Cálido amor de verano - Susan Andersen - E-Book
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Cálido amor de verano E-Book

Susan Andersen

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Beschreibung

Hasta una mujer de mundo como Harper Summerville reconocía la belleza del paisaje de Razor Bay, Washington. Las montañas, la vegetación, el agua. Y Max Bradshaw, el guapísimo ayudante del sheriff. Pero Harper solo pensaba estar allí durante el verano, trabajando de incógnito para la fundación de su familia, así que cualquier tipo de relación con el duro exmarine supondría un claro conflicto de intereses.Después de una dura infancia y unos años sirviendo en el Ejército, Max había echado raíces en Razor Bay, donde llevaba una vida tranquila y solitaria... hasta que apareció Harper, una mujer que parecía disfrutar yendo de un lugar a otro con su maleta. La recién llegada le abrió un mundo completamente nuevo y le hizo desear cosas que jamás había albergado la esperanza de tener.Max enseguida lo tuvo muy claro, el sitio de Harper estaba allí, a su lado, porque las cosas acababan de empezar a calentarse...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Susan Andersen

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Cálido amor de verano, n.º 57 - mayo 2014

Título original: Some Like It Hot

Publicada originalmente por HQN™ Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4270-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Querida lectora:

Estoy entusiasma con este segundo libro de la nueva serie Razor Bay. Conociste a Max Bradshaw en Eso que llaman amor, donde su fama de hombre de pocas palabras alcanzaba nuevas cotas al ver a Harper Summerville. Quizá se quede mudo frente a la sofisticada recién llegada, pero en un pueblo tan pequeño como Razor Bay, no podrá evitarla.

Muchas de vosotras sabéis que el ficticio pueblo de Razor Bay tiene para mí un significado especial. Lo situé en un lugar muy concreto del canal Hood, un fiordo de agua salada de más de cien kilómetros de longitud, donde mis padres se hicieron una pequeña cabaña cuando yo tenía nueve años. Mucho antes de eso, yo solía pasar allí dos semanas en verano, corriendo libremente con mis hermanos y mis primos, bañándonos en las frías aguas del canal hasta que se nos ponían los dedos morados, jugando hasta que el sol se escondía tras las Montañas Olímpicas y haciendo perritos calientes al fuego de la hoguera. Para mí es el lugar más maravilloso del mundo.

Le di a Max el amor que siento por este rincón del mundo. Después de los años que ha pasado en países destrozados por la guerra, Max no tiene ninguna intención de volver a marcharse de Razor Bay, pero tiene una dura tarea por delante para convencer a Harper de que se quede allí con él...

Susan

Este libro está dedicado con todo mi amor a Jen y a Margo, por hacer que siempre tenga mucho mejor aspecto de lo que tendría sin vuestra valiosa ayuda, y a la gente de Mazama: Ken, Sue, Ron, Steve, Doug, Mimi, Martha y Gary, por la estupenda comida, la música, el esquí, las raquetas de nieve y las compras. Y sobre todo por tantas risas que inundan todo lo demás.

Os quiero a todos,

Susie.

Capítulo 1

«Ay, Dios. ¿Viene hacia aquí?».

Antes de mirar por la ventana y ver a Max Bradshaw caminando entre los frondosos árboles del hotel, Harper Summerville había estado disfrutando de su día libre. Le encantaba pasar el rato en aquella pequeña casita de campo que le habían ofrecido como alojamiento por trabajar como coordinadora de las actividades de verano del hotel The Brothers Inn. Lo que más disfrutaba eran las vistas del Hood Canal, un fiordo que se abría paso entre las Montañas Olímpicas, un paisaje espectacular que era lo que atraía a tanta gente a la pequeña población de Razor Bay, Washington.

Pero la diversión llegó a su fin con el gesto serio de aquel hombre corpulento que, por algún inexplicable motivo, le aceleró el pulso.

Estaba distinto a las otras veces. Quizá porque siempre que lo había visto llevaba el uniforme de ayudante del sheriff. Pero, aunque llevara otra ropa, un hombre tan grande y de aspecto tan duro, tan intenso y contenido era completamente inconfundible.

Harper parpadeó al ver de repente que se salía del camino que conducía hasta su casita y desaparecía de su vista. La suya era la última casita antes de que el sendero se adentrara en el bosque, pero parecía que Bradshaw no había ido hasta allí para verla a ella. Harper respiró aliviada, ¿o no?

Solo tardó unos segundos en recuperar la placidez de la que había estado disfrutando antes de verlo. Le encantaba ver sitios nuevos, conocer gente y empezar un trabajo que nunca era exactamente igual a ningún otro. Había organizado su vida para hacer precisamente eso, por lo que en general era una persona feliz.

Harper siguió cantando las canciones de Maroon 5 que estaba escuchando con los auriculares mientras sacaba cosas de las cajas que su madre se había empeñado en enviarle. Empezó a menear las caderas al ritmo de la música, pero dejó de hacerlo al pensar en las expectativas que se había hecho su madre sobre ella y sobre su vida.

