocio que conozco.

-¿Diriges una empresa de cruceros en Inglaterra? -preguntó Simone, atónita.

-¿Por qué no? -enarcó las oscuras cejas. Su tono de voz se volvió seco y preciso-. Tuve que pedir un préstamo, pero es un negocio muy lucrativo, si se gestiona bien -sus ojos dorados se estrecharon-. ¿Cómo va tu empresa, por cierto?

Ella notó en su voz retadora y su expresión que sabía que dirigía MM Charters y que estaba abocada a un humillante fracaso.

-No quiero hablar de eso -dijo, seca.

-¿No? -arqueó una ceja-. Me pregunto por qué. ¿Acaso porque la empresa va fatal?

-¡Has estado espiando! -lo acusó ella, con ojos llameantes. Tenía que irse. Un restaurante no era lugar para discutir con Cade Dupont. Inspiró y se puso en pie-. Tengo que irme. Adiós, Cade.

Recta como un palo y con la barbilla muy alta, Simone salió del elegante comedor. Pero Cade no iba a permitir que se fuera así. Vio en un espejo que la seguía, tras dejar unos billetes sobre la mesa. Simone maldijo para sí, había olvidado pagar. Se volvió hacia él, airada.

-¿Para qué era ese dinero?

-La cuenta.

Simone abrió el bolso y buscó su tarjeta de crédito, pero una mano firme la detuvo.

-Te invito.

-No lo permito -contestó ella, horrorizándose al sentir que el contacto le aceleraba el pulso. No necesitaba complicaciones personales. Cade era su pasado y debía seguir siéndolo.

-¿Puedes permitirte rechazarlo? -inquirió él con voz sedosa. Estaba tan cerca que podía captar su olor varonil, sentir el violento impacto de su sexualidad.

-¿Qué quieres decir con eso? -los enormes ojos violeta de Simone habían oscurecido un par de tonos. Su cercanía la afectaba mucho.

-Todo el mundo conoce tus problemas, Simone -dijo él con una sonrisa. Ella tuvo la sensación de que se alegraba de su desgracia-. Todos te estiman, saben que tu padre es el causante de tu situación, pero los negocios son los negocios. Dado que nos dedicamos a lo mismo, tal vez podría ayudarte, ¿no crees?

El corazón de Simone se aceleró tanto que deseó llevarse una mano al pecho, pero eso habría desvelado su miedo a Cade. Se preguntó si estaba ofreciéndole comprar su empresa. No podía permitir algo así, sería demasiada ironía.

-No hay nada que puedas hacer, nada que quiera que hagas -declaró-. Solucionaré mis problemas yo misma.

Ya era bastante malo que hubiera pagado su cuenta. Y humillante que hubiera descubierto lo mal que le iba a MM Charters. En realidad, su situación era peor de lo que creía la gente. En unas pocas semanas estaría en bancarrota.

-Serías una tonta si rechazarás mi ayuda -insistió Cade.

Simone salió del restaurante, con él pisándole los talones. Se encaminó rápidamente hacia su coche. Era increíble que aún tuviera el poder de trastornarla. Era como si los años transcurridos se hubieran evaporado como agua al sol.

Su relación había sido ardiente y amorosa; su entrega había sido tan completa que la avergonzaba recordarlo. Él le había enseñado el arte de hacer el amor. Había transformado a una adolescente ingenua en una mujer consciente de su cuerpo y del placer que encerraba. Había estado locamente enamorada de él.

Cuando llegó al coche se dio la vuelta con la intención de decirle que la dejara en paz. Pero cuando sus ojos se encontraron, cuando vio la peligrosa oscuridad que se agazapaba en ellos, fue como si la envolviera un ciclón. Vio de nuevo al hombre que había sido el amante perfecto y tenía la capacidad de revolucionar sus sentimientos.

-Por favor, déjame en paz -su voz sonó como un susurro ronco y notó que sus senos subían y bajaban a un ritmo más rápido del normal. Como cuando habían hecho el amor de forma gloriosa.

Simone controló sus pensamientos. Tenía que librarse de él. Pero Cade no quería irse. Sus pies estaban firmemente clavados en el suelo. Apoyó una mano en el coche y la otra parecía dispuesta a quitarle el llavero si se atrevía a subir.

Sus ojos la tenían atrapada. Eran de un color dorado intenso, como el pelaje de un león, a veces seductores, otras testarudos, otras oscuros de pasión. Habían tenido la capacidad de derretirla y, por desgracia, seguían afectándola.

-No rechaces mi oferta sin más, Simone. Si lo que he oído es cierto, he llegado justo a tiempo.

-¿Y por qué ibas a ayudarme? -preguntó ella.