Gina Summerville-Hardin se negaba a creer que Harper pudiera vivir satisfecha y feliz sin domicilio fijo, ni demasiadas pertenencias porque ella había optado por crear un hogar allá donde fueran para poder soportar las continuas mudanzas a las que había tenido que someterse por culpa del trabajo de su esposo. Gina y Kai, el hermano de Harper, no sentían ninguna atracción por la aventura de conocer otros países como les ocurría a Harper y a su padre.

No obstante, tenía que admitir que le encantaban los almohadones y las velas que le había mandando su madre; le daban un toque hogareño y acogedor a aquella minúscula cabaña. Pero eso no significaba que no estuviese segura del estilo de vida que había elegido, con el que al mismo tiempo honraba el recuerdo de su padre.

Buscó entre las canciones que llevaba grabadas en el mp3 hasta que encontró la preferida de su padre y la cantó con ganas.

–«Papa was a rolling stone» –entonó al ritmo de The Temptations mientras buscaba un lugar para cada una de las cosas que le había enviado su madre.

De pronto notó que algo le rozaba el brazo. El corazón se le subió a la garganta como un mono subido a un cohete. Giró el cuello, vio la enorme mano que la había tocado y pegó un grito que hizo temblar la casa.

–¡Mierda! –exclamó Max Bradshaw al mismo tiempo que ella se quitaba los auriculares y levantaba la mirada hasta él.

Levantó las manos y dio un paso atrás como si ella estuviese apuntándole con un arma.

–Lo siento, señorita Summerville... Harper –dijo con voz grave–. He llamado a la puerta, pero no has abierto y, como estaba oyéndote cantar, sabía que estabas. De todas maneras, no debería haber entrado –se metió las manos en los bolsillos–. No pretendía asustarte.

A pesar de la vergüenza que le daba pensar que la había visto meneando el trasero y la había oído desafinar, se dio cuenta de que nunca le había oído decir tantas palabras seguidas. Respiró hondo y bajó las manos, que se había llevado al pecho, como una heroína de película antigua que se hubiera visto sorprendida por un malvado villano.

–Ya, señor Bradshaw, pero aunque no lo pretendiera...

–Llámeme Max –la interrumpió él.

–Max –repitió Harper, arrepintiéndose de no haberlo llamado así desde el principio, puesto que, no solo los habían presentado oficialmente el día que él la había entrevistado para trabajar en el hotel, también habían estado juntos en una barbacoa un par de semanas antes–. Como iba diciendo...

La puerta, que Max había dejado abierta, golpeó contra la pared, los dos se volvieron a mirar y se encontraron con un hombre en el umbral. Harper vio de reojo que Max se llevaba la mano a la cadera, seguramente donde normalmente llevaba el arma.

El desconocido entró al salón y, al apartarse de la luz que entraba por la puerta, pudieron ver que era un tipo alto y desgarbado de unos treinta y tantos años.

Pero entonces dejó de verlo porque Max se colocó delante de ella.

–¿Está usted bien, señorita? –le preguntó aquel hombre.

Harper se asomó por detrás de Max justo a tiempo de ver como el desconocido abría los ojos de par en par. No había duda de que acababa de ver bien a Max. No era de extrañar que tragara saliva y respirara hondo.

Max medía por lo menos un metro noventa y cinco de estatura y era tan corpulento como alto.

No obstante, había que decir que al otro hombre no le faltaba valor porque dio un paso más hacia ella y habló con voz firme:

–Apártese de ella.

–Por el amor de Dios –murmuró Max, pero hizo lo que le pedían.

Harper no pudo evitar echarse a reír con nerviosismo al verlo obedecer.

–Estoy bien –le dijo al otro huésped del hotel–. No pasa nada –le aseguró–. Usted es el señor Wells, ¿verdad? Creo que su mujer está en mi clase de yoga.

–Sean Wells –confirmó él, soltando parte de la tensión.

–Este es Max Bradshaw, ayudante del sheriff –le explicó Harper–. He gritado porque tenía los auriculares puestos y me he asustado.

Sean parecía algo más relajado, pero seguía mirando a Max con escepticismo, quizá por los pantalones cortos, la camiseta negra sin mangas o los tatuajes tribales que lucía en el brazo derecho, desde el hombro hasta la parte inferior del impresionante bíceps.

–No tiene usted aspecto de ayudante del sheriff.

La mirada de los oscuros ojos de Max dejó helado al otro hombre.

–Es mi día libre –se limitó a decir–. Solo venía a invitar a cenar a la señorita Summerville –añadió.

Esas últimas palabras hicieron que Harper girara la cabeza bruscamente y lo mirara boquiabierta.

–¿A mí? –vaya, le había salido una voz chillona y aguda que no era propia de ella.

Harper rara vez perdía la compostura, pero en su defensa debía decir que las otras veces que había visto a Max le había dado la impresión de que no había sentido demasiada simpatía por ella y mucho menos atracción.

–Sí –en su rostro apareció un ligero destello de color–. Vengo de parte de Jake. Jenny va a hacer una cena y quiere que vengas –apartó la mirada de ella para dirigirla a Sean Wells, con un gesto con el que parecía preguntarle qué hacía allí todavía.

El hombre buscó una excusa rápidamente y salió de allí.

–Gracias –le dijo Harper antes de que se alejara. Después volvió a mirar a Max enarcando una ceja–. Tú sí que sabes cómo echar a alguien.

–Sí, es un don –respondió él, encogiéndose de hombros y luego la miró a los ojos–. Bueno, ¿qué quieres que le diga a Jenny? ¿Vas a venir esta noche, o no?

–Sí. ¿Qué tengo que llevar?

–¿Me lo preguntas a mí? Yo suelo aparecer con unas cuantas cervezas.

Harper sonrió.

–Llamaré a Jenny.

Él no le devolvió la sonrisa, pero algo cambió en la expresión de su rostro, quizá fuera su manera de sonreír. Resultaba difícil saberlo, especialmente cuando, al volver a hablar, su voz sonó tan tensa como siempre.

–Buena idea. Entonces te dejo para que puedas hacerlo –asintió del mismo modo que lo había hecho las otras veces que se habían encontrado–. Siento haberte asustado. Bueno, supongo que te veré esta noche.

–Supongo que sí –murmuró ella al tiempo que lo seguía hasta la puerta, donde se quedó mirándolo hasta verlo desaparecer por el sendero.

Vaya. Absolutamente nada, ni siquiera la foto que incluía el dosier que le había enviado el investigador de Sunday’s Child, podría haberla preparado para el impacto que suponía ver a aquel hombre en carne y hueso.

Harper esbozó una sonrisa y meneó la cabeza.

–Al menos esta vez no me ha llamado señora.

Max subió corriendo a la habitación que su hermanastro, Jake, utilizaba como despacho y, una vez allí, se apoyó en la mesa en la que Jake estaba trabajando.

–Ha dicho que sí, que vendrá –anunció al tiempo que trataba de no pensar en que aún tenía el pulso acelerado por haber estado con Harper esos minutos–. Todavía no comprendo por qué demonios no podías invitarla tú directamente... es la cena de tu prometida.

–Ya te lo he dicho, hermano –Jake apartó la mirada de la pantalla del ordenador que tenía delante–. Llevo cuatro días encerrado en casa para poder entregar un trabajo para el que no me han dado tiempo suficiente.

–¿A qué viene tanta prisa? –le preguntó, dispuesto a pagar el mal humor con su hermano menor, como había hecho siempre hasta hacía solo unos meses–. Se suponía que ibas a estar fuera tres semanas y solo tardaste diez días en volver. ¿Eso no debería haberles dado más tiempo? –Max se cruzó de brazos y observó atentamente a su hermano–. Con las ganas que tenías de huir de Razor Bay, parece que le has tomado mucho cariño últimamente.

–Sí –admitió Jake con una sonrisa en los labios–. La culpa la tienen Jenny y Austin.

–No hace falta que lo jures.

Su hermano había vuelto esa primavera para hacerse cargo de su hijo de trece años después de que este perdiera a su madre, a la que Jake había abandonado cuando era apenas un adolescente. Había llegado con la intención de llevarse a Austin a Nueva York, sin imaginar que acabaría enamorándose de Jenny Salazar, la directora del hotel, que era como una hermana para su hijo.

Al pensar en la relación de Jake y Jenny, Max tuvo la sensación de que algo no encajaba y su intención no solía fallarle.

–¿Cómo es que Jenny ha organizado una cena sabiendo que estás tan apurado de tiempo con el trabajo?

–No tengo ni idea.

Jake se movió con nerviosismo al decir aquellas palabras.

–Está bien –dijo entonces, con la mirada clavada en la pantalla de un modo muy sospechoso–. Es posible que no sepa que tengo tan poco tiempo.

–¿Es posible?

–No lo sabe –reconoció su hermano, encogiéndose de hombros, pero inmediatamente dejó de fingir que seguía trabajando–. Escucha, si Jenny quiere hacer una cena, que la haga.

Se le puso tal cara de bobo, que Max sintió vergüenza ajena.

–Bueno, pero, ¿por qué tienen tanta prisa los del National Explorer?

–Porque, al contrario que tú, ellos no pensaron que fuera a necesitar las tres semanas para hacer el trabajo y siempre se da por hecho que la primera semana tengo que mandarles una selección de fotos para que elijan.

–¿Entonces no es que te hayan dado poco tiempo?

Jake lo miró, frunciendo el ceño.

–¿Puedes ya dejar el interrogatorio, Max?

–Solo quiero comprender que pasa. Si sabías que tenías una semana, ¿por qué no vas más adelantado?

–Pues, porque he pasado casi todo el tiempo en la cama con Jenny.

–¡No me cuentes eso! –protestó Max, horrorizado–. ¡Ahora no puedo quitarme la imagen de la cabeza, maldita sea! –antes de que su hermano volviera, jamás habría pensado que Jenny pudiese tener vida sexual.

–Vamos. Lo que pasa es que te da envidia porque tú no tienes a nadie con quien darte un revolcón.