Cade se estaba haciendo la misma pregunta. ¿Por qué ayudar a Simone cuando ella había jugado un papel decisivo en la pérdida de su fortuna? Debería echar a correr. Por más que ella lo negara, Matthew Maxwell había confirmado que su hija era muy consciente de lo que estaba haciendo. Él no la había creído capaz de tal duplicidad y le había dolido muchísimo. Debería haberse alegrado de que Simone hubiera salido de su vida, pero no había conseguido olvidarla. Había disfrutado enseñándole los placeres de la carne y ella se había convertido en una amante sensacional. Llegó a pensar que era la mujer con quien quería pasar el resto de su vida, pero se había equivocado.

Le bulló la sangre al pensar en volver a hacer el amor con ella. Era lo que estaba deseando desde que la vio en el restaurante. No la había perdonado, ni lo haría nunca, pero lo satisfaría utilizar su bello cuerpo. Doblegarla a su voluntad, hacer que dependiera de él… La idea que acababa de tener le hizo sonreír.

Lo había devastado que le fallara. La había creído demasiado íntegra para conspirar contra él, conchabada con su padre. Su fe en la humanidad había recibido un duro golpe.

No estaba allí por Simone. Cade conocía bien Whitsundays y le había parecido el lugar ideal para abrir una sucursal de su empresa. Ni siquiera había sabido si ella seguía en la zona. Pero allí estaba, incluso más bella de lo que él la recordaba. Devastadora con el brillante pelo castaño caoba atado en una cola de caballo, revelando la exquisitez de su rostro acorazonado y sus enormes y luminosos ojos violeta. Su boca era suave y tentadora, incluso con un mohín de enfado.

Deseaba tocar y tomar, y era consciente del efecto que tenía en ella. Debería de sentirse incómoda, e incluso temerosa, tras lo que le había hecho. Pero había visto como su respiración se aceleraba y sus ojos se oscurecían; apostaría la vida a que estaba preguntándose cómo sería volver a hacer el amor con él.

-No se trata de mis razones para ayudarte -dijo, con voz tersa-. Sino de conveniencia. Como he dicho, quiero ampliar mi negocio y utilizar la base de uno ya existente sería mejor que empezar desde cero. He estado investigando; no hay demasiadas posibilidades. La zona está cubierta.

-¿Pretendes absorber mi empresa? -los ojos de Simone se agrandaron más y su barbilla se alzó, haciendo que su esbelto cuello pareciera aún más largo.

Estaba bellísima cuando se enfadaba. Tuvo que hacer un esfuerzo para no tocarla, no besarla.

-En absoluto -dijo Cade con voz templada, a pesar de que tenía el corazón desbocado-. Piensa en lo que he dicho, Simone, cenaremos juntos mañana para discutirlo.

Simone intentó razonar. Cade la estaba avasallando, pero tenía dos opciones: analizar su oferta de ayuda o admitir el fracaso y hundirse.

Su padre no podía aconsejarla; se había sumido en la miseria del ludópata sin medios y tenía problemas con la bebida. Su madre, enferma y minada, estaba ingresada en una residencia y desconocía la situación de la empresa. Simone seguía viviendo con su padre, no podía permitirse no hacerlo, pero aparte de cocinarle alguna que otra comida, apenas tenían relación.

En realidad, la empresa lo era todo para ella. Adoraba lo que hacía. Le gustaban los barcos, el mar, el sol y navegar; era su forma de vida. Le debía a su madre intentar salvarla. Si Cade buscaba una inversión, no una absorción, tal vez debería considerar su oferta.

-¿Eso es un sí?

Simone no se había percatado de que Cade escrutaba su rostro: había visto su debate interno y la conclusión a la que había llegado. Asintió, sin saber si hacía lo correcto. No lo miró directamente porque sus ojos hacían que todo su cuerpo vibrara.

Pero debería haberlo hecho. Un segundo después, la boca de él atrapaba la suya con un beso que la llevó a un mundo de sensaciones que había creído perdidas para siempre.

Unas manos cálidas y firmes se posaron en su rostro; sus labios exigieron y tomaron, y sin ser consciente de ello, Simone le devolvió el beso. Una respuesta instintiva, que la retrajo a los días de su apasionada relación. Aunque el sentido común le gritaba que se apartara, algo en su interior la llevó a prolongar el mágico momento.

Podría ser la última vez que la besara. Podría ser sólo una forma de sellar el pacto. Sabía que el beso no significaba nada, pero era un tesoro para ella.

-Bien -dijo Cade, dando un paso atrás-. Me alegra que hayas visto la luz. Te recogeré a las siete. Supongo que sigues viviendo en casa, ¿no? -preguntó.

Simone asintió, sin atreverse a hablar, y subió al coche. Tardó un momento en recuperar la fuerza para arrancar el motor y alejarse.

Capítulo 2

CADE llamó al timbre a las siete en punto. Simone pensó que era como si hubiera estado esperando para aparecer en el segundo exacto.

Por suerte su padre había salido; no sabía dónde estaba, ni le importaba. Simone nunca le daría la espalda, pero hacía tiempo que Matthew Maxwell había perdido su respeto.