Max pensó de inmediato en la mujer que se alojaba en la cabaña del bosque. Harper. La de la piel bronceada, la de los enormes ojos verdes y los rizos oscuros. La de la voz sexy. Daría un brazo por poder darse un revolcón...

Meneó la cabeza para olvidarse de la idea.

–Podría conseguir una así de fácil –aseguró, chasqueando los dedos frente al rostro de Jake. El problema era que las mujeres que podía conseguir no le interesaban. Harper Summerville lo tenía fascinado desde la primera vez que la había visto, cuando había aparecido con Jenny en el concurso de fotografía del pueblo. Volvió a clavar la mirada en su hermano–. La próxima vez, pídele a otro que te haga los recados. Tienes un hijo, ¿por qué no se lo has mandado a él?

–Lo habría hecho encantado, pero resulta que es verano y Austin tiene catorce años, así que ha salido en el barco con Nolan y Bailey y van a pasar todo el día fuera. Además... –Jake lo miró de reojo–, te recuerdo que esta mañana he hecho un hueco en mi apretada agenda para prepararte el café.

–Menuda hazaña.

–Oye, te he enseñado mi trabajo y eso no lo hago con cualquiera, ya lo sabes.

–Sí, ha sido un momento muy especial –dijo Max con sarcasmo, aunque lo cierto era que había sido un honor ser testigo del talento de su hermano. No todos los días podía ver uno cientos de fotografías recién tomadas en África por un conocido fotógrafo de la revista National Explorer.

Se acercó a la ventana del bungaló de lujo de The Brothers Inn en el que se alojaba su hermano desde que había vuelto al pueblo. Se fijó en el movimiento de las ramas de los árboles.

Después se metió las manos en los bolsillos y giró la cabeza para mirar a Jake.

Aun trabajando bajo presión, seguía estando impecable con su carísimo corte de pelo y la camisa de cien dólares del mismo color verde que sus ojos.

A Max seguía pareciéndole increíble que Jake y él hubieran empezado a tener una relación sincera y amistosa después de llevar toda la vida odiándose. Jamás habría podido imaginarlo. Sin embargo no le costó darse la vuelta para admitir:

–La verdad es que me ha encantado ver todo el proceso que hay detrás de tus fotografías –enseguida juntó las cejas–. Pero eso no significa que no me debas una.

–Claro –respondió Jake con sequedad–. Ha debido de ser una tortura tener que hablar con una chica tan atractiva.

–No es atractiva, idiota, es hermosa. ¿Se te ha olvidado lo que pasó las otras dos veces que he hablado con ella? –se había quedado mudo y había sido muy humillante. ¿Cómo era posible? Era todo un ayudante del sheriff y exmarine, por el amor de Dios. Normalmente podía hablar con cualquiera.

Excepto con chicas de buena familia.

–Sí, la verdad es que fue un espectáculo muy lastimoso –Jake asintió con decisión–. Está bien. Te debo una.

–Desde luego que sí –murmuró Max–. Aunque debo admitir que hoy no se me ha dado tan mal. Lo cual está muy bien –reconoció–. Prefiero no pensar en el ridículo que hice las otras dos veces. Sobre todo sabiendo que tengo acceso a todo un arsenal de información que podría servirme para evitar el mal trago.

Jake lo miró con escepticismo.

–Seamos realistas, hermano. Los dos sabemos que tú jamás harías algo tan definitivo para solucionar un problema temporal –después le dedicó una alegre sonrisa–. Mira el lado positivo... las cosas solo pueden ir a mejor.

–Sí, claro –murmuró Max, al tiempo que se dirigía a la puerta–. Con los ánimos que me das, no podría hacer otra cosa –dijo, irónicamente–. Ponte a trabajar. Yo tengo cosas que hacer. Te veré a las siete en casa de Jenny.

Mientras bajaba la escalera no pudo evitar desear que se cumpliera lo que había predicho Jake, porque necesitaba urgentemente que las cosas fueran a mejor.

Estaba harto de comportarse como un tímido adolescente con su primer amor cada vez que se encontraba con Harper Summerville.

Capítulo 2

Max cerró la puerta del coche y fue corriendo hasta la puerta trasera de la casa de Jenny.

No llegaba tarde deliberadamente. Después de dejar a Jake había ido a Cedar Village, el hogar para adolescentes en riesgo de exclusión, situado a varios kilómetros del pueblo y, una vez allí, se había entretenido más de lo previsto.

En realidad no debería sorprenderle porque era lo que le ocurría siempre que iba. También él había sido un joven lleno de rabia en otro tiempo; sabía perfectamente lo que era meterse en líos y no saber qué hacer con el odio que se sentía. Por eso le gustaba dedicar a aquellos chicos parte de su tiempo libre. Porque entendía la situación en la que estaban.

Pero ese día había perdido la noción del tiempo. No había podido resistirse a jugar con los chicos al baloncesto cuando lo habían invitado a hacerlo porque era el primer gesto de aceptación que mostraban dos de ellos. Si hubiera rechazado la oportunidad, quizá no habrían vuelto a darle otra.

Ya había salido tarde, pero no había tenido otra opción que pasar por casa a darse una ducha y a cambiarse. Las cenas de Jenny siempre eran bastante informales, pero seguramente la anfitriona esperaría que apareciera afeitado y con otra ropa que no fuera la que había llevado todo el día. Especialmente cuando Jake, el amor de su vida, parecía un modelo siempre elegante. No quería ni pensar en lo que habría dicho si se hubiera presentado oliendo como solo podía oler alguien después de estar jugando al baloncesto con unos adolescentes.

Se pasó la mano por la camiseta azul que llevaba metida por los vaqueros para disimular un poco las arrugas que tenía de estar doblada en el cajón, se colocó el cuello de la camisa verde de manga corta que se había puesto encima para estar un poco más arreglado y llamó a la puerta con la mano en la que no llevaba las cervezas. Había comprado cerveza Fat Tire, que era la que le gustaba a Jake, aunque él habría preferido Budweiser.

Cuando la puerta se abrió, oyó ruido de platos y risas de mujer.

–Menos mal –dijo Austin, su sobrino, al verlo–. Necesitamos más tíos –le explicó, con una enorme sonrisa–. Jenny ha invitado a demasiadas tías.

–De eso nada –protestó Jenny, detrás de él–. Solo he invitado a un par de compañeras de trabajo que no tenían ningún plan. Hola, Max –le dijo cuando ya estuvo dentro.

Como la conocía bien, Max se inclinó para dejarse abrazar, algo tan nuevo para él, que no podía evitar ponerse en tensión. Jenny seguía haciéndolo siempre que lo saludaba o que se despedía de él, así que no debía de importarle.

Y Max tenía que admitir que tenía algo de agradable, aunque le resultara incómodo.

Jenny era una mujer diminuta, pero con una gran fuerza, así que le dio un impetuoso apretón antes de soltarlo.

–Los hombres están en el porche de delante, preparando la barbacoa. ¿Por qué no llevas esas cervezas que traes a la nevera que tienen allí? –le sugirió y luego se dirigió a Austin–. ¿Y tú qué haces tan cerca de la cocina si estás tan incómodo con tantas mujeres?

–No estoy incómodo –protestó el muchacho–. Solo digo que sois demasiadas y estamos en minoría. Además, venía a buscar las cosas para jugar al croquet. Papá dice que podríamos echar un partidito después de la cena.

–Tomo nota de la aclaración –dijo Jenny, pasándole la mano por la cabeza–. Las cosas del croquet están en el cobertizo.

Austin sonrió y salió por la puerta.

–Entonces voy directamente al porche –anunció Max, pues no estaba seguro de estar preparado para enfrentarse a tantas mujeres.

Jenny era tan buena que se mostró dispuesta a dejarlo escapar. En ese momento asomó la cabeza su mejor amiga.

–Jen, ¿dónde está... ? Ah, hola, Max.

–Hola, Tasha. ¿Qué tal?

–Bastante bien –se fijó en que tenía un pie dentro y otro fuera–. ¿No vas a entrar?

–Iba a ir directamente al porche.

Tasha enarcó una ceja.

–Intimidado por la presencia de tantas mujeres, ¿eh?

–Desde luego... y eso que ni siquiera sé cuántas hay exactamente –al darse cuenta de lo ridículo que era, Max sonrió.

–¡Vaya! –exclamó Tasha–. Tienes que hacerlo más a menudo.

–¿El qué?

–Sonreír –respondió Jenny por su amiga–. Tienes una sonrisa preciosa, pero apenas la utilizas.

–Porque la reservo para las chicas guapas –respondió con una coquetería poco habitual en él–. Y ahora me voy al porche.

Las oyó reír a su espalda.

Al llegar a la parte delantera de la casa, solo vio a Jake y a Mark, el padre del mejor amigo de Austin.

–Austin tenía razón al decir que estamos en minoría ante las chicas –comentó.

–Wendy Chapman ha venido con su nuevo novio –le explicó Mark y luego se encogió de hombros–. Pero aún está en la fase tonta del amor y se ha quedado con ellas en la cocina.

Todos menearon la cabeza ante semejante misterio.

Jake se echó a reír al ver las cervezas que tenía en la mano.

–Veo que has traído calidad. He puesto unas cuantas Budweiser para ti en la nevera.

Max fue directo a la nevera, sin querer reconocer la ternura que le provocaba el detalle de su hermano.

Se abrió una Budweiser, tomó un trago y luego cayó en el vicio de dar su opinión sobre cómo se hacía una buena barbacoa. ¿Qué hombre podría no opinar ante un fuego y un buen trozo de carne roja?

Jenny interrumpió la animada conversación para pedir que alguien la ayudara a colocar la mesa y, al ver que Jake no estaba dispuesto a abandonar la parrilla, Max se ofreció voluntario. Después las mujeres pusieron el mantel, los platos y cubiertos de plástico. Incluso adornaron la mesa con unas flores frescas.

Fue entonces cuando salió Harper con la ensalada y Max tuvo que hacer un esfuerzo para no seguir todos sus movimientos con la mirada.