Lo que dominaba su mente eran sus sentimientos por Cade. Habían resurgido con tanta fuerza, tras el beso, que casi le daban miedo. Si hubiera sabido cómo localizarlo, habría cancelado la cita. Había sido una estupidez aceptar. Se había rendido al deseo de salvar su empresa.

Pero no era buena idea que la salvara Cade. Había visto cómo se estrechaban sus ojos al mirar su cuerpo y captado la tensión en su mandíbula mientras intentaba ocultar sus sentimientos.

Dudaba poder trabajar con un hombre que la encendía de tal manera. Tenía el poder de transformar a una mujer compuesta y competente en un manojo de nervios.

Fue hacia la puerta. Se había vestido de forma conservadora; no quería que se hiciera una idea equivocada. Llevaba una falda larga rosa pastel, a juego con una camisita de cuello de pico y manga corta. El conjunto lo completaban sandalias de tacón alto y pendientes de madreperla rosada. Se había recogido el pelo en un moño.

El espejo había confirmado que parecía tranquila y serena. El espejo era idiota, sin duda. Por dentro era un caos de emociones que amenazaban con desbordarse.

Abrió la puerta sonriente. Ver a Cade la llevó a dar un paso atrás. Había pasado la noche soñando con él; sueños que prefería no recordar. Y llevaba todo el día convenciéndose de que podía actuar con indiferencia. Sin embargo, bastó una mirada a su atractivo y viril rostro para que sus buenos propósitos se perdieran en la nada.

-¿No vas a invitarme a entrar? -preguntó él.

Simone se preguntó si habría notado que le temblaban las piernas. Dejó de aferrar la puerta y comprobó que era capaz de mantenerse en pie. Dio un paso atrás para cederle el paso a Cade. Él se detuvo y ella temió que fuera a besarla otra vez. Se preparó para huir, pero él se limitó a besarse la punta de los dedos y luego posarlos en su frente.

-No muerdo, Simone. No pongas esa cara.

-¿Crees que te tengo miedo? -preguntó ella, intentando ignorar la quemazón que sentía en la frente, donde sus dedos la habían marcado-. Me preocupa que hayas hecho un viaje en balde.

-¿Por? -ladeó la cabeza y estrechó sus increíbles ojos dorados.

-Tu idea -dijo Simone-. No funcionara, Cade. Tú y yo tenemos demasiada historia.

Los ojos de él se cerraron aún más. Pero en vez de sentirse amenazada, Simone sintió una dramática estampida de emociones. No había duda de que si se asociaba con Cade acabaría hecha un auténtico desastre.

-¿Quieres decir que estoy perdiendo el tiempo? -quiso saber él.

-Exactamente -corroboró ella-. Me parece…

-A mí me parece que no saldrás adelante sin mí -interpuso él con brutalidad-. Hablaremos aquí, si lo prefieres. ¿Están en casa tus padres?

Simone negó con la cabeza. Al menos Cade no conocía la magnitud de sus problemas personales. El hedonista estilo de vida de su padre no sólo había arruinado la empresa, sino también la salud de su madre. Incapaz de asumir las prolongadas ausencias de su esposo, la madre de Simone se había deprimido hasta el punto de sufrir un infarto que le había provocado una fragilidad extrema. Estaba ingresada en una residencia y Simone habría hecho cualquier cosa para protegerla.

-Entonces encargaré la cena.

-No -protestó Simone con pánico.

Sabía que allí no tendría escapatoria; sus emociones la atraparían. Ya estaban lo bastante descontroladas. Cade era peligroso. Cenar con él en su casa incrementaría el tormento.

-No estoy cómoda contigo -admitió-. Han pasado demasiadas cosas entre nosotros.

-Tal vez te remuerda la conciencia.

Simone vio un destello en sus ojos, duró poco, pero captó la advertencia. Sería amable mientras quisiera, pero bajo su cortesía se ocultaba un lobo al acecho, listo para atacar.

-Seguiremos con el plan inicial -dijo él, sin esperar su respuesta-. Podrás explicarme por qué tu negocio va cuesta abajo con la rapidez de una avalancha de nieve en los Alpes, y qué ocurrió con el dinero que tu padre y tú me robasteis, por ejemplo -sugirió con labios tensos.

Ante esa referencia al pasado, la razón de su ruptura, Simone supo que no tenía más opción que acceder, aunque sólo fuera para explicarse de una vez por todas. También sabía que, a pesar de su amargo y complicado pasado, Cade era su última oportunidad para salvar la empresa. Sin embargo, la idea de cenar con el hombre más sexy del planeta no la atraía. Tras una velada intentando ocultar sus sentimientos, acabaría hecha papilla.

Cuando descubrió que había alquilado un Mercedes con chófer, su rechazo hacia Cade se acentuó aún más. Recordó su décimo octavo cumpleaños: él había alquilado ese mismo coche. Casi habían hecho el amor en el asiento trasero, mientras el chófer, pura discreción, mantenía la vista fija en la carretera.