Había algo en su porte que la hacía parecer una reina. Quizá fuera su aspecto exótico, su figura alta y esbelta y su buena constitución. O la solemnidad de sus labios carnosos o esos ojos que le daban un aire distante. Fuera lo que fuera, encajaba con esa imagen de chica rica y bien educada que siempre lo dejaba sin habla.

Max no sabía por qué se sentía tan incómodo con las chicas de buena familia. No podía ser que el origen se remontara a sexto, cuando se había enamorado de Heather Phillips y su madre le había dicho, con su habitual hosquedad, que era demasiado rica para alguien como él. No le había molestado que su madre le advirtiera de que esa chica jamás lo invitaría a sus fiestas. De hecho, no se había equivocado. Al margen de lo relacionado con su padre, nunca había hecho caso de la negatividad de Angie Bradshaw. Si hubiese dejado que eso le impidiera hacer cosas o tratar de cumplir sus sueños, se habría quedado paralizado por completo.

Lo cierto era que su madre se quejaba por todo, llevaba haciéndolo desde que su padre los había dejado por la madre de Jake.

Volviendo a Harper, al menos debía reconocer que esa tarde no lo había hecho tan mal. Y ella no se había mostrado tan distante cuando la había sorprendido moviendo su bonito trasero y cantando al ritmo de una música que solo ella había podido oír. En aquellos momentos, mientras se reía y charlaba con Tasha, tampoco parecía distante. Cuando estaba así, irradiaba una simpatía prácticamente magnética.

–La carne está lista –anunció Jake.

Jenny apareció con una jarra de sangría casi tan grande como ella y Mark fue a buscar a los niños mientras los demás tomaban asiento alrededor de la mesa.

Max aprovechó para fijarse en todos los asistentes. Estaban Austin, Nolan y la novia de Austin, Baile, además del hermano pequeño de Nolan. Había tres mujeres sin pareja: Tasha, Harper y Sharon, de la que solo sabía que se había divorciado hacía dos años de un hombre del pueblo que se había trasladado a Tacoma, mientras que ella se había quedado y seguía trabajando en el hotel. Después estaban Jake, Jenny, Mark y su esposa, Rebecca, y Wendy, propietaria de un salón de belleza del pueblo, con su nuevo novio, Keith algo.

Cuando todo el mundo estuvo sentado y servido, las risas y la conversación bajaron de volumen.

Un buen rato después, Tasha se inclinó hacia delante para dirigirse a Harper:

–He visto el anuncio de tus clases de yoga al atardecer en los folletos nuevos. A mí me vendría muy bien algo así porque está claro que me falta flexibilidad.

Harper esbozó una sonrisa que le cambió por completo el rostro. Una enorme sonrisa con la que mostró unos dientes perfectos y unas encías sanas.

–Pásate algún día –le dijo a Tasha–. No creo que a Jenny le importe que no seas huésped del hotel siendo su mejor amiga.

–Vamos –intervino Jenny, que estaba sentada junto a Tasha–. Puedes ir cuando quieras.

Tasha sonrió a su amiga para después seguir dirigiéndose a Harper.

–Lo haría, si no coincidiese de lleno con nuestra hora punta.

–Claro. Eres la propietaria de la pizzería del pueblo, ¿verdad?

–Sí. Bella T’s.

–Aún no he tenido oportunidad de ir, pero he oído que se come muy bien.

–Es la mejor pizza del mundo –aseguró Nolan, el amigo de Austin, con la boca llena de maíz.

Mark le pasó la mano por el pelo a su hijo, pero sonrió a Harper.

–Los modales podrían mejorar, pero el mensaje es sincero.

–Entonces está claro que tengo que encontrar un rato para ir por allí –Harper miró a Tasha–. Después de la cena hablamos. Seguro que hay alguna hora que nos venga bien a las dos.

–¿En qué trabajabas antes de venir aquí? –le preguntó la mujer de Mark, Rebecca.

–Un poco de todo, para consternación de mi madre. Desde que volvimos a Estados Unidos he tenido muchos trabajos temporales. Trabajé en los grandes almacenes Nordstrom’s, después en una pequeña editorial universitaria, también he trabajado para una empresa de reformas y en una constructora...

Max no tenía pensado interrumpirla, pero no pudo contenerse.

–¿Por qué estuviste fuera de Estados Unidos? –¿y por qué lo había dicho en plural?

Harper inclinó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.

–¿Quieres la versión larga o la corta?

–La larga –dijeron todas las mujeres casi al unísono.

–Está bien –las largas pestañas casi ocultaban los ojos verdes, que se le iluminaban cada vez que se reía–. Mis padres se conocieron cuando estaban en la universidad y se casaron dos meses después. Mi madre tiene sangre cubana, afroamericana y galesa. Mi padre era el único hijo de una vieja familia de Winston-Salem. Aunque el sur ya había cambiado mucho, a los padres de mi padre no les hizo mucha gracia el matrimonio y llegaron incluso a pedirle que lo anulara.

Meneó la cabeza y a sus labios asomó una pequeña sonrisa.

–Tendrías que haber conocido a mi padre para daros cuenta del error que cometieron mis abuelos al hacer tal cosa. Supongo que les dio miedo lo que pudieran decir sus amigos –se encogió de hombros antes de continuar–. El caso es que la respuesta de mi padre fue hacer el equipaje y marcharse a Europa con mi madre y con su flamante título de ingeniería civil. Vivimos por todas partes del mundo. Yo nací en Ámsterdam y mi hermano, Kai, en Dubai.

–Supongo que sería duro tener que trasladarse continuamente –comentó Jenny.

–No, la verdad es que no. Siempre fui igual que mi padre, así que a los dos nos encantaba llegar a un sitio nuevo y conocer gente. A Kai y a mi madre no les hacía tanta gracia –se le ensombreció ligeramente el rostro–. Me imagino que por eso a mi madre le cuesta tanto aceptar que yo siga viajando. Mi hermano y ella se instalaron de inmediato en cuanto volvimos al país y le preocupa que yo no haga lo mismo.

Tasha la miraba con la cara apoyada en las manos y los codos en la mesa.

–¿Tus padres llegaron a reconciliarse con tus abuelos?

–Sí. En realidad no tardaron mucho en hacerlo. Yo ni siquiera recuerdo el tiempo en el que estuvieron separados, salvo por lo que ellos nos contaron. Lo que recuerdo era que querían a mi madre casi tanto como la quería mi padre y que eran unos abuelos maravillosos –su sonrisa iluminó el lugar de tal modo que Max sintió una extraña presión en el pecho.

Acostumbrado a recorrer el mundo por trabajo, Jake preguntó a Harper por algunos de los lugares en los que había vivido y estuvieron intercambiando pareceres sobre ellos. Max escuchó en silencio... esforzándose por no dejarse llevar por los celos. Solo Dios sabía todo el tiempo que había perdido poniéndose celoso y teniendo envidia a su hermano.

Pero el pasado cosmopolita de Harper despertó en él viejas inseguridades. Era una educación completamente ajena a la que había recibido él y, al ver la facilidad con la que Jake charlaba con ella, era muy difícil no volver a caer en esos sentimientos que creía haber superado por fin. Los echó a un lado, porque no estaba dispuesto a dejar que estropearan la buena relación que tenía ahora con Jake.

Su padre había abandonado a Max y a su madre cuando Max aún no caminaba. Quizá todo hubiera sido distinto si Charlie Bradshaw se hubiese limitado a marcharse del pueblo, como había hecho cuando había abandonado también a Jake y a su madre. O si la madre de Max hubiese sido de otra manera...

Se sentía frustrado, porque no había sido así y no se podía cambiar el pasado. Charlie era uno de esos hombres que solo se preocupaban por la familia que tenía en aquel momento, por lo que Max lo había visto a menudo por el pueblo con su nueva mujer y su nuevo hijo. Había sido muy duro verlo actuar como padre con Jake, como si él fuera el niño invisible, a juzgar por cómo se había portado con Max.

A pesar de estar inmerso en todos esos recuerdos, Max se dio cuenta de que Harper se disponía a agarrar la jarra de sangría. Estaba todavía muy llena y, al intentar levantarla, el peso hizo que se le inclinara hacia delante. Max se puso en pie de un salto y alargó el brazo para sujetar la jarra y ponerla recta.

Al poner la mano sobre la de ella fue como si tocara un cable pelado. Sintió un calor tan intenso que no le habría extrañado que alguien le dijera que se le había prendido fuego el pelo. No sabía si ella lo había sentido también o había sido solo cosa suya. El caso era que se había quedado muy quieta y tenía los ojos abiertos de par en par, clavados en él, pero también podía ser simplemente porque le había sorprendido su reacción.

Apenas quedó la jarra de nuevo en la mesa, Max retiró las manos y volvió a sentarse. Hizo todo lo que pudo para olvidarse de la sensación de electricidad que aún tenía en la piel, decidió no volver a mirarla y se esforzó en seguir pensando en sus viejos resentimientos por Jake.

Su madre no había contribuido en absoluto a mejorar la situación. En aquella época, Max no se había dado cuenta de ello, pero con la perspectiva que le habían dado los años y la madurez, había entendido que si Angie Bradshaw hubiera sido de otra manera, seguramente él no habría sufrido tanto aquel abandono. Aún no había cumplido los dos años cuando Charlie se había ido, así que no tenía recuerdos reales de su padre. Pero su madre no era de las que olvidaban y no había habido prácticamente un día en que no le hubiese recordado a su hijo todo lo que habían perdido. Max había crecido escuchándola hablar constantemente de la furcia que le había robado a su padre y de ese malcriado que disfrutaba de todo lo que debería haber sido suyo.

Para empeorar aún más las cosas, Jake siempre había sido buen estudiante y había ido con los chicos más populares del pueblo, mientras que él no había destacado especialmente en los estudios y a menudo sus amigos lo habían metido en líos.

No era de extrañar que tuviese tantos problemas para relacionarse con las chicas de buena familia. Sencillamente, Harper era la versión femenina de Jake.

–¿Max?

La voz de Harper lo arrancó inmediatamente de las garras del pasado y algo le hizo darse cuenta de que no era esa la primera palabra que le había dirigido. En cuanto la miró sintió esa absurda tensión que le oprimía el pecho cada vez que clavaba los ojos en ella.

–Perdona –le dijo después de aclararse la garganta y se dispuso a mentir–: Estaba pensando en una cosa del trabajo. ¿Qué decías?

–Solo te había preguntado qué habías hecho con tu día libre después de que nos viéramos.

Bien, eso era algo de lo que sí le gustaba hablar.

–Estuve en Cedar Village –le sorprendió ver que Harper reconocía el nombre–. ¿Lo conoces?

–He oído el nombre, pero no recuerdo bien qué es exactamente. ¿Un campamento para chicos?

Jake se echó a reír y Max le hizo una mueca.

–No le hagas caso. Jake piensa que es una especie de reformatorio, pero en realidad es una residencia para chicos con problemas. Es cierto que la mayoría de ellos se han metido en líos. Lo mismo que yo a su edad...

–Y mira lo bien que te va ahora –comentó Jake con frío sentido del humor.

Max se rio del sarcasmo de su hermano... hermanastro.

–Bueno, yo tengo un trabajo de verdad, en lugar de pasarme el día jugando con cámaras de fotos –respondió en el mismo tono sarcástico.

La mirada de Harper hizo que a Max se le borrara la sonrisa de la cara y volviera a sentirse inseguro, pero echó los hombros hacia atrás y cumplió con lo que consideraba su responsabilidad hacia los chicos de Cedar Village.

–El caso es que muchos de ellos proceden de hogares rotos o son hijos de drogadictos. Ninguno de ellos ha sufrido abusos físicos, pero sí mucho abandono, otros han tenido que trabajar como esclavos para llevar comida a sus casas. Unos cuantos proceden de familias cariñosas e implicadas, pero simplemente perdieron el rumbo durante un tiempo o se codearon con quien no debían. Todos ellos necesitan la atención y la estabilidad que les proporcionan los terapeutas.

–¿Y tú eres uno de esos terapeutas?

–¿Yo? –preguntó, sorprendido–. No, yo soy de la junta directiva, pero en realidad lo que más hago es estar allí con los chicos. Pero, hablando de la junta...

Todos los presentes excepto Sharon y el hijo pequeño de Mark gruñeron, Max se limitó a sonreír.

–Así es, chicos. Es el momento de hacer algo. El próximo domingo hacemos el desayuno para recaudar fondos. Sé que la mayoría ya tenéis las entradas, pero también necesitamos voluntarios para ayudar a organizarlo.

–¿Podemos levantarnos, Jenny? –preguntó Austin–. Tenemos que terminar de preparar el partido de croquet.

–Me lo tomo como un sí –dijo Max–. ¿Qué preferís hacer, ser camareros o trabajar en la cocina?

–¿En serio tenemos que hacerlo?

Max miró a su sobrino a los ojos.

–Esos chicos no han tenido tanta suerte como tú. Es por una buena causa.

Austin suspiró, pero asintió, igual que Nolan y Bailey. Entonces Max miró a los adultos.

–A mí no me mires –dijo Sharon–. Esos chicos me dan miedo.

–Vamos, si casi son unos niños.

Pero Sharon se encogió de hombros.

–No importa, siguen dándome miedo. Pero te compraré una entrada.

Sabía que no debía juzgar a nadie, pero lo cierto era que tuvo que hacer un esfuerzo.

–Gracias. ¿Prefieres a las ocho o a las nueve y media?

–Mejor a las ocho.

–Cuenta conmigo para ayudar –anunció Harper.

Max se volvió hacia ella, diciéndole a su libido que no era el momento.

–¿De verdad?

–Sí, claro. El domingo estoy libre y es una buena ocasión para ver al pueblo en acción. Prefiero hacer de camarera, así podré conocer a más gente.

–Genial. Gracias –Max volvió a mirar a su alrededor–. Vamos, amigos. Aprended de Harper y de los chicos. ¿Qué me decís? –preguntó con un gesto teatral muy poco habitual en él–. Hagan cola, señoras y caballeros.

Capítulo 3

Una risa profunda y masculina procedente de la cocina del centro comunitario llegó hasta la barra donde esperaba Harper. Se quedó inmóvil durante un instante, olvidándose por completo de las mesas llenas de comensales que esperaban su desayuno y rodeó la barra que separaba el salón de la cocina, en busca del origen de aquella risa.

Sabía perfectamente de qué pecho había salido. Solo la había oído una vez y tampoco entonces había ido dirigida a ella, pero nadie que hubiera escuchado la risa de Max Bradshaw podría confundirla jamás con ninguna otra. A pesar del poco tiempo que llevaba en Razor Bay, sabía que era algo muy poco frecuente. Hasta una simple sonrisa suya había conseguido dejarla sin habla durante la cena en casa de Jenny. Su risa provocó en ella un efecto mucho más intenso.